Compartir el post "Brasil – Condena a Lula: una sentencia al servicio de la ofensiva reaccionaria"
Es necesario construir una alternativa de masas al lulismo
El 12 de junio el Juez Federal Sergio Moro pronunció una sentencia que condena en primera instancia a Luis Inácio Lula da Silva a 9 años y 6 meses de prisión y una multa de 670.000 Reales. Esta pena sería relativa a la supuesta aceptación de una coima por el valor de 2,4 millones de Reales recibida de la empresa OAS en la forma de un apartamento en el Guarujá (litoral paulista). Lula podría recurrir a la instancia superior de la justicia en libertad, pero si es condenado podrá ir preso, perder los derechos políticos por 8 años y, evidentemente, no podrá concurrir a las próximas elecciones presidenciales en octubre de 2018.
Esta condena no es un hecho trivial[1]. Es decir, como una más en medio de una avalancha de procesos judiciales y condenas en torno a las relaciones corruptas entre los capitalistas y el Estado, pues tiene un significado y repercusiones políticas históricas para los trabajadores, sus direcciones tradicionales y para la izquierda socialista en particular. Así, no podemos caer en la lógica binaria de defender o no a Lula ante la condena, o de responsabilizar a la clase dominante o al PT por lo ocurrido, pues se trata de un hecho cargado de complejidad y sobre el cual debemos sacar importantes lecciones.
Por eso, esa condena, aunque no confirmada en segunda instancia ya significará una derrota de proporción histórica para la estrategia gradualista. Por otro lado, sitúa a la izquierda socialista frente a discusiones tácticas y estratégicas vitales que si se encaran mal retrasarán aún más la necesaria construcción de una alternativa política ante la debacle lulista y la inmediata necesidad de resistir de forma unificada contra la ofensiva reaccionaria en curso.
La operación Lava-Jato es parte de la ofensiva reaccionaria
La reciente condena a Lula en primera instancia obedece centralmente a factores de orden político. Sin embargo, es el resultado de un complejo proceso que combina el proyecto de modernización conservadora de las relaciones entre lo público y lo privado-capitaneado por la Operación «Lava-Jato»[2] – con la ofensiva reaccionaria que desalojó al PT del gobierno federal, impuso un gobierno títere y que, incluso en crisis, avanza en sus contrarreformas, véase la aprobación de la contrarreforma laboral sólo un día antes de la sentencia condenatoria a Lula.
La operación Lava-Jato se configura en una unidad entre la Fiscalía, la Justicia y la Policía Federal para investigar, procesar y condenar crímenes de corrupción que involucran a empresas privadas, públicas y agentes políticos. Este sector que opera como parte del Estado se apoya políticamente en un sector de masas – la clase media alta que movilizó en las calles de todo el país por el impeachment a Dilma – a la derecha de la ola de descontento y movilización popular abierta en junio de 2013.
La unidad ideológico-política que ha construido con los nuevos movimientos masivos de perfil ultraconservador, con los grandes medios y la vieja derecha partidista, permite a esta operación una gran libertad de acción para hacer diligencias policiales, prisiones preventivas, delaciones premiadas, acuerdos de lenidad y, condenas en primera instancia, muchas veces fuera de la legalidad patronal.
Es evidente que existen intereses divergentes y conflictos entre la vieja oligarquía política y los jóvenes promotores, jueces y fiscales que aparecen al frente de la operación y que generan situaciones como la prisión de figuras importantes de la derecha tradicional. Pero este hecho está lejos de significar que el Lava Jato pueda cumplir un papel progresivo sin una profunda reforma en la institucionalidad política nacional y sin la lucha directa de los trabajadores.
Esto es válido hasta en el sentido de la imposibilidad de castigar seriamente parte significativa de esa oligarquía o de la gran burguesía, lo que es plenamente demostrable ante varios ejemplos. Recientemente tuvimos la devolución del mandato de Aécio Neves por el STF, incluso ante pruebas concretas de su implicación en innumerables tramoyas, la homologación por la PGU o el acuerdo extremadamente ventajoso de lenidad dada a JBS que además de eximir a sus propietarios de la prisión, ni siquiera les quita el grueso del patrimonio de esa empresa.
Tampoco podemos tener ilusiones de que el Lava-Jato pueda realizar acciones que pongan en riesgo las contrarreformas en curso. Sabemos que, a pesar de que la delación de los hermanos Bautista abrió una crisis en el gobierno Temer, el factor fundamental para que el gobierno no haya avanzado hasta el final en la reforma de la previsión fue la reacción masiva de la clase trabajadora contra ese proyecto. Y, además, el derrocamiento definitivo de ese gobierno depende centralmente de la movilización de los de abajo y no de las denuncias de la PGU.
Hacemos esas breves consideraciones con el objetivo de entender como la condena de Lula por Moro se encuadra dentro de una perspectiva política moldeada por intereses, instituciones y métodos ajenos a los de la clase trabajadora y que se da de forma combinada con el conjunto de la ofensiva reaccionaria en curso.
La condena de Lula-en la que pesa toda su responsabilidad política por lo ocurrido- no está sólo al servicio de alejarlo del proceso electoral de 2018[3], sino de dar un ataque de conjunto a la izquierda, de desmoralizar la perspectiva socialista, aunque sea difusamente, y debilitar la resistencia de los trabajadores a las contrarreformas. Por todo ello, esa condena merece de nuestra parte un claro rechazo político y, además, un esfuerzo en sacar conclusiones prácticas para la actuación en la lucha de clases, en las elecciones y en la construcción de la izquierda socialista en el próximo período.
El debate estratégico toma una nueva dimensión
La condena de Lula tiene una repercusión política profunda hacia la izquierda, pues además de ser parte de la ofensiva reaccionaria en curso, plantea un necesario debate estratégico en el interior de la izquierda. El debate sobre la ineficiencia histórica del reformismo sin reformas, encarnado por el PT y Lula en Brasil, para solucionar los problemas fundamentales de la clase obrera.
El PT y Lula son corresponsables por la actual situación nacional, en la que predomina, hasta ahora, una ofensiva reaccionaria. Ofensiva generada por la aplicación de la línea de la colaboración de clases durante los sucesivos gobiernos, lo que resultó en la pérdida de base social, en el agravamiento de la crisis económica y en el fortalecimiento de la ola reaccionaria. En consecuencia, siguió el impeachment de Dilma, las contrarreformas y … la actual sentencia condenatoria contra Lula.
El gradualismo político (preferimos “reformismo sin reformas”), con esa condena, da una señal más de que es inviable en lo que se refiere a un proyecto de transformación social, de defensa de los intereses inmediatos e históricos de los trabajadores, pero ese fracaso estratégico no es capaz por sí solo de construir una alternativa política por la izquierda, requiere de nuestra parte una serie de tácticas para enfrentar ese desafío. Ante las crisis económicas, la polarización social y los momentos decisivos de la lucha de clases siempre demuestra su inviabilidad estratégica para las masas, pues actúa sistemáticamente para desorganizarlas, confundirlas y desmoralizarlas ante los desafíos.
Es precisamente esa la postura de esa corriente, y de sus gobiernos, ante la ola de indignación popular abierta en junio de 2013, de las luchas que siguieron a ese proceso y del impeachment. Lo que acabó generando las condiciones favorables para que la clase dominante retomara la ofensiva contra los trabajadores y pueda aplicar las contrarreformas que están polarizando la situación nacional. Pero esa ofensiva también actúa contra los movimientos sociales, sus dirigentes (legítimos o no), la perspectiva emancipadora, etc. El proceso que tiene como subproducto político -aunque Lula y el PT han traicionado los intereses históricos de los trabajadores y gobernado con y al servicio de la burguesía- la actual condena de Lula.
La superación de las inercias en el interior de la izquierda socialista
El problema ineludible para la izquierda socialista es que en el escenario en que vivimos, el reformismo sin reformas no deja de ser una expresión difusa de la izquierda entre amplios sectores de masas, que hegemoniza y controla a las principales organizaciones obreras, populares y estudiantiles.
Realidad esa que no podemos desconsiderar si queremos postularnos como izquierda socialista para hacer política que alcance sectores de masas y sea un factor real en la lucha de clases. De esta forma, debemos hacer un planteamiento que tenga en cuenta los principales elementos que envuelven la condena a Lula y sacar conclusiones políticas a partir de ahí.
En contraste con la inmediata debacle del lulismo y el avance de la ofensiva reaccionaria, la realidad política nacional plantea posibilidades estratégicas para la construcción de organizaciones revolucionarias que tengan alcance de masas y puedan ser un factor político decisivo en la realidad nacional. Evidentemente, no se trata de un escenario fácil, libre de dificultades no menos estratégicas.
Entre ellas, las inmensas inercias políticas y teóricas arrastradas por las últimas dos décadas, el proceso de fragmentación de la izquierda socialista, la perspectiva economicista, los hábitos aparatistas[4] y el sectarismo ampliamente diseminado. Todo ello dificulta la construcción de canales políticos con sectores más amplios de masas, la disputa de la dirección de las principales centrales obreras y estudiantiles y la ausencia de figuras de masas que puedan disputar con el lulismo.
Para aprovechar las oportunidades estratégicas que se abren con la debacle del reformismo sin reformas lulista no basta con oponernos a la condena de Lula, diferenciarse de la Operación Lava-Jato o corresponsabilizar a Lula y el PT por la propia desmoralización. Necesitamos entender que es necesario tomar lecciones en el sentido de diseñar tácticas y líneas políticas que nos permitan avanzar en la superación de ese escollo para la organización independiente de los trabajadores que es el lulismo y su partido.
No podemos desconsiderar que ninguna corriente de la izquierda socialista puede constituirse hoy de forma aislada como alternativa al lulismo. Pues falta a todas, unas más otras menos, balance político a la altura, inserción en las estructuras, programas y tácticas probadas y liderazgo sobre las demás corrientes. Sabemos que todos los intentos de hegemonizar la reorganización sindical o política de la izquierda, acabaron en fiascos por falta de las condiciones reales de tal hegemonía.
Por eso, no podemos simplemente afirmar que la condena a Lula es un problema ajeno a la izquierda socialista y, por lo tanto, tenemos que dedicarnos a la lucha contra las «Reformas», por el «Fuera Temer». Por «Elecciones Generales», «Asamblea Constituyente», a construir «Alternativas Políticas», etc. Para que podamos ser eficientes en medio de esa situación de ofensiva reaccionaria y fracaso del lulismo -que se mantiene hegemónico en el interior de los mayores sindicatos, movimientos y organizaciones políticas- es necesario sistemáticamente aplicar la táctica de unidad de acción contra el gobierno y sus políticas[5].
De otra forma, perderemos el espacio político que contradictoriamente se abre con la debacle lulista. Esto significa la necesidad de construir un amplio frente de izquierda que involucra a todas las organizaciones independientes y que pueda presentarse como alternativa para los trabajadores en las luchas contra Temer y en las próximas elecciones. En realidad, tenemos un enorme retraso en este sentido, una ausencia política que si no se corrige en breve puede hacer que perdamos la posibilidad de aprovechar el vacío político que se abre con esa desmoralización histórica del lulismo.
Para finalizar, los instrumentos, métodos y sentidos de la condena, están al servicio de los intereses más reaccionarios de la clase dominante en la actual coyuntura. La clase dominante quiere un período de tierra arrasada para la clase obrera, es decir, imponer una regresión histórica en sus condiciones de vida, organización política y sindical y, en general, confusión ideológica total.
Por eso nos oponemos de manera vehemente a esa condena al servicio de la ofensiva reaccionaria en curso, de las contrarreformas que atacan derechos históricos, del alejamiento de las masas del proceso decisorio y de la consolidación de un gobierno reaccionario al frente del país, con o sin Temer, para el próximo período.
Así, a pesar de ser enemigos políticos del lulismo y pensar que tenemos que luchar a muerte por su superación, a través de la construcción de alternativas políticas para intervenir en la lucha de clases y en las elecciones, no podemos confundirnos con la necesidad de condenar la sentencia dada por la justicia burguesa a Lula, pues está al servicio de la ofensiva reaccionaria y de aplastar toda y cualquier expresión política de izquierda de los trabajadores en un escenario de polarización política y social que crecerá en el próximo periodo y que marcará las próximas elecciones.
[1] Estamos hablando de la condena de uno de los mayores exponentes del reformismo-sin reformas- del mundo, un ex jefe de Estado de origen obrero y que aún dispone de la intención de votos de un tercio del electorado. Una condena judicial inédita en Brasil a un ex Presidente de la República, lo que teóricamente abriría precedentes para otras condenas de ex jefes de Estado (como José Sarney, Fernando Collor de Melo y Fernando Henrique Cardoso) si no fuera por los límites y la perspectiva extremadamente conservadora de la Operación Lava-Jato. Operación que pasa a ser denominada «Lava-Jato» en alusión a los esquemas de lavado de dinero provenientes de coimas.
[2] Sabemos que esa operación y su base social por la composición, perspectiva e instrumentos en sí limitan el alcance de sus operaciones al marco de la propiedad burguesa y dentro de la defensa de las contrarreformas que están en curso. La «misión» de combatir la corrupción endémica instalada en el Estado brasileño desde dentro de la propia lógica de ese Estado, sin la participación de las masas trabajadoras, sus organizaciones y su programa histórico -exponer a los corruptos y poner sus bienes al servicio y bajo el control de los trabajadores – no tiene sustentación.
[3] Incluso declarando que no va a hacer grandes cambios en las políticas que se están aprobando en un eventual nuevo mandato, su elección seguramente dará lugar a expectativas en las masas y poner en riesgo toda la ofensiva hecha hasta ahora.
[4] Terrible proceso que hacen que las corrientes políticas grandes, medianas y pequeñas vivan más para sus propias necesidades que para la lucha de clases.
[5] Una herramienta de lucha sencilla, pero olvidada por una serie de organizaciones que creen que pueden hacer la lucha contra el gobierno y la clase dominante sin ninguna alianza táctica.
Por Antonio Soler, 17/07/2017