Por Antonio Soler, SOB – Brasil. SoB 500, 4/1/19.
La asunción de Jair Bolsonaro (PSL) marca simbólicamente un nuevo ciclo de la lucha de clases, tras un largo período de transición atravesado por la ofensiva burguesa que quita derechos, ataca la soberanía popular y quiere imponer una derrota histórica a los trabajadores y el conjunto de las y los oprimidos. El objetivo de este proyecto no es otro que establecer una mayor explotación de la clase obrera en el país.
En los últimos cuatro años, se vio en Brasil una importante transición política, pues la ofensiva reaccionaria que se inició en el 2015 impuso la sucesión de tres formas distintas de gobiernos burgueses: el gobierno de colaboración de clases de Rousseff, que fue depuesto dando lugar al gobierno reaccionario de Michel Temer, que ahora es sustituido por el gobierno proto – fascista y semibonapartista de Bolsonaro.
Esta transición entre gobiernos burgueses tan dispares tiene diversos factores. En primer lugar, la profunda recesión económica que se vive desde el 2012; otras causas son la reabsorción de la rebelión estudiantil de junio de 2013, el estelionato electoral del lulismo tras la elección de 2014, la ofensiva burguesa reaccionaria en 2015, el impeachment de Dilma en 2016 y los dos años de contrarreformas del gobierno Temer.
La elección del neo – fascista Bolsonaro sólo fue posible después de una serie de maniobras reaccionarias, que habían significado ataques profundos a los derechos a la soberanía popular del pueblo trabajador. Concretamente, nos referimos en primer lugar al impeachment sin crimen de responsabilidad fiscal de Dilma en 2016 y, luego, a la prisión sin pruebas de Lula en 2018.
Con Lula fuera de la disputa, el candidato con mayor intención de votos (40%), el carácter fraudulento de las elecciones de octubre se tornó indiscutible. Además, en lo que pese a la división de la clase dominante al inicio del proceso electoral, Bolsonaro acabó por catalizar el apoyo de sectores importantes del gran capital, de los jefes neo – pentecostales y de los grandes medios, irguiéndose como el candidato a la presidencia más capaz de llevar las contrarreformas antipopulares hasta el final.
Como parte de esa análisis, es preciso aclarar que la ofensiva reaccionaria desde 2015 contó con una importante resistencia de la juventud, de las mujeres y de los trabajadores. Pero que estos sectores, igualmente, no pudieron hacer frente a la ofensiva reaccionaria, debido a las traiciones sistemáticas del lulismo – corpus político que es amplia mayoría en dirección del movimiento de masas -, que actuó constantemente para desviar, frenar y contener la lucha.
Pero en lo que significó el claro giro a la derecha, y de una situación con fuertes rasgos reaccionarios y un gobierno semi – bonapartista, no fue un proceso desprovisto de resistencia. La clase trabajadora y la juventud no pueden ir hasta el final en el proceso, a causa de la burocracia y la tibieza del PT, pero tampoco hubo una derrota directa en la lucha de clases.
Este conjunto de factores nos permite pensar que no tenemos una correlación de fuerzas políticas totalmente definida a partir del resultado, y que la elección no significa una transmisión mecánica para la lucha de clases. Tampoco se puede afirmar que se cerró la posibilidad de resistencia frente a ataques como la contrarreforma de la previsión, la privatización generalizada de las empresas estatales, el cercenamiento del derecho de libre organización del pueblo trabajador, las mujeres y la resistencia a los ataques a la juventud negra y trabajadora.
De esa manera, en nuestra opinión, las pruebas definitivas de la correlación de fuerzas van a ocurrir en la lucha de. El gobierno de Bolsonaro no hará una autopsia sobre la clase trabajadora y los oprimidos. La clase trabajadora, las mujeres y la juventud no son un cuerpo inerte incapaz de reaccionar ante los ataques que viene por delante.Mirá también: 28A: Una huelga general que hizo historia
La lucha de clases dará la última palabra
El de Bolsonaro es un gobierno que pretende ser una forma de bonapartismo, más bien un semi – bonapartismo ultra liberal. Pues tiene como núcleo fundamental a representantes del alto mando del ejército, economistas neoliberales de la escuela de Chicago, líderes neo – pentecostales y viejos partidos del orden para atender los intereses del gobierno, capital financiero y de la gran burguesía industrial y agraria.
No es un gobierno del tipo bonapartista de plenos poderes. Para ello tendría que suspender elementos básicos de la democracia burguesa, como cerrar el Congreso y gobernar por decretos, imponer una censura directa a la prensa e imponer la condición fundamental para cualquier candidato a “Bonaparte”: poner en la ilegalidad partidos de izquierda / opositores y cerrar o controlar directamente los sindicatos / movimientos de los trabajadores.
Por ahora, tendrá que gobernar negociando con el Congreso y tolerar ciertas “garantías” de la democracia burguesa, a pesar de las gestiones que pretende hacer contra las libertades y conquistas democráticas, como el intento de cercenamiento al derecho de movilización a través de enmiendas a la “Ley Antiterrorismo” y la movilización de su la base proto – fascista como forma de intimidar a los movimientos sociales.
Es decir, estamos ante un giro político que posibilitó la ascensión de un gobierno de extrema derecha, el cual quiere imponer la parálisis de la organización de los trabajadores para realizar un conjunto de contrarreformas. Si consigue imponerlas o no depende de los desdoblamientos de la lucha política de aquí en adelante, y de la capacidad de resistencia de los trabajadores y sus organizaciones.
Hoy, durante la asunción de Bolsonaro – que según fuentes oficiales reunió cerca de 100 mil personas -, se confirmó el carácter de profundamente derechista, reaccionario y ultraliberal de su gobierno. En su segundo discurso, lo que fue dirigido al público en el parlatorio fue políticamente más agresivo que el proferido durante la ceremonia oficial. Allí, el flamante presidente afirmó que a partir de su gobierno “el pueblo comenzó a liberarse del socialismo, liberarse de la inversión de valores, “del gigantismo estatal y del políticamente correcto”, que “no podemos dejar que ideologías nefastas vengan a dividir a los brasileños (…)” . Luego, invitó a todos a “iniciar un movimiento en ese sentido” y finalizó diciendo que “nuestra bandera jamás será roja. Solo será roja si es necesaria nuestra sangre para mantenerla verde y amarilla “.
Es decir, que en su discurso para la nación el día de hoy, Bolsonaro mantiene la misma voz reaccionaria desarrollada en la campaña electoral. Se apoya en el retroceso de un sector de la población y sintetiza su programa privatista en la economía, ultraconservador en las costumbres y reaccionario en la política. Obviamente, sabe que para llevar adelante su gobierno y sus propuestas tendrá que seguir movilizando políticamente sectores de la clase media, de la pequeña burguesía y hasta de los trabajadores, que hayan sido ganados para esa ideología proto – fascista. La cuestión es si este último sector seguirá apoyándolo, luego de hacer la experiencia concreta con el gobierno, atravesado por el enfrentamiento de los trabajadores organizados contra sus contrarreformas y los ataques a sus propias condiciones de. Esto está por comprobarse.
Unidad de acción para unificar las luchas económicas y políticas
A partir de la asunción de Bolsonaro se abre un nuevo ciclo. Enfrentaremos un gobierno aún más reaccionario que Temer, un gobierno que se apoyará aún más en el aparato militar-policial; que quiere construir un movimiento proto – fascista e inculcar miedo en la clase obrera y en sus organizaciones, para hacer lo que los gobiernos anteriores no pudieron.Mirá también: Honduras: paro de transporte, sólo el chispazo de una crisis estructural
Los choques serán inevitables y sus resultados no son totalmente previsibles de antemano, pues como dijimos arriba y en otras notas, pensamos que tenemos reservas importantes de combatividad en varios sectores. Sin mencionar que no sabemos cuál será el resultado sobre las masas de los terribles ataques que están siendo preparados, empezando por la contrarreforma previsional. La resistencia a los ataques de ese gobierno, o la conquista de nuevos derechos, sólo podrá venir de la mano de la lucha directa, de las movilizaciones y huelgas.
No hay espacio para la conciliación de clases
En ese sentido, la posición del PSOL, PT y PcdoB de no participar de la asunción de Bolsonaro fue correcta. Pero es hay que ir mucho más allá: es necesario armar ya mismo la lucha unificada contra ese gobierno y sus ataques. Una “oposición propositiva”, como quiere el presidente de la CUT, Wagner Freitas, se queda muy por detrás de las circunstancias. De hecho, la apuesta a la conciliación por el lulismo fue uno de los factores centrales que nos hicieron llegar a la actual situación, por lo que necesitamos inmediatamente construir otro camino.
Necesitamos tomar en serio las amenazas de ese gobierno contra los trabajadores, sus derechos y sus organizaciones. Debemos armar políticamente a los explotados y oprimidos contra ese gobierno y explicar pacientemente que Bolsonaro es enemigo de los trabajadores, de los sin techo, de los sin tierra, de las mujeres, de los negros y de la juventud ¡Bolsonaro es enemigo directo de la clase obrera y de todas y todos los oprimidos!
También es necesario combatir la lógica del lulismo, que separa la lucha económica de la lucha política, y unificar las peleas en defensa de las libertades democráticas. Pues los derechos sociales y económicos están siendo amenazados de conjunto por ese gobierno. En este sentido, la lucha contra la detención de Lula, no puede colocarse como la única, como pretende el PT. Es necesario construir un sistema de consignas que parta de la lucha más inmediata, contra la “reforma previsional”, porque sólo así podremos unificar al conjunto de los trabajadores y hacer efectiva la resistencia.
La primera tarea que se plantea, entonces, es la construcción de la unidad de acción y un calendario de lucha contra los ataques al sistema previsional público.
Sin embargo, sabemos que el lulismo continuará apostando a la conciliación de clases, a la negociación separada de la lucha y a la desmovilización de los trabajadores. Necesitamos en la próxima etapa poder ofrecer a los trabajadores una alternativa táctica y estratégica distinta de esa conciliación.
En este sentido, nuestro partido – el PSOL -, que salió fortalecido del proceso electoral y es la mayor organización de la izquierda socialista, tiene una mayor responsabilidad en el próximo período. Tanto en cuestiones tácticas como estratégicas.
Para finalizar, es necesario insistir en que para impulsar la lucha, hay que fortalecer la independencia de clase ante la burocracia. Lo primero en este sentido es priorizar una línea coherente de unidad de acción ante los próximos ataques: organizar frentes de resistencia, construidos desde las bases y con una diferenciación sistemática con el lulismo, un frente único entre la izquierda socialista y las organizaciones independientes para las peleas y todas los demás procesos políticos.