Argentina y Brasil ante una prueba de fuerzas
Roberto Sáenz
“Para el Washington Post, los brasileros cansados de las penosas políticas defendidas por el mercado que tardan en producir resultados, parecen haber alcanzado un punto de ebullición colectivo” (Folha de Sao Paulo, 28 de mayo del 2018).
Realizamos este editorial a la vuelta de un viaje relámpago a San Pablo. La primera definición que podemos brindar es que nuevamente parecen estar sincronizándose las coyunturas de ambos países. Temer está en un tembladeral y Macri también.
La suma de la crisis económica, las políticas aperturistas y el acelerado desprestigio de ambos gobiernos, aunado a la emergencia de movimientos sociales desde abajo, están configurando una nueva coyuntura, donde los desarrollos podrían ir tanto hacia la izquierda como hacia la derecha dependiendo de los grandes choques sociales que se están colocando en la agenda.
Es a estos desarrollos y a las responsabilidades de la izquierda que dedicaremos este editorial.
Contexto internacional
El primer elemento que da bases al desarrollo común en ambos países, es el enrarecimiento del clima mundial.
Tanto la Argentina como Brasil están más inermes que años atrás frente las oscilaciones económicas y políticas internacionales, esto como producto de las orientaciones neoliberales de ambos gobiernos.
El encarecimiento del precio del petróleo a consecuencia de la política de Trump para Medio Oriente, la crisis del euro producto de la eventualidad de un gobierno populista en Italia, el aumento de las tasas de interés en los EE.UU. y el fortalecimiento del dólar, son desarrollos que han puesto sobre la mesa la fragilidad de los gobiernos de Temer y Macri.
Un punto en común es la liberalización indiscriminada del precio de las naftas. Aquí ocurre algo particularmente nefasto. En función del criterio de las ganancias empresarias, tanto Temer como Macri cometieron la aberración de liberalizar el precio de las naftas; simplemente oscilan al compás de las alzas y bajas de los precios internacionales[1].
Las naftas son un recurso estratégico con impacto directo sobre la economía. Salvo que la nafta sea superabundante en el mercado nacional, poner a oscilar sus precios según los humores del mercado, es una lisa y llana irracionalidad[2].
Claro que la cuestión tiene su lógica: Temer y Macri quieren beneficiar a las petroleras: Petrobras e YPF (empresas supuestamente “estatales”), han sido colocadas según criterios de súper ganancias sin importar cualquier otro factor[3].
Insistimos. La liberalización del precio responde al objetivo de que el único rasero sea la ganancia. Pero el problema es que, al ser un producto tan estratégico, los aumentos introducen una inestabilidad económica y social brutal. Esta es la explicación del paro camionero.
Una política coherente implantaría algún tipo de protección y/o subsidio de manera tal que el precio de las naftas resultara controlado; una orientación de proteccionismo burgués que no tiene nada de socialista, pero que cuestionaría el liberalismo extremo que buscan imponer Macri y Temer.
Al estar liberado el precio de las naftas se configura como una correa de trasmisión de la crisis economía internacional. Y también existen otras vías: la devaluación del real y el peso a consecuencia de la masiva salida de capitales hacia el exterior en busca de un lugar más seguro de inversión, entre otros mecanismos.
Crisis política
Veamos un segundo elemento de esta coyuntura: las sendas crisis políticas en ambos países.
Entre ambos gobiernos existen profundas diferencias. Temer es un gobierno surgido de una maniobra parlamentaria reaccionaria, que desde el vamos se basó en mecanismos de excepción. Un “gobierno de transición” para aplicar un durísimo ajuste sobre la base de una mayoría parlamentaria “artificial” (pero mayoría al fin), que se encuentra con unas relaciones de fuerzas más favorables que Macri.
Macri es un gobierno burgués más normal, apoyado en dos triunfos electorales, pero que no cuenta con mayoría parlamentaria y que, a pesar de la unidad burguesa en torno a él, ha tenido hasta ahora menos éxito que Temer en desafiar las relaciones de fuerzas.
Las crisis políticas de ambos gobiernos vienen de lo siguiente. Temer jamás tuvo una gran popularidad; pero ahora sus índices están por el piso. Macri gozó durante dos años de un “blindaje” que lo mantenía en torno al 50%, pero en los últimos meses su popularidad se ha derrumbado.
La naturaleza de la crisis política en Brasil tiene que ver con que Temer no solamente que no puede ni soñar con una reelección, sino que además el sistema política se encuentra totalmente fragmentado: el principal candidato, Lula, proscripto y en prisión (lo que le quita legitimidad a la elección de conjunto), las candidaturas de extrema derecha como Bolsonaro (ex capitán del Ejército) se mantienen en algo en torno al 20%, y nadie puede saber realmente qué saldrá de las elecciones de octubre próximo: “Usando como título la frase ‘el encarcelamiento de Lula es algo que contamina la democracia brasilera para las próximas generaciones’, el diario español El País entrevistó al banquero Joao Moreira Salles: ‘sea cual sea el resultado de las elecciones, quedará siempre el fantasma de que Lula no pudo disputarlas… El próximo presidente carecerá de legitimidad, porque ganó porque Lula no estaba (…)” (Folha de Sao Paulo, ídem).
A esto hay que agregarle la ubicación provocadora de una parte de las FF.AA., con sectores de la población que incluso piden su intervención[4].
En el caso argentino la crisis política –¡que muchos sectores de la izquierda no ven![5]– pasa porque la corrida cambiaria terminó colocando un cuestionamiento de conjunto al gobierno, cuestionamiento que puso en la agenda la eventualidad de su salida anticipada[6].
Si esta eventualidad por ahora esta inhibida es porque todas las fuerzas políticas y la dirigencia sindical han cerrado filas en torno al “Hay 2019” y, por lo demás, el movimiento de masas no termina de irrumpir como acabamos de señalar.
De cualquier manera, la bronca con el gobierno de Macri es creciente. Y si en Brasil un desenlace por la derecha no se puede excluir (un desenlace que tendría impacto negativo en nuestro país), en la Argentina los desenlaces podrían venir por la izquierda, esto a condición, repetimos, de que se produzca una irrupción de las masas en la crisis (algo que están juramentados a impedir tanto la oposición peronista –en todos sus matices-, como la dirigencia sindical).
En cualquier caso, ambas crisis políticas podrían procesarse por la izquierda o por la derecha a depender del desarrollo de la lucha de clases y, también, de las políticas de la izquierda revolucionaria, que, si no tiene suficiente peso objetivo, tampoco es real que no tenga importancia alguna lo que haga.
Mirando para el otro lado
El crecimiento de la bronca es uno de los componentes centrales de la crisis política. El caso brasilero tiene el peligro de que, si las relaciones de fuerzas están abiertas, muchos trabajadores rechazan la política producto de las repetidas traiciones del PT y la CUT: han perdido la referencia de clase (reformista) que conquistaron en los años ’80 del estilo “trabajador vote trabajador”, parte de lo cual está ayudando al crecimiento de personajes como Bolsonaro[7].
Lo que está en juego en Brasil es de enorme importancia. En el proceso de su experiencia, los trabajadores deberán superar la mediación de la burocracia petista. Es que mientras la burguesía y la derecha son fuerzas extraparlamentarias cuando les conviene, el PT se caracteriza por el cretinismo institucional más abyecto (veamos la entrega sin resistencia de Lula a la justicia[8]).
En el caso argentino los desarrollos son algo distintos. Venimos de las históricas jornadas del 14 y 18 de diciembre, que mostraron que la experiencia del Argentinazo sigue viva.
El papel del PJ, los k y la CGT no es menos cretina que el del PT en Brasil: una profesión de fe en la gobernabilidad; el buscar capitalizar el “costo político” del ajuste de Macri mientras se lo deja pasar; etcétera.
A esto se le deben sumar los ataques a la vanguardia y los manotazos reaccionarios del gobierno; el intento de imponerle una dura derrota a los compañeros del subte, así como la pretensión de hacer intervenir a las FF.AA. en tareas de seguridad interna[9].
Sin embargo, la brutalidad del ajuste y las medidas reaccionarias de ambos gobiernos, están dando lugar a una conflictividad eventualmente explosiva. Temer intervino militarmente Río de Janeiro; una acción en el marco de la cual fue asesinada Marielle Franco, reconocida concejala del PSOL de dicha ciudad.
Sin embargo, la “respuesta” apareció por el lado menos pensado: el paro camionero que durante 9 días mantuvo Brasil en vilo. Fue una medida muy contradictoria. En la misma estuvieron tanto las grandes patronales del sector, como los pequeños propietarios de camiones (autónomos) y los trabajadores propiamente dichos.
Desde ya que sus intereses no son iguales; lo mismo que quedó en disputa la capitalización política del paro (la extrema derecha pretende representarlo).
Sin embargo, la tarea planteada fue el apoyo crítico al mismo, sobre todo a partir del viernes pasado cuando los grandes empresarios se retiraron de la medida. Y esto en función de una razón de peso: el núcleo del paro camionero fue el cuestionamiento al aumento indiscriminado del precio del gasoil.
Los camioneros pusieron en cuestión el gobierno de Temer, que sí amenazó con sacar a las FF.AA. a las calles, y tuvo posteriormente que guardar violín en bolsa, cediendo a sus demandas; se apuró a retroceder para evitar que confluyeran con los petroleros, que están saliendo al paro y son uno de los sectores más combativos de la clase obrera brasilera.
En la Argentina todavía no está en desarrollo un movimiento social de igual magnitud. La CGT se está cuidando como la peste de convocar al paro general que había prometido si Macri vetaba tarifas.
La llamada “coalición del 21-F” (el acto presidido por Moyano en aquella fecha que convocó a “votar bien en el 2019”), viene de realizar el 25 de mayo una concentración de magnitud en el Obelisco contra el FMI.
¿Cuál fue el problema? Simple: no fue una jornada de lucha, sino un acto político mayormente inocuo en un día feriado de los que militan porque Macri siga hasta el año que viene.
De cualquier manera, el clima entre los trabajadores se corta con una gillette; la bronca es tremenda y ante cualquier descuido de la burocracia podría haber un desborde que desate una movilización multitudinaria.
Un escenario de este tipo podría darse cuando se anuncie el acuerdo con el FMI. De ahí que esté trascendiendo que se lo daría a conocer el mismo día que la selección juega su primer partido.
Hay que romper el rutinarismo
Frente a la crisis la izquierda se está moviendo con un gran rutinarismo. En Brasil la cosa es más compleja porque la izquierda que está a la izquierda del PT (erróneamente confundido como “izquierda”), está por detrás en protagonismo respecto de la izquierda argentina.
Su principal representante es el PSOL, un partido electoral de izquierda amplio, en campaña con la candidatura de Boulos, un joven dirigente del MTST, movimiento de los sin techo que mantuvo una ubicación bastante independiente bajo los gobiernos del PT.
Se trata de una candidatura muy progresiva a condición de que logre mantenerse independiente de Lula y el PT, al tiempo que formule un programa anticapitalista que vaya más allá del estatismo burgués.
En la Argentina, el lugar de la izquierda revolucionaria es más claro. Sin embargo, un desarrollo particularmente aberrante es que la mayoría de las fuerzas de este sector, no parecen haber tomando nota de la profundidad de la crisis en curso.
Para varias de sus fuerzas “no pasa nada”; no hay una crisis política. Es más: abiertamente o embozadamente defienden que “no hay que cuestionar la gobernabilidad de Macri” (ver las declaraciones del Pollo Sobrero en el programa televisivo “Animales Sueltos”), un ejemplo de adaptación al régimen a la velocidad de la luz.
El planteo de estos grupos, que siquiera tienen la valentía de hacerlo claramente, parece ligado a la idea de que “el FIT todavía no es alternativa”.
Pero este planteo es oportunista e idiota porque las corrientes revolucionarias sólo podemos constituirnos en alternativa alrededor del desarrollo de procesos revolucionarios: ¡tampoco los bolcheviques eran alternativa antes de la caída del zar y todo lo que vino después!
No cuestionar el giro reaccionario de Macri; postrarse ante la gobernabilidad; no disputar las banderas democráticas con un gobierno que parece una “tiranía” (que gira 180 grados sobre sus promesas durante las campañas electorales); no plantear la revocabilidad de Macri o cualquier mecanismo democrático para que sean los trabajadores los que decidan, es una vergüenza para corrientes que se dicen revolucionarias y están atrapadas en las telarañas del Congreso.
Hay que salir a impulsar e imponer el paro general ya. Hay que empujar una jornada nacional de lucha por los compañeros del subte y los que están peleando como el Posadas, lo mismo que un encuentro nacional a tal efecto. Hay que rechazar el ajuste gritando FMI Nunca Más. Y hay que pelear porque el pueblo decida: no se puede esperar al 2019.
La Argentina y Brasil están ante una dramática prueba de fuerzas que desafía a la izquierda revolucionaria a salir del rutinarismo.
[1] Temer pretendía que el ajuste de los precios se hiciera de manera diaria: una locura completa en la que fue obligado a retroceder por el paro camionero.
[2] Si la producción de las naftas excede la demanda, el precio se acomoda hacia la baja. Pero si escasea, y se lo deja al libre arbitrio del mercado internacional, la irracionalidad procede de que se introduce un tremendo elemento de inestabilidad económica y social, tal cual se acaba de ver con el paro camionero en Brasil. Una inestabilidad que ha sido la madre de muchas rebeliones populares; ver el caso del Caracazo en el año 1989.
[3] Esto está haciendo volar sus ganancias en la bolsa de comercio de Nueva York, pero al costo de desquiciar la economía nacional.
[4] En Brasil las fuerzas armadas salieron prestigiadas de su gobierno “desarrollista” (1964/1984), amen que el nivel de conciencia política promedio es mucho más bajo que en la Argentina.
[5] La adaptación parlamentaria le está pasando al FIT una insospechada cuenta dado lo acelerada de su dinámica.
[6] Una eventual salida anticipada dependerá de la intervención de las masas en la crisis, cosa que hasta el momento no ha ocurrido. Sin embargo, el crecimiento de la bronca contra el gobierno se ha acelerado de tal manera, que muchos plantean que “Macri tendría que irse por ineptitud”…
[7] Aquí caben dos notas al pie: una, que en la Argentina no existe un fenómeno extremo derechista como este; y dos, que no le va a ser tan fácil a la campaña de Boulos y el PSOL capitalizar una franja en ruptura con el PT producto del desprestigio que ha dejado este en todo lo que tenga “olor” a izquierda. En todo caso, esto dependerá –no mecánicamente- de los desarrollos de la lucha de clases.
[8] Este sometimiento a la institucionalidad mientras los desarrollos se hacían cada vez más extraparlamentarios, es una de las características clásicas que hundió a la socialdemocracia alemana en los años ‘20 y ‘30 del siglo pasado.
[9] Bajo el kirchnerismo se consagró legalmente esta prohibición; esto ocurrió bajo la presión del “Que se vayan todos” y el intento de los k de relegitimar el régimen mediante concesiones democráticas.
Por Roberto Sáenz, editorial SoB 471, 31/5/18