Jul - 18 - 2019

Por Víctor Artavia

17 de julio, 2019

El 19 de julio se conmemora el cuarenta aniversario de la revolución sandinista de 1979, la cual se trajo abajo a la sangrienta dictadura somocista, destruyó la Guardia Nacional (creación directa del imperialismo yanqui) y puso en jaque la continuidad del capitalismo nicaragüense.

Como toda revolución, la nicaragüense se ganó la solidaridad de la izquierda y sectores progresistas a nivel internacional; también legó icónicas imágenes de lucha que persisten en la memoria de millones de personas. Pero los sueños de emancipación de las masas nicaragüenses pronto fueron bloqueados por la conducción autoritaria del Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN) que, en acuerdo con sectores de la  burguesía “anti-somocista”, se encargó de reconstruir el aparato del Estado burgués y sofocar la fuerza revolucionaria del movimiento de masas. Lo anterior condujo a la derrota de la revolución, la cual podemos ubicar con el triunfo de Violeta Chamorro en las elecciones de 1990 y la salida del FSLN del poder. A continuación realizaremos un repaso histórico y balance de este proceso revolucionario.

Nicaragua: el patio trasero del imperialismo yanqui

De todos los países de América Latina, Nicaragua figura entre los que más veces fue invadido militarmente por los Estados Unidos. Esto es fundamental tenerlo claro para entender el desarrollo de la lucha de clases del país a lo largo del siglo XX.

Lo anterior fue producto de su valor geopolítico, pues las condiciones topográficas del país (la istmicidad y el fácil desplazamiento fluvial entre las costas) lo hicieron candidato para la construcción de un canal interoceánico, el cual finalmente se construyó en Panamá[1]. Además, para mediados del siglo XIX, Nicaragua contaba con la “ruta del tránsito”, la cual sirvió de vía rápida y económica para el traslado de personas y mercancías hacia la costa oeste, específicamente hacia California, en medio de la llamada fiebre del oro (1847-1955).

Esto explica la constante intromisión militar de los Estados Unidos en el país. Durante el siglo XIX, cuando la potencia del Norte entró a disputar la hegemonía continental al imperio británico, Nicaragua sufrió ataques o invasiones militares estadounidenses entre 1853-1855 y nuevamente en 1894[2]. A lo anterior, agreguemos el control del país entre 1855-1857 por parte de los filibusteros estadounidenses comandados por William Walker, como parte de su proyecto para conquistar Centroamérica.

En la primera mitad del siglo XX esta situación se agravó. Para 1910 se produjo otro ataque militar en medio de los conflictos entre liberales y conservadores, donde los Estados Unidos garantizaron colocar en el poder a figuras de su entera confianza. Pero desde 1912 la presencia militar norteamericana dio un salto en calidad, pues los marines yanquis se establecieron en territorio nicaragüense de forma continua hasta 1933 (con un retiro breve entre 1925-1926), tiempo durante el cual garantizaron el sometimiento absoluto de la nación centroamericana a los gobiernos del imperialismo yanqui[3].

Al respecto, hay que recordar que la política exterior de los Estados Unidos para el hemisferio se regía bajo los preceptos de la doctrina Monroe y su eslogan de “América para los americanos”. Aunque inicialmente se planteó como un llamado contra la intervención de potencias europeas coloniales en la región, su trasfondo era proteger los crecientes intereses de los Estados Unidos como potencia regional[4]. No pasaron muchos años para que la política exterior estadounidense se mostrara abiertamente imperialista, tal como lo expresó el ex presidente Taff en 1912: “No está distante el día en que tres estrellas y tres franjas en tres puntos equidistantes delimiten nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. El hemisferio completo de hecho será nuestro en virtud de nuestra superioridad racial, como es ya nuestro moralmente”[5].

Sandino y la guerra de liberación

Desde 1912 Nicaragua se convirtió en un Protectorado, es decir,una colonia moderna. Los marines estadounidenses eran la única fuerza coercitiva del país, pues el ejército nicaragüense desapareció en 1909 tras la caída del gobierno liberal de José Santos Zelaya. A partir de ese momento el poder militar quedó diseminado entre varios caciques políticos regionales, los cuales se enfrentaban entre sí por el poder y para buscar el beneplácito del amo del norte[6].

El estallido de la Guerra Civil Constitucionalista en 1926 enfrentó nuevamente a los conservadores y liberales. Ante esto, los marines estadounidenses invadieron otra vez el país para conducir el conflicto según sus intereses, lo cual se plasmó en el Pacto del Espino Negro de 1927, bajo el cual se dio por finalizado el conflicto.

Esto propició el surgimiento de la figura de Augusto César Sandino, un combatiente del bando liberal que no aceptó dicho acuerdo y se opuso a la dominación del imperialismo, impulsando una heroica campaña militar contra la ocupación entre 1927-1933. En el transcurso de la guerra empleó la lucha guerrillera para enfrentar al ejército estadounidense y logró gran apoyo popular, debido al repudio hacia los marines por sus crímenes sistemáticos contra la población (incluida la violación sistemática de mujeres).

Con respecto a su ideario político, Sandino sostuvo un pensamiento ecléctico, al combinar elementos de la teosofía y la masonería, con reivindicaciones nacionalistas y anti-imperialistas. Humberto Ortega, ex comandante y estratega del FSLN durante la revolución, retrata el pensamiento de Sandino así: “Conceptos como los de soberanía nacional, la justicia y la equidad, y la emancipación social, forman parte vital del proyecto de Nación que propone. Sandino plantea el indohispanismo, un pensamiento en el que esboza una Nación que abarca a todos los sectores de la sociedad, incluyendo a los marginados como parte integrante de la misma. Al enarbolar las banderas de la soberanía nacional, la justicia y  la equidad social,  en el proceso de resistencia patriótica de 1927-1933, dota de significado a la lucha militar y ésta se convierte en una expresión de su acción política, cimentando así la conciencia nacional”[7].

De lo anterior se desprende que Sandino nunca contempló la ruptura con el capitalismo, por el contrario, su proyecto estaba más relacionado con la experiencia de los gobiernos nacionalistas burgueses mexicanos de los años veinte surgidos tras la derrota de la revolución campesina de Villa y Zapata. A pesar de esto, su anti-imperialismo era muy radical y, como expuso en su Manifiesto de 1927, se reclamaba como un hijo de los oprimidos: “Mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos, que son alma y nervio de la Raza, y que hemos vivido postergados, a merced de los desvergonzados sicarios que ayudaron a incubar el crimen de alta traición (…)”[8]. Debido a esto, era una figura peligrosa para la oligarquía nicaragüense y el imperialismo yanqui, lo cual explica su posterior asesinato.

La creación de la Guardia Nacional y el surgimiento de la dictadura dinástica de los Somoza

Ante la imposibilidad de vencer directamente al ejército liderado por Sandino, los Estados Unidos optaron por constituir la Guardia Nacional (GN), un cuerpo militar compuesto por soldados nicaragüenses, pero dirigido en sus inicios por militares estadounidenses. Así se pretendía liberar a las tropas estadounidenses de las tareas militares contra el ejército rebelde y delimitar el conflicto a una nueva lucha entre bandos locales; además impulsaron elecciones amañadas para tratar de constituir un gobierno con legitimidad.

Pero la resistencia popular contra la ocupación estadounidense no paró de crecer y, en el ámbito local, los Estados Unidos atravesaban la gran crisis de los años treinta. Esto sentó las bases para su retirada en 1933, no sin antes diseñar un nuevo régimen político que garantizase el sometimiento del país a sus intereses.

En este marco surgió la figura de Anastasio Somoza, el cual pasó a dirigir la GN desde 1932 y comandó el operativo para asesinar a Sandino en Managua en 1933, en el marco de una visita por las negociaciones de paz. Esto abrió paso para el ascenso de Somoza al poder y la consolidación de un régimen dinástico-dictatorial, a través del cual él y sus hijos gobernaron el país de forma sanguinaria en el período 1936-1979.

Además, la concentración del poder político y militar en la figura de Somoza facilitó que se convirtiera en el principal capitalista del país, controlando una enorme cantidad de industrias y empresas. Una investigación de 1944 develó que Somoza era propietario de 51 haciendas de ganado, 46 fincas cafetaleras, manejaba tenerías, casas de juego ilegal, fábrica de hilados y tejidos, una fábrica de fósforos, plantas de suministro eléctrico y de prácticamente todos los aserradores del país[9]. En otras palabras, Somoza (y de conjunto su familia) se convirtió en un eje de la economía capitalista nicaragüense, un factor de potencial inestabilidad porque, al mismo tiempo, representaba el centro político hacia el cual se dirigían todos los malestares sociales.

La estrategia guerrillera del FSLN

El FSLN se constituyó el 8 de noviembre de 1961, al calor de la efervescencia en torno a la revolución cubana de 1959. A lo largo de esa década trató de consolidar un foco guerrillero, con Carlos  Fonseca Amador como su principal referente, pero los intentos guerrilleros fueron de fracaso en fracaso.

Desde sus orígenes se nutrió de combatientes de la juventud estudiantil (universitaria y secundaria) y su estrategia se limitaba a derrotar a la dictadura, pero sin plantear una perspectiva superadora al capitalismo. Jaime Weelock, dirigente y teórico de la dirección del FSLN, expuso esto claramente: “…desde su fundación, el Frente Sandinista en la definición de su programática de lucha y en su política de alianzas, no plantea luchar contra la burguesía o los terratenientes, sino contra el régimen existente y su cabeza política: la dictadura”[10].

Posteriormente, en los años setenta, cuando comenzó a erosionarse la legitimidad de la dictadura Somoza, a lo interno del FSLN se abrió una lucha entre tres tendencias: a) la tendencia Guerra Popular Prolongada (GPP) que propugnaba la tesis maoísta de lucha guerrillera campesina que terminara cercando la ciudad hasta la toma del poder; b) la Tendencia Proletaria (TP) que focalizó a la dictadura como el enemigo a vencer, con lo cual era válido hacer alianzas con otras clases sociales para derrotar a los Somoza y, posteriormente,  en una segunda etapa, avanzar a la lucha por el socialismo; c) la Tendencia Tercerista o Insurreccional que planteaba que era necesario ampliar la base social de la revolución a todos los sectores opositores a la dictadura que, en los hechos, implicaba cerrar acuerdos con sectores burgueses, a la vez que ampliando la base social de la revolución a diversos sujetos sociales (jóvenes, trabajadores, empresarios, sacerdotes, profesionales, etc.)[11].

La lucha entre las tendencias se saldó con el triunfo de la estrategia tercerista. Para 1978 las diferentes alas del sandinismo coordinaban acciones militares conjuntas y, en marzo de 1979, constituyeron un acuerdo de unidad entre todas las alas. De esta forma, el FSLN llegó a la insurrección con una clara política de alianza con sectores burgueses anti-somocistas, constituyéndose desde el inicio en un chaleco de fuerza para las dinámicas anticapitalistas en la revolución.

Sin restar mérito a la militancia abnegada y heroica de los guerrilleros sandinistas, podemos afirmar que el FSLN fue un ejemplo más del “reformismo armado”:   radicales en los métodos, reformistas en la estrategia política.

La insurrección popular de 1979

Para la década de los años setenta la dictadura somocista acumulaba más de tres décadas ejerciendo el poder. Además de la fuerza militar, contó con el apoyo del imperialismo y se benefició de un ciclo de bonanza económica. Por ejemplo, en los años cincuenta el Producto Bruto Interno (PBI) de Nicaragua tuvo un crecimiento anual del 5.6% y, en los sesenta, alcanzó el 6.7%.

Pero este ciclo de crecimiento se frenó en la década del setenta, pues el crecimiento del PBI fue de tan sólo un 2.2%; además la producción industrial se contrajo en un 46% entre 1975-1977 y los salarios reales eran iguales a los de 1961[12].  Esto creó las bases para la crisis del régimen dictatorial, producto de la combinación entre la falta de legitimidad política ante las masas y la crisis del modelo de desarrollo agroexportador.

Incluso entre la burguesía creció el malestar con la dictadura, lo cual se expresó en la oposición encabezada por Pedro Joaquín Chamorro, afamado periodista que fue asesinado por el régimen, lo cual profundizó la crisis política del régimen. Esto dio paso a un ascenso y radicalización del movimiento de masas a partir de 1978, el cual empató con el giro hacia las ciudades del FSLN con la conducción del Tercerismo. De esta forma, el FSLN se posicionó como una posible dirección política del proceso ante las masas, pues contaba con décadas de lucha contra la dictadura.

Por esto mismo, es falso que la caída de Somoza fuese producto de una lucha entre aparatos militares, por el contrario, se originó en el alzamiento popular del cual el FSLN logró posicionarse al frente y conducirlo con sus estructuras político-militares previamente constituidas. Esto relata Humberto Ortega, dirigente del Tercerismo: “…es a raíz del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro cuando  estas se desatan [se refiere a las masas nicaragüenses] y nos dejan ver claramente, como una radiografía, el potencial, la decisión y la voluntad sandinista de combate que disponen (…) Esa sublevación de las masas se da en torno a ese hecho y no fue dirigida totalmente por el Frente Sandinista (…) fue una acción espontánea de las masas que el sandinismo, al final, comenzó a conducir con sus activistas y algunas unidades militares”[13]

Además de la crisis interna, en el plano internacional la dictadura de Somoza perdió puntos de apoyo. Con la administración de Jimmy Carter en los Estados Unidos, el imperialismo experimentó un viraje hacia una postura crítica con las dictaduras, lo cual se explica como parte de las secuelas que dejó la derrota en Vietnam y el retroceso coyuntural de las alas más agresivas del establishment imperialista en Washington. Asimismo, muchos gobiernos de Latinoamérica apoyaron al FSLN contra la dictadura, pues preveían que el régimen de Somoza no iba a soportar por mucho tiempo y era necesario tender puentes con la guerrilla para evitar que se radicalizara eventualmente.

En este contexto se produjo la insurrección del 19 de julio de 1979, dando paso a la que sería la última revolución triunfante del siglo XX.

La revolución y la destrucción del Estado burgués

La insurrección abrió un proceso revolucionario que puso en jaque la dominación de la burguesía nicaragüense. La familia Somoza y sus aliados constituían un eje del capitalismo nicaragüense. De ahí que su expropiación, aunque fuese parcial porque no se extendió al conjunto de la burguesía, introdujo una dinámica anticapitalista que no se profundizó por los límites estratégicos que la dirección del FSLN le impuso al proceso revolucionario desde un inicio.

La revolución destruyó el aparato estatal burgués, principalmente las sanguinaria GN cuyos integrantes salieron huyendo para evitar ser fusilados. Esto dio paso a un proceso de organización obrera, campesina y popular impresionante. Por el lado de la clase trabajadora, la caída de la dictadura potenció la creación de sindicatos: antes de julio de 1979 se contabilizaban 138 sindicatos con 27 mil afiliados, mientras que en 1982 la cifra ascendió a 1.200 sindicatos con 90 mil trabajadores.

Más importante aún, es que el conjunto de los sectores explotados y oprimidos irrumpió a la vida política: “Las fábricas y haciendas abandonadas fueron puestas a funcionar bajo el control directo de los sindicatos. Los trabajadores nombraron nuevas autoridades y expulsaron o encarcelaron a todos los elementos represivos. Las milicias populares (…) se encargaron de ajusticiar a esbirros y colaboradores del somocismo (…) Los comités campesinos se posesionaron de las haciendas y del ganado. En pocos días, las masas trabajadoras terminaron de destruir el viejo orden burgués, creando, a partir de estos embrionarios organismo de poder obrero, toda una estructura que, aunque dispersa, era una alternativa real de gobierno y de Estado”[14].

Lo anterior da cuentas de la energía revolucionaria de las masas nicaragüenses durante la revolución, donde la clase trabajadora comenzó a jugar un papel importante con la auto-organización desde abajo. Pero también hay que anotar que fue un factor disperso, algo comprensible pues no hubo durante la revolución alternativa de dirección obrera socialista ante el FSLN.

Pero también evidencia que la clase trabajadora intervino en la revolución como una fuerza dispersa y sin una representación política propia, motivo por el cual la revolución nicaragüense no tuvo centralidad de la clase obrera. En este contexto, el vacío de poder que implicó el colapso de la dictadura dinástica de más de cuarenta años, fue copado progresivamente por el aparato militar el FSLN, por lo que la radicalización de las masas terminó encuadrado o limitado por la lógica militar del aparato guerrillero, donde las relaciones políticas están jerarquizadas por una cadena de mando, es decir, por el “comandante en jefe, ordene”.  

El escritor Sergio Ramírez, otrora sandinista, retrató el desplome de la institucionalidad y como fue ocupado por los “jefes” guerrilleros: “(…) cuando no teníamos ni ejército regular, ni policía, cuando muchos ministerios y entidades estatales estaban aun sin cabeza (…) las columnas guerrilleras ejercían múltiples funciones en los lugares donde se habían asentado, y sus jefes no solo tomaban medidas de reforma agraria, sino que también juzgaban, celebraban matrimonios, establecían listas de precios y castigaban la usura y el agiotismo”[15].

Por este motivo, la incipiente dinámica anticapitalista que se abrió con la expropiación del somocismo, rápidamente fue bloqueada por la estrategia reformista de conciliación con la burguesía anti-somocista del FSLN.

La reconstrucción del Estado burgués y la economía mixta

Desde el inicio de su gestión al frente del poder, el FSLN se dio a la tarea de reconstruir el Estado que, aunque surgió de la acción revolucionaria de las masas insurrectas, no cuestionó la propiedad capitalista, garantizó la existencia de la burguesía anti-somocista y centralizó las fuerzas armadas bajo la conducción burocrática del sandinismo.

Empecemos por este último punto. Como apuntamos en el acápite anterior, la revolución impulsó la auto-organización desde abajo, incluyendo la formación de milicias que estaban al servicio de las tareas revolucionarias, como la defensa de las fábricas y tierras tomadas.

El FSLN no tardó en asumir su desmantelamiento como un eje para la consolidación de su poder, pues planteaban un reto al monopolio de la fuerza en el marco del nuevo Estado. Por esto impulsó la creación del Ejército Popular Sandinista (EPS) y la Policía Sandinista (PS), exigiendo la desarticulación de las milicias populares y sumando a los milicianos a las nuevas estructuras militares, controladas de forma jerárquica por el sandinismo.

Esta absorción de las milicias fue justificada como una medida para hacerle frente a las eminentes amenazas contrarrevolucionarias, además para limitar a los sectores de la izquierda que cuestionaban al sandinismo o mostraban un curso independiente del FSLN. En este proceso fue disuelta la Brigada Simón Bolívar (impulsada por Nahuel Moreno desde su exilio en Colombia) el 16 de agosto de 1979 y sus miembros fueron enviados a Panamá, donde fueron encarcelados, torturados y fichados por la INTERPOL[16].

Aunado a esto, los teóricos del FSLN adaptaron la estrategia de la revolución por etapas al plano económico con la denominada “economía mixta”, una formulación ecléctica según la cual el país podría desarrollar al máximo el modo de producción capitalista y luego avanzar hacia el socialismo. La idea era continuar con una economía capitalista, aunque con un peso relativamente mayor de las empresas estatales y mixtas (capital privado-estatal) que, al cabo de un tiempo, absorberían las industrias privadas y así se consumaría el socialismo.

No pasó mucho tiempo para que este modelo demostrara su fracaso. Primero, porque la industria privada siguió siendo la más importante, como reflejan los datos de 1981: 41,7% era privada, 19% estatal y 39,3% formaba la economía mixta (con enorme peso de los capitalistas)[17].  Además la clase trabajadora comenzó a sufrir los estragos de este esquema económico mediante las típicas formas de ajuste patronal (malos salarios, extensas jornadas de trabajo) y las formas de gestión autoritarias del sandinismo (cooptación de sindicatos, limitación de las libertades políticas).

Por último, hay que indicar que el FSLN en el campo tuvo una política desastrosa, pues en el marco de la economía mixta y la alianza con la burguesía patriótica, no impulsó la reforma agraria sino hasta que se vio asediada por la insurgencia de la Contra que, a pesar de ser financiada por el imperialismo yanqui, encontró base social entre el campesinado descontento porque la revolución no le garantizó el acceso a la tierra.

De igual manera, los vicios centralistas y burocráticos que el FSLN imprimió al nuevo Estado, lo llevó al choque con los pueblos originarios de la zona Caribe, los cuales vieron atacados sus tradiciones comunales por la imposición desde arriba de autoridades regionales. Este sector también fue base social para la Contra. 

La derrota de la revolución

Con la llegada de la administración Reagan, el imperialismo retomó la ofensiva contra la revolución sandinista y desgastó al gobierno sandinista con el bloqueo económico y la Contrainsurgencia militar, la cual inició en 1981 pero se masificó en 1983, alcanzando el nivel de una verdadera guerra civil.

Desde el punto de vista militar, el FSLN equilibró la guerra al revertir parcialmente sus errores en el campo, en particular cuando realizó una reforma agraria orientada a las zonas donde la Contra tenía más fuerza. Así pudo menguar la base social de la Contra y retomar la ofensiva militar, pero nunca fue a fondo con la reforma agraria pues implica expropiar por completo a la burguesía terrateniente, por lo cual la Contra pudo seguir nutriéndose de esa base social. 

Pero la estrategia del imperialismo era desgastar las fuerzas de la revolución y obligar al FSLN a capitular, lo cual era solo cuestión de tiempo dado la difícil situación económica que afectaba a la población y la imposibilidad del gobierno sandinista de enfrentar la guerra civil de forma indefinida. 

Para 1987 del gobierno del FSLN comenzó a buscar la negociación con el imperialismo, lo cual se materializó con la firma de los acuerdos de Esquipulas II. Finalmente se realizaron las elecciones de 1990 donde Daniel Ortega perdió las elecciones ante Violeta Chamorro, dándose por derrotada la revolución.

¡Sin centralidad de la clase obrera no hay revolución socialista!

La revolución nicaragüense representa una de las páginas más importantes de la lucha de clases latinoamericana; la última revolución victoriosa en el siglo XX. Por esto mismo, es necesario reivindicar su historia, pero también extraer las enseñanzas estratégicas.

La incipiente dinámica anticapitalista de la revolución en Nicaragua fue inmediatamente bloqueada por el FSLN, una organización cuya composición social provenía de la pequeño burguesía, pero cuya estrategia era esencialmente reformista-burguesa. Así, la tarea progresiva que significó la expropiación de la burguesía somocista, no dio paso a una transición al socialismo como especularon muchos sectores de la izquierda; ni siquiera alcanzó para avanzar hacia una revolución anticapitalista como la cubana.

La expropiación del somocismo se impuso como una medida objetiva de la revolución contra la dictadura, pero no desencadenó la expropiación del conjunto de la burguesía de manera mecánica u objetiva. Tampoco el choque con el imperialismo, el cual se agravó  con la administración Reagan, devino en una radicalización de la revolución.

Sucedió todo lo contrario, pues la derrota de la revolución se desarrolló en cámara lenta, producto de los ataques del imperialismo, pero también de la orientación estratégica del sandinismo que llevó el proceso revolucionario a un callejón sin salida con la economía mixta.

La tesis del sustituismo revolucionario, por medio del cual sectores no obreros pueden realizar las tareas socialistas, se volvió a demostrar totalmente falso con la experiencia del FSLN que, tras el derrocamiento de la dictadura, se volcó de lleno a reconstruir el Estado burgués bajo el esquema de la economía mixta. En su lucha inicial contra la dictadura el FSLN cumplió algunas tareas progresivas, pero apenas se hizo del poder comenzó a degenerar de forma autoritaria. Esto ya es bastante pesado para un balance histórico del FSLN como corriente política, pero empeora si incorporamos la transformación de Ortega en el nuevo dictador de Nicaragua.

Lo anterior reafirma lo que sostenemos desde Socialismo o Barbarie para las revoluciones de posguerra del siglo XX: en materia de estrategia socialista no solamente importa qué tareas se realizan en una revolución, sino que resulta fundamental la clase social que la impulsa y bajo qué formas de organización política las materializa. En síntesis, la experiencia nicaragüense confirmó que no hay transición al socialismo sin la centralidad de la clase obrera en la revolución.


[1] Manuel Moncada Fonseca, Nicaragua 1910-1937: Imposición del dominio yanqui en Nicaragua y Resistencia Sandinista, en http://www.rebelion.org/docs/110909.pdf (Consultada el 16 de julio de 2019).

[2] Feijoo Jiménez, Cronología de las invasiones yanquis en América, en https://www.aporrea.org/tiburon/a96311.html (Consultado el 15 de julio de 2019).

[3] Agreguemos que en 1927 los Estados Unidos bombardearon la aldea del Ocotal, primer ataque aéreo en Latinoamérica.

[4] Editorial, Una doctrina odiosa que se hizo global, en https://www.elcordillerano.com.ar/noticias/2015/08/05/53575-una-doctrina-odiosa-que-se-hizo-global (Consultado el 16 de julio de 2019).

[5] Feijoo Jiménez, Cronología de las invasiones yanquis en América, en https://www.aporrea.org/tiburon/a96311.html (Consultado el 15 de julio de 2019).

[5] Editorial, Una doctrina odiosa que se hizo global, en

[6] Humberto Ortega, La epopeya de la revolución (Managua: LEA Grupo Editorial, 2004), p. 50.

[7] Humberto Ortega, La epopeya de la revolución, p. 43.

[8] Citado en Rius, El Hermano Sandino (México DF: Editorial Grijalbo, 1987), p. 43.

[9] Humberto Ortega, La epopeya de la revolución, p. 54.

[10] Citado en Orson Mojica, La revolución abortada (Centroamérica: Libro Socialista, 2014), p. 7.

[11] Ídem, p. 7-11.

[12] Equipo Envío, Algunos aspectos de la economía nicaragüense, en http://www.envio.org.ni/articulo/48 (Consultada el 17 de julio de 2019).

[13] Citado en Orson Mojica, La revolución abortada, p. 16.

[14] Orson Mojica, La revolución abortada, p. 23.

[15] Citado en Orson Mojica, La revolución abortada, p. 23.

[16] Orson Mojica, La revolución abortada, p. 31.

[17] Ídem, p. 63.

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