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Francia: la crisis del Nuevo Partido Anticapitalista
Roberto Ramírez
A menos de tres años de su Congreso de Fundación en febrero de 2009, el NPA (Nouveau Parti Anticapitaliste) atraviesa una profunda crisis que amenaza su existencia misma.
Al momento de escribir este artículo, en diciembre de 2011, el NPA habría perdido entre el 70 y el 80% de los casi 10.000 “adherentes” que contabilizó en ese Congreso fundacional. Por supuesto, la nebulosa calificación de “adherente” (en vez de la más clara y definida de militante, o simpatizante) escondía en ese momento cierta “inflación” o exageración cuantitativa del NPA. Sería explicable que, al primer contratiempo, un sector de “adherentes” sin mayores compromisos y con menor claridad política, queden en el camino. Además, era un “nuevo” partido que tampoco definía claramente su carácter: si iba a ser un “partido útil a las movilizaciones” o una de esas organizaciones laxas de actividad esencialmente electoralista.
Mucho más graves que esas cifras son otros hechos que marcan aun más categóricamente las dimensiones de su crisis, como la profunda desmoralización que afecta a gran parte de la militancia que resta en sus filas, la pérdida de sectores del activismo juvenil que en parte se acercó en su momento al NPA, el haber estado como partido al margen de la movilización obrera y juvenil más importante desde el Mayo Francés de 1968 (la de octubre de 2010), o que la iniciativa política en el NPA la tenga (hasta ahora) su fuerte ala derecha, explícitamente arqueo-reformista, que está en minoría pero que bajo el nombre de Gauche Anticapitaliste actúa decididamente como una fracción pública con amplia cobertura y simpatía de los medios burgueses.
Una crisis que contrasta con la situación mundial
La crisis casi terminal de un partido que nació proclamándose hasta en su mismo nombre “anticapitalista” puede parecer incomprensible en momentos en que el capitalismo pierde aceleradamente legitimidad: cuando no sólo atraviesa una crisis histórica comparable a la Gran Depresión, sino que además está haciendo estallar protestas y rebeliones de todo tipo y tamaño en los más diversos países y regiones. ¡El NPA enfrenta una crisis que puede llegar a destruirlo, en momentos que la revista Time pone en su tapa a “The Protester” como el “Personaje del Año” a escala mundial!
Por eso es justo advertir que “en tal situación, un partido anticapitalista debería nadar realmente como un pez en el agua…”. (“Aux camarades de la position 2 du NPA”, Tendance Claire du NPA, 29-10-11) ¡Algo se debe haber hecho muy mal para que suceda lo opuesto!
Además, Francia es un país que no ha estado al margen de estos grandes estallidos de lucha. La multitudinaria protesta obrera y juvenil de octubre de 2010 no sólo puso a Francia al borde de una (verdadera) huelga general, y en una situación cercana a la de Mayo de 1968. También fue, de alguna manera, un anticipo de lo que veríamos luego en el resto del mundo en 2011 con los estallidos de rebeliones y protestas, que comenzaron en enero en el mundo árabe y luego aparecieron en los más diversos países. Pero, lamentablemente, el NPA no ha sido –por lo menos hasta ahora– el partido (o por lo menos uno de los partidos) de los “protesters” franceses, trabajadores y jóvenes.
Esto marcó un penoso contraste con el Mayo de 1968, donde la corriente política que ahora promovió la fundación del NPA jugó un papel destacado que le permitió ganar a miles de activistas.
Algunas advertencias que (lamentablemente) se cumplieron
Esta crisis por la que atraviesa el NPA, y que hace peligrar su supervivencia, no era sin embargo difícil de pronosticar.
En primer lugar, estaban los sombríos antecedentes de los anteriores ensayos, en América Latina y en Europa, de estos “partidos amplios” de carácter esencialmente electoralista, que habían terminado en fracasos políticos más o menos rotundos.
Pero lo más importante es que ya en el mismo proceso fundacional del NPA aparecían enormes contradicciones y ambigüedades no saldadas, que hacían previsibles los problemas de hoy si no se las aclaraba. Luego, la profundización de la crisis económico-social y, sobre todo, el ascenso de las movilizaciones y protestas, pusieron esas contradicciones todavía más al rojo, porque de las discusiones en el papel pasaron a la despiadada realidad de la lucha de clases.
Como decíamos, esto era bien previsible. Ya meses antes del Congreso fundacional de febrero de 2009, en el Nº 22 de esta revista, un artículo, “Mi experiencia con el NPA”, comenzaba alertando sobre estos peligros:
“En Francia, a la izquierda del PS [Parti Socialiste] y el PCF [Parti Communiste Français] se está desarrollando un fenómeno político que puede tener importancia si no se frustra, como lamentablemente ha sucedido con otras experiencias en Europa y América Latina de ‘partidos amplios’ como el Scottish Socialist Party, Rifondazione Comunista en Italia, Respect en Inglaterra o el PSoL de Brasil.” (Ramate Keita, “Mi experiencia con el NPA”, Socialismo o Barbarie 22, noviembre 2008, subrayado nuestro) Hoy, a esta lista de fracasos habría que agregar el Bloco de Esquerda de Portugal, que hasta hace poco era presentado como el único éxito de este tipo de emprendimientos políticos.
Y a continuación se advertían concretamente los peligros que ya parecían en el mismo proceso de fundación, centrados en esas contradicciones y ambigüedades que no se despejaban: “Lo del NPA es la respuesta dada por la LCR [Ligue Communiste Révolutionnaire] a un hecho de la realidad muy progresivo: el rechazo de sectores de vanguardia más o menos amplios, principalmente juveniles, de trabajadores y estudiantes, al PS, el PCF y corrientes menores que años atrás formaron parte de los lamentables y traidores gobiernos de ‘izquierda’” (cit.).
Pero los problemas y contradicciones comenzaban a aflorar ya en 2008, el año de gestación del NPA. Éstas eran las “experiencias de las reuniones de constitución del NPA” meses antes de su fundación:
“Un tema recurrente fue la inquietud de muchos asistentes que temían que el NPA fuera simplemente una táctica electoralista de la LCR, que tendría como objetivo principal ampliar su alcance electoral, visto el desfase entre la popularidad creciente de su candidato Olivier Besancenot y la debilidad del partido.
“Los dirigentes respondieron que el objetivo no era electoral sino crear un instrumento de lucha, ‘un partido de masas’ para luchar contra el capitalismo. Esto también está expresado en el ‘Llamamiento’ [‘Adresse du XVIIème congrès’] con el cual la LCR convocó en enero de 2008 a constituir el NPA. Sin embargo, como veremos luego, esta ‘inquietud’ de muchos asistentes estaba plenamente justificada…” (“Mi experiencia…”, cit.)
Recordemos que, efectivamente, en ese “Adresse du XVIIème congrès” con que la LCR llamó a fundar el NPA, se decía lo siguiente:
“En los últimos años se han expresado el descontento, la revuelta, una nueva voluntad de resistir. La esperanza viene de las grandes movilizaciones, las luchas de los asalariados/as, de la juventud estudiantil o de los barrios populares, de las luchas de los ‘sin’… Pero ellas resultan frecuentemente infructuosas cuando un sindicalismo de acompañamiento anula al sindicalismo de lucha de clases y de transformación social.
“Falta cruelmente una herramienta que ayude a la convergencia de las luchas en movimiento de conjunto capaz de hacer recular al poder y cambiar las relaciones de fuerza… Somos muchas y muchos los que queremos hacer esa herramienta: un partido útil a las movilizaciones de hoy. Un partido para preparar un cambio radical, revolucionario de la sociedad; es decir, el fin del capitalismo, de la propiedad privada de los principales medios de producción, del pillaje del planeta y de la destrucción de la naturaleza” (“Adresse du XVIIème congrès”, enero 2008).
¡En la convocatoria inicial de fundación del el NPA no existía siquiera la palabra “elecciones”! Todo estaba dirigido, en primer lugar, “a la juventud que responde ‘¡resistencia!’..”, “a los militantes asociativos y sindicales que actúan diariamente en los barrios y empresas…”, etc.
A ellos se les decía: “Démonos un partido que se apropie de las experiencias de las lucha de ayer y de hoy, obreras, altermundistas, internacionalistas, ecologistas, feministas, antiracistas. Un partido en lucha contra la explotación y contra todas las opresiones…” (“Adresse..”, cit.).
Pero ya entre ese “Llamamiento” fundacional de enero de 2008 y la conformación final del nuevo partido, “los colores del NPA fueron virando del rojo al rosa pálido…” (“Mi experiencia…”, cit.) En concreto, todo fue orientándose alrededor de las elecciones, en primer lugar las del Parlamento Europeo de 2009:
Advertíamos entonces: “El gran problema es que el curso real de la construcción del NPA no está yendo en ese sentido [“ayudar a la convergencia de las luchas en un movimiento de conjunto”]. Su eje no es el de agrupar políticamente a la vanguardia de las luchas juveniles y obreras, con un programa de acción en ese sentido, sino casi exclusivamente a juntar gente y fuerzas con vistas a las grandes maniobras electorales que se avecinan en el 2009 y después” (“Mi experiencia…”, cit.).
El NPA entre la reforma y la revolución
La ambigüedad que señalamos inicialmente y que presidió en nacimiento del NPA (y que finalmente acabó estallando) puede sintetizarse así: ¿partido anticapitalista que sea una “herramienta para las luchas”, por “un cambio radical, revolucionario de la sociedad; es decir, el fin del capitalismo, de la propiedad privada de los principales medios de producción”? ¿O partido antineoliberal para reformar la actual configuración del capitalismo, dedicado exclusivamente a la actividad electoral como “camarada de ruta”-competidor del PG (Parti de Gauche) y el PCF?
Por supuesto, lo nefasto no fue ni es la participación del NPA en las elecciones, una actividad de agitación y propaganda absolutamente irrenunciable en la presente situación política de Francia. Lo desastroso –que sentó las bases de la crisis– se resumió, a grandes rasgos, en dos hechos.
1) El electoralismo, y no las luchas de los trabajadores y la juventud, se convirtió en la única actividad real del NPA como partido. Las promesas convocantes a “los asalariados” y a “la juventud estudiantil o de los barrios populares” quedaron en los papeles. La construcción de “una herramienta que ayude a la convergencia de las luchas en movimiento de conjunto” y de “un partido útil a las movilizaciones de hoy” fue olvidadas sin siquiera dar explicaciones.
Por supuesto, por cuenta propia, había militantes o incluso organismos del NPA que intervenían en las luchas con la política que se les ocurriese… y a menudo contradictoria. Pero la intervención del NPA como tal, como organización, se fue limitando a tardías declaraciones generales de apoyo a tal o cual lucha. Eran, de hecho, parte del propagandismo electoralista (bajo la forma de “declaraciones de Olivier Besancenot”, el principal portavoz y candidato) y no de una política para actuar en los combates del movimiento obrero y la juventud, y construirse allí como esa “herramienta que ayude a la convergencia de las luchas”.
Más bien, en varios sentidos, el NPA aparecía ante muchos activistas de las luchas como un factor de freno, retardatario, por su política de no denunciar ni combatir a los burócratas sindicales traidores, ni hacer agitación y propaganda por la huelga general… hasta que el movimiento de octubre de 2010 se le vino encima, y pasó sin que el NPA como partido tuviese intervención en él. Pero este punto de capital importancia merece un tratamiento más detallado, que desarrollaremos luego.
Como ya señalamos, en la situación política concreta de Francia, la intervención en las elecciones es una tarea necesaria que no se puede eludir bajo ningún pretexto. En ese sentido, hay que rechazar tajantemente cualquier devaneo anarco-autonomista, por más “revolucionario” que sea su ropaje.
La cuestión es con qué política se interviene en las elecciones burguesas. El NPA no intervenía en la elecciones con una política revolucionaria y de clase. Por ejemplo, las campañas electorales no fueron aprovechadas para hacer agitación y propaganda por el apoyo a los conflictos obreros –cada vez más numerosos e importantes en el ciclo 2009/2010–, por la organización de sus activistas y de la solidaridad que rompiese el cerco de silencio y aislamiento con que las burocracias sindicales los ahogaban, etc. Tampoco el NPA aprovechó las elecciones para dirigirse a la vanguardia de las luchas obreras y juveniles, para impulsar su organización independiente.
Un ejemplo particularmente grave de esto fue lo sucedido en el conflicto de la petrolera Total, una de las luchas más importantes, que se desarrolló a inicios del 2010, con gran repercusión en toda Francia. La refinería de Total de Flandres en Dunkerque era el sector más combativo y a la vez más enfrentado a la burocracia de la CGT, que estaba preparando la entrega del conflicto. Algunos dirigentes de Flandres simpatizaban con la figura de Besancenot, y reiteradamente le pidieron que viniese a dar su apoyo.
Ni Besancenot viajó ni tampoco el NPA como partido se volcó al apoyo y solidaridad con los petroleros, particularmente los de Dunkerque, que denunciaban la traición de los dirigentes de la CGT y habían llegado a la ocupación de la refinería, desbordando a los burócratas.1 Fue un conflicto que conmovió a Francia durante varias semanas, y también un prólogo del posterior estallido de octubre. Pero Besancenot y el NPA estaban al parecer muy ocupados con las elecciones regionales de marzo de 2010, con temas de campaña electoral a años luz de luchas como la de Dunkerque.
El partido que iba a ser “una herramienta para las luchas” se limitó a dos breves notas en su prensa, en las que además no se mencionaba ni la traición de los dirigentes de la CGT ni el repudio a ellos de los trabajadores de Dunkerque.
En este contexto, las campañas electorales tampoco sirvieron para hacer agitación y propaganda por la huelga general. Asimismo, las denuncias de las monumentales traiciones de burócratas de la CGT, CFDT y cía. estuvieron siempre completamente ausentes, y no sólo en el caso de Total-Dunkerque.
En resumen: las campañas electorales no fueron ni una oportunidad ni un medio para forjar esa “herramienta que ayude a la convergencia de las luchas en un movimiento de conjunto”, ni tampoco “un partido útil a las movilizaciones de hoy”.
Las campañas electorales del NPA eran una versión no mucho más “roja” que las campañas de las otras corrientes que compiten por el espacio a la izquierda del PS, como el PG y su Front de Gauche. La competencia con ellas, para ganar a votantes del PS –que pueden estar en crisis con sus dirigentes, pero que no están aún muy radicalizados–, se hacía sobre la base de no asustarlos con “gauchismes”.
Las campañas eran esencialmente mediáticas, basadas en la figura de Besancenot, y la actividad “militante” no iba más allá de la cacería territorial del voto (tal como la practican el resto de los partidos del régimen) y no de construir alguna “herramienta de lucha” en la vanguardia obrera y juvenil.
2) Otro elemento destructivo fue que este electoralismo “químicamente puro” se llevó adelante con una línea que contradecía por completo el proclamado carácter “anticapitalista” del nuevo partido. Fue la política de “perseguir a toda costa la unidad permanente con corrientes reformistas (más o menos) ‘antineoliberales’ pero de ninguna manera ‘anticapitalistas’; a saber, el PCF y escisiones del PS, como el PG (Parti de Gauche)”. (“Mi experiencia…”, cit.) Esta política frente a la llamada “izquierda radical” venía desde antes de la fundación del NPA y se fue profundizando.
De esa manera, cada elección fue precedida por meses y meses de desgastantes (y frustradas) negociaciones con esos partidos en vistas a formar un frente electoral… dejando de lado el hecho político esencial que el PG y el PCF –que hoy están unidos en el Front de Gauche (FG)2–, no tienen un miligramo de “anticapitalistas”. Son corrientes que proponen reformar el capitalismo para (supuestamente) mejorarlo: no van más allá del antineoliberalismo light estilo ATTAC-Le Monde diplomatique.
Hoy estas fuerzas políticas aparecen como “críticas” del neoliberalismo. Es decir, cuestionan el modo en que se ha conformado el capitalismo contemporáneo desde los 80. Pero de ninguna manera postulan combatirlo revolucionariamente para terminar con el presente sistema de explotación, sino darle otra configuración al capitalismo, hacer algunos cambios y retoques que supustamente lo haría más benigno para los explotados.
En el mejor de los casos, lo del Front de Gauche se trata de un reformismo utópico, que podría definirse a trazos gruesos como “neokeynesiano” o más bien, por ser corrientes francesas, como “regulacionista de izquierda”.3 Su fuerte base social son los sentimientos populares de nostalgia de los “30 gloriosos”; es decir, del boom de posguerra, cuando los capitalistas franceses y europeos, por temor a la revolución obrera, estuvieron dispuestos a dar inmensas concesiones que conformaron el “estado de bienestar social”, que en Europa occidental (y particularmente en Francia) alcanzó dimensiones aun más amplias que el “welfare” en EEUU.
Pero el otro aspecto no menos importante es que la “lucha” –por decirlo así– del PG, el PCF y su Front de Gauche por reformas que configuren otro capitalismo se desarrolla, por supuesto, dentro de canales exclusivamente electoralistas. ¡No se trata para nada de imponer reformas y concesiones impulsando la movilización de las masas trabajadoras y la juventud contra los capitalistas y su régimen político, la V República. La gran consigna de Mélenchon es “La révolution par les urnes!” (“¡Revolución por las urnas!”, ver Jean-Luc Mélenchon, “La révolution par les urnes!”, www.lepost.fr, 4-3-2009). Ése es el lema que lanzó en 2009 frente al ascenso de las luchas que desembocarían en el estallido de octubre de 2010.
¿Quiere que esto cambie? ¡No haga huelgas ni manifestaciones! ¡Vote al Front de Gauche! La “radicalidad” de esta “izquierda radical” no va más allá de eso.4 No son partidos ni frentes de lucha sino de orden, más allá de sus críticas al neoliberalismo o de tal cual cambio que prometan aplicar… si se los vota y llegan al gobierno.
Pero incluso este “antineoliberalismo” puramente electoralista, tanto del PCF como del PG, tiene dudosa credibilidad… y no sólo porque no se pone a prueba en ninguna lucha “antineoliberal” real.
En su momento, el PCF –que hoy es tan “comunista” como el PSOE de Zapatero es “obrero” y “socialista”– no tuvo escrúpulos en ocupar ministerios en los gobiernos del social-liberal PS. En cuanto al Parti de Gauche, basta recordar que su líder, Jean-Luc Mélenchon, ha sido durante décadas dirigente de ese mismo Partido Socialista, con gran variedad de altos cargos, ministeriales y parlamentarios. Además, como renegado del trotskismo, tiene una vasta experiencia en combatir al socialismo revolucionario en su propio terreno… y a veces con su propio lenguaje.5
Si el PG y el PCF convocasen a luchar por las reformas que proponen, si impulsaran en los hechos movilizaciones de los trabajadores y la juventud, entonces sería obligatorio para el NPA proponer o participar con ellos en acuerdos de unidad de acción o de frentes únicos para la lucha.
Asimismo, si en Francia apareciese un movimiento político y/o social de cierto peso que promoviese luchas reales por tales o cuales demandas y “reformas”, sería sectario no tener hacia él políticas de unidad de acción (reservándonos, por supuesto, una total independencia y libertad de crítica a sus limitaciones políticas y programáticas).
Pero ése no es el caso con el PG, el PCF y su Front de Gauche. Estas organizaciones no impulsan lucha alguna. Y un frente electoral no tiene absolutamente nada que ver con la unidad de acción para luchar.6
Votar es, más bien, lo opuesto de luchar, de movilizarse y combatir por tales o cuales reivindicaciones. Por eso el voto es una de las armas más eficaces de la burguesía para contener, desviar o aplacar las luchas. Por supuesto, este hecho no justifica el abstencionismo estéril de las corrientes anarco-autonomistas, que “resuelven” el problema dando la espalda a una pelea que nos imponen y no es posible rehuir. Pero, en cierto modo, hoy en Francia uno de los factores de la relativa calma en la lucha de clases, además de la derrota de octubre de 2010, son las ilusiones de un cambio favorable por las elecciones presidenciales de abril de 2012, que probablemente gane el Partido Socialista.
En conclusión: si se trataba de poner en pie un partido y/o un frente único de verdad anticapitalista, el PG, el PCE y su Front de Gauche no son aliados potenciales sino enemigos políticos mortales, a los que hay que combatir a muerte, tratar de destruir, de aniquilar en todos los terrenos, tanto a nivel electoral como especialmente en el movimiento obrero, juvenil y asociativo. Deberían ser los blancos de un bombardeo político permanente, porque esos partidos, gracias a la confusión entre su crítica a algunas medidas neoliberales y una verdadera lucha contra el actual sistema de explotación, son un gran obstáculo para que muchos jóvenes y trabajadores radicalizados (de verdad) lleguen a posiciones realmente anticapitalistas.
¡El PG, el PCE y su Front de Gauche son partidos del régimen, cuya tarea específica, como dijimos, es cuidar el “flanco izquierdo” del actual sistema político de la burguesía imperialista francesa!
El no haber llevado adelante una política de delimitación y combate sin piedad contra la lacra del Front de Gauche, sino de negociación (y seguidismo) permanente en relación con el PG y el PCE, tuvo gravísimas consecuencias cuando las relaciones de fuerza electorales se volvieron contra el NPA. Sembró una confusión enorme, tanto entre los adherentes del NPA como en los sectores de vanguardia amplia que lo venían votando.7
El castigo al “sectarismo” del NPA
Desde los inicios de la década pasada, el PCF se fue desgastando extraordinariamente, acompañando el desprestigio del PS, con quien integró el gobierno de la Gauche Plurielle hasta 2002. Esta doble crisis –del PS y sobre todo del PCF– dejó un “vacío electoral” a la izquierda del Partido Socialista, que ocupó parcialmente la LCR con la figura de Olivier Besancenot. Así, en las elecciones presidenciales de 2002, Besancenot logró un 4,25% de los votos contra un 3,37% del PCF. Y las presidenciales de 2007 fueron una verdadera debacle para el PCF: un 1,93% contra 4,35% del candidato de la LCR. Y también fracasaba la otra candidatura “antineoliberal”, la de José Bové, con el 1,32%. Un año después, en 2008, meses antes de la fundación del NPA, la LCR aumentaría esa performance electoral exitosa en las elecciones municipales. Pero éste sería prácticamente el último éxito en una elección nacional. Luego, con el NPA, comenzaría el descenso.
El relevo del desgastado PCF como pilar de la “izquierda radical” del régimen (y el desalojo de la LCR-NPA de ese espacio que en parte había ocupado) lo logró el Parti de Gauche de Mélenchon. El “amplio” y descafeinado NPA, partido montado con una perspectiva absolutamente electoralista, no volvió a obtener los resultados de la “sectaria” y “arqueo-izquierdista” LCR, cuyo solo nombre, “comunista” y “revolucionaria”, se supone que repelía a los electores.
Pero este contraste electoral tuvo consecuencias más graves que la simple pérdida de votos. Como el NPA puso el centro de su política (y de la actividad de su dirección y de las expectativas de sus bases, sus simpatizantes y sus votantes) en las negociaciones desesperadas de un frente electoral permanente con el PG y el PCF, fue fácil acusarlo de “sectario” por no aceptar ese frente al quedar en minoría.
Y, efectivamente, si el NPA ha perdido la delantera en los votos ante el PG y su Front de Gauche, y si además ha predicado constantemente la “unidad electoral de la izquierda radical”, ¿por qué motivo –salvo el abominable “sectarismo trotskista”– no se incorpora al Front de Gauche?
Lo del “sectarismo trostkista que divide a la izquierda radical” pasó a ser tema de una campaña en los medios burgueses, asombrosamente preocupados por la desunión en la franja que se ubica a la “izquierda” del Partido Socialista. La cosa subió de tono cuando el NPA nominó como candidato presidencial a un luchador obrero, Philippe Poutou, que dirigió un conflicto contra despidos en la Ford en 2007. A la campaña “antisectaria” se agregó el “escándalo” de postular como candidato a presidente a un “obrero sin estudios universitarios…”: tal fue el contenido de las provocaciones que debió enfrentar Poutou en los medios.
El frenesí de los medios contra el NPA –desde el “progresista” Libération hasta el conservador Le Figaro, pasando por el hoy desvaído Le Monde– se explica por la perspectiva de extirpar lo que ha sido desde 1968 un grano molesto para la burguesía francesa y su establishment político: el peso del marxismo revolucionario en sectores de la vanguardia juvenil, sindical y asociativa.
Éste no es un hecho menor, aunque se trate de corrientes políticas que sólo tienen cierta fuerza en la vanguardia, sin influencia orgánica en sectores de masas. Pero en medio de una crisis europea y mundial fenomenal, con protestas y revueltas generalizadas, se vuelven potencialmente inquietantes. Hay que tener además en cuenta la tradición histórica francesa –que está viva en la memoria de muchos jóvenes y trabajadores– de dos siglos de alzamientos revolucionarios, desde la Revolución de 1789 hasta el Mayo de 1968, pasando por 1830, 1848, la Comuna de 1871, la huelga general de 1936 e incluso la misma resistencia contra la ocupación nazi y Vichy. En ese contexto, es lógico que los medios celebren las crisis políticas de los marxistas revolucionarios y, sobre todo, que elogien a las fracciones que han dejado de ser “sectarias”, que ya no hablan de clase obrera, revolución y socialismo por ser cosas “arcaicas”, y que sostienen la unidad electoral con el sensato reformismo burgués del Front de Gauche.
Elecciones, votos y situación de la lucha de clases
Esta experiencia nos exige poner en tela de juicio esa concepción que no sólo se experimentó con el NPA en Francia, sino bajo formas muy variadas en otros países… con fracasos no menos rotundos. Es la que aludimos inicialmente de “partidos amplios” de actividad esencialmente electoralista, y que por esa vía lograrían convertirse en partidos de masas, sin que se diese un cambio revolucionario, objetivo, en la situación de la lucha de clases. Una extensa “teorización” justificativa de esta fracasada política la hizo en su momento Daniel Bensaïd (“Sur le retour de la question politico-stratégique”, www.europe-solidaire, 9-8-06). Como en muchos de sus escritos, Bensaïd combina observaciones agudas con conclusiones globales equivocadas.
El del NPA ha sido, simplemente, el último ensayo de esta fórmula mágica. Poco antes del Congreso de Fundación del NPA –como ya citamos–, recordábamos los antecedentes del SSP de Escocia, de Respect en Gran Bretaña, de Rifondazione Comunista en Italia y del PSoL de Brasil. Hubiera sido saludable que la principal corriente que impulsaba la fundación del NPA y dirigía la LCR, los compañeros de la IV Internacional mandelista, hubiesen puesto en debate los balances (negativos) de estas experiencias, en vez barrerlos bajo la alfombra.
¿Cómo es la fórmula? Se intenta –legítimamente– ganar sectores del tradicional electorado de “izquierda” (socialdemócratas, partidos comunistas, laboristas, etc.), que hoy están más o menos en crisis con sus viejas organizaciones, pero que aún no se han radicalizado sustancialmente. Entonces, se supone que se los puede ganar si nos adaptamos a ellos, corriéndonos hacia la derecha. En el caso del NPA, como observaba un artículo que antes citamos, “Olivier Besancenot tiene dos discursos: uno light para la televisión y la prensa donde se habla de ‘compartir la riqueza’, y otro un poco más radical para consumo interno en los mítines y reuniones, donde se habla de ‘revolución’, luchas de fábricas, de los trabajadores sin papeles, etc.” (“Mi experiencia…”, cit.)
Lamentablemente, estas tácticas, que parecen tan “astutas”, resultan una tontería. Lo que logran no es radicalizar a las masas trabajadoras y populares, y ampliar las grietas que aparecen en sus relaciones con sus partidos tradicionales de “izquierda”, sino derechizar y llevar a la crisis a las corrientes revolucionarias que aplican ese oportunismo pueril… y además alejarlas de los combates de los trabajadores y la juventud, que les darían un perfil demasiado “gauchiste”, electoralmente “incorrecto”. El oportunismo electoralista y la escasa o nula intervención militante en esas luchas están íntimamente relacionados.
No somos doctrinarios ni ultraizquierdistas. Como toda pelea, las elecciones exigen tácticas, que tienen que tener en cuenta, como un elemento importante (pero no el único ni el determinante), el nivel de conciencia política tanto de las masas trabajadoras como de los sectores amplios de la vanguardia. Pero esas tácticas no pueden implicar la negación del programa revolucionario, ni menos aún engañar a los trabajadores recitando las fábulas “simpáticas” del reformismo burgués, aunque en clave “radical”.
Para dar un ejemplo, sería un error infantil hacer campaña electoral por la “dictadura del proletariado”. Pero a los trabajadores y a la juventud de Europa hay que decirles con total claridad que sólo su propio poder puede solucionar la catástrofe social que enfrentan, y que no pueden confiar en otra cosa que en su organización y lucha independientes para conquistarlo.
Por otra parte, los trucos político-electorales de hacer discursos color “rosa pálido” para ganar votos son de muy corto alcance.
En primer lugar, la gente suele preferir el original y no la copia. Para votar “rosa pálido”, los electores ya tienen suficientes partidos y candidatos auténticamente rosados y en variedad de matices. ¡Hay para todos los gustos! Son las organizaciones plenamente integradas al régimen burgués, desde el Partido Socialista hasta las corrientes que trabajan de “antineoliberales”, como el Front de Gauche, el PCF, los écolos, etc. ¡Son rosados legítimos y no imitaciones dudosas!
Pero lo decisivo es que si no hay un cambio radical objetivo de la situación de la lucha de clases, es la burguesía la que suele tener finalmente la “ultima palabra” en las maniobras político-electorales. Así, en Francia, para llenar el vacío electoral que dejó a su izquierda el desprestigio del PS y el PCF después del gobierno de la Gauche Plurielle (vacío que en parte inicialmente lo ocupó la LCR con Besancenot), la burguesía y sus medios promovieron, primero, a Cohn Bendit –el renegado de Mayo del 68–, y luego, a Mélenchon y su Parti de Gauche. Los inflaron en los medios, y los votos caídos del PS se fueron finalmente por esas “colectoras” o a la abstención. Al NPA, finalmente, le llegó poco o nada de ellos.
De todos modos, la cuestión de fondo no son esas maniobras mediático-electorales del poder. Lo decisivo es que la radicalización política de las masas trabajadoras y populares tiene que ver con procesos complejos, objetivos, que no se saldan con discursos electorales oportunistas ni candidatos “mediáticos” como Heloisa Helena en Brasil, Galloway con Respect en el Reino Unido u Olivier Besancenot en Francia (personajes que además han terminado generalmente entrando en crisis y/o poniendo rumbo a la derecha, lo que ha sido un golpe adicional y muy duro para los partidos y coaliciones que encabezaban).
En Europa y en todo el mundo, la crisis mundial ha abierto una oportunidad histórica para recuperar la conciencia anticapitalista y socialista de las masas trabajadoras. Esta conciencia anticapitalista y socialista quedó gravemente herida en el siglo XX por los resultados desastrosos de las experiencias de la ex Unión Soviética, China, etc. –presentadas como el “fracaso del socialismo”–, y por el simultáneo triunfo de la contrarreforma neoliberal.
Ahora, el actual “fracaso del capitalismo” ha abierto la posibilidad de revertir esto, pero en un proceso que lógicamente se desarrollará con grandes desigualdades y que no será “automático”… ni menos de un día para el otro. Y, dentro de esto, el voto ha sido siempre lo más atrasado y lo más difícil de conquistar para los revolucionarios. Es relativamente más “fácil” para los revolucionarios lograr ponerse al frente de luchas obreras, juveniles y populares –y construir allí sus organizaciones ganando a los activistas de esas luchas– que lograr montañas de votos, sobre todo si no hay todavía, objetivamente, una radicalización política profunda de sectores de masas.8
Para lograr eso, para que existan condiciones donde se desarrolle una verdadera radicalización política de las masas obreras, estudiantiles y populares, es imprescindible también, principalmente, un salto en las luchas. Es decir, una radicalización y generalización de éstas.
Radicalización política y radicalización de las luchas no son lo mismo. Por supuesto, esto no implica que siempre, mecánicamente, un gran auge de las luchas vaya a generar automáticamente y por sí mismo una radicalización política. El ascenso de las luchas es una condición necesaria, no exclusiva ni suficiente. Pero la primera, la radicalización política, es difícil que se dé sin la “materialidad” de la segunda, la radicalización de las luchas, y sin que la clase trabajadora aparezca como una referencia política-social en los hechos. A esto aún no se ha llegado, aunque ha habido importantes conflictos obreros y estudiantiles que prefiguran esa posibilidad. Y Francia ha sido uno de los países más avanzados de Europa en ese sentido.
Dicho de otro modo: nunca la radicalización política de las masas se ha dado “en frío” (a través de procesos meramente electorales), sino como parte de un cambio profundo, trascendental en las relaciones políticas entre las clases, fogoneado por grandes y durísimas luchas y acontecimientos enormes (rebeliones de masas, violentos estallidos sociales, crisis, guerras, etc.)
Hoy está abierta esa perspectiva, debido a la gravedad de la crisis y sobre todo porque la burguesía europea, casi por unanimidad, está decidida a “solucionarla” liquidando los restos (importantes en muchos países) del “estado de bienestar”, reventando a la clase trabajadora y hundiendo en el desempleo y la miseria a toda una generación de jóvenes.
¡Esa es la perspectiva, insistimos! Pero, al mismo tiempo, debemos decir con claridad que estamos apenas en el primer tramo, en la antesala de ese cambio histórico, que especialmente en Europa occidental significa un cambio profundo de las relaciones entre las clases establecidas en la posguerra.9
Y en el terreno que es siempre lo más atrasado, las elecciones, todavía el péndulo político sigue oscilando en el arco limitado de centro-derecha/centro-izquierda, movido principalmente por el engañoso mecanismo del “voto castigo” al gobierno de turno. En España, esto favoreció a la “derecha”, el PP, y en Francia seguramente favorecerá a la “izquierda”, el PS… resultados que difícilmente marquen un cambio de rumbo cualitativo en relación con sus predecesores.
Incongruencias verdaderamente “radicales”
Lo que más sorprende de todo esto es la completa incongruencia entre las caracterizaciones de la situación europea y mundial de la corriente que dirigía la LCR e impulsó la formación del NPA –la IV Internacional mandelista– y la política de “construir partidos anticapitalistas de masas”… por vía electoral (ver Léon Crémieux, François Sabado, “Pour un débat stratégique dans le NPA”, europe-solidaire.org, 14-4-11). Esa orientación política –construir partidos anticapitalistas (nada menos que) de masas– no se corresponde en nada con sus análisis ultrapesimistas de la situación (al respecto, ver también de François Sabado “Rapport sur la situation internationale”, Comité International de la IV International, NPA, 22-3-11).
Esos análisis hacen una pintura negra de la situación europea, con el acostumbrado “fatalismo pesimista” que ha caracterizado a esta corriente desde la caída del Muro de Berlín y la desaparición de Ernest Mandel (que más bien se caracterizó por un “fatalismo optimista”, que tampoco tuvo consecuencias positivas). ¡Todas son y serán derrotas, presentes, pasadas… o futuras!
“Los efectos de la crisis histórica del movimiento obrero del último siglo se hacen sentir en toda circunstancia. La construcción de una conciencia socialista revolucionaria tiene necesidad de nueva experiencias para afirmarse. Hay que constatar que el nivel de las luchas actuales, incluso aunque aumente,… no tiene una dinámica política lo suficientemente fuerte para revertir los decenios de contrarreformas neoliberales ni de crear las bases de una contraofensiva global y de un nuevo proyecto socialista revolucionario” (Sabado, “Rapport…”, subrayado nuestro).
Hemos advertido que sólo estamos “en la antesala”, “en el primer tramo” de este despertar de las luchas en Europa, lo que conlleva las evidentes limitaciones políticas y de todo tipo que antes subrayamos, y que influyen profundamente en el grado aún limitado de radicalización política de las masas trabajadoras (aunque no así, por supuesto, de sectores de “vanguardia amplia”, como demuestra el surgimiento de los “indignados”).
Sin embargo, hasta ahora, aunque no se ha producido una radicalización de masas, la flecha apunta hacia arriba, no hacia abajo, lo que ratifica una nueva perspectiva histórica, de signo totalmente opuesto a los años negros de retrocesos y derrotas, y de triunfo y legitimación del capitalismo neoliberal de los 80 y 90.
El análisis marxista, materialista, no consiste en hacer “futurología” sino sopesar las tendencias, generalmente contradictorias, de la realidad, y evaluar la dinámica resultante de todo eso para encontrar “los puntos de apoyo para la acción política” (Trotsky). En ese contexto, la dinámica global de hoy es, insistimos, completamente distinta a la de los años triunfales de legitimación del capitalismo neoliberal. Desde ya, será la lucha de clases, con sus triunfos o derrotas, la que decidirá lo que finalmente saldrá de esto. Pero el terreno de esta lucha es hoy cualitativamente más favorable que hace 20 años, cuando todo venía en contra nuestro.
Los compañeros dicen otra cosa muy distinta: que, aunque aumente el nivel de las luchas, todo será inútil, ya saben que no se va a lograr nada de nada: ni frente a las “contrarreformas neoliberales”, ni para “crear las bases de una contraofensiva”, ni menos aún para un «nuevo proyecto socialista revolucionario”.
Esta futurología derrotista se condensa en una conclusión política: lo que avanza y seguirá seguramente avanzando en Europa será el fascismo, aunque, menos mal, en cámara lenta (“ralenti”) y no vertiginosamente como en la década de 1930: “En esta etapa, al contrario, al nivel político, lo que aparece más netamente, es el reforzamiento en toda Europa de las derechas autoritarias y de partidos populistas o fascistas. Lo que tenemos es una polarización de fuerzas ligada a la profundización de la crisis de civilización [concepto que puede dar para cualquier cosa] que conoce el mundo capitalista, que refuerza en esta etapa la derecha y la extrema derecha, y que pone a la defensiva el movimiento obrero en sentido amplio. Nos encontramos, desde un cierto punto de vista, en una situación política que recuerda ‘los años 30’ pero en ritmo lento. Años 30, con la crisis y el fortalecimiento (poussée) de las derechas populistas y fascistas. Se trata de un ritmo lento (ralenti) porque no es la explosividad del enfrentamiento revolución-contrarevolución fascista, como en los años 30” (“Por un debate estratégico en el NPA”, León Cremieux, Francoise Sabado, 5-4-11).
Acerca de todo esto, son válidas las observaciones críticas que se hacen en un reciente artículo de Roberto Sáenz:
“[Este proyecto político] tiene su ‘irracionalidad’: es que mientras se hacen análisis donde todas son dificultades, imposibilidades, ‘derrotas históricas’, y cero recuperación de la clase obrera, al mismo tiempo, se plantea la construcción de ‘partidos amplios anticapitalistas de masas’… A primera vista ya, en la sola definición, la cosa suena como desproporcionada: la orientación política no se corresponde en nada con los análisis.
“Se trata, en realidad, de un proyecto con rasgos voluntaristas-oportunistas evidentes. Parte de un elemento real: la crisis de la socialdemocracia y los partidos comunistas que abre –de manera todavía indeterminada– un ‘espacio’ hacia la izquierda.
“Pero el problema es que el curso de esta evolución no puede dejar de depender de los procesos reales en el terreno de la lucha de clases y de todas sus mediaciones reales, así como de la evolución de un proceso orgánico de recomposición del movimiento obrero. Si no es así, la cosa queda puramente ‘gaseosa’.
“Claro que puede haber, y hay inevitablemente, todo tipo de desarrollos desiguales. Pero la experiencia histórica siempre ha indicado que los fenómenos electorales son los más ‘lábiles’: los votos van y vienen… Siempre las conquistas más importantes en el terreno de la recomposición son las ‘orgánicas’, es decir, en el terreno de la organización de la clase obrera, sea sindical o de sus partidos y no de los votos.
“¿Cómo se podrían construir partidos –como se propuso– ‘anticapitalistas de masas’ si aún no se da un proceso de radicalización revolucionaria de las masas populares hacia la izquierda? En ausencia de esto, lo que se ha hecho es elegir el camino de diluir hasta el hartazgo los límites programáticos del partido y su estructura organizativa… ¡Son organizaciones ‘flan’ que no sirven para intervenir y orientar las luchas en ningún sentido real del término!
“La realidad es que el proceso apenas está en sus inicios y no hay aún condiciones objetivas para partidos ‘anticapitalistas de masas’. Detrás de esa quimera, lo que se termina disolviendo es la única construcción posible y necesaria en la etapa actual: fuertes y sólidas organizaciones revolucionarias de vanguardia, que podrán aspirar a ganar influencia de masas cuando las cosas se radicalicen realmente. En ausencia de esta estrategia, lo que tenemos es la crisis del NPA como proyecto electoralista” (Roberto Sáenz, “¿Crisis terminal en el NPA?”, desde París para Socialismo Barbarie, 6-6-11, www.socialismo-o-barbarie.org).
En conclusión, la diferencia entre un partido “anticapitalista” dedicado exclusivamente al electoralismo con una política oportunista y un partido revolucionario que interviene en elecciones pero cuyo centro de gravedad son las luchas del movimiento obrero y la juventud no reside en que el primero es un partido “de masas” y el otro “solamente” de vanguardia. ¡Ambos son de vanguardia… y lo seguirán siendo mientras no se produzca un salto cualitativo, objetivo, en los niveles de luchas obreras y sociales, y de radicalización política de las masas!
En verdad, la diferencia entre ambos partidos es parecida a la diferencia en física entre el estado gaseoso y el estado sólido de agregación de la materia. Los votos van y vienen. Suelen ser gone with the wind, “lo que el viento se llevó”. A la primera ráfaga de vientos políticos cuya dirección no manejamos, se dispersan. Por eso, los partidos electoralistas se desinflan como un globo pinchado en cuanto les va mal en las urnas.
Un partido revolucionario, sólido y militante, que gane a sectores importantes de la vanguardia, tendrá así en sus manos una fuerza real, una palanca material, para disputar los sectores de masas que eventualmente se radicalicen y salgan del estrecho vaivén centroderecha-centroizquierda.
A eso se agrega que sin un sólido partido revolucionario implantado en la vanguardia de las luchas, un ascenso de las movilizaciones obreras y juveniles acompañado de una radicalización política puede ir a parar en cualquier cosa. No está escrito en los astros que venga a nuestro campo revolucionario. Puede alimentar, por ejemplo, a las estériles corrientes autonomistas y “anarco-posmodernas” o a los recambios “radicales” del reformismo burgués, estilo PG. Algo de eso ya se vio durante las grandes luchas de 2009 y 2010, cuando simultáneamente el NPA se hundía en la crisis.
Cada vez menos votos, mientras el NPA queda al margen de las grandes luchas obreras y de la juventud
La crisis larvada que venía arrastrando el NPA prácticamente desde su fundación en febrero de 2009 estalló abiertamente en marzo de 2010, con los resultados de las elecciones regionales.
En ellas, al NPA sufrió el peor golpe que puede experimentar una organización que no se dedica a militar en las luchas obreras, estudiantiles y populares ni a construir un partido “lutte de classe”, sino a hacer propaganda electoral los 365 días del año, incluso cuando no hay elecciones a la vista. ¡En efecto, para un partido esencialmente electoralista, no hay nada peor que sacar pocos votos!
El NPA, en la primera vuelta de esas elecciones regionales de marzo, obtuvo un 2,25%. Fue un claro descenso en relación con el 4,88% que había logrado en las elecciones al Parlamento europeo de junio de 2009 y también respecto del 4,35% que en 2007 obtuvo la candidatura presidencial de Olivier Besancenot como postulante de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria), fundadora del NPA y a las elecciones
Este 2,25% no era una votación insignificante para un partido de vanguardia que es visto aún como de “extrema izquierda” y para una situación política que todavía no es de radicalización política de masas. Pero ese 2,25% resultó ser una catástrofe para la orientación que presidió la fundación del NPA y, en general, para la estrategia de “partidos amplios anticapitalistas de masas”, que iban a ganar a esos sectores de masas por vía electoral.
En tren de adaptarse y desarrollar esa orientación electoralista, el NPA fue diluyendo cada vez más su política y su programa, y su actividad quedó reducida a la de campaña electoral permanente. Pero, como era previsible, tomar por ese camino para llegar a ser un “partido de masas” no produjo la soñada montaña de votos.
Pero eso no fue lo peor. La crisis del NPA expresó un doble fracaso. Por un lado, el del electoralismo sin votos, que señalamos. Por el otro, la frustración de un proyecto que se dice “anticapitalista”, pero que, al centrarse exclusivamente en el electoralismo, no contribuyó a impulsar ninguna lucha anticapitalista, en primer lugar, las del movimiento obrero. En la lucha de septiembre/octubre de 2010 –posiblemente la más importante desde el Mayo de 1968–, el NPA, como partido, no tuvo intervención alguna. Eso lo fue divorciando de los activistas obreros y estudiantiles, es decir, de la vanguardia de las luchas, en la que un sector había visto inicialmente con simpatía al NPA.
Esto no significa, como ya dijimos, que algunos sectores de miembros del NPA, individualmente o en grupos, no intervengan en luchas. Pero lo hacen por cuenta propia. La “actividad” del NPA como organización se reduce casi siempre a sacar alguna inofensiva “declaración de apoyo” de Besancenot (o ahora del actual candidato presidencial, Poutou). Es decir, se reduce al puro propagandismo, con el ojo puesto en los réditos electorales de esas declaraciones. Como partido, no actúa en las luchas obreras y estudiantiles como una organización militante y de combate.
El saldo ha sido, por un lado, que el NPA no ganó millones de votos; y que, por otro lado, perdió simpatía e implantación en la vanguardia de las luchas obreras y juveniles, parte de la cual había tenido expectativas en la fundación del NPA.
Para ver más de cerca este otro costado fundamental de su crisis, conviene hacer un breve recuento de las luchas obreras y juveniles de los últimos años, así como también de las posiciones del NPA frente a dos puntos cruciales: la lucha por la huelga general y la actitud ante la burocracia sindical.
El movimiento obrero francés, luchas, huelga general, burocracia, recomposición y desbordes
Desde hace años, en los medios burgueses europeos se oyen quejas acerca de la “excepcionalidad francesa”,10 en el sentido del mal hábito de responder con huelgas, manifestaciones, ocupaciones, bloqueos y otras formas de protesta a medidas de los gobiernos y las patronales que en el resto de Europa la gente aceptaría mansamente. La presente crisis económica, que ha generado luchas como las de Grecia o la aparición de los indignados en España, ha ido desdibujado estas diferencias. Sin embargo, es verdad que la clase trabajadora y la juventud francesas fueron pioneras en oponerse, ya desde mucho antes del estallido de la actual crisis, a las diversas medidas con que el capitalismo francés y sus gobiernos de derecha e “izquierda” venían socavando las conquistas del “estado de bienestar”.
Efectivamente, ya en noviembre/diciembre de 1995, cuando en Europa y casi todo el resto del mundo reinaba la “paz del cementerio” neoliberal, un sector de la clase trabajadora francesa, encabezado por los ferroviarios y acompañado de otras ramas de trabajadores y algunas franjas de la población, inicia movimientos que desbordan parcialmente el control de las burocracias, especialmente de la CFDT.
Gracias a la posición clave de los ferroviarios, el movimiento de 1995 contra el “plan Juppé” de recortes de diversas conquistas, sin llegar a ser una huelga general por tiempo indeterminado (grève générale reconductible), produjo serias perturbaciones en el funcionamiento “normal” del capitalismo francés, especialmente en algunas regiones.
Pero lo más interesante es que en este gran movimiento comenzaron a manifestarse, aunque fragmentariamente, las tendencias por abajo a sacudirse el control de los aparatos burocráticos de las centrales y, al mismo tiempo, a desarrollar formas asamblearias y de autoorganización, que desbordaban no sólo las fronteras de cada sindicato sino también el aislamiento corporativo de cada lugar de trabajo. Así, comenzaron a verse asambleas donde participaba todo el que estuviese en lucha.
En los 15 años transcurridos desde 1995, con grandes altibajos, se alternaron períodos de calma y otros de pelea, con triunfos y derrotas, pero en una línea ascendente de conflictividad, que desembocaría en el movimiento de octubre de 2010.
Un rasgo notable dentro de este proceso es que esta conflictividad social no se ha reducido al movimiento obrero stricto sensu, sino que se ha extendido a otros sectores, como la juventud estudiantil liceísta y universitaria. Aquí se ha presentado la importante y novedosa particularidad de una cierta “proletarización” de sus demandas. Así, el mayor de los movimientos juveniles –el de la lucha contra el CPE (Contrat Première Embauche, Contrato Primer Empleo) de 2006– no tenía por eje reivindicaciones en relación a la enseñanza, el funcionamiento de liceos y universidades, etc., sino el problema de las condiciones de empleo como futuros trabajadores asalariados.11 Asimismo, en el movimiento de octubre de 2010, donde la participación juvenil fue masiva, lo que estuvo centralmente en juego fue el ataque del gobierno al sistema de retiro (jubilación) de los trabajadores.
En estos años de luchas discontinuas –pero especialmente desde 2007, en que el gobierno conservador de Sarkozy, las patronales y la crisis económica acentúan los golpes a los trabajadores–, se han planteado objetivamente a la clase trabajadora dos o tres problemas cruciales, estratégicos, que están íntimamente ligados.
El primero es cómo dar una respuesta unida, de conjunto, a un ataque que también es de conjunto, donde gobierno y patronal actúan coordinadamente contra los trabajadores. Por eso, desde hace mucho tiempo, la consigna “tous ensemble!” (“¡todos juntos!”) se fue transformando en una de más coreadas en las movilizaciones obreras, juveniles y populares.
Sin embargo, el “tous ensemble!” es una mera expresión de deseos, una formalidad vacía como el “amén” de los católicos, si no se la concreta en medidas de lucha de carne y hueso, como la huelga general indefinida (grève générale reconductible), las ocupaciones de fábricas y empresas, la lucha de conjunto con otros sectores populares, en primer lugar la juventud, etc.
Pero esto exige, ante todo una profunda recomposición-reconstrucción del propio movimiento obrero, cuyas actuales centrales sindicales no sólo están conducidas por burócratas que no saben más que capitular y traicionar; los sindicatos, además, sólo organizan a una minoría, quedando excluidas las masas de trabajadores precarios y de jóvenes, así como los desempleados.
Las líneas generales de esta recomposición no hay necesidad de inventarlas en ningún laboratorio. Ya la misma clase trabajadora y los activistas, en las grandes luchas, especialmente en las jornadas de octubre de 2010, las esbozaron, como por ejemplo las asambleas interprofesionales, que reúnen a todos los que luchan (afiliados o no a los sindicatos), y donde también quedan borradas las burocráticas y artificiales fronteras entre los distintos sindicatos.
Pero nada de esto puede lograrse sin una guerra a muerte contra las burocracias de la CGT, CFDT, FO, FSU, etc. Bajo la fase neoliberal del capitalismo mundial, los burócratas sindicales franceses han seguido el mismo curso degenerativo de sus colegas del resto de Europa y el mundo. Han avanzado cualitativamente en la tendencia ya advertida por Trotsky de estatización e integración al poder capitalista, tanto estatal como corporativo.
Décadas atrás, algunas burocracias sindicales, aunque no pretendían cuestionar el orden social capitalista, por lo menos eran “reformistas”, en el sentido de que defendían corporativamente tales o cuales conquistas. Pero bajo el capitalismo neoliberal los burócratas han ido más allá. En el sector privado, muchos han pasado en los hechos a ser parte de la administración de “recursos humanos” de las corporaciones, y en el Estado se ha desarrollado también su integración a la “gestión”. Como resume un estudio al respecto sobre el caso de Francia, los dirigentes sindicales se han convertido en “fonctionnaires du social” (“funcionarios de lo social”), tanto en el estado como en las corporaciones (Pascal Morsu, “CGT: dans l’oeil du cyclone…”, 20-2-09, en www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 23-5-10).
Esto ha ido acompañado por “la dependencia financiera y material de los sindicatos hacia los empleadores” (D. Andolfatto & al., “Les syndicats en France”, La Documentation française, 2008, citado por Morsu, “CGT…”, cit.). En pocas palabras: los burócratas sindicales franceses (como en muchos otros países) ya no viven principalmente de los aportes cada vez más escasos de la masa de afiliados, sino de las subvenciones del Estado y las dádivas patronales, amén de los negocios que desarrollan por cuenta propia. Ésa es la base material de la pérdida cualitativamente mayor de independencia de las burocracias (supuestamente) “obreras” respecto del poder político y las corporaciones, en la actual fase neoliberal.
En especial en la alta burocracia, personajes como Bernard Thibault (CGT) o François Chérèque (CFDT) no se distinguen en nada de los “cadres”, los ejecutivos y altos funcionarios que administran las corporaciones y el estado de la burguesía francesa: los mismos trajes impecables de costosas marcas, los mismos peinados de haute coiffure y sobre todo el mismo lenguaje y conceptos afines. Y, en efecto, son lo que parecen: una especie particular de esos “cadres” a sueldo del gran capital.
Por eso, siempre están a la orden para negociar… y entregar y traicionar cualquier demanda y/o lucha de los trabajadores. Son los “grandes organizadores de derrotas” de la clase trabajadora francesa.
En el caso de Francia, los burócratas sindicales deben enfrentar las molestas presiones de activistas y bases que vienen dando luchas, aunque desigual y fragmentariamente. Por eso se han vuelto maestros en el arte de desarmar, dividir y traicionar. En un artículo de mediados de 2009 (“Algunos problemas de la situación francesa”, Socialismo o Barbarie periódico 153, 18-6-09), cuando ya en la caldera social subía la presión que llevaría al estallido de octubre del 2010, se describen bien las maniobras y procedimientos de estos organizadores de derrotas:
“La política de los burócratas –agrupados en la Intersyndicale de las ‘ocho centrales’ (CGT, CFDT, FO, CFE-CGC, CFTC, Unsa, FSU y Solidaires)– consiste en hacer cada tanto una ‘jornada interprofesional de manifestaciones’ (que ni siquiera implica un paro general de 24 horas), sin darle ninguna continuidad y sentándose luego a esperar que Sarkozy los llame para reanudar el ‘diálogo social’, rogándole que ‘ponga lo social en el corazón de su política económica’[¡sic!].
“Esto, por supuesto, no ha conmovido el duro ‘corazón’ de Sarko, ni ha logrado frenar los ataques a la clase trabajadora, principalmente los despidos. Los señores burócratas aplican la clásica maniobra de disponer alguna ‘medida de lucha’ para descomprimir el descontento de las bases, ganar tiempo y evitar ‘desbordes’ que podrían volverse incontrolables… visto los antecedentes nacionales.
“La primera de estas ‘jornadas’, la del 29 de enero [de 2009], fue de enormes dimensiones. Millones de trabajadores vieron en ella una oportunidad de expresar su rabia y protesta, con la esperanza de que así lograrían algo. Pero la política burocrática de no continuarla con una escalada de medidas de lucha y, sobre todo, evitando a toda costa una huelga general indefinida como la de Guadalupe y Martinica, fue vaciando estas convocatorias. La última se ha realizado, sin pena ni gloria, el pasado sábado 13 de junio, con ínfima concurrencia. Y como julio y agosto son meses de vacaciones, los burócratas ya han anunciado que hasta después de septiembre no van a mover un dedo. Mientras tanto, los despidos no se toman vacaciones.
“Junto con esta maniobra ‘global’, los burócratas mantienen cuidadosamente aislados entre sí los conflictos obreros, que muchas veces estallan desbordándolos. A pesar de ese aislamiento, es allí donde se han obtenido algunos triunfos relativos y parciales, y donde se han desarrollado métodos más avanzados y contundentes de lucha como las tomas con ‘secuestros’ de ejecutivos y patrones. Pero, incluso en los conflictos más duros y ‘exitosos’ no se ha logrado defender los puestos de trabajo, sino apenas aumentar las indemnizaciones por despidos.
“El mismo‘cordón sanitario’ de la burocracia, que aísla cada lucha, se extiende entre la clase trabajadora asalariada y las universidades, que vienen en duro enfrentamiento con el gobierno, y donde participan no sólo los estudiantes sino también profesores y funcionarios.
“Otra tarea fundamental de los burócratas de la Intersyndicale es mantener también al movimiento obrero sindicalizado estrictamente separado de la masa de trabajadores pobres y jóvenes de los barrios periféricos de París y otras ciudades, en gran parte provenientes de la inmigración de las colonias y ex colonias del imperialismo francés. ¡Aquí hay un material socialmente explosivo, con el que no conviene mezclarse!
“Tan buenos servicios prestan los burócratas que el tradicional diario conservador Le Figaro se muestra muy preocupado ante las noticias de divisiones en la Intersyndicale: ‘Unidos, los sindicatos canalizan y limitan los desbordes. Separados, es la puerta abierta a las pujas. Un escenario catastrófico que Sarkozy, que va a recibir a los Thibault, Chérèque (CFDT), Mailly (FO) y consortes, quiere evitar a toda costa, e impedir que este año septiembre sea realmente explosivo’ (Marc Landre, “Les syndicats se déchirent après l’échec de samedi”, Le Figaro, 15-6-09)”.
¡Le Figaro –el gran diario conservador de Francia– entiende mejor que muchos “revolucionarios” el profundo significado (y los peligros) de los “desbordes” obreros a las burocracias sindicales!
Pero septiembre de 2009 no fue “explosivo”, como temía Le Figaro. El “desborde” y el “escenario catastrófico” tardarían un año en llegar. Mientras tanto, esa situación fue aprovechada por los burócratas y el gobierno para un acercamiento. Esto tuvo dos caras:
Por un lado, Sarkozy toma de Thibault (CGT) la idea de convocar unos “États généraux de l’industrie”, Estados Generales de la Industria (“Industrie: Sarkozy annonce des États généraux – Le président de la République attribue cette ‘très bonne idée’ à Bernard Thibault”, Le Figaro, 4-9-09).
El burócrata responde celebrando con entusiasmo la iniciativa del gobierno y comprometiendo la participación de la CGT. Estos “États généraux de l’industrie”, reunidos a fin de año, fueron por supuesto un aquelarre de las corporaciones y el gobierno, presidido por Sarkozy, para sancionar la ofensiva antiobrera de despidos, recortes de salario y superexplotación, so pretexto de un plan para la “reindustrialización de Francia”. Por eso, algunos sindicatos de base de la CGT llegaron a protestar públicamente contra la participación allí: ¡mientras Thibault avalaba ese aquelarre patronal, sufrían una ola de despidos sin que la CGT moviese un dedo para defenderlos! (ver Syndicat CGT St.Gobain, “Lettre à Bernard Thibault”, Où va la CGT?, 7-10-09).
La otra cara de la moneda del idilio con Sarkozy es que la burocracia, con Thibault a la cabeza, se lanza contra los durísimos conflictos por despidos masivos y/o cierres que se dan en algunas fábricas, como Caterpillar y Continental, entre otras, que habían escapado a su control. Los burócratas ya no se limitan a mantenerlos aislados tras una cortina de silencio. Ahora pasan a criticarlos y atacarlos directamente, apoyando a las patronales y al gobierno.
Pero Sarkozy finalmente fue ingrato con sus colaboradores burocráticos. Los excluyó de la elaboración del paquete antiobrero más gordo: la reforma del sistema de retiro (jubilación). Esta grieta por arriba facilitaría, por abajo, el estallido de la mayor movilización y protesta obrera, juvenil y popular desde Mayo de 1968.
Ya en septiembre de 2010 comenzaba a hablarse cada vez más de huelga general “reconductible”, tanto en el movimiento obrero como en los demás sectores populares opuestos a la reforma del sistema de retiro. Es que el clima abrumador de indignación por la reforma comenzaba a crear un sentimiento de tratar de derrotar al gobierno a toda costa, en su intento de liquidar virtualmente el sistema de retiro, una de las conquistas más importantes que aún restaban de la posguerra. Una huelga general “reconductible”, en ese contexto, ponía a Sarkozy al borde del abismo y cuestionaba su permanencia en el gobierno.
Por supuesto, la Intersyndicale, encabezada por Thibault, Chérèque & Cía., a pesar de sus cortocircuitos con Sarkozy, enfrentó esta situación con su probada táctica desmovilizadora de convocar a “jornadas interprofesionales de manifestaciones”, que ni siquiera implican un paro de 24 horas y no son parte de ningún plan de lucha de medidas crecientes. Pero esta vez a los “organizadores de derrotas” se les hizo cuesta arriba.
A diferencia del 2009, impulsados por el clima general y profundizado de rabia contra el gobierno, los paros y movilizaciones comenzaron a desbordar peligrosamente el control burocrático de las centrales. Mientras en las calles se sucedían las protestas, a la que se habían incorporado cientos de miles de jóvenes, el fantasma de la huelga general reconductible comenzó a tomar cuerpo.
Desde mediados de octubre, trabajadores del transporte (metro y ferrocarriles), químicos, energía, etc., comenzaron huelgas “reconductibles”. Y la huelga indefinida de estos sectores clave comenzó a paralizar el país, convulsionado además por manifestaciones, piquetes, bloqueos de puntos clave como los aeropuertos, etc.
Simultáneamente, alrededor de los lugares en lucha, aparecían nuevos organismos, las “asambleas interprofesionales” por ciudad o barrio. Nuestra corresponsal describía así esto:
“Los trabajadores han montado asambleas interprofesionales por ciudad o barrio. Quizá lleguen a formarlas por región, podrían llegar hasta una gran asamblea nacional de trabajadores. ¿Cómo se forman las ‘interprofesionales’? Generalmente la gente comienza a reunirse en torno a un sector de punta en la lucha, por ejemplo los trabajadores de las refinerías, o de las estaciones de ferrocarril… De esta manera han venido desbordando a la burocracia sindical, que se ha visto obligada a llamar a otras jornadas de manifestaciones, pero cuidándose de no convocar a la huelga general indefinida, ‘reconductible’.” (“¿Adónde va Francia?”, Socialismo o Barbarie periódico, 23-10-10)
Uno de estos “sectores de punta en lucha”, alrededor de los cuales se daba ese agrupamiento, fue la estación ferroviaria Saint Lazare de París, la segunda de Francia y la tercera de Europa, cuya paralización tiene obviamente graves consecuencias nacionales e internacionales. Esto pasaba allí:
“Después de asistir, en estos días, a una asamblea de los ferroviarios de la estación Saint Lazare, puedo muy bien imaginar a la clase obrera francesa tomando el poder y dirigiendo el país. Cada uno tomaba la palabra tranquilamente y con confianza. Hablaban los obreros de base de todos los sindicatos de la estación, de la CGT, Sud, FO, CFDT, Unsa. Sin ninguna agresividad y seguros de sí mismos, votaron por unanimidad la continuación de la huelga. Además votaron la constitución de un comité de organización de la huelga formado por trabajadores sindicalizados y no sindicalizados, una tradición que viene de las luchas de 1995.
“Algunos viejos trabajadores de la CGT se opusieron, pero eran una pequeña minoría. Los votos los contaba un trabajador que tocaba a cada votante para que bajara el brazo. Antes habían hablado en la asamblea maestros, estudiantes universitarios, liceístas y carteros que apoyaron a los huelguistas y que trataban de que en sus frentes de trabajo se votara también otro día de huelga. Al final, todos aplaudieron y cantaron La Internacional, con el puño en alto… Esta es una escena que se repite en muchos lugares desde hace dos semanas” (“¿Adónde va Francia?”, cit.)
Los huelgas y bloqueos en los ferrocarriles, en refinerías como la de Grandpuits y en otros sectores claves, sumados a las movilizaciones en las calles, llevaron durante unos días a una semiparalización. Francia estuvo cerca de la huelga general indefinida que hubiese puesto en cuestión la continuidad de Sarkozy y planteara el punto de quién mandaba en Francia… pero no se llegó a ella. Sectores fundamentales de la industria, como el automóvil, comenzaron a agitarse pero no entraron a tiempo en paro. Asimismo, las “inter-pro” no alcanzaron a extenderse localmente lo suficiente, incluyendo otras empresas y a más sectores juveniles y populares movilizados, ni tampoco a centralizarse a escala nacional. Pero no por eso el movimiento de 2010 fue menos importante: esbozó claramente las potencialidades que yacen en la movilización del movimiento obrero junto con las masas juveniles y populares.
Fueron las burocracias de las centrales –y no el debilitado Sarkozy, cuyos intentos de represión resultaron contraproducentes– el factor principal que logró dar marchar atrás y desmovilizar. Encabezados por Thibault y Chérèque, los burócratas se plantaron en el bloqueo a la huelga general reconductible y la hostilidad a los paros por abajo que escapaban a su control. La CGT, una central millonaria, no aportó además un solo euro a los establecimientos en lucha.
Sería largo enumerar las maniobras de la burocracia, como por ejemplo la de apelar a los sectores más atrasados contra los de vanguardia que ya habían salido a luchar. Thibault escribe una carta abierta llamando a que “decidan” si paran o no, frente a las declaraciones de huelga de algunos sindicatos. ¡Este burócrata recalcitrante, que acababa de colaborar con Sarkozy en los “États généraux de l’industrie”, un circo antiobrero cuestionado por organizaciones de base de la misma CGT, ahora invocaba la “democracia”… para romper los paros que se iniciaban! Otro argumento para desmovilizar agitado por los burócratas fue el de “no perder salarios poniéndose en huelga”! ¡Cómo si no estuviesen en juego casi un siglo de conquistas de la clase trabajadora francesa!
También se promovieron las ilusiones electorales. Un vocero de la CGT –Eric Aubin, encargado de los retirados–, salió a decir casi “triunfamos” porque, según las encuestas, “tres de cada cuatro franceses” están hoy contra Sarkozy… O sea, esperemos tranquilamente a abril de 2012: Sarkozy perderá las elecciones presidenciales y todo se arreglará… Pero el Partido Socialista y otros opositores de “izquierda” a Sarkozy, aunque votaron contra la reforma, comparten sus principios neoliberales básicos. ¡Nada se puede esperar de ellos!
Por supuesto, desde el PS, el PCF, etc. se alentaba en el mismo sentido: críticas a Sarkozy…, pero canalizar todo por los carriles electorales del régimen.
Aunque, desde ya, no fue una derrota aplastante, el fracaso del movimiento de octubre de 2010 abrió un período de retroceso a lo largo de 2011, matizado por luchas aisladas en diversos sectores, pero sin ninguna movilización de conjunto. Asimismo, el clima preelectoral, ya instalado prematuramente en 2011, ha sido un factor de descompresión.
El movimiento del 2010 deja un saldo amargo, pero nunca como hasta ese momento la gente comenzó a entrever que estaba (y está) en juego mucho más que el sistema de retiro. Por eso se habló mucho en esos días de un nuevo Mayo de 1968, “para dar un vuelco a todo”.
El NPA, al margen del movimiento de octubre y de las luchas: las posiciones sobre la huelga general y la burocracia
En vísperas de Mayo de 1968, el Parti Communiste Internationaliste (PCI), perteneciente a la corriente trotskista orientada por Ernest Mandel, tenía poco más de cien miembros. Pero el destacado papel que jugó al frente de esa histórica movilización, a través de la JCR (Jeunesse Communiste Révolutionnaire (JCR), le permitió ganar a miles de jóvenes, con los que fundaría luego la LCR, y también consagrar una figura pública reconocida en Francia e internacionalmente, como Alain Krivine.
Este gran éxito político del trotskismo francés tuvo asimismo una resonancia internacional en la vanguardia, especialmente en Europa y América Latina, lo que facilitó ganar militantes y construir organizaciones en muchos países.
En octubre de 2010 vimos la película opuesta. Como ya señalamos, el NPA, fundado por iniciativa de la LCR, estuvo como organización política por detrás y a la derecha de los acontecimientos, más allá de lo que algunos sectores de sus militantes hiciesen por cuenta propia. El saldo fue que el NPA no ganó a nadie. Por el contrario, salió de esta gran lucha aun más en crisis.
Por supuesto, Mayo de 1968 y octubre de 2010 no fueron acontecimientos idénticos. La historia nunca se repite. Pero más de allá de sus diferencias –en primer lugar, que la movilización ahora no llegó tan lejos–, tuvieron rasgos esenciales comunes, entre ellos la actividad de una vanguardia amplia de las luchas, obrera y juvenil. El NPA hubiese podido ganar un sector de ella, si desde su fundación su actividad hubiese girado alrededor de esas luchas con posiciones combativas, clasistas y antiburocráticas, en vez de tener como único eje un electoralismo light, con el que supuestamente se convertiría en un “partido anticapitalista de masas”.
Íntimamente relacionadas con este saldo son las posiciones que mantuvo desde mucho antes en dos cuestiones capitales –la huelga general y la burocracia sindical– que a los ojos de muchos activistas de esa vanguardia lo situaron a la derecha.
En efecto, ante la política burocrática de medidas sin continuidad, aislamiento de los conflictos obreros y “cordón sanitario” entre el movimiento obrero y las movilizaciones de la juventud estudiantil y de los barrios, el NPA jamás hacía propaganda ni menos agitaba la consigna de huelga general. Esa consigna ya estaba en discusión en la vanguardia por el gran impacto que había tenido en Francia el triunfo de la huelga general indefinida en Guadalupe-Martinica, a principios de 2009. Era un ejemplo palpable que contrastaba con las miserables “jornadas interprofesionales de manifestaciones” llamadas por la Intersyndicale, que jamás conseguían nada.
La escapatoria de la dirección del NPA era hablar de “confluencia de las luchas”, una abstracción que podía significar cualquier cosa… y que evitaba las malditas palabras “huelga general”, anatema para la burocracia. Es que el tema de la huelga general tiene ver con el otro gran problema: mantener buenas relaciones con los burócratas, en especial de la CGT.
Tuvo que caerle encima al NPA el movimiento de octubre para que recién entonces comenzase a hablar de huelga general. Pero, en ese sentido, tiene cierta razón lo que dice la fracción de derecha del NPA: que en esos momentos, “levantar la consigna de huelga general sólo sirvió de biombo para la ausencia de proposiciones concretas en el curso de la movilización” (Borras Frederic, Grond Pierre-François, Hayes Ingrid, Leclerc Anne, Liegard Guillaume, Martin Myriam, Wawrzyniak Coralie, “Quelques éléments pour un bilan du NPA”, Europe solidaire sans frontières, 3-11-11).
Lo de la burocracia es tanto o más grave. El mismo término “burocracia” es palabra prohibida en el vocabulario del NPA, que nunca aparece en su prensa, ni en los documentos y declaraciones oficiales. El “Adresse du XVIIème congrés” que llamó a la fundación del NPA se lamentaba de que las luchas “resultan muy frecuentemente infructuosas cuando un sindicalismo de acompañamiento anula al sindicalismo de lucha de clases y de transformación social” (subrayado nuestro).
Con la timidez de una monja hablando de sexo, que no se atreve a llamar a las cosas por su nombre, lo del “sindicalismo de acompañamiento” es la única y vaga referencia al papel traidor de los Thibault y los Chérèque, responsables de que las luchas sean “muy frecuentemente infructuosas”. Ni siquiera se aclara que el “acompañamiento” de los burócratas es a Sarkozy y las corporaciones, ni menos aún que los “acompañan” como un sirviente a su patrón.
Pero incluso esta tímida referencia pareció demasiado “roja” y “archeo-gauchiste”. En el documento final de constitución del NPA, el “Appel de la coordination nationale”, ya simplemente no se habla de “sindicalismo” de ningún tipo y menos aún se emplean las palabras malditas “burocracia sindical”.
En el subtítulo anterior hicimos un breve recuento de algunas hazañas de la burocracia para cerrar el paso a las luchas obreras, y su colaboración activa o pasiva con el poder y las corporaciones. Hemos visto cómo ha jugado un papel fundamental e insustituible para impedir que la resistencia obrera a las medidas del gobierno y los patrones, derivase en una contraofensiva general que pusiese en apuros al régimen. Cuando en octubre de 2010 se presentó ese peligro, fueron Thibault, Chérèque & Cía. los que apagaron el incendio. Es ya, entonces, increíble que un partido que se reivindica “anticapitalista” no tenga nada que decir al respecto.
Pero, en su momento, la dirección del NPA fue incluso más allá del silencio: garantizó públicamente a la burocracia que no iba a combatirla, y luego rechazó la iniciativa de formar en la CGT, el principal sindicato donde están los sectores de la industria, una corriente de oposición clasista (lutte de classe).
Recordemos que en septiembre/octubre de 2009, la burocracia, en especial la de la CGT, había iniciado un idilio con Sarkozy, que había hecho suya la idea de Thibault de convocar a unos “États généraux de l’industrie”. Simultáneamente, los burócratas de la CGT cerraban filas contra distintos conflictos obreros que había escapado de su control y que no aceptaban las capitulaciones que firmaban con las patronales.
En ese contexto, por un lado, la dirección de NPA se reúne con el burócrata Nº 1 de Francia, Bernard Thibault, para garantizarle que el NPA no impulsaría ninguna corriente de oposición dentro de la CGT. Por el otro, cuando poco después se forma una corriente clasista opositora en la CGT y se constituye el Comité pour une CGT lutte de classe, la dirección del NPA le da la silenciosamente la espalda. Es imposible no relacionar esta actitud con las conversaciones previas con Thibault.
El 1º de octubre se realizó la reunión Thibault-NPA. Allí, los dirigentes del NPA tranquilizaron al burócrata, declarando que “el NPA reafirma que no tienen la vocación de sustituir a los sindicatos”, pero que una organización política, con un proyecto, debe dar una opinión sobre las reivindicaciones para responder a los ataques de los patrones y el gobierno. Pero, para tranquilidad de la dirección burocrática y traidora de la CGT, le aseguran que “el NPA aclara a la CGT que su temor sobre la construcción de una corriente NPA en la CGT carece de fundamento. La autonomía de los sindicatos para la defensa de los trabajadores es natural para el NPA”, pero que nada prohíbe a una organización política “plantearse la cuestión” –“se poser la cuestion”– sobre las “estrategias de movilización” de los trabajadores.
El comunicado finaliza informando que “se acordó volver a reunirse (con Thibault) después del Congreso de la CGT… al cual el NPA será invitado” (“Communiqué du NPA. Rencontre NPA-CGT”, www.npa2009.org, 2-10-09)
¡Es decir que el NPA respeta la “autonomía” de los burócratas para que sigan asfixiando las luchas de los trabajadores y persiguiendo a los activistas clasistas! Les promete que no va a mover un dedo para impulsar corrientes opositoras. ¡Sólo se va a sentar a reflexionar, mirando las nubes, sobre las “estrategias de movilización”, un problema que no tendría nada que ver con la necesidad de combatir a los burócratas traidores como Thibault, enemigos Nº 1 de la movilización y organizadores de las derrotas del movimiento obrero!
Por supuesto, Thibault se fue muy satisfecho de la reunión. Así lo manifestó en un artículo posterior de Le Monde: “Desde que tuvimos la reunión con el NPA, hay menos declaraciones de ese partido sobre el tema CGT” (“Bernard Thibault: compromis ne veut pas dire compromission”, Le Monde, 9-11-09)
Poco después de esta “cumbre” Thibault-NPA, como dijimos, se constituyó el Comité pour une CGT lutte de classe, con vistas a intervenir en próximo congreso de la central. Allí participan algunos activistas sindicales del NPA, pero oficialmente el partido le dio silenciosamente la espalda. ¡Thibault tenía razón en estar satisfecho de sus conversaciones con la dirección del NPA! ¡No iban a apoyar ninguna corriente de oposición antiburocrática, ni solos ni acompañados! Sobre las reuniones para constituir este agrupamiento CGT lutte de classe, y la resistencia a la burocracia de Thibault dentro de la central, informábamos lo siguiente:
“Cada vez hay más trabajadores descontentos con la orientación de la CGT. Recordemos que desde hace más de un año, los burócratas dirigentes de las centrales sindicales llaman a manifestar una vez cada dos o tres meses, para bajar un poco la presión de las bases. Ahora ni eso hacen.
“El 22 de octubre la CGT llamó a una manifestación ‘para salvar la industria francesa’, donde Thibault fue abucheado por los trabajadores. En septiembre, durante una manifestación ante el antiguo edificio de la Bolsa, los trabajadores habían protestado también contra los oradores de la burocracia, logrando que los dirigentes clasistas de las últimas luchas tomaran la palabra. El descontento creciente hace que ‘se abran las bocas’ de muchos trabajadores para denunciar a estos dirigentes.
“Ya desde hace años, la burocracia de la CGT viene atacando a los miembros de los sindicatos que tienen una posición de clase, como pasó en Dalkia, empresa de instalaciones eléctricas. Allí, los militantes clasistas de la CGT tuvieron que crear un sindicato CGT-E (exterieur à la Confédération), después de haber sido expulsados de la federación de la construcción-CGT en 2004. Intentaron afiliarse a la federación de la electricidad, pero tampoco los aceptaron.
“La burocracia continuó el ataque: fueron acusados ante los tribunales como no representativos y como ladrones porque habían practicado la solidaridad obrera, ayudando económicamente a unos trabajadores en conflicto con fondos sindicales. La burocracia ha hecho 34 denuncias como éstas contra delegados sindicales en Lille, Lyon, Tours, París, Burdeos, Libourne, Vanves, Metz, Poitiers, etc.
“En diciembre 2008, el Tribunal de Distrito de Lille anuló los cargos nacionales de la CGT-E, y a sus tres delegados nacionales le aplicó una multa de 16.000 euros con el pretexto de que habían hecho una falsa denuncia, cuando lo que hacían era defenderse de los ataques. También varios delegados sindicales que se oponen a la burocracia han sido despedidos, pero se logró la reintegración de una compañera.
“En la región de Douai, la burocracia de la CGT acosa los trabajadores de la unión local, que es combativa, montando otra Unión local fiel a su política traidora. Varios trabajadores que se han atrevido a alzar la voz contra la burocracia han sido echados de sus trabajos.
“Al final de la reunión los camaradas decidieron levantar de manera simbólica la candidatura de Jean-Pierre Delannoy, actual secretario de la sección de metalúrgicos de la región Norte, para secretario general de la CGT, en el congreso de la central sindical que se realizará en diciembre. La reacción de la burocracia no se hizo esperar: al día siguiente salieron a denunciar en la prensa que el compañero no podía ser ‘candidato legal’ y que boicoteaba la CGT” (www.socialismo-o-barbarie.org).
Pero, como ya informamos, el NPA oficialmente, como partido, le dio la espalda a esta iniciativa y, en general, a los activistas clasistas de la CGT enfrentados con la dirección de Thibault.
Es en ese contexto que se dio el episodio que relatamos antes, sobre la actitud del NPA frente a la lucha de los obreros de Total contra el cierre de la refinería de Dunquerke, que reclamaban su apoyo. Esta lucha de principios de 2010 tuvo una vasta repercusión en Francia, así como también las denuncias de los trabajadores contra los burócratas de la CGT que los habían vendido. Pero las dos breves notas en su periódico –que fueron todo el “apoyo” que dio el NPA a esos trabajadores– no hacían mención alguna a esas denuncias. ¡El respeto a la “autonomía” de Thibault y demás burócratas era absoluto!
Clase trabajadora, movimiento obrero y sindical, direcciones burocráticas, ¿son todos lo mismo?
Señalemos, por último, que en estos sectores del NPA, existe una concepción más general, que no hace distinción alguna entre la clase trabajadora, el movimiento obrero y sindical, la vanguardia de activistas y las direcciones burocráticas. ¡Eso debe formar parte también de la antigüedades “archeo-gauchistas”, como por ejemplo las sistemáticas y encendidas denuncias de Trotsky contra Léon Jouhaux, el Thibault de su época, que era presentado como ejemplo mundial de los enemigos que hay que combatir dentro del movimiento sindical!
De la misma manera, no figuraron en la agenda del NPA ni los problemas de la recomposición-reconstrucción del movimiento obrero, ni el hecho de que las principales luchas del proletariado francés desde 1995 han salido a partir de la “desobediencia” y los desbordes a los aparatos burocráticos por parte del activismo y sectores de las bases.
Esta concepción implica, por ejemplo, que la “unidad obrera”, el “frente único obrero” es ante todo y sobre la unidad de los burócratas. Y esto no se inventó en el NPA, sino que viene de antes.
Así, Rouge (periódico de la LCR) del 15-5-08, poco antes de la fundación del NPA, comprueba consternado que los burócratas no están impulsando los variados movimientos sindicales y de liceístas que enfrentaron a Sarkozy al inicio de su presidencia, ni menos aun tienen la intención de hacerlos confluir en una misma lucha.
Pero la conclusión no es llamar al activismo a combatirlos. ¡Nada de eso! La propuesta es que “es necesario un relevo unitario en el sindicalismo, para darle una armadura reivindicativa a la resistencia. Son necesarios frentes comunes entre los equipos nacionales de la CGT, de la FSU, de FO…” (“Dans la foulée du 15 mai”, Rouge, 15-5-08, subrayado nuestro).
Rouge afirma que “en 2008, luchas ejemplares están estallando o van a estallar…” Pero no llama a la unidad de los activistas independientes y antiburocráticos, sean del sindicato que sean, para impulsar organismos de lucha comunes, como los que impusieron –contra las burocracias– las huelgas de 1995 o los paros ferroviarios de octubre y noviembre de 2007. ¡Nada de eso! La gran preocupación es cómo los burócratas forman un “frente común” entre sus respectivos “equipos nacionales”.12 ¡Burócratas de Francia, uníos!
Lo más surrealista de todo esto fue que esos “frentes comunes entre los equipos nacionales de la CGT, de la FSU, de FO…” ya funcionaban en ese momento… pero para negociar acuerdos con Sarkozy y entregar la primera oleada de resistencia al nuevo gobierno de derecha.
Esta concepción tiene otras derivaciones aún peores, como hacer responsable al movimiento obrero en su conjunto de las derrotas promovidas por los burócratas. Una expresión cabal de esa mentalidad aparece en la carta abierta y las declaraciones a los medios que hizo Olivier Besancenot al renunciar a la candidatura presidencial. Después de menospreciar en tono autonomista-posmoderno la actual “importancia social” de la clase trabajadora, afirma en uno de esos textos:
“En Francia, por ahora, estamos atravesando un período de reflujo político. Algunos se sorprenden de que el Frente Nacional (extrema derecha) recupere fuerza. Sin embargo, el movimiento obrero en su conjunto no ha asumido la responsabilidad de poner K.O. al gobierno durante la lucha por las pensiones convocando una huelga general” (“Besancenot: ‘La révolution ne se fait pas que par les urnes’”, Médiapart.fr, 7-5-11, subrayado nuestro).
¿Cómo es esto? ¿Una clase que ha perdido “importancia social” es, sin embargo, la responsable de la derrota? ¡Y la clase obrera en su conjunto, a pesar de su inexistencia como sujeto, sería la principal culpable de este fracaso de la lucha de clases en Francia!
Pero lo peor de lo peor es achacar al “movimiento obrero en su conjunto”, que no quiso “poner K.O. al gobierno” la “responsabilidad” de que no haya habido huelga general ¿Y el viejo amigo Thibault no tiene nada que ver con eso? ¿No existen los burócratas? ¿Bernard Thibault –el máximo burócrata sindical– es tan responsable de la derrota como los obreros petroquímicos, ferroviarios y del transporte que casi paralizaron Francia, desobedeciendo y desbordando a ese canalla traidor?
Al no luchar por la dirección de los conflictos –en aras de no hacer “sustituismo”–, al hacer “pactos de no agresión” con Thibault (como el de finales de 2009), ¿la dirección del NPA no contribuyó en algo a dejarles manos libres a la burocracia para reventar el movimiento que se desataría un año después?13
Por una refundación revolucionaria del NPA o por un nuevo partido revolucionario
La crisis del NPA ha suscitado, lógicamente, las discusiones de balance entre los militantes. Muchos se preguntan si fue o no correcto fundar el NPA, y cómo se lo hizo. Es un debate ineludible.14
Como señalamos al inicio, la fundación del NPA respondía a hechos reales y progresivos, como la crisis político-electoral de sectores de la vanguardia, e incluso de algunas franjas más amplias obreras y populares, con los partidos de la izquierda tradicional, el PS y también el PCF. Pero esta crisis con el PS y el PCF –que generó un “voto castigo” que en un porcentaje menor favoreció por un tiempo a la LCR– no implicó por sí misma una radicalización política profunda y menos aun masiva.
Al mismo tiempo, en un proceso muy distinto pero no desconectado, a lo largo de la primera década de este siglo se fueron sucediendo luchas de la clase trabajadora y la juventud, que alcanzaron su pico máximo en octubre de 2010. En esas luchas se puso en movimiento o se fue generando una vanguardia amplia de activistas sindicales o juveniles.
Ya hemos visto cómo la letra de la convocatoria inicial para la constitución del NPA se refería ante todo a ese segundo fenómeno, proponiendo forjar un “instrumento para las luchas”. Pero en verdad el contenido de la política real con se fundó finalmente el NPA no tenía nada que ver con eso: fue correr tras la ilusión, ya analizada, del “partido anticapitalista de masas” que se lograría construir mediante el más crudo oportunismo electoralista.
En ese tren, se hizo hasta lo imposible para lograr que figuras mediáticas de la socialdemocracia francesa, como por ejemplo Clementine Autain, ex adjunta del alcalde socialista de París, adhirieran al NPA. Todos los focos de la corriente mayoritaria en la dirección de la LCR, fundadora del NPA, se dirigieron hacia su derecha, para tratar de ganar a semejantes personajes, lo que exigía lógicamente hacer cada vez más descolorido, rosado y ambiguo el programa y la política con que finalmente se fundó el NPA.
Sin embargo, pese a ello, no se logró ninguna ruptura orgánica significativa ni del PS ni del PCF (ni tampoco de ecologistas) que se incorporase al NPA. El nuevo partido se constituyó esencialmente con los antiguos miembros de la LCR más diversos grupos y militantes provenientes de otras corrientes del trotskismo, principalmente rupturas de Lutte Ouvrière. También se produjo la incorporación, aunque en menor medida, de jóvenes y otros compañeros de esa vanguardia de las luchas. De todos modos, en una primera instancia, aunque tampoco el activismo sindical y juvenil ingresó masivamente al NPA, había una corriente de simpatía mucho más amplia entre esos sectores.
Aunque buena parte de los 10.000 “adherentes” fundacionales no eran realmente militantes, estaban dadas muchas condiciones favorables: entre ellas, una buena acumulación de militantes entusiasmados, simpatías en sectores más amplios del activismo y, finalmente, la crisis capitalista y las luchas que generaría. Eso hubiese permitido construir un fuerte partido de vanguardia, que ganase a lo mejor de los luchadores sindicales, juveniles y populares, y que entonces pudiese disputar sectores de masas, en la medida que se diera objetivamente una auténtica radicalización.
Pero en la fundación del NPA no se habló claro. Tras una nube de ambigüedades no se despejó la alternativa política y programática inconciliable que señalamos al principio: ¿partido anticapitalista que sea una “herramienta para las luchas”, por “un cambio radical, revolucionario de la sociedad; es decir, el fin del capitalismo, de la propiedad privada de los principales medios de producción”? ¿O partido antineoliberal para reformar la actual configuración del capitalismo, dedicado exclusivamente a la actividad electoral como “camarada de ruta”-competidor del PG (Parti de Gauche) y el PCF?
Fue, de hecho, el segundo camino el que se siguió, con los resultados que están a la vista, y que analizamos extensamente en este artículo.
Eso ha fracasado. La única solución para remontar la crisis del NPA, es acabar con las ambigüedades y hacer una opción revolucionaria clara. Es además su única posibilidad de sobrevivir a la crisis: ¡para hacer electoralismo reformista antineoliberal hoy no se necesita del NPA! ¡Bastan y sobran Mélenchon y su Front de Gauche!
Esto implica, en primer lugar, trazar claramente las fronteras programáticas y de clase, las delimitaciones entre amigos con los que hay que marchar juntos y los enemigos a los que hay que combatir. ¡Bajo la común etiqueta de “movimiento obrero” o “sindical” hemos visto cómo se hace una confusión inaceptable de las bases de trabajadores y los activistas –con los que hay luchar y marchar unidos–, con los burócratas como Thibault y Chérèque a los que debemos considerar enemigos mortales a combatir sin tregua!
Lo mismo se puede decir del resto de los conceptos nebuloso-posmodernos al uso en el NPA – como “izquierda radical”–, por la cual todos seríamos más o menos lo mismo, desde el más insignificante y demagógico reformismo burgués socialdemócrata (estilo PG o Die Linke) hasta el NPA, que se supone es “anticapitalista”.
Por supuesto, al día de hoy, el NPA no puede tener un programa marxista revolucionario, un programa trotskista, completo y acabado. Sería sectario y contraproducente pretender algo así.
Pero ése no es el problema que ha llevado a la crisis total del NPA y amenaza la existencia misma de un proyecto que podría haber servido para construir un fuerte reagrupamiento revolucionario de la vanguardia. El problema del NPA ha sido el opuesto: las nebulosas posmodernas, donde no existen definiciones ni conceptos claros y distintos. Es decir, definiciones programáticas y de clase.
Como decíamos, no se trata de pretender un programa revolucionario “completo” (si es que tal cosa existe), pero sí definiciones claras para la acción política, como por ejemplo la centralidad de la clase trabajadora, la obligación de intervenir en las luchas de la clase trabajadora y la juventud con una política de independencia de clase y de autodeterminación, el aliento al impulso manifestado por la clase trabajadora –en especial en octubre de 2010– a una recomposición del movimiento obrero y el desborde de los aparatos burocráticos, etc. Asimismo, el NPA debería formular un “programa de acción”, transicional, que vaya de las presentes reivindicaciones inmediatas al objetivo del poder para los trabajadores.
Una refundación del NPA sobre estas bases significaría la posibilidad de un partido revolucionario, con pluralidad de corrientes, que presentaría a la vanguardia obrera y juvenil una alternativa opuesta al PS pero también al reformismo socialdemócrata pintado de “rojo” del Front de Gauche, una alternativa de combate en el movimiento obrero a los burócratas sindicales de todo pelaje… y también en los movimientos juveniles y sociales una opción constructiva frente a la esterilidad de las corrientes autonomistas o anarco-posmodernas.
Pero si, lamentablemente, la crisis del NPA se hace terminal y no logra recuperarse como organización revolucionaria, también sobre estas bases podría fundarse un nuevo partido revolucionario.
1 Ver de Ramate Keita, “A pesar de que burocracia sindical los entregó, los trabajadores de Total continúan en lucha”, www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 14-3-10. Desde este artículo puede abrirse el video “Grève chez TOTAL: La CGT prise pour cible”, donde los trabajadores de Total-Dunquerke denuncian la traición de los dirigentes de la CGT.
2 El Front de Gauche está constituido principalmente por el PG (que encabeza con Jean-Luc Mélenchon como candidato presidencial) y el PCF. Pero también ha sumado personalidades y organizaciones menores que son importantes en su lucha política para destruir al NPA como competidor a su izquierda, y en general a cualquier variante independiente. En esto juegan un papel importante las escisiones de derecha del NPA que ya se han incorporado al FdeG, como la Gauche Unitaire (GU) de Christian Picquet, ex dirigente de la LCR (en marzo de 2009), y luego Convergences et Alternative (en junio de 2011). Ellas operan sobre los militantes del NPA con llamados a romper y unirse al FG. Asimismo, la corriente de derecha que aún sigue formalmente en el NPA –la llamada “Posición B”–, se presenta ahora como una fracción pública –Gauche Anticapitaliste–, con amplia cobertura mediática por ser favorable al acuerdo con el Front de Gauche.
3 La École de la régulation es una tradicional y heterogénea corriente francesa de economía política, que ha estudiado los diversas formas en que se ha configurado el capitalismo, que denomina “modos de regulación”. Ha tenido influencia en la socialdemocracia francesa, en el PCF, en el marxismo “académico” y en general en las corrientes políticas “antineoliberales”, que proponen una reforma del capitalismo. La solución sería cambiar el actual “modo de regulación neoliberal” por otro que vuelva a garantizar la débouché (salida, venta) de los productos mediante al aumento de los ingresos de los trabajadores, el gasto público, etc., con lo que se restauraría el “círculo virtuoso” de posguerra. O sea, una política capitalista pero diferente a la actual de austeridad neoliberal que tiende a acentuar en lo inmediato las tendencias depresivas.
Más ampliamente, Francia se caracteriza por ser en gran medida el centro ideológico del mencionado antineoliberalismo “descafeinado” o reformismo “posmoderno”, estilo Le Monde diplomatique, con una legión de intelectuales, profesores e instituciones como la Fondation Copernic, ATTAC, etc.
Esto tiene proyección internacional, por ejemplo, el Foro Social Mundial, lanzado en 2001 por un acuerdo entre personalidades de ATTAC, Le Monde diplomatique y el PT de Brasil. Por supuesto, estos “foros sociales” no pasan jamás de las deliberaciones y nunca de ellos resulta una campaña o acción concreta antineoliberal, y menos aún anticapitalista. Es algo comprensible, dados los personajes e instituciones que los apadrinan.
Lo que aquí importa subrayar es que este reformismo posmoderno, tan típico del microclima intelectual francés, ha tenido fuerte impacto ideológico en la corriente que dirigía la LCR e impulsó la fundación del NPA, la IV Internacional mandelista. Hay una amplia sintonía y una evidente incapacidad de responder con una crítica marxista revolucionaria al repertorio del reformismo del siglo XXI, comenzando por la pueril consigna de ATTAC de remediar el desastre capitalista poniendo un impuesto (la tasa Tobin) a las transacciones financieras, o, en vez de sostener el no pago de las deudas públicas, hablar de “auditoría de la deuda”, para ver qué parte es “legítima” y cuál es “ilegítima”.
Por supuesto, la crítica marxista revolucionaria no excluye de ninguna manera la unidad de acción, con estos u otros reformistas, para movilizarnos por puntos comunes. Pero eso no es lo que está en cuestión. El gran problema es la adaptación acrítica a un pensamiento que se podría resumir como “otro capitalismo es posible”.
4 Esto exige una digresión necesaria acerca de la llamada “izquierda radical”, corporizada hoy en el Front de Gauche, compuesto principalmente por el PG y el PCF.
Ambas corrientes integran el régimen político de la burguesía francesa, que ha tenido históricamente la peculiaridad de hacer lugar a corrientes “radicales” (por supuesto, 100% burguesas y reformistas, como el PG y el actual PCF). Probablemente esto sea un subproducto de las frecuentes contingencias revolucionarias de esa nación.
Esas izquierdas “radicales” han servido infinidad de veces como parachoques frente a las corrientes revolucionarias o por lo menos independientes. Simultáneamente, son útiles como dique de contención para represar todo lo que desborde hacia la izquierda de las rupturas de los principales partidos del régimen, para que nada quede fuera de control.
Los distintos regímenes republicanos –específicamente la III, IV y V repúblicas; por supuesto, Vichy fue otra cosa– han sabido combinar una cuota mayor o menor de bonapartismo (según los casos) con las alternancias de la “droite” y la “gauche” en el gobierno y la oposición. Pero este carrusel político ha sido cualitativamente menos rígido y acorazado, por ejemplo, que el excluyente sistema bipartidista británico… En Francia generalmente ha habido que apelar a coaliciones, lo que acentúa la importancia para la burguesía de cuidar el “flanco izquierdo” del arco iris político… y tratar de cooptar a los que aparecen por allí.
En ese sentido, Anatole France, un escritor de vena satírica famoso en épocas de la III República pero hoy olvidado, advertía que la burguesía francesa había encontrado el método más eficaz para combatir al socialismo, que era poner ministros socialistas en el gabinete. El pionero de esto fue el dirigente socialista Alexandre Millerand, que en 1899 entró de ministro. Pero eran otras épocas y esto fue un enorme escándalo en la Segunda Internacional (criticado especialmente por Rosa Luxemburgo) y también en el socialismo francés, que finalmente expulsó a Millerand en 1904.
Sin embargo, lo que se llamó en esa época el “millerandisme” iba a hacer carrera. Marcaría en Francia, en Europa y en todo el mundo una de las primeras experiencias de cooptación y vaciamiento de partidos que inicialmente fueron independientes de la burguesía, en este caso de partidos socialistas y obreros.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la tarea de cuidar el “flanco izquierdo” del régimen político del capitalismo francés, le cupo principalmente al PCF, inicialmente por mediación de la burocracia de Moscú, a la que estaba subordinado y que dictaba su política de conciliación de clases. Eso fue decisivo para impedir en Francia una revolución obrera al finalizar la II Guerra Mundial, y luego hacer de “bombero” de la rebelión y huelga general de Mayo de 1968.
Pero posteriormente, a medida que la burocracia del Kremlin fue de mal en peor hasta el hundimiento final de la Unión Soviética, el PCF, progresivamente debilitado, se fue reciclando como un aparato burocrático nacional, es decir, dependiente de sus relaciones con el capitalismo francés y, concretamente, de sus puestos en el Estado (parlamento, ministerios en los gobiernos de “gauche” y especialmente municipios) y los sindicatos. En otras palabras, un proceso de “socialdemocratizacion”. En los inicios de la década pasada, el PCF se desgastó extraordinariamente, acompañando el desprestigio del PS, con el que integró el gobierno de la Gauche Plurielle hasta 2002, pero luego recobró fuerzas parcialmente como acompañante del PG en el Front de Gauche.
5 El “radicalismo” de Mélenchon nunca va al terreno de los hechos; es decir, de las luchas obreras y juveniles. Pero de palabra llega a ser muchas veces rimbombante. Esto fue marcando un contraste con la “moderación” de Besancenot y el NPA, cuya principal preocupación fue por el contrario la de no aparecer como demasiado “rojos”, evitando todo “archeo-gauchisme”, especialmente en los medios. ¡No sea que los votantes los confundan con “extremistas” y “gauchistes”!
Por el contrario, Mélenchon, en medio del ascenso de las luchas del año 2010, publica un libro super “radical” que se haría famoso: “Qu’ils s’en aillent tous !” (“¡Que se vayan todos!”). Astutamente, copia el lema del Argentinazo, la gran rebelión popular de diciembre 2001, y aparece así (de palabra) como la “izquierda de la izquierda”. Mientras tanto, el NPA esperó que estallara el movimiento de octubre de 2010 para recién comenzar a hablar de “huelga general”.
6 Una pintura de esta confusión reinante en el NPA entre unidad de acción y frentes electorales (que da justificativos hasta para pretender aliarse electoralmente con partidos gubernamentales) la hace Alain Krivine: “Si bien casi todo el mundo [en el NPA] está de acuerdo, al menos en principio, con la táctica de frente único para la acción con los reformistas, hay divergencias tácticas o estratégicas sobre las fronteras de las alianzas electorales con el PCF y el Front de Gauche. Si bien casi todo el mundo está de acuerdo en no participar en un gobierno con el PS y el PCF, una fuerte minoría piensa que se pueden hacer alianzas electorales con esas fuerzas gubernamentales y luego dejarlas cuando venga el momento en que ellas sostengan a un gobierno de izquierda. La mayoría del NPA piensa que si la unidad es indispensable en la acción, no hay que crear ilusiones en el plano electoral, tanto más que una buena parte de nuestros simpatizantes reprochan justamente al PCF todas sus maniobras electorales e institucionales” (Alain Krivine, “France: où en est le NPA ?”, Sinistra Critica, Italia, 5-9-11.
7 El NPA hoy paga muy caro la confusión teórica y política creada por un vocabulario de significado nebuloso, más propio de la charlatanería de los medios, como este concepto de “izquierda radical”. Así, Daniel Bensaïd, en el editorial de ContreTemps (N° 4, diciembre 2009), celebraba “el surgimiento, en varios países de Europa, de una nueva izquierda radical”. ¿Quiénes eran?: Die Linke, en Alemania, y el NPA y el Front de Gauche en Francia. Claro que, al final del artículo, Bensaïd preventivamente “abría el paraguas”, aclarando que esta “nueva izquierda radical… no constituye sin embargo una corriente homogénea agrupada alrededor de un proyecto estratégico común”. Pero si, efectivamente, el pálido reformismo burgués-socialdemócrata de Die Linke y el Front de Gauche no tiene ningún “proyecto estratégico común” con el anticapitalismo del NPA, ¿por qué se los mete en la misma bolsa conceptual, en la brumosa categoría común de “izquierda radical”? Con el agravante de que no se ha inventado ningún “radicalómetro” capaz de medir, por ejemplo, si el NPA es 100% “radical”, y el Front de Gauche y Die Linke, sólo llegan a un escaso 10%. ¡Sólo las categorías marxistas de clase y de programa pueden ser la base de caracterizaciones y clasificaciones serias de los partidos! Si ya no somos marxistas, por lo menos seamos cartesianos: usemos conceptos claros y distintos.
8 E incluso en esas situaciones, el “voto universal” ha sido siempre el terreno más desfavorable para los revolucionarios. ¿Acaso los bolcheviques, en una situación revolucionaria excepcional y con los soviets ya en el poder, no perdieron las elecciones de la Asamblea Constituyente?
9 En los principales países de Europa occidental, estas relaciones entre las clases establecidas en la posguerra configuraron una especie de “contrato social”. Éste se puede resumir con la frase de un diputado conservador inglés, Quintin Hogg, al final de la guerra: “Si nosotros no les damos reformas, ellos nos darán la revolución” (citado en “Can capitalism exist without welfare?”, Socialist Worker, 7-8-10). Este lord comprendía mejor que muchos izquierdistas de hoy la dialéctica de las reformas en el capitalismo.
Hace décadas que las burguesías europeas vienen cumpliendo cada vez menos ese “contrato social” de posguerra. Es que “ellos” –los trabajadores– fueron siendo desarmados ideológica y materialmente para “darnos la revolución”. Sin embargo, este proceso fue hasta ahora “evolutivo”, gradual. Ahora, con la crisis, el capitalismo europeo pretende imponer otro “contrato”; es decir, relaciones de explotación radicalmente agravadas. Retroceder a la situación de preguerra, o incluso antes; en el caso de Francia, liquidar conquistas que vienen de la huelga general de 1936. Pero el capitalismo europeo está jugando con fuego, porque a su vez esto abre la posibilidad de respuestas igualmente radicales de los trabajadores y la juventud.
10 Por supuesto, el añejo y discutido concepto de “exceptionnalité française” es mucho más amplio y de mayor antigüedad, y no lo vamos a tratar aquí. Tiene que ver con la vigencia en amplios sectores populares de las malditas ideas de “izquierda” y “socialismo”, un defecto nacional que se habría generado a partir de la lamentable Revolución de 1789. Recordemos que, poco antes de que en EE.UU. Fukuyama decretase el “fin de la historia”… y sobre todo de las revoluciones, en Francia el historiador François Furet (ex stalinista devenido derechista rabioso) dictaminó “…el fin de la excepcionalidad francesa… La idea de izquierda, la idea de socialismo, la idea de República han perimido al mismo tiempo… El bicentenario de 1789 se nos aparece como la mortaja de una tradición” (F. Furet, La Rèpublique du Centre, Julliard, Paris, 1988). Pero, 20 años después, todo indica que ambas caracterizaciones –la de Furet y la de Fukuyama– eran más una expresión de deseos reaccionarios que una realidad.
11 Esto no implica, por supuesto, que no sea importante luchar contra la degradación neoliberal, la mercantilización y privatización de la enseñanza, la reducción de presupuestos y personal, etc., que se vienen aplicando en Francia y en toda la UE en relación a los liceos y también a las universidades, en cumplimiento del llamado Plan Bolonia.
12 Observemos también que, en su preocupación por hacer “confluir” las distintas luchas, Rouge se cuida de no pronunciar las otras dos palabras prohibidas, “huelga general”, ni siquiera como consejo amigable al “frente común” entre los respectivos “equipos nacionales” de la CGT, CFDT, FO, etc. que iba a combatir de Sarkozy.
13 Lo curioso es que en la nebulosa de cavilaciones del ex candidato en crisis aparece una gran preocupación por “el balance de la contrarrevolución rusa… Hay que dar las garantías políticas para impedir que los partidos no sustituyan a las revoluciones e instalen burocracias para transformarlas en contrarrevoluciones” (O. Besancenot, “La révolution ne se fait…”, cit.). ¡Besancenot ve el riesgo de burocratización… en las futuras revoluciones, que aún están por hacerse, pero no ve a los burócratas que tiene frente a sus narices, como el amigo Thibault! La misma palabra “burocracia” jamás se usa para el presente del movimiento obrero francés. Sólo se la emplea para el pasado (la “contrarrevolución rusa”) o para el futuro (un grave peligro en las próximas revoluciones).
14 Así, la fracción pública de derecha titula su principal texto “Quelques éléments pour un bilan du NPA”, que antes citamos, y la corriente más de izquierda –la Tendance Claire– desarrolla también un amplio balance en “Aux camarades de la position 2 du NPA” (29-10-11). Es sorprendente que las otras dos corrientes, cuyo acuerdo dirige hoy el Conseil politique national (CPN) del NPA, no hayan desarrollado seriamente un balance político común o de cada una de ellas. Esto, obviamente, no contribuye a clarificar una crisis que amenaza la existencia misma del NPA.