Compartir el post "II – ¿Teoría de la revolución permanente o fantasías sobre revoluciones democráticas “objetivas”?"
Sorprende que ambas organizaciones –la LIT y la UIT– se reclamen “trotskistas”. Es que el marco “teórico” de sus elucubraciones sobre las “revoluciones democráticas triunfantes” (hasta hace poco en Medio Oriente y ahora en Ucrania) es lo opuesto por el vértice a la teoría de la revolución permanente, desarrollada por León Trotsky a partir de ciertos conceptos de Marx.[1]
Trotsky, a la luz de las experiencias en la primera oleada revolucionaria en Rusia (1905), formula una teoría cuyo centro de gravedad son los sujetos sociales y políticos. Es decir, las clases sociales y sus diversos sectores, sus organizaciones (partidos, sindicatos, etc.) y su conciencia política y social.
Veamos esto con un ejemplo concreto. En tal cual o cual país, puede haber situaciones y factores objetivos –miseria creciente, injusticias, gobiernos y regímenes opresivos, etc.–, que provoquen finalmente grandes estallidos de tales u cuales sectores sociales. Los inicios (inesperados) de las rebeliones de Medio Oriente, son un buen ejemplo del presente.
Pero, para que todo eso llegue a ser realmente una “revolución triunfante”, que imponga cambios políticos y sociales (régimen político, propiedad, etc.) que vayan más allá de medidas cosméticas, lo decisivo no serán esos elementos “objetivos”, sino los subjetivos. Es decir, la acción de los sujetos sociales y políticos, y su conciencia político-social.
Para entenderlo con el ejemplo de Ucrania. Un amplio sector del pueblo ucraniano (por lo menos en la región occidental de Ucrania) llegó a hartarse de las condiciones de vida cada vez peores y su contraste con la corrupción de Yanukóvich y su pandilla. Y con todo derecho y justificación, salieron a la calle a romper todo para tirarlo abajo.
Si esos sectores hubiesen tenido una cierta conciencia de clase y socialista, y hubiesen estado en partidos y organismos de masas correspondientes, su estallido habría generado un movimiento muy diferente, con la Maidan cubierta de banderas rojas.
Pero, en la conciencia de la gran mayoría de ellos, primaron inicialmente las ilusiones en los acuerdos con la Unión Europea (que Yanukóvich había rechazado). Además, una minoría juvenil pero muy combativa, que finalmente controló a la vanguardia de la pelea contra la policía, tenía (y tiene) otras cosas peores en la cabeza: se reivindica de la tradición del nacionalismo fascista, cuyo partido más “moderado”, Svoboda, ganó las últimas elecciones (en 2012) en varios de los oblast del extremo oeste del país, entre ellos el de la capital de Ucrania occidental, Lviv.
Entonces, que el nuevo gobierno sea una coalición de agentes de la Unión Europea, EEUU y oligarcas pro-occidentales, y una minoría de nazi-fascistas nostálgicos de los buenos tiempos de Hitler y Bandera, no es una casualidad inexplicable… ni de gente que se ha “encaramado” en el gobierno por milagro. O, mejor dicho, sólo es inexplicable para quienes han abandonado (o puesto patas arriba) la única teoría marxista de las revoluciones, la teoría de la revolución permanente, que esencialmente tiene que ver, insistimos, con la lucha entre los distintos sujetos sociales y políticos, un combate donde la conciencia y las ideologías juegan una papel esencial.
Por eso, para que los justificados estallidos y rebeliones (como el de Ucrania) se conviertan en verdaderas revoluciones políticas y sociales, es decisivo que ingrese al campo de batalla el sujeto imprescindible e irreemplazable: la clase trabajadora como clase independiente; o, como decía Trotsky, como “clase para-sí”. Es decir, como una clase que actúa a través de sus propias organizaciones políticas y de masas en función de sus intereses y los de todos los explotados y oprimidos.
El drama de Ucrania es que, como producto principalmente del desastre del stalinismo, su importante clase obrera y trabajadora demora en entrar políticamente en escena como fuerza independiente.(C.T.)
Socialismo o Barbarie, semanario, 13/03/2014