Compartir el post "Los referéndums en el Este votaron masivamente por la independencia"
“No sé si el federalismo será mejor que esto, pero peor no será. No quiero el regreso de Yanukóvich
ni quiero a los que están ahora en Kiev, lo que quiero es que aprendamos a autogobernarnos.”
(Declaración de una votante, en crónica de Pilar Bonet desde Sloviansk, El País, 11/05/2014[1])
Nadie puede dudar del devoto “occidentalismo” de diarios como El País de Madrid y sus periodistas. Pero el domingo pasado, como gran parte de la prensa y agencias de EEUU y la UE, debieron admitir a regañadientes que los referéndums en los oblasts de Donetsk y Lugansk tuvieron una concurrencia masiva. La AP (Associated Press), habla de “masivo respaldo a la secesión en los referéndums”[2]. La agencia EFE informa de que “con un 75% de participación, un 89% de los electores votó a favor de la independencia de Ucrania en el referéndum separatista en la región de Donetsk” y lo caracteriza como un “aplastante triunfo del ‘sí’ en las consultas”.[3]
Un elemento a subrayar en este cuadro es que en varios casos, como en Sloviansk, las votaciones se hicieron en lugares donde se cruzaban disparos entre los insurrectos del Este y las tropas enviadas por Kiev para reprimirlos. Algunos de los puestos de votación estaban instalados en barricadas, con las tropas de Kiev apostadas enfrente a poca distancia. Ir a votar no era un paseo de domingo.
Por su parte, el gobierno de Kiev y sus patrocinadores de Washington y Berlín, prefirieron esquivar el bulto al tema crucial del voto mayoritario en los referéndums. Sus argumentos sólo hablan de que esas consultas eran “ilegales” e “ilegítimas”… O sea: “la mayoría puede decidir una cosa, pero la ‘ley’ y la ‘legitimidad’ las dicto yo”. Estos campeones mundiales de la democracia sólo aceptan las elecciones en que la gente vota lo que ellos quieren.
La rebelión del Este y el éxito del referéndum en Donetsk y Lugansk ponen además en cuestión las elecciones presidenciales convocadas por Kiev para el domingo 25 de mayo. Tal como está la situación, en los oblasts de Donetsk y Lugansk sería imposible realizarlas, salvo un fulminante y sangriento aplastamiento militar de la rebelión.
Además, aunque sin llegar a la situación de esos oblasts, también en otras regiones y ciudades podría ser difícil una votación en condiciones “normales”. En Odesa, por ejemplo, la masacre realizada por los fascistas enviados por Kiev mediante el incendio de la Casa de los Sindicatos, donde medio centenar de personas fueron quemadas vivas, no calmó la situación. Por el contrario, horas después de eso, una multitud de manifestantes anti-Kiev asaltaba la comisaría donde estaban presos… no los nazis responsables de esta barbarie sino unos 70 sobrevivientes del ataque, y los liberó. El horror vivido en la Casa de los Sindicatos no los había intimidado. Cabe preguntarse, entonces, ¿qué pasará en Odesa el 25 de mayo?
Por supuesto, a la distancia, es difícil prever detalles. Sólo podemos advertir que no hay mucha posibilidad de elecciones “normales” en tan corto plazo.
El apoyo de Putin es como la soga que sostiene al ahorcado
Después del éxito del referéndum, los dirigentes de la República Popular de Donetsk (no que sepamos los de Lugansk) se dirigieron a Moscú “para pedirle que incorpore esta entidad a la Federación Rusa”.[4] Otros informes de prensa hablan más bien de “una iniciativa para unir a las dos repúblicas (de Donetsk y Lugansk)”[5], que no es exactamente lo mismo.
No sabemos si esto refleja las dos variantes programáticas que se expresan en la rebelión del Este ucraniano, la de un federalismo extremo (que incluiría también las áreas de relaciones exteriores, medidas económicas y comercio exterior) o la de la incorporarse directamente a la Federación Rusa.
Pero, sea como sea, la situación después del éxito del referéndum pone al rojo un equívoco muy peligroso para las masas sublevadas en el Este: que el sostén de Moscú a la rebelión del Este es como el de la soga que sostiene al ahorcado.
Esta peligrosa (y explicable) confusión se suma a otras, en una rebelión protagonizada principalmente por sectores obreros y plebeyos, pero cuya conciencia política y de clase se expresa con el ropaje distorsionado de las cuestiones nacionales-históricas. Las motivaciones sociales y de clase operan vistiendo esos “trajes” que en gran medida enturbian y desfiguran las cosas. Y en el Oeste de Ucrania sucede el mismo fenómeno, pero en relación al apoyo al gobierno reaccionario pro-imperialista de Kiev. En otro artículo desarrollamos esta cuestión.
Es importante aclarar los equívocos en relación a Rusia, porque además, mundialmente, hay amplios sectores en la izquierda –sobre todo en América Latina por obra del castrochavismo– que ven a Putin como más “progresivo” que los imperialismos occidentales.
Simétricamente, otros sectores de la izquierda, algunos lamentablemente del trotskismo europeo, se han comprado el “buzón” del Euro-Maidan, alineándose con la Unión Europea y dando la espada a la legítima rebelión popular del Este ucraniano. Para justificar esto, además de minimizar el rol de las corrientes nazifascistas, opinan que “el diablo se llama Putin” (y no Merkel u Obama, ni EEUU ni la sacrosanta Unión Europea). Pero sucede que Putin está en el papel de bombero y no precisamente de incendiario…
El sociólogo marxista ruso Boris Kagarlitsky, de larga trayectoria desde antes de la caída de la Unión Soviética, hace un detallado análisis de la pérfida política de Putin en su “apoyo” a la sublevación del Este.
“Desde el principio –advierte Kagarlitsky–, el Moscú oficial tomó una posición ambigua… Aun apoyando un movimiento dirigido contra el inamistoso gobierno de Kiev, está menos preparado para patrocinar una revolución popular, aunque su resultado sirviese para expandir el estado ruso. Los funcionarios del Kremlin no disfrutan con la idea de recibir como nuevos súbditos masas de gente rebelde que están organizadas, a menudo armadas y que han adquirido el hábito de la lucha activa por sus derechos. Esto es especialmente cierto en el contexto de una creciente crisis socioeconómica en Rusia misma. Las revoluciones a veces se exportan, pero hay pocos funcionarios que quisieran importar una.
“Moscú nunca ha querido conquistar Ucrania o desmembrarla. Esto no es así porque el Kremlin haya sido leal a los intereses de un estado vecino sino simplemente porque al liderazgo ruso le ha faltado cualquier plan estratégico… Dos circunstancias han exacerbado la situación. En primer lugar, se ha demostrado difícil consolidar los resultados conseguidos en Crimea… […] Una vez anexionada Crimea, la tarea principal de la diplomacia rusa fue defender la adquisición. Parte de esto suponía sacrificar los intereses del sudeste ucraniano. Pero la sociedad rusa… apoya masivamente a los insurgentes… y esto ha puesto al Kremlin en una situación muy difícil.
[…] En una situación así la política del Kremlin fue necesariamente ambigua y contradictoria, [como] cuando se firmó el acuerdo entre Rusia, Kiev y Occidente en Ginebra el 17 de abril. A primera vista todo parecía adecuado… Hubo llamamientos a la reconciliación, el desarme y las concesiones mutuas. Pero ya antes de empezar la reunión, el lado ruso renunció a demandar que representantes de Ucrania del Este fuesen parte en las discusiones… La delegación rusa en Ginebra presentó el punto de vista de algunas organizaciones del Este, específicamente, del Partido de las Regiones y otras estructuras oligárquicas. La República Popular de Donetsk, la única fuerza que une genuinamente a la población y controla la situación a nivel local, ni siquiera fue mencionada.
“El texto del documento resultante indicaba claramente que Moscú no se oponía a la liquidación de la República Popular de Donetsk: «Los pasos a cuya puesta en marcha hacemos un llamamiento son los siguientes: todas las organizaciones armadas ilegales deben ser desarmadas; todos los edificios ocupados ilegalmente deben ser devueltos a sus legítimos propietarios; y todas las calles, plazas y otros lugares públicos ocupados en todas las ciudades de Ucrania deben ser despejados».
“La idea principal del acuerdo de Ginebra, y que unió a los diferentes lados (Rusia, Occidente y Kiev), fue el rechazo a la República Popular de Donetsk… Hubo consenso sobre este punto que servía como base real del pacto. La subsección sobre el desarme de «formaciones ilegales» fue escrita de una forma calculada para adaptarse a las nuevas autoridades de Kiev. Formalmente, la subsección propone el desarme de ambos lados. Pero el gobierno de Kiev conserva su ejército, los servicios de seguridad y la Guardia Nacional. La República Popular de Donetsk no tiene formaciones armadas aparte de la milicia «ilegal».
“Aun más importante es la demanda de retirarse de los edificios ocupados y la eliminación de las barricadas en calles y plazas. Si esta cláusula se cumplía significaba la autoliquidación de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk y el retorno a las antiguas posiciones de los administradores nombrados por Kiev. Esto a pesar de que fueron precisamente estos nombramientos los que provocaron el levantamiento. Para gobernar a las provincias sud-orientales, Kiev nombró a oligarcas odiados por el pueblo, dando a estas figuras autoridad política además de su poder económico.
“Vale la pena señalar que este punto no fue compensado por ninguna concesión que lo equilibre. Nada se dice, por ejemplo, sobre el fin de las llamadas «operaciones antiterroristas» en el Este, ni se sugiere que las unidades militares de Kiev deban ser retiradas…
“En suma, Moscú firmó un acuerdo de capitulación del levantamiento a cambio de vagas promesas de empezar un proceso constitucional abierto e «inclusivo». ¡Y Moscú ni siquiera propuso conversaciones directas con los insurgentes!”[6]
Esta pérfida y cobarde política de Moscú continúa, aunque se esconda tras “demostraciones de fuerza” rimbombantes, como el gran desfile en la Plaza Roja del 8 de mayo, aniversario del triunfo sobre el nazismo, una fecha que sigue presente en el corazón del pueblo ruso.
Simultáneamente, el Kremlin hacía otra maniobra para acabar con las rebeliones en el Este, parecida a la de los acuerdos de Ginebra. El 7 de mayo, Putin pidió públicamente a los rebeldes de Donetsk y Lugansk “que aplacen el referéndum previsto para el 11 de mayo próximo».[7]
Al mismo tiempo que pedía así a los rebeldes del Este que se suicidaran, Putin “apoyó por primera vez la celebración de elecciones presidenciales en Ucrania el próximo 25 de mayo”.(cit.) Con amigos como estos, ¿quién necesita enemigos?
En resumen…
La situación no se estabiliza… En este contexto, la gente va haciendo su experiencia y sacando conclusiones. El deseo de la votante entrevistada, que citamos al inicio –“No quiero el regreso de Yanukóvich ni quiero a los que están ahora en Kiev, lo que quiero es que aprendamos a autogobernarnos”–, marca un rumbo independiente muy peligroso para los que quieren, de una u otra manera, terminar con las rebeliones en Ucrania… y seguir explotando tranquilamente a sus trabajadores.
[1].- Pilar Bonet, “Ira contra balas en el bastión rebelde”, El País, 11/05/2014.
[2].- “Ucrania: dos regiones se declaran independientes”, publicado en La Nación, 13/05/2014.
[3].- “Tras el referéndum, la UE impone nuevas sanciones”, EFE, publicado en La Nación, 12/05/2014 y “Rusia pide aplicar el plan de la OSCE para Ucrania”, EFE, publicado en La Vanguardia, 13/05/2014.
[4].- Pilar Bonet, desde Donetsk, “Los líderes rebeldes de Donetsk proponen la anexión a Moscú”, El País, 12/05/2014.
[5].- «Las repúblicas de Donetsk y Lugansk inician negociaciones para conformar un estado», RT, 13/05/2014.
[6].- Kagarlitsky, “Ucrania del Este, la lógica de una rebelión”, www.socialismo-o-barbarie.org, 01/05/2014.
[7].- “Putin apoya las presidenciales en Ucrania”, EFE, 07/08/2014.
Por Claudio Testa, Socialismo o Barbarie, 15/05/2014