SoB 209 / 16-9-11)
La economía argentina ante la crisis mundial
Tras la reelección de Cristina, se vienen tiempos difíciles que pondrán a prueba las bases mismas del esquema económico imperante desde 2003. El discurso del “blindaje” no se lo creen ni quienes lo enuncian. Los gobiernos de los países sudamericanos que componen la Unasur anunciaron coordinación y medidas conjuntas, pero por ahora es todo para la tribuna. El kirchnerismo sabe que la tormenta le va a llegar e intenta prepararse. Pero sería bueno revisar un poco cómo está el barco, porque, como veremos, le crujen varias cuadernas.
Un repaso de las bases del “modelo”
Como hemos señalado en varias oportunidades (de manera más sistemática, en revista SoB 20), el esquema kirchnerista es el resultado de una conjunción de factores políticos y económicos. Los más importantes son, respectivamente, un nuevo ciclo de luchas y rebeliones populares en América Latina que terminó de enterrar el ciclo neoliberal y una coyuntura económica extraordinariamente favorable para la región que favoreció una salida de la penuria fiscal permanente de los 80 y 90. En suma, llovieron recursos y había gobiernos capitalistas pero de signo no estrictamente neoliberal que decidieron usarlos para una acumulación política desde el Estado en vez de cedérselos alegremente a los “mercados”.
En el caso argentino, devaluación y reestructuración de deuda mediante, aparecieron por primera vez en décadas los superávits gemelos (fiscal y comercial). Como en el resto de la región, hubo una reapropiación estatal de la renta extraordinaria originada en los precios de los commodities, aquí esencialmente vía las retenciones. De este modo, un comercio exterior vigorizado generó recursos que compensaban pagos de la deuda y financiaban el gasto estatal indispensable para la buena salud política de los nuevos gobiernos.
La mejora de los términos de intercambio (es decir, la relación entre los precios de los productos exportados y los importados, históricamente desfavorable a las materias primas) tuvo un peso innegable. Así lo reconoce hasta el oficialista Andrés Asiaín, que explica que si los precios del comercio exterior en 2010 hubieran sido los de los 90, en vez de 14.700 millones de dólares de superávit habría habido un déficit de 4.300 millones, a precios constantes, según el Ministerio de Economía (BAE, 11-7). ¡Una diferencia de 19.000 millones de dólares!
Un economista anti K furioso, Roberto Cachanosky, recuerda que De la Rúa tuvo una soja a 160 dólares la tonelada y una relación entre el real brasileño y el dólar de 3 a 1, mientras que bajo el kirchnerismo la soja promedió 330 dólares la tonelada (hoy está en 500), y el real se revaluó hasta llegar hoy a 1,6 por dólar, lo que beneficia enormemente las exportaciones argentinas allí.
En el plano fiscal, un Estado más solvente es capaz de laudar conflictos sociales con criterio político, aun a costa de aumentar el gasto. Por ejemplo, proveyendo un colchón económico al consumo en materia de tarifas de servicios y transporte (herencia del Argentinazo de 2001) sostenido en cuantiosos subsidios.
En este contexto, y en una primera etapa, pareciera cumplirse el sueño de las teorías de conciliación de clase: los empresarios aumentan fabulosamente sus ganancias… y crece el salario real de los trabajadores. Este proceso, que tuvo lugar sobre todo en el primer lustro de kirchnerismo, luego se ralentiza, desdibuja y segmenta, pero no desaparece del todo… todavía.
Entre 2000 y 2005, el salario creció un 67%, mientras que las utilidades empresarias lo hicieron un 401%. Como señala la periodista Cledis Candelaresi (citando a Marx), esto no es otra cosa que una baja del salario relativo (BAE, 5-8). Esto es, suben tanto la ganancia capitalista como el salario real (algo posible durante un período, especialmente de salida de crisis), pero la parte del león de la recuperación se la queda la burguesía. En todo caso, se da también un reacomodamiento dentro de ésta, por el cual algunas fracciones se ven categóricamente beneficiadas y otras deben ceder parte de su cuota de ganancia.
Sin embargo, nada de esto representó un cambio profundo en la estructura del capitalismo argentino. Las denominaciones pomposas como “modelo de desarrollo industrial” y otras similares no pueden ocultar la verdad: es cierto que la industria local, más protegida, logra levantar un poco la cabeza, pero el perfil productivo y exportador del país sigue siendo dependiente de las commodities agrícolas, con la excepción de la industria automotriz. Pero esta misma industria, como hemos señalado en otras ocasiones, es más fuente de déficit externo y transferencia negativa de valor que otra cosa, porque sólo emplea un 25% de insumos locales. El insufrible gorila liberal Cachanosky no miente cuando recuerda que “en 2010 se exportaron 41.800 millones de dólares más que en 2000. De esa cifra, el 47% se explica por el complejo sojero y automotor, fundamentalmente con destino a Brasil” (La Nación, 28-8).
El gobierno es perfectamente consciente de estos límites económicos; de allí los permanentes llamados de Cristina a “agregar valor”, “invertir en tecnología”, etc. Sucede que la mítica “burguesía nacional”, o más bien los capitalistas argentinos, prefieren ignorar el convite, por razones que luego veremos.
Las cifras del deterioro de las variables clave
Desde 2007, por razones internas a las que se agregaría en 2008 el impacto de la crisis mundial, aparecen y se desarrollan una serie de problemas en todos los indicadores que hacen a la salud del “modelo K”.
Por empezar, el superávit fiscal ha desaparecido. Aunque el gobierno diga lo contrario, basándose en maquillajes contables y préstamos de cajas estatales varias, no hay ni siquiera superávit primario (es decir, previo al pago del servicio de deuda), cuando en años anteriores promedió el 3,3% del PBI. Pero además, el propio Ministerio de Economía reconoce que 2011 cerrará con déficit financiero (esto es, luego del pago de deuda) de un 0,7% del PBI (BAE, 22-7).
En su momento, la jugada de la estatización de las AFJPs ayudó al gobierno a mejorar el perfil de deuda y a conseguir financiamiento interno, pero incluso esto empieza a no alcanzar. Como señala Ernesto de Paola, citando a Daniel Montamat, sólo los subsidios a la energía representaron 26.000 millones de pesos en 2010, pero 19.250 millones sólo en la mitad de 2011 (BAE, 12-8).
En cuanto al superávit externo (el saldo de cuenta corriente, es decir, ingresos y egresos de divisas comerciales, financieras y por demás conceptos), la consultora C&T Asesores Económicos estima que pasaría del 3,3 al 0,1% del PBI (Florencia Donovan, La Nación, 14-8). Miguel Ángel Broda, otro liberal, estima en 2011 un ingreso de divisas 3.000 millones de dólares inferior a los egresos (La Nación, 14-8). Y para el peronista cercano a la CGT Eduardo Curia, “salimos de la sobreabundancia de divisas a una situación más compleja” (BAE, 27-6).
Así, a diferencia de años anteriores, ya no “sobran dólares”, aun cuando se mantiene el superávit comercial de unos 9.000 millones de dólares para este año, que sostiene los demás pagos (deuda y gasto fiscal). Pero incluso el saldo comercial está amenazado desde varios frentes.
El principal es hoy la insuficiencia de la producción e inversión en energía y combustibles. Un estudio del IARAF advierte que en enero-julio de 2010, por cada dólar exportado en combustible se importaba 0,74 dólar; en enero-julio 2011, la relación fue 1 a 1,68 dólares. Esto es, de superávit a déficit (BAE, 24-8). Y las cifras son gordas: el rojo comercial en ese rubro entre enero y junio de 2011 fue de unos 1.300 millones de dólares. Y para 2012, las importaciones energéticas serán de 10.000 millones de dólares, con un déficit comercial de 5.000 millones. Los empresarios del sector se quejan de que los subsidios y las tarifas baratas resienten la inversión, pero a la vez “son un factor de competitividad para las industrias argentinas”, que tienen un insumo crucial barato en términos internacionales (Marcelo Zlotogwiazda, Veintitrés, 11-8). Otra vez la manta corta: si se recompone la oferta de energía vía tarifazos, pierden las demás ramas industriales…
Como dijimos, Cristina se desgañita pidiendo a los empresarios que diversifiquen exportaciones y agreguen valor, pero por ahora el superávit comercial se sostiene con medios de lo más precarios. Un ejemplo: la ministra de Industria, Débora Giorgi, y el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, acordaron con la importadora de la automotriz Subaru “compensar” sus compras con ventas al exterior y/o con aportes de capital. Así, Indumotora Argentina le venderá a Chile… maíz para alimentar aves (BAE, 30-8). Así de atado con alambre está el superávit comercial.
Para colmo, en las exportaciones argentinas impacta la pérdida de competitividad vía el tipo de cambio. En 2003, un dólar a 3 pesos era muy favorable al comercio exterior. Un dólar a 4,20, luego de ocho años y una inflación del 300%, sirve mucho menos. Como resume Curia, “el llamado dólar alto, eje y nave insignia del modelo competitivo productivo asociado al sobrecrecimiento sostenido de 2003-2007, se ha desvanecido” (BAE, 27-6).
Es por eso que se profundiza la concentración de exportaciones en los rubros con ventajas propias, como las commodities de altos precios internacionales o el régimen especial de las automotrices. Como dice el periodista Alcadio Oña, el dólar barato (o peso revaluado) castiga a las manufacturas industriales, cuyas exportaciones crecen a un ritmo menor que las de bienes primarios (Clarín, 31-5). Y los resultados están a la vista: según datos del BCRA, la participación de los productos primarios en las exportaciones fue en 2010 del 65%, cuando el promedio para América Latina es el 53% (BAE, 5-8).
Con este panorama, no es de extrañar que la fuga de capitales sea la contracara de la insuficiente inversión. Comparado con el 11% del PBI de 2002, el 23% actual parece bueno, pero ya no alcanza. El uso de capacidad instalada de la industria ronda ya el 75%; en metálicas básicas es del 88%, y en refinería de petróleo, no casualmente, 86% (datos del INDEC, en BAE, 23-8). El gobierno lanzó el Plan Estratégico 2020 buscando duplicar la capacidad instalada con inversiones de 25.000 millones de dólares para sustituir importaciones por 50.000 millones. Es de imaginar cómo responderá la “burguesía nacional” a este desafío…
Naturalmente, si los dólares de los capitalistas se fugan al exterior en vez de reinvertirse, el resultado es un descenso relativo de productividad. Un estudio de Dante Sica muestra que en la industria automotriz (especialmente autopartista), se trabaja con máquinas de entre 20 y 30 años de antigüedad, una fuerte diferencia de productividad con Brasil (Cledis Candelaresi, BAE, 26-8). Las mismas patronales que después reclaman que los aumentos de salarios estén atados a la productividad la socavan retaceando inversiones.
Digamos que el volumen de fuga de capitales no es nada insignificante y, lo que es peor, no parece vinculado a la “incertidumbre electoral”. Sólo en el primer semestre de 2011 se fugaron 9.800 millones de dólares (más que el superávit comercial de todo el año), y Roberto Lavagna estima que en los últimos cuatro años la cifra ronda los 70.000 millones de dólares. ¡La “burguesía nacional” prefiere cajas de seguridad en Nueva York, Ginebra, las islas Caimán o Luxemburgo antes que fábricas en la Argentina!
Todo esto impacta muy seriamente en las reservas del BCRA. Contra lo que suele proclamar el kirchnerismo, éstas no son abundantes y están bajo fuego continuo por la necesidad de hacerle adelantos continuos al Tesoro nacional. En realidad, esos dólares (escasos comparados con los 350.000 millones de Brasil) no son un “ahorro”, sino la garantía del circulante monetario (los pesos en billetes y cuentas a la vista). Lo que excede eso, las llamadas reservas de libre disponibilidad, no debe ser más del 10% de las reservas totales. Muy poco para aguantar un cimbronazo internacional que puede caer en cualquier momento.
Relacionado con esto está el problema de la inflación, que hemos tratado en otras oportunidades. Sólo agregaremos ahora que, mientras por un lado estimula el consumo, genera allí un cuello de botella con la capacidad productiva, a la vez que limita la posibilidad de devaluar y complica las cuentas fiscales. Para colmo, las tarifas semicongeladas representan inflación reprimida y “no sincerada”, que entretanto desalienta inversiones de los concesionarios.
Se trata de un dilema de difícil solución, porque siempre se paga un costo. Por ejemplo, Brasil tiene controlada la inflación, pero al costo de las tasas de interés más altas del mundo, que le generan un ingreso de capitales de corto plazo y una revaluación de su moneda… que a su vez perjudica las exportaciones y obliga al país vecino en apoyarse cada vez más, ellos también, en las commodities, aun cuando tengan inversión extranjera récord. Si Argentina subiera las tasas de interés, el escaso monto dedicado al crédito hoy existente iría a parar derecho a la especulación financiera.
Inclusive un frente que parecía relativamente libre de angustias, como el pago del servicio de deuda, acumula contradicciones y presiones sobre una estructura económica con menos espalda para aguantar. La estatización de los fondos de las AFJPs, como señalamos, alivia la carga de la deuda respecto del PBI porque una porción muy importante de la deuda pasa a ser con el Estado mismo. La relación deuda/PBI cayó al 45%, y a un 25% si se excluye la deuda intraestado (Néstor Scibona, La Nación, 14-8). Pero los volúmenes de pagos son importantes: los pagos de deuda fueron de 13.063 millones de dólares sólo en la primera mitad de 2011. El total previsto para este año es de 23.534 millones (BAE, 2-8). Y el país sigue sin crédito externo todavía (ni siquiera está la manito de Chávez, que entre 2007 y 2009 se hizo notar).
Por último, dos notas sobre la situación social y laboral. Lejos del cuasi paraíso que pintan los medios oficialistas y los discursos de Cristina, hay bolsones extendidos de pobreza, que es además pobreza asalariada. Es verdad que hubo una moderada movilidad social ascendente: la Consultora W, en un trabajo sobre distribución del ingreso, estima que los sectores D1-D2 y E (clases media-baja y baja) eran el 55% de los hogares en 2004 mientras que en 2010 habían bajado al 46% (La Nación, 1-8). Pero esas mismas cifras muestran que el 24% de los hogares se lleva el 65% de los ingresos. Aquí, como en muchos otros rubros, las cifras sólo resultan halagüeñas si se las compara con el piso de la crisis.
Es el caso de los asalariados. Si los salarios promedio en dólares subieron un 47% desde 2007, un estudio de Dante Sica estima que están sólo un 17% por encima de los de 1993 (Cledis Candelaresi, BAE, 5-8). Y las supuestas victorias que el gobierno dice anotarse contra el trabajo en negro, además de exageradas, revelan el nivel de desigualdad y fragmentación salarial en franjas muy importantes de la clase trabajadora. Así, el 65% (6,5 millones) de los asalariados, que están en blanco, concentran el 90% del ingreso salarial total. El 35% restante, en negro, se queda sólo con el 10% (Cledis Candelaresi, BAE, 26-8).
Como se ve después de este repaso, allí donde se hurga un poco en los pilares del “modelo”, en vez de carne sólida y firme encontramos grasa fláccida o pura piel y hueso. Es sobre esta estructura seriamente debilitada, desgastada y plagada de contradicciones que vinieron pateándose para adelante va a operar una crisis mundial cuyos ritmos son difíciles de prever, pero que todos consideran imposible de sortear.
Se viene un 2012 con viento de frente
Las vías de contagio de la crisis a la región y a la Argentina van a pasar hoy no por lo financiero, por las razones apuntadas, sino por lo comercial. Particularmente peligrosa es la dependencia del comercio exterior argentino respecto de las compras de Brasil y China. El gigante asiático ya está experimentando una desaceleración, aunque su demanda de materias primas no es muy elástica. Pero el gran problema es Brasil: si el vecino se resfría, será equivalente a una gripe A para la economía argentina. Y eso en un contexto en que el intercambio bilateral ya es claramente desfavorable a la Argentina.
Frente a un recrudecimiento de la crisis, el kirchnerismo ya ha dado señales de que combinará el “keynesianismo” a la violeta con medidas más ortodoxas. El primer blanco de la política económica K será controlar la inflación. En ese sentido van el reciente acuerdo por el salario mínimo (con la patronal como claro ganador y el gobierno como aliado), el anuncio de paritarias a la baja y los probables retoques a los subsidios y tarifas. Claro que eso anuncia contradicciones con la burocracia sindical y con los trabajadores en general. Todos los años se intenta una paritaria a la baja y en general no sale muy bien (como dice Curia, “la puja distributiva se desborda”, pese a la “racionalidad” que intenta imprimirle la Presidenta). ¿Y ahora, que Cristina advirtió que quiere bajar la “expectativa inflacionaria” con paritarias al 10%? ¡No es momento para desprenderse de Moyano!
Otro eje de la política oficial será equilibrar el flujo de divisas. Seguirá el control sobre las importaciones, aun a costa de situaciones ridículas como la citada de Subaru. Y, por supuesto, se va a salir corriendo a buscar crédito, por más que la mano venga brava y no preste ni Venezuela.
En cuanto al tipo de cambio y el valor del dólar, al gobierno no le queda más remedio que administrarlo caminando por la cornisa: una mega devaluación disparará la inflación, pero seguir con el retraso mata el superávit. En un reciente foro, Eduardo Curia propuso la cuadratura del círculo: una devaluación “ni trivial ni grandilocuente”, que traduciría en un número que no dijo, lo que resume bien el dilema cambiario. Y mientras tanto, el futuro ministro de Economía deberá tener un ojo puesto en la fuga de divisas.
El superávit fiscal ahora es “superávit cero” (o sea, equilibrio fiscal como el que piden en Europa pero arrancando del otro lado). Uno de los instrumentos será no la reducción del gasto público en obras, sino más bien una salida políticamente cauta del semicongelamiento de tarifas.
Plata al fisco no le sobra, y por eso la burguesía teme brotes “estatistas” o “chavistas”. Se asustaron con las palabras del viceministro de Economía, Roberto Feletti, que pidió “profundizar el populismo”. Pero difícil que el chancho chifle, y más difícil aún que los terrores de los columnistas de La Nación (meter mano a las obras sociales sindicales o, peor aún, a los depósitos bancarios) se materialicen. Más probable es que el gobierno busque hacer cintura ajustando a derecha e izquierda, buscando arbitrar entre las clases para que el costo del ajuste “a la K” no lo pague un solo sector.
¿Qué hará la burguesía? Cualquier cosa menos grandes inversiones; si en condiciones mucho más favorables era reacia a ampliar instalaciones y proclive a fugar dólares, la crisis la volverá aún más timorata. En el fondo, las reglas de funcionamiento del capitalismo argentino no han cambiado, y los capitalistas que se desvían de la práctica habitual terminan mal, como relata Guillermo Minuzzi, titular de Tenneco (autopartista muy importante): “Tengo un amigo que tenía una fábrica 100% orientada a la industria automotriz (…) Fue un empresario que realmente apostó al país, invirtió, gastó 9 millones de dólares con un crédito, toda una línea automatizada con muchísimo personal. En la época del 1 a 1, la Argentina dejó de ser competitiva (…) Terminó yendo a convocatoria y quebró la fábrica (…) Me da una pena enorme, porque fue realmente un empresario que hizo lo que tenía que hacer” (BAE, 25-7).
Esta aleccionadora historia explica por qué, por más invocaciones que haga el gobierno en todos los tonos, del ruego a la amenaza, la “burguesía nacional” no hace “lo que el país necesita”, sino lo que los parámetros de nuestro capitalismo periférico le dictan como conducta racional (algo ya trabajado, cuándo no, por Milcíades Peña). Es por eso que una de las “nuevas plumas” de la “causa nacional y popular”, luego de revolver con lupa y linterna en la historia argentina reciente, se ve obligado, muy a su pesar, a admitir: “Sospecho (…) que la ‘burguesía nacional’ es sólo un unicornio azul, y que cuando se presente la oportunidad defeccionará a su rol histórico como ya lo hizo. Sólo tengo la esperanza de que se produzca el surgimiento de una nueva organización industrial que pueda repetir la experiencia de Gelbard” (Hernán Brienza, Tiempo Argentino, 12-6). ¡Vaya “esperanza”: que surja, nadie sabe de dónde, un sector burgués “progresista” estilo la CGE de Gelbard en momentos en que el kirchnerismo debe afrontar la crisis económica más grave del capitalismo desde los años 30!
En vez de esta rosada ensoñación (simétrica a la pesadilla burguesa de la “chavización total”), la perspectiva más factible hoy es que, al compás de los embates de la recesión/depresión global, se sigan desgastando los pilares de un “modelo” que nunca dio la talla de tal.