Marx, en el mes de su Bicentenario (III – Nota Final)
Cuando se constituyó la Internacional formulamos expresamente el grito de combate: la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma. Por ello no podemos colaborar con personas que dicen que los obreros son demasiado incultos para emanciparse por su cuenta y que deben ser liberados por los filántropos burgueses y pequeñoburgueses.
(K. Marx)
¿Cómo puedo adoptar un credo que, prefiriendo el barro al pez, exalte al proletariado grosero por encima de la burguesía y la intelectualidad, que con todas sus fallas, son la calidad de vida y seguramente llevan las semillas de todos los logros humanos?
(J.M. Keynes)
En esta tercera y última nota que recuerda los doscientos años del nacimiento de Karl Marx, tomaremos el eje que nos faltaba (siguiendo a Brecht), aquél de poseer La inteligencia de saber elegir destinatarios a quienes va dirigida la verdad.
Nos pareció sugerente contraponer a la posición de Marx la del prestigioso economista del siglo XX, el británico John Keynes. Para todo aquello que refiere al Estado de bienestar, intervención del aparato estatal en la economía, regulación del mercado, ese apellido está fuertemente ligado. Hasta en el peronismo (el propio Perón en algún momento y Kicillof no hace mucho) se hace cierta mención a él. Keynes opinaba que el sujeto del cambio (aunque sea parcial en su caso y al servicio de preservar el capitalismo) era la burguesía y no la clase trabajadora (“grosera” como escribe) y en contra implícitamente de lo que postulaba Marx. A lo sumo, esa clase podrá acompañar como furgón de cola al empresariado, pero nunca realizar acciones independientes (toda corriente progresista adscribe religiosamente a esa admonición). En el mundo todo, y en nuestro país con harto evidencia, la misma constituyó un atajo sin salida para impedir que los trabajadores esbozaran un proyecto de poder propio. Una pena que nunca (progres, keynesianos, socialdemócratas, peronistas) intenten un balance real de por qué esto fue así y a qué resultados condujo.
Volvamos a Marx. En él hay metodológicamente dos o tres aspectos en relación a lo anterior que son claves. Uno, el de ubicar en todo proceso histórico un sujeto social que es quien lleva a cabo las transformaciones y también otro sujeto que intenta mantener la estructura que existe. Lucha de clases, como el autor del Manifiesto advierte. Otra premisa importante es aquella en la que señalaba que la humanidad nunca se plantea tareas que no puede realizar, con el propósito de evitar todo anacronismo y voluntarismo. El socialismo (que es ese el nombre que tiene el proyecto de poder propio de los trabajadores) no podía ser factible en el siglo V por ejemplo, porque ni las condiciones materiales objetivas se hallaban presentes ni tampoco (y es lo que interesa ahora) el sujeto indicado y capaz de llevar a cabo dicha transformación. Y como último elemento, subrayar que esa tarea asignada no es producto de la fantasía de un profeta social sino que se desprende del propio desarrollo y actualidad del capitalismo. Es inmanente a él. Como totalidad concreta que es dicho sistema, está atravesado por contradicciones y la negación del mismo -para hallar una superación a éste-, debe encontrarse en una fuerza social que pertenezca a dicho “cuerpo orgánico”. Que no sea “externo” al mismo.
Es interesante señalar que Marx llegará a dicha conclusión luego de ir “tanteando”, estudiando, el metabolismo social y político. Una vez que arribó a ella, no la abandonó jamás y tuvo (como dice el epígrafe) que desenmascarar a “socialistas” que renegaban de dicho postulado y combatir a todos los “Keynes” de su época, partidarios de la conciliación de clases y en definitiva, de un capitalismo regulado, aunque no se utilizase aún esa expresión. Nunca dudó entonces que la acción de un sujeto es esencial para el desenlace favorable de cualquier proyecto histórico y que el del socialismo no es otro que la clase trabajadora. No existe determinismo mecánico ni sustituismo posible para dicha empresa.
Primero enfocó a ésta por razones casi intuitivas y hasta emocionales (“la última clase de la sociedad, la más oprimida y sufriente, etc”) hasta que el develamiento de la economía en el marco de determinadas relaciones sociales lo llevó a determinar que esto era así, objetiva y materialmente, por el rol que aquélla ocupaba en la estructura social (1). La clase explotada que el capitalismo crea y que maneja los medios de producción y cambio, tiene la potencialidad de derribar el sistema y construir uno alternativo. Aquí también, como buen observador de la realidad que era, fue puliendo esa definición cuando presenció el rol ultra temeroso y claudicante que la burguesía alemana había cumplido en 1848 en pleno proceso revolucionario y se terminó de afirmar cuando acompañó el accionar de los obreros parisinos en la Comuna de 1871. ¿Pensaba por ello que eran sólo ellos los trabajadores, los encargados de la transformación y revolución socialista? De ninguna manera, pero como demostró en sus trabajos históricos y en el propio programa del partido mundial y aquellos nacionales en los que colaboró; el proletariado hegemoniza, es el “caudillo” como decimos popularmente en América Latina, de dicho proceso dirigiendo a los demás sectores subalternos (el campesinado, la clase media, pequeña burguesía, etc) hacia la toma del poder.
Ese papel dirigente de la clase obrera lo confirmó hacia 1850 y constituyó desde allí un principio irrenunciable. Lo que lo llevó (como ya hemos señalado aquí y en la nota anterior) a duros combates partidarios contra aquellos que buscaban suplantarla en ese papel o creían que esto se podría lograr “desde arriba” aun con la propia ayuda del Estado… burgués. Incluso reconociendo la honestidad intelectual y la coherencia entre lo que se proclama y lo que se practica, fue crítico de toda experiencia blanquista (por Auguste Blanqui, revolucionario francés) que, en su “impaciencia” política, intentaba provocar artificialmente insurrecciones con fecha fija, casi como un ultimátum. Claro está que cuando las propias masas salían a la calle (1848, 1871) no dudó en acompañarlas y luego sí, hacer el balance y la verificación de errores y aciertos que esa experiencia había dejado.
La clase dominante y sus diversos elencos gobernantes suelen a veces apelar hipócritamente a la “gente”, “la ciudadanía” y términos más abstractos aún, para que tomen las “decisiones en sus manos”, lo que constituye un mero saludo a la bandera. Sin ser por supuesto exactamente lo mismo, cuando honestos compañeros de base con los cuales podemos compartir una lucha (como con no tan “honestos” dirigentes) hablan del “campo popular”, “campo” tan difusamente explicitado que en él “entran” diversos sujetos que en términos marxistas son antagónicos (ver Marx en su bicentenario I), cometen un error importante que no sólo retrasa la conciencia de los trabajadores sino que muchas veces hasta el propio éxito de la lucha. Cuando los socialistas revolucionarios proclamamos a “la clase trabajadora y el pueblo” (entendido este último como aquellos sectores subalternos ya mencionados) como encargados del cambio socialista, somos mucho más concretos y específicos y lo hacemos por las razones materiales, económico- sociales que ya Marx había entrevisto en el siglo XIX.
¿Que muchas veces ese sujeto no es conciente de dicha potencialidad y de lo que es capaz de hacer y de cambiar? Claro está. Marx estaba muy atento a ese déficit y por eso bregó por la construcción de organizaciones que ayudaran y educaran en esa dirección. Jamás que las reemplazaran en esa tarea porque como supo decir, en una frase categórica: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabadores mismos.
En el temprano 1845, con su amigo y compañero intelectual y político Federico Engels, escriben un trabajo polemizando contra filósofos alemanes de los cuales empezaban a alejarse; allí señalan algo que conserva toda su vigencia hoy y con lo cual nos parece pertinente cerrar estos breves artículos. En La Sagrada Familia se lee:
Y cuando los escritores socialistas asignan al proletariado este papel histórico universal, no es, ni mucho menos, como algunos pretextan creer, porque consideren a los proletarios como dioses (…) Pero no puede liberarse a sí mismo sin abolir sus propias condiciones de vida sin abolir “todas” las inhumanas condiciones de vida de la sociedad actual, que se resumen y compendian en su situación. No en vano el proletariado pasa por la escuela, dura, pero forjadora del trabajo. No se trata de lo que éste o aquel proletario, o incluso el proletariado en su conjunto, pueda “representarse” de vez en cuando como meta. Se trata de lo que “el proletariado es” y de lo que está obligado históricamente a hacer, con arreglo a ese “ser” suyo. Su meta y su acción histórica se hallan clara e irrevocablemente predeterminadas por su propia situación de vida y por toda la organización de la sociedad burguesa actual.
(1) El marxista británico Terry Eagleton, en una polémica con los posmodernos expresa brillantemente esta concepción cuando señala: Pero el interés de los socialistas por los trabajadores no es en primer lugar una cuestión de juicio moral. Los trabajadores no son los agentes potenciales de la democracia socialista porque sufren en demasía. En tanto que la miseria continúe, hay una buena cantidad de candidatos más prometedores como agentes políticos: vagabundos, campesinos pobres, ciudadanos mayores e incluso estudiantes empobrecidos. Los socialistas no tienen nada contra esos grupos (…) pero esos grupos no son aún agentes potenciales del cambio socialista, dado que no están tan establecidos dentro del sistema de producción, tan organizados ni integrados a él como para ser capaces de volverlo más cooperativo. (…) En lo que concierne al socialismo no hay elección posible al respecto.
Guillermo Pessoa
Por Guillermo Pessoa, SoB 470, 24/5/18