“Noruega está ligada a Suecia por lazos geográficos, económicos y lingüísticos no menos estrechos
que los lazos que unen a muchas naciones eslavas no rusas a los rusos. Pero la unión de Noruega
a Suecia no era voluntaria…” (Lenin, “El derecho de las naciones a la autodeterminación”,
Prosveschenie, abril a junio 1914, Marxists Internet Archive.)
Desde el comienzo de los acontecimientos, advertimos que iba a ponerse en cuestión la unidad nacional. Es que Ucrania, alertábamos, “arrastra una serie de diferencias regionales que pueden usarse de combustible para luchas fratricidas”… que es lo que está sucediendo.
Programáticamente, estamos por la unidad nacional de Ucrania. Pero necesariamente la unidad nacional debe ser voluntaria, como recalcaba Lenin en los debates sobre el derecho a la autodeterminación, polemizando con Rosa Luxemburgo. Esta clásica posición leninista es más válida y actual que nunca. Sobre todo en Europa, donde la crisis hace que no sólo Ucrania esté afrontando divisiones.
Así, en el otro extremo del continente, no estamos programáticamente a favor de la fragmentación de la Península Ibérica en un puñado de miniestados. Pero apoyamos incondicionalmente el derecho a la autodeterminación de los catalanes, los vascos, los gallegos, etc. Al mismo tiempo sostenemos que la mejor salida para los trabajadores y los pueblos del Estado español no es fragmentarse ni tampoco continuar bajo el régimen monárquico, sino unirse voluntariamente en una República Federal y Socialista.
En el caso de Ucrania, las tendencias centrífugas son aun más poderosas. No sólo por la fragmentación lingüística, que es importante pero no mayor que la del Estado español, por ejemplo. Desde sus orígenes, cuando la fundación de la Rus de Kiev (conocida también como la “Primera Rusia”) a fines del siglo IX y la conversión al cristianismo en el siglo X, ya la población al Este del río Dnieper y Kiev era principalmente rusoparlante y la situada al Oeste hablaba ucraniano en su mayoría. Acotemos que el ucraniano y el ruso son idiomas estrechamente emparentados, y que el hablante de uno de ellos puede entenderse con el del otro.
En un complejo curso histórico, el pueblo ucraniano de ambos idiomas fue despojado de un estado propio y repartido entre distintas potencias, la principal de ellas, el Imperio de los Zares, la “Segunda Rusia”, con capital en Moscú. El extremo oeste, la Galitzia con capital en Lemberg (hoy Lviv, en ucraniano), quedó en manos del Imperio Austro-húngaro hasta la Primera Guerra Mundial (1914-18). Agreguemos que el Imperio de los Zares mantuvo una política de “rusificación”, proscribiendo la lengua y la cultura ucranianas.
La Revolución Rusa de 1917 y la victoria en la guerra civil (que en buena medida se libró en Ucrania) abrió la perspectiva de un desarrollo libre e independiente del pueblo ucraniano, cuyo territorio había quedado en su mayor parte en manos de los soviets. Los bolcheviques se dieron una política opuesta a la de zarismo; es decir, aplicaron una política de “ucranización”, por así decirlo. Después de siglos de “rusificación” forzosa, la promoción del idioma y de la cultura ucraniana fue puesta en primera fila.
Pero el triunfo de la contrarrevolución stalinista, invirtió las cosas. Stalin y su burocracia volvieron a aplicar, corregida y aumentada, la “rusificación”… y a sangre y fuego. Mediante sucesivas “purgas” masacraron a los cuadros del PC ucraniano, acusados de “desviación nacionalista”. Por supuesto, no se trataba meramente de problemas “culturales” ni de idiomas, sino de la obediencia absoluta a Moscú en todo lo que dictase. En ese marco, el stalinismo, para imponer la colectivización forzosa del campo ucraniano, cometió un verdadero genocidio –el llamado “Holodomor”–, provocando la muerte por hambre de millones. Al mismo tiempo, contradictoriamente, en el Este del país, se desarrollaron obras monumentales de industrialización, que hizo de esa zona hasta el día de hoy la principal región obrera de Ucrania.
El cuadro internacional complicó aun más las cosas. Partes menores pero importantes del territorio ucraniano, habían quedado por fuera de la Unión Soviética. La principal de ellas era la Galitzia, que pasó a manos de Polonia después de la Primera Guerra Mundial. Allí se desarrollaron movimientos nacionalistas ucranianos de extrema derecha, que no sólo eran anticomunistas sino también antisemitas y antipolacos. Pero también en Galitzia existía un Partido Comunista de Ucrania Occidental que les hacía competencia… hasta que Stalin ordenó liquidarlo, acusado de… “desviación trotskista”.
La Segunda Guerra Mundial (1939-45) llevó a una polarización extrema que tuvo también expresión territorial. En el Oeste, especialmente en Galitzia, tuvo un gran peso la colaboración con el nazismo. Una división de las SS –la 14º SS “Galitzien”– se formó con voluntarios ucranianos. La OUN (Organización de Nacionalistas Ucranianos) y su brazo armado el UPA (Ejército Insurgente Ucraniano) también se plegaron a los nazis. Esas organizaciones participaron activamente en las masacres de judíos y polacos, y también de los ucranianos antinazis.
Sin embargo, gracias a los errores garrafales de Hitler, que quería una colonización directa de Ucrania –es decir, “a la antigua”, sin intermediarios “semicoloniales” como los nazifascistas de la OUN-UPA–, también se produjeron enfrentamientos de los nacionalistas con los alemanes. En este curso el UPA llegó posiblemente a tener 60.000 combatientes, y se mantuvo activo en el extremo Oeste incluso después de la Segunda Guerra Mundial, hasta principios de los ’50.
Pero, de conjunto, la política de colonización directa y opresión brutal del hitlerismo, fundamentada en una jerarquía racista donde los eslavos no estaban precisamente en los primeros escalones, produjo una lógica y arrasadora reacción defensiva de las masas. En Ucrania esto tuvo su máxima expresión en el Este “rusófono”, donde la guerrilla antinazi fue de masas, superando los 250.000 combatientes.
Esta diferenciación Este-Oeste, que el stalinismo y el nazismo –“estrellas gemelas”, como decía Trotsky– agravaron y envenenaron al extremo, hoy sigue en cierto modo presente, distorsionando los enfrentamientos políticos y sobre todo dificultando el surgimiento de alternativas políticas independientes, obreras y socialistas.[1]
En otro artículo, decíamos que la rebelión popular en el Este “se expresa con el ropaje distorsionado de las cuestiones nacionales-históricas”; en primer lugar, los terribles acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Pero también pesa el contradictorio curso de la Unión Soviética, que por un lado representa la barbarie stalinista, y por el otro la Revolución de 1917, la industrialización, el triunfo sobre el nazismo… Por eso, sobre todo en Este, hay una confusa pero indudable añoranza de la Unión Soviética.
No es casual, entonces, que en la rebelión popular del Este ucraniano ondeen banderas rojas con la hoz y el martillo… Sin embargo, su contenido político, su significado para quienes las agitan no es absolutamente claro (como por ejemplo, en 1917). Y probablemente tampoco debe ser claro para ellos mismos. Y junto a esas banderas hay también abundancia de banderas rusas y escudos con el águila imperial.
¿Pero acaso podría ser de otra manera, después de la terrible saga de revolución obrera, contrarrevolución burocrática, guerra mundial… y finalmente el derrumbe de la URSS, que los burócratas aprovecharon para llenarse los bolsillos y reconvertirse en burgueses, mientras los explotadores del mundo se unían para vociferar a coro sobre el “fracaso del socialismo”?
Pero con todas sus inevitables confusiones, hay hechos indiscutibles: mientras en el Este se ven banderas rojas con la hoz y el martillo en concentraciones que se hacen alrededor de la estatua de Lenin, en el Euro-Maidan se vieron las Wolfsangel (insignia de divisiones de las SS), los grupos de izquierda que intentaron estar presentes fueron violentamente expulsados y las estatuas de Lenin fueron derribadas. Algo debe significar todo esto.
Estas pesadas herencias del pasado (que hoy se combinan con los operativos de colonización de los imperialismos occidentales y sus disputas con Moscú) sólo pueden ser superadas en un sentido progresivo, en la medida que desde la clase trabajadora de toda Ucrania se desarrolle una alternativa política propia, verdaderamente socialista e independiente, tanto del eje Washington-Berlín como del Kremlin.
Hoy esto puede parecer una utopía. Pero en situaciones como las que vive Ucrania, especialmente con la rebelión en el Este, los activistas y las masas hacen más rápido sus experiencias.
[1].- Un reflejo de la “actualidad” de estos hechos históricos es que mientras en las ciudades del Este se conmemoran las fechas de liberación del nazismo, en Lviv hay desfiles en homenaje a la División SS Galitzien.
Por Claudio Testa, Socialismo o Barbarie, 15/05/2014