Macri gira a la derecha
¿Un salto al vacío?
José Luis Rojo
“El presidente juega con fuego, se quema y de inmediato su equipo de confianza sale a rescatarlo, un tanto chamuscado. Esto es lo que viene sucediendo desde la rutilante victoria electoral en octubre del año pasado: Mauricio Macri toma decisiones controvertidas, paga un altísimo costo político y en el gobierno empiezan a rezar para que el barco no se la vaya a pique” (Luis Majul, La Nación, 1/02/18)
El gobierno viene girando hacia la derecha luego de las jornadas de diciembre. ¿Cómo se explica esto luego de que sacara un triunfo pírrico con la ley jubilatoria, sufriera una enorme pérdida de la popularidad y, para colmo, la economía vive un deterioro inflacionario cada vez menos disimulable?
Podía haber sido que reconsiderara un poco su orientación; pero no: la definición ha sido por el lado de redoblar y “pagar los costos políticos que haya que pagar”…
Este curso derechista se expresa en la apuesta de Macri para apoyarse en aquellas “instituciones permanentes” (que no son electorales): el imperialismo yanqui (luna de miel con Trump mediante), la situación regional reaccionaria, la unidad de la burguesía detrás de su gobierno, las clases medias reaccionarias, las fuerzas represivas.
Gastado el capital político obtenido en octubre, la excusa para intentar pasar por arriba de los consagrados mecanismos de legitimación, es que este año “no hay elecciones”: de ahí la apelación a engendros como el megadecreto del 6 de enero pasado (que llegaba a modificar y/o derogar leyes enteras sin pasar por el Congreso).
El gobierno multiplica así su curso reaccionario expresado en los masivos despidos en el Estado y en propuestas irreales para las paritarias (15% sin cláusula gatillo), lanza su campaña contra la “corrupción sindical” (como ataque por elevación a los derechos de los trabajadores), así como defiende una “nueva doctrina” que le otorga a los aparatos represivos licencia para matar.
¿Cuál será la dinámica entre un gobierno girado a la derecha (que puede estar moviéndose en el “vacío”), y una población trabajadora que pasa a la oposición? Un dramático “choque de trenes” que puede hacer del 2018 un año crucial en el cual se decida la suerte de Macri: su consolidación o su salida anticipada del poder[1].
Cuando se anuncia una crisis
El lunes pasado temblaron los mercados internacionales. Wall Street tuvo una caída de la bolsa que marcó records históricos. Lo impactante es que tomó a todos los operadores por sorpresa.
Con ser inesperada la caída no quiere decir que no sea explicable. Mientras que la economía mundial crece de manera “sincronizada” (como ha señalado el FMI), la economía yanqui avanza a un ritmo algo en torno al 2.5%. Mientras tanto, la tasa de desempleo está en mínimos históricos (4%), y si bien los salarios siguen planchados al mismo nivel que los últimos 20 años, hubo un leve repunte últimamente.
¿Cómo puede ser que la Bolsa haya caído ante semejante panorama? Ocurre que con una economía en crecimiento, que multiplica las presiones inflacionarias (“recalentamiento económico” lo llaman los economistas), estaría llegando a su fin la época del “dinero barato” abierta con la crisis del 2008.
Esta época estuvo marcada por tasas de interés en sus mínimos históricos y una igualmente histórica asistencia monetaria a las grandes instituciones económicas y las corporaciones, de manera tal de evitar quebrantos como en la fatídica crisis de los años 30.
Recuperada la economía, el dinero fácil debería llegar a su fin. Como señaló Christine Lagarde, jefa del FMI, cuando hay “bonanza económica” es el momento de profundizar el “ajuste estructural”…
La economía mundial vive una recuperación superficial: los problemas estructurales que arrastra desde el 2008, entre ellos el bajo nivel de la productividad e inversor, la falta de ramas suficientemente dinámicas, permanecen como factores de debilidad estructural.
No menos cierto es que se está viviendo un “respiro” coyuntural; esto es lo que, paradójicamente, acaba de perforar las Bolsas[2]. La cuestión es que la caída de las Bolsas, y la tendencia al fin del dinero fácil, es una malísima noticia para el gobierno.
Podríamos definir que la situación económica argentina es de pre-crisis. La economía está creciendo en cierto modo (aunque se trata todavía de recuperar los niveles del 2015). Pero la acumulación de desbalances es tan grave, que comienza a crear preocupaciones crecientes incluso entre los economistas vinculados al oficialismo.
El gobierno operó una transferencia regresiva de recursos; también un reacomodamiento de los precios relativos que todavía está en marcha (dichos reacomodamientos siempre generan aumentos). Fortaleció a los empresarios, accionistas y propietarios en detrimento de los trabajadores, los deudores, los jubilados y pensionados, y los que viven de alquiler: ¡una lógica de clase feroz en todos los ámbitos!
Esta redistribución regresiva no solamente le quitó fuentes de ingresos al Estado (que ahora se traduce en déficit fiscal), sino que al compás de los aumentos de los servicios, tarifas, naftas y prepagas, se está disparando la inflación.
Mientras tanto, la apertura económica indiscriminada de un país semi- industrializado que necesita de una mínima protección para funcionar (una estructura social asalariada avanzada que choca con una industria relativamente débil), sumado a otros factores como el atraso del dólar durante gran parte del 2017, ha llevado a déficits externos insostenibles.
Se anuncia que el último año ha sido record en materia de venta de automotores: casi 1 millón de vehículos. Pero la producción nacional languidece en 400.000 vehículos, mientras que los restantes 600.000 son importados… Conclusión: ¡el déficit automotriz rondó el último año la cifra record de 10.000 millones de dólares!
En el mismo sentido, el economista liberal jefe de FIEL (Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas), Daniel Artana, se quejaba días atrás que no podía ser que el país tomara deuda “para financiar los viajes de los turistas argentinos al exterior”. La cuestión es que el déficit turístico en 2017 alcanzó los 10.000 millones de dólares, otro record en la materia.
Y una cifra similar –o más aun, los cálculos no son muy fieles- se perdió en la fuga de capitales que alcanzó el último año de records históricos.
Como contrapartida, el gobierno cubre el déficit con endeudamiento. Ha tomado 30.000 millones de dólares de nueva deuda cada año, razón por la cual totalizará no menos de 120.000 millones de dólares en su gestión.
Mientras los precios aumentan, la pretendida “lluvia de inversiones” no se ve por ningún lado, la economía crece a un ritmo que no es ningún “boom”, y el país se endeuda de manera creciente, si la era del dinero barato se acabara, la Argentina quedaría frente a una durísima crisis.
De ahí que su salida sea apretar el torniquete: apostar a paritarias a la baja (¡nadie cree que la inflación de este año totalice solamente el 15%!), dar vía libre a los despidos, cerrar plantas y reparticiones.
Si a esto se le sigue llamando “gradualismo” (durante 2016 y 2017 las cosas fueron realmente algo más “graduales”), es simplemente como taparrabos de un ajuste muchísimo más duro.
Un gobierno al cual se le han estrechado los márgenes de maniobra económica, pero que también viene perdiendo legitimidad política a pasos agigantados, sólo puede plantear grandes enfrentamientos sociales en un futuro cercano.
Bullrich patea el tablero
¿El “blindaje” del gobierno para estos enfrentamientos? El desarrollo de una “nueva doctrina de seguridad”. Hay que detenerse en la cuestión porque tiene su importancia. Remontándonos al 83, Macri aparece como el gobierno más reaccionario de los últimos 30 años.
Durante Alfonsín se intentó poner en pie la famosa “teoría de los dos demonios”. El terrorismo de Estado había caído con la dictadura; pero no había que olvidarse que el “otro demonio” eran las formaciones “subversivas” (se trataba de hacer “equidistancia” entre ambos fenómenos destacando la “democracia”).
Con el menemismo vinieron los indultos a los genocidas. Pero el indulto no niega que se haya cometido el crimen. Menem afirmó que “no podía ver enjaulado ni a un pajarito”… pero esto no es lo mismo que ir a una reivindicación abierta de las FFAA.
Con el kirchnerismo hubo un giro pragmático: la condena oficial del terrorismo de Estado como forma de legitimación de un régimen cuestionado por el “Que se vayan todos”. Es verdad que, como le endilga la burguesía, la versión kirchnerista fue la más “extrema” respecto del relato (siempre burgués) sobre la dictadura.
Pero la llegada de Macri termina configurando el intento de un giro de 180 grados hacia una doctrina reaccionaria en todos los ámbitos de la seguridad y los aparatos represivos.
Se trata de proteger a Etchecolatz y demás genocidas. Y si los juicios continúan, bien temprano funcionarios oficialistas como Lopérfido cuestionaron que haya habido 30.000 desaparecidos; todo vale para desprestigiar la causa de los derechos humanos.
Simultáneamente, pretende dárseles carta blanca a la Gendarmería y la Policía para desaparecer y/o asesinar por la espalda: “Las fuerzas de seguridad no son las principales culpables en un enfrentamiento. Estamos cambiando la doctrina de la culpa de la policía (…) Los jueces que hagan lo que quieran, nosotros como política pública vamos a ir en defensa de los policías (…) la acción no es de legítima defensa, sino que es una acción de cumplimiento de los deberes de funcionario público” (Patricia Bullrich, 6/02/18).
Al gobierno parece importarle un comino la justicia, la división de poderes; pretende pasar por encima de la misma con una nueva doctrina que indica que, como la función de la Policía es “combatir el delito”, cualquier policía tiene impunidad total para asesinar a mansalva “en cumplimiento de sus obligaciones”…
A esto se le puede sumar el megadecreto del 6 de enero, un intento escandaloso de pasar por encima del Congreso; de “legislar por excepción”: “Uno de los caracteres esenciales del estado de excepción –la provisoria abolición de la distinción entre Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial- muestra aquí su tendencia a transformarse en duradera praxis de gobierno” (Giorgio Agamben, Estado de excepción, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2014, pp. 35).
Todas estas orientaciones no son otra cosa que una suerte de apelación –sotto voce– a gobernar sobre la base de los “poderes fácticos”. Desde ya que alertamos contra extremos vulgares de creer que el país estaría deslizándose hacia el “fascismo”.
En nuestra editorial anterior señalábamos que la democracia patronal es un régimen elástico que se ensancha o se encoge según las circunstancias; que la “democracia participativa” es, quizás, la forma más “extrema” de dicha “democracia” (incluyendo en esto instituciones como la Asamblea Constituyente), y que el “gobierno de excepción” por decretazos es una forma mucho más estrecha.
Las relaciones de fuerzas en la Argentina no dan para un gobierno “fascista”… Pero sí es verdad que Macri parece pretender una restricción del régimen político; que sin llegar a ser como Brasil, les gustaría estar un poco en la posición de Temer (que hace lo que le viene en gana sin importarle la popularidad)[3].
Sin embargo, las condiciones del país no se mueven mecánica ni conjuntamente con el gran país hermano (ni tampoco con el conjunto de la región).
El giro a la derecha de Macri es peligroso y hay que enfrentarlo. Esto mismo es lo que plantea una movilización multitudinaria para el 24 de Marzo próximo.
¡El 17 todos al Posadas! ¡Vamos por la construcción de nuestra corriente sindical “18 de diciembre”!
Parte del giro derechista del gobierno es la campaña contra la “corrupción sindical”. Desde ya que los Moyano y compañía son indefendibles. Es la propia patronal la que alimenta los privilegios de los burócratas en desmedro de los trabajadores. A sabiendas de sus negocios sucios, activan estas campañas cuando necesitan contenerlos.
Esta campaña es pura demagogia. Busca frenar la sangría oficialista evitando que los sindicalistas se pasen a la oposición. Al mismo tiempo, su objetivo más de fondo es desprestigiar la organización sindical como tal; dañar la capacidad de lucha de la clase obrera.
El ajuste está despertando un profundo odio popular. Las jornadas de diciembre abrieron una nueva situación. Le generaron una dramática crisis política a la burocracia al convocar formalmente a un paro general, cuya vacancia fue llenada por la izquierda con su accionar en Plaza Congreso.
La CGT tuvo un 2017 para el olvido. Si no se reubica amenaza con verse desbordada nuevamente. De ahí que la movida de Moyano no sea sólo para defenderse de Macri; busca también reubicarse en la oposición, claro que cuidándose de administrar las cosas: que no haya “desbordes”.
Porque no hay que olvidarse que Moyano es un especialista en cuidar la “gobernabilidad”, en evitar que la sangre llegue al río, en que los cambios sean siempre “dentro de la democracia” (es decir, de las instituciones y, en lo posible, capitalizados por alguna variante peronista).
En cualquier caso, la movilización del 21 va a ser seguramente multitudinaria. Y sería un error completo no participar de ella críticamente mediante una columna independiente de los sectores clasistas que surja de los trabajadores en lucha, como es el caso del Posadas.
Una concentración a la que hay que ir con toda la fuerza a exigir la fecha para un paro general. Un paro general que se hace cada vez más necesario frente al conflicto en puerta de los docentes, frente a las luchas de los estatales, frente al conjunto de procesos que se están desarrollando por abajo y son el factor más dinámico de la actual coyuntura.
Se trata de peleas duras, donde si por un lado se aprecia una tonificación del espíritu de lucha, por el otro lado son difíciles porque entrañan despidos (que meten miedo a los demás trabajadores), además de no tener interlocutores porque el gobierno no los recibe o afirma que “no puede hacer nada”…
Conflictos como el del Hospital Posadas, el INTI y otros, hay que desarrollarlos, profundizarlos, rodearlos de solidaridad, ver cómo unirlos con el resto de los trabajadores no despedidos, coordinarlos, prepararse frente a la eventualidad de giros represivos y ataques más duros por parte de las autoridades y del gobierno, defender los procesos de dirección independiente.
Desde esta perspectiva hay que tomar las medidas del 15 y sobre todo del 21. Utilizarlas para fortalecerse, para coordinar entre los sectores y la izquierda en la perspectiva de imponer el paro general, y de llegar a marzo donde se va a desencadenar una ola de conflictividad más de conjunto.
Es con esta perspectiva que nuestras agrupaciones sindicales están lanzando la “Corriente Sindical 18 de diciembre”, que hará su primer Encuentro Nacional el sábado 7 de abril en el Hotel Bauen; una convocatoria que llevaremos a todo el activismo obrero, al tiempo que seguimos adelante con la campaña por nuestra legalidad partidaria en Santa Fe y Entre Ríos, y sumando todos los días nuevos compañeros y compañeras al Nuevo MAS, así como redoblando la pelea por la segunda reinstalación del “Mosqui” Cisneros, escandalosamente echado, una vez más, de Firestone.
Se viene un año bisagra en el país; es el momento de poner en pie una nueva corriente clasista, de dar un salto cualitativo en la construcción en el seno de los trabajadores de nuestro joven partido.
[1] De Moyano se puede decir cualquier cosa menos que sea tonto: cuando manifiesta que a Macri “no le queda mucho” está reflejando una realidad.
[2] Existen graves problemas subyacentes que seguramente se irán dilucidando conforme la caída de las Bolsas se mantenga.
[3] En realidad estamos exagerando para que se entienda nuestro argumento; por ejemplo, hasta ahora, Temer no ha logrado hacer pasar la ley antijubilatoria.
Por José Luis Rojo, Editorial SoB 456, 8/2/18