Tomemos en nuestras manos la pelea contra el ajuste
La catástrofe que nos amenaza
Roberto Sáenz
“Nos amenaza inexorablemente una catástrofe de proporciones sin precedentes y el hambre (…) Todo el mundo lo dice. Todo el mundo lo reconoce. Todo el mundo lo hace constar (…) Sin embargo, el Estado no hace absolutamente nada para implantar un control, una contabilidad y una fiscalización más o menos serio” (V. I. Lenin, “La catástrofe que nos amenaza y como combatirla”, septiembre 1917).
En los últimos días hubo cierto “impasse” en los desarrollos de la crisis a la espera de novedades. Por un lado, está en curso la negociación con los gobernadores por el presupuesto de cero déficit de 2019. La foto de Macri ayer con los gobernadores parecería ir para el lado de un acuerdo, pero aún no está cerrada la letra chica y las contradicciones son de magnitud.
Por otra parte, Christine Lagarde, jefa del FMI, acaba de hacer declaraciones donde afirma apoyar al gobierno argentino, pero condiciona una mayor asistencia a una serie de medidas que no explicitó.
La estabilidad del gobierno pende de un hilo. Pese a ser verdad que posee el apoyo político del “mundo” (en realidad, del imperialismo y, sobre todo, de Trump), y que lo que se juega en la Argentina (y Brasil) es el giro a la derecha regional, las bases de sustentación de Macri están debilitadas.
Simultáneamente, en el terreno económico se está generando una situación de “derrumbe” que amenaza dejar al país a la vuelta de un nuevo default. Fue sintomático que el economista neo-keynesiano Joseph Stiglitz hiciera declaraciones para Página 12 donde planteaba que la deuda Argentina “necesitaría una quita” para que la economía se recupere.
Por otra parte, la coalición Cambiemos cruje al calor de la crisis nacional y del pavor a las elecciones, sean cuando sean las mismas. Diez días atrás, Macri recibió en Olivos a tres figuras radicales de renombre para ver cuál se sumaba al gabinete (Prat-Gay, Losteau y Sanz), y los tres se negaron respetuosamente…
Conforme la crisis económica se desarrolla, y a pesar al rol de contención de la CGT y demás direcciones sindicales burocráticas, crecen las tendencias al desborde renovándose con las incipientes experiencias de unidad obrero estudiantil que nos recuerdan modos como los del Cordobazo o el Mayo Francés (aun cuando estemos lejos de eso, naturalmente).
La “estabilización” del gobierno es como un castillo de naipes que podría derrumbarse al primer cimbronazo: no existe analista serio que descarte nuevas jornadas de corrida contra el peso. De ahí que no sea casual que el sábado pasado, desde las páginas de La Nación, el sociólogo Eduardo Fidanza haya hablado del “vacío de poder” que asedia el país: “Si se observa la crisis a la luz de este análisis, se obtiene una conclusión dura para el gobierno: fallaron la dimensión carismática del liderazgo, la lucidez de las políticas elegidas y la aptitud de los funcionarios para aplicarlas o corregirlas. Los spots presidenciales sin sustancia, la decisión de inducir una enorme recesión, la confusión del Estado con la empresa, la ausencia de precisiones sobre el rumbo, el desprecio de la política clásica, la falta de coordinación en la toma de decisiones, la soberbia y la negación supina de la realidad son una muestra surtida de esa triple falla que hace zozobrar el país. La consecuencia es el regreso a una temida desgracia argentina: el vacío de poder” (Eduardo Fidanza, La Nación, 1/09/18)
Si hablar de vacío de poder liso y llano luce exagerado –en la medida que no hay una alternativa de poder obrero a mano-, la suma del deterioro económico, las divisiones por arriba y la irrupción de un ascenso de masas han puesto al orden del día la eventualidad de una salida anticipada de Macri y un giro a la izquierda del país.
Un desastre económico creciente
El elemento más dinámico de la crisis es el desastre económico. Todavía no se está al nivel del 2001. Y seguramente no repetirán sus desarrollos: se viene con una clase trabajadora recompuesta a nivel del empleo, lo que le dará al conjunto un carácter más orgánico[1].
Sin embargo, los simples datos económicos ya muestran un deterioro brutal. El propio gobierno renoce para este año una inflación al menos del 42%. Amén de esto, la devaluación del peso ha superado el 100% en lo que va del año (¡la segunda mayor devaluación en todo el mundo!), y se espera una caída del producto del 2,4%. Y esto si no ocurren nuevas corridas o se intensifica el retiro de dólares de los bancos (que ya ha comenzado aun sea por ahora un mero “goteo”[2]).
El gobierno especula con que el pasaje de la devaluación a los precios (pass through) se vea “limitado” por la recesión brutal que ha inducido. Sin embargo, el pequeño detalle es que la palabra “limitado” no se corresponde con la realidad, cuando una inflación como la que se espera, del 40 al 45%, es ya lo suficientemente brutal.
Con bienes esenciales como la harina y las naftas dolarizadas, los mecanismos de trasmisión de su aumento por toda la cadena económica son prácticamente ilimitados[3].
Mientras tanto, los desastres por abajo se multiplican. En Moreno, cientos de escuelas siguen cerradas porque Vidal no toma cartas en el asunto. Ahora resulta que prefieren utilizar métodos fascistas contra las maestras que están al frente de las ollas populares, en vez de solucionar los problemas. Algo gravísimo.
Esta situación de “desgobierno” se repite en muchos distritos, al tiempo que desde comienzos del año se arrastra un conflicto salarial crónico sin solución para 200.000 maestras y profesores de la provincia.
El ajuste presupuestario plantea, además, que todo lo que ya no funciona en materia de infraestructura, transportes, servicios, rutas, ferrocarriles, hospitales, escuelas, etcétera, vaya a ir de mal en peor.
Esto impacta de manera muy grave incluso en temas como la salud pública. La denuncia de los trabajadores de los hospitales del gran Buenos Aires es que no tienen medios ni recursos para parar cualquier epidemia que pueda aparecer (ver la nueva bacteria que ya ha dado lugar a fallecimientos), por no hablar del escandaloso despido de 80 médicos hoy en el Hospital Posadas.
Por lo demás, en cuanto asome cualquier nueva corrida del dólar contra el peso, se profundizará una situación en curso donde se licuan precios, la población se arremolina desesperada en los comercios para abastecerse, los ahorristas corren a los bancos para retirar fondos.
Existe un conocido texto de Lenin, de septiembre de 1917, titulado “La catástrofe que nos amenaza y cómo enfrentarla”, de donde tomamos la cita que precede este editorial. La situación actual no es tan grave todavía como la de aquellos momentos. Sin embargo, el gran dirigente de la Revolución Rusa hacía una pintura que sirve a título ilustrativo para la dinámica actual: señalaba las situaciones catastróficas que iban produciéndose sin que el gobierno hiciera nada (o, en nuestro caso, agravara las cosas tratando de llevar a cabo un ajuste brutal).
Esta es la situación de cronicidad que está generándose bajo Macri. El imperialismo, la mayoría de los gobernadores, el kirchnerismo y la burocracia sindical, todos apuestan a la gobernabilidad para que no caiga; al mismo tiempo las masas rechazan sus medidas de ajuste. La situación queda en el “limbo”, y mientras tanto nada se soluciona.
La falta de soluciones, la combinación de inflación y recesión que hunde la economía y la falta de soluciones por parte del Estado abren una dinámica de “vacío de poder”; una circunstancia que se expresa de manera incipiente todavía. Vivimos una crisis de gobernabilidad que de desarrollarse puede colocar a la orden del día la caída de Macri.
La población trabajadora al ver que nadie hace nada, tiende a tomar los asuntos en sus manos (de ahí la provocación fascista en Moreno). No hay tarea más importante para la izquierda en la actual situación que alentar estas acciones por doquier.
Crisis política
Junto al deterioro económico están los elementos de crisis política. Que la crisis de gobernabilidad se profundice depende de tres cuestiones. Primero, de la asistencia al gobierno por parte del FMI. La asistencia económica del fondo es cualquier cosa menos ilimitada.
El gobierno le ha pedido una renegociación del acuerdo; un adelanto al 2019 de los fondos que se habían comprometido para el 2020 y 2021. Al mismo tiempo, se especula que podría haber una “ampliación” del auxilio para que dichos años también queden cubiertos.
Lagarde acaba de hacer declaraciones expresando su “temor” a que la cadena de pagos internacional se quiebre por la Argentina o Turquía… Junto con estas declaraciones, insinúa condiciones que no se conocen para la renegociación con el gobierno argentino, amen que es evidente que, aunque quisiera, el fondo no puede descargar una carretilla de dinero en la Argentina porque en la fila vendrían otros países a reclamar lo propio…
Por lo demás, el gobierno tiene como un activo real la relación con Trump, cuyas declaraciones luego de la charla telefónica con Macri, sirvieron para “calmar” los mercados los últimos días.
La especulación es que el Tesoro yanqui u otra institución oficial de los EE.UU. (se habló también de la Reserva Federal), habilite alguna asistencia suplementaria. Especulaciones que el propio Dujovne se encargó de desmentir. No hace falta decir el impacto adverso que tendría que en el mercado se generaran expectativas que luego no fueran satisfechas.
La negociación con el fondo es fundamental porque el país está prácticamente ante un nuevo default. Más allá del dibujo de los números, en el 2019 vencen 30.000 millones de dólares en concepto de pago de la deuda, una parte de los cuales no están garantizados.
La devaluación tiene efectos contradictorios. Por un lado, tiende a limitar el desbalance comercial porque las importaciones se vuelven prohibitivas, lo mismo que el llamado “turismo emisivo” (comprar dólares en la Argentina y utilizarlos para pasear en el exterior), es decir, aspectos del balance de pagos en su conjunto. Pero al mismo tiempo el costo de la deuda externa en pesos se incrementa por el solo efecto de la devaluación: hacen falta más pesos para pagar cada dólar de deuda.
Así las cosas, aquí viene la segunda negociación que debe encarar el gobierno: el acuerdo con los gobernadores para votar en el Congreso el presupuesto de déficit cero para el año que viene. Dicho presupuesto supone una reducción en materia de gastos por 400.000 millones de pesos y debe ser acordado tanto con los gobiernos provinciales, como con diputados y senadores en el Congreso.
Se dice que el acuerdo ya “estaría”… pero resta la negociación de la letra chica, endosada al Congreso Nacional. En realidad, no terminar de haber acuerdo por ejemplo respecto del famoso “fondo sojero” (alrededor de 30.000 millones de pesos), que al ser eliminado dejaría sin financiamiento obras públicas provinciales y municipales.
Al mismo tiempo, tampoco está claro que los gobernadores hayan aceptado que la rebaja del impuesto a los ingresos brutos se mantenga el año que viene, en vez de ser suspendida como piden ellos.
Todas estas contradicciones podrían estallar en las sesiones presupuestarias del Congreso, sobre todo si las mismas transcurren con movilizaciones masivas estilo el 14 y 18 de diciembre, o las jornadas por el derecho al aborto de meses atrás.
Lucia Corpacci, gobernadora de Catamarca, afirmó ayer que “no sería tan grave” si el gobierno no obtiene la ley del presupuesto. Darle continuidad al presupuesto de este año, significaría una brutal rebaja del 40% debido a la inflación de este año.
Pero sus declaraciones son peligrosas para Macri. La desconfianza de los mercados se ordena alrededor de si el gobierno tendrá la suficiente fuerza política para imponer el ajuste. Ya afirmamos que Macri tiene el apoyo del imperialismo con Trump en persona; que en la suerte de su gobierno como la evolución de Brasil, se juega el giro a la derecha regional; algo nada menor. Sin embargo, por abajo se multiplica el odio a Macri, que en este momento tiene la popularidad por el piso: ronda un magro 10 o 20% de aprobación. Con minoría en ambas cámaras y a pesar de que todos los actores burgueses y burocráticos apuestan a la gobernabilidad (ver las recientes declaraciones de Hugo Moyano al respecto), la explicitación del apoyo político por parte de los gobernadores y el Congreso es un tubo de oxigeno fundamental para un gobierno que está quedándose sin aire.
Aquí se coloca un tercer y último factor de la crisis política: la propia coalición Cambiemos. El primer fin de semana de septiembre el gobierno dio un triste espectáculo. En medio de una vorágine descontrolada de entrevistas en Olivos, Macri intentó ampliar la base de sustentación de su gobierno incorporando figuras prestigiosas del radicalismo.
Pero como señalamos al comienzo de este editorial, resultó que ni Prat-Gay, ni Sanz, ni Losteau aceptaron cargo alguno. Prat-Gay blanqueó cuál fue el desacuerdo, al señalar que el gobierno “había perdido credibilidad”, que era un gobierno que “no hacía política”, dando a entender lo obvio: ninguno de ellos estuvo dispuesto a incendiarse subiéndose a un gobierno que podría estar a la vera de un naufragio… Con “aliados” así es difícil llegar muy lejos.
En cualquier caso, el FMI se mandó la avivada: al prohibirle al BCRA intervenir en el mercado cambiario (ahora que se consagró la devaluación, ya autorizo a Caputo a volver a hacerlo), se jugó a imponer un ajuste vía inflación hecho de manera “extraparlamentaria” por los mercados (es decir, sin esperar a que las instituciones lo sancionen).
Una manera de ratificar las enseñanzas de Rosa Luxemburgo un siglo atrás, cuando afirmaba que las fuerzas sociales que hacen la historia –para mal o para bien-, están fuera del parlamento y no en él.
¡Obreros y estudiantes, unidos y adelante!
La suma de la catástrofe económica, el ajuste y el “desgobierno” potencia la salida a luchar. La situación no ha terminado de desbordarse todavía. Las direcciones administran la salida a la calle, como se puede ver con el ejemplo de la CGT y ambas CTA más Moyano, que mantienen la convocatoria del paro general recién para el 24 y 25 de este mes.
Sin embargo, la última corrida contra el peso fue como un electroshock: esbozo una dinámica de descontrol. Los trabajadores salieron a abastecerse masivamente. Pero el peligro es que en una circunstancia de “pánico de precios” y cortes de la cadena de pagos como la que está en ciernes, la circulación económica colapse. De ahí que hayan aparecieron aquí y allá saqueos de algunos comercios, los que podrían generalizarse si vuelven más días de zozobra.
En la medida que el gobierno multiplica el ajuste económico, más sectores salen a la pelea. Esto ocurre todavía de manera separada, sin confluir en un punto como fue en diciembre pasado.
La corrida de los precios que hunde los salarios, las suspensiones, los despidos que comienzan a generarse, la ofensiva de recortes sobre el Estado, etcétera están metiendo presión para la salir a luchar.
Las universidades vienen de jornadas históricas con los paros docentes y las ocupaciones de facultades. Ocupaciones que continúan a pesar de la orientación rompehuelgas de los radicales y el kirchnerismo (¡y del centrismo de muchas corrientes de la izquierda!). Ocupaciones cuyo programa central se organiza alrededor de la lucha contra el presupuesto cero, aun si la CONADU levantó de manera traidora el paro de los docentes a cambio de un aumento del 26% (que en realidad es del 16% y el resto en negro).
Los docentes, los estatales, los estudiantes universitarios, la Conadu histórica, Agroindustria, Astilleros Rio Santiago, docentes de la provincia de Buenos Aires, mineros del Turbio, etcétera: cada vez más sectores salen a luchar.
Mientras seguimos exigiendo y denunciando a las direcciones sindicales que postergan las medidas de conjunto, el eje de la política revolucionaria pasa por apostar al desborde, a la masificación, a la coordinación y a la radicalización de la lucha desde abajo.
Es fundamental recuperar los métodos de lucha de la clase obrera. Ahí están los incipientes ejemplos de los obreros y estudiantes coordinándose y golpeando con un solo puño como en el caso de Agroindustria en CABA, del Astillero en La Plata, de EPEC en Córdoba. Lo que se gana en conciencia y organización en estos casos, va más lejos incluso que los efectos inmediatos de la lucha[4].
A la vez, hay que hacer una evaluación: medir si las tomas están en ascenso o llegando a un techo; evaluar que no se vacíen o “lumpenicen” (un reflejo que las cosas no dan para más); precisar en cada caso la mejor orientación tanto para profundizar la pelea, como para evitar que el activismo se desgaste.
Aquí cabe todavía una reflexión de fondo; un elemento que es clásico en condiciones que van haciéndose “revolucionarias”: los sindicatos son por naturaleza reformistas, reivindicativos. Su función clásica no es cuestionar la explotacion del trabajo, sino simplemente “regularla”: conseguir aumentos de salario.
Cuando se pone en marcha una crisis tan grande como podría ser la actual, los mecanismos reivindicativos quedan desbordados: no hay paritaria que alcance. En ese caso, ¡la solución solo puede ser política! En el límite, claro está, el poder de la clase obrera (recordemos que Lenin afirmaba agudamente que “fuera del poder, todo es ilusión”).
En la perspectiva de un gobierno de los trabajadores, las tareas inmediatas planteadas son avanzar en las condiciones para acabar con el gobierno de Macri y su presupuesto de déficit cero; romper con el FMI y dejar de pagar la deuda externa; y abrir paso a la salida más democrática en las condiciones actuales: los trabajadores deben decidir, no se puede esperar al 2019, vamos por una Asamblea Constituyente Soberna que refunde el país desde los intereses de los explotados y oprimidos.
[1] No hace falta subrayar que un proceso de lucha más orgánico, más centrado en los trabajadores asalariados, coloca una potencial crisis de gobernabilidad en un escalón superior a la de 17 años atrás.
[2] De los 27.000 millones de dólares depositados en los bancos, el retiro alcanza hasta el momento unos 1000 millones.
[3] Una mediación relativa para el caso de las harinas y demás alimentos, lo coloca la retención en pesos a las exportaciones que acaba de resolver el gobierno. Las retenciones funcionan como un mecanismo limitante de los aumentos, porque si se exporta el bien se ingresa por las mismas cuatro pesos menos por dólar, lo que sería el precio de venta en el mercado interno de esa mercancía.
Sin embargo, al ser la retención en pesos y no en porcentajes, en la medida que el peso se siga devaluando –y es muy difícil que esto no ocurra-, las mismas se licuaran junto con su carácter “protector” de los precios internos. Para una mayor comprensión del mecanismo de las retenciones ver La rebelión de las 4 por 4 del mismo autor de este editorial.
[4] Aquí tenemos el ejemplo de las reflexiones de un trabajador de EPEC que en una asamblea con estudiantes se reconocía como clase obrera, planteaba que los trabajadores (y los estudiantes) o se salvan colectivamente como clase o no hay salida. Un reconocimiento que expresa un elemento incipiente de radicalización; de auto identificación de clase de suma importancia.
Por Roberto Sáenz, Editorial SoB 486, 13/9/18