Entre la “crisis de los cuadernos” y la corrida contra el peso
Sigamos en las calles
“(…) Claudio Bonadío no es confesor sino juez. En sus manos están los alcances de una investigación que perturba incluso a sectores del Gobierno. ¿Qué macrista estaría en condiciones de afirmar que, en el futuro, arrinconado, un arrepentido no involucrará a funcionarios de la administración actual? Es la primera conclusión que surge al hablar con abogados y consultores que, contratados por contratistas de obra pública (…) tienen ya delineadas estrategias de contingencia: dirán que ese era el único modo de trabajar en la Argentina desde hace décadas”. (Francisco Olivera, La Nación, 11/08/18)
Luego del rechazo al aborto legal, la “crisis de los cuadernos” volvió al primer plano. En realidad, las palmas se las llevó un nuevo cimbronazo económico originado en la crisis turca, un país que vio devaluar su moneda por temores similares a los que afectan a la Argentina: que no pueda afrontar sus obligaciones externas.
De todas maneras, luego que mes y medio atrás el gobierno pareciera aproximarse a circunstancias de zozobra, el respiro otorgado por los K y la CGT, sumado al rechazo al aborto legal y la ofensiva con los cuadernos, podrían darle algún respiro.
Sin embargo, el contexto no deja de ser crítico: la situación económica y social va de mal en peor. Y si todos los actores burgueses y burocráticos trabajan para que se llegue al 2019, la sensación de desgobierno podría reaparecer en cualquier giro del camino.
En todo caso, la tarea de la izquierda es plantearle a los trabajadores, las mujeres y la juventud, que hay que seguir en las calles: no se puede esperar al 2019; al ajuste y los manotazos reaccionarios hay que derrotarlos ahora.
De Turquía a la Argentina
En las últimas semanas la economía mundial ha sido impactada por la crisis en Turquía. En realidad, más que la economía global, la economía de los países emergentes[1]. La de Turquía es una economía con aspectos parecidos a los de Argentina: caracterizada por un fuerte déficit externo, en las últimas semanas han crecido los temores de que no pueda afrontar su deuda externa[2].
El país europeo/oriental había gozado en los últimos años del financiamiento internacional barato producto de las bajas tasas de interés desde el 2008. Sin embargo, en el último año el gobierno de Trump ha considerado que la economía de los EEUU ya está lo suficientemente recuperada, comenzando a aumentarlas nuevamente.
Simultáneamente, en los países emergentes se han deteriorado los términos de intercambio. Los precios de las materias primas han venido cayendo; las condiciones de financiamiento se han venido encareciendo. En este contexto, muchos de los capitales financieros se han comenzado a retirar llevando a una devaluación de las monedas locales.
La resultante es un aumento de las tasas de interés, lo que presiona por la caída del producto al mismo tiempo que la devaluación lleva al aumento de los precios: inflación más recesión es el efecto común de esta crisis en las economías nacionales.
Conclusión: estamos al borde de una nueva crisis de la deuda en los países emergentes, en primer lugar los que son apreciados como más débiles para hacer frente a estas nuevas condiciones económicas internacionales.
Y es ahí donde entra la crisis argentina. Una crisis que comenzó como una crisis política en las jornadas de diciembre pasado (crisis política expresada en los límites al ajuste económico puesto por dicha movilización), transformándose luego en una crisis cambiaria con la corrida contra el peso (que lo devaluó en un 60% desde comienzos del año), y hoy es plenamente una crisis económica en regla con el gobierno, reconociendo que este año el país “crecería” el 0%, sino menos…
Un elemento clave de la crisis argentina es su incapacidad de generar ingresos genuinos para afrontar la nueva deuda creada[3]. El país vive una situación de déficits gemelos externo y fiscal: faltan dólares para afrontar las relaciones económicas con el mundo.
Ante el temor que eso dé lugar a un nuevo default, Macri recurrió al FMI que vino con su receta habitual: un ajuste económico en materia de gasto del Estado, de los salarios, de las condiciones de trabajo y empleo de manera tal de generar excedentes para pagar deuda.
Sin embargo, aun con el acuerdo vigente con el FMI, la corrida contra el peso no para. ¿Cuál es la razón de esto?: la desconfianza de si el gobierno logrará aplicar el ajuste hasta el hueso.
No está claro que el gobierno tenga la suficiente fortaleza para hacerlo. Y esto a pesar de que el peronismo garantizaría que el draconiano presupuesto del 2019 sea aprobado en el Congreso con la excusa de la gobernabilidad.
Una crisis económica que no termina, que amenaza incluso con profundizarse, es el elemento de contexto general de una coyuntura donde si bien el gobierno ha ganado tiempo, no termina de estabilizarse: todavía no puede descartarse que sobrevenga una crisis general[4].
La corrupción de la “clase política”[5]
En el medio de esta coyuntura todavía crítica ha estallado la “crisis de los cuadernos”. Si bien todavía no ha impactado de lleno en la opinión pública (se verá cuándo decanta esto), no deja de ser una crisis de magnitud.
La realidad es que lo que está desnudándose es el modus operandi del Estado y el empresariado de la construcción; un modus operandi que viene siendo básicamente el mismo desde la dictadura militar.
Cuando Cristina afirma que no es creíble que ese mecanismo haya sido inaugurado por Néstor Kirchner y no por papá Macri, no está afirmando que el mismo no haya existido bajo su gestión (¡que ellos no hayan cometido el delito de enriquecerse al calor del poder!); solamente está diciendo que no fueron los K los que lo inauguraron: “Es absurdo hacernos creer que en un país que preside Macri, hijo de Franco, haya sido Néstor Kirchner quien empezó el supuesto sistema de cartelización de la obra pública” (Cristina K, 14/08/18)[6].
Porque efectivamente los K usufructuaron una manera de hacer negocios y enriquecerse que es connatural al Estado capitalista y el empresariado ligado a la obra pública. Desde el desarrollo contemporáneo del capitalismo, muchísimas “historias de éxito” han estado ligadas a este tipo de corrupción.
El Capital de Marx ya daba cuenta de los negociados inmobiliarios a los que daba lugar la extensión del ferrocarril. Marx también daba cuenta del negociado que fue la “reconstrucción” de París bajo el gobierno de Luis Bonaparte y el varón Haussmann (este último encargado de remodelar la ciudad y abrir paso a sus grandes bulevares en los años 60 del siglo XIX).
Hacer negocios con el Estado –una entidad millonaria y que nunca puede quebrar- siempre fue una ganga para los capitalistas. Un negocio con “dos lados del mostrador”: el empresario que se enriquece bajo su auspicio; el político (o funcionario) que gana una “comisión” por facilitar que tal grupo empresario lleve adelante la obra (de ahí que se pueda hablar de estos últimos como una “clase política).
La forma habitual de retribuir estos oficios es pactando un sobreprecio. Conclusión: los que terminan pagando el sobrecosto de la “comisión” (¡el enriquecimiento de los políticos patronales!), son los contribuyentes, que sistemáticamente pagan más por la obra pública (mediante impuestos o contribuciones semejantes).
Es evidente que el kirchnerismo se benefició de un negociado de este tipo; una práctica que aprendió desde los años 80 al frente de la intendencia de Río Gallegos.
Pero también es verdad que el conjunto de los empresarios de la construcción, comenzando por la familia de Mauricio Macri, hicieron sus fortunas con la obra pública; al menos desde la dictadura militar.
Esto nos lleva al segundo punto de este entramado: su utilización política por parte del actual oficialismo. Una investigación comandada por Bonadío y Stornelli carece del piso mínimo de independencia. El “Lava Jato” argentino es tan reaccionario como el brasilero. Los revolucionarios estamos porque todos los corruptos vayan presos. Pero rechazamos un arbitraje hecho por un Poder Judicial al servicio de los poderosos, sean unos u otros.
De todas maneras, no está claro que la investigación aquí llegue tan lejos como en el país hermano: ni la justicia argentina tiene el poder de arbitraje que goza la brasilera, ni el gobierno de Macri puede tener la impunidad del de Temer (un gobierno de excepción).
El tema es cómo abordar la cuestión desde la izquierda. Los parámetros generales de nuestra posición pasan por repudiar el escándalo del enriquecimiento ilícito que hoy enchastra a los K, amén de rechazar también que sea utilizado para fortalecer al actual gobierno reaccionario (tan corrupto como sus antecesores).
Una cosa es condenar la corrupción; otra es inhibir derechos políticos- electorales. Dentro de esos parámetros iremos definiendo nuestra posición táctica.
Sigamos en las calles
Todavía se están debatiendo los alcances del rechazo al aborto legal. La prensa internacional tuvo el tino de destacar dos cosas: rechazar al gobierno por oscurantista; afirmar que la lucha por el derecho al aborto recién acaba de comenzar.
El movimiento de mujeres es internacional; en todas partes está en ascenso. En la Argentina es un movimiento de masas que no se va a dejar amilanar por haber perdido una votación en el Congreso. La movilización y la sensibilidad desatada por la muerte de Liz, están allí para corroborarlo.
El desprestigio del Senado; la radicalización que podría abrirse con el repudio a la Iglesia Católica, son datos que pueden marcar un cuestionamiento a instituciones clave del régimen político patronal.
Junto con esto, la crisis económica cada día se hace sentir con más fuerza en la vida cotidiana de los trabajadores: los precios no paran de aumentar, la miserable propuesta oficial del salario mínimo, el conflicto no cerrado por la paritaria docente en la provincia de Buenos Aires, son ejemplos de la política provocadora de un gobierno que, a sabiendas que el aumento de precios superará este año el 30%, quiere convalidar salarios miserables.
Los despidos continúan. Ahí está el caso de Télam, del incierto futuro del Astillero Río Santiago y de los mineros de Río Turbio, los despidos que se vienen en distintas industrias como Fabricaciones Militares o el complejo nuclear, también los despidos en el Hospital Posadas.
Mientras tanto, la burocracia de la CGT y los K nos quieren vender el cuento que todo se solucionará si “votamos bien” en el 2019…
Nosotros reiteramos que no se puede esperar: al ajuste y las medidas reaccionarias hay que enfrentarlas ahora. La continuidad de la crisis cambiaria podría producir una desestabilización general. Los trabajadores, las mujeres y la juventud debemos seguir en las calles.
[1] Se llama “emergentes” a las economías de aquellos países que han aumentado de manera importante su PBI en las últimas décadas pero que, sin embargo, padecen de todos los achaques del desarrollo desigual y combinado: por su bajo nivel de productividad relativa siguen siendo países dependientes (siguen estando subordinados a los países del centro imperialista).
[2] Recordemos que en el 2001 la crisis turca antecedió a la que se desató en el país.
[3] Incluyendo el acuerdo con el FMI, de todos modos para el 2019 faltan al menos 10.000 millones de dólares de financiamiento que no se sabe de dónde vendrán y presionan al alza el riesgo país (riesgo que mide las posibilidades de default de un país).
[4] Esto es otra manera de afirmar que mientras estos elementos de crisis no estén despejados difícilmente se abra la coyuntura electoral.
[5] “Clase política” refiere a una capa social de funcionarios que se enriquecen al calor del poder.
[6] Señalemos entonces que aquí hay dos delitos: el financiamiento privado ilegal de la “política” sumado al enriquecimiento al calor del poder.
Por Roberto Sáenz. Editorial SoB 482. 16/8/18