El 15 de enero próximo se cumplirán 98 años del asesinato de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht, a manos de a la milicia nacionalista (Freikorps) ordenada por la infame Socialdemocracia alemana. Ambos eran los principales dirigentes del recientemente fundado Partido Comunista de Alemania, y fueron participes del alzamiento obrero de diciembre de 1918 que fue brutalmente masacrado por los socialdemócratas.
Rosa es una de las grandes dirigentes de la clase obrera. Más allá de alguna unilateralidad en alguno de sus planteos (como su concepción de la organización y el partido) fue una de las mentes más agudas y de las primeras que detectó el procesote derechización de la socialdemocracia internacional, una verdadera águila, como la caracterizó Trotsky.
Aquí presentamos un artículo de 1899, donde analiza desde sus primeros pasos, el proceso de “desnaturalización” del Partido Socialista Francés que iría a terminar trasformándolo en un partido social-liberal en que gobierna hoy Francia. El llamado “Ministerialismo” comenzó, cuando el PSF acepto que uno de sus dirigentes, Alexandre Millerand, se sumara al gobierno burgués como ministro, haciéndose inmediatamente solidario con la política del gobierno en su conjunto.
Este agudísimo análisis de Rosa, es de gran utilidad hoy para poder pensar las relaciones de la izquierda revolucionaria con los distintos poderes del Estado, sea el ejecutivo, el parlamento o la justicia, teniendo en cuenta sus particularidades.
Hace diecinueve meses que este gabinete está al timón. Ha cumplido dos veces la edad promedio de un gabinete francés: los fatídicos nueve meses. ¿Qué ha logrado?
Cuesta imaginar una contradicción más aguda entre medios y fines, tarea y cumplimiento, propaganda previa y realización posterior que la que encontramos entre las expectativas suscitadas por el gabinete Waldeck-Rousseau[1] y sus realizaciones.
Todo el programa de reformas de la justicia militar se redujo a la promesa del ministro de guerra de que se tomarán en cuenta las “circunstancias atenuantes” en los juicios de guerra. El socialista Pastre propuso ante la Cámara en la sesión del 27 de diciembre pasado que se sancionara el servicio militar de dos años, reforma ya sancionada en la Alemania semiabsolutista. El ministro de defensa de la República, radical, el general André, contestó que no podía tomar posición sobre el tema. El socialista Dejeante propuso en la misma sesión que se saque al clero de las academias militares, que se reemplace al personal religioso del hospital militar con personal laico y que el ejército no distribuya más literatura religiosa. El ministro de defensa de la república, que tiene la tarea de secularizar el ejército, respondió rechazando de plano las propuestas y glorificando la espiritualidad del ejército francés, ante la ovación tempestuosa de los nacionalistas.
En febrero de 1900 los socialistas denunciaron una serie de horribles abusos en el ejército, pero el gobierno rechazó todas las propuestas de efectuar una investigación parlamentaria. El radical Vigne d’Octon hizo algunas revelaciones truculentas en la cámara (sesión del 7 de diciembre de 1900) sobre la conducta del régimen militar francés en las colonias, sobre todo en Madagascar e Indochina. El gobierno rechazó la propuesta de una investigación parlamentaria por “peligrosa e inconducente”. Finalmente, el clímax: el ministro de guerra ascendió a la tribuna en la Cámara para hablar en heroica defensa de… un oficial de Dragones que fue boicoteado por sus colegas por haberse casado con una divorciada.
Se elabora una fórmula legal que afecta a las órdenes monásticas de la misma manera que a las sociedades abiertas. Su aplicación contra el clero dependerá de la buena voluntad, y contra los socialistas de la mala voluntad, de los futuros ministros.
La república no ha debilitado a las órdenes autorizadas. Mantienen su propiedad de casi 400 millones de francos, su clero secular subvencionado por el Estado, con 87 obispos, 87 seminarios, 42.000 curas y un presupuesto para publicaciones de alrededor de 40 millones de francos. La fuerza principal del clero reside en su influencia sobre la educación de dos millones de niños franceses a quienes se envenena en las escuelas parroquiales para convertirlos en enemigos de la república. El gobierno se agita y prohíbe esa educación… cuando la imparten las órdenes no autorizadas. Pero casi toda la educación religiosa está a cargo de las órdenes autorizadas y la reforma de los radicales consiste en sacar a quince mil niños de un total de dos millones que están en manos de los regadores de agua bendita. La capitulación del gobierno ante la Iglesia comenzó con el discurso en que Waldeck-Rousseau saludó al Papa y quedó sellada con el voto de confianza que los nacionalistas dieron al gobierno.
La “defensa de la república” a la Waldeck-Rousseau alcanzó su gran clímax en diciembre pasado con la aprobación de la ley de amnistía.
Durante dos años Francia estuvo revuelta. Durante dos años se escucharon los gritos clamando verdad, luz y justicia. Durante dos años un asesinato judicial pesó sobre su conciencia. La sociedad se sofocaba en una atmósfera envenenada de mentiras, perjurio y fraude.
Por fin llegó el gobierno que defendería a la república. Todo el mundo contuvo el aliento. El “gran sol de la justicia” estaba por salir.
Y salió. El 19 de diciembre el gobierno obligó a la Cámara a aprobar una ley que garantizaba la inmunidad a todos los acusados de algún crimen, que negaba la satisfacción legal a los acusados falsamente, y cerraba todos los juicios abiertos. Los que ayer eran tachados de peligrosos enemigos de la república hoy son acogidos en su seno cual hijos pródigos. Para defender la república, se extiende un perdón general a todos los que la atacan. Para rehabilitar la justicia republicana, se niega la reivindicación de todas las víctimas de los fraudes judiciales.
El radicalismo pequeñoburgués se mantuvo fiel a su imagen. En 1893 los radicales burgueses tomaron el timón a través del gabinete de Ribot para liquidar la crisis originada por el escándalo de Panamá. Pero como se declaró a la república en estado de peligro, no se persiguió a los diputados acusados y se permitió que todo el asunto se desvaneciera en el aire. Waldeck-Rousseau, encargado de solucionar la cuestión Dreyfus[2], la disuelve en un fiasco total “para cerrarle la puerta al peligro monárquico”.
La cantilena ya es muy conocida: “La poderosa obertura que anuncia la batalla se pierde en un tímido bufido apenas empieza la acción. Los actores dejan de tomarse en serio a sí mismos y toda la interpretación cae como un globo inflado pinchado con una aguja.” (Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte.)
¿Fue para realizar estas medidas grotescas, mezquinas, cómicas -hablo, no desde el punto de vista socialista, ni siquiera de un partido radical a medias, sino simplemente en comparación con las medidas republicanas de los oportunistas de la década del 80 como Gambetta, Jules Ferry, Constant y Tirard— fue para eso que incorporaron a un socialista, representante del poder obrero, al gabinete?
El oportunista Gambetta con sus republicanos moderados exigió en 1879 la remoción de todos los monárquicos del gobierno, y con esta agitación echó a MacMahon de la presidencia. En 1880 estos republicanos “respetables” impusieron la expulsión de los jesuitas y un sistema de educación libre y obligatoria. El oportunista Jules Ferry destituyó a más de 600 jueces monárquicos con sus reformas judiciales de 1883 y le dio un fuerte golpe al clero con su ley sobre el divorcio. Para serrucharle el piso al boulangismo, los oportunistas Constant y Tirard redujeron el servicio militar de cinco a tres años.
El gabinete radical de Waldeck-Rousseau no se ha puesto a la altura siquiera de estas modestísimas medidas republicanas de los oportunistas. Con una serie de maniobras ambiguas arrastradas durante 19 meses no logró nada, absolutamente nada. No reorganizó la justicia militar en lo más mínimo. No redujo el periodo del servicio militar. No tomó una sola medida decisiva para sacar a los monárquicos del ejército, el poder judicial y la administración. No tomó una sola medida contra el clero. Lo que sí hizo fue mantener su actitud de valentía, firmeza e inflexibilidad, la típica actitud del pequeño burgués cuando se mete en problemas. Finalmente, después de mucho aspaviento, declaró que la república no está en condiciones de tomar medidas contra la pandilla de canallas militares y debe dejarlos en libertad sin más. ¿Para esto era necesaria la colaboración de un socialdemócrata en el gabinete?
Se ha dicho que la persona de Millerand[3] era indispensable para montar el gabinete Waldeck-Rousseau. Es sabido que lo que falta en Francia no es precisamente hombres que codician una cartera ministerial. Si Waldeck-Rousseau pudo encontrar dos generales en las filas del ejército rebelde que le sirvieran de ministros de guerra, podría haber encontrado media docena de hombres en su propio partido que estañan ávidos de ocupar el ministerio de comercio. Pero después de conocer la trayectoria del gabinete hay que reconocer que Waldeck-Rousseau podría haber tomado tranquilamente a cualquier radical que estuviese de acuerdo y la comedia de la “defensa de la república” no hubiese empeorado por ello. Los radicales siempre han sabido comprometerse sin ayuda de afuera.
Hemos visto que el peligro monárquico, que tanto asustó a todo el mundo durante la crisis Dreyfus, fue más un fantasma que una realidad. Por lo tanto, la “defensa” de Waldeck-Rousseau no era necesaria para salvar a la república de un golpe de Estado. Los que, a pesar de todo, siguen defendiendo la entrada de Millerand en el gabinete hace dos años, y señalan al peligro monárquico como motivo de esa entrada y permanencia, hacen un juego peligroso. Cuanto más sombría se pinta la situación más lamentables parecen las acciones del gabinete y más cuestionable el papel de los socialistas que entraron en el gabinete.
Si el peligro monárquico era, como tratamos de demostrar, leve, los esfuerzos defensivos del gobierno, iniciados con pompa y circunstancia y terminados en un fiasco, fueron una farsa. Si por el contrario el peligro era grande y serio, los bluff del gabinete constituyen una traición a la república y a los partidos que lo apoyan.
Sea como fuere, la clase obrera, al enviar a Millerand al gabinete, no ha asumido esa “gran parte de la responsabilidad” de la que con tanto orgullo hablan Jaurés[4] y sus amigos.
Simplemente se ha convertido en heredera de una parte de la vergonzosa desgracia “republicana” del radicalismo pequeñoburgués.
La contradicción entre las esperanzas puestas en el gabinete y las realizaciones de éste ha puesto al ala Jaurés-Millerand del socialismo francés ante una única alternativa posible. Podría reconocer la pérdida de sus ilusiones, reconocer la inutilidad de la participación de Millerand en el gobierno y exigir su renuncia. O podrían declararse satisfechos con la política del gobierno, afirmar que lo hecho es justamente lo que se esperaba y disminuir el tono de sus expectativas y consignas para hacerlas coincidir con la evaporación gradual de la voluntad de actuar del gobierno.
Mientras el gabinete hurtó el cuerpo al problema principal y se mantuvo en el terreno de las escaramuzas preliminares -y esta etapa duró 18 meses— todas las tendencias políticas que lo seguían, comprendidos los socialistas, podían flotar a favor de la corriente. Pero la primera medida significativa del gobierno, la ley de amnistía, sacó el problema de las penumbras y lo introdujo en la brillante luz del día.
El desenlace del asunto Dreyfus fue para los socialistas, les guste o no, de importancia decisiva. Aplicaron toda su táctica jugándose esta carta, esta única carta, durante dos años. El asunto Dreyfus era el eje de su política. Lo describieron como “¡una de las batallas más grandes de este siglo, una de las más grandes de la historia de la humanidad!” (Jaurés en Petit Republique, 12 de agosto de 1899.) Retroceder ante esta gran tarea de la clase obrera equivalía a “la peor capitulación, la peor humillación” (Ibíd., 15 de julio de 1899).“Toute la vérité! La pleine lumière!”. “Toda la verdad, la plena luz”, tal era el objetivo de la campaña socialista. Nada podía detener a Jaurés y sus correligionarios, ni las dificultades, ni las maniobras de los nacionalistas, ni las protestas del grupo socialista dirigido por Guesde[5] y Vaillant[6].
“Seguimos batallando -proclamó Jaurés con noble orgullo— y si los jueces de Rennes, engañados por las detestables maniobras de los reaccionarios, vuelven a inculpar al inocente para salvar a los jefes militares criminales, mañana nos volveremos a alzar, pese a todas las proclamas de expulsión, pese a todas las acusaciones indirectas de falsificación, distorsión y desprecio por la lucha de clases, pese a todos los peligros, y gritaremos en la cara de jueces y militares: ¡Sois verdugos y criminales! “ (Ibíd, 15 de julio de 1899.)
Durante el juicio de Rennes, Jaurés escribió confiado: “¡Sea como fuere, la justicia triunfará! ¡Ya está próxima la hora de la liberación de los mártires y del castigo a los criminales!” (Ibíd, 13 de agosto de 1899.)
Ya en noviembre del año pasado, poco antes de la promulgación de la ley de amnistía, Jaurés declaró en Lille: “Yo estaba dispuesto a ir más allá. Quería proseguir hasta obligar a las bestias venenosas a escupir su veneno. Sí, era necesario perseguir a todos los falsificadores, todos los mentirosos, todos los criminales, todos los traidores; es necesario llevarlos a punta de cuchillo hasta las cimas de la verdad para obligarlos a reconocer sus crímenes y la ignominia de sus crímenes ante todo el mundo.” (Les deux méthodes, Lille, 1900, p. 5.)
Y Jaurés tenía razón. El asunto Dreyfus había despertado todas las fuerzas reaccionarias latentes en Francia. El militarismo, ese viejo enemigo de la clase obrera, se había mostrado de cuerpo entero, y había que dirigir todas las lanzas contra ese cuerpo. Por primera vez se convocó a la clase obrera a combatir en una gran batalla política. Jaurés y sus amigos condujeron a la clase obrera a la lucha, abriendo así una nueva era en la historia del socialismo francés.
Cuando se presentó la ley de amnistía ante la Cámara, los socialistas de derecha se encontraron repentinamente ante un Rubicón. Quedaba claro que el gobierno que se había constituido para liquidar la crisis Dreyfus, en lugar de “echar luz”, en lugar de revelar “toda la verdad” y poner a los déspotas militares de rodillas, había apagado la luz y la verdad y se había hincado ante los déspotas militares. Fue una traición a las esperanzas que Jaurés y sus amigos habían depositado en el gobierno. La cartera ministerial se reveló como herramienta inútil para la política socialista y la defensa de la república. La herramienta se había vuelto contra su dueño. Si el grupo de Jaurés quería permanecer fiel a su posición en la campaña por Dreyfus y por la defensa de la república, debía tomar las armas inmediatamente y utilizar todos los medios para derrotar la ley de amnistía. El gobierno había puesto sus cartas sobre la mesa. Había que poner un triunfo.
Pero resolver el problema de la amnistía era decidir la suerte del gabinete. Dado que los nacionalistas se declararon contrarios a la amnistía y convirtieron el asunto en un voto de confianza al gobierno, era fácil formar una mayoría contra el proyecto y provocar la caída del gabinete.
Jaurés y sus amigos se vieron ante la necesidad de elegir entre proseguir su campaña por Dreyfus hasta el fin o apoyar el gabinete de Waldeck-Rousseau, “toda la verdad” o el gabinete, la defensa de la república o la cartera de Millerand. Los platillos de la balanza se mantuvieron en equilibrio apenas unos pocos minutos. Waldeck-Millerand tenía más peso que Dreyfus. El ultimátum del gabinete consiguió lo que los manifiestos de excomunión de Guesde y Vaillant no habían logrado: para salvar al gabinete los jauresistas votaron a favor de la amnistía y capitularon así en la campaña por Dreyfus.
La suerte estaba echada. Al aceptar la ley de amnistía, los socialistas de derecha convirtieron en guía para la acción, no sus propios intereses políticos sino el mantener al timón al gabinete de Waldeck-Rousseau. El voto por la ley de amnistía fue el Waterloo de su campaña por Dreyfus. En un abrir y cerrar de ojos, Jaurés liquidó todo su trabajo de dos años.
Después de vender su paquete accionario político, el grupo de Jaurés prosiguió alegremente su camino. Para salvar al gobierno liquidó —con reservas y con gran desorden interno por el elevado costo- el objetivo de dos años de tremendas batallas: “Toda la verdad, la plena luz”. Pero para justificar su apoyo a un gobierno de fiascos políticos, tenían que negar los fiascos. El paso siguiente fue la justificación de su capitulación ante el gobierno.
El gobierno archivó el asunto Dreyfus en lugar de luchar hasta el fin. Pero ello era necesario para “poner fin a los juicios que se han vuelto inútiles y monótonos y no aburrir al pueblo con el exceso de publicidad, que terminaría por oscurecer la verdad”. (Jaurés en Petit Republique, 18 de diciembre de 1900.)
Es cierto que dos años atrás se había llamado a toda la “Francia leal y honesta” a jurar: “Juro que Dreyfus es inocente, que los inocentes serán reivindicados y los culpables castigados”. (Ibíd., 9 de agosto de 1899.)
Pero hoy “estos juicios serían absurdos. Cansarían al país sin darle claridad y dañarían la causa que tratamos de servir […] La verdadera justificación del asunto Dreyfus está hoy en el trabajo por la república en su conjunto.” (Ibíd., 18 de diciembre de 1900.)
Otro paso más y los viejos héroes de la campaña por Dreyfus se convierten en molestos fantasmas del pasado, a los que hay que liquidar rápidamente.
Zola, el “gran defensor de la justicia”, el “orgullo de Francia y de la humanidad”, el del atronador J’Accuse!protesta contra la ley de amnistía. Insiste, como antes, en “toda la verdad, la plena luz”. Vuelve a acusar. ¡Qué confusión! ¿Acaso no comprende -pregunta Jaurés- que ya hay “suficiente luz” como para llegar a todas las mentes? Zola debería olvidar que no ha habido rehabilitación por una corte de justicia y recordar su glorificación “por parte de ese gran juez, la humanidad en su conjunto” y, por favor, tenga la bondad de no molestarnos más con ese eterno J’Accuse! “¡Nada de acusaciones, nada de repeticiones sin sentido! “ (Ibíd.24 de diciembre de 1900.) El trabajo por la república en su conjunto, eso es lo que importa.
El heroico Picquart, “honor y orgullo del ejército francés”, “verdadero caballero de la verdad y la justicia” considera que su llamado a filas bajo la ley de amnistía es un insulto y lo rechaza. ¡Qué arrogancia! ¿Acaso el gobierno no le ofrece, con la reincorporación, “la reivindicación más brillante”? Picquart tiene todo el derecho, por cierto, a que la verdad quede inscripta en las actas de la corte de justicia. Pero el buen amigo Picquart no debe olvidar que la verdad concierne a la humanidad en su conjunto, no sólo al coronel Picquart. Y en comparación con la humanidad de conjunto, la reivindicación de Picquart queda bastante empequeñecida. “En efecto, no nos debemos limitar, en nuestra búsqueda de la justicia, a los casos individuales” (Gerault-Richard en Petit Repúblique, 30 de diciembre de 1900.) El trabajo por la república en su conjunto, eso es lo que importa.
Dreyfus, ese “ejemplo de sufrimiento humano en su más profunda agonía”, “encarnación de la humanidad misma en el pináculo del infortunio y la desesperación” (Jaurés, Petit Republique, 10 de agosto de 1898), se defendió, confuso, contra la ley de amnistía, que liquidó su última esperanza de obtener su rehabilitación legal. “¡Qué rapacidad!” ¿Acaso sus torturadores no sufren bastante? Esterhazy se arrastra por las calles de Londres “hambriento, su espíritu quebrado”. Boisdeffre tuvo que huir del Estado Mayor. Gonse ya no está en los puestos superiores del escalafón y se siente deprimido. DePellieux murió en desgracia. Henry se suicidó degollándose. A Du Paty de Clam le han dado de baja. ¿Qué más se puede pedir? ¿Acaso los reproches de la conciencia no son castigo suficiente para los criminales? Y si Dreyfus no está satisfecho con este desenlace de los acontecimientos y exige que la justicia humana castigue, que tenga paciencia. “Vendrá la hora en que los desgraciados serán castigados.” (Jaurés, ibíd., 5 de enero de 1901.) “Vendrá la hora”, pero el buen Dreyfus debe comprender que existen problemas más importantes que estos juicios “aburridos e interminables”. “Tenemos algo mejor que sacar del asunto Dreyfus que toda esta agitación, estos actos de venganza.” (Gerault-Richard, Petit Republique, 15 de diciembre de 1900). El trabajo por la república en su conjunto, eso es lo que importa.
Un paso más, y el grupo de Jaurés considerará que toda crítica a la política del gobierno, al cual ofreció el caso Dreyfus como chivo emisario, es jugar frívolamente con el “gobierno de defensa republicana”.
Gradualmente se elevan las voces más sobrias del campo jauresista para cuestionar la acción del gabinete en la “democratización del ejército” y la “secularización de la república”. ¡Qué falta de seriedad! Es terrible “desacreditar sistemática e impacientemente [después de dieciocho meses — R. L.] las primeras realizaciones de nuestro común esfuerzo…
¿Para qué descorazonar al proletariado?” (Jaurés, Petit Republique, 5 de enero de 1901.) ¿El proyecto del gobierno para las órdenes religiosas fue una capitulación ante la Iglesia? Sólo un “diletante y tramposo” podría afirmarlo. En realidad es “la más grande lucha entre la Iglesia y la sociedad burguesa desde las leyes sobre la secularización de las escuelas.” (12 de enero de 1901.)
Y si, en general, el gobierno va de fiasco en fiasco, ¿acaso no queda “la certeza de futuras victorias”? (Ibíd., 5 de enero de 1901.) No se trata de leyes solamente: el trabajo por la república en su conjunto, eso es lo que importa.
Después de tanta demora, ¿qué significa “trabajar por la república en su conjunto”? Ya no es la liquidación del asunto Dreyfus, ni la reorganización del ejército, ni la subordinación de la Iglesia. Apenas se ve amenazada la existencia del gabinete, se olvida todo lo demás. Basta que el gobierno, para conseguir la aprobación de las medidas de su preferencia, las plantee como voto de confianza, para que Jaurés y sus amigos entren en vereda.
Ayer el gabinete debió actuar defensivamente para salvar a la república. Hoy, hay que abandonar la defensa de la república para salvar al gabinete. “Trabajar por la república en su conjunto” significa hoy la movilización de todas las fuerzas republicanas para mantener al gabinete de Waldeck-Millerand al timón…
La línea actual del grupo de Jaurés respecto de la política del gobierno está, en cierto sentido, en contradicción con su posición durante el asunto Dreyfus. Pero en otro sentido es la continuación directa de la política anterior. El mismo principio -unidad con los demócratas burgueses- forma la base de la política socialista en ambos casos. Sirvió durante dos años de lucha sin cuartel por Dreyfus, y hoy, cuando los demócratas burgueses abandonan la lucha, los socialistas también liquidan la campaña por Dreyfus y abandonan todo intento de reformar el ejército y cambiar las relaciones entre la república y la Iglesia.
En lugar de hacer de la lucha política independiente del Partido Socialista el elemento permanente, fundamental, y de la unidad con los radicales burgueses el elemento variable y circunstancial, Jaurés formula la táctica opuesta: la alianza con los demócratas burgueses se convierte en elemento constante, y la lucha política independiente en el elemento circunstancial.
Ya en la campaña por Dreyfus los socialistas jauresistas no comprendieron la demarcatoria entre los campos burgués y proletario: si para los amigos de Dreyfus se trataba de luchar contra un subproducto del militarismo —limpiar el ejército y suprimir la corrupción—, un socialista debía considerarlo como una lucha contra la raíz del mal: el ejército profesional. Y si para los radicales burgueses la consigna central y única de la campaña era justicia para Dreyfus y castigo de los culpables, para un socialista el asunto Dreyfus debía servir de base para agitar en favor del sistema de milicias. Sólo así el asunto Dreyfus y los admirables esfuerzos de Jaurés y sus amigos le hubieran hecho un gran servicio agitativo al socialismo. En la realidad, empero, la agitación de los socialistas transcurrió por los mismos canales estrechos que la agitación de los radicales burgueses, con unas cuantas excepciones individuales en las que había alguna referencia al significado profundo del problema Dreyfus. Fue en esta esfera, precisamente, que, a pesar de sus mayores esfuerzos, perseverancia y brillo, los socialistas no fueron la vanguardia sino simplemente los colaboradores y compañeros de lucha del radicalismo burgués. Con la entrada de Millerand al gabinete radical, los socialistas quedaron en el mismo terreno que sus aliados burgueses.
El hecho que divide a la política socialista de la política burguesa es que los socialistas se oponen a todo el orden existente y deben actuar en un parlamento burgués fundamentalmente en calidad de oposición. La actividad socialista en el parlamento cumple su objetivo más importante, la educación de la clase obrera, a través de la crítica sistemática del partido dominante y de su política. Los socialistas están demasiado distantes del orden burgués como para imponer reformas prácticas y profundas, de carácter progresivo. Por lo tanto, la oposición principista al partido dominante se convierte, para todo partido de oposición, y sobre todo para el socialista, en el único método viable para lograr resultados prácticos.
Al carecer de la posibilidad de imponer su política mediante una mayoría parlamentaria, los socialistas se ven obligados a una lucha constante para arrancarle concesiones a la burguesía. Pueden lograrlo haciendo una oposición crítica de tres maneras:
1) Sus consignas son las más avanzadas, de modo que cuando compiten en las elecciones con los partidos burgueses hacen valer la presión de las masas que votan. 2) Denuncian constantemente al gobierno ante el pueblo y agitan la opinión pública. 3) Su agitación dentro y fuera del parlamento atrae a masas cada vez más numerosas y así se convierten en una potencia con la cual deben contar el gobierno y el conjunto de la burguesía.
Cuando Millerand entró al gabinete los socialistas de Jaurés cerraron los tres caminos de acercamiento a las masas.
Por encima de todo, la crítica implacable de la política del gobierno es algo imposible para los socialistas de Jaurés. Cuando quieren fustigar al gabinete por su debilidad, sus medidas a medias, su traición, los golpes recaen sobre sus propias espaldas. Si los esfuerzos que hace el gobierno para defender a la república terminan en un fiasco, surge inmediatamente la pregunta de qué hace un socialista en semejante gobierno. Para no comprometer la cartera de Millerand, Jaurés y sus amigos deben mantenerse en silencio ante todos los actos del gobierno que podrían utilizarse para abrir los ojos de la clase obrera. Es un hecho que desde que se organizó el gabinete Waldeck-Rousseau todas las críticas al gobierno han desaparecido de las páginas del órgano del ala derecha del movimiento socialista, Petit Republique, y cada vez que se formula una crítica Jaurés se apresura a tacharla de “nerviosismo”, “pesimismo”, “extremismo”. La primera consecuencia de la participación socialista en un gabinete de coalición es, por tanto, el cese de la más importante de las actividades socialistas y, sobre todo, de la actividad parlamentaria: la educación política y clarificación de las masas.
Más aun, en todos los casos en que han hecho críticas, los partidarios de Millerand han desprovisto a las mismas de toda significación práctica. Su conducta en el asunto de la amnistía demostró que para ellos ningún sacrificio es excesivo cuando se trata de mantener al gobierno en el poder. Reveló que están dispuestos de antemano a votar a favor del gobierno en todos los casos en que éste les apunte al pecho con una pistola, dándole un voto de confianza.
Es cierto que los socialistas de un país gobernado por un parlamento no pueden actuar tan libremente como, por ejemplo, en el Reichstag alemán, donde pueden utilizar su condición de oposición sin temer las consecuencias y expresarla en todo momento sin tapujos. Por el contrario, los socialistas franceses, en virtud del “mal menor”, se consideran obligados a defender el gobierno con sus votos. Pero por otra parte es justamente a través del parlamento que los socialistas se adueñan de un arma filosa para suspenderla cual espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno y agregarles énfasis a sus consignas y críticas. Pero al ponerse en situación de dependencia del gobierno a través del puesto de Millerand, Jaurés y sus amigos independizaron al gobierno. En lugar de poder utilizar el espectro de una crisis de gabinete para exigirle concesiones al gobierno, los socialistas, por el contrario, colocaron al gobierno en situación de utilizar la crisis de gabinete como espada de Damocles sobre la cabeza de los socialistas, a ser utilizada en todo momento para mantenerlos en vereda.
El grupo de Jaurés se ha convertido en un segundo Prometeo encadenado. Un ejemplo vivido de ello es el reciente debate sobre la ley de reglamentación del derecho de asociación. Viviani[7], correligionario de Jaurés, despedazó la propuesta del gobierno sobre las órdenes religiosas en un brillante discurso ante la Cámara y planteó la verdadera solución al problema. Pero cuando Jaurés al otro día, luego de cubrir el discurso de elogios encendidos, pone en boca del gobierno las respuestas a las críticas de Viviani y, sin siquiera esperar la apertura del debate para tratar de mejorar la propuesta del gobierno, aconseja a los socialistas y radicales que garanticen la aprobación de las medidas del gobierno a cualquier precio, destruye todo el impacto político del discurso de Viviani.
La cartera ministerial de Millerand transforma -como segunda consecuencia— la crítica socialista de sus amigos en la Cámara en discursos para los días de fiesta, carentes de toda influencia sobre la política práctica del gobierno.
Por último, la táctica de presionar a los partidos burgueses para que avancen se revela, en esta instancia, como un sueño desprovisto de contenido.
Para salvaguardar la existencia futura del gobierno los partidarios de Millerand creen que deben mantener la más estrecha colaboración con los demás grupos de izquierda. El grupo de Jaurés queda absorbido por la charca “republicana” de izquierda, de la cual Jaurés es el cerebro.
Los amigos socialistas de Millerand que están a su servicio desempeñan el papel que en general está reservado a los radicales burgueses.
Sí; contrariamente a lo que sucede en general, los radicales constituyen la oposición más coherente dentro de la actual mayoría republicana y los socialistas son el ala derecha, los elementos oficialistas moderados.
D’Octon y Pelletan, radicales ambos, exigieron una investigación de la horrorosa administración colonial, mientras dos diputados socialistas del ala derecha votaron en contra. El radical Vazeille se opuso a la estrangulación del asunto Dreyfus mediante la ley de amnistía, mientras que los socialistas votaron contra Vazeille.
Por último, es el radical socialistoide Pelletan el que les da el siguiente consejo a los socialistas: “El problema se reduce a esto: ¿un gobierno existe para servir a las ideas del partido que lo sustenta, o para conducir a dicho partido a la traición de sus ideas? ¡Ah, pero los que mantenemos al timón no nos engañan! Con excepción de dos o tres ministros, todos gobiernan como lo haría un gabinete encabezado por Meline. Y esos partidos que deberían advertir y fustigar al gabinete se arrastran ante el mismo. Yo por mi parte soy de los que consideran que el intento del Partido Socialista de colocar uno de sus hombres en el poder en vez de aislarse en una lucha sistemática contra el gobierno es una estrategia excelente. Sí, considero que es de primera. Pero, ¿para qué? Para que las medidas progresivas del gabinete reciban apoyo adicional de los socialistas, no para tenerlos de rehenes justificando las peores omisiones del gabinete… Hoy Waldeck-Rousseau ya no es un aliado, como quisiéramos creer, sino la guía para la conciencia de los partidos progresistas. Y él los guía, me parece, demasiado lejos. Para hacerse obedecer le basta sacar del bolsillo el espectro de la crisis de gabinete. ¡Cuidado! La política de este país perderá algo cuando nosotros y ustedes formemos una nueva categoría de suboportunistas.” (Depeche de Toulouse, 29 de diciembre de 1900.)
Socialistas que tratan de sacar a los demócratas pequeñoburgueses de la oposición al gobierno, demócratas pequeñoburgueses que acusan a los socialistas de arrastrarse ante el gobierno y traicionar sus ideas: este es el punto más bajo al que haya llegado el socialismo jamás, y a la vez la consecuencia última del ministerialismo socialista.
[1] Pierre Waldeck-Rousseau (1846-1904): republicano francés; como premier eligió ministros de izquierda (Millerand) y de derecha. Renunció en 1902.
[2] Alfred Dreyfus (1859-1935): figura central del gran juicio político del siglo XIX. Oficial judío del Estado Mayor francés, fue acusado falsamente en 1894 de vender secretos militares a Alemania; el juicio dividió a Francia en dos bandos: monárquico antisemita y clerical contra republicano, izquierdista y anticlerical. Liberado de la cárcel en 1899 y reivindicado plenamente en 1906.
[3] Alexandre Millerand (1859-1943): socialista francés que integró el gabinete de Waldeck-Rousseau. Fue la primera vez que un socialista integró un gobierno burgués. Expulsado del partido, formó el Partido Socialista Independiente. Presidente de la República Francesa de 1920 a 1924
[4] Jean Jaurés (1859-1914): máximo dirigente del socialismo francés. Fundó el periódico L’Humanité en 1890. Después del asunto Dreyfus formó un bloque de socialistas y liberales para apoyar a Millerand en el gobierno burgués. Fuerte adversario del militarismo y la guerra, fue asesinado el 31 de julio de 1914. Su asesino fue absuelto por patriota.
[5] Mes Guesde (1845-1922): comunero, fundador del Partido Marxista Socialista de Francia y dirigente del ala marxista del Partido Social Demócrata Unificado. Se hizo socialpatriota cuando se declaró la Primera Guerra Mundial y entró a la coalición gubernamental
[6] Edouard Vaillant (1840-1915): socialista francés, se destacó en la Comuna de París. Fue amigo y discípulo de Blanqui. Uno de los organizadores, en 1905, del Partido Socialista Unificado y miembro del Buró Socialista Internacional de la Segunda Internacional. Activo antimilitarista antes de la guerra, se hizo socialpatriota al estallar ésta.
[7] Rene Viviani (1853-1925): político francés. Expulsado del PS en 1906, cuando entró en el gabinete de Clemenceau. Llamó a la santa unión y fue premier del gabinete de defensa nacional durante la guerra. En 1915 cayó su gabinete, y pasó a ser ministro de justicia.
Por Rosa Luxemburgo