2018 contra el ajuste y la represión
La promesa de una lucha de clases incrementada
José Luis Rojo
“Hace 58 días, después de la victoria electoral, fue posible conjeturar que Mauricio Macri iniciaba una nueva era de su gobierno. Que le abría las ventanas a supuestos 6 años de poder, incluida la reelección del 2019. Luego de lo ocurrido el lunes 18 en el Congreso –con el acopio de antecedentes de la semana anterior- podría arriesgarse un pronóstico distinto. Aquel nuevo ciclo no estaría en condiciones de garantizar tanto. Sólo la certeza que el presidente ha mostrado temple para atravesar un temporal en condiciones adversas. Queda por delante un horizonte brumoso”. (Eduardo van der Kooy, Clarín, 19/12/17)
Han pasado varios días y la conmoción no se ha aplacado. Las jornadas del 13, 14 y 18 de diciembre cacerolazo incluido, han modificado de manea radical el panorama político. Se ha abierto una nueva situación política cuyos contornos aún no están definidos. El gobierno tiene que digerir los acontecimientos y definir cómo jugará sus fichas.
Por lo pronto, la CGT reunida ayer bajo los auspicios de Moyano y Barrionuevo, ha encontrado el atajo de que “no se la consultó sobre la ley jubilatoria” para afirmar, extraoficialmente, que en el Confederal convocado para febrero próximo, va a resolver retirar su firma del proyecto de ley laboral acordado con el gobierno; era obvio que iba a ocurrir esto; un incendio interminable si sostenía su acuerdo.
De manera que los acontecimientos de las últimas jornadas aún no han dicho su última palabra; el triunfo pírrico obtenido por Macri con la sanción de las leyes previsionales, presupuestarias y fiscales devendría en algo peor aún si pierde todo sustento parlamentario la reforma laboral; una cuestión inevitable si la CGT le retira su apoyo.
Claro que siempre se puede volver al plan original e ir gremio por gremio. Pero de todas maneras ha quedado planteada una reconsideración general de la agenda oficial; una crisis política que le obligará al gobierno a ratificar o rectificar el curso[1]; una decisión nada menor que tiene que ver con el panorama abierto para el 2018.
Además, está el problema de cómo se le han estrechado los márgenes económicos al oficialismo; el hecho que haya hecho una transferencia de recursos hacia los más ricos, una transferencia basada en un plan de ajuste que todavía debe seguir siendo desarrollado, cubriendo los baches iniciales con un endeudamiento que se hace cada vez más insostenible.
En todo caso, conviene no hacer demasiadas especulaciones hasta que el gobierno no mueva sus fichas; conviene, además, seguir con atención el curso de sus zarpazos represivos; ver si concreta sus amenazas sobre la izquierda; el alcance que dicho eventual ataque vaya a tener.
Crisis política
Las jornadas de Plaza Congreso han abierto una crisis política de magnitud, no importa cuán solapada esté la misma. Sin duda alguna han sido un cachetazo para un gobierno que venía envalentonado luego de las elecciones; en un rumbo político autoritario jugado a imponer su “reformismo permanente” a como dé.
El tema es que en estas “certezas” se han abierto graves interrogantes; interrogantes que pueden hacer crujir no solamente los apoyos de los gobernadores del PJ en el Congreso, sino a la misma coalición Cambiemos[2] y porque no a sectores de la patronal, preocupados por cuán sostenible es la orientación oficialista.
Los interrogantes podríamos identificarlos en básicamente dos: a) la gobernabilidad, b) la economía. Vayamos por partes.
Sobre el primer tópico es evidente que el 14, pero sobre todo el 18, ocurrió un desborde de dimensiones, y no en cualquier lugar del país, sino en la misma plaza Congreso, uno de los dos centros políticos de la Argentina.
La militarización del Congreso luego de los asesinatos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, de la dura represión a la marcha de la OMC, de la represión desbocada de la multitudinaria marcha de los movimientos de desocupados “papistas” el 13 de diciembre, sumándole el despliegue del 14 y el 18, fue una aberración política con pocos antecedentes.
¿En qué cabeza cabe semejante despliegue frente a la que aparece como la “institución democrática” por antonomasia, el Congreso Nacional? Ese solo hecho ya era un llamado a la indignación popular; un paso en falso sin duda alguna.
Luego de los acontecimientos, una de las dudas más profunda que ha quedado instalada es la siguiente: ¿intentará el gobierno seguir forzando de manera represiva los acontecimientos? Porque acá hay que diferenciar dos cosas distintas. Sin duda alguna la persecución a la izquierda y a los luchadores, los ataques a la vanguardia, la criminalización del pueblo mapuche, van a seguir presentes sino multiplicarse.
Pero otra cosa muy distinta es buscar una “solución” represiva al creciente repudio popular y a movilizaciones multitudinarias como la del lunes 18/12. Es que por más criminalización que se pretenda hacer de la izquierda, reprimir brutalmente una movilización de 200.000 personas es una provocación escandalosa, que no tiene como no dar lugar a una respuesta masiva y popular.
Esto ha ocurrido dentro de los parámetros de un régimen democrático burgués (un régimen democrático burgués incluso si este régimen ensaya un giro a derecha como pretende Macri). Porque una relación de fuerzas donde la represión masiva no sea contestada ya exigiría otra cosa: un avasallamiento de las tradiciones democráticas y de lucha conquistadas en el 83 y el 2001; una ruptura en la acumulación de experiencias que han vuelto a manifestarse el 14 y el 18 en Plaza Congreso; el giro a un régimen de excepción que no ocurrirá sin enormes enfrentamientos de clase (si es que se intenta ir por ese rumbo[3]).
De ahí parte del contenido de la crisis política implícita en las últimas jornadas: una crisis política que remite a la decisión que el gobierno vaya a tomar en las próximas semanas sobre el rumbo político que le buscará imprimir a su gestión y que puede hacer del 2018 un año bisagra.
Estrechez económica
Es aquí donde se coloca el segundo elemento señalado: los estrechos márgenes económicos en los que se debe mover el gobierno.
Con el pasar de los acontecimientos se están viendo crecientes problemas en la manera que el gobierno planificó su política económica (su política, en fin). Recibiendo un país desendeudado pero sin reservas, que venía ya en un lento deterioro de los términos de intercambio, cuya situación fiscal no era dramática pero tampoco holgada, sus primeras medidas fueron una enorme transferencia de riquezas hacia el empresariado: eliminación de retenciones al agro salvo a la soja (las que fueron reducidas), eliminación de retenciones a la minería y a las exportaciones industriales, reducción de aportes patronales, etcétera; toda una serie de medidas de transferencia de recursos a los sectores más concentrados a cambio de una decisión de ajuste económico que arrancó más o menos gradual.
Para tapar el agujero económico se comenzó a endeudar de manera creciente el país. No queremos explayarnos aquí en tecnicismos. Sólo señalar que el endeudamiento es, desde el punto de vista del acreedor, un derecho sobre las ganancias futuras del que recibe los créditos, el deudor.
El problema es que si el deudor no logra esos ingresos (ganancias) para cubrir sus obligaciones, sobreviene la crisis. El gobierno esperaba (espera) obtener dichos ingresos a partir del ajuste económico (en curso, pero no todavía lo suficientemente profundo) y de inversiones extranjeras, las que han venido de manera generosa en el terreno financiero, pero ni hablar de inversiones reales nunca concretadas, y que seguramente se han vuelto a espantar luego del espectáculo de las últimas jornadas.
El dólar ha pegado un salto estos últimos días a partir de las imágenes del Congreso. Por lo demás, el gobierno anuncia nuevos aumentos, entre ellos del transporte. Y mientras tanto las tasas que impone el Banco Central están por las nubes, alientan la chatura económica, hace las mieles del negocio de las Lebacs, pero son inútiles para aplastar una inflación que seguirá lejos de las metas oficiales.
El déficit fiscal no ceja y el déficit comercial alcanzará este año 10.000 millones de dólares: de los superávit gemelos de Néstor Kirchner hemos pasado a los déficits gemelos de Mauricio Macri…
Así las cosas, mientras los analistas económicos insisten que el país está más expuesto a los vaivenes de la economía mundial, el gobierno macrista ve reducírseles sus márgenes económico de maniobra; otro tanto factor de crisis política porque no parece haber atajos para redoblar un ajuste que se encontrará a partir de ahora con una sólida mayoría social que lo repudia.
Una nueva situación política
La estantería se movió con las últimas jornadas. Y cuando la estantería se mueve ninguno de su elementos queda en el mismo lugar. Eso es un poco lo que ha pasado en el país este mes. Se ha abierto una nueva situación política en la que ninguno de sus componentes ha quedado en el mismo lugar que estaba.
El gobierno arrastra una crisis política y económica en ciernes que habrá que ver cómo maneja. Los gobernadores y el PJ de Pichetto cumplieron grosso modo con su compromiso de acompañar la ley jubilatoria y demás partes del paquete, pero el costo político es inmenso y no está claro que estén dispuestos a correrlo nuevamente por más vocación de fe de la gobernabilidad que tengan.
El kirchnerismo pretende ser una oposición mayormente institucional, pero no se puede saber a ciencia cierta qué nuevas novedades tendrá en el frente judicial; mientras tanto, y aun a pesar de la avivada de la ausencia de Scioli en la sesión de Diputados, su oposición en el Congreso a la ley jubilatoria cumplió el papel objetivo de ensanchar el rechazo a la misma.
La CGT, por su parte, luego de un año para el olvido, mantiene su unidad con alfileres; la política de apoyo vergonzante al oficialismo parece haber llegado a un límite y si bien los líderes sindicales están curtidos en una y mil traiciones (algo que hace a su naturaleza, y no va a cambiar), tienen que ir a algún tipo de reubicación más en la oposición al gobierno sino quieren incendiarse del todo; si pretenden evitar que franjas crecientes de los trabajadores se corran hacia la izquierda.
La misma izquierda quedó catapultada a un lugar de jerarquía que la desafía a profundizar sus vínculos orgánicos con la clase obrera; a sostener una política coherente, cosa que en general no le resulta sencilla.
Un elemento de peso de las últimas jornadas es la demonización de la izquierda. El elemento más objetivo del cual parte dicha demonización tiene que ver con el lugar de privilegio de la misma en las jornadas del 14 y el 18. Berensztein, ex Poliarquía, desarrolla un artículo tendencioso pero agudo cuando identifica varios terrenos (sindical, estudiantil, movimiento de mujeres, etcétera), donde ve a la izquierda desbancando o cuestionando las representaciones tradicionales: “Nuestra historia peronista de setenta años nos nubla la mente. Lo que yo vi el lunes es la más impresionante manifestación de la izquierda radicalizada en la historia argentina’ tuiteó ayer Pablo Gerchunoff”. (Patria tumbera e izquierda radicalizada, 22/12/17)
Ese es el elemento objetivo de la preocupación patronal sobre la izquierda, a la cual se le puede agregar la creciente simpatía electoral de una franja de masas; una simpatía que podría seguir incrementándose en las próximas elecciones si apuntamos a los fenómenos en obra.
A partir de ese elemento real lo que se está tratando de montar es una amalgama para criminalizarla[4]. Ahora resulta ser que Morales Solá, que en ediciones anteriores denunciaba una suerte de “alianza de la violencia entre kirchneristas, massistas y trotskistas”… aparece llamando a un “pacto de pacificación” a esas mismas fuerzas, para aislar y reprimir a la izquierda.
Parte de este mismo operativo es la pretensión de intentar vincularla al narcotráfico; una cosa que de tan tirada de los pelos ya queda ridícula.
Lo real es que parte de la nueva situación política es que la izquierda argentina ha salido de los últimos acontecimientos en una situación de privilegio que le plantea tareas históricas.
Una nueva situación se ha abierto por la irrupción desde debajo de un sector de masas. No vamos a una coyuntura simple. El gobierno seguramente intentará volver a la carga con su curso represivo. Pero la situación política podría dinamizarse extraordinariamente en un 2018 donde se avizoran enormes enfrentamientos de clase.
Perspectivas históricas
En estos términos parece evidente que las tareas que se le abren a la izquierda son cada vez más históricas. Hemos salido prestigiados de las jornadas del 14 y 18. Sobre todo entre la juventud existe una inmensa ola de simpatía. El repudio al gobierno es inmenso y muchos sectores rechazan volver a recorrer la experiencia del kirchnerismo.
Incluso no se trata solamente de la juventud. Un fenómeno significativo está ocurriendo en la puerta de las fábricas cuando llevamos adelante una actividad tradicional de la izquierda que estos tiempos “posmodernos” no han abolido: la venta de periódicos.
Es que más allá del peso inmenso de las redes sociales, del reflejo político masivo que las mismas devuelven, no recordamos que la venta de periódicos físicos en puerta de fábrica sea tan masiva en años; demuestra una enorme avidez entre la clase obrera por los últimos desarrollos, así como también una simpatía creciente con la izquierda.
Dicha simpatía conecta con dos fenómenos conexos: el creciente repudio a un gobierno que se ha desnudado como lo que es, un gobierno archi-empresarial, y el concomitante proceso de crisis de representación política, que expresado en el lugar de vanguardia ocupado por la izquierda en las batallas de Plaza Congreso, ha catapultado a la misma a un lugar de privilegio político con pocos antecedentes.
Los desafíos por delante para la izquierda revolucionaria son inmensos; potencialmente históricos.
Se trata de avanzar en construir nuestro partido con esta corriente de simpatía a favor: extenderlo nacionalmente conquistando nuevas legalidades, incorporando una nueva camada en nuestra juventud, llevando adelante nuestro Encuentro nacional sindical en abril del año que viene avanzando en nuestra inserción entre la clase obrera; en fin: avanzando más rápidamente en crear las condiciones para el salto cualitativo de nuestro partido que cada vez se hace más concreto.
Estos son los desafíos del 2018. Vamos a la lucha de clases a construir un gran partido revolucionario.
[1] Está claro que lo más probable es lo primero; tiene que ver incluso con la razón de ser de Cambiemos, y con los límites que ya está colocando la economía, algo sobre lo que volveremos más abajo.
[2] Ver el alerta de Carrió que planteó en un reciente reportaje que si el pacto Angelici-Nosiglia no se rompe, se podría retirar de la coalición Cambiemos para el 2019…
[3] Un curso que suponemos la burguesía lo pensará dos veces por la peligrosidad que Macri salga volando por los aires si las cosas le salen mal…
[4] La amalgama en política es una mezcla de elementos reales y falsos para dar lugar a afirmaciones la más de las veces disparatadas. Stalin es un buen ejemplo de amalgamas, del uso que hizo de ellas en las Grandes Purgas de los años 30. Otro ejemplo clásico es la acusación a Lenin y los bolcheviques luego de las jornadas de julio de 1917 cuando se los acusaba de agentes del gobierno alemán… El tema es que cuando las amalgamas se dan vuelta en general terminan fortaleciendo a los que habían sido acusando falsamente.
Por José Luis Rojo, Editorial SoB 453, 28/12/17