Argentina
Documento del Nuevo MAS*
*Este texto es una versión modificada del aprobado por el Plenario Nacional de Cuadros del Nuevo MAS que tuvo lugar el 7, 8 y 9 de diciembre de 2011 en Buenos Aires
1. Las razones del continuismo kirchnerista
Vida, muerte y resurrección K
En el contexto mundial, la reelección de Cristina configura una trayectoria de parábola a ser explicada, que en realidad, viene siendo común a todos los gobiernos progresistas de la región (ver el caso de Ortega en Nicaragua, por ejemplo).
Néstor Kirchner se llevó el mérito de haber estabilizado el país luego de la crisis de 2001. La devaluación de la moneda (ocurrida bajo el mandato de Duhalde), sumada a las favorables condiciones económicas internacionales, y los límites del proceso de la lucha, que no llegó a desbordar de conjunto los mecanismos de la democracia burguesa, fueron un espaldarazo para su gestión, que sumó medidas “progresistas” de alto impacto como la reapertura del juzgamiento a los genocidas.
Con lo anterior bastó para lograr la elección de Cristina. Entre amplias franjas se destacó al gobierno de Kirchner como “el mejor en muchas décadas”. Entre los sectores populares, lo que más impactó fue la enorme recuperación del empleo luego del desempleo de masas de los años 90, aun que fuesen condiciones de empleo más o menos precarias.
Sobre esa base, Cristina sucedió a Kirchner. Pero inmediatamente se desató el conflicto por las retenciones agrarias, del cual el kirchnerismo salió casi herido de muerte. Esto coincidió con la emergencia de fuertes oposiciones por derecha, tal como en Venezuela, Bolivia y Ecuador, aunque a la postre todas estas oposiciones “oligárquicas” terminaron derrotadas.
¿Cómo explicar el fenómeno común en toda la región de “longevidad” progresista? En definitiva, es simple: ni las relaciones de fuerza más generales estaban para semejante giro conservador, ni las condiciones internacionales de crisis del capitalismo neoliberal podían ser favorables a estos sectores: la crisis requiere de un grado de intervención del Estado que no está dentro de los cánones de la ortodoxia del libre mercado.
En el país, la oposición patronal tomó la decisión de que era muy peligroso para el régimen democrático desalojar a los Kirchner y les perdonó la vida. El kirchnerismo esbozó entonces una contraofensiva que fue haciéndose cada vez más fuerte. Si bien perdieron las elecciones de medio término en 2009, de manera audaz, y aprovechando los meses que le quedaban de mayoría parlamentaria, hicieron votar una serie de leyes que cambiaron las reglas de juego electorales en su beneficio, amén de tomar medidas económicas “heterodoxas” frente a la crisis.
La paradoja fue que el kirchnerismo terminó “radicalizándose” mucho más con Cristina que con Néstor, bajo la presión de las circunstancias nacionales e internacionales. A partir de ahí, y de manera sostenida, Cristina fue remontando popularidad en las encuestas, al compás de la recuperación de la economía nacional luego del impacto inicial de la crisis en el 2009.
Finalmente, con la muerte de Kirchner, se “reveló” que de alguna manera, por la vía de las medidas “progresistas” tomadas, y de la cooptación de los movimientos de lucha emergentes del 2001, el kirchnerismo había logrado montar una suerte de corriente de simpatía y hace a una de las patas de su gestión. La procesión que despidió los restos de Kirchner en Plaza de Mayo así pareció indicarlo.
Una de las paradojas del continuismo K tiene que ver con que su discurso, en vez de atenuarse, terminó “radicalizándose”. ¿Cómo se explica esto cuando la campaña de Cristina en 2007 buscaba presentarse como prenda de normalización capitalista?
Esta realidad tuvo dos causas: el conflicto con el campo y la crisis mundial. El conflicto con el campo se desata sin que los Kirchner fueran del todo conscientes de lo que iba a ocurrir a partir de un intento de aumento de las retenciones agrarias. Cobrar retenciones a las exportaciones es una medida que han tomado gobiernos tanto progresistas como conservadores y no es específica de los primeros; hace a las cuentas del Estado en las distintas circunstancias.1
Sin embargo, la existencia misma de las retenciones y su aumento progresivo tiene un costado “progresista”, en la medida en que el Estado interviene en la economía violentando hasta cierto punto el “libre juego del mercado”. Implica una regulación, más aún en un país de gran producción agraria como Argentina, cuyo principal recurso natural, la tierra, está en manos privadas.
En todo caso, la existencia del conflicto y el debate que desató “radicalizó” al gobierno, que debió salir a movilizar su base social (aunque nunca a los trabajadores en su conjunto) durante la contienda. Si la perdió vergonzosamente, es porque nunca se jugó, dado su irremediable carácter burgués, a apelar realmente a la movilización de masas.
Sin embargo, a pesar de salir derrotado, la crisis mundial vino a operar como bálsamo para el gobierno. Es que la crisis reprodujo el cuestionamiento al neoliberalismo que se expresó en las jornadas de 2001, que el kirchnerismo supo interpelar reubicándose (en los 90 los Kirchner eran tan menemistas como cualquiera).
El kirchnerismo fracasó con las retenciones móviles, pero tuvo capacidad de reacción para avanzar en la estatización de las jubilaciones, así como para utilizar reservas del BCRA para pagar deuda, votar una nueva ley de medios y llevar adelante la reforma política.
El grado de polarización entre los de arriba que introdujo la crisis del campo, sumado a la emergencia de la oposición de derecha, y la crisis mundial, dio lugar a esa paradójica “radicalización” K cuando estaba llamado a dar un giro conservador, que no terminó ocurriendo en ese momento.
Las paradojas no terminan aquí: en el mismo momento en que Cristina alcanza su reelección, las condiciones excepcionales que explican su continuismo están comenzando a hundirse bajo sus pies. La vida, muerte y resurrección K se acaba de coronar con la elección de Cristina, pero los festejos por ese continuismo ya están comenzando a aguarse.
Recuperación del voto secreto, crisis del sistema de partidos y los límites del “bonapartismo” K
Yendo de la economía al régimen político, recordemos que el gobierno siempre fue claro en que parte fundamental de su misión tenía que ver con reestablecer la legitimidad de la “democracia”, sumamente dañada con el “que se vayan todos” de 2001. Antonio Cafiero, patriarca del PJ, destacaba, cuando la muerte de Kirchner, todo lo que éste había hecho para “rescatar la institución presidencial”.
Lógicamente, el gobierno llevó a cabo este operativo legitimador bajo un envoltorio progresista: de ahí el intento por vía reformista de saldar las cuentas pendientes del Estado argentino por el genocidio de la década del 70.
En todo caso, la principal medida de los Kirchner en el terreno del régimen político no ha sido progresista, sino reaccionaria. Nos referimos a la reforma política, que si tuvo el efecto paradójico de lucir como una medida “democratizadora” (logró ampliar la participación electoral), tiene un contenido evidentemente reaccionario. Porque su verdadera racionalidad siempre fue legitimar el voto secreto como mecanismo para dirimir el problema del “poder”: oponerle a la democracia directa de las luchas y asambleas la indirecta del voto obligatorio y secreto.
La reforma tuvo un segundo objetivo, menos exitoso: reestablecer el tradicional bipartidismo; como parte del objetivo de reafirmar que la “democracia” (indirecta) opera por intermedio de los partidos políticos con “representación parlamentaria” (mecanismos proscriptivos de la izquierda mediante). Como dice la histórica Constitución Nacional de 1853: el pueblo no delibera ni gobierna sino por intermedio de sus representantes.
Si el reestablecimiento del bipartidismo parece haber fracasado por el momento, en todo caso la mediación electoral ha vuelto a quedar, por ahora, férreamente instalada; de ahí que muchos de los reclamos deban sustanciarse hoy frente al Parlamento para que adquieran “status político” (el caso de la ley por el derecho al aborto).
Hasta el momento, la burguesía ha fracasado en volver a poner en pie un sistema coherente de partidos políticos; precisamente por esa hendija se “coló” el FIT cuando logró pasar el piso proscriptivo del 1,5%, adquiriendo una visibilidad desacostumbrada para la izquierda.
Parte de las paradójicas consecuencias del fracaso K en reestablecer el sistema de partidos es la posición cuasi hegemónica de que goza el kirchnerismo en estos momentos. El gobierno se alzó con una votación del 54%. El segundo fue Binner, muy atrás, con el 17%. Macri no compitió (aunque se prepara para ser presidenciable en 2015) y el resto de las candidaturas no contaron.
De ahí que varios medios hayan salido a señalar que el gobierno podría hacer “una gestión hegemónica”. En todo caso, lo seguro es que el fortalecimiento gubernamental será aprovechado por Cristina para hacer una gestión donde los elementos de “arbitraje” característicos del kirchnerismo sigan bien presentes, más aún en las condiciones de la crisis que viene. Este mismo arbitraje es el que amplios sectores patronales cuestionaron cuando la crisis de 2008.
Pero ahora Cristina se encamina a un gobierno que se propone como más fuerte que el anterior. Parte fundamental de lo anterior es cómo blande el puño contra los conflictos obreros y los cortes de ruta, así como la persecución a los delegados independientes.
En suma, es Cristina la que fija los límites de lo que se puede o no llevar a cabo o reclamar. Y como, en definitiva, su arbitraje esencial va en dirección a beneficiar los intereses generales del capitalismo nacional, la que termina pagando las cuentas es la clase trabajadora. Es el caso del aumento conseguido por el alcahuete de los patrones del campo, “Momo” Venegas, que alcanza para los peones rurales la cifra del 36%, pero como esto se contradice con las pautas de no más del 18% que impulsa el gobierno, Cristina le baja el pulgar.
De esta característica se desprenden algunos hechos políticos significativos, como la persecución al “Pollo” Sobrero, dirigente ferroviario, y el comportamiento casi abiertamente provocador del kirchnerismo en la sesión en el Congreso para tratar la ley de aborto el 1º de noviembre.
Cabe, entonces, subrayar el carácter conservador de la orientación hacia la democracia capitalista por parte de los K, amenazada varias veces desde 1983 y otras tantas “remendada” para que siga siendo el mejor marco para garantizar la continuidad de la explotación capitalista de la clase trabajadora en el país.
La realidad es que a pesar de los matices “progresistas” que los K le imprimieron a su gestión, el kirchnerismo está cumpliendo el mandato que esbozó Néstor Kirchner desde el primer día de su asunción: hacer de la Argentina un país capitalista normal, es decir, crear las condiciones para la estabilización del país luego de la crisis más grande que haya vivido en los últimos 25 años.
Hasta ahora, parcialmente lo ha venido logrado. Pero lo obtenido, precisamente por ese carácter parcial, no basta: ante el agravamiento de la crisis mundial, el país puede terminar como barca al garete en medio de una tormenta tropical. Porque los límites de todo arbitraje, los límites de todo bonapartismo, es cuando se acaban los fondos, cuando se acaba la situación de bonanza económica y hay que tomar medidas “antipáticas”.
2. El “modelo” frente a sus límites orgánicos
Ante el fin del desacople
En el cuadro triunfalista de la reelección K había una variable independiente que ya ha comenzado a hacer estragos: la crisis económica internacional.
Durante las elecciones, el kirchnerismo, astutamente, explotó el contraste entre el “derrumbe” del mundo y la estabilidad argentina. Así se alzó con el 54% de los votos. Pero el resultado electoral mostró una fotografía, no toda la película. El arrasador triunfo K se debió a que los votantes premiaron al gobierno por lo que consideraron una situación de bonanza sin fin.
Sin embargo, no llegaron a pasar dos semanas de las elecciones que ya la economía comenzaba a expresar los síntomas de un acelerado deterioro, que parece escapar por momentos al control del gobierno. De ahí también que las medidas respecto del dólar y las tarifas luzcan improvisadas y sin una visión de conjunto. Sucede que no hay “estabilidad nacional” cuando se derrumba el mundo: no hay manera de hacer del país una isla donde se pueda evitar los sobresaltos de la situación mundial.
En esas condiciones, podría acabarse el sueño de los K. El progresismo funciona bien en condiciones de bonanza. Pero cuando las vacas son flacas, inevitablemente se termina desnudando como lo que es: un gobierno de la clase capitalista.
Y si hasta ahora hubo un cierto desacople entre la crisis en el norte del mundo y los países emergentes, esto se debió a que China, India y Brasil no se vieron plenamente arrastrados a la crisis cuando arreció a finales de 2008. Amén de otros factores, sus enormes mercados internos en crecimiento hicieron que la demanda de materias primas continuara por las nubes (al igual que la producción automotriz en el caso de Brasil). La incorporación al mercado de las enormes poblaciones campesinas o ex campesinas en China, India y Brasil ha actuado como contrapeso de la crisis, generándose, sobre todo en el primer país, el efecto de una suerte de “tercera revolución industrial” que ha permitido sostener altísimas tasas de crecimiento.
Esta realidad benefició no solamente a la Argentina, sino al conjunto de Latinoamérica: precios de las materias primas por las nubes (los mayores en las últimas décadas) y una enorme demanda automotriz del Brasil, destino del 60% de la producción argentina en esa rama que viene batiendo récords históricos de producción en los últimos dos años (alrededor de 700.000 unidades).
Sin embargo, ahora en China y Brasil aparecen nubarrones. En el primer país, el nivel de aumento de los precios se hace cada vez más insostenible, los conflictos salariales crecen y el gobierno está tomando medidas de “enfriamiento” económico. Y su crecimiento podría verse afectado por un lado más “estructural”: el de las insostenibles tasas de inversión, que alcanzan el 50% del PBI. Es visible la falta de uso de muchas de sus nuevas instalaciones, lo que está expresando una situación de sobreinversión en plantas e infraestructura que no logran aprovechamiento real. La marea inversora podría verse obligada, entonces, a ser reducida sustancialmente, rebajando el crecimiento y la demanda de materias primas de todo tipo.
Paralelamente, en Brasil se espera una caída a la mitad de su crecimiento actual: del 7,5% en 2010 a 3,5% para este año. Casi inevitablemente, esto terminaría retrayendo al menos parte de la demanda automotriz: “Cualquiera sea la profundidad de la desaceleración brasileña, es de esperar que tenga impacto en la economía argentina, sobre todo desde el punto de vista comercial, ya que Brasil fue, en 2010, el destino del 23% de las exportaciones y del 42% de las manufacturas de origen industrial argentinas. Lo primero que [se] ajustaría es la compra de autos y toda la cadena de la industria automotriz (…) Las manufacturas de origen industrial en la Argentina tienen un componente muy importante de autos. Las automotrices exportan el 60% de su producción; ocho de cada diez autos exportados van a Brasil” (La Nación, 28-8-11).
Además, entre los empresarios argentinos han despertado preocupación algunas medidas proteccionistas que estaría tomando el gobierno de Dilma Rousseff. Y a esto habría que agregarle que el gobierno del PT estaría tomando medidas de ajuste fiscal, si bien todavía moderadas.
En fin, la posibilidad de menores exportaciones de soja a China, y automotrices al Brasil, significarían menos crecimiento en la Argentina; menores posibilidades de “desacople” de la dinámica de la crisis mundial, que a su vez traería problemas por otras vías. Por ejemplo, el hecho de que las obligaciones de pago de deuda externa para el año próximo alcanzan la nada despreciable cifra de 20.000 millones de dólares. El fin del desacople multiplicaría las tendencias a la crisis económica nacional.
Las inercias del “modelo”
El deterioro del contexto mundial en el cual se desenvuelve la economía argentina ocurre cuando el “modelo K” acumula problemas propios.
El problema número uno es la escalada inflacionaria, que erosiona la competitividad del país. Esta escalada ha venido siendo compensada en lo que hace a los trabajadores mediante aumentos de salarios, que hasta cierto punto desbordaron el techo que los empresarios quisieron fijarles en los últimos años. De ahí la denuncia empresaria de que estarían “perdiendo competitividad”.
En efecto, como la cotización del dólar no ha acompañado el ritmo de aumento de los precios, la mano de obra y los insumos para la producción se han ido encareciendo en dólares, reduciendo la competitividad de la economía argentina.
Hasta ahora, como compensación del abaratamiento del dólar en el mercado nacional había estado su debilitamiento a nivel mundial, lo que permitía a las exportaciones del país recuperar algo de la productividad perdida. Las materias primas siguieron subiendo en dólares, y también jugaba a favor la sobrevaluación de la moneda brasileña, con lo que los costos de las exportaciones argentinas se mantenían relativamente bajos.
Pero estas ventajas se han comenzado a evaporar abruptamente, factor que también ha contribuido a la carrera en curso contra el peso. Todo el mundo espera un dólar más caro en el futuro más o menos inmediato: “La fortaleza del real fue hasta ahora la clave de que los productos argentinos mantuvieran su competitividad frente a sus pares del país vecino. Por efecto de la inflación –que erosiona el poder adquisitivo del peso–, el tipo de cambio real de la Argentina ya es casi de 1 a 1 con respecto a Estados Unidos, pero sigue siendo favorable al país cuando se lo mide con Brasil, de 2 a1” (La Nación, 28-8-11).
Segundo problema: el altísimo nivel de subsidios a las empresas de servicios públicos. Como subproducto del estallido de 2001, el gobierno venía manteniendo relativamente bajas las tarifas del transporte y los servicios, en un tributo velado a la rebelión popular.
Asi las cosas, los subsidios a las empresas que prestan estos servicios han alcanzado los 70.000 millones de pesos en 2011, cifra ya imposibles de sostener en condiciones en que prácticamente han desaparecido los superávits gemelos (fiscal y comercial) de años atrás.
La paradoja aquí es que la desinversión que se produce por los bajos precios del servicio, a pesar de los subsidios, viene a agigantar los problemas, porque termina haciendo imposible el esquema por el lado de una oferta que se vuelve cada vez más insuficiente, salvo que se encarezcan abruptamente los precios.
Pero reducir estos subsidios significa, lisa y llanamente, un brutal aumento de las tarifas subsidiadas, que han contribuido a la relativa recuperación o sostenimiento del salario en los últimos años. Su eliminación no caerá nada bien entre la población trabajadora, amén de multiplicar exponencialmente la escalada inflacionaria. Ya se han empezado a escuchar criticas entre los votantes de Cristina ante los primeros anuncios de posibles aumentos.
Tercer problema: la deficitaria provisión de energía. El país viene atravesado una creciente crisis energética. En la balanza energética de lo que el país exporta e importa se ha llegado, por primera vez en años, al déficit, que amenaza con seguir creciendo. Las bajas tarifas han conspirado, como en el caso del transporte público, contra las inversiones en petróleo y gas, y una cantidad creciente de sus derivados deben importarse a precios internacionales, lo que configura un creciente problema para el fisco y la balanza de pagos.
Cuarto problema: la inversión, en términos generales, no es suficiente para mantener el actual nivel de producción y demanda, aunque se haya recuperado desde una bajísima tasa de comienzos de los años 2000 al 22,5% del PBI actual. La utilización de la capacidad instalada de las empresas –más allá de desigualdades por rama de actividad– se está acercando al tope, y también conspira contra la competitividad el hecho de que la ausencia de inversiones suficientes hacen que la dotación de capital fijo (máquinas y equipos), en muchos casos, tenga un atraso respecto de la tónica mundial de 20 o 30 años.
Los empresarios justifican el déficit inversor en que “el clima de negocios no es el más favorable”, en que sigue habiendo temores a un posible nuevo “manotazo” de alguna caja. A esto hay que agregarle el persistente fenómeno de la fuga de divisas: los capitalistas embolsan inmensas ganancias en dólares, pero sacan estos dólares al exterior en vez de invertirlos en el país. El gobierno sólo atina a pedirles que “administren” su giro de ganancias al exterior, algo absurdo en una economía tan extranjerizada (cuestión estructural ante la cual los K no han hecho nada).
El quinto problema es “macro”. Joseph Stiglitz recientemente ha puesto el dedo en la llaga al señalar que Argentina tiene una “debilidad estructural” que podría afectarla fuertemente ante una recaída económica mundial: su excesiva dependencia de la producción de materias primas. Sostuvo que no puede haber país sólido con ese nivel de dependencia de las commodities: “Hay un riesgo de desaceleración en China, lo cual desacelerará el precio de las materias primas, del cual la Argentina es muy dependiente. Por lo tanto, debería diversificar su economía, algo que no se hace de la noche a la mañana” (La Nación, 27-8-11).
Se trata de un problema estructural que el kirchnerismo y su “modelo” no han modificado un ápice en sus ocho años de gobierno: la inserción dependiente y subordinada de una Argentina relativamente primarizada en la economía mundial, problema que refleja una cuestión de fondo que no podrá resolver ninguno de los relatos “épicos” del progresismo: la ausencia de una burguesía nacional con vocación real de desarrollo integral de las fuerzas productivas nacionales.
Acerca de los problemas acumulados por el modelo K hay bastante consenso entre todos los economistas, sean del color que sean. También hay consenso acerca de que 2012 va a ser un año mucho más difícil para la economía argentina. La gran pregunta es: ¿qué curso tomará el gobierno frente a esta realidad?
El ajuste (“redistributivo”) ya llegó
Nos apresuramos a responder a esa pregunta señalando que no pasaron ni dos semanas de las elecciones que el gobierno ya estaba anunciando las primeras medidas de un ajuste económico en regla, aunque lo llame “ajuste redistributivo”.
En primer lugar, el gobierno ha salido a tratar de resolver el problema de la cotización del dólar. Acá hay un gran problema. Muchos analistas han señalado la dificultad de jugarse a evitar que el dólar se aprecie contra el peso cuando, a nivel mundial, el retorno de la crisis está haciendo que el dólar se fortalezca contra el resto de las monedas. Además, en la Argentina, el debilitamiento del peso les permitiría a los empresarios recuperar competitividad, amenazada por la alta inflación.
Pero aquí hay exigencias contradictorias: una devaluación de la moneda, solamente serviría para agigantar las presiones inflacionarias, ya que los precios tratarían de mantenerse en términos de su relación con el dólar, por lo que aumentarían en pesos.
Ésta es una de las razones por la cual el gobierno ha instrumentado una suerte de “control de cambios”. En puridad, más allá de los discursos altisonantes contra los que “fugan divisas”, la realidad es como muchas otras bajo los K: no se trata de un verdadero control que afecte a los grandes bancos y empresas, que son los que manejan la masa de los dólares, sino solamente a los pequeños ahorristas y tenedores que no pueden cambiar pesos por dólares libremente. En cambio, sí lo pueden hacer, negociación “política” mediante, los grandes bancos y empresas.
El tema más de fondo es que no hay manera de resolver administrativamente un problema económico real: el peso está sobrevaluado. En estas condiciones, lo que se logra es que se vaya a un desdoblamiento de hecho del tipo de cambio: el que quiera dólares y no sea un gran empresario o banquero, los podrá adquirir en el mercado negro a una cotización mucho más alta.
Junto con lo anterior está el anuncio hecho por el gobierno respecto de los subsidios. La cuestión es que, como se preveía, el gobierno ha salido a encarar el tema de que su financiamiento se le ha achicado, no tiene crédito internacional, ha sufrido una fuga de dólares considerable y se ha achicado vertiginosamente el superávit comercial.
En definitiva, faltan dólares, falta financiamiento, y entonces hay que achicar los gastos: de ahí viene la política que está iniciando para reducir subsidios.
Es en esas condiciones que, para cuidar las formas, el gobierno ha salido a hablar de “ajuste redistributivo”, a diferencia de los clásicos ajustes que solamente afectaban a los “pobres”. Pero aquí hay una trampa evidente: en el país no rige un verdadero control de precios. Las bravuconadas de Moreno son sólo eso: alertas “políticos” a determinadas empresas para que administren las subas de precios más odiosas, o las posterguen unos días si es necesario. Pero nada más.
¿Qué ocurrirá ahora, cuando las empresas comiencen a perder sus subsidios, con las naftas, la telefonía, el subte, el transporte de colectivos, los servicios de luz, gas y agua?
Es simple: aun administrando la quita de subsidios, la situación más común será el traslado a los precios. Los empresarios tratarán de recuperar los fondos perdidos por la vía del aumento de los precios que cobran por los servicios.
Ahí están los casos de Macri anunciando el boleto del subte a 3,40 (ya lo subió de 1,10 a 2,50) si no le garantizan los 700 millones que el subte viene recibiendo; o los empresarios de colectivos diciendo que si se caen los subsidios, el precio del boleto debería irse de 1,20 a 4 pesos, para no hablar de los trenes o de lo que podrá ocurrir con la luz o el gas.
En suma se está viniendo un ajuste en regla, que llegaría también a las paritarias del año que viene. Noemí Rial, del Ministerio de Trabajo, ha salido a decir que el “piso salarial ya está recompuesto”, por lo que entonces los aumentos que se pacten en paritarias el año próximo deberían ser “moderados”…
No se sabe bien que parámetro toma Rial para hablar de “recomposición”, pero la “moderación” de los aumentos salariales, en un escenario donde las naftas, el transporte y los servicios aumentan, equivaldrá a una caída en el nivel de vida de los trabajadores.
3. Hacia un año de duras luchas obreras
Cuando las expectativas chocan con la realidad
Se viene un año distinto al que está terminando en varios terrenos, y sobre todo en materia de luchas obreras y populares. Porque será, casi seguramente, un año de dura conflictividad social. El gobierno ha puesto en marcha el ajuste económico más ortodoxo de toda su gestión. Este objetivo fue el eje del reciente discurso de Cristina ante los empresarios: señalar que la etapa que se inicia es la de “la lucha porla competitividad”. Es decir, moderar la escalada inflacionaria y el deterioro de los precios de venta de los productos en el mercado internacional por el expediente de un ataque al salario directo e indirecto.
Por esta razón, la suma del ajuste generalizado de las tarifas y del transporte, sobre el trasfondo de una negociación paritaria que se pretende “a la baja”, inevitablemente llevará a un choque entre las expectativas de la masa de los trabajadores que votaron a Cristina, pensando que el país estaría “blindado” frente a la crisis mundial, y la dura realidad de que el ajuste del gobierno es un ataque en regla a sus condiciones de vida.
Este choque de las expectativas con la realidad llevará a franjas de los trabajadores, el estudiantado y los sectores populares a avanzar en su experiencia con el carácter capitalista del gobierno kirchnerista, alimentando el proceso de recomposición obrera y el desborde político por izquierda al oficialismo. Alentar este proceso es la principal tarea de la izquierda revolucionaria en el 2012.
En ese contexto, la dinámica de las luchas como peleas de conjunto dependerá también de los vaivenes de la relación entre el gobierno y el líder de la CGT, Hugo Moyano. Esta relación luce hoy deteriorada, y no está claro si se podrá recomponer. Tampoco está claro si otra figura de recambio en la CGT podría actuar como factor “estabilizador”, relevando el rol de Moyano en los últimos años.
En todo caso, y tomando en consideración que, en el fondo, y más allá de lugares puntuales (docentes y estatales), la CTA cuenta realmente poco (además de que sus reflejos innatos siempre son pusilánimes), no será el mismo escenario para la vanguardia obrera independiente si la burocracia cierra filas con el gobierno de Cristina (la tendencia siempre más probable) que si no lo hace.
Si este cierre de filas se concreta, más allá de las contradicciones que siempre existen, la vanguardia independiente se encontrará en un contexto más difícil. Esa posibilidad augura un escenario de duras luchas, con un papel protagónico de una amplia vanguardia obrera, estudiantil y popular que se enfrentará a un gobierno fortalecido electoralmente, y que ha puesto en marcha, simultáneamente con el ajuste económico, una campaña para criminalizar la protesta social.
Haremos ahora un somero balance de las peleas de 2011 y luego esbozaremos los contornos de lo que se avecina para 2012.
2011: un año electoral con pocas luchas
El año que está terminando no estuvo marcado por grandes luchas ni por progresos sustanciales (tampoco grandes retrocesos) en materia del proceso de recomposición obrera. Una coyuntura económica favorable, con dominio de la escena política por parte del oficialismo, y un festival electoral permanente son los elementos que dieron lugar a esta realidad.
Esto no quiere decir que no haya pasado nada: hubo algunas luchas de importancia nacional siguiendo mayormente un patrón que se viene afirmando en los últimos años: peleas de la amplia vanguardia encabezadas por sectores independientes. Porque en lo que hace a peleas de conjunto, de la masa de los trabajadores, la burocracia actúa como un tapón para su desarrollo. Aquí es donde toma relevo la vanguardia independiente: los sectores que logran salir a la pelea casi siempre tienen una u otra influencia de la izquierda política o sindical.
La primera pelea de cierto impacto del año ocurrió en el verano. A diferencia de las que le siguieron, estuvo dirigida por la burocracia. Tuvo como protagonistas a los trabajadores portuarios de Rosario reclamando la equiparación salarial con los trabajadores aceiteros, de salarios más altos a caballo del boom de la soja. Este reclamo se saldó con un triunfo, y estuvo encabezado por el moyanismo, burocracia que mantiene astutamente vigente un perfil “luchador”, sobre todo en base a reclamos de encuadramiento sindical y otras reivindicaciones más o menos específicas. Se trata de un mecanismo que tiene varias ventajas para el moyanismo: posa de combativo, engrosa sus huestes, y, al mismo tiempo, esos conflictos quedan “encapsulados”: atañen sólo a sectores determinados y no tiran para arriba ni el salario ni las condiciones de trabajo en su conjunto. Además, tienen un fuerte amparo en la legalidad y se hacen a expensas de la burocracia de los “gordos”, todavía más desprestigiada.
Pero los conflictos encabezados por la burocracia fueron la excepción. El propio Moyano se apresuró a pactar en Camioneros paritarias a la baja respecto del promedio general.
Así las cosas, los conflictos de mayor impacto fueron protagonizados por sectores independientes de la burocracia, desatándose en la primera mitad del año los dos de más importancia en la provincia de Santa Cruz: los petroleros y otra histórica lucha de los docentes santacruceños. Este conflicto llegó a colocar una combativa delegación de lo mejor del activismo en la Capital Federal, que fue apoyada por la izquierda en general y nuestro partido en particular (con una compañera reconocida luchadora docente de Río Turbio).
Respecto del conflicto petrolero, fue dirigido por un nuevo cuerpo de delegados y tuvo por centro el expreso reclamo de convocatoria a elecciones por una nueva dirección del sindicato provincial (que la burocracia nacional aún no ha garantizado). Es decir, tuvo elementos de desborde y recomposición.
Ya en el caso de los docentes de Santa Cruz, de gran tradición de lucha, la dirección de ADOSAC está en manos de sectores de izquierda centrista, que maniobraron contra el activismo. Este conflicto no terminó en un triunfo, en gran medida porque su directiva visualizó el envío de la delegación a Buenos Aires, no como un factor para presionar sobre el gobierno de Cristina sino como una maniobra para sacarse de encima el activismo y poder levantar la lucha.
En el comportamiento del gobierno frente a la lucha de los docentes cruceños se volvió a expresar un modus operandi que es ya marca registrada del kirchnerismo frente a las luchas independientes: no solamente mandó matones a Santa Cruz, sino que cuando la delegación acampó frente al Ministerio de Trabajo, desató una furiosa represión para desalojarla, lo que dio lugar a que haya compañeros y compañeras detenidos (y donde el partido se jugó entero por la solidaridad, llegando a estar en la primera línea de la pelea contra la represión).
Promediando el año, y como bisagra entre los dos conflictos santacruceños y los que ocurrieron luego de las internas del 14, estuvo el dilatado conflicto de los judiciales bonaerenses. Otra histórica pelea de 60 días, marcada por elementos de irrupción desde las bases. El partido tuvo una participación directa, y esta experiencia ya marca otro de los elementos de progreso de la recomposición de los trabajadores, la potencial proyección de la Lista Celeste como alternativa de dirección a las dos alas en las que quedó dividida de la burocracia en el gremio (la michelista y la yaskista).
En tercer lugar, están los conflictos de la última parte del año. Se trata de los choferes de la línea 60, la lucha contra la detención del dirigente ferroviario “Pollo” Sobrero y el parazo de 64 horas en Fate. Se trató de peleas donde la izquierda independiente tuvo gran peso, combinándose la lucha contra los ataques represivos por parte de patotas de la burocracia o la persecución de dirigentes obreros independientes desde el propio aparato del Estado. Un signo que seguramente va a replicarse en las luchas de 2012.
Más allá de estos casos más visibles o de trascendencia más o menos nacional, hubo un sinnúmero de conflictos que es difícil resumir aquí. Quizá el más importante en esta coyuntura postelectoral es el de los docentes de la Capital Federal contra el gobierno de Macri y su intento de avasallar las condiciones de contratación establecidas en el Estatuto. Aquí la dialéctica va entre el intento de control de la pelea por parte de la burocracia de la UTE, la existencia de un sindicato “michelista-centrista” como el de Ademys y el desborde por la izquierda.
Tampoco nos podemos olvidar de los cortes de la UATRE (peones rurales), o del conflicto de los gremios aeronáuticos, ambos en manos de la burocracia por distintos reclamos: salarial el primero; vinculado a las condiciones de trabajo, al convenio y a la gestión de Aerolíneas el segundo.
Hay que tomar nota de que la burocracia no deja de encabezar conflictos, pero la tónica siempre tiende mucho más a la contención que a desatar verdaderas peleas. Más allá de sus vaivenes en la relación con el gobierno, el carácter estructural de la burocracia es el que hace que la generalidad de las veces, de una u otra manera, termine dominando su rol estabilizador, aun con momentos de desavenencia con el poder de turno.
Algunas conclusiones de esta pintura. Una, que las luchas no dejaron de ser fragmentarias en un año marcado por la estabilidad, y que Moyano y Yasky, a pesar de los pataleos del primero, garantizaron las condiciones de la “paz social” para no perturbar el proceso de reelección de Cristina.
Dos, que varias de las luchas de mayor trascendencia del período estuvieron nuevamente en manos de conducciones independientes de la burocracia. Esta característica seguramente se va a repetir en 2012 y viene siendo marca registrada en los últimos años: luchas cuya característica ha incluido una gran visibilidad nacional, pero que, por cuenta del rol de contención de la burocracia sindical no han dado lugar a un ascenso generalizado, simultáneo.
Tres, que como una suerte de “patrón” de las peleas independientes, éstas vienen acompañadas por zarpazos reaccionarios de criminalización de la protesta social, rasgo que se volverá a hacer presente, seguramente, con más fuerza en 2012.
Cuatro, que lo anterior no excluye conflictos dirigidos por la propia burocracia. Ya en esta coyuntura postelectoral están aflorando contradicciones con sectores de la burocracia.
Quinto, y no menos importante, el año ha estado cruzado también por otra serie de conflictos sociales no específicamente de los trabajadores. Es el caso de la pelea contra el asesinato de un luchador del MOCASE en Santiago del Estero, vinculado al avasallamiento de tierras originarias por el desmonte que vienen llevando a cabo empresas capitalistas de la soja para ampliar la “frontera agrícola”, con la complicidad de los gobernadores K. Lo mismo viene ocurriendo en Formosa con los indígenas Qom (situación que ya se ha cobrado varias vidas de originarios). Para no hablar de la pelea que se dio en la segunda mitad del año en Jujuy a propósito de la vivienda y de la pretensión de los Blaquier de desalojar familias ocupantes de predios supuestamente de su propiedad. Finalmente, está el caso de las peleas estudiantiles y por el derecho al aborto que se tratará en textos específicos.
La responsabilidad de la vanguardia independiente
Como señalamos, de manera corregida y aumentada, estas líneas de fuerza de la conflictividad obrera y popular se van a reproducir en 2012. En lo que hace a los grandes gremios en su conjunto, bajo el control de la burocracia, habrá que ver si el gobierno de Cristina logra cerrar un acuerdo general con la burocracia o no. Si bien en estos momentos no se está hablando específicamente de un “pacto social”, es probable que esta idea-fuerza sea nuevamente reflotada en algún momento. Pero para ello debería resolverse el tema de la conducción de la CGT. El gobierno ha dejado deslizar que la etapa de Moyano “ya estaría superada”, y que el “movimiento obrero necesita otra conducción” (se ha hablado de Caló, de metalúrgicos; Martínez, de la UOCRA, o, incluso Rodríguez de UPCN). Pero el problema es que el “poder de fuego” de Moyano sigue siendo muy grande, por lo que el camino más pragmático para el gobierno quizá sea volver a pactar con él.
Tomando en consideración el alineamiento casi automático de la CTA de Yasky con el oficialismo, de quedarse Moyano, o resolverse el tema de la CGT, ese factor crearía las condiciones para la apuesta por la “estabilidad” que busca el gobierno, con la excusa de la crisis mundial en materia de paritarias y grandes gremios, haya pacto social explícito o no.
Sin embargo, de no cerrarse el acuerdo con Moyano, el escenario de conjunto sería distinto, más sometido a tensiones y contradicciones, y ese escenario está en estos momentos abierto.
Subsiste en la oposición la CTA Micheli. De palabra puede aparecer “apoyando” tal o cual lucha o reclamo. Pero a la blandura habitual de la burocracia degennarista se le suma el hecho que la capacidad de movilización de esta CTA partida en dos mitades está aún más debilitada de lo habitual.
Este escenario es el que plantea las mayores responsabilidades en las direcciones independientes vinculadas a la izquierda. Es que la contradicción entre el deterioro económico, el ajuste en curso y la política de pactar salarios a la baja casi inevitablemente van a generar un proceso de bronca y presión reivindicativa en amplios sectores.
Todo este conjunto de elementos hace a la tendencia evidente hacia duros conflictos. El activismo independiente va a ser correa de transmisión del descontento de las bases, pero va a ir al choque con un gobierno que viene llevando adelante advertencias bonapartistas, decidido a satisfacer el reclamo de “competitividad” de los empresarios y que va a pretender recrear la Santa Alianza con empresarios y burócratas contra las luchas obreras que los desborden.
Esto va implicar un escenario de multiplicación de los ataques, persecuciones a dirigentes obreros independientes, y un tratamiento duro y, eventualmente, con elementos represivos de los conflictos obreros.
Contra la persecución a los dirigentes obreros y la criminalización de las luchas sociales
Precisamente, aquí cabe dar cuenta de la creciente persecución que está en curso contra los dirigentes obreros independientes, así como la cuestión más amplia de la represión sobre los movimientos sociales independientes en lucha.
Respecto del primer punto, lo más descollante en el último período ha sido la arbitraria detención del “Pollo” Sobrero, un operativo montado para intentar desprestigiarlo y tratar de equilibrar la balanza con la burocracia de la Lista Verde por la detención de Pedraza en la causa por el asesinato de Mariano Ferreyra. Si bien al gobierno la jugada le salió mal, no por ello la persecución a los luchadores deja de ser un rasgo de la coyuntura. En el país ya hay nada menos que 5.000 procesados por luchar, lo que muestra a las claras cómo se utiliza el mecanismo de la criminalización para tratar de impedir el desarrollo de las legítimas luchas de los trabajadores por medios que intentan tirarles la legalidad burguesa encima.
Por otra parte, hay una situación más grave aún: la represión directa sobre determinadas luchas populares. Ocurrió con el Parque Indoamericano sobre el final de 2010, hace poco con la muerte de compañeros originarios Qom y acaba de volver a repetirse con la muerte de un integrante del MOCASE. En este caso, como hemos señalado, lo que se castiga con la muerte por parte de los aparatos represivos del Estado es la violación de la propiedad privada. Estado y gobierno defienden la propiedad, sin importar si se ha agenciado por los capitalistas de los agronegocios o del negocio inmobiliario por medios completamente ilegales. Se avasallan tierras comunitarias ancestrales para extender la frontera agraria o para supernegocios inmobiliarios, al tiempo que se deja a la masa de la población pobre sin lugar donde vivir.
Es imprescindible tomar los problemas legales con la seriedad del caso. Bajo las actuales condiciones de la lucha de clases, perder de vista el lugar que tiene el derecho y la ley en todo proceso de lucha es de cretinismo infantil, más allá de que el terreno legal es siempre un punto de apoyo secundario para la lucha y no el principal (vieja polémica con el PTS).
4. La recomposición obrera
En 2011, tan mediado como estuvo por el festival electoral, la recomposición no vio grandes progresos, aunque tampoco se verificaron retrocesos, lo que no es un elemento menor.
Es un hecho que no pudo ganar el cuerpo de delegados a la Verde en el Roca (la burocracia hizo una gran elección); esto ocurrió luego de todo lo que significó la lucha de los tercerizados ferroviarios en la segunda mitad del 2010, por lo que merece una explicación que intentaremos más abajo.
Sin embargo, tampoco se puede perder de vista que se mantuvo la interna independiente en Kraft, o que el PO acaba de ganar la interna de los gráficos de Clarín.
Al mismo tiempo, como desafíos por delante, y en vinculación con nuestro partido, está la posibilidad de disputar el gremio de los judiciales bonaerenses, pero sobre todo lo que se viene de manera inminente es la elección en el neumático. Un tremendo desafío para el partido en su conjunto, que se puede ganar o perder; lo mismo que la pelea por la reinstalación de un compañero en Firestone, lo que plantea llevar adelante una campaña de tipo nacional.
La situación de la burocracia sindical
Dentro del capítulo de la recomposición obrera, se trata de hacer una somera evaluación de la situación de la burocracia. No tenemos espacio ni tiempo aquí para hacer un estudio más detallado del tema. Sólo estableceremos una serie de lineamientos básicos respecto de las tendencias observadas en el último año, y algunas de las que vendrán.
Hay dos o tres hechos básicos. El primero es que en el terreno sindical el kirchnerismo siempre actuó como un gobierno peronista tradicional: fue conservador respecto de la estructura sindical existente. Hay que recordar cómo a finales de 2009, cuando repiqueteaba el reclamo del subte por su inscripción y saltó a la palestra el debate por el “modelo sindical”, el ministro Tomada defendía el modelo existente señalando que “estaba probado por su funcionamiento en los últimos 60 años” y que algo así “no se cambiaba de un día para el otro”…
Un año después, a los compañeros del subterráneo se les dio la inscripción, pero al dejar pasar en 2009 la discusión acerca de la “libertad sindical”, la mayoría del cuerpo de delegados del subterráneo facilitó que el gobierno cajoneara todo el debate; no fueron capaces de hacer un puente hacia el resto de la clase obrera y superar el típico comportamiento corporativo.
Así las cosas, no solamente no se avanzó en el reconocimiento de la CTA, algo facilitado por su división en septiembre del 2010, sino, lo que es mucho más importante, el cuestionamiento de conjunto al modelo de “unicato sindical” fue por el momento archivado.
En esas condiciones, la estrategia del gobierno en este fundamental terreno de la dominación capitalista se reduce a una sola cosa: mientras ratifica el reaccionario modelo existente, sólo se preocupa acerca de quién debe estar al frente de la CGT. Un verdadero bochorno para los que defienden al gobierno desde la “izquierda” (por no hablar de la complicidad K con la Verde de Pedraza, algo que también olvidó mencionar la campaña del FIT).
En este marco, hay que ubicar la naturaleza del conflicto del gobierno con Moyano. Cristina reclama para sí todo el poder de arbitraje sobre los asuntos nacionales y busca una burocracia más sometida al “proyecto nacional y popular”. Más aún en condiciones en que en los próximos meses deberá administrar una dura receta de ajuste económico, lo que no excluye, si las condiciones políticas lo permiten, alguna forma de pacto social entre gobierno, empresarios y burocracia.
Pero para este escenario hay un problema. Moyano está al frente de uno de los gremios más importantes del actual ciclo económico, y no deja de reclamar una parte de arbitraje en retribución a sus servicios. A lo largo del año trató, siempre fallidamente, de “marcar la cancha” con reclamos: pidió lugares en las listas para el “movimiento sindical” (que no obtuvo) o participación sindical en las ganancias empresarias, amén de cuestiones más reivindicativas como la elevación del piso al impuesto a las ganancias y otras.
Es precisamente el reclamo de Moyano de manejar una parte de ese arbitraje lo que disgusta a Cristina. Esa exigencia se apoya en una realidad material: la recuperación de la estructura sindical a partir del alza económica de la última década.
El problema es que Bonaparte para administrar la crisis nacional sólo puede haber una: la propia Cristina. Moyano aparece haciendo reclamos por “izquierda” en momentos en que el gobierno se está desplazando claramente hacia la derecha. Además, su ariete actual es un reclamo que molesta al oficialismo: la participación de los trabajadores, aunque sea poco más que testimonial, en una parte de las ganancias.
En definitiva, las fintas entre el gobierno y el moyanismo serán un factor de peso en el escenario del año próximo, con fuertes matices si estos dos actores mantienen su “matrimonio” o se llega a una suerte de “ruptura”.
El segundo elemento a analizar es la crisis de la CTA. No sólo no logró su reconocimiento, sino que quedó más lejos que antes de ello como subproducto de su división. La CTA salió debilitada de las elecciones de septiembre del 2010, y si la izquierda no pudo aprovechar esa circunstancia es por responsabilidad del PO y el PTS, que dividieron la lista 5 encabezada por los compañeros de FATE.
La CTA no solamente está debilitada: esta división la ha desprestigiado profundamente. Ambos sectores burocráticos tienen una suerte de paridad de fuerzas. Si el sector de Yasky y Baradel, además de controlar el gremio docente (el más grande de la central), puede hacer jugar a su favor la relación con el oficialismo nacional, el sector de Micheli se apoya en la otra pata histórica de la CTA, los estatales (aunque aquí compiten con la UPCN de Rodríguez de la CGT), y vienen con el espaldarazo político de haber obtenido cargos parlamentarios de la mano de Binner.
En todo caso, lo más importante es lo siguiente: el debilitamiento de la CTA agiganta las posibilidades de desarrollar experiencias clasistas en su seno; en primerísimo lugar, en el caso del neumático.
Pero no se trata sólo de ese sector. Otro gremio de importancia, donde nuestro partido ha comenzado a hacer una experiencia, es el de los judiciales bonaerenses. Aquí tenemos una importante participación en la lista Celeste; una relación construida con la compañera dirigente de la seccional Morón, y para las elecciones de 2012 la burocracia iría dividida entre sus dos fracciones, lo que plantea la posibilidad de disputar el gremio desde la oposición clasista.
La apuesta a que en esta CTA debilitada pueda haber progresos de las alternativas clasistas en el próximo período es una tarea de primer orden en 2012, entre otras cosas, por el hecho de que somos parte real de algunas de las más importantes experiencias clasistas de esta central. Y esto hace que vuelva a ponerse sobre el tapete la necesidad de construir una Tendencia Clasista.
Vaivenes de la recomposición obrera
La dialéctica de las luchas en los últimos diez años ha sido la siguiente: la resistencia comenzó entre los desocupados: primero en el interior del país y luego desembarcando en el Gran Buenos Aires con la puesta en pie de grandes movimientos de desocupados y el de fábricas recuperadas, la más importante Zanon.
Con la recuperación económica cambió la geografía social de la lucha: el proceso comenzó a tener una centralidad cada vez mayor de la clase obrera propiamente dicha. Un cambio de importancia estratégica, que fue acompañado por la emergencia de una nueva generación obrera y el comienzo de un proceso de recomposición. En este sentido, la Argentina es peculiar en cuanto al peso social de la clase obrera en la lucha y la influencia del trotskismo; una tradición histórica del país.
Los primeros conflictos de importancia fueron los del subterráneo de Buenos Aires, el hospital Garrahan y los Suteba (docentes) combativos del Gran Buenos Aires entre 2004 y 2006. Más tarde comenzó el proceso del neumático, cuyo apogeo fue entre 2007 y 2008. Contemporáneamente estuvo la dramática derrota de los jóvenes del Casino, un conflicto realmente heroico que expresaba el despuntar de la nueva generación trabajadora. En la segunda mitad del 2009 se destacó el conflicto de Kraft, que tomó gran estado público por la coyuntura en que ocurrió. Ya en la segunda mitad de 2010, el gran conflicto de la vanguardia fue el de los tercerizados del Roca, que terminó con Mariano Ferreyra asesinado, Pedraza preso y los compañeros tercerizados pasados a planta. Desde ya, todos estos procesos estuvieron rodeados de multitud de conflictos menores que es imposible detallar aquí.
Pongamos ahora un poco la lupa en la recomposición obrera en el último período. Sus últimos logros no ocurrieron, centralmente, en 2011, sino antes. La comisión interna de Kraft fue ratificada recientemente, pero había sido obtenida por el PTS de manos de Bogado en 2009. Atravesado por la contradicción de la adaptación de la mayoría del cuerpo de delegados a la burocracia de la CTA oficialista, la inscripción del sindicato del subterráneo también ocurrió a finales del 2010.
El hecho es que en 2011 no parecen haberse producido avances de calidad. La disputa más importante fue la confrontación por el cuerpo de delegados del Roca, pelea que se saldó con el fuerte triunfo de la burocracia Verde. Si bien la votación de la vanguardia independiente fue de alrededor del 20%, un importante capital político, la lista Verde emergió fortalecida. ¿A qué se debió este resultado, a priori, paradójico?
La Verde fue a la elección con su dirigente histórico preso y con un importante reconocimiento popular a la figura de Mariano Ferreyra, joven militante de izquierda. Sin embargo, la pelea de los tercerizados nunca logró vincularse realmente con la de los efectivos ferroviarios; el proceso de maduración político-sindical de los tercerizados mismos no ha sido un proceso lineal.
A esto hay que sumar la responsabilidad del PO y el PTS. A los desastres aparatistas (situaciones de división artificial que desprestigiaron a la izquierda en el conjunto de la base) hay que sumar la orientación “luchista” (sustituista y ultraizquierdista) del primero y la sindicalista del segundo, que en nada contribuyeron a la politización del conjunto de la base y a establecer un puente entre los tercerizados y los efectivos. En su conjunto, éstas son, sintéticamente, las razones que explican el resultado en el Roca.
Claro que nada de esto puede significar el perder de vista que el ferrocarril es uno de los grandes terrenos de disputa de la recomposición, una de cuyas expresiones más visibles en este momento es la experiencia de la línea ex Sarmiento. Esto explica la detención en su momento del “Pollo” Sobrero y su transformación en gran figura trabajadora nacional de la izquierda.
La prueba del gremio del neumático
En lo inmediato, para la vanguardia obrera en general y para el partido en particular, se viene una importante prueba: la elección en el neumático. No se trata de un escenario fácil. Luego del gran ascenso en el gremio en 2007 y 2008, que permitió ganar la seccional San Fernando y llevar a cabo una primera prueba en la disputa electoral nacional del gremio, estuvo el conflicto de que 2008 terminó en una dura derrota, con 200 compañeros afuera: la flor y nata del activismo de las tres fábricas.
Remontar esta realidad fue sangre, sudor y lágrimas. En realidad, la base del gremio hasta el día de hoy no se ha terminado de recuperar. Esta situación es la que metió presiones hacia el sindicalismo y la adaptación dentro de la Marrón, incluso en FATE.
Un reciente capítulo de esta realidad fue la lucha contra la renovación del convenio esclavista que impuso el burócrata Wasiejko y la pelea contra el plebiscito con el cual pretendió legitimarla. El parazo de 64 horas fue una contundente respuesta (y un mentís a las excusas del PO y el PTS de que “los obreros no luchan”). Pero, al mismo tiempo, con el argumento de la “legalidad”, la empresa y el gremio lanzaron una contraofensiva terminando por imponer el plebiscito.
Aun así, en FATE ganaron el no y la abstención claramente; y si en el resto del gremio ganó el sí (como era de esperarse), hubo importantes expresiones de rechazo, aun cuando este rechazo no tuviera quien lo encabezara de manera orgánica en Firestone y Pirelli.
Sin embargo, imponer la ratificación del convenio esclavista, sumado a la campaña contra los “fascistas” que “desconocieron el plebiscito” y la pusilanimidad del centrismo casi orgánico de la mayoría de la ejecutiva en FATE, hicieron que la base vuelva a quedar a la defensiva.
A esta difícil realidad se le suma que una parte de la Marrón (gente vinculada al MST, que cumple un rol nefasto), está planteando “refundar” la agrupación para alinearse con el michelismo “excluyendo o poniéndole claros límites a la izquierda” y liquidando su carácter independiente. También hay presiones ultraizquierdistas (PTS), que no tienen la motivación real de sostener la pelea por el gremio y por la Marrón como experiencia independiente, sino una lucha de secta contra nuestro partido.
Insistimos: en el fondo estas presiones hacen a las dificultades vividas en el gremio –y la estabilización del país– en los últimos años, con el tremendo desafío que significa sostener una estrategia independiente en el único gremio industrial de la CTA.
Sin embargo, y pese a esas dificultades, tanto la pelea por FATE como por el gremio en su conjunto, si bien muy difíciles, siguen abiertas. Y tendrán la prueba de que la Marrón se mantenga unificada con su programa independiente y revalide sus títulos en la elección de delegados, seccionales y nacional de este verano.
De más está decir que ésta, una de las fichas objetivamente más importantes de la recomposición, será una prueba para el partido. No hace falta repetir que FATE y el neumático es nuestra principal apuesta estratégica en la vanguardia obrera, y si logramos que la misma experiencia se mantenga o incluso se potencie, la experiencia del partido en la recomposición podría dar un salto cualitativo. Esto no niega que la dependencia del partido respecto de la experiencia de FATE, con toda la inmensa riqueza de este proceso, expresa la necesidad de diversificar nuestros puntos de apoyo en la recomposición.
Además, la del neumático es una de las experiencias de más calidad del proceso de la recomposición obrera, con claras características de democracia obrera que no muchas otras experiencias pueden emular. Nuestro partido apostó correctamente a la concentración en este gremio para poder luego, fortalecido en su experiencia allí, proyectar más hacia el conjunto la estrategia de recomposición clasista.
Parte de esto fue la extraordinaria experiencia de la Lista 5 en la elección de la CTA, no casualmente boicoteada por el PO y el PTS, que privilegiaron sus intereses de secta y su disputa con nuestro partido antes que dar un paso adelante en la lucha contra la burocracia de la CTA.
La división de la CTA es otro elemento presente en el neumático y en nuestra estrategia más de conjunto en la vanguardia obrera. Esa división, como advertimos en su momento, favorece la eventualidad de la consolidación de la experiencia clasista en el neumático. En estas condiciones, una de las tareas más importantes de 2012 es acompañar y sostener la campaña de la Marrón en FATE y el neumático, así como poner en pie la campaña por la reincorporación al trabajo de un compañero nuestro en Firestone.
Se trata de una de las responsabilidades más grandes que tenemos en el terreno de la vanguardia obrera, y de salir medianamente bien librados, nos pararía de una mejor manera frente al año de duras luchas que se avecina.
Por un Encuentro Nacional de Delegados de Base. Retomar el planteo de la necesidad de una tendencia clasista
En este marco, planteamos la realización de un Encuentro Nacional de Delegados de Base. Aquí hay toda una discusión, ya que en oportunidad de la persecución al “Pollo” Sobrero y la pelea de los compañeros de la línea 60 de ómnibus se puso en pie una suerte de “frente único” de la vanguardia obrera y luchadora, esencialmente, por ahora, alrededor de un programa democrático.
Sin embargo, el carácter independiente de este frente único y el hecho de que concentre prácticamente todas las expresiones de lo que damos en llamar el “nuevo clasismo” hacen que, necesariamente, se plantee una discusión más estratégica: ¿qué perspectiva más de conjunto darle a esta experiencia? Algo que se hace más urgente atendiendo a los duros conflictos que se vienen, donde seguramente la vanguardia trabajadora independiente protagonizará trascendentes luchas en 2012.
Por nuestra parte, hemos adelantado la discusión acerca de la necesidad, entonces, de avanzar hacia un Encuentro Nacional de Delegados de Base, independiente de todo sector de la burocracia. No somos sectarios. No estamos negando la necesaria unidad de acción en la pelea democrática: por ejemplo, con la CTA Micheli o, incluso, en otras circunstancias, con otros sectores de la burocracia.
De lo que hablamos es de otra cosa: del ámbito específico de reagrupamiento de la vanguardia independiente. En este sentido, hay dos discusiones: una, la de la construcción de las corrientes o colaterales de cada partido, lo que es un derecho y algo que también debemos encarar. En la última década llevamos a cabo varios ensayos en ese sentido bajo el paraguas de la necesidad de la construcción de una Tendencia Clasista; la misma Lista 5 tuvo elementos en ese sentido, y sobre este planteo debemos volver en cuanto tengamos posibilidades de dar pasos prácticos en ese sentido, ya que es una necesidad estratégica para el partido en su construcción en el movimiento obrero.
La segunda tiene que ver con la necesidad de un reagrupamiento independiente de todo sector de la burocracia, de carácter clasista, opuesto a lo que dicen el MST, la CCC e IS, para quienes consiste en ir de la mano de la burocracia “buena”, la CTA Micheli.
Esta discusión nos reenvía a la actividad por abajo: revalidar los “títulos” en FATE y el neumático es la tarea principal del momento. También sería extraordinario que avance el trabajo en el gremio judicial bonaerense; así como lograr hacer madurar otras posibilidades que todavía son incipientes.
5. La disputa en la izquierda
No hay forma de referirnos en este momento a la situación de la izquierda si no es a partir de la reciente campaña electoral. Allí hubo básicamente, dos bloques político-electorales y dos expresiones que quedaron afuera de la contienda electoral.
Por un lado, el PCR (maoísta) y el MST (ex trotskistas) constituyeron Proyecto Sur con el grupo de Pino Solanas. Un armado electoral con perfil “antiimperialista” y “populista” que no es de independencia de clase, sino que constituye una correa de transmisión de la burocracia michelista en la vanguardia de trabajadores, que obtuvo malos resultados. No podemos dedicar mayor espacio aquí a este sector. Pero el MST (y la CCC) han sido actores en los distintos frente de acción de la izquierda, y en FATE, por ejemplo, como acabamos de señalar, son nuestro principal enemigo.
Por el otro, el PO, el PTS e IS conformaron el Frente de Izquierda (FIT), un acuerdo por ahora estrictamente electoral, que es de independencia de clase pero cuya política electoral fue claramente oportunista.
Fuera de estos dos bloques (que todo parece indicar se mantendrán) quedaron, básicamente, dos corrientes. Una, la autoproclamada “izquierda independiente” (de los partidos de izquierda), básicamente el Frente Popular Darío Santillán, un “movimiento” social-político de difusas fronteras, que rechaza la independencia de clase, de carácter populista, que apuesta a los “movimientos sociales” en expreso detrimento de la clase obrera y que depende de sus relaciones con el chavismo. Este grupo, al que le cuesta “totalizarse” políticamente, es antipartido y no se presentó a las elecciones.
La otra, nuestro partido, que quedó afuera del FIT al ponérsenos condiciones que sabían no podíamos aceptar, amén de diferencias políticas alrededor de las cuales tampoco estuvieron de acuerdo en ceder. Estas diferencias se fueron develando a lo largo de todo el año, y se concretaron en el perfil oportunista que le dieron a su campaña electoral.
Naturaleza y perspectivas del FIT. La necesidad de legalidad nacional partidaria
Debemos arrancar dando cuenta de los resultados electorales de la izquierda. El escenario electoral tuvo dos especificidades. Primero, que el escenario de conjunto estuvo más bien corrido hacia el centro izquierda y no hacia el centro derecha. Aquí pesaron cuestiones generales ya señaladas, cuyo correlato político-electoral fue que las expresiones a la derecha del kirchnerismo hicieron una pésima elección. En segundo lugar, pesó el hecho de que al gobierno le fracasó el operativo por restablecer el bipartidismo y, por el contrario, se generó un escenario de fragmentación que facilitó la elección de la izquierda.
Junto con lo anterior, estuvo la pelea democrática específica contra el piso proscriptivo: aunque el FIT lo niegue, es evidente que el llamado democrático a votarlos fue un factor que potenció su votación no sólo en las primarias del 14 de agosto sino en la general del 23 de octubre. La interna de agosto tuvo el efecto contradictorio de que una normativa pensada para restringir la representación incluyó una apelación a la “participación”, que fue vista por las masas como una “apertura democrática” (fue a votar más gente que el promedio de las últimas elecciones). Esto ayudó a crear el clima democrático general para que el FIT pase el piso del 1,5%.
En ese contexto, la elección de Proyecto Sur fue un evidente fracaso. Bajaron a Solanas a la Capital con resultados en definitiva magros; Binner, el PS y la CTA Micheli montaron el FAP, y luego ni siquiera pudieron pasar el 1,5%. Sin embargo, en la medida que Solanas no haga alguna de sus movidas intempestivas, la entente con el MST y la CCC se va a mantener como espacio electoral de centro izquierda “militante” que eventualmente irá a alguna negociación con el FAP.
En el caso del FIT, hizo una muy buena elección para lo que son las votaciones habituales de la izquierda roja. No porque sacara muchos más votos que los que habitualmente obtienen el PO, el PTS, nuestro partido e IS por separado o en bloques parciales (se puede sumar acá al MST cuando va solo y a Zamora). Lo que ocurre es que el todo es más que la suma de las partes: la expresión electoral de 500.000 o 600.000 votos juntos tiene más valor político-electoral que si se alcanza esa cifra sumando fragmentos.
El salto en calidad estuvo en que al pasar el 1,5% y quedar como una de las siete candidaturas presidenciales, sumado al ganarle el 23 a Elisa Carrió, su resultado electoral, si bien objetivamente limitado, llegó a configurarse como uno de lo datos novedosos de la elección, lo que no es poca cosa.
Lo más importante es, además, que políticamente se logró expresar –a pesar de la política oportunista en la campaña electoral– un sector objetivamente de independencia de clase a izquierda del kirchnerismo, el FAP y Solanas. Su votación expresó lo mejor de la amplia vanguardia obrera, estudiantil, popular y de la “opinión pública” de la izquierda en el país. Tales son los alcances del FIT.
Sin embargo, sus resultados tuvieron dos graves contradicciones. La primera es que la campaña electoral apuntó estrechamente a un principal objetivo no se logró: meter diputados en el Parlamento. El FIT obtuvo cargos en el interior del país, pero la falta de diputados nacionales impide que tenga asegurada su perspectiva como frente.
Pero además, dato fundamental, participaron en las elecciones con una política oportunista que no tuvo como foco la tarea central de los revolucionarios en estos procesos: educar a una franja de masas en las posiciones de la independencia de clase. Y esto no tiene nada de doctrinarismo sino que es muy concreto: en el país donde Cristina Kirchner es dueña y señora, prácticamente no fue nombrada en la campaña electoral del FIT, algo que no puede dejar de tener consecuencias hacia el futuro. Además, se centró el foco en el parlamento (el “lleva tus reclamos al Congreso”), cuando el núcleo de cualquier campaña debe ser el Poder Ejecutivo, al que no hicieron responsable de nada.
Esa orientación electoral oportunista pone claros límites a lo obtenido por el FIT. Desde ya, el FIT va a permanecer por un tiempo indeterminado como una mediación más general para el partido. Todo hace prever que se va a mantener, o “congelar”, como frente electoral, y que ir a una eventual renegociación de parte del partido hacia futuras elecciones dependerá pura y exclusivamente de obtener nuestra legalidad nacional.
Luego de las elecciones se abrió entre los integrantes del FIT una discusión acerca de qué continuidad darle. El PO habló difusamente sobre la necesidad de “construir un Partido de los Trabajadores, un Partido Obrero”, pero básicamente plantea es mantener el FIT como ámbito que contenga a sus integrantes, haciendo centro en las tareas de agitación política para que el FIT aparezca como alternativa política entre las masas ante una eventual crisis del kirchnerismo (y redoblando la apuesta por apropiarse del “sello” del FIT).
Por su parte, el PTS hace más centro en un enfoque más “orgánico” y menos “político” general, remitiendo a “las pruebas en la lucha de clases” y la necesidad de “construir tendencias clasistas en los sindicatos” (un poco a modo de decir que “no se puede ir más lejos por ahora”). Sin embargo, parece claro que no se va a bajar del frente como sí lo hizo en 2007 y 2009.
Además, como maniobra, el PTS reivindica para sí el “frentismo de izquierda independiente” y trata de mantener la disputa con el PO por el “sello” del frente de izquierda.2 Finalmente, IS lo único que pide es que el FIT se mantenga como frente electoral y punto. Con “realismo”, dice que “no hay lugar para otra cosa”.
En el fondo, toda esta discusión soslaya un problema central: nadie es dueño de la sigla, más allá del peso de las relaciones de fuerza, las legalidades y los aparatos partidarios.
Sucede que el FIT como frente “vende” electoralmente mucho más que el PO, el PTS e IS por separado, pero al ser un nombre demasiado genérico y que depende del acuerdo de más de una corriente, pasa a ser una sigla en disputa. Este factor hace muy difícil trasladar el resultado electoral a algo más orgánico en el terreno de la lucha de clases cotidiana. Un problema que no es solamente argentino sino que se ha venido repitiendo en los últimos años en otras experiencias. Es claro el ejemplo del NPA en Francia, que llegó a obtener hasta el 8% de los votos, pero luego se desinfló y nunca logró transformar esa influencia electoral en progresos en el terreno orgánico (aunque el peso del PO y el PTS por separado y como tales es mayor que el que tienen las corrientes componentes del NPA en Francia).
Hay desigualdades de todo tipo: partidos con “mucha orgánica” pero muy pocos votos (un poco ésta fue la experiencia del viejo MAS); partidos o frentes con relativamente muchos votos pero relativamente poca orgánica (hasta cierto punto el FIT, por lo menos hasta ahora), y variantes intermedias.
Tanto el PO como el PTS han aprovechado el frente para fortalecerse hasta cierto punto. Pero subsiste el problema de que a nivel del FIT, como totalidad que excede la suma de las partes, en el terreno orgánico, constructivo, no tiene ninguna concreción real. Eso requeriría pasar de un mero frente electoral a una suerte de frente único con organismos comunes, bajo las reglas de juego que fuesen. No se ve que ninguno de sus componentes vaya, por el momento, para ese lado, hasta por el hecho de no haber obtenido diputados nacionales. En tal caso, se plantearía la exigencia de terciar en ese debate.
En nuestro caso, es evidente que no podemos quedar en la marginalidad electoral. Pero ir a una rediscusión con el FIT exige en primer lugar concretar la legalidad nacional del partido. Asimismo, es necesario acometer seriamente la relación con los medios de comunicación, algo que hace a la construcción de las “figuras” de la izquierda y el partido. En este rubro, venimos claramente últimos en la izquierda, incluso detrás de IS.
En definitiva, con la legalidad en la mano se puede rediscutir con el FIT, incluyendo la cuestión (si se abre) de en qué se debería transformar. Un planteo a desarrollar sería la necesidad de un partido común de la izquierda que está por la independencia de clases con libertad de tendencias.
Una escuela de oportunismo político
Cabe profundizar aquí el elemento educativo de la polémica que mantuvimos todo el año con el FIT, que hace al aspecto más estratégico, más allá de las cuestiones de resultados y de táctica electoral.
La política electoral del FIT fue una verdadera escuela de oportunismo político. La tradición del marxismo revolucionario es la política revolucionaria, siempre y en toda ocasión, debe tener tres focos de atención: el gobierno, el régimen político y el sistema.
Claro que la política nunca se reduce al programa (eso sería sectarismo puro), sino una combinación específica de partes del programa para cada caso particular, siempre partiendo de las necesidades inmediatas y del nivel de conciencia de las masas trabajadoras en cada circunstancia. Pero en todo caso, esa política debe contener ese enfrentamiento de conjunto para que sea realmente revolucionaria.
Además, a la hora de formular la política de una campaña electoral, y a diferencia de las reivindicaciones específicas de las luchas cotidianas, el programa puede y debe ser más abarcador y general, ya que las elecciones son una tribuna sin igual para propagandizar las posiciones de los revolucionarios. Sucede que las elecciones, aun bajo la distorsión de las condiciones de la democracia burguesa, plantean a las masas los problemas generales de la sociedad y el poder. De ahí que sean terreno privilegiado para propagandizar de conjunto las posiciones socialistas revolucionarias.
Esta regla elemental no se cumplió en la campaña electoral del FIT, que hizo una campaña cuyo eje exclusivo fue “meter diputados de izquierda” (casi copiando una vieja formulación del MST).
Fue sobre todo el PO el que impuso esta orientación estrechamente “reivindicativa” tanto a la fase de la pelea por la legalidad (cuando el FIT todavía no estaba constituido el PTS hizo una campaña aún más despolitizada) como en la campaña electoral ya con el FIT (14 de agosto y 23 de octubre).
En el período de la pelea por la legalidad, que se extendió hasta dos semanas antes de las internas del 14 de agosto, los componentes del FIT se negaron rotundamente a darle a la campaña el contenido de denuncia al carácter proscriptivo de la ley electoral. Una vez constituido el FIT, ni siquiera se mencionó el problema. Claro que esto cambió tras la mala elección para jefe de gobierno de Buenos Aires. Aquí se produjo un giro total: luego de que el PO “teorizara” contra toda campaña democrática, se pasó con armas y bagajes al otro lado, a pedir los 400.000 votos con argumentos democráticos. Lo que era correcto, pero no a expensas de evitar denunciar la ley proscriptiva, algo que significó un elemento de adaptación al régimen. De lo que careció el FIT fue, precisamente, de una pelea política contra el carácter antidemocrático del régimen político.
Luego del 14 se agudizó otro rasgo de la campaña: formular la política electoral con centro excluyente en la obtención de diputados nacionales. Se llegó al extremo oportunista de hacer una campaña de voto útil: “Votá a Cristina a presidente y a diputados al FIT”, a despecho de la formulación de una política de conjunto y casi escondiendo el programa.
El objetivo de los parlamentarios tiñó tanto la campaña del FIT que se negó a hablar del gobierno kirchnerista a lo largo de toda la campaña. El “argumento” es que se buscaba “dialogar” con la base que confiaba en Cristina; pero no se sostiene: no hay manera de formular una política revolucionaria sin hacer alusión al gobierno responsable de la continuidad del capitalismo en el país.
Por supuesto, era correcto que, por su forma, la campaña electoral buscara establecer un diálogo respetuoso con la abrumadora mayoría de trabajadores que confían en los K. Pero otra cosa muy distinta es que ni siquiera se nombrara a la figura que gestiona la dominación de los capitalistas: la presidenta. El FIT tuvo, de manera sistemática, una política electoral de menor resistencia, sacrificando la educación política de la muy amplia vanguardia y sectores minoritarios de masas que lo votaron.
De esta manera, el importante triunfo de pasar las internas del 14 y lograr el 23 medio millón de votos para una alternativa de independencia de clase ve reducidos los alcances políticos por este problema. Es decir, una política oportunista para las dos cuestiones políticas centrales que planteaba la campaña electoral: la lucha contra la proscripción y la pelea contra el gobierno de Cristina y el ajuste que prepara. No se trata de temas doctrinarios o abstractos, sino de las cuestiones centrales de la agenda política nacional de 2011, que el FIT eligió esquivar por puro electoralismo.
En nuestro caso, tuvimos una política electoral completamente distinta. Tomamos expresamente varios de los aspectos centrales de la agenda nacional de la coyuntura y los trabajamos como ejes de nuestra campaña, en la medida y en los lugares que podíamos desarrollarla.
Por un lado, encaramos la pelea por la legalidad del partido y de la izquierda como un todo no solamente haciendo un expreso llamado a dar esta pelea en común, sino colocando desde el principio la denuncia a la ley electoral proscriptiva. Nuestro centro fue el llamado democrático al derecho a presentarse a elecciones de la izquierda, incluso pidiendo adhesiones y afiliaciones puramente democráticas; pero a esta convocatoria le sumamos, en nuestra agitación y propaganda, sistemáticamente, la denuncia al intento proscriptivo por parte del gobierno.
Respecto de los contenidos de la campaña electoral del partido, también las diferencias con el FIT fueron abismales. Hubo al menos dos grandes puntos de la agenda política objetiva a lo largo de todo el año que cuestionaban por izquierda al gobierno y sobre los cuales el FIT no dijo palabra: uno fue la pelea por el derecho al aborto, centro de nuestra campaña electoral en la Capital Federal, y el otro fue el alerta acerca del ajuste que se venía luego del 23 de octubre, eje de nuestra campaña de voto crítico al FIT para octubre.
Hubo también un tercer elemento: el FIT presentó demasiado unilateralmente su perfil de frente de organizaciones de izquierda, adelgazando el perfil de clase. No dieron jerarquía a la postulación de dirigentes obreros en el plano nacional (tampoco en Neuquén o Córdoba, al menos de parte del PTS), lo que se combinó con una denuncia a la burocracia sindical demasiado diluida. Y éste era otro aspecto clave de la coyuntura, hasta por el hecho de que el FIT estaba encabezado por el PO, que viene de perder a Mariano Ferreyra a manos de las patotas de la burocracia. Pero la pelea por el castigo de sus asesinos tampoco fue un eje del FIT.
En suma, los contenidos y el perfil de la política electoral del FIT y la de nuestro partido fueron muy distintos. No cuestionamos, que quede claro, el objetivo de lograr al Congreso: es necesario en la medida en que representa una mediación tremenda a la hora de hacer visible a la izquierda independiente en amplios sectores de masas. Lo que cuestionamos es que hayan subordinado toda la política electoral a la obtención de parlamentarios, y que la legítima búsqueda de obtener parlamentarios (el aspecto táctico) se llevara adelante sacrificando una política electoral revolucionaria que educara a amplios sectores de masas acerca del verdadero carácter del gobierno de Cristina y de las tareas después del 23 (la cuestión estratégica).
Posibilidades para una oposición política de izquierda
En 2012, junto con una realidad de duros conflictos y la posibilidad de que el proceso de la recomposición pegue un salto hacia adelante, hay otro punto de enorme importancia: ¿en qué medida podría comenzar a desarrollarse una experiencia política con el kirchnerismo que lleve a franjas de la vanguardia y las masas hacia la izquierda?
Esta posibilidad está planteada en la medida en que el gobierno está dando un claro giro hacia la derecha. Este giro se evidencia sobre todo en el durísimo ajuste tarifario anunciado y la voluntad de limitar los aumentos salariales. A eso se agrega la provocación que montó a propósito del comienzo de discusión en comisión del derecho al aborto. Parece evidente que frente a la crisis mundial, y en el marco de los problemas de la economía argentina no resueltos, el gobierno se inclina por hacerle pagar la crisis a las grandes masas trabajadoras.
Es en estas condiciones que podría avanzar la experiencia con el kirchnerismo, en varios niveles: en la juventud estudiantil, en el terreno de las agrupaciones centristas entre los K y la izquierda independiente; en agrupaciones como la de la campaña por el derecho al aborto, y lo más importante, en la vanguardia obrera y a nivel de sectores de las amplias masas que vean cómo sus expectativas se chocan con la realidad.
Esto plantea estar abiertos a confluir y dar batallas en común con agrupaciones, o parte de ellas, que puedan desplazarse hacia la izquierda. Hay que ver cómo se traduce esto al interior de la vanguardia obrera, de los agrupamientos de izquierda centristas en sectores de trabajadores, planos de la amplia vanguardia. Luego queda el plano más general: el de las masas, que tendrá seguramente desdoblamientos más globales y retornará bajo la forma de un impacto político sobre la amplia vanguardia.
Nuestro partido tiene que ser consciente de que se está poniendo en marcha este proceso de experiencia. Se desarrollará más o no según el grado de la crisis económica mundial y nacional, y conforme el gobierno siga un curso a derecha o combine más medidas ortodoxas con heterodoxas. Cabe darse una política y orientación hacia este proceso, y aprovechar a nivel de la vanguardia cada caso que permita golpear en común junto con sectores que se desplacen hacia la izquierda.3 Se verá qué correlato pueda tener esto a nivel de la recomposición obrera.
Para el plano más general, se impone avanzar con nuestra legalidad nacional del partido, resolver el problema de atención a los medios y tener bien presentes instrumentos de amplia agitación, que deberíamos poder generalizar a escala nacional y no solamente en Capital Federal y Gran Buenos Aires.
1. Hay una explicación técnica vinculada a los precios internacionales de las materias primas y al tipo de cambio. Cuando los precios internacionales de los alimentos son altos, como en este momento, la renta agraria diferencial que se embolsan los patrones agrarios es mayor dado que los costos de producir en el país quedan muy por detrás del precio de venta de los granos en el mercado mundial. A esto se agrega que cuando la moneda nacional está muy devaluada, esa renta rinde más porque muchos de los costos son en moneda local, pero los ingresos son en divisas. En las condiciones favorables del suelo argentino, en el país siempre, bajo gobiernos del color que fuere, se han cobrado impuestos a las exportaciones agrarias.
2. La pelea por quién es más “frentista” encuentra en el mismo terreno a ambas sectas. Fue nuestro partido el que había hecho frentes tanto con el PO como con el PTS en los años anteriores (2001, 2005, 2007 y 2009).
3. Nos referimos aquí a las agrupaciones semi independientes, semi pro K o centristas que se puedan desplazar hacia la izquierda. La CTA Micheli ya está en otro plano: se trata de una burocracia cristalizada, que trabaja para la cooptación de los procesos de la recomposición para el proyecto burgués de Binner (ahora la tenemos de gran adversaria en el neumático) y con la que hay que separar claramente las aguas en todas las expresiones de la recomposición. Con esa pérfida burocracia que se presenta como “renovadora”, “progresista” o “parte del campo popular”, y que en la vanguardia viene de la mano del MST y la CCC, solamente caben momentos de unidad de acción.