La mayor parte de los analistas han sabido comprender la génesis de las grandes manifestaciones de estas últimas semanas en Brasil. Fue el aumento de las tarifas de los transportes lo que desencadenó la ola de protesta nacional en la mayor parte de las grandes ciudades que deberían acoger los partidos de la próxima Copa del mundo de fútbol en 2014.
Le siguió una cascada de reivindicaciones alrededor de la salud, la educación, contra las privatizaciones, contra la represión, globalmente por la defensa de los servicios públicos, puestos todos en cuestión por el gobierno de Dilma Rousseff y de sus amigos del Partido de los Trabajadores (PT). El “océano de rosas” sobre el que creía navegar Lula se ha transformado en una inmensa masa de espinas.
Sin embargo, entre esos análisis, faltan elementos que nos parecen decisivos para no solo analizar los resortes específicos de las manifestaciones en curso sino también para comprender la calidad intrínseca de las reivindicaciones: el papel político del fútbol como fenómeno de aplastamiento de las conciencias, el poder nefasto de los estadios como lugar de despolitización masiva, la urbanización deportiva de las ciudades como nuevo entorno, en fin la estrategia dictatorial de la FIFA bajo la dirección de una burocracia que impone sus Diktats.
El 28 de marzo de 2012, tras una larga batalla parlamentaria, el estado brasileño acabó por aceptar la “Ley Geral da Copa” puesta en pie por la FIFA. Esta “Ley General de la Copa” impone días festivos a las ciudades huéspedes cuando se producen los partidos del equipo de Brasil, disminuye el número de plazas y aumenta su precio para el público popular, y autoriza las bebidas alcohólicas en los estadios. La prohibición legal de su venta en los recintos brasileños es levantada para preservar el jugoso contrato de la Federación Internacional con la multinacional Anheuser-Busch, fabricante de la cerveza Budweiser, uno de los principales patrocinadores de la competición.
Esta “Ley General” declara la exención de impuestos y de cargas fiscales de las empresas que trabajan para la Copa (entre ellas las que remozan y construyen los estadios), prohíbe (art. 11) la venta de toda mercancía en los “lugares de competición oficial, en su entorno inmediato y en sus principales vías de acceso” y penaliza (art. 23) a los bares que intenten retransmitir los partidos o que hagan promoción de ciertas marcas. Considera en fin como crimen federal todo ataque a la imagen de la FIFA o a sus patrocinadores así como la publicidad llamada “de emboscada” o “de intrusión” que utilizaría sin autorización toda imagen ligada a la competición o al fútbol en general.
A fin de aplicar lo más rápidamente posible las sanciones –de la simple multa a penas de dos años de prisión– la FIFA desea imponer tribunales de excepción durante la Copa del Mundo. Sin embargo, este tipo de medidas es contraria a la Constitución brasileña de 1988. En efecto, ésta esipula, como en la mayoría de los países desarrollados, que no pueden existir justicia y tribunales de excepción y que la justicia debe ser la misma para todos. La inconstitucionalidad de estas propuestas no parece sin embargo paralizar a la FIFA que pretende reiterar lo que había puesto en pie durante la Copa del Mundo de Sudáfrica de 2010, es decir, la creación de 56 “tribunales de Copa”.
La FIFA pretende tener una impunidad completa para todos los perjuicios causados a los individuos, a las empresas e instituciones durante la competición. El estado federal brasileño tendría por tanto la responsabilidad por “todo tipo de daños resultantes de todo tipo de incidente y accidente de seguridad relacionado con los acontecimientos”. Así, podría verse llevado a pagar a la FIFA y sus socios comerciales en caso de atentados, accidentes resultantes del crimen organizado, catástrofes naturales, etc.
Por medio de esta Ley General de la Copa, la FIFA, igual que el CIO (Comité Olímpico Internacional) por otra parte, es pues capaz de imponer su ley inicua al país que acoge las manifestaciones deportivas. La FIFA no deja de recordar que no es la demandante sino que ha sido Brasil quien se ha ofrecido a la competición mundial acentuando así la presión. ¡El “Derecho” de las federaciones deportivas se impone así a los derechos nacionales sin provocar la indignación de los responsables políticos!
Pero, incluso frente a la máquina compresora de la FIFA, los reportajes televisados no pueden evitar mostrar numerosos manifestantes hostiles a la Copa del Mundo de fútbol:
“No vengáis a ver la Copa” es uno de los eslóganes más a menudo repetidos por los manifestantes que ponen en cuestión la Copa del Mundo de fútbol porque comprenden que engendra una inmensa especulación (las empresas del BTP reclaman continuamente aumentos al estado), que provoca la expulsión de miles de familias, que arrasa las casas y barrios –y no solo favelas– para asegurar el paso de autopistas que unen el aeropuerto al nuevo estadio (Castelao). Es ni más ni menos que una verdadera limpieza social y urbana en nombre del éxito de la Copa.
La inmensa resistencia actual parece indicar un nuevo nivel de toma de conciencia respecto al futbol, ese opio del pueblo que el pueblo brasileño parece apreciar mucho menos en los tiempos que corren. Así, el rey Pelé es el blanco privilegiado de los manifestantes tras haber declarado que “vamos a olvidar toda esta confusión que ocurre en Brasil y vamos a pensar que la selección brasileña es nuestro país, es nuestra sangre”.
Los brasileños tampoco han apreciado mucho la altivez de Jerôme Valcke, el secretario general de la FIFA, que exhortaba el pasado año a Brasil a “darse una patada en el culo”. La expresión ha resonado en los oídos de los organizadores brasileños como un insulto.
Es cierto que ese burócrata, debido a su arrogancia, no es la primera vez que se pasa. Hace unos meses hacía unas declaraciones por lo menos curiosas: “Voy a decir algo un poco loco, pero un menor nivel de democracia es a veces preferible para organizar una Copa del Mundo. Cuando a la cabeza de un estado se tiene a un hombre fuerte que puede decidir, como podrá quizá hacerlo Putin en 2018, es más fácil para nosotros, los organizadores, que en un país como Alemania en el que hay que negociar a varios niveles”. ¡Un gran humanista este Valcke!
El presidente de la FIFA, Sepp Blatter (miembro igualmente del COI), no se ha quedado atrás y ha apoyado las declaraciones de su secretario general puesto que afirmó que la Copa del Mundo de 1978 en Argentina, había sido “una forma de reconciliación del público, del pueblo argentino, con el sistema, el sistema político, que era entonces un sistema militar”, a la vez que se felicitaba del éxito de su organización.
Hay que recordar que la competición tuvo lugar a pesar de numerosos llamamientos al boicot, por ejemplo en Francia, mientras el país vivía bajo el yugo del régimen sanguinario del general Videla, recientemente fallecido. Los miembros de las organizaciones sindicales y de partidos de izquierda que eran salvajemente torturados a unos pocos centenares de metros del estadio, en la siniestra Escuela Superior de Mecánica de la Armada, sabrán apreciar –los que aún vivan– las palabras del presidente Blatter. Pero entonces el pueblo argentino ovacionaba a sus ídolos de fútbol sin comprender que permitía a la dictadura asentar un poco más su régimen.
Hoy, Joseph Blatter se equivoca cuando afirma que “el fútbol es más fuerte que la insatisfacción de la gente”. Pero Romario tiene razón cuando dice que “el verdadero presidente de Brasil se llama FIFA”.
Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur
[1].- Profesor en la Universidad de Nanterre. Autor de « Le Sport barbare – Critique d’un fléu mondial ».
[2] .- Profesor en la Universidad de Orleans.
Por Marc Perelman[1] y Michel Caillat[2], marcperelman.com/hic-et-nunc, 02/05/2014