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Nov - 29 - 2013

Por Alejandro Vinet

“¡Actualmente, hay mil desempleados más por día en Francia! El 70% de los asalariados estiman que no hay condiciones para hacer bien su trabajo. Y, además, están los suicidios en el trabajo. El clima es muy tenso; es explosivo por todos lados […] Estamos ante una crisis política que no es nueva, pero que se agrava…” (Reportaje a Thierry Lepaon, nuevo secretario general de la CGT, Le Figaro, 11/11/2013)

En el país de la Revolución Francesa, los motivos no faltan: las empresas cierran una detrás de otra, los impuestos se acumulan, los precios aumentan y la comunicación gubernamental carece totalmente de visibilidad. ¿Adónde vamos?, se ha transformado en la muletilla de la gran mayoría del país.”
(“El derrumbe de la economía aviva el temor a un estallido social”, por Luisa Corradini, corresponsal de La Nación en Francia, 09/11/2013)

Tiene cierta razón Thierry Lepaon, el nuevo burócrata máximo de la CGT que reemplazó en marzo al eterno “secretario general” Bernard Thibault. El clima social y político de Francia se hace más tenso y explosivo día a día.

Los burócratas sindicales lograron llevar a la derrota las iniciales luchas obreras, pero esto
no ha disminuido el descontento ni aliviado el clima de tensiones sociales.

Sus esfuerzos y los del resto de los burócratas sindicales han logrado que en este momento no haya luchas obreras importantes (las que había, ayudaron a derrotarlas meses atrás). Pero las presiones en la caldera social no bajan por que se taponen todas las salidas del vapor. Por el contrario, eso puede hacer estallar las cosas por otros lados. Un síntoma que apunta en ese sentido han sido las recientes protestas en la región de Bretaña, contra un nuevo impuesto.

La gran cuestión es si la tensión social será canalizada por las luchas de la clase trabajadora, la juventud y la izquierda independiente del PS y de sus socios menores (el PCF y el PdG)… o si el descontento lo capitalizará la extrema derecha del Frente Nacional.

La llama bretona

El cóctel que llevo al estallido en Bretaña es muy particular y no exportable automáticamente al resto del país. Sin embargo, ha sido la principal expresión de este clima general de descontento. El conflicto incluyó manifestaciones masivas, enfrentamientos con la policía y quema de infraestructuras.

Se mezclaron varias cosas. Una fue  la implementación de un “eco-impuesto”, que grava el transporte de mercancías pesadas por carretera, esencialmente exportación de cerdo a Alemania. La patronal local lo aprovechó para chantajear a los trabajadores con amenazas de cierres y despidos.

En las últimas semanas, varias empresas agroalimentarias habían decidido cerrar, dejando en la calle a miles de trabajadores. Los obreros de Tilly-Sabco, empresa de exportación de pollo, se encontraban en huelga y ocuparon por varias horas la prefectura de la región. Los de Marine Harvest, en huelga ilimitada y ocupando la fábrica. En este contexto, la manifestación del 2 de noviembre contra el “eco-impuesto”, adquirió grandes dimensiones.

La manifestación fue llamada por el Comité de Defensa del Empleo, constituido a iniciativa de trabajadores en lucha (al que se sumaron probablemente sectores de pequeños patrones, aunque no hemos podido confirmar esta situación). Sobre esta base, y montándose sobre la idea de que el “eco-impuesto” empeoraría la situación económica en la región, las entidades patronales agrarias y partidos de derecha como el UMP (Union pour un Mouvement Populaire) y el FN (Front Nationale) también llamaron a manifestar.

El resultado fue una manifestación altamente heterogénea, “en defensa del empleo”. Esta agrupaba aamplios sectores obreros y populares (con representaciones importantes de los sectores en lucha que mencionamos), junto a sectores patronales locales (principalmente pequeñas empresas y comerciantes).

El elemento unificador de eso, además de la “defensa del empleo” (ambigüedad sobre la que se monta la patronal local para hacer campaña contra el nuevo impuesto), es el “regionalismo bretón”, que se opone a los designios de París. Un reflejo de esto es que muchos manifestantes llevan el “bonnet rouge” (gorro rojo), símbolo de una revuelta de la región contra un alza de impuestos de Luis XIV en 1675; es decir, contra el estado centralista y absolutista.

Por esas razones, una extensión “automática” de la revuelta bretona no es tan fácil. Difícilmente los trabajadores de Peugeot vayan a manifestar codo a codo con los gerentes de esta empresa multinacional, en “defensa del empleo”. Pero sí esperamos que el ejemplo de los trabajadores bretones sea emulado por el resto, desarrollando en toda Francia las huelgas y ocupaciones contra los despidos y cierres de empresas.

Para un estallido por la izquierda, es necesario romper los diques de contención:
la burocracia de los sindicatos y la centroizquierda

A pesar de su enorme deterioro, el gobierno cuenta aún con diques para evitar que la situación se desmadre. El primero de ellos es el rol pérfido jugado por la burocracia sindical desde que Hollande asumió el poder.

El gobierno “socialista” no tiene nada que envidiar a sus predecesores de derecha en cuanto a ataques a los trabajadores. En sólo 18 meses, ha sido cómplice de grandes “reestructuraciones” de empresas con miles de despidos, cierres de plantas y rebajas de salarios. Al mismo tiempo que ha aprobado varias reformas estructurales antiobreras, como el Acuerdo Nacional Interprofesional (ANI) y la reforma de las jubilaciones.

El ANI permite a los patrones cambiar a gusto las condiciones de trabajo (ritmos de producción, salarios, horarios) de manera unilateral y despedir a los trabajadores que no lo acaten. La reforma de las jubilaciones aumenta los años de cotización necesarios para retirarse y también el monto de los aportes de los trabajadores.

¿Cuál ha sido el rol de las burocracias sindicales? Aislar las luchas contra los despidos hasta que fuesen derrotas, realizar algunas marchas testimoniales contra la reforma de las jubilaciones (la CFDT; la segunda central directamente la apoyó) y dejar pasar el ANI sin mover un dedo.

Cuando Sarkozy impuso la primera reforma de jubilaciones en 2010, se desató una de las luchas más importantes de Francia en la última década, que puso en jaque al gobierno y paralizo al país. La autoorganización desde abajo fue el motor del movimiento y desbordó a las direcciones sindicales. La derrota de 2010 (gracias a la traición de la burocracia) tuvo efectos profundos sobre la clase obrera que aún se hacen sentir.

Además, con el PS en el gobierno, hoy las burocracias son aún más conciliadoras que con Sarkozy. Esto ha sido decisivo en la derrota de las últimas luchas. La burocracia ha impedido que peleas enormes –como la huelga de más de 40 días en PSA, o la de Goodyear contra el cierre de la planta— trasciendan a la escena nacional y encuentren la solidaridad de miles de trabajadores. A consecuencia de esto, la mayoría de esas luchas se han saldado con derrotas, con acuerdos empresa por empresa que incluyen un combo de despidos indemnizados, prejubilaciones y transferencias a otros sitios de producción.

El rol del PCF y del Parti de Gauche (PdG)

Este colaboracionismo en el plano sindical tiene su correlato en el terreno político. Más allá del cacareo sobre la “independencia sindical”, la CGT, principal central sindical, tiene lazos muy fuertes con el PCF (Parti Communiste Français) y el PdG (Parti de Gauche) de Mélenchon. ¿Cuál es su rol frente al gobierno? No precisamente el de impulsar las luchas de los trabajadores ni un “estallido social”.

El PCF acaba de aprobar una alianza electoral con el PS, el partido del gobierno, a nivel de las municipales de París. Su único argumento es que el PS finalmente le ha otorgado los cargos que pedía, y que los “socialistas” vienen llevando adelante una “buena gestión” de la ciudad.

El cálculo del PCF es puramente electoralista: los sillones que el PS le prometió en el gobierno de la capital. Pero además, se desprende de una concepción política más general. Desde hace meses, la principal consigna del PCF es que Hollande “vuelva a la izquierda”. ¡Como si su política antiobrera se tratara de un pequeño desvío, una desorientación momentánea respecto a un origen de “izquierda”! El PCF, que conserva una influencia importante en la clase obrera industrial, le da así una capa de pintura roja al gobierno antiobrero del PS. 

El Parti de Gauche, de Jean-Luc Mélenchon, no es muy diferente. Ha decidido no ir en alianza con el PS, porque Hollande tiene sólo un 26% de imagen positiva. Pero su política  no va más allá de la “lucha” parlamentaria. El PdG no está en las luchas obreras: sus únicas iniciativas frente a los despidos son propuestas de leyes y discursos parlamentarios… que por supuesto no logran nada.

Lo peor es la gran propuesta de Mélenchon para superar la crisis del gobierno: que el PS lo ponga de primer ministro, en reemplazo del incinerado Jean-Marc Ayrault. Bajo otra forma, es la misma política del PCF: que Hollande “vuelva a la izquierda”… Claro que Mélenchon no es sectario. Si el PS no quiere nominarlo, propone como nuevo premier a Arnaud Montebourg, ministro de Producción; el que dejó pasar el cierre de PSA Aulnay y de la fábrica de Florance de Arcelor Mittal!!

Por Ale Vinet, desde París,
Socialismo o Barbarie, semanario, 14/11/2013

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