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May - 23 - 2014

La siguiente nota es una aproximación a la situación en Libia, partiendo de reconocer las enormes dificultades que se derivan de estar a miles de kilómetros de los hechos, incluyendo la profunda barrera idiomática y cultural existente. Esto se ve agravado por falta de implantación de las corrientes marxistas revolucionarias en dicho país y en Medio Oriente en general, que hacen que toda la información que llega sea centralmente a través de los grandes medios periodísticos burgueses. Por lo tanto, todo análisis es aproximativo y con un fuerte carácter provisorio.

Por esta misma razón, han resultado ser algo delirantes las definiciones triunfalistas de algunas corrientes del trotskismo y la izquierda en general, que definían los acontecimientos en Medio Oriente como revoluciones democráticas ya triunfantes, sin tener la más mínima idea ni darle la menor importancia a quiénes eran realmente los sujetos sociales movilizados y enfrentados, su nivel de conciencia y organización política, sus programas, etc.

Lo peor es que con eso se daban por resueltos problemas y tareas a cumplir, como por ejemplo lograr que la clase trabajadora jugase un rol hegemónico y que organizaciones socialistas revolucionarias conquistasen influencia política. Lo inmensamente progresivo que han sido estos estallidos y rebeliones, no resuelve por sí mismo, automáticamente, la tarea de que lleguen a ser auténticas revoluciones político-sociales.

Comienza el “Operativo Dignidad”

El 16 de mayo, el general Heftar[1] comenzó el así llamado “Operativo Dignidad”, un ataque militar unilateral –es  decir, sin aprobación oficial del comando de las Fuerzas Armadas– contra las milicias islamistas que estaban apostadas en varios edificios estratégicos de la ciudad de Benghazi[2], y desde los cuales ejercían un control de hecho del poder en importantes zonas de la ciudad. Esto fue acompañado con un ataque contra el Parlamento libio (GNC por sus siglas en inglés) que está situado en la capital del país, Trípoli.

El ataque combinado en Benghazi-Tripoli terminó de destruir el frágil equilibrio de poder en el que se encuentra el país luego de la caída de Kadaffi. Esto introduce una dinámica que tiende hacia la reapertura de la guerra civil, esta vez entre dos sectores de los que vencieron en la guerra contra el ex dictador.

El antiguo régimen kadaffista murió, pero todavía no hay uno nuevo para reemplazarlo

Libia tiene (desde la destrucción del régimen kadaffista) un sistema parlamentario, por lo cual el gobierno es formado por quien tiene mayoría en el Parlamento. El Parlamento a su vez venía estando dividido permanentemente desde su formación en dos alas, un ala islamista y un ala laica-“moderada” (formada por partidos liberales pro-imperialistas). En diferentes momentos, fue predominando una u otra, y el gobierno resultante reflejó esa relación de fuerzas, dando lugar a una fuerte inestabilidad política.

Esto se combina a su vez con la enorme debilidad de las Fuerzas Armadas nacionales, que no lograron reconstruirse desde la destrucción de las FFAA kadaffistas. El poder militar real está en manos de milicias de todo tipo y color que proliferaron como hongos durante la guerra civil, se hicieron con enormes arsenales saqueados del viejo ejército, y que controlan de hecho gran parte del país.

Estas milicias reflejan distintas tendencias políticas y diferentes lealtades regionales y étnicas. Esto es reflejo y al mismo tiempo causa, de que no exista todavía un auténtico “consenso nacional” sobre la correlación de fuerzas entre las distintas regiones y ciudades a la hora de configurar el sistema institucional nacional. De conjunto, por lo tanto, no existe en Libia desde la caída del régimen de Kadaffi un auténtico Estado nacional, sino diferentes instituciones más o menos fallidas y una miríada de poderes fragmentarios.

Sobre esta base se viene dando en los últimos meses un fuerte deterioro de la situación política, económica y social, de la que forman parte también los atentados islamistas contra las Fuerzas Armadas y los políticos “laicos”, una creciente anarquía en el control territorial, etc. Esto llegó al punto de plantear una fuerte crisis de hegemonía, de legitimidad, de régimen, etc.

En este marco, hace unos meses se realizaron enormes movilizaciones populares exigiendo la disolución del Parlamento (dominado en ese momento por las fuerzas islamistas), ya que el mandato de los congresales está vencido y aún no se realizaron nuevas elecciones.

El país se dividió en dos: por un lado, los que querían  la disolución del Parlamento, entre quienes se encuentran centralmente las fuerzas “laicas” y moderadas, gran parte de las fuerzas sociales del Este del país (Benghazi y toda la región petrolera), y ciertas milicias regionales (de la ciudad de Zintan). Del otro lado, los que defendían la continuidad del Parlamento: los islamistas y las milicias de Misratah (la tercera ciudad más grande del país). Ya en ese momento el equilibrio político quedó pendiendo de un hilo.

Ante esta situación, hubo en ese momento un «anuncio» de golpe de Estado que nunca llegó a concretarse por parte del general Heftar (el mismo general que hoy comenzó su ofensiva contra las milicias islamistas), montándose sobre el sentimiento popular contra el Parlamento.  La crisis política siguió su curso y el país quedó varios meses ante un vacío de poder y la imposibilidad de ninguna fracción de establecer su hegemonía y formar gobierno de manera duradera.

El “Operativo Dignidad”: intento bonapartista de establecer un nuevo régimen “fuerte”

Es en este marco que Heftar intentó hace unos días romper ese impasse tomando la iniciativa de desalojar militarmente a las milicias islamistas y de atacar al Parlamento,  logrando ambas medidas catalizar sentimientos ampliamente populares y por lo tanto ganar un gran apoyo en la población y en amplios sectores de las Fuerzas Armadas (especialmente dado los atentados que estas vienen recibiendo por parte de los islamistas).

Como respuesta defensiva, el gobierno libio decidió «suspender» al Parlamento y gobernar a través del Poder Ejecutivo. Las Fuerzas Armadas se dividieron, y cada vez más sectores toman partido por los dos bandos enfrentados: de un lado, los partidarios de Heftar, cuyo programa en última instancia es aplastar a las milicias islamistas, desarmar a las milicias en general y conformar unas FFAA centralizadas y profesionales en el marco de un estado relativamente “laico”. Del otro lado, el actual gobierno, los islamistas de todo tipo y color (desde los Hermanos Musulmanes hasta Al Qaeda), y todo un conglomerado social difícil de definir.

El general Heftar encarnaría en Libia el mismo lugar político que en Egipto ocupó el general al-Sisi, que encabezó en ese país un golpe de Estado contra los islamistas montándose en la creciente rebelión popular que existía contra su gobierno.

Su discurso pone el eje en la “defensa de las Fuerzas Armadas frente al terrorismo”, haciendo una amalgama entre una defensa y legitimación reaccionaria de las instituciones del Estado burgués, y el legitimo repudio popular a la tendencia de los islamistas a imponer sus puntos de vista retrógrados al conjunto de la población.

Al mismo tiempo, contiene tendencialmente el rol de futuro gobierno bonapartista, que pueda arbitrar entre las distintas facciones en pugna (regionales, políticas, etc.) y superar de esa manera la crisis de hegemonía y de régimen, a través de la mano firme del Ejército.

La declinación regional del “islam político”

Todas estas cuestiones son parte de una situación que atraviesa toda la región, donde el islamismo en la mayoría de sus variantes parece estar retrocediendo en cuanto al nivel de apoyo popular que había cosechado al inicio de la “Primavera Árabe”. En su lugar, ganan impulso las tendencias de tipo laicas o «moderadas» –con dirigencias burguesas y pro-imperialistas en la casi totalidad de los casos–. En muchos de ellos, inclusive, se trata de los viejos aparatos nacionalistas burgueses que fueron cuestionados por las rebeliones populares.

Esto último tiene como base material que las masas que en toda la región se despertaron a la vida política luego de la «Primavera Árabe», ya hicieron su experiencia con los islamistas, tanto en el gobierno (Tunez, Egipto, Turquía, en menor medida Libia) como en la oposición (Siria), y alcanzaron a decepcionarse profundamente con ellos.

Es sobre este sentimiento popular que se monta la ofensiva «moderada» de los sectores burgueses laicos y de la contrarrevolución de los viejos aparatos nacionalistas burgueses, intentando contraponerlo a la «Primavera Árabe» para revertirla y volver al viejo statu quo, para volver a imponer el viejo predominio militar y la vieja correlación de fuerzas entre las potencias de la región.

La pelea por la hegemonía regional: Arabia Saudita versus Qatar

Todo esto se ve atravesado simultáneamente por un fuerte conflicto, que se inició con la Primavera Árabe, alrededor de cuál va a ser la potencia regional que consiga la hegemonía geopolítica en el Medio Oriente sunnita[3].

La disputa actualmente se da entre dos ejes: por un lado, quien venía siendo hasta unos años atrás el líder indiscutido en la región, Arabia Saudita (alrededor del cual orbitan varios de los Estados del Golfo, como los Emiratos). Por otro lado, el de las “potencias regionales emergentes” que le comenzaron a disputar la hegemonía: el eje Qatar-Turquía.

Los sectores dirigentes de Qatar y Turquía apoyan a los movimientos del «islam político», tipo Hermanos Musulmanes. Son movimientos que utilizan las instituciones de la democracia burguesa para imponer preceptos de la Ley Islámica.

Luego de la Primavera Árabe dichos movimientos empezaron un ascenso muy fuerte gracias a que  dirigen movimientos de masas (basados en el trabajo político, religioso y comunitario-asistencial a gran escala) en todos los países de la región, que les permitieron grandes triunfos electorales en Egipto y en Túnez y una fuerte presencia en los parlamentos de otros países. La Primavera Árabe fue, por lo tanto, una oportunidad enorme para los HHMM de convertirse en la fuerza política hegemónica en la región, y por lo tanto, una gran oportunidad para Qatar y Turquía de desplazar a Arabia Saudita y ocupar su lugar.

Arabia Saudita, en cambio, vio esto como una doble amenaza, porque por un lado implicaba aceptar las reglas del juego de la democracia burguesa y legitimar la Primavera Árabe (cristalizando la correlación de fuerzas que resultó de ella), lo cual significa una amenaza para el statu quo político de toda la región y de su propia monarquía, y por otro lado porque implicaba que potencias hasta el momento secundarias le disputan la hegemonía regional y podían finalmente desplazarla. El resultado es que Arabia Saudita se lanzó a la «caza de brujas» contra el “islam político” en toda la región, apoyando el golpe de Estado en Egipto, declarando a los Hermanos Musulmanes «organización terrorista», cortando las relaciones con Hamas en Palestina, congelando su relación con Qatar, etc.

Visto en esa perspectiva, se entiende que la “guerra civil” que parece recomenzar en Libia se ve atravesada por el enfrentamiento más general entre las potencias regionales por la hegemonía, y entras las distintas fracciones burguesas y pro-imperialistas que quieren ocupar el lugar de los viejos regímenes derribados por la Primavera Árabe.

La necesidad de una política independiente

La situación actual en Libia es por lo tanto un conflicto entre dos sectores que tienden a enterrar, cada cual a su modo, las aspiraciones de la “Primavera Árabe”. Ni el bonapartismo pro-imperialista de Heftar, ni el islamismo (también neoliberal y también pro-imperialista) de los Hermanos Musulmanes y de Al Qaeda son ninguna salida progresiva para los explotados y oprimidos de la región.

Las aspiraciones a una verdadera “democracia” y una auténtica “justicia social” sólo se puede lograr con una política independiente frente a los grandes aparatos burgueses, sean liberales, nacionalistas o islamistas. Es a esta perspectiva que tenemos que apuntar los socialistas revolucionarios.

 


[1].- Ex-agente de la CIA y líder de una de las facciones militares conocida como «Ejército Nacional Libio», fue uno de los protagonistas de la guerra civil iniciada en 2011 contra Kadaffi.

[2].- Esta ciudad fue la capital del la rebelión y levantamiento armado de 2011. Es la segunda ciudad más importante del país –en términos de población y economía- y es  la capital de toda la zona oriental del país (productora de petróleo). Desde el triunfo contra Kadaffi es prácticamente la “capital no oficial” del país.

[3].- Cuestión aparte es el “mundo” del Islam chiita, al que pertenecen Iran, Irak e importantes minorías en Siria, Libano, etc.

Por Ale Kur, para Socialismo o Barbarie, 23/05/2014

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