De Egipto a Grecia, pasando por España, EE.UU., Chile, Rusia, Siria y China
Un ciclo de rebeliones populares conmueve el mundo
José Luis Rojo
“En los grandes levantamientos las analogías vuelan como metralla. Las electrizantes protestas de 2011 –la primavera árabe, los veranos ‘calientes’ helénico e ibérico, los ‘ocupantes’ en Estados Unidos– inevitablemente han sido comparadas con los anni mirabiles (años maravillosos) de 1848, 1905, 1968 y 1989. Ciertamente algunos hechos fundamentales todavía se aplican, se mantienen patrones clásicos se repiten. Los tiranos tiemblan, las cadenas se rompen y los palacios sufren asaltos. Las calles se transforman en laboratorios mágicos donde se crean ciudadanos y camaradas, y las ideas radicales adquieren de repente poderes telúricos. Iskra se transforma en Facebook” (“La primavera confronta el invierno”, Mike Davis, New Left Review, noviembre-diciembre 2011)
El año que acaba de finalizar puede decirse que fue el de la mayor explosión de rebeldía desde el Mayo Francés de 1968. No hay otro antecedente reciente de semejante simultaneidad en las manifestaciones de la protesta de los explotados y oprimidos, que están configurando el surgimiento de un nuevo ciclo político mundial caracterizado por una ola de rebeliones populares.
1. Crisis y rebeliones urbi et orbi
2011 marcó un quiebre: hubo una sucesión en cadena de procesos de la rebeldía desde el comienzo mismo del año. El primer capítulo provino de la inmensa rebelión egipcia desencadenada el 25 de enero y cuyo epicentro fue la Plaza Tahrir de El Cairo. La rebelión egipcia impactó en el conjunto del mundo árabe como reguero de pólvora, teniendo como antecedente inmediato a Túnez e incluso Grecia, dando forma al inicio de una suerte de rebelión de todo el mundo mediterráneo.
Su trascendencia mundial fue tan inmensa que se transformó en inspiradora directa y explícita del movimiento de indignación en España y el resto de Europa, así como en EE.UU. y otras regiones del planeta entre las que se pueden incluir lugares tan dispares como Chile, Israel, Rusia, Colombia y un largo etcétera.
¿El trasfondo de este fenómeno? Evidentemente, no puede ser otro que la más grave crisis de la economía capitalista desde los años 30. Si la crisis actual no ha llegado todavía a esa magnitud, eso no quita que a cuatro años de su estallido no haya otra manera de definirla que como la primera Gran Depresión del siglo XXI.
Esta situación de dramático deterioro económico es el acicate material que está por detrás de esta generalización de las manifestaciones de rebeldía. Que está llamada a profundizarse este año, en la medida en que más allá de los cantos de sirenas habituales de los analistas económicos, 2012 no parece augurar otra cosa que una profundización de la crisis económica internacional.
Que la simultaneidad de los desarrollos ha sido facilitada por motivos “técnicos” es innegable: la expansión de las tecnologías de la información y su impacto entre la juventud no han dejado de cumplir su papel. Sin embargo, es obvio que la actual no es una supuesta “rebelión de la tecnología”, como muchos medios han tratado de vender fetichizando (invirtiendo) las relaciones reales.
Lo que está por detrás del actual ciclo de rebelión en curso son, por el contrario, profundos motivos sociales (las relaciones de explotación del capitalismo mundializado), reforzados por la histórica magnitud de la crisis: desempleo de masas, salario en baja, aumento universal de la edad jubilatoria, imposibilidad de acceso a la vivienda propia para toda una nueva generación, educación mercantilizada e impagable, dictaduras brutales, zarpazos antidemocráticos y una larga lista de circunstancias de barbarie capitalista propias del siglo XXI.
Por esto mismo, la historia de estas rebeliones no termina con el año que pasó: 2012 está mostrando la continuidad de este proceso. La masacre semanas atrás en el estadio del equipo local de Port Said, ciudad obrera de Egipto, abrió una nueva crisis política en ese país, donde crece la presión para que el gobierno militar se retire cuanto antes de la escena.
Y cuando hablamos de Egipto, no hay que olvidar que hablamos de un país de 80 millones de almas, centro del actual proceso de rebelión –o revolución, en sentido amplio– que está atravesando de arriba abajo al mundo árabe, y cuyo punto más candente en estos momentos lo constituye la creciente guerra civil en Siria (amenazada tanto por Assad como por la cada vez más posible intervención imperialista).
A esto se suma la olla a presión en la que se ha transformado Grecia. La troika (FMI, BCE y UE) acaba de imponerle al país helénico un ajuste draconiano con cláusulas tan siniestras que lo transforman prácticamente en un protectorado en el centro de Europa, algo que sólo parece estar alimentando una bomba de tiempo a punto de estallar.
Pero más allá de los rasgos particulares de cada proceso, cabe hacer un esfuerzo de generalización. Esto es, marcar los rasgos comunes a todos los procesos, que expresan el grado de madurez al que ha llegado de momento la experiencia de la lucha de los explotados y oprimidos, así como lo que está faltando para reabrir la perspectiva de la revolución socialista en el siglo XXI.
En ese sentido, creemos que se han visto confirmadas algunas de los rasgos que habíamos señalado un año atrás. De conjunto, el actual proceso puede ser definido como caracterizando un ciclo universal de rebelión popular, un proceso que se encuentra en el umbral entre una rebelión popular y la revolución propiamente dicha, sin haber todavía alcanzado la suficiente madurez para configurar un escenario de revolución social en el sentido pleno de la palabra.
Más abajo nos dedicaremos a establecer una serie de delimitaciones al respecto en lo que hace a las connotaciones de la voz “revolución”. Como subproducto de toda nuestra experiencia militante, creemos que es más atinado circunscribirla a un objeto lo más próximo posible al de la revolución social propiamente dicha.
Porque es por la perspectiva de la reemergencia de la revolución socialista por lo que está planteado trabajar estratégicamente en este siglo XXI, recogiendo críticamente las experiencias del siglo pasado y con el objetivo de acabar con este sistema capitalista mundializado que nos domina hoy.
2. Geografía, alcances y límites del proceso de rebelión
A partir de lo señalado, el análisis de las determinaciones de los procesos en curso se debe hacer más concreto. Señalemos lo siguiente: el proceso de rebelión mundial debe ser apreciado en sus especificidades “regionales”, que las tiene y muchas en materia de rasgos, características, motivos, sujetos involucrados, profundidad de los procesos y demás factores.
En primer lugar, está el proceso de rebelión popular en el mundo árabe, que involucra a todas sus clases sociales explotadas y oprimidas. Aquí, al componente social se le suma el democrático. Si en las acciones se ha ido más lejos (el carácter violento de los enfrentamientos), políticamente la mediación de la “democracia” –y las que tienen que ver con la conciencia y religiosidad promedio de la población laboriosa– será toda una experiencia a recorrer. Y está claro que de país a país del mundo árabe hay todo tipo de desigualdades: de Egipto a Libia hay casi un abismo en los rasgos (una situación relativamente intermedia en este sentido podría ser la de Siria).
“La gente que hasta el momento no le ha tomado el ‘gusto’ a la democracia burguesa, particularmente en las áreas rurales que se han visto relativamente poco tocadas por la revolución, van a necesitar más experiencia antes de que puedan mirar hacia una superior alternativa de democracia socialista. Hossam el-Hamalawy sugiere, además, un motivo más concreto: ‘El masivo vuelco a la votación a las corrientes islámicas es ampliamente comandado por el deseo general de ver al SCAF [Junta Militar] irse del poder’. El resultado de la primera vuelta, en la cual entre la Hermandad Musulmana (Partido de la Justicia y la Libertad) y el salafista partido Nour obtuvieron el 60% de los votos, es entre otras cosas indicación de esto. Lejos de representar el comienzo de una avalancha islámica, muestra que la masa de los egipcios están en un momento inicial del proceso en el cual prueban varias opciones políticas, comenzando con las que le son más familiares” (Alex Callinicos, “The crisis wears on”, International Socialism 133).
El surgimiento del proceso de rebelión en el mundo árabe plantea un mejor terreno para una recomposición, así sea por ahora muy inicial e incipiente, del marxismo y la izquierda revolucionaria, en una región del mundo donde habían quedado, por así decirlo, vedados.
En segundo lugar, está el desarrollo del creciente proceso de rebelión y resistencia en la Unión Europea. Su epicentro sigue estando sin lugar a dudas en Grecia, un país con amplia tradición de lucha. El actual ciclo político de grandes luchas de los explotados comenzó a finales del 2008 y no se ha detenido hasta hoy.
De ahí la caída del anterior gobierno de Papandreu y las tremendas presiones a las que está sometido el actual gobierno de Papademus. Es que la lucha de clases impone sus límites y, precisamente, la gran dificultad de los gobiernos griegos es su morosidad en materia de llevar hasta el final sus compromisos de draconianos ajustes económicos. No debería sorprender: es peligrosísimo aplicar una brutal política de “choque” en condiciones de rebelión popular, cualesquiera sean los límites de ésta.
Cabe poner en escena a España, donde acaba de realizarse la primera marcha masiva contra el nuevo gobierno de Rajoy: una movilización de millones contra la reforma laboral flexibilizadora, que a pesar de ser conducida por las burocracias de la UGT y CCOO, constituyó un llamado de atención cuando no ha pasado ni un trimestre de la asunción del Partido Popular al gobierno.
No olvidamos aquí las muestras de recuperación que vienen dando los trabajadores en Inglaterra. En noviembre pasado, y luego de los grandes disturbios de la juventud plebeya a mitad de año, se realizó la jornada de lucha más grande que se tenga memoria desde 1927: entre dos y tres millones de trabajadores pararon contra el ajuste del gobierno de Cameron.
Se trató de una imponente movilización de trabajadores del estado, que si bien no se extendió al sector privado, muchos analistas interpretaron como una suerte de “renacimiento” del movimiento de trabajadores inglés, muy golpeado desde la contrarrevolución conservadora de Margaret Thatcher en la década de 1980.
En todo caso, hay dos problemas comunes a todo este ciclo de resistencia en Europa (extensibles al ciclo de conjunto de rebelión popular internacional): el continuado imperio de la democracia burguesa y el cepo que significan sobre el movimiento obrero las direcciones sindicales tradicionales.
En el terreno de la lucha de clases en sentido amplio, no se ha llegado todavía a desbordar realmente el marco de la democracia burguesa: no se han observado medidas de lucha revolucionarias del tipo auténtica huelga general y, mucho menos, el surgimiento de organismos de lucha y poder, dinámica que sería imprescindible para derrotar no solamente a uno u otro gobierno sino ir mucho más allá.
Íntimamente vinculado a esto está el problema de la burocracia sindical, una de los principales obstáculos que mediatizan el ingreso a la lucha del núcleo central de la clase obrera. En Grecia, la burocracia vinculada al PASOK (el partido del ex primer ministro Papandreu) convocó a varias jornadas de paro general en los últimos años, pero siempre como medidas aisladas, sin continuidad, impidiendo que se transformaran en verdaderas huelgas generales.
Es evidente que el de la burocracia sindical es uno de los más formidables diques de contención que hay que romper para alcanzar más altas cimas; de ahí la importancia estratégica que tiene universalmente el impulsar los procesos de recomposición obrera independiente.
Y hay un tercer problema: entre el “movimiento social de lucha” y los problemas de representación política subsiste otra de las más graves contradicciones irresueltas en el actual ciclo político mundial, lo que explica también el carácter de vanguardia pero no de masas de las organizaciones revolucionarias.
Aquí aparece una grave cuestión que marca una de las mayores limitaciones del actual ciclo de rebelión: la falta de representación política independiente de los movimientos de lucha. Se pelea socialmente por la izquierda, pero luego se va a elecciones en las que gana la derecha conservadora o las formaciones socialdemócratas “social-liberales”. Sobre estos aspectos volveremos in extenso más abajo.
Es suma: el movimiento de los indignados en Europa es todo lo variopinto que la suma de las condiciones económicas, sociales y políticas hacen posible. En este marco operan los límites que impone al proceso más de conjunto de rebeldía e indignación la continuidad del imperio de la democracia burguesa, la camisa de fuerza de la burocracia sindical y los problemas de representación política independiente del movimiento de lucha.
La propia juventud del movimiento, lo inicial de sus pasos en la acumulación de una experiencia que nadie podría ahorrarle, así como el carácter del régimen político en el contexto del cual transcurre esta misma experiencia, le dan características distintivas al proceso: en muchos casos, una suerte de “ingenuidad” política y organizativa.
En particular en relación con el movimiento de los indignados corresponde tener presentes dos ángulos para su correcto abordaje. Por un lado, sería criminal afrontarlo con anteojeras sectarias, perdiendo de vista que los límites que tiene corresponden a las fases iniciales de una experiencia que, cualesquiera sean sus límites, es ya enormemente progresiva. Por el otro, es imprescindible recordar que el movimiento de lucha, desde el mismo momento en que nace, se transforma en un ámbito de dura pelea de estrategias.
Esto ocurre sobre unas líneas de fuerza similares en términos generales a las que se vivieron en Latinoamérica la década pasada: democratismo, muy poca sensibilidad hacia el movimiento obrero, cierto rechazo o desconfianza hacia la izquierda militante y la forma-partido, un retrógrado método de “consenso” para tomar decisiones (en vez de votaciones por mayoría, se le da un peso desproporcionado a los sectores más atrasados), etcétera.
Y estos planteamientos se aplican casi punto por punto a la que fue la novedad más rutilante de la ola mundial de “indignación” en la segunda mitad de 2011: el movimiento Ocuppy Wall Street.
En cualquier caso, la novedad del surgimiento de un movimiento de lucha en EE.UU. debe ser destacada sobre el contraste del retraso de este país como subproducto de la tremenda derrota de su movimiento de masas en los años 80. Al parecer, amén de la generación joven trabajadora y estudiantil, también son parte de él diversas expresiones de izquierda, viejos militantes y ciertos sectores sindicales; desde adhesiones más o menos “testimoniales” de grandes gremios al involucramiento mucho más activo de seccionales independientes de la burocracia en las distintas regiones.
Precisamente, no ha sido casual que el movimiento expresara un cierto desborde por izquierda al gobierno de Obama, quien asumió fagocitando inicialmente todo el descontento que había ante la crisis y el gobierno de Bush. Si la situación del movimiento no está clara en estos momentos, en todo caso, tuvo el gran mérito de opacar al movimiento reaccionario y ultraconservador del Tea Party, por lo menos en el último período.
En todo caso, una crisis que no termina, sumado al carácter conservador del propio Obama, detonaron el surgimiento de este movimiento que, independientemente de no tener un claro norte político, constituye sin lugar a dudas un paso inmensamente progresivo más allá de sus límites.
Como en el caso europeo, esta definición plantea de todos modos un terreno de disputa. El ala izquierda del Partido Demócrata está tomando medidas para cooptarlo, como han hecho históricamente los demócratas con todo movimiento progresivo en su país.
Esa disputa planteará lo que quedó pendiente en sus primeros y dinámicos momentos: su extensión hacia el movimiento obrero y mantener y reafirmar su carácter independiente; tales serían algunos de los trazos gruesos de una estrategia a desenvolver para avanzar en su maduración hacia un verdadero movimiento de lucha transformador.
Del mundo árabe a Europa y de Europa a EE.UU., en Sudamérica se debe destacar el movimiento estudiantil en Chile y el despertar de este movimiento en Colombia, sin olvidar los persistentes brotes de durísima lucha universitaria en Brasil y cuya expresión más avanzada es la histórica pelea de los estudiantes de la Universidad de San Pablo.
Esta renovada actividad del movimiento estudiantil destaca otra de las aristas del actual ciclo de rebelión popular, ya que parece estar viviendo una suerte de despertar en varios lugares del globo.
Por último, pero no menos importante, destaquemos un proceso que podría tener mayores alcances “histórico-universales”: las huelgas obreras y manifestaciones de masas populares y campesinas en China. Marcan los primeros pasos, muy iniciales todavía, de la puesta en pie de un gigante, y de seguir madurando y avanzando en su experiencia, de superar su carácter incipiente y la dificultad para acumular experiencias, haría por sí solo temblar al mundo.
Muchos analistas subrayan esto, como los editores del China Labour Bulletin. Sostienen que sin ninguna duda el movimiento obrero chino se está poniendo de pie. Y que precisamente lo más difícil es lograr una acumulación de experiencias, en circunstancias en que el sindicato oficial, las empresas y las autoridades del PCCH hacen mil y un esfuerzos para que, pasadas esas peleas, el activismo quede fuera de los lugares de trabajo.
En definitiva: una crisis económica internacional que no se resuelve, sumada al surgimiento de las luchas que acabamos de reseñar, han inaugurando un nuevo ciclo mundial de rebeliones populares con esos contornos, esos alcances y esos límites. Un ciclo que debe abordarse con la estrategia de transformar esas rebeliones populares en revoluciones con centralidad obrera y socialista.
3. Los casos de Grecia, Egipto y China
En lo que sigue, nos detendremos someramente en algunos de los más importantes centros de la rebeldía en curso a nivel internacional. No buscamos hacer aquí una reseña de los acontecimientos, sino destacar algunos de sus rasgos significativos a modo de insumo para el análisis posterior.
La olla a presión griega
Grecia explotó a finales de 2008 simultáneamente con el comienzo de la crisis económica. El detonante fue un levantamiento juvenil contra el asesinato por parte de la policía de un joven de los suburbios. A partir de ahí, se fue generalizando el proceso de mayor ascenso de la lucha de clases en un país europeo en los últimos años.
Las cosas se dispararon rápidamente luego del recambio electoral de comienzos de 2009, tras el anuncio de que la situación fiscal griega era peor de la se había declarado. La casi inmediata aplicación de draconianas medidas de ajuste dio por tierra con las ilusiones iniciales en el gobierno socialista de Papandreu (PASOK) e hicieron escalar la rebelión popular.
Como las determinaciones económicas de la crisis griega son tratadas aparte en esta edición, sólo pretendemos aquí dar algunos “trazos” muy generales del proceso de rebelión en curso, un proceso bastante “clásico”, con centralidad de los trabajadores (aunque mayormente encuadrados por las direcciones sindicales tradicionales), acompañados por la juventud y otros sectores populares.
Para dar cuenta de esta dinámica de la lucha en Grecia en el último año, transcribiremos un informe publicado recientemente en la revista inglesa Socialism Today:
“La desesperada situación económica actual se mantiene luego de otro año de luchas titánicas de la clase obrera, incluyendo dos huelgas generales de 48 horas ocurridas durante el 2011. La determinación de las masas trabajadoras para forzar al gobierno anterior del PASOK a parar sus recortes nunca estuvo en duda. Pero no tuvieron un liderazgo igualmente determinado a infligirle una derrota al gobierno o equipado con una alternativa viable a los recortes, es decir, una perspectiva socialista y políticas socialistas.
“En noviembre pasado, el gobierno de Papademus le fue impuesto al pueblo griego por parte del FMI, la UE y el BCE (la infame troika). Un gobierno de coalición constituido por los socialdemócratas del PASOK, el partido derechista Nueva Democracia y el grupo de extrema derecha LAOS [que acaba de salir de la coalición para evitar incendiarse como subproducto del voto del último ajuste.JLR].
“Sin embargo, los partidos del gobierno tienen temor a que la imposición de más ajustes podría ser desastrosa en las elecciones de abril próximo, incluso si las postergan como muchos especulan. La izquierda, incluyendo el KKE (Partido Comunista Griego], Synaspismos (coalición de grupos de izquierda y ecologistas) y Syriza [formación de izquierda electoral integrada por grupos del trotskismo griego] están ganando apoyo, y en algunas encuestas llegando al 30%.
“La clase dominante está bajo una intensa presión desde dos lados: la clase obrera, que está resueltamente opuesta a tener que pagar la crisis; y la troika, que demanda, una y otra vez, cada vez más severos ajustes. Sin embargo, los círculos dominantes griegos son conscientes de la debilidad de las direcciones de la clase obrera, y esto les permite mantener ciertos márgenes de maniobra para llevar a cabo las brutales medidas de ajuste.
“El año 2011 vio una prueba de la fuerza entre las patronales y la clase obrera. El movimiento de ocupación en el verano (boreal) de las plazas de las ciudades fue mayormente realizado por la juventud, sin estar bajo el liderazgo de los dirigentes sindicales. Su desarrollo tuvo un importante papel en echar para atrás a la extrema derecha, que venía llevando a cabo ataques contra los inmigrantes en las semanas anteriores.
“La lucha de clases alcanzó su punto más alto en octubre, cuando la segunda huelga general de 48 horas tuvo el potencial de remover inmediatamente el altamente impopular y aislado gobierno del PASOK. Esto hubiese puesto sobre la mesa la cuestión de un gobierno alternativo basado en los intereses de la clase obrera. Había elementos revolucionarios en la situación, pero el factor ausente era un partido revolucionario con apoyo de masas que pudiera conducir la pelea exitosamente.
“Las grandes huelgas generales mostraron el poco apoyo que tenía el gobierno del PASOK. Hubo también movimientos significativos en los barrios populares. Y las conmemoraciones anuales de la Segunda Guerra Mundial se transformaron en el foco de un desafío sin precedentes a los políticos y figuras del establishment.
“Los dos mayores partidos de la izquierda, KKE y Syriza, no lideran los movimientos de masas. Se han visto más bien arrastrados por el clima militante a ponerse tras las luchas. El KKE llama al ‘poder del pueblo’ para lidiar con la crisis de la deuda soberana como ‘primera etapa’ para resolver la situación. Argumenta que ‘no hay una situación revolucionaria en Grecia’, y que, por lo tanto no es tarea del KKE pelear por un cambio de sistema y el socialismo…
“Sin embargo, la lucha de masas en octubre fue un golpe fuertísimo contra el PASOK, preparando su caída. Con un liderazgo obrero más consecuente, podría haber empujado para pelear por un gobierno representativo de los intereses de la clase obrera. En ausencia de esto, las clases dominantes de Grecia y Europa fueron capaces de imponer un nuevo gobierno procapitalista de los banqueros sobre el pueblo griego.
“No es sorprendente que luego de meses de huelgas mayores y continuadas luchas sociales, pero sin haber alcanzado sus fines, muchos trabajadores y jóvenes estén cansados. Algunos, exhaustos y pesimistas. Pero este estado de ánimo no durará mucho. Nuevas luchas están en la agenda” (“Grecia 2012: Un nuevo año de lucha”, Socialism Today 155, febrero 2012).
Efectivamente, el fin de semana del 11 y 12 de febrero, en oportunidad de la votación en el Congreso griego de un nuevo paquete de ajuste para destrabar la “ayuda” de 140.000 millones de dólares prometida por las autoridades de la Unión Europea, se vivieron los acontecimientos más radicalizados de los últimos meses.
Durísimos enfrentamientos con la policía, decenas de coches dados vuelta y edificios incendiados fue el saldo de una jornada de enfrentamientos radicalizados. Para la clase dominante griega, se trata sin dudas de una clara advertencia de que el clima social del país está llegando a un punto de no retorno, y de seguir adelante con nuevos ajustes podría saltar por los aires todo el andamiaje político del país.
Es evidente que la rebelión popular griega no ha terminado y está llamada a tener nuevos capítulos en 2012. Y, de escalar la crisis social, Grecia podría terminar declarando el default y salir del euro en medio de una revuelta popular sin precedentes.
Rebelión en Egipto y el mundo árabe
“La inspiración, sin la cual ni el movimiento 15 de Mayo [en España], ni el movimiento Occupy son concebibles es, obviamente, la ocupación de la Plaza Tahrir en El Cairo en enero-febrero del 2011. Tahrir en si misma es en parte el símbolo de un proceso revolucionario mucho más complejo pero menos visible, más militantes y más dominado por la clase obrera, en otros centros urbanos como Alejandría, Suez y Port Said” (“The crisis wears on”, Alex Callinicos, International Socialism 133, invierno 2012).
El 25 de enero del año pasado estalló la rebelión en Egipto. A partir de ese día, la Plaza Tahrir de El Cairo se transformó en un símbolo mundial de la rebeldía, constituyéndose en inspiradora directa del movimiento de los indignados en España, EE.UU. y más allá.
El levantamiento en El Cairo sucedía al que había ocurrido en los últimos meses del 2010 en Túnez, y que había derribado la dictadura de Ben Ali. En este último país, el detonante fue el grito de Mohamed Bouazizi, un joven arquitecto de 27 anos, que se inmoló en repudio a unas insoportables condiciones de vida subproducto de la barbarie capitalista de la región.
Sin embargo, Egipto ya es otra cosa: el país más populoso de todo el mundo árabe, con 80 millones de almas, centro indiscutido del extendido proceso de rebelión-revolución que se propagó a lo largo y ancho de toda la región, que se sigue desplegando en estos momentos hoy con centro en la lucha contra el régimen de Assad en Siria.
No podemos hacer aquí un resumen del proceso egipcio y menos aún del conjunto del mundo árabe, pero nos detendremos en Egipto dada su evidente importancia estratégica (ver la pintura que hace Alicia Leclerc sobre el proceso en curso en Egipto).
Desde la caída de Mubarak, el proceso ha pasado por varias etapas o “momentos” distintivos hasta llegar a la situación actual, marcada por la crisis abierta por la masacre en el estadio de Port Said.
Los actores del proceso vienen siendo, básicamente, cuatro: las FF.AA. expresadas en la SCAF (todavía con las riendas del poder), la Hermandad Musulmana (que se postula para suceder a los militares), los partidos burgueses laicos y la amplia vanguardia juvenil, estudiantil y obrera que se da cita en los movimientos animadores de la Plaza Tahrir y los nuevos sindicatos obreros independientes.
Es imposible dar cuenta en este espacio de la inconmensurable riqueza y pliegues del proceso de la rebelión egipcia. En todo caso, está fuera de duda que el actual es un proceso histórico, el más profundo desde la revolución de 1954 encabezada por Nasser. Éste conservó su prestigio hasta la derrota en la Guerra de los Seis Días con Israel (1967), a partir de la cual tuvo una rápida decadencia (Nasser se termina suicidando).
Los gobiernos que le sucedieron, de Anwar Sadat y Hosni Mubarak (del mismo partido que Nasser), reorientaron el rumbo 180 grados, pasando del nacionalismo burgués a un acuerdo estratégico con el imperialismo norteamericano, y aplicando a pie juntillas las más duras recetas neoliberales. Como parte de esto, pactaron hacia finales de la década de los años 70, un acuerdo de paz con Israel, que prácticamente sacrificaba la histórica lucha del pueblo palestino.
La derrota en la Guerra de los Seis Días y el giro proimperialista, prosionista y neoliberal que le hicieron dar al país terminaron desmoralizando las bases nacionalistas del nasserismo, que había llegado a ser un enorme movimiento de masas.
Es en ese vacío que cobraron impulso las corrientes islámicas, en primer lugar, la Hermandad Musulmana (fundada en los años 30), una corriente que supo ser agente del imperialismo yanqui cuando el mundo árabe era barrido de conjunto por la ola del nacionalismo burgués expresada por el propio Nasser.
Pero tres décadas de creciente decadencia del nacionalismo, sumado a los estragos del neoliberalismo y a la crisis de perspectiva socialista, le dieron enorme fuerza a la Hermandad y demás corrientes islámicas como el salafismo (variante extremadamente reaccionaria del islamismo egipcio, que se está fortaleciendo entre el campesinado de la región del Alto Nilo).
La Hermandad pactó con Mubarak una existencia semilegal, lo que le permitió desplegar una amplísima red de asistencialismo social entre las masas desheredadas (algo similar a lo que ocurre con Hezbollah en el sur del Líbano y con Hamas en Gaza). De ahí que no sea sorprendente su surgimiento como primera fuerza de masas, cuando las masas recién están al inicio de la búsqueda de algo distinto a los militares que gobernaron el país por más de medio siglo.
Sin embargo, la Hermandad estuvo a la retaguardia del levantamiento contra Mubarak, reflejo de sus acuerdos con él. En cambio, el levantamiento tuvo desde el inicio rasgos de independencia, de amplia base de masas, con un marcado laicismo (aunque sus componentes fuera individualmente religiosos) y con una importante participación de la mujer, la juventud y la amplia vanguardia obrera.
De ahí que en Tahrir hayan emergido como componentes movimientos como el 6 de Abril y otros, como “terceros en discordia” de la rebelión. Inclusive, todos los informes hablan del surgimiento de un amplio proceso de recomposición obrera, que a lo largo del 2011 dio varios escalones hacia adelante.
Anne Alexander, en la revista International Socialism, intenta hacer un estudio del proceso en curso y “una exploración de uno de los procesos fundamentales de la revolución: el ascenso del movimiento de la clase obrera organizada. En contraste con la perspectiva aportada por los medios más importantes (…) el desarrollo de las lucha de clases en los diez meses que van de febrero a noviembre del año pasado cambió el movimiento obrero egipcio, y en ese proceso transformó la revolución.
“Aunque el aspecto social de la revolución fue parte integral del proceso desde su comienzo, y la intervención de la clase obrera fue decisiva para la caída de Mubarak, el surgimiento de organizaciones obreras independientes en una escala no vista en Egipto en 60 años y la prueba de dichas organizaciones en acciones huelguísticas coordinadas –nuevamente en una escala no vista desde comienzo de los años 50– tiene el potencial de alterar dramáticamente la composición del movimiento revolucionario de masas.
“Las huelgas masivas de septiembre de 2011 paralizaron el gobierno y el Consejo Militar y abrieron el camino para la crisis de noviembre. Los sindicatos independientes y los comités de huelga que lideraron estas huelgas, son parte del que es probablemente ahora el más grande movimiento social en Egipto (con la posible excepción de la Hermandad Musulmana), y, ciertamente, el más grande movimiento organizado con raíces reales en la luchas cotidianas de los explotados (“El movimiento obrero egipcio y la revolución del 25 de enero”, International Socialism 133).
En todo caso, si desde el punto de vista político la Hermandad Musulmana aparece como primera fuerza política del país (y los salafistas como la segunda, obteniendo entre ambas fuerzas el 60% de los votos), al mismo tiempo ha venido madurando un componente de tipo independiente, de masas, juvenil y obrero, que aun si está más atrasado desde el punto de vista de su cristalización política es un espacio favorable para la izquierda.
Claro que aquí hay una dialéctica compleja. La experiencia con la democracia burguesa en el mundo árabe para nada está hecha; al contrario: recién está en sus inicios. Y la apelación a esa “democracia” contra la movilización desde abajo y las instancias de decisión directa de los explotados y oprimidos es, evidentemente, la receta de los militares, de las fuerzas islámicas y, por supuesto, también de las fuerzas burguesas liberales y laicas y EE.UU.
Se trata de una fórmula que, en lo inmediato, parecería estar funcionando, aunque plagada de inmensas contradicciones, como marcaron los dos últimos estallidos populares en noviembre y enero pasados.
Inevitablemente, el movimiento de masas, la clase obrera y la juventud irán haciendo su experiencia con la democracia burguesa y la Hermandad Musulmana; no hay quien se las pueda ahorrar, más todavía cuando las corrientes del marxismo revolucionario constituyen grupos muy pequeños y la tarea de pelear por el renacimiento del marxismo (luego de la doble frustración del nacionalismo burgués y del Partido Comunista), son hipotecas cuyas condiciones para levantar recién comienzan a asomar.
No hay que perder de vista que esta reconstrucción del marxismo y del socialismo revolucionario es una tarea histórica; en todo caso, la novedad es que a partir del proceso de rebelión en curso se plantean en un terreno completamente nuevo.
China: el despertar de un gigante
Entre los desarrollos más importantes de la clase obrera en los últimos años a nivel mundial están las oleadas huelguísticas en China. Las bases materiales de este fenómeno las tratamos aparte en esta edición. Lo que nos interesa aquí es dar cuenta del fenómeno de este surgimiento. Se trata nada menos que de la clase obrera hoy día más importante numéricamente a nivel mundial.
La cuestión es que en la clase obrera china, además de la evidente ampliación de su número, ha habido una observable renovación entre sus contingentes.
De la vieja clase obrera constituida alrededor del complejo industrial estatal y basada en una serie de conquistas y “seguridades” (de empleo, vivienda y alimentación), así como en su cooptación por parte del maoísmo, queda poco y nada, decisivamente golpeada con los despidos en masa de los años 1990. Si no se ha extinguido completamente, en todo caso no es el componente más dinámico en la actualidad.
Ese componente dinámico se halla, por el contrario, en el inmenso contingente de la nueva clase obrera migrante de las últimas décadas. Una clase obrera joven empleada en los polos más dinámicos de la acumulación capitalista china, sobre todo, aunque no exclusivamente, en manos de las empresas multinacionales.
Se encuentra localizada en las ciudades industriales de las costas del Pacífico chino, en condiciones de trabajo muy frágiles y soportando el uso de pasaportes internos, sin poder obtener residencia, sin poder casarse; en definitiva, sin poder dejar de ser migrantes. De ahí que no sea sorprendente que el detonante de la ola huelguística de 2010 haya sido una sucesión de suicidios en brutal repudio a estas condiciones vergonzosas de existencia.
La ola huelguística impactó, sobre todo, en empresas multinacionales. Sorprendentemente o no tanto, contó con la tolerancia de las autoridades chinas, que uno o dos años atrás habían promulgado una serie de nuevas leyes laborales más “benignas” en materia de condiciones de trabajo y contratación, las cuales de alguna manera operaron como catalizador del proceso.
Esta nueva legislación en cierto modo alentó la oleada huelguística y, al mismo tiempo, la burocracia del PCCH “toleró” este proceso, tratando de dirigirlo contra las multinacionales.
Lo que se observa, entonces, si bien todavía inicial y fragmentariamente, con dificultades para dar continuidad a la experiencia, es un proceso de acumulación de experiencias en el seno de la nueva clase obrera china, eventualmente llamado a tener enormes consecuencias históricas.
No se trata solamente de la clase obrera. Todo 2011 estuvo plagado de “incidentes de masas” en localidades del interior del país, sobre todo de base social campesina o popular, generados alrededor de un conjunto de injusticias (con base material en problemas vinculados con la propiedad de la tierra).
“Los obreros chinos han probado estar lejos de ser dóciles o ‘acomodaticios’. Un académico de Pekín estima que el número de ‘incidentes’, un eufemismo oficial para las huelgas, protestas y disturbios, fue de 180.000 en 2010 (el doble que cinco años atrás), lo que significando 483 por día.
“En 2010 hubo una ola de huelgas en las corporaciones transnacionales del sur de China, con los trabajadores arreglándoselas para obtener un importante incremento salarial. En 2011 la revuelta social tuvo componentes más complejos. Lejos de involucrar a la relativamente bien educada y bien remunerada clase obrera migrante de las subsidiarias japonesas, el vínculo común de estos ‘incidentes’ fue el estatus social en sentido amplio y la posición vulnerable de los trabajadores migrantes más en su conjunto.
“Estos conflictos no estuvieron basados en los lugares de trabajo, pero expresaron una bronca acumulada en este grupo de trabajadores superexplotados, que explotó en amplios disturbios. En junio 2011, Guangdong, el corazón del sur de China que aporta un tercio de las exportaciones del país, fue impactado por enormes y violentas protestas. En Zengcheng, tres días de disturbios y batallas callejeras explotaron luego que una vendedora embarazada de 20 años fuera maltratada por guardias de la seguridad gubernamental que intentaban impedir la venta de productos en la puerta de un supermercado. Alrededor de 10.000 personas atacaron la propiedad policial e incendiaron y dieron vuelta vehículos; debieron desplegarse 6.000 policías para poner la protesta bajo control.
“En el mismo mes, decenas de carros de asalto armados debieron desplazarse a una ciudad de la provincia de Hubei central luego de la muerte de un popular luchador anticorrupción que estaba bajo custodia policial; este hecho desató demostraciones violentas. Los trabajadores migrantes, cuyo trabajo se ha transformado en crucial para el crecimiento económico, se han transformados en la mayor fuente de inestabilidad para el gobierno” (“China capitalista y la crisis”, Jane Hardy y Adrian Budd, International Socialism133).
En suma: la generalización de los llamados “incidentes de masas” en China muestran a un gigante que se está poniendo en pie. Cuando empiece a caminar, temblará el orden capitalista en el mundo.
4. La categoría de “rebeliones”. Razones de un concepto
La variedad de formas de la rebeldía popular puestas en marcha el año pasado es, como se ha visto, de una enorme riqueza: disturbios, movilizaciones de masas, ocupación de plazas públicas, cortes de rutas, paros generales, ocupaciones de fábrica, e incluso, en los casos más extremos como en Libia (o mismo ahora en Siria), armamento popular y circunstancias de guerra civil.
Esta variedad de las formas de la acción desde abajo de amplios sectores de las masas, es lo que genéricamente ha llevado a muchos analistas y corrientes de la izquierda a caracterizar estos procesos como revoluciones. “Revoluciones políticas”, “revoluciones democráticas”, o revoluciones tout court son categorías que, si bien imprecisas, tienen el valor de destacar el brusco ingreso de las más amplias masas en la vida política y, en ese sentido, tienen toda su validez.
Sin embargo, tal contenido “polisémico” de la categoría de “revolución” puede llegar a oscurecer más que aclarar los procesos que están en curso. Lo que tiende a opacarse en una utilización tan genérica de esta categoría es la extrema desigualdad de los factores objetivos y subjetivos que recorren el proceso.
Es simplista llamar “revolución” a todo proceso emergente de lucha desde abajo que plantea algún grado de cuestionamiento al orden de cosas. Por nuestra parte, creemos que sirve más a los objetivos de la comprensión de lo que está en juego establecer una delimitación entre las categorías de rebelión popular y otra que requiere mayor madurez de los factores objetivos y, sobre todo, subjetivos, la de revolución social.
Conceptos como “revolución política” o “revolución democrática”, si bien marcan un evidente giro revolucionario en los acontecimientos de determinada región o país (a la vez que limitan sus efectos con la connotación de “política” o “democrática”), dan cuenta defectuosamente de que lo que está en curso no es todavía un proceso que haya alcanzado tal grado de madurez como para plantear la transformación social del sistema.
Porque ése es precisamente el límite de los procesos de rebelión popular extendidos mundialmente. Marcan un extraordinario despertar: un recomienzo histórico de la experiencia de los explotados y oprimidos. Pero, no sorprendentemente, la aguda inmadurez del conjunto de los factores subjetivos puestos en acción implican que el pasaje de un proceso de rebelión popular a uno de revolución social anticapitalista es todavía una experiencia histórica a ser recorrida por los explotados y oprimidos en el nuevo siglo.
Aclaremos que hablar de “rebeliones” y no de revoluciones para caracterizar los procesos de hoy no es para quitarles nada de su importancia. Lo que nos impulsa es precisar lo más exactamente posible en qué punto se está de su madurez y de las posibilidades de retorno de la revolución socialista en el nuevo siglo.
Desde ya, sería un error completo poner a priori, de manera abstracta, un techo a los procesos en curso. También sería un despropósito perder de vista que entre los procesos de rebelión popular y su eventual transformación en unos de revolución social hay siempre vasos comunicantes que hacen a la acumulación de experiencias que van adquiriendo los explotados y oprimidos, y que depende del juego de una serie de factores concretos (objetivos y sobre todo subjetivos) que esta potencial dinámica sea inhibida o no.
En todo caso, nuestra definición de un ciclo extendido internacionalmente de rebelión popular intenta mostrar justamente tanto los alcances como los límites del recomienzo de la experiencia histórica en curso; experiencia que debido al atraso de sus factores subjetivos tiene por delante dar un salto en calidad para poner a la orden del día nuevamente la actualidad de la revolución socialista en este nuevo siglo.
Cuando nos referimos al atraso de los factores subjetivos, no nos referimos a la magnitud de los enfrentamientos en curso (de hecho, hubo y hay situaciones de guerra civil en Libia y Siria), sino a aquellos factores que, como la centralidad de la clase obrera, la conciencia, los programas, los organismos de poder y el peso de las organizaciones políticas revolucionarias, marcan el surgimiento de un escenario de revolución social.
Yendo a determinaciones más concretas, hay varios elementos en los procesos en curso que muestran límites al respecto. Por ejemplo, el señalado recurso a la democracia burguesa como antídoto universal. En el mundo árabe, esto es evidente dado que se viene de la experiencia de dictaduras sanguinarias frente a las cuales el surgimiento de regímenes de democracia burguesa puede aparecer como una panacea.
Pero también es un hecho que el grado no suficientemente profundo de los procesos de radicalización en curso en los países europeos, y más aún en los EE.UU., hacen que, pese a la deslegitimación de muchas instituciones de la democracia burguesa (hecho llamado a tener las mayores consecuencias estratégicas en el futuro), todavía se impone en todos lados la salida político-electoral. Es evidente que no se logra todavía desbordar realmente a las instituciones de la democracia burguesa, y que mediante el voto se siguen operando, a pesar de todo, recambios entre los partidos del sistema.
Muy vinculado a lo anterior, está el peso que conservan las direcciones sindicales tradicionales. Hay todo tipo de desigualdades, y una cosa es Europa y EE.UU. (y dentro de Europa no es lo mismo Grecia que Francia o España, por no hablar de Alemania), y otra distinta es la situación de Egipto o Túnez, donde muchos analistas apuntan el proceso de recomposición obrera.
Pero pese a las desigualdades, en el caso griego, francés, español, italiano o inglés todavía la burocracia sindical administra (con márgenes de maniobra disímiles) la respuesta obrera de conjunto. Tome la forma de de jornadas nacionales de lucha, movilizaciones e incluso paros generales, la burocracia los dosifica de tal manera de evitar que tengan la contundencia para desatar una lucha generalizada y abiertamente revolucionaria que la desborde.
Por otra parte, la dinámica de la rebelión muestra que el momento de apogeo es, en general, subproducto de una acción más o menos espontánea de las grandes masas: estallidos de furia, disturbios, desbordes, rebeliones e incluso “semi-insurrecciones”; acciones que eventualmente hacen caer gobiernos e imponen cambios en el estado de cosas.
En su transcurso, se producen grandes enfrentamientos con las fuerzas represivas (aunque en general, salvo en los casos del mundo árabe, no llega a intervenir todavía el Ejército), y en estos enfrentamientos puede haber hasta rudimentos de organización. No obstante, de parte de los explotados y oprimidos no se llega con ningún plan sistemático (por lo que no hemos visto verdaderas insurrecciones), y, habitualmente, los manifestantes enfrentan la represión con piedras, palos, molotovs y no mucho mas. Es cierto que en Libia y Siria ha sido distinto por la maduración de elementos de guerra civil, aunque aquí lo atrasado son los factores sociales de clase y la conciencia política de los actores.
Además, en general no se han desarrollado grandes experiencias de organismos alternativos e independientes de lucha y poder de la clase obrera. Es decir, no se constituyen elementos de un poder alternativo de los explotados u oprimidos, o, cuando esto ocurre, se revelan como demasiado efímeros aún.
Asimismo, el grado de conciencia política de clase es inexistente o muy inicial; las demandas suelen ser económicas mínimas y democráticas, sin apuntar todavía en su generalidad al cuestionamiento directo a la clase capitalista y el sistema (aunque ha habido valiosos casos de ocupación obrera y puesta en marcha de la producción por los trabajadores y cooperativas). En términos generales, las corrientes y partidos socialistas revolucionarios suelen tener importante peso en la vanguardia, pero otra cosa muy distinta es que alcancen peso de masas.
Así las cosas, el actual ciclo de rebelión popular se mueve entre dos límites que no se deben perder de vista en una caracterización precisa. Por un lado, constituyen un inmenso giro respecto de la tónica de derrota dominante las décadas anteriores y un gigantesco laboratorio global de la lucha de clases. Es un hecho que se está viviendo un recomienzo histórico de la experiencia de la clase trabajadora mundial, y ésta es la gran noticia de los últimos años.
Pero, por otra parte, caracterizar estos procesos como revoluciones a secas ya es demasiado. Hacer una definición así solamente puede confundir las cosas y negar la existencia de los problemas pendientes de resolución. Por eso llamamos al actual ciclo mundial como de rebelión popular. Y, en todo caso, lo que se está poniendo en la agenda es trabajar para que se transforme en procesos de revolución socialista.
5. De la rebelión a la revolución
Dicho lo anterior, nos interesa establecer aquí algunos parámetros respecto de qué desarrollos objetivos y, sobre todo, qué maduraciones subjetivas estarían planteadas para el pasaje global del proceso en curso a uno de revolución social.
Comencemos señalando que todo proceso revolucionario supone una determinada relación dialéctica entre las masas populares, sus vanguardias y sus organizaciones de lucha y políticas.
Esta dialéctica –escenario de procesos de acción y reacción, de mutua determinación– inevitablemente está pautada por una serie de desarrollos desiguales; en todo caso, el grado de condensación que vayan alcanzando estos elementos expresará, en cada momento de su desarrollo, la determinada madurez de la experiencia de la lucha.
Un ascenso realmente de masas donde coincidan una maciza intervención de la clase obrera independiente en el centro mismo del proceso de la lucha, el desplazamiento a izquierda (y división) de partes sustanciales de las “clases medias”, la creación de organismos de lucha y, eventualmente, de poder, y la maduración de una dirección revolucionaria reconocida, en el marco de una crisis económica, política e incluso militar, con una dinámica de acciones realmente revolucionarias y divisiones en las alturas, pondría al proceso en el umbral de una revolución social.
Sin embargo, hay toda una variedad de situaciones intermedias, que son justamente los que caracterizan las experiencias concretamente determinadas. Lo que ilustra algo sabido, es decir, que rara vez nos encontramos de manera simultánea con todos los factores “clásicos” que componen una situación revolucionaria.
Teniendo presente lo anterior respecto de los procesos en curso en el mundo árabe, Grecia, España y otros países, lo que se observa, como hemos señalado, es una intervención de masas más o menos espontánea, con una todavía desigual participación de la clase obrera, un grado relativamente bajo de madurez de su conciencia política y una casi total falta de organismos de lucha y poder alternativos, por no hablar de la carencia de todo peso de masas de las organizaciones políticas revolucionarias.
En todo caso, la mediación más general hoy es la distancia entre la experiencia que recorren las masas respecto de los componentes de la amplia vanguardia. Es en esta desigualdad donde operan las organizaciones políticas y burocráticas del sistema. De ahí también el peso de la mediación electoral, única forma de existencia de la política para las masas menos avanzadas.
Precisamente, uno de los elementos más clásicos del ascenso revolucionario que aún falta es el surgimiento de un proceso de radicalización política entre las grandes masas. Esto tiene su lógica, dado que la característica ideológica distintiva de las últimas décadas no fue su “radicalidad”, sino todo lo contrario: un período posmoderno de despolitización, de orfandad de alternativas políticas, de crisis de alternativas en el sentido profundo de la palabra.
Y, ahora, cuando la experiencia de los explotados y oprimidos está en un recomienzo histórico, es imposible ahorrar a las masas el aprendizaje que deben hacer a partir de su propia experiencia.
Recordemos que a comienzos del siglo XX, cuando se procesó el período más revolucionario de la humanidad alrededor de la experiencia de la Revolución Rusa de 1917, la clase obrera europea constituía un movimiento socialista de masas que, si bien era mayoritariamente reformista, constituía un punto de partida alto a partir del cual se procesó una clásica experiencia de radicalización política revolucionaria en torno al bolchevismo.
Nadie puede saber a ciencia cierta cómo será la reemergencia de la revolución socialista en el siglo XXI. Seguramente, habrá todo tipo de combinaciones y desarrollos desiguales, aunque quizá deba primeramente pasar por nuevas experiencias del tipo Comuna de París (en las que la clase obrera sea vista en el poder, aunque más no sea episódicamente), que faciliten el surgimiento de partidos revolucionarios de masas.
Lo seguro es que el actual ciclo de rebeliones populares está creando las bases materiales para retomar la experiencia de la revolución socialista no como una abstracción o un producto de laboratorio sino como fenómeno histórico.
Porque, de profundizarse la crisis, estos dos procesos que aparecen muchas veces como en “paralelo”, los de las masas y los de la vanguardia, como líneas asíntotas que nunca se llegan a tocar, deberían tender a confluir y crear, eventualmente, mejores condiciones para el pasaje del actual ciclo de rebelión popular a uno marcado por la actualidad de la revolución socialista.
Como muestra la historia de las revoluciones, en ellas se verifica una mecánica de radicalizaciones crecientes, que también hacen al grado de maduración de la conciencia política subjetiva de las masas participantes. Lo determinante son las oscilaciones del péndulo de la lucha de clases; es decir, entre qué límites se mueve y cuál es la gradación de sus movimientos. Se establece un juego de acción y reacción: a tal impulso de una fuerza para un lado, tal grado de respuesta desde el otro. Una crisis catastrófica, una guerra (especialmente si se es derrotado) mueven el péndulo político de una manera mucho más radical que una crisis política producida por un político corrupto, por poner un ejemplo.
Aquí, desde un punto de vista casi sociológico, un elemento central que actúa siempre motorizando esos momentos de radicalización es la muerte, o más bien las muertes. El asesinato de luchadores sociales, el carácter crecientemente cruento de los enfrentamientos, conmueven a las más amplias masas y, simultáneamente, muestran una cierta pérdida del control por parte de quienes ejercen el poder.
Por otra parte, estas oscilaciones se mueven dentro de ciertos límites que dependen del marco más de conjunto estructural (económico, social y político) de la crisis. Y en la medida en que la crisis económica se hace más “catastrófica”, incluyendo enfrentamientos abiertos en el seno de la clase dominante o guerras entre estados, las condiciones objetivas en las cuales se desarrolla la experiencia de la lucha sientan bases materiales para una mucho mayor radicalización de las clases puestas en acción.
El grado de profundidad de la experiencia política de los procesos en curso puede medirse por las alternativas que están hoy día puestas sobre la mesa. Si en el caso del mundo árabe la dureza de los enfrentamientos físicos ha desbordado lo ocurrido en Latinoamérica en la última década, su grado de radicalidad política no ha traspasado el umbral latinoamericano.
De ahí, repetimos, que el remedio aplicable tanto en Latinoamérica como en el mundo árabe y en Europa para aplacar la radicalización de las masas siga siendo la democracia burguesa. Con todas las diferencias del caso, la universalidad de ese antídoto algo dice respecto de la inicial radicalidad todavía limitada de las rebeliones de hoy.
Si nos transportáramos a los años 30 del siglo pasado, veríamos que ahí la mecánica no era ya entre la rebelión y la reabsorción de la misma en la democracia capitalista, como ocurre hoy, sino entre la revolución y la contrarrevolución.
¿Cómo operaba esa mecánica? ¿Cuál era su expresión política más característica? Justamente, el hundimiento de la democracia burguesa. El marco era de una polarización política donde las fuerzas “extremistas”, de derecha y de izquierda, tendían a adquirir un peso de masas: la alternativa era o gobiernos bonapartistas (si no dictaduras abiertas como el fascismo) o la revolución social y la dictadura del proletariado.
Por una serie de razones objetivas (la crisis económica actual no es tan grave como la de los años 30, ni tampoco tan dramáticos sus desarrollos políticos) y subjetivas (no centralidad todavía de la clase obrera, ausencia de conciencia revolucionaria), actualmente las oscilaciones del péndulo no son tan drásticas: se mueve entre la rebelión y la lenta reabsorción de ésta por los mecanismos de la democracia burguesa, no entre la revolución y la contrarrevolución.
Inextricablemente ligado a esto tenemos un hecho: la clase obrera no termina de romper con “sus” organizaciones sindicales y políticas tradicionales. Está abierto un curso probablemente histórico de recomposición obrera, por ahora más “sindical” que directamente política. Pero todavía atañe a los más amplios sectores de vanguardia y no todavía a la masa de los trabajadores.
Por eso, también, definir el ciclo como de rebelión popular significa que no estamos en una dialéctica de revolución y contrarrevolución, sino más bien de una acumulación de experiencias que puede, eventualmente, ser preparatoria para ese momento.
En último análisis, por supuesto, la dinámica de la lucha de clases mundial dependerá del desarrollo de la crisis y de si ésta altera de manera irreversible el equilibrio capitalista de las últimas décadas.
En el terreno político, esto es lo que explica que desde hace décadas (Cuba, Vietnam) no se hayan vivido revoluciones anticapitalistas (mucho menos, propiamente socialistas) que hayan llegado a la expropiación de la burguesía.
La ofensiva neoliberal de las últimas décadas, la crisis de alternativas provocada por la caída del Muro de Berlín, las derrotas vividas por la clase obrera mundial en las postrimerías del siglo XX, parecieron hacer retroceder décadas la madurez política de la clase obrera mundial, amén de haberle infligido una serie de golpes estructurales.
Sin embargo, el propio desarrollo de la acumulación capitalista en el período de la mundialización y la aparición de nuevos centros del proceso de reproducción ampliada del capital, ha dado lugar al surgimiento de una nueva clase obrera, una nueva generación que comienza a hacer sus primeras armas.
En ese contexto material, el proceso de rebelión popular latinoamericano y, posteriormente, la extensión “universal” de un ciclo de rebelión popular, muestran que, desde abajo, se han puesto en cuestión las condiciones económicas y políticas de existencia.
Precisamente en eso consiste una rebelión: un cuestionamiento que no implica necesariamente una transformación estructural o una afectación de la naturaleza social del sistema, pero sí profundas reformas.
En el mundo árabe se están barriendo dictaduras, así como en Latinoamérica se barrieron gobiernos neoliberales que mantenían “relaciones carnales” con el imperialismo yanqui. A nivel de amplios sectores de vanguardia, incluso se fue más allá, poniéndose en pie experiencias que cuestionaron la propiedad privada capitalista (ocupación de fábrica) y el monopolio de la autoridad pública por parte del Estado.
Sin embargo, el marco general en el que se viene procesando la experiencia sigue siendo la democracia burguesa. Ésta y las demás instancias de mediación de las instituciones burguesas representan los diques de contención para evitar un desborde que vaya más allá. Es decir:
a) un proceso de organización independiente
b) radicalización política
c) creación de organismos de lucha de las masas
d) masificación de organizaciones de la izquierda revolucionaria
e) creación de organismos de poder (desde los organismos de lucha o no)
f) acciones revolucionarias no espontáneas sino organizadas
g) insurrecciones armadas que peleen por el poder.
Esta perspectiva, la de la revolución social, obrera y socialista, es el umbral al cual ninguna de las experiencias en curso ha llegado aún.
En la medida en que la crisis actual no sea resuelta; en la medida en que estallen algunas de las calderas que la propia crisis genera en varios países o regiones; en la medida en que el desarrollo de la crisis agigante las contradicciones entre las clases e incluso implique enfrentamientos e, incluso, guerras entre Estados; el mundo se deslizaría a la reapertura de una época de crisis, guerras y revoluciones.
A nivel político, la experiencia de una época así, como la que se vivió sobre todo en la primera mitad del siglo pasado en los países centrales, implica el desborde de la democracia burguesa: un grado de polarización política, de fortalecimiento de los extremos, como no ha se visto en las últimas décadas.
Una experiencia así es la que lleva al desborde de las instituciones existentes, a la puesta en pie de nuevas, al cuestionamiento generalizado a la propiedad privada, al armamento del pueblo en lucha, a la generalización de organismos de doble poder en las fábricas, a la construcción de fuertes partidos revolucionarios.
Este es el umbral que hay que traspasar para poner de nuevo en la agenda histórica a la revolución socialista, desde las actuales rebeliones populares a las revoluciones sociales del porvenir. Un movimiento que rompería todos los muros o diques de contención de la democracia capitalista y de las direcciones tradicionales del movimiento de masas. Es en la perspectiva de trasponer ese umbral que hay que enfocar las imprescindibles tareas preparatorias de las corrientes revolucionarias.
Por José Luis Rojo, Revista SoB 26, febrero 2012