Compartir el post "Medio Oriente – La “capital” del Estado Islámico, al borde de la caída"
Es muy probable que en los próximos días se anuncie la liberación total de Mosul, ciudad iraquí de casi 2 millones de habitantes, de las garras del Estado Islámico (EI, anteriormente conocido como ISIS). Desde octubre de 2016 las fuerzas armadas de Irak vienen batallando en sus calles para reestablecer el control, luego de que el grupo jihadista las tomara en junio de 2014. La conquista de Mosul le dio a los jihadistas la oportunidad de declarar allí la capital de su “califato”, siendo por lejos la ciudad más importante en sus manos. Fue en una de sus mezquitas -la recientemente destruida Al Nuri- donde el líder de ISIS Al Baghdadi se mostró por primera (y única) vez al mundo, para autoproclamarse “el líder de los creyentes” (de la religión musulmana sunnita).
Luego de más de ocho meses de combate, el EI fue expulsado de casi toda la ciudad, y resiste en estos últimos días en unas pocas manzanas. Lo más probable es que estos combates se acaben en las próximas jornadas, ante el hecho de una derrota aplastante de los jihadistas.
En simultáneo, en Siria, el EI también empieza a sufrir otro duro golpe: su capital en dicho país, la ciudad de Raqqa, se encuentra asediada por las “Fuerzas Democráticas de Siria”, encabezadas por las YPG-YPJ kurdas y que incluyen a todo tipo de grupos de la región (muchos de ellos árabes). También se combate en sus calles, donde las FDS ya tomaron la delantera en varios distritos.
Cuando terminen estas dos batallas, el EI habría perdido sus dos principales enclaves urbanos, y quedaría reducido al control de una amplia zona desértica y de algunas ciudades menores y poblados dispersos en su interior. Pero en el marco de una tendencia totalmente decadente, es posible que termine perdiendo también esos territorios en el mediano plazo.
Así es como comienza el fin de la experiencia de control territorial de dicho grupo, caracterizada por su brutalidad opresiva, con un contenido netamente reaccionario. El dominio del Estado Islámico no es otra cosa que una teocracia de tipo medieval, genocida, contraria a toda libertad y dignidad de prácticamente todos los sectores de la sociedad moderna. En este sentido, la derrota del EI tiene un carácter político progresivo, aunque limitada por todas sus circunstancias concretas.
En primer lugar, las ciudades ocupadas por el EI (empezando por Mosul) quedaron ampliamente devastadas. Distritos enteros se convirtieron en grandes cementerios, donde la vida fue reducida a prácticamente nada. Inclusive obviando el hecho de las pérdidas humanas, la reconstrucción material será toda una hazaña. O más bien, una misión imposible, ya que requeriría una enorme inversión, que no está claro de dónde podría salir.
Este cuadro se aplica también a la globalidad de la situación en Siria e Irak. Las guerras civiles (con intervenciones externas) que engulleron a ambos países en los últimos años llevaron al colapso económico, de la infraestructura, etc. Esto hace que las oleadas de refugiados que inundaron Europa difícilmente vayan a terminarse, y más difícil aún que el flujo vaya a invertir su dirección. Aunque los refugiados quisieran regresar, probablemente no tendrían a dónde, ni cómo subsistir en sus países de origen.
En el caso de Irak y de gran parte de Siria, los territorios arrebatados al ISIS tampoco se convierten realmente en “zonas liberadas”. Más bien regresan al control de los mismos Estados despóticos y profundamente desiguales contra los cuales se levantó la Primavera Árabe en 2011. La única excepción parcial son las regiones que son recuperadas por las “Fuerzas Democráticas de Siria”: se trata de una fuerza político-militar contradictoria, con algunos rasgos progresivos, pero crecientemente asociada tanto al imperialismo yanqui como al de Rusia. Su “realpolitik” a la hora de manejar las relaciones internacionales pone en duda en qué dirección se desarrollará esa experiencia (cosa que sólo podrá terminar de corroborarse con el tiempo, y seguramente no sin grandes crisis internas y zigzags).
En cualquier caso, cualquier evolución realmente progresiva en las zonas donde fue derrotado el EI requeriría que se reabra la dinámica de la Primavera Árabe, donde las masas populares (incluyendo a amplios sectores juveniles y de trabajadores) salieron a tomar las calles con sus demandas. Esto exige a su vez la superación de las trabas que la asfixiaron en su momento: la polarización entre los aparatos reaccionarios islamistas y el viejo nacionalismo burgués decadente y despótico.
Una región que no se estabiliza
El fuerte retroceso del EI aparece a simple vista como un factor de estabilización, pero puede significar también todo lo contrario. En primer lugar, a medida que el EI se va retirando de regiones enteras, todo el resto de los actores político-militares de la región compiten para ver quién llega primero a ocuparlas, dando lugar a peligrosos roces entre sí que pueden terminar desatando conflictos mayores. La caída de uno de los principales “pesos pesados” del control territorial da lugar a un nuevo “reparto de la torta”, en el que nadie quiere quedarse afuera. Es decir, la caída del EI abre la puerta a la delimitación de nuevas fronteras entre zonas de influencia de potencias regionales y mundiales, cosa que nunca suele ser demasiado pacífica.
Por otro lado, al desaparecer uno de los grandes focos del conflicto, pasan a primer plano otros conflictos también importantes pero que estaban bajo la mesa todo este tiempo, por ser el Estado Islámico la principal preocupación. En el caso de Irak, por ejemplo, puede ser el caso de la región autonómica kurda, que planea realizar un referéndum para independizarse de su gobierno central. En el caso sirio, sigue sin resolverse lo que es desde hace años el conflicto central: la división del país en varias zonas dominadas por distintos sectores, con agendas políticas contradictorias y respaldadas por distintas potencias externas.
Todo esto se ve agravado por la falta de una clara hegemonía regional (y mundial) por parte de una gran potencia. Estados Unidos no sólo viene en retroceso hace décadas, sino que con el gobierno de Trump, su política exterior se convirtió en un caos, totalmente carente de lógica y cohesión interna. No pueden ponerse de acuerdo ni siquiera sus distintas oficinas encargadas de delinear los objetivos y estrategias en este rubro. Por otra parte, las potencias regionales tienden a una fragmentación cada vez mayor, existiendo por lo menos tres “bandos” locales enfrentados entre sí: el eje de Arabia Saudita (junto a Egipto y sus Estados satélites del Golfo), el eje de Irán (junto a Irak, Siria y sus milicias aliadas), y el eje Qatar-Turquía. Y junto a todo lo mencionado, nunca hay que olvidarse las operaciones permanentes de Israel en función de sus propios intereses.
Por si todo lo anterior (los aspectos geopolíticos de la crisis) fuera poco, hay todavía otro enorme problema. Se trata de que, inclusive abstrayéndose de las guerras, la economía de la región no parece repuntar en lo más mínimo. En el marco del estancamiento económico mundial, Medio Oriente profundiza sus rasgos de atraso y sus dificultades de inserción. Esto cierra cada vez más las perspectivas de superar la enorme pobreza estructural que existe en casi todos sus países.
En estas condiciones, inclusive si se consiguiera la derrota militar del Estado Islámico y de los otros grupos jihadistas actualmente existentes, no se habrían solucionado ninguna de las causas económicas, sociales y políticas que les permitieron crecer y desarrollarse. Esto quiere decir que probablemente volverían a resurgir con otras formas, o inclusive con las mismas.
Para poder cortar de raíz el cáncer de los grupos fundamentalistas religiosos de todo tipo y color (así como de las “milicias” sin ningún rasgo progresivo que crecen como hongos en la región, representando a distintas facciones locales –étnico-tribales, sectarias, regionales, etc- y aparatos burgueses en todas sus variantes), es necesaria una transformación radical, estructural de Medio Oriente. Hace falta refundar la región entera sobre bases socialistas, acabando con la pobreza, la miseria y la marginación, con la concentración del poder y la riqueza en manos de unos pocos, con el despotismo y la opresión, con el atraso en todas sus formas. Y para esto es necesario acabar también con toda injerencia de las potencias imperialistas -sea EEUU, Rusia o cualquier otra-.
Por Ale Kur, SoB 432, 6/7/17