A 10 años de la caída de Lehman Brothers
“El verdadero legado de la crisis no puede evaluarse debidamente después de 10 años, porque aún no ha llegado a su término” (Christine Lagarde).
El 15 de setiembre se cumplen 10 años de la quiebra de Lehman Brothers, la mayor en la historia de EEUU. La crisis financiera mundial comenzó casi un año antes, cuando los grandes bancos empezaron a tener pérdidas, pero la caída de Lehman fue el símbolo de la crisis en el centro del capitalismo.
Cuarto banco de inversión de EEUU, con activos por más de 680.000 millones de dolares, en el segundo trimestre fiscal, declaró pérdidas por 2800 millones de dólares y la empresa se vio obligada a vender 6000 millones de dólares en activos. En el primer semestre de 2008, Lehman había perdido el 73% de su valor en bolsa. En agosto de 2008, informó que tenía la intención de despedir al 6% de su personal, unas 1500 personas. No fue suficiente.
Mucho se ha escrito de por qué Lehman se hundió y qué causó la mayor crisis financiera global en la historia del capitalismo hasta el momento, a medida que los bancos de inversión desarrollaron su “ingeniera financiera” con nuevos y sofisticados instrumentos: CDS, CDO, MBS, toda una jerga indescifrable.
Como el gurú económico de ese periodo, Alan Greenspan, Presidente de la FED de 1987 a 2006 con Reagan, Bush, Clinton y Bush hijo todavía no encuentra respuestas, buscaremos respuestas por otro lado, distante de la ortodoxia económica liberal.
Y es que al presentarse en 2008 ante el Congreso de EEUU[1], Greenspan comparo a la crisis con “un maremoto que se da una vez por siglo” que los expertos no habían previsto. Esta insólita referencia a un fenómeno de la naturaleza, fue en realidad el primer paso para confesar su ignorancia; del mismo modo le podría haber echado la culpa al Diablo.
Declaró que su error “fue el creer que al actuar por su propio interés, los bancos y otras organizaciones, era la mejor manera de proteger a sus accionistas”.
Acto seguido, destacó su “asombrosa incredulidad” por la caída de los mercados, y que “algo que parecía un edificio muy sólido y un pilar crítico, la competencia y el libre mercado se rompieron y eso me ha shockeado y aun no entiendo porque pasó”.
Al ser interrogado sus dichos sobre que “la mejor regulación es la que hace el mismo mercado y que los mercados libres y competitivos son por lejos y sin rival la mejor manera de organizar la economía” ¿Su ideología lo llevó a tomar decisiones que desearía no haber tomado?
Greenspan explica que “la ideología es el marco conceptual a través del cual la gente trata con la realidad. Todos tenemos ideología; para existir necesitás una ideología, la cuestión es si es precisa o no. Y lo que estoy diciendo, es si, encuentro una falla, y no encuentro que tan significativa y permanente es, pero estoy muy afligido”. “¿Hay una falla en la realidad?” le repreguntan. “Hay una falla en mi modelo. De cómo percibí la estructura de funcionamiento crítica que define como funciona el mundo”. ¿Su ideología, su manera de ver el mundo estaba equivocada? “Esa es precisamente la razón por la que estoy shockeado, porque he estado por 40 años o más con mucha evidencia de que estaba funcionando excepcionalmente bien” (su concepción económica).
Por si esta confesión no resultara suficiente, la actual representante del FMI y entonces Ministra de Economía de Francia confiesa también que “después del colapso de Lehman, realmente estábamos al borde del abismo. Estaba atónita”. Lagarde, busca ahora la explicación por el lado de la biología: lo que pasó fue un ejemplo aleccionador de “endogamia intelectual” (suponemos que se refiere a académicos y funcionarios que discuten casi únicamente con colegas de su misma tendencia y desdeñan las ideas distintas). Es así que tuvieron que poner “en marcha un replanteamiento de la macroeconomía, para comprender mejor lo que se nos había escapado a todos”.
Pero 10 años después, ese replanteamiento no ha encontrado (o no quiere encontrar) las causas de la crisis; Lagarde describe los hechos: los bancos se volcaron a asumir riesgos sin la menor prudencia, las hipotecas de baja calidad de EEUU llegaron al 40% del total, y se incluyeron en títulos que compraron los bancos europeos, que con el lanzamiento del euro generaron un voluminoso flujo de capitales. Muy bien, pero ¿por qué los bancos asumieron esos riesgos, por qué la economía mundial tomó ese rumbo, por qué la crisis no estalló antes, por qué afectó el comercio y la producción, y por qué pasados diez años no terminó?
Más aun, después de lo que califica como una impresionante respuesta de los gobiernos a la crisis, mediante capital de respaldo, compras de activos, garantías de deuda, estímulos fiscales, políticas monetarias no convencionales (para no decir una emisión colosal nunca vista), ¿por qué después de tanta maravilla “en la mayoría de los países afectados la actividad económica aún no han retomado la tendencia (de crecimiento) anterior”? Además se ve obligada a reconocer que “el sistema es más seguro, pero no en la medida justa. El crecimiento ha repuntado, pero no para todos”.
Ante la falta de respuesta de los liberales, pasemos ahora a la otra corriente principal de la economía convencional, la intervencionista, que en distinto grado se referencia en Keynes.
El sitio web Project Syndicate ha presentado un debate entre Larry Summers, Secretario del Tesoro de EEUU con Clinton (1999-2001) y Director del Consejo Económico Nacional del entonces Presidente Barack Obama, y el Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, acerca del “estancamiento secular”, referido a la lenta recuperación de la economía yanqui (y mundial) con posterioridad a la crisis de 2008: las tasas de crecimiento per cápita han variado en los últimos 50 años entre 2-3% por año en las décadas de la posguerra, pero sólo 0,7% en la última década.
La teoría del estancamiento secular de Alvin Hansen, surgida después de la Depresión de los 30, sostiene que dejada a su suerte, la economía privada puede no encontrar su camino de regreso al pleno empleo después de una fuerte contracción, lo que hace que la política pública sea esencial. La Gran Depresión había sido inusitadamente larga, y muchos creían que la economía se había recuperado por el gasto gubernamental provocado por la Guerra Mundial, y temían que con el final de la guerra, volvería al estancamiento.
El debate gira en torno a la intervención estatal y sus alcances para superar las crisis. Stiglitz argumenta que el estímulo fiscal de Obama “debió haber sido mayor, debió haberse extendido en el tiempo, con más programas que limitaran los abusos corporativos, la concentración de poder de las corporaciones y abordar el debilitamiento del poder de negociación de los trabajadores; como esto no se hizo, se impidió una recuperación rápida y robusta: entonces no estaríamos hablando de un estancamiento secular”.
Según Stiglitz, lo que se necesitaba no era un rescate bancario masivo, sino una reforma fundamental del sistema financiero. La legislación posterior, que “impuso regulaciones no fue suficiente para que los bancos hagan lo que se supone deban hacer, centrándose en préstamos a pequeñas y medianas empresas”: el problema fueron entonces las políticas gubernamentales inadecuadas.
Y la crisis tuvo su origen en la falta de regulación de la economía en su etapa previa: una transformación estructural de la manufactura a los servicios, marcó la economía de los años previos al 2008. “Pero la mala administración del sector financiero dejo altamente endeudado a los hogares”. La demanda se vio deprimida por el enorme aumento de la desigualdad ocurrida durante el cuarto de siglo anterior. “La globalización y financierización mal administradas, así como los recortes fiscales para los ricos durante Clinton y Bush fueron las principales causas de la concentración del ingreso y la riqueza”. “Las lecciones de la crisis de 2008 es que el desafío no es económico sino político: no hay nada que impida que nuestra economía funcione de una manera que garantice el pleno empleo y prosperidad compartida. El estancamiento secular era sola una excusa para políticas económicas defectuosas”.
En resumen, no funciona el piloto automático, hace falta un administrador. El problema para Stiglitz, es que el capitalismo no la encontrado desde su nacimiento. El desempleo es parte fundamental del mismo, lo que se supone que hagan los bancos como cualquier capitalista es ganar lo más posible, así como las crisis no son un accidente: son el mecanismo, que destruyendo valor, permite relanzar la acumulación superando las contradicciones que su propio funcionamiento genera.
Entonces, las crisis financieras ocurren una y otra vez, por imprudencia y avaricia y centralmente falta de regulación, según Stiglitz. Pero seguimos sin saber porque esta es una falla recurrente en el capital financiero. Y está sucediendo ahora otra vez, como expresa Michael Roberts: “entre 2007 y 2017, la relación entre la deuda global y el PIB saltó del 179 por ciento al 217 por ciento». Esta vez «la avalancha de préstamos no ha ocurrido en las áreas de finanzas que causaron la última crisis, como los préstamos de alto riesgo. En cambio, el auge de la deuda se da entre empresas y gobiernos arriesgados, desde Turquía (y Argentina) hasta las empresas de Estados Unidos (donde el endeudamiento se ha acelerado bajo la administración de Trump, y casi dos tercios de la deuda no financiera se califica como “bonos basura” o una categoría por encima. Si la economía flaquea, o si las tasas de interés aumentan bruscamente, muchas empresas pueden encontrarse en la posición de nuevos titulares de hipotecas de hace una década, incapaces de pagar o refinanciar sus deudas)”.
“¿Cuál fue la causa del auge de las finanzas a partir de fines de los 90, con su exceso de ahorro global y desequilibrios macroeconómicos asociados? Los enormes excedentes externos en algunos países necesitaban grandes déficits en otros. Los bancos centrales necesitaban el crecimiento del crédito si iban a alcanzar sus objetivos macroeconómicos».
Como expone Michael Roberts, el exceso de ahorro fue en realidad una escasez de inversiones. Y la desaceleración de la inversión global, particularmente en las economías capitalistas avanzadas, fue producto de la caída de la rentabilidad, desde fines de la década de 1990 en adelante.
Hay una coincidencia generalizada en el escaso crecimiento de la productividad en las principales economías capitalistas. Mientas la economía convencional denomina a este fenómeno como “el gran acertijo”, la respuesta al mismo es muy sencilla: la productividad depende de la inversión creciente, y esta de la rentabilidad: todavía hay una rentabilidad relativamente baja y un continuo exceso de deuda, particularmente deuda corporativa, en las principales economías.
Esto ocurre porque muchos capitalistas buscan el atajo de la esfera de las finanzas para obtener ganancias fáciles: la fase neoliberal del capitalismo recuperó la tasa de explotación pero sin que esta plusvalía obtenida haya sido aplicada proporcionalmente a la acumulación, sino que se ha buscado la “fuga” de su valorización financiera. Pero estas ganancias dependen de las que se generan en la producción, ya que la ganancia no es más que trabajo no pagado y así “la crisis financiera resulta en el fondo una representación imposible del capital: obtener para el conjunto de los capitales invertidos una rentabilidad en línea con los rendimientos que los activos financieros obtienen: pero no se puede distribuir más riqueza que la que se produce”.
Una consecuencia política de la no superación de la crisis ha sido el desarrollo de alternativas políticas de derecha, de las cuales Trump es la más notable, pero no la única. Pero sería un abordaje unilateral y derrotista ignorar la acumulación de experiencias que ha comenzado en las últimas décadas, que se expresa en las tendencias a la rebelión popular. La tarea es la contraria: recrear una comprensión del mundo que sirva para pelear.
Marcelo Buitrago
[1] https://www.youtube.com/watch?v=R5lZPWNFizQ, Greenspan en el Congreso
Por Marcelo Buitrago, SoB 489, 4/10/18