Compartir el post "La caída de Mosul pone a Irak al borde de su fragmentación como Estado unitario"
¿Cómo es posible que todo un cuerpo de Ejército, compuesto por más de 50.000 hombres, con apoyo de helicópteros artillados y carros de combate se desintegre en 48 horas dejando a Mosul, la segunda ciudad de Irak, en manos de los yihadistas? Esta es “le pregunta del millón” para la que hay respuestas de todos los gustos.
Algunos se refieren a la falta de cohesión y profesionalidad del Ejército iraquí; otros a la inexistencia de una fuerza aérea que habría impedido la aproximación de las columnas yihadistas a la ciudad; otros al ímpetu, movilidad y capacidad de fuego del Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL), y hay, en gran número, quienes apuestan por un plan maquiavélico para, abandonando sus posiciones, poner en evidencia la necesidad de un Gobierno fuerte y centralizado, tal y como defiende el todavía primer ministro Nuri al Maliki.
Pero la sorprendente caída de Mosul tiene también como trasfondo político la larga y cada vez más profunda división del país en tres zonas totalmente diferenciadas: las regiones suní y kurda, cada una de ellas, aproximadamente, con un 25 por ciento del territorio y de la población, y el Irak chií, que, además de la capital, domina todo el territorio al sur de Bagdad.
El mandatario chií –tras las elecciones del 30 de abril, primer ministro en funciones- ha intentado durante sus ocho años en el Poder restablecer la idea, mantenida a sangre y fuego por Sadam Husein, de un Irak unitario, con unas fuerzas armadas bajo mando único (chií), capaz de garantizar la seguridad para toda la población.
Pero, en la práctica, esta concepción del Estado no ha funcionado. En el Kurdistán, el Ejército de peshmergas (combatientes kurdos; literalmente “quienes caminan ante la muerte”) solo obedecen órdenes del Gobierno autónomo de Arbil. Por lo que se refiere a las tres provincias mayoritariamente suníes –Anbar, Nínive (Mosul) y Salahadin-, Maliki ha forzado el despliegue de tropas mandadas por chiíes y ha abandonado la anterior estrategia norteamericana de defender el territorio con milicias populares dirigidas por líderes locales y jefes tribales.
La primera y grave consecuencia ha sido enviar al paro a miles de jóvenes milicianos que, privados de los sustanciosos ingresos que recibían, se han unido a la contestación generalizada de la población contra un Gobierno corrupto que solo invierte en el sur, cuando no han engrosado las filas de las organizaciones yihadistas.
Otra de las consecuencias es que el Ejército regular ha actuado como si se tratara de una fuerza de ocupación, reprimiendo con extrema dureza las protestas populares y dejando, como ocurrió en el caso de Hawiya, un reguero con decenas de manifestantes muertos.
Por lo que se refiere a los kurdos, Maliki se ha empeñado, durante estos ocho años, en que “pasen por el aro” en dos espinosos asuntos. El primero es su negativa al despliegue de los peshmergas en comarcas de Mosul, Kirkuk y Kanaquín, habitadas mayoritariamente por kurdos. Aunque la excusa para el despliegue es proteger a sus paisanos de los grupos yihadistas, Maliki siempre ha temido, con razón, que ese era el primer paso para su anexión “de facto” a la región del Kurdistán.
El otro contencioso es la prohibición de vender petróleo sin su consentimiento a través de los oleoductos de Turquía cuando el Gobierno central no puede hacerlo precisamente por la amenaza yihadista. Esta actitud ha provocado la ridícula situación de que dos petroleros cargados con crudo extraído del Kurdistán navegan sin rumbo fijo ya que Bagdad amenaza con denunciar al Gobierno que autorice las operaciones de compra-venta.
Es cierto que en los comicios del pasado 30 de abril, Maliki consiguió tantos diputados como hace cuatro años pese a que varios partidos chiíes abandonaron la coalición Estado de Derecho que él dirige y presentaron listas propias. Un triunfo indudable que seguro se debe a su discurso de preservar la seguridad y la unidad de Irak.
Pero hasta ahí llega la buena estrella que ha guiado a Nuri al Maliki durante estos ocho años. Los resultados electorales presentan un país dividido claramente en tres partes. En cada una de ellas se ha votado a listas étnica o confesionalmente homogéneas; solamente en la provincia de Diyala, a caballo entre las tres, se puede hablar de cierta diversidad política.
Se da la circunstancia de que si Maliki ha “barrido” en las provincias chiíes, en las suníes han ganado quienes se oponen a que renueve su tercer mandato, en concreto la coalición Mutahidun, liderada por los hermanos Athil y Osama Nujaifi, gobernador de Mosul y presidente del Parlamento, respectivamente.
Ambos defienden que los suníes gocen de una autonomía semejante a la de los kurdos, controlando sus propias fuerzas de seguridad y sus recursos económicos. Ambos son, momentáneamente, los principales perdedores de la crisis de Mosul, de donde son originarios, y ambos mantienen la teoría de que Bagdad ha dejado caer Mosul en manos de los yihadistas para forzar su apoyo al tercer mandato de Maliki.
Ahora Maliki, desbordado y paralizado por el avance yihadista, necesita tanto a suníes como a los kurdos para restablecer el orden, pero ni unos ni otros lo aceptarán sin las concesiones que hasta ahora ha rechazado.
En Irak cada vez se habla más de una confederación de tres Estados en un mismo marco territorial, lo cual pulveriza a Irak como Estado unitario pero, al menos, impide su fragmentación en tres Estados independientes.
Por Manuel Martorell, Cuarto Poder, 13/6/2014