“Todos nos alegramos con lo de Crimea. Pensamos que por fin íbamos
a volver a la Unión Soviética y terminar con estos 23 años, que
no nos han traído más que una televisión a color y un teléfono celular,
pero vivimos peor que antes. No hay gasa en el hospital, tenemos
que llevar nuestras sábanas, trapos para limpiar y desinfectantes,
no podemos ir de vacaciones ni siquiera
al mar de Azov, que está a una hora de aquí.”
(Irina, trabajadora en una estación de salud en Donetsk)”
Kiev.– El amplio triunfo de Petro Poroshenko en las elecciones ucranianas le da legitimidad al gobierno y lo convierte en un interlocutor válido para Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea, pero profundiza el abismo abierto en el oriente, donde cerca de cinco millones de electores de las regiones de Donetsk y Lugansk –sobre un total de 35 millones–, no participaron de los comicios. El nuevo presidente deberá hacer frente al principio de una guerra civil, con una economía en quiebra y un país que se debate entre su pasado soviético y las promesas de un futuro feliz en la Unión Europea y la OTAN.
Poroshenko, cuya fortuna es estimada por Forbes en 1300 millones de dólares y es el séptimo hombre más rico de Ucrania, pasó por los gobiernos de orientaciones opuestas de Víctor Yanukovich y de Víctor Yuschenko. Dueño de un imperio que incluye la fábrica de chocolates Roshen, así como el Canal 5 de televisión, se ganó un lugar durante las protestas en la plaza Maidán de comienzos de año, como resultado de lo cual fue obteniendo una popularidad que le permitió colocarse primero en la carrera presidencial.
Apenas elegido, prometió un diálogo con el oriente, pero llamó “terroristas” y “somalíes” a los separatistas, aseguró que continuará la operación antiterrorista, pero que solo deberá durar horas, se manifestó dispuesto a negociar con Rusia, anunció elecciones parlamentarias anticipadas, pero rechazó las exigencias de federalización realizadas por una parte del país. Por su parte, el gobierno ruso aceptó el resultado y el canciller Serguei Lavrov señaló que “no se debe perder la oportunidad de establecer un diálogo respetuoso”.
Maidan y anti-Maidan
Caminar por la avenida Kreshatik hacia la plaza Maidan es como atravesar un campo de guerra: las carpas verdes clavadas en el pavimento con barricadas de llantas y hombres en trajes de camuflaje con cascos, palos y escudos metálicos; mujeres que desde hace cinco meses cocinan el típico borsch ucraniano para una diversidad de grupos armados, como el Sector de Derecha, del conocido Dmitro Yarosh, las autodefensas de Maidán, chechenos, excombatientes de Afganistán de la época soviética. En medio de tantos símbolos militares, flamean banderas de Ucrania, Estados Unidos y la Unión Europea, y una enorme foto de Stepan Bandera, el líder ucraniano que combatió al lado de las tropas fascistas en la Segunda Guerra Mundial.
Este es un esqueleto de lo que fueron las enormes manifestaciones de la plaza Maidán entre noviembre y febrero contra el corrupto e impopular régimen de Víctor Yanukovich, ahora convertido en un paseo turístico donde los tanques se adornan con globos de colores y las mujeres con las típicas guirnaldas ucranianas se toman fotos frente a ellos.
En el oriente del país, los tanques no tienen flores. Allí se libra el comienzo de una guerra civil entre los separatistas prorrusos de las repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk, ahora unidas en una nueva formación llamada Novorossia. El día siguiente de las elecciones fue de luto: en los combates por el control del aeropuerto entre los separatistas de la República Popular de Donetsk y las fuerzas de Kiev, murieron más de treinta personas. Hasta ahora, los combates se habían realizado en pueblos cercanos, pero no en el corazón de esta ciudad industrial y minera de un millón de habitantes, capital de una región de cinco millones de personas, la segunda después de Kiev.
En el centro de la ciudad, el edificio de la administración regional que ahora es sede de la República Popular de Donetsk, entran y salen hombres armados de Kalashnikovs, hay médicos de guardia, carpas donde mujeres venidas de distintos pueblos de la región juntan fondos para los voluntarios.
Maidán y Donetsk reflejan un país dividido, en medio de una catastrófica crisis económica: las regiones del centro y occidente que sueñan con ingresar en la Unión Europea como salida a la crisis, y las regiones del oriente y parte del sur, que sueñan con volver a la Unión Soviética. Por eso, lo que para Kiev son los terroristas separatistas apoyados por la invasión rusa, en Donetsk son los “banderistas” fascistas de Kiev que envían a sus grupos armados paramilitares contra población indefensa. Lo que en Kiev es la esperanza de la salvación europea, en Donetsk es la esperanza de la salvación rusa.
Un país en quiebra
Ucrania está en quiebra. De los países del espacio postsoviético, ha sido uno de los que se desempeñó peor en materia económica, con un crecimiento prácticamente nulo en los últimos 23 años, según el FMI. Para Volodimir Sidenko, del Centro Razumkov, “hay un gran agujero fiscal que comprende no solo el déficit sino la sobreestimación de los ingresos, las pérdidas de la seguridad social, la desaparición de fondos, el déficit de Naftogas (la empresa estatal de gas), los déficits locales, una salida de capitales aproximadamente de 70.000 millones de dólares en los últimos tres años, el doble de la ayuda que pide Ucrania a la Unión Europea”, así como una deuda que se ha duplicado en los últimos tres años, con una deuda a corto plazo, es decir, con vencimiento en 2014, de casi el doble de las reservas del banco central.
El FMI aprobó un paquete de ayuda de 17.000 millones de dólares, bajo la condición de una reestructuración de la economía, que incluye recorte de gastos, reducción de los empleados estatales en un 10 por ciento –es decir, el despido de 24.000 personas–, privatización en gran escala, modificación de los niveles de pensiones, suba de impuestos, un programa para rescatar la deuda de los bancos privados y un aumento de los precios del gas y la calefacción.
El debate entre ser parte de la Unión Europea o de un espacio comercial con Rusia y otros países de la ex Unión Soviética, no es ideológico ni teórico.
En primer lugar, está el problema del gas. Ucrania reconoció una deuda de 2200 millones de dólares con Rusia, aunque Gazprom reclama 3500 millones. Tras el triunfo de Poroshenko, en negociaciones realizadas en Berlín, se discutía si Rusia reduciría el precio del gas a cambio del pago de parte de la deuda, porque no está claro cómo podría funcionar la venta de gas “en reversa” desde Europa ni a qué precios, cuando se aproxime el invierno, teniendo en cuenta que cualquier reestructuración de la energía ucraniana llevará varios años para concretarse.
El camino hacia la Unión Europea implica una transformación total de la industria y del comercio exterior, que afectará en primer lugar a Donetsk y Lugansk y otras regiones del sur del país, porque la integración horizontal de la economía se mantuvo en muchos rubros, a pesar de la desaparición de la Unión Soviética, sobre todo en el complejo militar industrial. La industria de maquinaria exporta el 52 por ciento de la producción a Rusia, que a su vez depende de la producción de motores para aviones y helicópteros de la fábrica Motor Sichi de Zaporozhets, de la producción de piezas para barcos de la fábrica Zaria Mashproet de Nikolaevsk, de equipamientos para estaciones de energía atómica de la empresa Truboatomo de Jarkov. La mayor dependencia es en la construcción de vagones. Por ejemplo, la fábrica Luganstepolvoz, que pertenece a una empresa rusa, envía a ese país 99 por ciento de su producción. Por las prohibiciones como resultado del conflicto, la producción de estas empresas disminuyó un 60 por ciento. Por eso, entre enero y marzo, las exportaciones metalúrgicas cayeron 31 por ciento, y las exportaciones en total se redujeron 12 por ciento en los primeros cuatro meses de este año.
Desde Kiev, esta transformación se ve como un paso necesario, pero los analistas consultados no parecen tener una idea clara de los enormes costos sociales y económicos de ese cambio. “Ucrania tiene que reformarse para ingresar en la Unión Europea. Tiene que cambiar sus prioridades, cambiar la dependencia de Rusia hacia una mayor integración, lo cual es difícil y doloroso para la población, pero necesario. Es el mundo en el que queremos vivir”, dice a DEF Dmitro Ostroushko del Instituto Gorshenin de Kiev.
Las consecuencias sociales
Al cierre de esta edición, crecía el enfrentamiento armado entre los rebeldes separatistas y el gobierno de Kiev, con la toma del aeropuerto de Donetsk y con enfrentamientos armados en las localidades vecinas. Kiev acusa a Moscú de incitar la rebelión y de ayudar con hombres y armas, como los lanzacohetes que derribaron varios helicópteros en las afueras de la ciudad de Donetsk en los últimos meses.
El factor ruso, que indudablemente actúa dando apoyo a los separatistas, ha prendido en terreno fértil. La masiva votación a favor de la independencia de Donetsk y Lugansk en los referéndums del 11 de mayo fue la respuesta a Kiev y al poder central de una región castigada como pocas. La reincorporación de Crimea a Rusia fue vista como una salida a la situación de crisis, y la propuesta del nuevo gobierno de Kiev de promover una ley prohibiendo el ruso como segunda lengua, que no se llegó a aprobar, produjo un rechazo unánime, en una región donde el 90 por ciento de las personas se expresan en ese idioma. Pero lo que volcó mayoritariamente a la población a favor del referéndum fue la muerte de 46 manifestantes prorrusos en el incendio de la Casa de los Sindicatos en Odesa. A pesar de todas sus irregularidades y de no haber sido reconocida por Rusia ni por ningún país, la votación fue una clara muestra del descontento y de la desesperación.
“En nuestras regiones, las minas están prácticamente cerradas, nuestros salarios son de mil grivnas (el cambio en dólares es de 12 grivnas por dólar), las fábricas apenas trabajan, pago 400 grivnas por los servicios”, dice a esta corresponsal una mujer que hace guardia frente al edificio de la administración regional donde funciona la República Popular de Donetsk.
“Todos nos alegramos con lo de Crimea. Pensamos que por fin vamos a volver a la Unión Soviética y terminar con estos 23 años, que no nos han traído más que una televisión a color y un teléfono celular, pero vivimos peor que antes. No hay gasa en el hospital, tenemos que llevar nuestras sábanas, trapos para limpiar y desinfectantes, no podemos ir de vacaciones ni siquiera al mar de Azov, que está a una hora de aquí”, dice a DEF Irina, que trabaja en una estación de salud.
En Donetsk hay un periódico local llamado “Vamos a la URSS”. Es que para ellos, el sueño europeo de Kiev está muy lejos, porque solo muy contados habitantes de Donetsk viajarán algún día a París. Les basta compararse con los ciudadanos rusos de Belgorod y Rostov, cuyo nivel de vida, sin ser alto, es superior al de las deprimidas regiones mineras del Donbass.
División horizontal
En el oriente también empieza la división. Un día antes de las elecciones que consagraban a Poroshenko, un congreso proclamaba en Donetsk la fundación de Novorossia, una formación estatal que pretende unir a Donetsk y Lugansk y a otras partes del sur ucraniano, cuya plataforma es una mezcla de nacionalismo, religión ortodoxa, la promesa de construir un Estado popular y la nacionalización de las empresas más importantes. Si bien esta nueva formación todavía no sale de las reuniones y los congresos, lo cierto es que los separatistas lograron impedir la realización de elecciones en Lugansk y Donetsk, controlan edificios claves en la ciudad y los pueblos vecinos.
El conflicto regional-nacional-ideológico-idiomático parecía hasta ahora una pelea estimulada por los oligarcas regionales para extraer de Kiev concesiones políticas y económicas, pero con el correr de las horas, la unidad regional se rompió. Rinat Ajmetov, el mayor empleador del país –del cual dependen 300.000 trabajadores, buena parte de ellos en el Donbass–, quien posee una fortuna de 12.000 millones de dólares, tomó abierto partido en contra de los separatistas y llamó a la huelga en sus propias empresas, obligando a sus trabajadores a salir a patrullar las calles de Mariupol.
En Dnipropetrovsk, el gobernador nombrado por Kiev, el oligarca Igor Kolomoiski, ha sido encargado de formar milicias armadas para combatir a los separatistas rusos. Según el boletín Habla Donetsk, de Ajmetov, que se reparte masiva y gratuitamente en Donetsk, los soldados o milicianos reciben un sueldo de cerca de 15.000 grivnas, lo cual, comparado con los sueldos depresivos de mil o dos mil grivnas, es una suma considerable.
Esto ha llevado a otro peligroso fenómeno: el lugar del Estado en quiebra ucraniano es ocupado por bandas o agrupaciones armadas que surgen ante la deserción de las policías locales y de los soldados del ejército, que se niegan a disparar contra las mujeres y niños en Kramatorsk y Sloviansk, en Donetsk. Está la Guardia Nacional, creada desde Kiev bajo la conducción de Andrei Parubi, el jefe del Consejo Nacional de Seguridad, están los del Sector de Derecha del nacionalista Dmitro Yarosh, y los batallones Dniepr y Donbass de Kolomoiski. Uno de los que entrena a estos grupos armados en Dnipropetrovsk dice al semanario en inglés Kyivpost que “las fuerzas ucranianas en Sloviansk son cobardes”.
“La necesidad de que la gente se armara surgió porque las estructuras estatales no trabajaron. A Kolomoiski le delegaron el derecho de financiar algunos batallones, lo que puede ser un ejército privado, porque hoy por hoy las fuerzas del Estado no pueden controlar el orden en el país y las fuerzas de Kolomoiski lo controlan más efectivamente que la policía”, explicó a DEF Dmitro Ostroushko.
La OTAN, un tema que divide
La Unión Europea y Kiev ya firmaron un acuerdo político, y se espera que en corto plazo firmen un acuerdo económico. Pero el tema que continúa dividiendo aguas es el de la OTAN. Durante la campaña electoral, se desató en Kiev una competencia por ver quién era más prooccidental. Serguei Soboliev, jefe de la fracción de Batkivshina en la Rada (Parlamento), que se negó a hablar en ruso, dijo a DEF que la posición de su partido es que “Putin es el enemigo número uno después de la anexión de Crimea”, y agregó que “la única forma de proteger nuestro país, como hicieron los lituanos, estonios y polacos, es ser miembros de una forma colectiva de defensa, la OTAN, y después sí entrar en la Unión Europea. Debemos tener nuestra protección y después adoptar las reformas para hacer nuestro país más cercano a Europa. En la conferencia de la OTAN en Bucarest en 2008, nos dieron la posibilidad de ser parte de la organización, y según el secretario general de la Alianza, Anders Fogs Rasmussen, tenemos la posibilidad de ser miembros a pesar de nuestros problemas fronterizos y territoriales”.
“El tema de la OTAN divide a Ucrania”, señala Ostroushko. “El país se sentiría más defendido y desarrollado en el terreno militar, pero ahora es peligroso. Desde la URSS existe la imagen de que la OTAN es el enemigo, y muchos piensan así. Lo mismo opina Rusia. Por eso, si en serio existe esa posibilidad, va a ser un conflicto social muy grande, porque puede dividir a la sociedad. De cualquier manera, el apoyo ha ido subiendo, hoy está en alrededor de un 37 por ciento”, concluye.
Trabajo sucio
Poroshenko ha declarado su disposición de negociar con Rusia y de escuchar las reivindicaciones de las regiones orientales. Pero en una entrevista concedida al día siguiente de su triunfo al diario Kommersant de Moscú, se pronunció categóricamente contra la federalización del país: “Ni Polonia, ni Bielorrusia, ni Moldavia son federaciones. Rusia, en esencia, tampoco lo es. Un Estado federal implica un centro débil. ¿En Rusia se puede decir que el centro es débil?”, pregunta.
Para Ostroushko, es necesario resolver el problema del oriente del país. “Tiene que ingresar gente de estas regiones en el gobierno, porque hoy no tienen ningún representante. Esperamos que Poroshenko tenga la razonabilidad de incluirlos”, dice. “En Donetsk, hay que buscar un camino de reconciliación, porque no todos son bandidos y terroristas. El nuevo gobierno tiene el desafío de mostrar que es amigo y no enemigo, y debe adelantar un diálogo con la población”, agrega. “De cualquier manera, es un gobierno que deberá hacer el trabajo sucio, un gobierno que no va a ser popular, al cual le va a tocar un momento muy duro”, concluye.
El triunfo de Poroshenko está lejos de conformar a quienes protestaron en la plaza Maidán. “Poroshenko, los candidatos Yulia Timoshenko y Sergiy Tigipko son parte de la clase oligarca que ha dejado a Ucrania en tal estado después de 23 años de corrupción, robo y estilo soviético de gobierno”, escribió el editorialista de Kyivpost. “La nueva generación de políticos y activistas que participaron en la revolución de Euromaidán no tuvieron candidatos que capturaran la imaginación pública”, dice.
Alexei Piddubny, un joven periodista que estuvo en la plaza Maidán, fue uno de los que votó por Poroshenko: “Al terminar Maidán, la escena la ocuparon los actuales políticos, como Timoshenko, el primer ministro Arseni Yatseniuk, el presidente provisional Oleksandr Turchinov. No había opciones, y en el contexto actual, para evitar una segunda vuelta, la opción menos mala era votar por Poroshenko, que por lo menos no va a usar la represión, y ha adoptado la perspectiva de integrarse a Europa. En ese sentido, es un instrumento. Nosotros ya aprendimos la lección y vamos a controlarlo, no vamos a dejar que suceda lo que pasó después de la revolución naranja de 2004 y 2005. Si no lo cumple, la gente no va a confiar ciegamente en él”.
Oleg Klichko, el popular campeón de boxeo que fue uno de los líderes de la Euromaidán y que fue electo nuevo alcalde de Kiev, prometió como su primera tarea limpiar la avenida Kreschatik. Es posible que lo logre, pero aunque las calles de Kiev se limpien, los graves problemas que dividen la nación están muy lejos de ser resueltos.
Por Patricia Lee Wynne, desde Donetsk y Kiev, revista DEF, julio 2014