Nos lo presentaban como alguien que suscitaba el entusiasmo del pueblo. Había anunciado que respondería a su llamada (pero no había explicado entonces porqué tenía necesidad de presentarse a las elecciones). Nos habían enseñado pasteles con su foto y pins con su imagen. No había juzgado oportuno hacer campaña personalmente y, en sus pocas apariciones en la televisión, su mensaje se había resumido a la idea de que Egipto tenía necesidad de un hombre fuerte, él (David D. Kirkpatrick, “Egypt’s New Strongman, Sisi Knows Best”[1], The New York Times, 24/05/2014), que la democracia no estaba de actualidad. En una palabra que los egipcios no eran adultos. La televisión, pública y privada, le daba incienso. Hasta tal punto que ha debido acabar por creer en sus propios discursos: el “pueblo” le amaba.
El primer día de las elecciones, el tono de los medios era el mismo: optimismo y unanimidad. Luego, por la noche, tuvieron que rendirse a la evidencia: la gente no se apretujaba ante los colegios electorales. Cambio de tono el segundo día, como si a los responsables les hubiera dado un ataque de pánico pues no estaban preparados para una eventualidad así. Y lo impensable se ha producido: los adalides de Abdelfattah Sissi en la pequeña pantalla han perdido su sangre fría y han comenzado a insultar a los abstencionistas.
La web Madamasr, cuyo profesionalismo y valentía durante esta campaña presidencial hay que subrayar, ha dado cuenta de este pánico (Mostafa Mohie, “Pundits wring hands over low voter turnout”[2], 27 mayo). Así, un periodista ha calificado a quienes no iban a votar de “traidores” y otro ha afirmado que una baja participación significaba la vuelta de Mohamed Morsi al poder.
Este pánico se ha traducido en varias decisiones: hacer del segundo día de las elecciones un día festivo; cerrar un cierto número de grandes centros comerciales; demandar al sector privado dejar a sus empleados ir a votar, anunciar que quienes no votaran deberían pagar 500 libras egipcias de multa y podrían acabar en los tribunales.
La medida más espectacular ha sido la prolongación del escrutinio una jornada. Una medida que la mayor parte de los expertos consideran ilegal. Pero ¿quién se interesa por la legalidad en Egipto? Ciertamente no Catherine Asthon (Pierre Jalin, “La coupable bienveillance de l’Union européenne”[3],OrientXXI, 21 mayo). En otro artículo de Madamasr, “Experts say vote extension is illegal” (28 mayo)[4], Mai Shams El-Din subraya que numerosos expertos han afirmado que esta decisión estaba en contradicción con el artículo 10 de la ley sobre la elección presidencial, que demanda la publicación por adelantado de una decisión así en el Boletín Oficial. El pretexto planteado por la comisión electoral -la ola de calor habría impedido a la gente acudir a votar- era evidentemente ridículo para cualquier observador serio.
El tercer día de las votaciones, el gobierno anunció otras medidas para facilitar la participación, en particular la gratuidad de los transportes para quienes querrían volver a la ciudad o pueblo en el que estuvieran inscritos en las listas electorales. Al mismo tiempo, el tono de los medios oficiales cambiaba, al comprender hasta qué punto desacreditaban el proceso electoral. Comenzaron a afirmar, sin prueba alguna, que la tasa de participación había superado el 35%, antes de subir, con una hermosa unanimidad, ese porcentaje a más del 40%, lo que es difícilmente creíble.
Incluso si el mariscal ha logrado el 90% de los sufragios expresados, es evidente que su legitimidad ha quedado tocada. El que las papeletas nulas hayan sido más numerosas que las favorables a su opositor Hamdin Sabbahi es también un signo del rechazo de los electores a la falsa elección que les era propuesta. Y los veinte millones de votos que pretende haber obtenido tienen que ver sin duda alguna con una manipulación.
Las causas del rechazo y de la abstención son múltiples: El boicot decidido por los Hermanos Musulmanes y sus aliados; la negativa de un gran número de jóvenes a ir a votar (Alexia Underwood, “In pro-Sisi Mansoura, embittered youth avoid the polls”, Madamasr, 27 mayo[5]) ; la conciencia de numerosos egipcios de la tentativa de una vuelta al orden que rechazaron masivamente en enero-febrero de 2011.
“El ídolo ha caído antes incluso de convertirse en Dios”, han afirmado[6] siete organizaciones de juventud. Tienen razón. Estas elecciones que debían firmar el fin del proceso revolucionario muestran al contrario la dificultad de las fuerzas del antiguo régimen para volver al orden antiguo. Un optimismo mesurado que favorece la lectura del último número de Manière de voir, “L’Egypte en mouvement”[7], que ya está en los kioscos.
Traducción de Faustino Eguberri para Viento Sur, 30/05/2014
[1].- http://www.nytimes.com/2014/05/25/world/middleeast/egypts-new-autocrat-sisi-knows-best.html?_r=0
Por Alain Gresh, Le blog du Le Monde diplomatique, 29/05/2014