Jul - 26 - 2014

En tres capítulos, este documentado texto examina ampliamente el “neodesarrollismo” en América Latina, y en especial en sus principales expresiones de Argentina y Brasil. Hace, asimismo, una amplia crítica, tanto de la teoría como de la política concreta neodesarrollista y de sus gobiernos, como también de sus diferencias con el desarrollismo del siglo pasado. Más allá de sus censuras al neoliberalismo extremo, el neodesarrollismo tiene –como señala Katz– “una mirada elogiosa del capitalismo. Algunos consideran que este sistema optimiza la evolución de la sociedad y otros estiman que constituye un dato invariable de la realidad. Todos cuestionan las consecuencias nocivas de ciertos modelos, pero aceptan los criterios de eternidad capitalista que ha difundido el neoliberalismo”.

I- UNA VISIÓN CRÍTICA. ECONOMÍA

En los últimos años aumentó la influencia del neo-desarrollismo. El término se volvió usual en numerosos ámbitos de América Latina y se multiplicaron los encuentros para discutir su contenido.

Dos conocidas figuras de Brasil y Argentina reivindican esta concepción (Luiz Carlos Bresser Pereira y Aldo Ferrer). Pero un amplío grupo de economistas trabaja en la misma dirección (Robert Boyer, Osvaldo Sunkel, Gabriel Palma, Cristóbal Kay, Alejandro Portes, Joao Sicsu, Luiz De Paula, Michel Renaut,José Luis da Costa Oreiro). Estos pensadores actúan en importantes organismos (Fundación Getulio Vargas, Plan Fénix), han ganado terreno en las universidades y difunden planteos recogidos por los medios de comunicación[2].

¿Cuáles son las principales tesis económicas del nuevo desarrollismo? ¿En qué se diferencian de sus antecesores? ¿Qué indica la aplicación reciente de sus propuestas? ¿Cuál es el correlato político de sus caracterizaciones?

Cinco planteos

Dada la variedad de enfoques que reúne el neo-desarrollismo no es sencillo precisar sus tesis centrales. Remarcan el carácter singular e imprevisible del crecimiento sostenido y la consiguiente dificultad para conceptualizarlo. Pero también estiman que el éxito de esos procesos transita por cinco carriles[3].

En primer lugar postulan la necesidad de intensificar la intervención estatal para emerger del subdesarrollo. Adscriben a las teorías que rehabilitan esta incidencia, señalando que no hay mercados fuertes sin estados fuertes[4].

Esta revalorización del intervencionismo no implica retomar el viejo keynesianismo, ni promover la reconstrucción del estado de bienestar. Alientan un nuevo equilibrio entre matrices “estado-céntricas” y “mercado-céntricas”, para superar las viejas dicotomías y encontrar modelos capitalistas adecuados para cada país. Subrayan que la presencia estatal no debe obstruir la inversión privada y consideran que la gestión pública debe reproducir la eficiencia del gerenciamiento privado[5].

El segundo pilar del enfoque neo-desarrollista es la política económica no sólo para actuar en la coyuntura, sino como instrumento central del crecimiento. Analizan detenidamente las distintas opciones monetarias, fiscales y cambiarias que permitirían reducir la dependencia financiera de los bruscos ciclos de ingreso y salida de capital.

Su prioridad es mantener acotado el déficit fiscal, para alentar la competitividad con tasas de interés decrecientes y elevados tipos de cambio. Enfatizan la importancia de evitar el “mal holandés”, es decir la sobrevaluación cambiaria que genera la afluencia de divisas receptadas por los países exportadores de materias primas[6].

El tercer objetivo del neo-desarrollismo es retomar la industrialización para multiplicar el empleo urbano. Cuestionan la regresión fabril generada por la apertura comercial de los años 90 y estiman que la expansión industrial debe ser la prioridad de las economías intermedias. Piensan que los países avanzados ya agotaron esa etapa y que las naciones pobres no cuentan aún, con el acervo requerido para encarar esta tarea[7].

Reducir la brecha tecnológica es la cuarta meta del proyecto. El neo-desarrollismo propicia incrementar la innovación local, mediante acuerdos con las empresas transnacionales para lograr una fuerte absorción de conocimientos.Alientan un camino schumpeteriano de intensa modernización productiva, para superar las insuficiencias de la vieja industrialización. Remarcan la existencia de varias trayectorias tecnológicas posibles y promueven su amoldamiento al formato de cada economía[8].

Imitar el avance exportador del Sudeste Asiático es la quinta propuesta neo-desarrollista. Proponen subsidiar a los industriales que faciliten la expansión de las ventas manufactureras, mediante estrategias estatales que “enseñen a competir”. Por esa vía esperan emular la lucidez de los dirigentes asiáticos y dejar atrás el conformismo latinoamericano. Advierten que un modelo de este tipo exigirá moderación salarial, estabilidad social y fuerte compromiso de los trabajadores con la productividad[9].

Diferencias con el desarrollismo clásico

Con estas cinco ideas el neo-desarrollismo retoma ciertos principios de sus antecesores y reivindica la misma denominación, con un aditamento (neo) que sugiere actualizaciones. Revisan más los conceptos de esa tradición que sus expresiones puntuales[10].

El enfoque desarrollista tradicional postulaba superar las consecuencias de la heterogeneidad estructural, en economías afectadas por el modelo agro-exportador y el deterioro de los términos de intercambio. Prebisch, Pinto y Furtado proponían corregir esas deficiencias mediante procesos de industrialización, a fin de contrarrestar la baja productividad del agro y la estrechez general del poder adquisitivo. Confiaban en la eficacia de las políticas económicas y en la fuerza del estado para mejorar la posición de la región en el capitalismo mundial. Esperaban inducir un salto desde el estadio periférico hacia algún escalón más avanzado.

Bresser y Ferrer mantienen la misma expectativa pero promueven el remedio industrialista en otros términos, como consecuencia de las grandes transformaciones registradas en el agro. Un acelerado proceso de capitalización en este sector ha tornado obsoleta la vieja crítica al latifundio y al estancamiento de la actividad primaria. También ha perdido actualidad la propuesta de utilizar los recursos inmovilizados en el agro para la inversión fabril.

En el nuevo escenario los neo-desarrollistas auspician procesos de crecimiento en coalición con el agro-negocio. El viejo conflicto con la oligarquía exportadora se ha diluido y los antiguos adversarios son convocados a forjar un bloque común. La conversión de los terratenientes en nuevos empresarios ha recreado la solidaridad capitalista entre los adinerados del campo y la ciudad. La tradicional contraposición entre el liberalismo agrario y el proteccionismo urbano ha disminuido y el neo-desarrollismo visualiza a la agro-exportación como una potencial proveedora de divisas para la reindustrialización.

Pero este cambio implica aceptar la remodelación neoliberal del agro y la consiguiente concentración de tierras, especialización en exportaciones básicas, pérdida de cultivos diversificados y acentuado deterioro del medio ambiente.

Al igual que sus antecesores los nuevos desarrollistas estiman que el crecimiento industrial aumentará el empleo, expandirá el mercado interno y mejorará el consumo. Pero a diferencia del pasado se han generalizado tecnologías que reducen la utilización de la mano de obra y la creación de trabajo ya no acompaña el ritmo de inversión. Que la expansión de la economía sea incentivada por el mercado o la regulación estatal no modifica esta carencia de empleo. En ambos casos el capitalismo latinoamericano genera insuficientes puestos de trabajo y estabiliza la precarización en labores informales, descalificadas y mal remuneradas. El neo-desarrollismo no ofrece respuestas a esta seria adversidad.

Esa concepción estima que el deterioro de los términos de intercambio y la relación centro-periferia, ya no constituyen obstáculos significativos para el despegue regional. Considera que la reversión del primer parámetro registrada en la última década es perdurable y que la segunda polaridad tiende a diluirse con el crecimiento de las economías emergentes. En este terreno se verifica otra diferencia sustancial con la vieja CEPAL.

También asignan menor gravedad y periodicidad a las crisis económicas latinoamericanas. Con esta evaluación apuestan a superar los desajustes actuales mediante un buen manejo de las políticas macroeconómicas. Le quitan dramatismo a las tensiones estructurales que preocupaban a Prebisch y Furtado.

El neo-desarrollismo reconoce formalmente la continuidad de las viejas contradicciones expuestas por la heterodoxia, pero espera atenuarlas mediante un acertado manejo de las variables cambiarias, financieras y presupuestarias. Concentra el grueso de su artillería en la administración del tipo de cambio[11].

Sus teóricos advierten contra las desventuras que entraña para la industria cualquier apreciación cambiaria. Pero no analizan el efecto opuesto que genera la depreciación de esa variable sobre el salario. Ese impacto se ha verificado tradicionalmente en ciclos devaluatorios que incrementan los precios internos y empobrecen a los trabajadores. El viejo desarrollismo era más cauto en este terreno y sólo postulaba un manejo cuidadoso de la cotización de las divisas parar acotar las ganancias de los exportadores.

Indefiniciones e inconsistencias

Los teóricos neo-desarrollistas esperan liderar un intenso proceso de crecimiento, pero no definen como alcanzarlo. La regulación estatal que promueven tiene incontables modalidades y efectos. La contraposición entre neo-desarrollistas proclives a la intervención del estado y neoliberales adversos a esa injerencia es una simplificación. Todos recurren a una fuerte presencia del sector público cuando les toca administrar la economía.

Ese comportamiento es consecuencia de la gravitación alcanzada por los grandes bancos y empresas en el capitalismo contemporáneo. Resulta imposible gestionar este sistema, sin protagonismo de la burocracia estatal y los gerentes del sector privado. Lo que está siempre en juego es el tipo de intervención estatal predominante en cada período y no la existencia o intensidad de esa presencia.

El neo-desarrollismo sugiere que su acción serviría para eliminar las distorsiones que genera el mercado. Contrapone este objetivo con la actitud ortodoxa de esperar espontáneas correcciones de la oferta y la demanda.

Pero también aquí la diferencia pierde contenido cuando se comanda la marcha cotidiana de la economía, en situaciones de alta tensión. La crisis global reciente, brindó una contundente evidencia de la forma en que ortodoxos y heterodoxos actúan en común, cuando se impone el socorro a los bancos. En esos momentos las divergencias sólo giran en torno a la modalidad de esos auxilios.

Los neo-desarrollistas propician una adaptación pragmática a las exigencias de la coyuntura y por eso incorporan fórmulas que contienen múltiples elementos, sin definir nítidas primacías. Suelen convocar a fortalecer el mercado y el estado, a reforzar la centralización y la descentralización, a potenciar lo público y lo privado y a desenvolver políticas austeras y activas[12].

Pero esta variedad de orientaciones no abandona nunca el principio de favorecer a los grandes grupos capitalistas. La prioridad asignada al tipo de cambio competitivo con baja inflación y reducido déficit fiscal ilustra el sostén a los poderosos. En ese modelo los costos del impulso exportador son solventados por los trabajadores a través de devaluaciones, restricciones al gasto social o un corset a los salarios.

Muchos neo-desarrollistas sugieren que estos esfuerzos constituyen el precio a pagar por la reindustrialización. Pero no registran la contradicción existente entre esa meta y la convalidación de la primacía agro-exportadora. Mientras los recursos que requiere la expansión fabril continúen localizados prioritariamente en el agro-negocio, una industria latinoamericana de cierto valor agregado continuará languideciendo.

Los neo-desarrollistas suponen que la recuperación manufacturera será impulsada significativamente por las empresas transnacionales. Consideran que estas firmas garantizan la expansión continuada del producto, si el estado evita una apertura indiscriminada al capital extranjero y orienta las inversiones hacia los sectores estratégicos.

Pero la experiencia indica que las grandes compañías extranjeras definen su colocación de fondos en función de planes globales, que rara vez coinciden con las prioridades de las naciones receptoras de esos capitales. Esta discordancia dio lugar a la denominada “industrialización trunca” de América Latina[13].

Esa deformación incluye un déficit comercial crónico del sector manufacturero, provocado por la baja integración nacional de partes y una alta dependencia de insumos importados. Este desequilibrio determina ciclos de acumulación afectados por desbalances externos, que no desaparecen con ingenierías cambiarias, fiscales o monetarias.

Frente a este crítico escenario el neo-desarrollismo navega en un mar de contradicciones. Por un lado despotrica contra la “destrucción de los tejidos fabriles nacionales” perpetrada por la competencia importadora durante las últimas décadas. Y por otra parte cuestiona el “proteccionismo excesivo” del pasado y la improductividad legada por el encierro arancelario.

Aunque buscan un punto intermedio entre ambos extremos, en los hechos se amoldan a las demandas actuales de las empresas transnacionales, que exigen libre movilidad de capitales y mercancías entre sus filiales. Con esta actitud convalidan los desajustes que pretenden corregir.

Los mismos contrasentidos se verifican en el plano tecnológico. El neo-desarrollismo apuesta a reducir la enorme brecha que separa a Latinoamérica de las economías centrales. Pero supone que esa disminución surgirá de una mayor presencia económica de las firmas que generan esa fractura. Por eso convoca a absorber las tecnologías disponibles en el mundo, mediante la intermediación de compañías transnacionales.

Esas empresas no derraman conocimientos hacia la periferia. Transfieren a sus filiales un manejo estrictamente acotado de las prácticas requeridas para asegurar sus líneas de fabricación. Mantienen localizados los laboratorios de investigación y desarrollo en los países de origen.

El neo-desarrollismo considera que esos obstáculos pueden remontarse, forjando “sistemas nacionales de innovación” patrocinados por el estado y las empresas transnacionales. Pero la experiencia indica que esa iniciativa choca en la práctica con el dilema de privilegiar la inversión pública o subsidiar a las compañías extranjeras. Esas subvenciones obstruyen el ansiado despliegue de las innovaciones.

La visión neo-desarrollista realza las convergencias del estado con el sector privado. Pondera especialmente el rol de la empresa como un ámbito de cooperación y selección de las nuevas tecnologías, siguiendo los parámetros de productividad, competitividad y rentabilidad.

Pero esta idílica mirada desconoce que esos patrones se asientan en la explotación laboral y sólo definen las porciones de plusvalía extraída a los trabajadores, que captura por cada concurrente. Entre tantos elogios al talento, la creatividad y la disposición al riesgo del capitalista, no queda espacio para recordar su rol cotidiano en la apropiación de trabajo ajeno.

¿Copiar al Sudeste Asiático?

El neo-desarrollismo enfrenta todos estos problemas con el ejemplo práctico del Sudeste Asiático. Si ellos lo han logrado: ¿qué impide a Latinoamérica repetir la misma trayectoria?

Esta imitación es postulada como la gran solución por los autores que ubican a ambas zonas, en un estadio semejante de desarrollo intermedio. Estiman que un buen aprendizaje del sendero transitado por las economías orientales permitirá desenvolver un camino semejante. Sólo se requiere aplicar las mismas políticas de déficit público, tipo de cambio competitivo y promoción del superávit comercial[14].

Pero el presupuesto de este razonamiento es la convergencia potencial de todas las economías emergentes en un escalón superior que las aproximará a los países centrales. Aquí retoman la vieja idea neoclásica de un ascenso general hacia situaciones de prosperidad, a medida que la modernización se expande por todo el planeta. Sólo este imaginario liberal permite suponer que la copia del Sudeste Asiático asegura el desarrollo de América Latina.

Si se rechaza ese presupuesto del capitalismo -como un sistema abierto a sucesivas incorporaciones de las regiones relegadas- la idea de emular el camino oriental se torna más conflictiva. La propia afirmación de que “Asia lo está logrando y América Latina no”, implica reconocer la existencia de inserciones diferenciadas en el mercado mundial.

Todo el razonamiento falla al ponderar al Sudeste asiático por su expansión, culpando a Latinoamérica por su retroceso. En los hechos ambas regiones quedaron situadas en distintas trayectorias en la nueva etapa de la mundialización y soportan desequilibrios de distinto tipo. La primera región no creció sostenidamente por sus méritos frente a los desaciertos del resto, sino que reiteró la pauta de desenvolvimiento desigual que ha predominado en toda la historia del capitalismo.

Este sistema se rige por principios de competencia despiadada y no suele dar cabida a progresos colectivos. Siempre induce situaciones de gran desigualdad. Lo que cambia en cada etapa son los protagonistas de la prosperidad y la regresión, como resultado de las asimetrías que generan las ganancias diferenciales de las distintas economías. Si todos pudieran desenvolverse siguiendo la misma norma de aproximación al bienestar, desaparecerían las brechas de competitividad en que se asienta el sistema. Nunca irrumpe un escenario virtuoso al alcance de todos.

Reconociendo esta dinámica se puede entender por qué razón América Latina se retrasó frente al Sudeste Asiático. En la estructura jerarquizada del capitalismo global, los países del Extremo Oriente presentaron gran adaptabilidad a un esquema de mundialización que premia la disciplina, el adiestramiento y la baratura de la fuerza de trabajo.

Los autores neo-desarrollistas suelen omitir que el secreto de esa región radica en la superexplotación de los trabajadores. Ese tormento ha sido la condición del milagro exportador. Es cierto que América Latina también cuenta con una gran reserva laboral, pero no reúne las condiciones que optimizan la extracción de plusvalía. En esta región el proceso de industrialización fue previo a los requerimientos de la mundialización actual.

Existen, por ejemplo, numerosas maquilas en Centroamérica que se desenvuelven con patrones semejantes al Sudeste Asiático. Pero nunca alcanzaron el nivel de productividad impuesto por los regímenes autoritarios de Oriente.

La propia dinámica acumulativa del capital consolidó las brechas entre ambas regiones. Una vez iniciado el vuelco de la industria mundial hacia el continente asiático ha resultado difícil contrarrestar esa tendencia con ofrecimientos de mayor baratura salarial. Un modelo de producción globalizada -basado en rivalidades por reducir los costos laborales- no deja mucho margen para la imitación. Todos deben descargar sus productos en un mismo mercado mundial, que no crece a la misma velocidad que el ritmo de fabricación.

Algunos autores neo-desarrollistas eluden estos problemas postulando que la imitación del Sudeste Asiático debe incluir mejoras en los salarios. Pero el contrasentido de esta propuesta salta a la vista. El despunte capitalista de Oriente no se consumó incorporando a esa zona el estado de bienestar europeo, los servicios sociales de Escandinavia o el mercado de consumo de Estados Unidos. Las empresas transnacionales se afincaron con estrategias de explotación extrema de los trabajadores.

Otros pensadores consideran que en el Sudeste Asiático siempre existió una conciencia industrialista que facilitó su expansión fabril. Estiman que esa convicción permitió optar por un modelo exportador que evitó las fragilidades del mercado interno[15].

Pero lo cierto es que Asia Oriental se industrializó más tarde que América Latina y empalmó con una etapa de mundialización afín a la “producción hacia afuera”. Por esta razón existieron programas disímiles en ambas zonas, que se adaptaron a momentos diferenciados del capitalismo. En las condiciones precedentes de los años 60 nadie hablaba de Corea o Taiwán y las economías intermedias de Latinoamérica eran vistas como la gran promesa del desarrollo.

Suponer que el secreto del crecimiento oriental ha radicado en una inteligente elección de políticas exportadoras que América Latina desconoció, implica confundir las causas con los efectos. El nuevo escenario de la mundialización favoreció a un grupo de países y penalizó a otros, tornando más efectivos los instrumentos crediticios y cambiarios utilizados en Asia para apuntalar el esquema exportador. La existencia de tasas de inversión privadas que duplican en esa región los porcentuales de América Latina es también una consecuencia y no una causa de las diferencias existentes entre ambas zonas.

También se suele atribuir la expansión asiática a la vigencia de niveles inferiores de desigualdad. Mientras que el 10% más rico de la población latinoamericana acapara el 45% del ingreso, en Corea o Taiwán ese porcentaje se reduce al 22-23%[16].

Pero en África la brecha social ha sido tradicionalmente inferior al promedio latinoamericano y esta diferencia no favoreció su desarrollo. La desigualdad es un rasgo intrínseco del capitalismo que no mantiene relaciones unívocas con las tasas de crecimiento. En algunas economías centrales (como el Norte del Europa) las brechas sociales fueron tradicionalmente bajas y en otros países  (Inglaterra, Estados Unidos) fueron elevadas. Esas fracturas no definen las normas de la acumulación capitalista.

La globalización electiva

El neo-desarrollismo vislumbra a la globalización como una gran oportunidad para los países medianos. Estima que ese proceso apuntalará el desenvolvimiento latinoamericano, si se aprovechan las ventajas comerciales evitando los peligros financieros[17].

Pero nunca aclaran cómo se podría usufructuar de esas conveniencias soslayando sus efectos nocivos. Es evidente que las modalidades comerciales y financieras de la internacionalización están íntimamente conectadas entre sí. Los bancos intermedian en todas las transacciones manejadas por las empresas transnacionales.

La gran “oportunidad comercial” que se realza es la convalidación de la inserción dependiente de América Latina como proveedora de productos básicos. Y lo que se cuestiona como un “peligro financiero” es el endeudamiento descontrolado. Sin embargo, la experiencia histórica indica que a largo plazo esa primarización exportadora recrea la hipoteca de la deuda.

La mirada condescendiente hacia la globalización presupone que esa transformación genera crecientes beneficios para múltiples ganadores. Pero con ese enfoque se olvida a las víctimas del mismo proceso. En el caso latinoamericano, por ejemplo, se reconoce que sólo las economías medianas parcialmente industrializadas podrían participar del cambio en curso. El resto de la región quedaría marginada hasta concluir un camino previo de maduración. De esta forma, la oportunidad de la globalización queda reducida a un grupo de economías y no ofrece mejoras para los demás[18].

Toda la caracterización es formulada con razonamientos semejantes al viejo liberalismo. Al igual que Rostow se imagina un proceso futuro de creciente aproximación, entre países contagiados por la expansión capitalista. Los participantes elevan paulatinamente su status saltando de la pobreza a escalones intermedios, para converger posteriormente en la modernización. En ese momento todas las naciones alcanzan un nivel satisfactorio de bienestar.

Contra este tipo de fantasías reaccionaba la vieja CEPAL de los años 50-60. Objetaba esa ilusión de convergencias, destacando las polaridades entre el centro y la periferia que genera el propio proceso de acumulación mundial.

Los teóricos neo-desarrollistas mantienen una diplomática adhesión a esa concepción, pero en los hechos estiman que las fracturas tienden a desaparecer en el capitalismo global. Por esta razón diluyen el análisis estructural de las relaciones centro-periferia en miradas benévolas de la mundialización. Suelen postular que “cada país tiene la globalización que quiere y se merece”[19].

El mercado mundial es visto como un amplio espacio de libertad para lograr las metas ambicionadas por cada integrante. Ya no representa el obstáculo para el desarrollo que subrayaba la CEPAL. Con lenguaje heterodoxo se disimula esta aproximación a la tesis neoclásica.

Los misterios del catch up

El neo-desarrollismo retoma la idea de crecer a través de un proceso de catch up, que permita copiar tecnologías elaboradas por los países desarrollados. Proponen realizar esa absorción a través del estado nacional, para acortar el proceso de maduración de las economías ascendentes.

Esta visión fue inicialmente planteada por Gerschenkron en su estudio de la industrialización, como un proceso de asimilación de tecnologías por parte de los países que se aproximan al capitalismo. Señaló que Inglaterra comenzó esa evolución con la revolución del vapor (1780). Francia utilizó posteriormente ese legado para financiar su expansión fabril con el auxilio de los bancos (1830) y Alemania repitió ese desenvolvimiento mediante una fuerte intervención del estado (1870). Finalmente Rusia aprovechó esta secuencia para apuntalar su crecimiento industrial con gastos militares (1880).

Este proceso era visto como una concatenación de distintas modalidades de industrialización según el origen, las prioridades, el contexto y las motivaciones de sus artífices. Pero en todos los casos se estimaba que las economías retrasadas podían apropiarse de la herencia de sus antecesores. Ninguna fórmula previa aseguraba esta absorción, pero las condiciones institucionales favorables a la acción del empresario y a la integración de los trabajadores facilitaban esa asimilación. Gerschenkron coincidió en 1940-50 con muchos autores impactados por la industrialización soviética y polemizó con los economistas liberales, que promovían la adaptación pasiva de los países subdesarrollados al mercado mundial[20].

El pensamiento neo-desarrollista retoma esa concepción para postular la utilización de las tecnologías disponibles. Distingue a las economías retrasadas por su capacidad o impotencia para concretar esa captura. Comparte, además, la crítica al pensamiento neoclásico y al espejismo de un avance espontáneo de las economías relegadas siguiendo el faro del mercado.

Pero también supone que basta con elegir una estrategia correcta para ingresar en el círculo virtuoso de la acumulación. Con esta genérica fórmula no explica cuáles son los caminos concretos para concretar ese crecimiento.

El planteo de Gerschenkron es muy contradictorio. Por un lado exalta las enormes posibilidades de copia que tienen los recién llegados, pero al mismo tiempo señala la inexistencia de una norma para usufructuar de esa ventaja. Es una gran oportunidad carente de senderos nítidos para su aprovechamiento[21].

Afirma que ciertas políticas permiten capturar las tecnologías disponibles, pero no se sabe cuáles son esas orientaciones. Su cronología histórica demuestra que el camino seguido por Francia fue muy distinto al transitado por Alemania o por Rusia. Si cada uno hizo su catch up con una fórmula propia: ¿cuál es la lógica general del acelerado avance de las economías que llegaron tarde?

Los propios ejemplos de esta concepción sugieren que pocos países pueden absorber las técnicas más avanzadas. Hay que estar en carrera para alcanzar al que se ubicó en la punta. Sólo una minoría de potencias coloniales durante el surgimiento del capitalismo y un puñado posterior de ascendentes semiperiferias participaron de ese certamen. El grueso de la periferia no tuvo cabida en el catch up. Cualquiera sea la política asumida por el estado de los países marginados, no se entiende cómo podrían instrumentar esa copia de tecnologías.

Esta misma restricción aparece en el enfoque actual de Bresser, cuando afirma que la globalización es una “oportunidad” para las economías medianas, que ya consumaron su “revolución capitalista”. Señala que el éxito industrial no se alcanza imitando un modelo precedente, sino buscando un camino particular. El catch up parecería brotar de ciertas singularidades que nadie logra explicar de antemano.

Pero con ese razonamiento sólo se sabe lo obvio, es decir que hubo países exitosos y fracasados en el intento de rápida industrialización. Que la tecnología se encuentre disponible no modifica mucho ese contraste, ni aporta explicaciones de lo sucedido. La existencia de esos recursos técnicos no define esos resultados.

La teoría del catch up reconoce la existencia de muchos casos fallidos, que demuestran la insuficiencia de cierta política industrial para garantizar el crecimiento sostenido. Gerschenkron estudió los ejemplos de Dinamarca (que se mantuvo como proveedor pasivo de exportaciones agrícolas), México (que no logró el financiamiento bancario para su industrialización) o Bulgaria (que sólo introdujo cambios en ciertas ramas, sin generar una expansión auto-sostenida). Atribuye el fracaso italiano del siglo XIX a la aplicación de políticas arancelarias desacertadas [22].

Pero esta evaluación comparada no esclarece si la norma ha sido la preeminencia de economías consagradas o frustradas. Simplemente señala que en un gran pelotón de concurrentes tuvieron posibilidades de llegar a la meta. Aunque la causa del fracaso es situada a veces en el predominio de circunstancias adversas, en general se postula la responsabilidad primaria de políticas económica erróneas.

Desarrollo desigual y combinado

Las comparaciones basadas el catch up pueden esclarecer obstáculos particulares al crecimiento, pero no clarifican la dinámica de la acumulación a escala global. Tampoco ilustran cuáles son las restricciones objetivas que afrontan las economías subdesarrolladas. Como se ignora estas limitaciones parecería que todos pueden aproximarse a una meta, que en los hechos alcanzan muy pocos.

Es el mismo problema que rodea al contraste de América Latina con el Sudeste Asiático. Se supone que la primera región no reproduce por sus propios errores lo que obtuvo la segunda, como si este horizonte estuviera siempre al alcance de los frustrados. La teoría del catch up realza potencialidades que ofrece la tecnología, pero no registra los obstáculos para materializar esa posibilidad. Relativiza, por ejemplo, las restricciones que imponen las patentes o las empresas transnacionales a la utilización de esos recursos.

Ese enfoque divorcia, además, la disponibilidad de las tecnologías de los principios de rentabilidad y explotación que rigen su difusión. Olvida que bajo el capitalismo el “aventajado por llegar tarde” es un competidor que sólo usufructuará de ese atributo, si logra instalarse en el mercado mundial extrayendo una alta tasa de plusvalía a los trabajadores[23].

La “oportunidad” de esa economía constituye por lo tanto una posibilidad, para las clases dominantes con mayores aptitudes para someter a los asalariados. Como la tradición heterodoxa elude este problema, concentra toda su atención en los estudios comparativos.

El  neo-desarrollismo comparte estos problemas al desconocer la vigencia de un orden global estratificado, que obstruye el desenvolvimiento de las economías subdesarrolladas. Omite que las ventajas derivadas de la disponibilidad tecnológica suelen ser inferiores, a las desventajas generadas por la inserción dependiente en la división internacional del trabajo. Aunque la periferia pueda acceder con más facilidad a los nuevos inventos, carece de recursos para utilizarlos provechosamente.

Al razonar desconociendo la subordinación comercial, financiera o productiva de las economías periféricas, se termina imaginando al desarrollo como un proceso resultante de la voluntad exhibida por cada país. El mundo queda dividido entre quienes detentan y carecen de esa facultad, cualquiera sea su ubicación objetiva en la estructura mundial.

Es cierto que en varios momentos de la historia, el ascenso de un grupo de la semiperiferia se registró siguiendo la dinámica del que llegó tarde. Arribaron al mercado mundial con renovadas capacidades para desplazar a las viejas potencias en declive. Trotsky analizó ese ascenso de Alemania frente a Inglaterra a principios del siglo XX, así como el despegue posterior de Estados Unidos frente a Europa[24].

Pero su enfoque se basaba en una teoría marxista del desarrollo desigual y combinado muy diferente al catch up. Señalaba la imposibilidad de una aproximación de todos los concurrentes a la primacía de las grandes potencias. En contraposición al imaginario liberal (de un progreso al alcance de todos) y de la mirada heterodoxa (de sucesivas ventajas para los retrasados), destacaba que el capitalismo impide el bienestar colectivo por uno otro camino. Consideraba que las desigualdades generadas por la acumulación mundial agravaban las contradicciones de todo el sistema, provocando situaciones más adversas que al inicio del proceso[25].

Trotsky reconocía las bruscas desarmonías que estudia el catch up. Pero resaltaba los costos padecidos por los retrasados para forzar la expansión de sus economías. Estimaba que los desequilibrios creados por esa aceleración salían a flote en las fases siguientes de la concurrencia global. Este límite -que enfrentaron Alemania y Japón a mitad del siglo XX- podría reaparecer entre los “emergentes” que prosperan al comienzo del siglo XXI.

El deslumbramiento neo-desarrollista con los países asiáticos desconoce estos antecedentes. En el pasado muchas economías no pudieron sostener su salto inicial, cuando debieron confrontar con potencias más afirmadas en la órbita mundial. La fascinación actual con la globalización impide comprender esta contradicción, que habitualmente aflora en las grandes crisis.

De la misma forma que la conformación inicial del capitalismo a favor de las grandes potencias coloniales se consumó a costa de la periferia, el avance industrial contemporáneo de ciertas economías exige el retroceso de su competidor. El país que llegó tarde puede desplazar al que estaba primero, pero alguien debe costear los logros de los exitosos.

El mito liberal de un avance contagiado es tan inconsistente como la creencia heterodoxa de sucesivas imitaciones. Al suponer que el camino abierto por una economía puede ser transitado por todos sus pares se recrea la falacia de la composición.

El curso real del capitalismo está regido por un patrón de desigualdad muy distante de las fantasías de expansión ilimitada. La analogía biológica que se utiliza para graficar esa prosperidad -con imágenes de pasaje de la adolescencia a la madurez económica- omite que también existe la senilidad. No es cierto que el catch up tiende a renovarse una y otra vez con la apertura de nuevas fronteras. El propio capitalismo impone serias restricciones económicas, sociales y ambientales a ese ensanchamiento[26].

El viraje endogenista

El neo-desarrollismo es afín a las concepciones endogenistas que sitúan todos los obstáculos al desenvolvimiento en el plano interno. También aquí se distancia de Prebisch, que atribuía el subdesarrollo al deterioro secular de los términos de intercambio.

Los sucesores del pensador heterodoxo son cautos en la reconsideración conceptual de este último problema. Simplemente se apoyan en la valorización reciente de las commoditties para justificar su creciente atención a la temática interna. Nadie se atreve a evaluar cuánto durará la apreciación actual de los productos primarios. Esta valorización no impide, además, la continuada transferencia de recursos hacia las economías centrales, a través de mecanismos situados en la órbita financiera o productiva.

El viraje hacia concepciones endogenistas se remonta a la evolución seguida por la CEPAL desde los años 80. Los economistas de ese organismo sintonizaron con los críticos de la teoría de la dependencia, que resaltaban la primacía de los factores internos en el retraso latinoamericano. Consideraban que esa falencia obedecía al manejo irracional de los recursos.

El giro endogenista se consumó en un clima de frustración con la industrialización. Posteriormente el neo-estructuralismo reforzó esa mirada centrada en las flaquezas internas. En los años 90 utilizaron múltiples adjetivos para caracterizar estas fallas y cuestionaron las caracterizaciones del subdesarrollo centradas en la salida de capital, la fragilidad comercial, la vulnerabilidad financiera o la sumisión tecnológica[27].

En este enfoque el status de cada país queda definido por elecciones internas de progreso o estancamiento. El marco objetivo es desconsiderado y se magnifica la incidencia de las voluntades nacionales. Parecería que África decidió ser esquilmada y América Latina optó el atraso, en contraposición al rumbo de prosperidad adoptado por Europa o Estados Unidos.

Esta simplificación desconoce que el mercado mundial es un ámbito de inequidad. La interdependencia formal entre todos países encubre relaciones de supremacía y sometimiento. Es evidente que Estados Unidos utiliza patrones muy diferentes en sus relaciones con Alemania y Haití.

El endogenismo diluye las diferencias que separan a los países periféricos y centrales. De un cuestionamiento inicial a las visiones que exageraban la transferencia de ingresos padecida por el primer grupo, pasó al desconocimiento de esas hemorragias. No sólo relativiza el impacto del endeudamiento, la remisión de utilidades o el drenaje de la renta. También ignora que la desigualdad es un dato intrínseco de la acumulación a escala mundial.

El capitalismo se desenvuelve recreando las brechas entre economías disímiles. Estas fracturas son proporcionales a la escala alcanzada por la reproducción del capital. Cuánto más elevada es la inversión y la productividad, mayor intensidad tienen la competencia y los desequilibrios que segmentan al mercado mundial.

En la última década la tradición endogenista empalmó con el neo-desarrollismo, en el nuevo marco sudamericano de revalorización de las materias primas, alivio de la deuda externa y ampliación de los márgenes de autonomía geopolítica. Este escenario induce a postular que la inserción internacional primaria ya no representa un obstáculo al desarrollo, si se implementan políticas adecuadas para afianzar el crecimiento.

¿Primacía mundial o local?

El giro endogenista ha sido también el principal cimiento de la esperanza neo-desarrollista en lograr una copia del avance asiático. Atribuye explícitamente el ascenso oriental a la oportuna selección de modelos industrializadores.

Pero no observa que este caso refuta la gravitación asignada a los determinantes internos. Sólo la vigencia de una nueva etapa de capitalismo internacionalizado permitió aprovechar la mano de obra barata asiática para fabricar a escala global. Y ese mismo condicionante externo impide la reproducción internacional del mismo modelo. Esa recreación generaría excedentes que no podrían colocarse en ningún mercado.

El neo-desarrollismo no registra este límite porque supone que el capitalismo regenera inagotables espacios de crecimiento ulterior. Esta complaciente mirada determina un punto de encuentro con sus adversarios neoliberales. Ambos comparten la misma confianza en la existencia de trayectorias despejadas para la acumulación, si se aplican acertadas estrategias de crecimiento. Esta expectativa también supone la vigencia de un tablero internacional de alta movilidad, mutación de hegemonías y multipolaridad[28].

Pero no existe ningún indicio que estas modificaciones geopolíticas favorezcan en bloque a la periferia. Podrían mejorar en forma acotada la situación internacional de algunas semiperiferias a costa de otras y en desmedro general de los oprimidos. Conviene recordar que todos los participantes en el escenario de la mundialización neoliberal, aceptan los cimientos sociales de un estadio basado en el atropello del capital al trabajo.

Las miradas neo-desarrollistas actuales refuerzan su proximidad con los pensadores endogenistas -que siguiendo las tesis de la sociología histórico-comparativa- realzan la gravitación conceptual del estado nacional. Este enfoque se contrapone con la teoría del sistema-mundo que remarca la primacía analítica del orden global, incorporando parte del enfoque centro-periferia.

Las visiones del sistema-mundo y las miradas de la sociología histórico-comparativa confrontaron tradicionalmente en los debates historiográficos sobre el origen del capitalismo. Mientras que la primera vertiente estimó que la inserción de cada economía en el orden internacional definió el curso de su economía, la segunda concepción atribuyó mayor incidencia a las condiciones internas. Con abordajes metodológicos centrados en el capitalismo global o en el estado nacional, esas controversias buscaron dilucidar enigmas sobre el origen del capitalismo[29].

Pero los debates actuales indagan fenómenos derivados de la madurez de ese sistema que exigen fundamentos de otro tipo. Las explicaciones sobre los mecanismos que facilitaron el surgimiento del capitalismo, no resuelven las incógnitas contemporáneas sobre el devenir de este sistema. La influencia predominante del mercado mundial o de las estructuras pre-capitalistas locales en el ocaso del feudalismo plantean problemas muy diferentes, a la primacía de la mundialización económica frente a la multipolaridad política en el comienzo del siglo XXI.

El legado conservador

El neo-desarrollismo se ha distanciado del espíritu crítico que signó a la heterodoxia de los años 60 y 70. También abjura del espíritu radical creado por la revolución cubana, que indujo a esta corriente a incorporar propuestas de distribución del ingreso.

Esa apertura de la CEPAL al pensamiento progresista quedó abruptamente anulada con el predominio posterior de concepciones neo-estructuralistas. En los años 80 archivaron las alusiones a la desigualdad centro-periferia y sepultaron las propuestas de reforma social. Propagaron, además, sus propias recetas de privatización, apertura comercial y flexibilidad laboral, con actitudes de resignación y cuestionamientos al desarrollismo tradicional[30].

Ese giro incluyó la participación directa de los discípulos de la CEPAL, en la implementación de programas de ajuste adornados con retórica heterodoxa, como el Plan Austral en Argentina o el Plan Cruzado en Brasil.

El neo-desarrollismo actual es un ahijado de esa trayectoria conservadora. Por eso refuerza la extinción de la CEPAL como referencia del pensamiento crítico. Esa institución se ha transformado en un organismo técnico de seguimiento de la coyuntura, que evita cualquier comentario molesto para el establishment.

Los teóricos neo-desarrollistas exhiben ambiciones más acotadas que sus antecesores, convalidan la especialización primario-exportadora y abandonan el léxico antiimperialista. Es cierto que intentan recomponer la alicaída gravitación de la industria, pero sólo introduciendo leves ajustes al interior del mismo bloque dominante. Promueven subsidios a los capitalistas manufactureros, en desmedro de la enorme porción apropiada por los sectores financieros y buscan un nuevo equilibrio con el agro-negocio.

El neo-desarrollismo estima que su moderado industrialismo puede prosperar en el marco geopolítico actual de cierto distanciamiento sudamericano de Washington. Pero sobrevalora el alcance de ese alejamiento y parece desconocer la enorme incidencia que tiene la continuidad del patrón económico agro-exportador.

Sus teóricos alientan políticas económicas distintas a la ortodoxia neoclásica. Pero no aceptan rupturas significativas con el neoliberalismo y comparten más terrenos con esta vertiente que con su precedente desarrollista[31].

El neo-desarrollismo converge con las propuestas de incorporar mayor regulación estatal al capitalismo neoliberal para estabilizar su funcionamiento. Al cabo de varias décadas de privatizaciones, desorden financiero y descontrol de los negocios, el sistema imperante necesita reintroducir mayor control público, para acotar los desequilibrios que genera el reinado de la ganancia.

Las teorías neo-desarrollistas suelen describir futuros promisorios para América Latina, si se adoptan modelos de competitividad cambiaria, fiscalidad responsable y moderación salarial. Pero conviene analizar estas propuestas a la luz de experiencias ya ensayadas en la región. La economía argentina de la última década ofrece el principal ejemplo para esa evaluación.

4-7-2014

Resumen de la primera parte

El neo-desarrollismo propone mayor intervención estatal, políticas económicas heterodoxas, retomar la industrialización, reducir la brecha tecnológica e imitar al Sudeste Asiático. A diferencia del desarrollismo clásico promueve alianzas con el agro-negocio, relativiza el deterioro de los términos de intercambio, se aleja del enfoque centro-periferia y prioriza el manejo del tipo de cambio.

Disimula con pragmatismo su favoritismo hacia los capitalistas. Su modelo exportador afecta al salario y la convergencia que propone con empresas transnacionales no atenúa las brechas tecnológicas. La expectativa de igualar el avance asiático olvida la existencia de adaptaciones diferenciadas en la mundialización. La explotación de los trabajadores es más rentable en el Extremo Oriente y la imitación de ese esquema es poco factible.

Es un artificio suponer que la globalización entraña beneficios comerciales y peligros financieros o que todos pueden mejorar su lugar en ese escenario. La teoría del catch up no explica la existencia de situaciones internacionales disímiles. Desconoce que continúa imperando una inserción dependiente, que no se corrige con la disponibilidad tecnológica. El desarrollo desigual y combinado agrava las contradicciones de los retrasados.

La mirada endogenista que atribuye el subdesarrollo a causas internas desconsidera el marco objetivo y magnifica las voluntades nacionales. No hay trayectorias despejadas para la acumulación. El neo-desarrollismo es más afín a la CEPAL tecnocrática que al pensamiento crítico y presenta más continuidades que rupturas con el neoliberalismo.

Bibliografía

-Amin Samir, (2004), “US imperialism, Europe and the middle east”, Monthly Review vol 56, n 6, November.

-Benavente J, Crespi G, Katz J. Stumpo G (1998), ¨Nuevos problemas y oportunidades para el desarrollo industrial de América Latina”. Realidad Económica, n 153, enero-febrero 1998 y 154, febrero-marzo.

-Boito Armando, (2012), “A economia capitalista está em crise e as contradições tendem a se aguçar”, Jornal Brasil de Fato, 09/04, disponible en: www.brasildefato.com.br

-Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2009) “Globalizacao e competicao”, Folha de Sao Paulo, 2-22-09

-Bustelo Pablo, (1998), Teorías contemporáneas del desarrollo económico, Síntesis, Madrid.

-Callinicos Alex, (2003), Igualdad, Siglo XXI, Madrid

-Castelo Rodrigo, (2010), “O novo desenvolvimentismo e a decadencia ideológica”, Encruzilhadas da América Latina no seculo XXI, Pao e Rosas, Rio.

-Domingues José Mauricio, (2009), Modernidad contemporánea en América Latina, Siglo XX, CLACSO, Buenos Aires.

-Fiori Jose Luis, (2007) A nova geopolítica das nacoes”, Oikos, n 8, Rio de Janeiro

-Gaitán, Flavio, Boschi, Renato, (2010), “América Latina recupera el pensamiento desarrollista”, Clarín, 21-12

-García Marco Aurelio, (2010), EL nuevo desarrollismo, 10/31, disponible en; www.revistasocialista.

-Hounie Adela, Pittaluga Lucía, Porcile Gabriel, Scatolin Fabio, (1999), “La CEPAL y las nuevas teorías del crecimiento”, Revista de la CEPAL n 68, agosto, Santiago.

-Katz Claudio, (2000), “Las nuevas turbulencias de la economía latinoamericana”. Periferias, n 8, segundo semestre, Buenos Aires.

-Katz Jorge, (1998), ¨Aprendizaje tecnológico ayer y hoy¨. Revista de la CEPAL, número extraordinario, octubre.

-Kay Cristóbal, (2009), “Teorías estructuralistas e teoría da dependencia na era da globalizacao neoliberal”, A América Latina e os desafíos da globalizacao, Boitempo, Rio

-Kay Cristobal, Gwynne Robert, (2010) “Relevance of Structuralist and Dependency, Theories in the Neoliberal Period: A Latin American Perspective”

-Lusting Nora (1998), ¨Pobreza y desigualdad: un desafío que perdura¨ Revista de la CEPAL, número extraordinario, octubre.

-Mandel, Ernest (1980), El pensamiento de León Trotsky, Barcelona: Fontamara.

-Marini Ruy Mauro, (1994), “La crisis del desarrollismo”, Archivo de Ruy Mauro Marini, Ruy Maurowww.marini-escritos.unam.mx

-Martins Carlos Eduardo, Globalizacao, (2011), Dependencia e Neoliberalismo na América Latina, Boitempo, Sao Paulo.

-Moncayo Jiménez Edgard, (2004), “El debate sobre la convergencia económica internacional e interregional: enfoques teóricos y evidencia empírica”,Economía y Desarrollo, V 3 N 2 septiembre

-Nahon Cecilia, Rodríguez Enríquez Corina, Schorr Martín, (2006) “El pensamiento latinoamericano en el campo del desarrollo del subdesarrollo: trayectorias, rupturas y continuidades”,www.idaes.edu.ar/papelesdetrabajo/paginas

-Niemeyer Almeida Filho, (2005), “O debate atual sobre a dependencia”. Revista da Sociedade Brasileira de Economía Política, n 16, junho.

-Ocampo José, (1998), ¨Cincuenta años de la CEPAL¨. Revista de la CEPAL, número extraordinario, octubre

-Ouriques Nildo, (2012),“Desarrollismo y dependencia en Brasil”, Revista Pueblos n 51, segundo trimestre

-Vakaloulis Michel, (2001). Le capitalisme post-moderne, PUF, Paris.

■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■

II- UNA VISIÓN CRÍTICA. ARGENTINA Y BRASIL

En Argentina se implementó el principal ensayo del neo-desarrollista de la última década. El país volvió a encabezar los virajes económicos de la región, como ya ocurrió en los años 50-60 con la sustitución de importaciones y en los 90 con el neoliberalismo extremo. Reafirmó su papel de experimentador de mutaciones significativas en América Latina. Este rol de adelantado es reivindicado por los autores que ponderan el modelo, en comparación a los esquemas ortodoxos de otras economías[32].

Un corto ensayo

El esquema intentado en Argentina logró cierta efectividad en la fase inicial del gobierno kirchnerista. Durante ese período (2003-2007) se reunieron las condiciones para lograralto crecimiento, con baja inflación y recuperación del empleo.

Las políticas neo-desarrollistas aportaron un tercer ingrediente a los fundamentos objetivos de este ciclo. El primer determinante fue la depreciación de los salarios y la consiguiente recomposición de la rentabilidad que legó el derrumbe del 2001. El segundo motor de la expansión fue la valorización internacional de las agro-exportaciones.

Las iniciativas neo-desarrollistas introdujeron cambios en la administración del estado y un nuevo arbitraje entre los grupos dominantes. Pero este curso mantuvo muchos vasos comunicantes con el esquema precedente. Subordinó la meta de reindustrializar a la continuidad de exportaciones primarizadas y apuntaló a los sectores empresarios más internacionalizados.

El modelo limitó inicialmente la valorización financiera y adaptó el rumbo de la economía a la nueva relación social de fuerzas impuesta por la rebelión del 2001. Hubo contemporización con las demandas populares y se recurrió a una mayor escala de asistencialismo.

Durante cuatro años se pudo gestionar la economía con los parámetros del modelo Bresser-Ferrer. Hubo superávit fiscal primario, alto tipo de cambio, bajas tasas de interés y expansión del consumo. Pero la acelerada disipación de esta coyuntura anticipó el escaso margen existente para mantener ese curso.

En el 2007-2010 comenzó la inflación y se frenó el crecimiento. El modelo persistió con los nuevos impulsos aportados por la introducción de un ingreso universal asistencial y la estatización de los fondos de pensión. Con esas medidas se intentó sostener un esquema ya amenazado por el deterioro de sus principales variables.

Esos desequilibrios emergieron con fuerza a partir del 2011. La inflación se intensificó, la producción se estancó, el déficit fiscal reapareció y fallaron todas las iniciativas implementadas para revertir el declive. El control de cambios, la pesificación y la expansión de la emisión no atenuaron el resquebrajamiento del modelo.

A comienzo del 2014 resurgieron finalmente las tensiones clásicas de la economía argentina que condujeron a las repetidas debacles del pasado. La reiteración de esos colapsos se encuentra actualmente contrarrestada por el limitado nivel de endeudamiento público y privado, la solvencia de los bancos y la continuada valorización de las exportaciones. Por esta razón el PBI se contrae, pero con apuestas a un rebote ulterior. Numerosos capitales internacionales ya preparan su arribo para adquirir empresas[33].

Sin embargo, la continuidad del proceso neo-desarrollista ha quedado severamente afectada por el debilitamiento político-electoral del kirchnerismo. Es muy probable que en los próximos años, Argentina atraviese un giro político semejante al observado al final de los grandes ciclos de las últimas décadas. Ya ocurrió a mitad de los 70, durante los 80 y en el 2001-03. En los tres casos el peronismo registró una convulsión mayúscula y pudo reconstituirse, pero sin recuperar la fidelidad popular que rodeó a su gestación. Ha sobrevivido más que otras fuerzas semejantes de América Latina transitando por una amplia gama de variantes, que incluyeron el nacionalismo inicial, la radicalidad popular, el giro represivo y el neoliberalismo.

A diferencia de sus antecesores el kirchnerismo encabezó una administración con fisonomía centro-izquierdista y retórica progresista. Restauró el sistema político, otorgó importantes concesiones democráticas y sociales e improvisó un proyecto diferenciado del peronismo tradicional. Pero no logró generar una identidad política sustituta[34].

Este período concluye con un giro conservador de adaptación a las demandas del establishment. Este viraje incluye unagran devaluación y achatamientos de los salarios. A la luz de los enormes desequilibrios acumulados durante los últimos años es muy dudosa la persistencia del curso económico actual.

Múltiples desajustes

La elevada tasa de inflación es la principal manifestación de las tensiones generadas por el modelo. Ese incremento de los precios supera en los últimos seis años la media global o latinoamericana y se ha estabilizado en torno al 25-30% anual. No decae en las coyunturas recesivas y su porcentaje real fue desconocido durante largo tiempo por la manipulación oficial de las estadísticas. La gestión cotidiana de la economía quedó afectada por esta distorsión de un indicador clave.

El incremento de los precios obedeció inicialmente al reducido nivel de inversión frente a una demanda recompuesta. Ese cuello de botella se reforzó posteriormente por el manejo concentrado de numerosos sectores. La remarcación permitió mantener el nivel general de las ganancias una vez disipada la capacidad ociosa[35].

Algunos economistas cuestionan este diagnóstico de “inflación por oligopolio”, estimando que la carestía deriva de una “puja distributiva” entre empresarios y trabajadores. Argumentan que en otros países la misma concentración de los negocios no se traduce en inflación[36].

Pero tampoco la disputa social por el ingreso genera allí el mismo incremento de los precios. En esos países los mismos desequilibrios desembocan en otro tipo de tensiones, puesto que el recurso inflacionario no está incorporado al manejo corriente de la actividad. Por simple experiencia, los capitalistas argentinos apelan más a la remarcación que sus pares de otros países. Es una conducta muy asociada con la elevada expatriación de capitales y el manejo de inversiones dolarizadas.

Los rebrotes inflacionarios obedecen, además, a la preeminencia de una estructura exportadora de alimentos que encarece todos los costos agrarios, al compás de la valorización internacional de esos productos. Finalmente, en los últimos años la inflación se intensificó por la decisión oficial de sostener el consumo a través de una intensa emisión. Este ritmo de creación de moneda quedó divorciado del respaldo en divisas y de los montos requeridos para la producción. Por esta razón se acentuó la depreciación del peso.

El déficit fiscal constituye el segundo punto crítico del modelo. Ya se aproxima al 3% del PBI y afecta duramente a las provincias, que destinan la mitad de sus presupuestos al pago de salarios. Ante la ausencia de financiación el gobierno promueve recortes a los subsidios del transporte y la energía para calmar las presiones del establishment.

El tercer campo de turbulencia ha sido la caldera cambiaria que estalló a fin del 2013. El gobierno implementó la devaluación que pretendía evitar. Intentó contener la estampida cambiaria vendiendo reservas, pero terminó generando una hemorragia que redujo peligrosamente el respaldo de los pesos en circulación.

También se introdujeron formas de control cambiario que los neoliberales cuestionaron  a viva voz, culpando al intervencionismo estatal por la “inestabilidad de los mercados”[37]. Pero esa injerencia fue muy acotada y sólo buscó detener las presiones devaluatorias. Como Argentina no fabrica los dólares que utiliza para solventar sus compras externas, necesita algún tipo de regulación estatal cuando las divisas comienzan a escasear.

El gobierno intentó contrapesar el “mercado libre” que manejan los bancos y los exportadores. No violó ninguna ley de la naturaleza, ni tampoco los principios de una economía sana. El control de cambios fue introducido en forma tardía y se manejó con total arbitrariedad. En lugar de penalizar a los especuladores, los funcionarios toleraron la apropiación bancaria de los menguantes dólares.

Después de transitar por todos los rumbos posibles, el gobierno se embarcó en un ajuste que cuestiona todos los principios neo-desarrollistas. Elevó drásticamente las tasas de interés y forzó un encarecimiento del crédito que asfixia el consumo. De un estancamiento en la creación de puestos de trabajo se pasó a una coyuntura de menor empleo, en un marco de alta informalidad laboral. Este contexto se ubica muy lejos de la depresión del 2001, pero el modelo se ha quedado sin combustible.

Lo más traumático son las medidas de restricción salarial que convierten a los ingresos populares en la variable de ajuste. La inflación licúa los salarios, las jubilaciones y los programas de gasto social. El gobierno oculta las cifras de pobreza e indigencia para no transparentar que su promedio actual se asemeja a los decenios anteriores. Nadie puede exhibir como un logro de la “década ganada”, que la pobreza afecte hoy al trabajador y no al desocupado, o que el asistencialismo evite las situaciones de extrema hambruna.

Argentina ha vivido muchas veces estas coyunturas críticas. Pero las condiciones actuales difieren significativamente en el plano político y económico de los antecedentes traumáticos legados por el “rodrigazo” (1975), la hiperinflación (1989) o el colapso general (2001). La tensión actual no tiene el alcance del pasado, pero ilustra la impotencia de la receta neo-desarrollista para evitar los temblores que atormentan a la economía.

Crisis global y demanda

Los problemas del esquema ensayado en Argentina son reconocidos por sus propios promotores. Suelen atribuir esas fallas al impacto de la crisis global que irrumpió en el 2008. Afirman que el modelo permitió contrarrestar las consecuencias más dramáticas de esa convulsión, pero sin neutralizar todos sus efectos. Establecen comparaciones con Europa y remarcan las virtudes del crecimiento nacional frente al resto de Sudamérica[38].

Pero la crisis mundial afecta en forma muy diferente a cada región o país. Basta comparar la prosperidad de China con el derrumbe de Grecia para notar esas disparidades. El contraste que se establece entre Argentina y Europa del Sur olvida que la primera economía soportó en el 2001, el vendaval que actualmente sacude al Viejo Continente. Los ciclos de prosperidad y depresión global no están sincronizados.

Ciertamente el divorcio del mercado financiero internacional y la prioridad asignada al consumo, diferencian al modelo argentino de la apertura neoliberal, imperante en otros países de Sudamérica. Pero el impacto de la crisis mundial ha sido limitado y semejante en ambos casos, dada la afluencia común de divisas que generó la apreciación de las exportaciones. Los precios récord de la soja y los ingresos aportados por la agro-exportación durante la última década, superaron en cinco veces el promedio de los 90 y en diez veces la media de los 80.

Los principales desequilibrios del experimento neo-desarrollista radican en el propio modelo. Ese esquema supuso que bastaba con alentar la demanda para incentivar el despegue de un círculo virtuoso de inversión y crecimiento. Inspirados en la heterodoxia keynesiana, sus promotores imaginaron que el simple aliento al consumo impulsaría a toda la economía hacia un sendero de crecimiento auto-sostenido. Pero lo que funcionó en el 2003-07 perdió consistencia en el 2008-2010 y se tornó inviable desde el 2011.

Bajo el capitalismo los empresarios no sólo se interesan por el comportamiento de las ventas. Priorizan las ganancias y evalúan los costos. El empuje del consumo es reactivador en ciertas coyunturas, pero obstruye la rentabilidad en otras circunstancias.

Los heterodoxos suelen cometer una ingenuidad simétrica al ideario neoclásico, al imaginar grandes expansiones de la oferta productiva por el mero repunte de la demanda. Esperan una reacción inviablemente positiva de los empresarios frente a esa mejora, olvidando la gravitación de otras variables como el riesgo o el beneficio. Su idealización del capitalismo les impide percibir las contradicciones de este sistema.

Con esas ilusiones apostaron una y otra vez a la auto-corrección del modelo, mediante sencillos empujes de la demanda que terminaron generando impulsos inflacionarios, solventados con elevado gasto público y alta emisión. Lo que funcionó durante la salida de la convertibilidad por la existencia de importantes recursos ociosos, perdió viabilidad en la coyuntura posterior.

Esas políticas permitieron incluso ciertos resultados de corto plazo frente a la recesión del 2009. Aprovecharon la subsistencia de un gran colchón de fondos públicos para reanimar la economía. Pero ese excedente se disipó posteriormente. Cuando en el 2013-2014 desapareció el margen para posponer ajustes, el gobierno recurrió a las políticas ortodoxas de contracción de la demanda, que el neo-desarrollismo suele objetar enfáticamente.

La renta convalidada

El ensayo neo-desarrollista ha fallado por la incapacidad del gobierno para incrementar la apropiación estatal de la renta de la soja. Esta medida es una condición insoslayable para estabilizar un modelo de expansión productiva y mejoras sociales. El kirchnerismo pretendió aumentar la captación pública de ese excedente subiendo los impuestos a las exportaciones de la soja (retenciones). Pero fue derrotado en la confrontación del 2008 con el agro-negocio y desde ese momento abandonó todo intento de retomar la iniciativa en este campo.

Ese desenlace marcó un punto de inflexión. No le impidió al gobierno preservar (y recrear) su hegemonía política, pero le quitó al estado los recursos necesarios para la reindustrialización. Persistió cierto crecimiento, pero con los motores del desarrollo totalmente apagados.

Argentina es una economía agro-exportadora asentada en la extraordinaria fertilidad de la tierra. Ese ventajoso acervo de recursos naturales constituye una maldición bajo el capitalismo, puesto que establece un alto piso de renta comparativa para cualquier otra inversión. Ninguna actividad ofrece un nivel de rendimiento semejante al agro. Esta asimetría históricamente determinó la preeminencia inicial de la ganadería y los cereales y su reemplazo actual por la soja.

La industria no pudo competir durante la centuria pasada con el latifundio terrateniente y no logra rivalizar en la actualidad con los Pools de Siembra. Un sector primario que ofrecía escasas ofertas de trabajo a los chacareros, ya no crea empleo en la era de la siembra directa. La aglomeración en villas miserias que generaba el éxodo rural del interior ha devenido en informalidad laboral masiva, a partir del deterioro de la industria.

Los distintos proyectos de industrialización que se implementaron desde la segunda mitad del siglo XX apuntaron a contrarrestar esta tendencia a la primarización estructural. Pero todos afrontaron el mismo límite que impone la elevada renta agroexportadora al estrecho beneficio fabril. Como la fertilidad natural de la tierra asegura costos muy inferiores al promedio mundial, la vieja tentación de privilegiar el agro (o a su extensión agro-industrial) invariablemente se renueva.

Esa primacía agroexportadora reapareció con fuerza en las últimas décadas de modernización de la producción agrícola (modificaciones genéticas, agroquímicos, maquinaria de última generación) y aumento de la demanda internacional (por especulación financiera, compras de China-India y agro-combustibles).

Este escenario volvió a disuadir el tibio intento oficial de sostener la actividad fabril, más allá de alguna sustitución de importaciones. Los capitalistas de la soja mantuvieron su renta y el estado se quedó sin los ingresos necesarios para desenvolver un modelo productivo. En estas condiciones el gobierno archivó su proyecto y se resignó a gestionar el status quo de una economía sin dinamismo industrial.

Algunos autores extraen otro balance del conflicto con los agro-sojeros. Estiman que ese choque derivó en una radicalización progresista del oficialismo e incentivó medidas favorables al modelo neo-desarrollista (como la estatización de los fondos de pensión y la asignación universal)[39].

Pero esta caracterización invierte lo ocurrido y no explica los desequilibrios que finalmente empujaron al kirchnerismo al ajuste. Ignora que al renunciar a un manejo mayor de la renta el gobierno perdió el rumbo y se diluyó su proyecto.

Existió otra posibilidad para retomar el control de la renta durante la crisis cambiaria de principios del 2014 que requería especial voluntad política. El gobierno podía intentar en ese momento la nacionalización del comercio exterior, para obligar a los exportadores y financistas a liquidar los dólares acaparados. Pero optó por el libreto convencional.

El control estatal sobre las divisas es imprescindible para superar el status de Argentina como agroexportador de productos básicos. Únicamente el monopolio estatal del comercio exterior asegura la comercialización centralizada de los enormes recursos que tiene el país. Otras instituciones que ya existieron en el pasado -como el IAPI- podrían complementar esta labor, negociando los precios y financiando la siembra o la cosecha. Esas entidades permitirían desvincular los precios locales de las cotizaciones internacionales y contribuirían a contrarrestar la inflación generada por la exportación de alimentos.

El ensayo neo-desarrollista socavó su propio despunte al renunciar al único instrumento eficaz para cortar la especulación cambiaria y la facturación fraudulenta de las exportaciones. Eludió comenzar la desprivatización de un ingreso que pertenece a todo el país y que permitiría remodelar la producción agropecuaria, frenar la expansión de la frontera sojera, recuperar la ganadería y recrear la vitalidad de los cereales y los cultivos regionales.

Burguesía e inoperancia

El neo-desarrollismo apostó por enésima vez al comportamiento productivo de la burguesía, olvidando los reflejos que ha perfeccionado este sector para fugar capitales, remarcar precios y desinvertir. Las expectativas que todos los gobiernos depositaron en esa franja siempre concluyeron en estruendosas decepciones.

Esa conducta de los capitalistas argentinos obedece a numerosas razones. Ha influido la formación histórica de un sector muy dependiente de la financiación estatal, tradicionalmente débil frente a la oligarquía y muy temeroso de la clase obrera. También incide la frustrada experiencia con la sustitución de importaciones y la pérdida de posiciones frente a Brasil.

Muchos autores suelen constatar periódicamente estos fenómenos, sin extraer ninguna conclusión. A los sumo sugieren que el estado debe ampliar su presencia económica para sustituir esa deserción. Pero ese reforzamiento también generaría tensiones y no podría atravesar ciertos límites, puesto que un modelo de “capitalismo estatal sin capitalistas” carecería de sentido[40].

La frustración actual es proporcional a las expectativas depositadas en la burguesía local. El kirchnerismo ponderó a ese sector y lo benefició con cuantiosos recursos del estado esperando mayores inversiones. Pero esos subsidios volvieron a engrosar el patrimonio de los amigos del poder, sin ningún rédito productivo para el conjunto de la economía. Cada vez que ese uso parasitario salió a la superficie, el gobierno reemplazó a un favorecido por otro. Todos los grupos privilegiados aumentaron su riqueza a costa del erario público y protegieron su dinero en el exterior.

La burguesía local participó en los negocios más rentables que le ofreció el kirchnerismo y se retiró cuando debía aportar capital propio. En lugar de “enterrar capital” en inversiones de largo plazo ha preferido embarcarse en operaciones de alta rentabilidad inmediata. Con esa conducta participó en las privatizaciones en los 90 y ahora observa con atención el posible regreso de los fondos de inversión para la reestructuración de las empresas.

El neo-desarrollismo no sólo falló por su expectativa en los capitalistas. La última década estuvo signada también por una impotencia mayúscula en el terreno cambiario, impositivo y financiero.

Con el manejo de dólar se experimentaron todas las alternativas de introducción y eliminación de controles. En lugar de forjar un sistema protección de las divisas para las actividades prioritarias, se terminó armando un barroco dispositivo de medidas inútiles.

En el plano impositivo quedó nuevamente congelada la reforma progresiva discutida en incontables oportunidades. Las propuestas para gravar la renta financiera, el juego y las actividades minero-extractivas han sido tan numerosas, como los proyectos para reintroducir los aportes patronales en la previsión social. Se habló hasta el cansancio de estos temas sin ningún correlato en definiciones prácticas.

El colmo de las contradicciones oficiales ha sido la orgullosa política de cancelar deuda externa utilizando reservas del Banco Central. Rifaron el principal resguardo que tiene la economía, para exhibir al gobierno como “pagador serial”, a la espera de una respuesta amigable del mercado. Supusieron que los banqueros reingresarían las divisas que les entregaban los funcionarios y se abonó puntualmente una deuda pública resultante de infinitos canjes, sin investigar su origen y legitimidad.

Esta sucesión de fracasos ha sido coronada en el 2014 con el giro hacia la recreación del endeudamiento externo. Con ese objetivo se pagan las sentencias que emitió el tribunal del Banco Mundial (CIADI), a favor de cinco empresas afectadas por la pesificación que sucedió a la convertibilidad. También se reabrió por tercera vez el canje de títulos externos en litigio, para ofrecer un nuevo acuerdo a los fondos buitres. Estos financistas adquirieron por moneditas las acreencias argentinas desvalorizadas y ahora aguardan su pago integro en los tribunales de Nueva York[41].

Por el simple arreglo de los litigios pendientes, la deuda externa volverá a crecer en forma muy significativa. La relación con el FMI es cada vez más cordial, desde que el gobierno aceptó la supervisión del organismo en la elaboración un nuevo índice de precios. Con el Club de Paris se llegó a un acuerdo de pago de las deudas contraídas durante la dictadura, se incrementaron sustancialmente los montos a cancelar y se reconocieron inadmisibles comisiones y punitorios.

El gobierno busca créditos externos luego de varios años de desembolsos que afectaron seriamente a las reservas. Presentó como un acto de “soberanía financiera” ese gran traspaso de fondos a los acreedores. Ahora intenta reiniciar un nuevo ciclo de endeudamiento de los entes estatales y provinciales. No sería la primera vez que con el lema de “financiar obras de infraestructura” se utilizan esos capitales para solventar los gastos corrientes.

Con el mismo objetivo de retomar el endeudamiento externo se ha indemnizado a REPSOL, desconociendo la promesa de auditar el saqueo que consumó esa compañía. Algunos economistas describen esa capitulación como un logro, argumentando que el país necesita inversiones para recuperar el faltante energético. Pero olvidan que hasta hace pocos años Argentina exportaba combustible, mientras las reservas de petróleo y gas se desplomaban, generando el actual bache de importaciones. Este déficit no obedece al crecimiento de la economía. Simplemente hubo permisividad oficial frente a todos los incumplimientos de las compañías petroleras.

Las fallas estructurales

En las áreas más estratégicas hubo muchos discursos a favor de la industrialización, pero el modelo mantuvo intacto la creciente gravitación del extractivismo minero-petrolero. Se impulsó especialmente un tipo de minería a cielo abierto que genera efectos devastadores sobre la Cordillera. Las empresas dinamitan montañas disolviendo rocas con materiales químicos contaminantes. Esta actividad destruye el medio ambiente sin crear empleo, ni generar desarrollo. Engrosa las ganancias de corporaciones internacionales que tributan bajos gravámenes.

Los defensores del modelo que reconocen estos problemas, pero argumentan que la reindustrialización ha sido el dato descollante. Remarcan no sólo esta recuperación frente a la liberalización financiera de los 90, sino también ante el resto de la región[42].

Pero esta caracterización se basa en una repetida comparación con la depresión del 2001. Como pocas economías padecieron un colapso tan agudo, resulta muy sencillo demostrar la inédita envergadura de la recomposición fabril que tuvo Argentina. Se olvida que una vez repuestos los niveles tradicionales de producción y empleo, quedó reinstalada la misma estructura industrial dependiente y vulnerable del pasado. Por eso reapareció la elevada importación de insumos y la escasez de divisas para solventarlos. El déficit comercial del sector se expandió, al compás de crecientes compras externas de bienes y equipos.

La recuperación cíclica de la última década reforzó, además, la concentración y extranjerización de la industria. Como se mantuvo una ley de inversiones extranjeras que otorga total libertad para remitir utilidades, el grueso de las ganancias fueron giradas a las casas matrices.

Las empresas trasnacionales controlan la mayor parte de la actividad industrial y no realizan transferencias de tecnologías. Como el mercado argentino es marginal a sus estrategias globales, el nivel de reinversión local es muy bajo. El gobierno no sólo convalidó este escenario, sino que promovió un innecesario boom automotriz. El contraste entre esa expansión y el desplome del sistema ferroviario retrata hasta qué punto estuvieron invertidas las prioridades del desarrollo.

La reindustrialización quedó adicionalmente bloqueada por la consolidación de un sistema financiero pro-consumo y anti-inversión. Las pocas regulaciones heterodoxas que se introdujeron para ordenar el mercado de capitales o actualizar la Carta Orgánica del BCRA, no alteraron la carencia de préstamos de largo plazo. Sólo multiplicaron la liquidez que manejan los bancos para motorizar la demanda.

El ocaso del ensayo neo-desarrollista está reavivando en Argentina las convocatorias neoliberales a imitar las políticas de apertura y privatización de los gobiernos conservadores. Como ya se les pasó la euforia con España o Irlanda, ahora elogian a Perú y Colombia, exhibiendo sesgados indicadores de crecimiento o inversión. Nunca hablan de la vulnerabilidad financiera, que afrontan todos los modelos abiertos al ingreso y salida de capitales especulativos. Tampoco mencionan las dramáticas consecuencias del extractivismo que sufren las economías minero-exportadoras.

Los neoliberales auguran una lluvia de dólares cuando se “recupere la confianza en un buen gobierno”, sin aclarar quién lucrará con esas divisas y cuánto costará su repago. También proponen extirpar el “populismo económico” y erradicar la perversa “intervención del estado”[43].

Pero suelen desconocer el intenso estatismo que caracterizó a todos los gobiernos pro-mercado. El gasto público nunca se redujo significativamente bajo esas administraciones. También ellos utilizaron los recursos del estado para subsidiar a los empresarios afines.

Al cabo de una década el neo-desarrollismo tambalea. El modelo se distanció inicialmente del neoliberalismo, pero sin incluir las medidas requeridas para llevar a cabo la redistribución real del ingreso y el cambio de la matriz productiva. No modificó los pilares de una economía dependiente con gran desigualdad social.

Tres interpretaciones en Brasil

En Brasil existe un intenso debate sobre el neo-desarrollismo y su grado de aplicabilidad al gobierno del PT. Esta controversia ilustra cuán discutible es la presencia de un modelo de ese tipo en la principal economía sudamericana.

Estas reservas provienen de la evidente continuidad que mantuvo el primer mandato de Lula con la política económica precedente. Allí estuvo totalmente ausente la ruptura que introdujo en Argentina el derrumbe de la convertibilidad.

La gestión inicial del sucesor de FH Cardoso sorprendió por la sintonía que mantuvo con su antecesor. La nueva gravitación social alcanzada por los trabajadores, no se plasmó en un proyecto diferenciado de las tradiciones dominantes. El PT llegó al gobierno con la explícita aprobación de los grandes grupos capitalistas. No irrumpió en forma imprevista como Kirchner y adoptó desde el inicio una postura extremadamente conformista[44].

Por esta razón muchos autores utilizaron denominaciones complementarias del neoliberalismo (social-liberalismo, neoliberalismo atenuado) para caracterizar el primer período de Lula. En ese debut no se avizoraron elementos de giro neo-desarrollista. Pero en el mandato posterior y en la administración de Dilma aparecieron ingredientes de un viraje que han suscitado tres caracterizaciones distintas.

Un primer enfoque considera que en estos períodos se consumó el pasaje hacia el neo-desarrollismo. Estima que el recetario ortodoxo fue desechado y que Lula debió otorgar concesiones al gran capital (altas tasas de interés, sistema impositivo regresivo, preeminencia del agro-negocio), para reintroducir la política industrial. Este curso es visto como una variante conservadora, que igualmente alentó la inversión pública y estimuló el consumo, mediante aumentos de la ayuda social y del salario mínimo[45].

La segunda caracterización remarca el continuismo y la ausencia de rupturas con el neoliberalismo. Estima que el PT se amoldó al “Consenso Pos-Washington” con políticas económicas que estabilizaron el mismo curso de las últimas décadas. Sólo se introdujeron ciertas regulaciones en las privatizaciones, algún control en la liberalización financiera y acotados límites a la apertura comercial

Esta visión rechaza cualquier identificación del modelo de Lula con el neo-desarrollismo, señalando que esta última tradición implica liderazgo de la burguesía industrial, sustitución de importaciones y posturas nacionalistas. Estima que ese legado contrasta con la primacía asignada a la exportación y a la liberalización comercial, en un marco de apertura al capital extranjero, desnacionalización y dependencia tecnológica[46]. Otras variantes de este enfoque resaltan la continuada vulnerabilidad de la economía y de políticas ortodoxas encubiertas[47].

Finalmente existe un tercer planteo intermedio. Señala que la experiencia gubernamental ha desmentido tanto a los aprobadores, como a los opositores del rumbo imperante. Estima que las corrientes neo-desarrollistas al interior del gobierno fueron ganando posiciones frente a las vertientes monetaristas, hasta imponer correctivos a la etapa inicial. Estos cambios se plasmaron en nuevas políticas fiscales de estímulo productivo, inversión pública y expansión de la Bolsa Familia.

Este giro es conceptualizado como una política híbrida, que permitió cierto crecimiento sin generar un programa coherente. La estrategia macroeconómica neoliberal del comienzo quedó entrelazada con iniciativas posteriores de cuño neo-desarrollista[48].

Esta caracterización destaca que en el segundo mandato Lula modificó la primacía inicial de los bancos a favor de la industria. Estima que consumó un viraje de altas tasas de interés y políticas de libre ingreso de capitales, a orientaciones que privilegian la actividad fabril, con subsidios financiados por la previsión social. Considera que el Lulismo tomó partido por las fracciones de la burguesía que disputan con el capital financiero, resisten la desnacionalización y propician la protección del estado frente a sus rivales extranjeros[49].

Comparación entre dos países

Las tres posturas en el debate brasileño divergen sobre el grado de incorporación de elementos neo-desarrollistas al modelo económico del PT. Pero todas las posturas reconocen la gran distancia existente con la experiencia argentina[50].

En ningún momento se insinuaron en Brasil medidas comparables a la nacionalización de los fondos de pensión o conflictos equivalentes al choque que opuso al gobierno argentino con el agro-negocio. En los dos países hubo impulso al consumo, asistencialismo, políticas contra-cíclicas y fomento parcial a la reindustrialización. Pero el lulismo nunca introdujo las iniciativas neo-desarrollistas que caracterizaron al kirchnersimo.

Esta diferencia obedece a la disparidad de escenarios político-sociales que han imperado en ambas naciones. El lulismo y el kirchnerismo constituyen dos variantes de las mismas administraciones de centro-izquierda. Pero se han desenvuelto en contextos muy distintos.

Mientras que el gobierno de Brasil acentuó durante su gestión la desmovilización social, el legado de la rebelión del 2001 obligó a sus pares del Cono Sur a gobernar con un ojo puesto en la reacción de los oprimidos. Recompusieron en Argentina el poder de los privilegiados, otorgando importantes concesiones democráticas y sociales al grueso de la población.

Lula no estuvo sometido a las presiones desde abajo que forzaron a los Kirchner a actuar en un tembladeral. El matrimonio K reconstruyó un estado colapsado por el desmoronamiento de la convertibilidad, frente a un PT que mantuvo casi intacta la estructura transferida por Cardoso.

Esta diferencia explica la divergente incidencia del neo-desarrollismo. En Argentina se ensayó un esquema con creciente regulación estatal, para recomponer un mercado interno devastado. En Brasil la continuidad socio-liberal inicial fue pausadamente sustituida por medidas de intervención, para contrarrestar la erosión generada por la ortodoxia monetarista. Condiciones políticas disímiles determinaron orientaciones económicas distintas.

Tal como ocurrió en Argentina desde el 2003, los indicadores económicos de Brasil comenzaron a mejorar a partir del 2006, provocando cierto desconcierto entre quiénes auguraban un rápido eclipse. El crecimiento de las reservas internacionales, la mejora de la posición externa de Brasil, la reducción de la pobreza absoluta y el aumento del crédito de consumo sorprendieron a muchos analistas.

Al igual que en Argentina este resultado obedeció a una combinación de condiciones externas favorables (bajas tasas de interés, afluencia de capital, mejora de los términos de intercambio) y políticas internas de apuntalamiento de la demanda. La escala de la recuperación económica fue inferior en Brasil, porque ese país no atravesó un desplome comparable al padecido por Argentina, ni contó con el rebote que generan esos colapsos.

Pero una vez concluido el ciclo ascendente, en ambos países afloran las mismas contradicciones de modelos que impulsan la demanda, sin remover las obstrucciones estructurales al desarrollo.

En el caso brasileño la tasa de crecimiento 2006-2013 ha sido muy baja en comparación a períodos precedentes y estuvo sostenida en esquemas de endeudamiento para expandir el consumo. La tasa de inversión (17-20% del PBI) fue inferior a la media histórica y el pago de intereses de la deuda (40-45% de la recaudación fiscal) continúa agobiando a la economía[51].

El ascenso geopolítico que registra Brasil no se traduce en una expansión económica equivalente. Encabeza el bloque sudamericano, auspiciando políticas autónomas de regionalismo capitalista y se ha consolidado como sub-potencia hemisférica. Pero su influencia es reducida en comparación a otras economías intermedias de Asia o Europa, que ganan espacio en el escenario global.

Un proyecto neo-desarrollista industrializador choca en Brasil con la prioridad asignada a la agro-exportación, en desmedro del desenvolvimiento manufacturero. El país depende cada vez más del agro-negocio y esta limitación es incluso reconocida por las visiones más afines al modelo actual[52].

El freno al desenvolvimiento industrial se verifica en la pérdida de competitividad y en la fuerte gravitación del denominado “costo Brasil”. Esa obstrucción se corrobora, además, en el estancamiento tecnológico y en la obsolescencia de la infraestructura. Si en la segunda etapa del PT ganó espacio el lobby industrial, esa incidencia no ha generado una recuperación fabril significativa. Una gran distancia separa los esbozos actuales de neo-desarrollismo de los viejos modelos centrados en la prioridad industrial[53].

¿Se masifica la clase media?

Algunos pensadores estiman que los efectos benéficos del neo-desarrollismo no se verifican en la estructura económica de Brasil, pero ya se corroboran en la expansión de la clase media. Destacan la consolidación de un nuevo segmento intermedio que reconfigura la fisonomía social del país[54].

Pero esta caracterización sobre-dimensiona el ascenso del nuevo sector utilizando los mismos criterios que difunde el Banco Mundial. Este organismo postula que “la extensión de la clase media transforma a Latinoamérica”, a partir de un inédito aumento de ese sector (30%) entre el 2003 y el 2009.

Estos cálculos se basan en estimaciones inconsistentes que ubican en la clase media a cualquier trabajador que gane 10 dólares por día, más allá de las desigualdades imperantes en la sociedad. La pertenencia a una clase no se define en comparación a otros grupos, sino en función de la simple tenencia de cierto ingreso. Quiénes alcanzan ese piso quedan automáticamente ubicados fuera del universo de los humildes.

Con ese enfoque supone que la clase media se expande junto al aumento de la polarización social. La ampliación de ese segmento ya no atempera las brechas entre ricos y pobres, pero es igualmente retratada como un colchón intermedio[55].

El discurso de crecimiento de la clase media se generalizó en Brasil a partir de las mejoras registradas en el salario mínimo. Se incluyó dentro del nuevo estrato a todos los trabajadores que obtienen un ingreso per cápita entre 141 y 500 dólares mensuales. Con ese cálculo se afirma que el 54% de la población pertenece a la clase media. Pero esta conclusión es poco realista en un país que ocupa la posición 84 en el índice mundial de desarrollo humano[56].

Ciertamente hubo mejoras sociales reales en la última década. La recuperación de los salarios más postergados, los incrementos obtenidos en las negociaciones de las convenciones colectivas y el mayor financiamiento educativo retratan esos desahogos. Los beneficiarios de la Bolsa Familia obtuvieron una importante tajada de estos avances.

Pero el grueso de los campesinos quedó afectado por la concentración de la tierra y  la disminución de la desigualdad fue muy limitada, en un país donde el 10% de la población posee el 75% de la riqueza del país. Además, la tasa de explotación se mantuvo invariable y se profundizó la precarización mediante distintas formas de sub-contratación. Un tercio de los nuevos empleos del período fueron absorbidos por los trabajadores terciarizados[57].

La expansión de la clase media es frecuentemente identificada con la simple modernización del consumo. No se toma en cuenta que ese incremento de los volúmenes de compra se concretó con formas de crédito y tasas de interés poco sustentables. La persistencia de 30 millones de pobres cuestiona seriamente la presentación de Brasil como un país de segmentos medios. Se ha creado un nuevo círculo de ese sector, pero en un escenario de continuada segmentación social y convalidación del asistencialismo.

Denominaciones y proyectos

La caracterización del neo-desarrollismo como un proyecto económico diferenciado del desarrollismo clásico y del neoliberalismo suscita fuertes controversias. Algunos autores cuestionan la especificidad de esta corriente, estimando que su nombre oculta meras intenciones y proyectos no realizados. Consideran que no existen logros acordes a los objetivos enunciados en el terreno de industrialización o el desenvolvimiento[58].

Pero es muy frecuente la aparición de términos que aluden a ciertas metas sin guardar sintonía con su concreción. Como esta situación se verifica actualmente con el neo-desarrollismo, conviene discutir el contenido del proyecto, evitando discusiones sobre la legitimidad de su nombre.

Si la validez del término asumido por cada enfoque estuviera determinada por el grado de cumplimiento del programa invocado, resultaría imposible cualquier clasificación. Nadie podría referenciarse en el socialismo (puesto que no existen sociedades igualitarias) o en el liberalismo (ante la ausencia de economías gobernadas por la pureza del mercado).

Al igual que cualquier otro concepto político o económico, el neo-desarrollismo pretende singularizar un proyecto representativo de ciertos sectores sociales. Es un error ignorarlo o descalificarlo por su distancia con el desarrollismo clásico. Sus propios promotores asumen esas diferencias, cuando utilizan el prefijo “neo” o el complemento “nuevo”.

La crítica a esta corriente no debe recaer en la veneración del viejo desarrollismo, olvidando que tampoco ese antecesor cumplió con sus metas. El frustrado proceso de reindustrialización actual prolonga las dificultades que enfrentó la versión fallida de los años 50-60. Las contradicciones con la primera experiencia anticiparon los problemas que vuelven a emerger en la actualidad.

El principal debate entre los intérpretes del neo-desarrollismo opone a quienes elogian y critican los propósitos (o resultados) de esa experiencia. En el caso de Argentina la postura favorable que asumen ciertos pensadores (Basualdo, Rinesi) contrasta con la mirada polémica que adoptan otros (Féliz). Nuestro enfoque se ubica en este segundo campo[59].

Esta última visión busca comprender y cuestionar los cambios de modelos y políticas económicas, que se han registrado en América Latina en los últimos años. Estas modificaciones se procesan al interior de un mismo patrón de reproducción de exportaciones básicas. La complejidad del fenómeno justamente radica en la multiplicidad de vertientes que actúan dentro de la misma etapa del capitalismo.

Maldiciones y repeticiones

Es importante distinguir al neo-desarrollismo del neoliberalismo, para notar cómo las diferencias en el plano económico se proyectan a la esfera política, en afinidades hacia gobiernos de centroizquierda o administraciones derechistas.

El neo-desarrollismo no es una simple bandera demagógica de presidentes con discursos progresistas. Constituye la modalidad actual de los proyectos que periódicamente adoptan las elites, las altas burocracias o los grupos capitalistas de los países semiperiféricos. No es un programa en debate dentro Estados Unidos u Honduras. Irrumpe cíclicamente en el escenario político de Brasil, México o Argentina.

Este tipo de economías medianas necesitan retomar la industrialización. Cuentan con importantes mercados internos y masas de asalariados, pero sin el pilar que sostiene a esas estructuras en las potencias centrales. Han concluido hace mucho tiempo sus procesos de acumulación primitiva, pero enfrentan severas trabas periódicas para la acumulación de capital.

La consolidación internacional de una nueva gama de economías intermedias acentúa esta necesidad de recuperar el peso fabril. Pero este mismo escenario afecta las posibilidades de concreción de esa meta. Los países latinoamericanos que desenvolvieron su industrialización con cierto nivel de salarios, no pueden emular a los modelos asiáticos que expandieron la exportación manufacturera, a partir de mercados internos estrechos y carencias de recursos naturales. Las economías de la región necesitan expandirse aceleradamente, pero enfrentan espacios internacionales reducidos para materializar ese crecimiento.

Esta contradicción es muy severa para las naciones sudamericanas más afectadas que beneficiadas por la abundancia de recursos naturales. Ese excedente genera una altísima renta para bienes producidos a un costo inferior al promedio internacional. Este lucro se acrecienta cuando repunta el precio mundial de las materias primas, incentivando un rendimiento superior a la ganancia industrial.

Todos los programas desarrollistas han debido lidiar con esta contradicción, que induce a los capitalistas a evitar una actividad fabril de mayor riesgo y menor retorno que el negocio primarizado. Intentan revertir esta tendencia, canalizando porciones significativas de la renta hacia los emprendimientos industriales rehuidos por las clases dominantes. Implementan esta política mediante impuestos a las agro-exportaciones y subsidios a los industriales.

Las iniciativas neo-desarrollistas resurgen periódicamente frente a las consecuencias de la perpetuación rentista. Si los grupos dominantes se resignan al status tradicional de sus países como exportadores de materias primas, la economía queda sujeta al vaivén internacional de los precios de esos productos, no genera empleo y sufre el ensanchamiento de las fracturas sociales. Es lo que ocurrió durante el neoliberalismo extremo de los años 90.

Pero cuando los propios sectores dirigentes reaccionan con intervenciones estatales para utilizar la renta en procesos de industrialización, deben afrontar serios conflictos con los propietarios de ese excedente. Si pierden esa disputa se generan grandes crisis, que inducen al establishment a exigir un retorno a la situación precedente. Es lo que sucedió en Argentina en última década.

Esta oscilación histórica se ha repetido en numerosas oportunidades y por esta razón el neo-desarrollismo actual reitera frustraciones ya conocidas. Pero como persiste el desequilibrio estructural que empuja a retomar el intento, ninguna decepción elimina la tendencia a volver una y otra vez sobre los mismos pasos.

La definición del desarrollismo como una “religión de la periferia capitalista” ilustra esta peculiar tendencia a la reiteración. Al concluir una experiencia fallida emerge la amnesia social que hace olvidar ese fracaso, pero al mismo tiempo se preparan las condiciones para repetir el experimento[60].

Sólo otro proyecto con metas igualitarias, liderado por clases populares, y encarado con dinámicas de lucha consecuente podría ofrecer una salida a esa encerrona.

Resumen de la segunda parte

Argentina volvió a encabezar un viraje económico con políticas neo-desarrollistas, que complementaron la valorización internacional de sus exportaciones y la recuperación de la rentabilidad pos- 2001. Pero el ensayo duró poco y ha declinado por el efecto de la inflación, el déficit fiscal y las devaluaciones.

La crisis global no explica los desequilibrios actuales. Se apostó al virtuosismo de la demanda eludiendo la centralidad de la ganancia. La renuncia a una apropiación mayor de la renta sojera socavó el modelo. Se confió en capitalistas que utilizaron los subsidios para fugar capital sin aportar inversiones.

El control de cambios fue tardío e ineficaz, no hubo reforma impositiva progresiva y se retoma el endeudamiento externo. El modelo mantuvo el perfil extractivo, la estructura industrial dependiente y un sistema financiero adverso a la inversión. Los críticos neoliberales propician la perpetuación de esas falencias.

En Brasil se discute la existencia de una variante conservadora de neo-desarrollismo, una versión más regulada del neoliberalismo o la vigencia de un tenue giro industrialista. Allí no se afrontó la crisis y la rebelión popular que convulsionaron a la Argentina. Pero la economía se ha estancado y se sobredimensiona la expansión de la clase media con falacias estadísticas y espejismos de consumo.

El neo-desarrollismo es un proyecto diferenciado dentro del patrón de exportaciones básicas las últimas décadas. Es poco fructífero cuestionar su denominación y corresponde distinguir las miradas elogiosas y críticas. Es un programa de economías medianas afectadas por rentas agro-exportadoras que disuaden la inversión fabril. Intenta canalizar el excedente hacia la actividad industrial, pero retrocede frente a los conflictos que suscita y recrea el círculo vicioso de los ensayos fallidos.

Bibliografía

-Azpiazu, Daniel, Schorr Martín,(2010), Hecho en Argentina Industria y economía, 1976-2007, Siglo XXI.

-Castelo Rodrigo, (2012), “O novo desenvolventismo e a decadencia ideológica do pensamento económico brasileño”, Serviço Social e Sociedade, n 112, outubro-dezembre,  Sao Paulo.

-Damill, Mario; Frenkel, Roberto, (2009), Las políticas macroeconómicas en la evolución reciente de la economía argentina, Buenos Aires, Cedes.

-De la Balze, Felipe, (1995), “Argentina y Brasil: enfrentando el siglo XXI”, Argentina y Brasil: enfrentando el siglo XXI, Asociación de bancos.

-Fontes Virginia, (2010), “Novas encruzilhadas e velhos fantasmas”, Encruzilhadas da América Latina no seculo XXI, Pao e Rosas, Rio.

-Katz Claudio, (2010), “Los nuevos desequilibrios  de la economía argentina”, Anuario EDI, n 5, septiembre, Buenos Aires.

-Lozano Claudio, (2009), Transformaciones de la última década,edicion.com.ar/eblog/25-3.

-Neffa Julio, (2004), La economía argentina y su crisis, CEIL-PIETTE CONICET,.

-Porta Fernando, Bugna Fernández Cecilia, (2009), “El crecimiento reciente de la industria argentina. Nuevo régimen sin cambio estructural”, Crisis, recuperación y nuevos dilemas, La economía argentina 2002-2007, CEPAL, 2009.

-Rodríguez de Almedida Lucio Flavio, (2012), “Entre o nacional e o neonacional-desenvolvimentismo”, Serviço Social e Sociedade, n 112, outubro-dezembre, Sao Paulo.

-Schvarzer, Jorge, (2000), La industria que supimos conseguir, Ediciones Cooperativas, Buenos.

-Zaiat, Alfredo, (2012) “Plan Fénix para América del Sur”, Página 12, 12-11.

■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■

III- UNA VISIÓN CRÍTICA. TEORÍA Y POLÍTICA

El neo-desarrollismo reivindica al empresariado industrial como sujeto protagónico del desenvolvimiento. Esta defensa sintoniza con su mirada elogiosa del capitalismo. Algunos consideran que este sistema optimiza la evolución de la sociedad y otros estiman que constituye un dato invariable de la realidad. Todos cuestionan las consecuencias nocivas de ciertos modelos, pero aceptan los criterios de eternidad capitalista que ha difundido el neoliberalismo.

Idealización y realidad

Los autores neo-desarrollistas repiten los mitos más corrientes sobre el funcionamiento armónico de las sociedades. Consideran que los individuos se organizan dentro de cierto territorio, en colectividades regidas por un destino que comparten todas las clases sociales. Suponen que existe un convenio implícito para mejorar el bienestar general, incrementando la competitividad internacional de cada conglomerado nacional. Ese acuerdo entre burguesías, burocracias y trabajadores funciona como un contrato social que permite el progreso de todos los involucrados[61].

Pero no aclaran por qué razón este imaginario consagra tantas desigualdades y funciona sin la aprobación previa de todos los firmantes. Si los trabajadores pudieran actuar libremente en la fijación concertada de las reglas sociales, establecerían remuneraciones equivalentes a su actividad y vetarían todas las formas de explotación.

El capitalismo se reproduce generando beneficios surgidos de la extracción de plusvalía. Se asienta en esa confiscación y no en la imposición de un consenso sobre la forma de distribuir el excedente. Lejos de favorecer a todos los integrantes de la comunidad, apuntala las ganancias de los poderosos a costa de los oprimidos. Ese manejo del poder por parte de una minoría no está sujeto a consultas, ni aprobaciones.

Esta realidad es imperceptible para el neo-desarrollismo. Se encuentra fuera del campo visual de sus teóricos, que comparten los valores y razonamientos de los grupos dominantes. Por eso observan la coerción económica que sufren los asalariados por parte de los capitalistas, como un contrato voluntariamente suscripto por ambas partes.

Con esa misma mirada reivindican a las burguesías latinoamericanas. Elogian su papel histórico en la constitución de las naciones, remarcan su creación de industrias, exaltan su manejo de los negocios y ponderan su generación de empleo[62].

Esta defensa contrasta con las visiones críticas que destacaron el comportamiento político pusilánime y la actitud económica improductiva de la burguesía industrial. Esos planteos contraponían la pujanza inicial de los capitalistas de las economías avanzadas con la ineptitud de sus equivalentes en la periferia[63].

Bresser ensaya un revisionismo de esta visión, sin aportar pruebas del empuje que habría caracterizado a los industriales latinoamericanos. Olvida que las burguesías industriales no jugaron ningún papel significativo durante la formación de las naciones latinoamericanas. Tampoco fueron artífices de la limitada industrialización registrada durante el siglo XX. Los estados cargaron con la mayor parte de esa tarea, frente a empresarios que siempre fueron más activos en la recepción de subsidios que en la introducción de inversiones

El teórico del neo-desarrollismo resalta especialmente la progresividad de la burguesía brasileña. Subraya que el protagonismo de ese sector nunca se interrumpió y polemiza con los teóricos de la Dependencia que cuestionaron ese papel. Estos autores destacaron que la dictadura de 1964 representó un momento de viraje regresivo en la conducta de los capitalistas[64].

Bresser rechaza esas caracterizaciones argumentando que la burguesía industrial nunca perdió vitalidad. Pero desconoce la principal discusión de ese período que estuvo centrada en el cambio de comportamiento de los capitalistas locales, como resultado de su creciente asociación con las firmas extranjeras. En su enfática defensa del empresariado omite la sustancial alteración del patrón de acumulación que introdujo ese giro.

Otro tipo de capitalistas

Bresser confronta duramente con el marxismo y la revolución cubana por su rechazo del padrinazgo burgués. Sostiene que la esforzada tarea de los desarrollistas para apuntalar la conducta progresista del empresariado, siempre fue obstruida por la “izquierda burocrático-populista”[65].

Pero esta crítica reafirma su contradictoria caracterización de la burguesía nacional. Por un lado, realza la inclinación natural de este sector hacia la inversión productiva y por otra parte, señala que esa actitud exige auspicios externos por parte del estado. Si el espíritu emprendedor de los capitalistas fuera tan intenso, ese sostén estatal no sería indispensable. La pujanza del empresariado tampoco podría ser fácilmente neutralizada por las críticas de la izquierda.

Bresser convoca a los trabajadores a aceptar una alianza política conducida por la burguesía. Afirma que la constitución de un “frente poli-clasista” es decisiva para el desarrollo nacional. Nunca aclara cómo se distribuirían los réditos de ese acuerdo y oculta de qué forma han contribuido en el pasado a estabilizar la dominación de las clases opresoras.

Algunos analistas estiman que Bresser acentuó su hostilidad hacia la izquierda, al aproximarse al social-liberalismo de la Tercera Vía que encarnó Tony Blair. Pero su postura expresa también continuidades con la labor que desplegó durante los años 90, como mentor de las privatizaciones[66].

Bresser se desempeñó como alto funcionario de la gestión neoliberal de F. H. Cardoso. Aunque se considera heredero del nacional-desarrollismo de Furtado, participó de una experiencia gubernamental explícitamente opuesta a ese legado.

Esa tradición incluye posturas de resguardo del empresariado nacional frente a la competencia externa, que sólo algunos autores neo-desarrollistas preservan formalmente. Estos planteos constituyen la sombra del pasado, puesto que la nueva prioridad es la promoción de las exportaciones[67].

Bresser es más contundente. Considera que las economías intermedias ya no necesitan proteccionismo y sugiere erradicar el viejo pesimismo en el estancamiento manufacturero, la asfixia de la balanza de pagos o el agravamiento de la heterogeneidad estructural. Apuesta a la rápida conversión de las economías emergentes en potencias desarrolladas, rechaza las nacionalizaciones y propone acotar el gasto público[68].

Su postura refleja qué tipo de burguesías predominan en la actualidad. Los capitalistas reciben con gusto los subsidios del estado, pero objetan la propiedad pública. Se consideran más poderosos y menos necesitados de los auxilios que aportaban las compañías estatales. Usufructúan del gasto público pero desconfían del estado empresario.

Este cambio ilustra el pasaje de la vieja burguesía nacional a la nueva burguesía local. Los grupos que priorizaban el mercado interno, las barrearas arancelarias y la inversión pública han sido sucedidos por sectores más volcados hacia la exportación. Forjan empresas “multilatinas” con socios internacionales y promueven conductas políticas más conservadoras. Techint y Oberbrecht retratan esta nueva modalidad de intervención, enlazada con empresas transnacionales y también guiada por una gestión globalizada de los negocios[69].

La reivindicación de esta nueva burguesía exige argumentos más sofisticados. El desarrollismo clásico promovía la expansión de un empresariado industrial naciente en conflicto con la oligarquía exportadora. Esa tensión facilitaba la presentación de ese sector como un artífice del desarrollo nacional[70].

Pero los conflictos de los años 40-50 han quedado atrás. La burguesía local reforzó su ligazón con el agro-negocio y promueve la perpetuación del status quo. Ha estrechado vínculos con el capital extranjero y se ha regionalizado para capturar mercados de mayor envergadura. El neo-desarrollismo se amolda a esta nueva fisonomía del capitalismo zonal[71].

Mistificación del estado

El neo-desarrollismo realza el papel de los estados nacionales como instrumentos transformadores de la economía. Subraya la gravitación de esa institución, no sólo por las garantías que aporta a la propiedad y a los contratos. Considera que cumple un papel irreemplazable en la organización del crecimiento y en la concertación de pacto sociales.

Este enfoque es contrapuesto a la teoría neoliberal del “estado mínimo” y a todos los discursos sobre el “retiro del estado”. Demuestra que esa retórica encubre la continuada expansión de un organismo, que acentúa su incidencia junto a la expansión de la acumulación. Lo que se modifica con el paso del tiempo son las funciones que ejerce el estado, para privilegiar ciertas actividades en desmedro de otras.

Pero el neo-desarrollismo no se limita a reconocer este protagonismo. Presenta la intervención del estado como una forma de asegurar el bienestar general, ocultando que esa institución es controlada por las clases dominantes. Basta observar cómo se recaudan los impuestos y se distribuyen los subsidios, para notar quiénes son los principales favorecidos por la administración estatal.

Al suponer que el secreto del crecimiento sostenido se encuentra en la fortaleza del estado, el neo-desarrollismo olvida que el subdesarrollo padecido por América Latina nunca obedeció a la debilidad de ese organismo. El estado siempre estuvo muy presente al servicio de los grupos sociales más obstructores del desenvolvimiento regional. El sostén brindado a esos sectores determinó el atraso histórico de la zona.

Algunas miradas neo-desarrollistas suelen destacar que la pujanza de cada economía depende de la capacidad exhibida por su estado para lidiar con las clases dominantes. Estiman que la diferencia entre América Latina y Asia, radica en la impotencia de la primera región para implementar las políticas, que disciplinaron a las elites de la segunda zona. Destacan que la intención latinoamericana de mantener satisfechos a los poderosos contrasta con la práctica asiática de someterlos al rigor de normas muy estrictas. Señalan que esta diferencia determinó resultados muy diferentes. El rentismo convalidado por los estados frágiles contrasta con la acumulación impulsada por los estados gravitantes[72].

Pero esta caracterización ofrece un retrato y no una explicación del problema. Contrapone estados con autoridad que aseguraron el crecimiento, con instituciones débiles que se dejaron manejar por los poderosos, como si la primera fuerza emergiera de alguna voluntad supra-natural de ordenamiento de la sociedad.

Este enfoque olvida que históricamente el estado se fortaleció junto a los grupos dominantes. No cayó del cielo para que lo utilicen libremente todos los ciudadanos. El estado fue forjado por las clases capitalistas para apuntalar su propia consolidación como sector hegemónico de la sociedad.

Es cierto que en prolongados procesos de transformación emergieron distintas variedades de estados del mismo pasado pre-capitalista. Pero en todos los casos la principal función disciplinaria de ese organismo fue ejercida contra los desposeídos, con explícitas formas de brutalidad policial-militar o con implícitos mecanismos de coerción económica.

Los neo-desarrollistas olvidan esta sujeción social o la ubican en un mismo plano que la gestión de tensiones entre los grupos dominantes. De esta forma el “estado fuerte” es presentado como un rival o contendiente de los industriales con los latifundistas o los banqueros. Pero en los hechos ha operado como una estructura burocrática asociada con esos sectores, en la prioritaria opresión de las mayorías explotadas.

Si los estados de los países asiáticos son más sólidos que sus pares de América Latina, es porque lograron imponer un mayor sometimiento de los trabajadores. Es evidente que gran parte del milagro oriental obedece a la sujeción laboral que se instauró en los talleres mundializados de la región. El neo-desarrollismo silencia este dato o lo describe como una circunstancia menor.

También olvida que los conflictos entre estados y clases dominantes no han sido patrimonio exclusivo del Extremo Oriente. Constituyen una norma en todos los países que cuentan con burocracias consolidadas en el sector público y entidades representativas en el sector privado. El primer segmento debe arbitrar el cúmulo de intereses presentes en el segundo grupo y no puede dirigir al estado sin favorecer a ciertos sectores contra otros.

Conviene recordar que las burocracias estatales de los primeros tigres asiáticos eran más autónomas de sus burguesías, pero también más dependientes del imperialismo estadounidense y del capital extranjero. Por razones geopolíticas (guerra fría) y económicas (etapa de internacionalización del capital), ese status no obstruyó su conversión en exportadores industriales. Cualquier comparación con Latinoamérica debe considerar estas diferencias.

La existencia de procesos sostenidos de acumulación no depende primordialmente de los conflictos entre burocracias, elites y capitalistas. Sólo cuando esas tensiones convergen con ciertas condiciones objetivas favorables para el crecimiento capitalista, hay expansión económica. En otras circunstancias los mismos choques sólo recrean el estancamiento.

Rivalidades y burocracias

El neo-desarrollismo identifica el crecimiento sustentable con una gestión adecuada del estado. Por esta razón propone crear un funcionariado eficaz, mediante la selección “meritocrática” de las capas dirigentes[73].

Pero la relación causal entre burocracias eficientes y elevados ritmos de acumulación que establece este enfoque weberiano es muy discutible. La eficacia en el manejo del estado surgió para consolidar crecimientos capitalistas ya preexistentes. Es un error invertir esa secuencia, suponiendo que el funcionariado óptimo ha sido la condición de la expansión burguesa.

Lejos de preceder y determinar el rumbo de los capitalistas, las burocracias se han reconfigurado junto a las clases dominantes. Por esta razón son espejos de las limitaciones que singularizan a cada segmento nacional de propietarios de los medios de producción.

El lugar de cada economía en la división internacional del trabajo ha condicionado por igual el comportamiento de ambos grupos. Pero la conducta de las clases dominantes define el patrón de evolución de las burocracias asociadas y no a la inversa. Esta primacía deriva de la naturaleza de una sociedad comandada por los capitalistas. Los estados son gestionados por capas reclutadas entre sectores afines a las clases opresoras.

Registrar esta jerarquía analítica de las relaciones entre los dominadores y sus burocracias es vital para comprender la dinámica contemporánea del estado. Con este enfoque se puede indagar el sustento de clase de esa institución (enfoque instrumentalista), sus mecanismos de reproducción (estructuralismo), las ligazones entre funcionarios y empresarios (visión asociativa) y las mistificaciones ideológicas que rodean a su desenvolvimiento (teorías de la comunidad imaginaria)[74].

Como el neo-desarrollismo rechaza este abordaje de clase, ignora de qué forma las burocracias actuales se amoldan a las prioridades de los capitalistas. Esa adaptación explica por qué razón ya no promueven en América Latina las formas estatales populistas, que en los años 50-60 facilitaban la alianza de la burguesía industrial con las elites modernizadoras. Esos pactos apuntalaban la sustitución de importaciones con un imaginario de mejoras sociales, que el esquema desarrollista posterior complementó fortaleciendo a las empresas públicas. El objetivo era potenciar el mercado interno y expandir el poder adquisitivo[75].

El modelo estatal predominante en la actualidad es muy diferente. Al cabo de varias décadas de privatizaciones, se amolda al giro exportador y a la primacía agro-minera. Prioriza los intereses de grupos concentrados e internacionalizados, que sólo aceptan coberturas asistenciales para administrar la pobreza.

Algunos neo-desarrollistas retoman los estudios recientes sobre la persistencia del estado nacional en la mundialización. Esos enfoques cuestionan acertadamente todas las teorías que postulan la inminente disolución de esa entidad en las redes transnacionales de la globalización[76].

Pero no alcanza con repetir que el estado nacional continúa cumpliendo funciones básicas para el funcionamiento del capitalismo, si no se explica cuáles son esas tareas. Los neo-desarrollistas suelen reiterar generalidades sobre la primacía de la regulación sobre el mercado, sin registrar que la principal razón de perdurabilidad del estado nacional radica en su papel en la explotación de los asalariados.

Sólo esa entidad cuenta con la autoridad histórico-política requerida para gestionar el manejo de la fuerza de trabajo. En las actuales condiciones de creciente internacionalización se necesita la mediación estatal, para lucrar con las diferencias salariales existentes entre los trabajadores de distintos países.

El neo-desarrollismo prioriza el estudio del rol jugado por el estado nacional en la competencia geopolítica mundial. Retoma especialmente las investigaciones que convocan a indagar esa función en el duro escenario de confrontaciones contemporáneas[77].

Pero también aquí olvidan que el fundamento de esa rivalidad son conveniencias de los capitalistas contrapuestas a los intereses populares. En las batallas por la “competitividad”, el éxito de un empresario sobre otro no se traduce en beneficios equivalentes para los trabajadores. La propia competencia refuerza los mecanismos de dominación y socava tendencias potenciales a la cooperación, que permitirían procesos de desarrollo al servicio de las mayorías populares.

Nacionalismo atenuado

El viejo desarrollismo sintonizaba con el nacionalismo clásico y compartía su principio ideológico de plena identidad de intereses de los ciudadanos de cada país. Observaba a la nación como la entidad primordial de la sociedad y ponderaba la pertenencia a esa colectividad.

Esta concepción repudiaba las conductas antinacionales de las oligarquías subordinadas al capital extranjero. Recogía el fuerte rechazo de los oprimidos hacia esas minorías aristocráticas y logró una amplia adhesión popular prometiendo el desarrollo que surgiría de la derrota de esas elites.

En esta visión se asentó el nacionalismo burgués. Presentó su proyecto de industrialización, como una meta compartida por todos los excluidos de la dominación terrateniente. Con ese discurso facilitó el ascenso de los sectores modernizadores, que desplazaron del poder a las oligarquías agro-exportadoras. Esta mirada identificaba al libre-comercio con los intereses foráneos y al desarrollo fabril con las necesidades del pueblo.

Pero la lealtad a la nación fue colocada en los hechos al servicio de la burguesía industrial, ocultando que este sector se enriquece a costa de los asalariados. Las teorías nacionalistas nunca demostraron por qué razón los vínculos de un oprimido con el opresor del mismo territorio, deben prevalecer sobre la solidaridad internacional de los asalariados.

Las críticas de los marxistas resaltaron estas contradicciones. Postularon la progresividad histórica de los antagonismos entre clases sociales, frente a las rivalidades que oponen a las distintas naciones por el predominio regional o global. Cuestionaron además, los criterios románticos utilizados por las teorías nacionalistas para justificar la supremacía de la nación, como núcleo constitutivo de la sociedad y del estado. Des-mistificaron las narraciones y leyendas de las ideologías que enaltecían las trayectorias pasadas de las clases dominantes, ocultando los sufrimientos y resistencias de los oprimidos[78].

Pero el viejo nacionalismo también incluía aristas antiimperialistas que han desaparecido en las vertientes actuales. Ningún eco de las objeciones al colonialismo inglés y al intervencionismo estadounidense persiste en el neo-desarrollismo. El rechazo patriótico al imperialismo ha quedado diluido. Estos cambios reflejan la consolidación de nuevas burguesías locales conectadas con negocios transnacionales.

A medida que aumenta su amoldamiento a la globalización, el neo-desarrollismo atenúa el antiguo nacionalismo. Sólo mantiene una reivindicación formal de esa ideología, exaltando viejas disputas con el liberalismo[79].

Pero este tipo de reivindicación implica preservar los aspectos más conservadores del viejo nacionalismo, sin convergencias con programas sociales, ni con resistencias de los pueblos de la periferia. Para ganar espacios en el mercado mundial junto a los nuevos socios foráneos se remodelan las tradiciones conflictivas.

Identidad y densidad nacional

Otros teóricos neo-desarrollistas reivindican el nacionalismo como una modalidad soberana de adaptación al nuevo escenario mundial. Subrayan la existencia de “respuestas nacionales” a este contexto y postulan que “cada país tiene la globalización que se merece”. Distinguen la identidad de la densidad nacional. Mientras que el primer rasgo sólo determina la pertenencia a una misma nación, el segundo componente implica convicciones compartidas en torno a un proyecto productivo[80].

Este enfoque resalta la insuficiencia de las identidades culturales inspiradas en los valores universales que asumieron algunos países como Argentina. Consideran que el pilar identitario ha carecido de la densidad complementaria, requerida para asegurar la expansión productiva. Señalan que Japón forjó esta última cualidad en el pasado y Corea, China e India la construyen en la actualidad. Remarcan que la ausencia de ese atributo explica la desigualdad, concentración económica, inestabilidad política y subordinación ideológica que ha padecido Latinoamérica[81].

Con esta mirada retoman ciertos principios del viejo nacionalismo que resaltaba el nexo prioritario creado por el territorio, el idioma o el bagaje cultual común. Consideran que ese vínculo debe prevalecer por encima del posicionamiento social. La condición de acaudalado o empobrecido es vista como dato menor frente a la pertenencia a la nación. Pero el olvido de esas asimetrías oculta quiénes son los ganadores y perdedores de esa asociación.

Ferrer introduce su distinción entre la identidad y la densidad nacional, como factor  determinante de los éxitos y fracasos de cada proceso de desarrollo. Pero no aclara cuál es la concatenación lógica de su razonamiento. Se limita a constatar que algunos países logran objetivos que otros no alcanzan, sugiriendo que las idiosincrasias definen la posición final de cada concurrente.

Pero como ese resultado sólo se conoce a posteriori, parecería inferirse que si una economía avanzó contenía un espíritu nacional sólido y si retrocedió, arrastraba un cimiento frágil. De este contraste no emerge ninguna explicación.

Al igual que Bresser, el acento nacionalista ya no es ubicado en el resguardo a una industria naciente, sino en las estrategias de incorporación al capitalismo internacionalizado. Por un lado, Ferrer relativiza el alcance de la mundialización -resaltando la continuada centralidad del mercado interno- y por otra parte convoca a encontrar caminos de inserción, en la “globalización que cada país merece”.

En ambos diagnósticos se jerarquiza el margen de acción autónomo de las naciones, moderando las adversidades estructurales que subrayaba la vieja CEPAL. Ahora todo depende de la capacidad para forjar “densidades nacionales”, más allá de los términos de intercambio o de la ubicación periférica en la división internacional del trabajo.

Ferrer mantiene la distinción entre países centrales y economías subordinadas que planteó Prebisch, pero reduce la gravitación de esas diferencias. Resalta la incidencia de las políticas nacionales en la ubicación de cada economía, reafirmando la primacía de las voluntades internas.

Todos los teóricos neo-desarrollistas registran, igualmente, el efecto desestabilizante de la mundialización sobre las identidades nacionales. Ese proceso redistribuye niveles de soberanía, desplaza funciones de los estados hacia organismos supranacionales, y erosiona la idea de nación como resguardo último de la ciudadanía.

Pero asumen una actitud pragmática frente a esa mutación. Toman distancia del viejo nacionalismo autárquico sin adscribir al globalismo neoliberal. Ya no postulan teorías del resurgimiento nacional, pero tampoco aceptan los presagios de declive de esa entidad. Buscan un punto intermedio que probablemente refleja las peculiaridades de América Latina.

Esta región no afronta, por ejemplo, los dilemas de los países involucrados en la construcción europea. Allí el nacionalismo reaparece frente a la brutal pérdida de derechos soberanos, que impone la gestación de un estado continental al servicio del gran capital. En América Latina tampoco se vislumbra el repunte de los nacionalismos con ambiciones subimperiales, que se verifica en Rusia, Turquía o India.

En los principales países sudamericanos el viejo nacionalismo burgués ha quedado sustituido por banderas más regionalistas. Este nuevo estandarte es afín a las necesidades que enfrentan las grandes firmas para ampliar mercados, fabricar bienes en forma conjunta o gestar uniones aduaneras en el molde del MERCOSUR.

Este regionalismo capitalista sintoniza con las empresas multinacionales de base local que operan en la región. Incentiva una ideología de la integración que gana influencia frente al viejo patriotismo. Hay pocas convocatorias a forjar una “Argentina Potencia” o una “Civilización Brasileña” y muchos llamados a reforzar un polo sudamericano, con agenda propia en la globalización.

Ritmos institucionales

El neo-desarrollismo introduce una visión más pausada del desenvolvimiento. La esperanza en la industrialización acelerada que predominaba en los años 50 o 60 ha sido sustituida por una expectativa menos impetuosa del avance capitalista. Este cambio no obedece sólo a las decepciones acumuladas durante varias décadas. Expresa, además, la influencia de los regímenes constitucionales.

Los teóricos neo-desarrollistas ya no divorcian su visión del crecimiento del modelo político vigente. Con la desaparición de las dictaduras se extinguieron las antiguas ilusiones en el ejército como principal artífice de la industrialización. El alto número de funcionarios desarrollistas que participaba en los gobiernos militares es un recuerdo del pasado.

La actual mirada gradualista se adapta a la lentitud de los ritmos institucionales y se nutre de visiones heterodoxas de la economía contemporánea. Estas concepciones suponen la vigencia de un sistema económico-político que distribuye los excedentes, en proporción a la influencia alcanzada por las distintas fuerzas sociales. Considera que la sociedad armoniza los conflictos entre estos grupos, seleccionando a través del voto las alternativas más convenientes para la mayoría[82].

Pero con este enfoque se ignora la dominación que ejercen los capitalistas. Esa supremacía les permite acotar los márgenes de elección ciudadana, imponiendo límites muy estrictos a cualquier decisión que afecte sus intereses. Los acaudalados hacen valer siempre la “opinión de los mercados” para definir el curso de la producción y la finanzas[83].

Una confirmación contundente de esta supremacía se verificó en América Latina, durante las regresivas décadas de constitucionalismo que sucedieron a las dictaduras. En ese período el ámbito institucional fue utilizado por el neoliberalismo para perpetrar cirugías sociales a favor de los capitalistas.

En lugar de evaluar esa experiencia, el neo-desarrollismo repite la ingenua presentación de la institucionalidad burguesa, como un ámbito neutral de administración de las tensiones sociales. Propaga, además, el mito del desarrollo como un premio a la calidad de esos organismos, estableciendo rigurosos paralelos entre el crecimiento y la eficiencia de los sistemas de votación, el aumento de la transparencia o la reducción de la corrupción[84].

También aquí, parece olvidar que la erradicación del subdesarrollo siempre estuvo más obstruida en América Latina por los intereses e incapacidades de los grupos dominantes, que por el presidencialismo, el laberinto legislativo o el letargo judicial.

Pero lo más curioso del neo-desarrollismo son las contradicciones que rodean a su propio discurso de ensalzamiento de las instituciones. Mientras realza la gravitación de esas entidades elogia modelos asiáticos plagados de autoritarismo.

El apego a la moda constitucionalista conduce también a presentar la historia latinoamericana, como un proceso de desarrollo jalonado por logros institucionales. Los neo-desarrollistas suponen que esos hitos determinaron el curso de la región, desde la Independencia hasta las repúblicas conservadoras y los sistemas políticos actuales[85].

Pero esos parámetros institucionales se ajustaron en realidad a otros determinantes más significativos del sendero seguido por el capitalismo regional. Las condiciones favorables o desventajosas para la acumulación, siempre operaron como el principal condicionante de esos procesos. Las transformaciones institucionales sólo incidieron sobre ese curso a través de confrontaciones políticas, a su vez influidas por la intensidad y el resultado de las luchas populares. El razonamiento puramente institucional ignora la incidencia de estas fuerzas económico-sociales subyacentes, que han determinado la evolución latinoamericana.

Modernidad y capitalismo

El institucionalismo neo-desarrollista apuesta al afianzamiento de la modernidad para expandir el progreso. Considera que ese estadio aproxima a la civilización a un orden superior de convivencia humana, abriendo senderos de armonía y bienestar social.

¿Pero esta utopía positiva del porvenir es compatible con el capitalismo? Sus promotores presuponen que sí y rechazan el proyecto rival del comunismo que pregona el marxismo. Sin embargo no explican cómo podría alcanzarse la gran meta de la equidad, bajo un sistema asentado en la explotación y la desigualdad[86].

Los teóricos de la modernidad neo-desarrollista afirman que América Latina se encaminará hacia una sociedad promisoria, si consolida la heterogeneidad y el encuentro de culturas que ha singularizado su historia[87].

Pero con esta visión repite la presentación idílica de la región como un ámbito de convergencias. Evitan recordar el terrible pasado de dominación que inicio el colonialismo con la importación de esclavos y la imposición de la servidumbre entre los pueblos originarios. Sólo afirma que esos vestigios han quedado superados, desde la generalización de normas modernas de consideración y respeto.

Como eluden definir cuál es la relación de ese concepto con el capitalismo, no se sabe de qué forma la consolidación de la modernidad corregiría las desgracias actuales de la región. Simplemente esperan la extinción de esas desventuras, junto a la desaparición de las rémoras pre-modernas que arrastra América Latina.

Este razonamiento tiene muchas similitudes con las teorías liberales, que atribuían el subdesarrollo a la persistencia de sociedades tradicionales adversas a la modernización. Sustituir este último término por su análogo de modernidad no modifica mucho el mensaje final.

La modernidad no es un concepto sustitutivo del capitalismo para estudiar el desarrollo. Es una vaga noción que no aporta criterios de indagación superadores de los enfoques centrados en la dinámica de las fuerzas productivas y la lucha de clases. Mientras que estos dos últimos parámetros clarifican el curso de la evolución social, la mera búsqueda de valores altruistas modernos no brinda pistas para entender el rumbo de la sociedad.

Las categorías del marxismo privilegian los estudios basados en las transformaciones de los modos de producción y los antagonismos entre las clases sociales. La óptica de la modernidad contrapone a este enfoque todo tipo de indefiniciones. Nunca se sabe si sus criterios aluden a metáforas, a formas de concebir los relatos históricos, a sensibilidades artísticas o a lógicas culturales[88].

Estas ambigüedades son mucho mayores en el plano político. En este terreno la modernidad es habitualmente asociada con la consolidación de la ilustración, la primacía de la razón o la expansión de la secularidad. Pero también aquí el logro de esas metas es incompatible con la perpetuación del capitalismo. Aproximarse a la concreción de ese tipo de ideales exige erradicar el sistema social imperante.

Elites clarividentes

A pesar de su enfática reivindicación de la burguesía, el desarrollismo siempre intuyó la incapacidad de los capitalistas latinoamericanos para consumar el crecimiento auto-sostenido. Por esta razón sus alabanzas al empresariado fueron complementadas con la búsqueda de sustitutos para implementar ese proceso.

Desde los años 50 concibió el surgimiento de distinto tipo de elites como reemplazantes potenciales de la burguesía. Imaginó que ese grupo encabezaría el mismo proceso que condujo a la pujanza de Occidente

Algunos autores explicaron el despegue inicial de Inglaterra, el salto posterior de Estados Unidos y la expansión de Francia o Alemania por el liderazgo ejercido por ciertas minorías clarividentes. Atribuyeron esa capacidad a un legado de cultura europea urbana heredado del Renacimiento y la Reforma y estimaron que la ausencia de esos sectores esclarecidos frustró el desenvolvimiento de Rusia o China. Evaluaron que en América Latina las elites conservaron ideales aristocráticos, convalidaron la apropiación latifundista de la tierra y avalaron el bloqueo de la industrialización[89].

Esta interpretación weberiana supone que ciertas minorías transmiten al resto de la sociedad, los valores requeridos para el desarrollo. Introducen flexibilidad política, tesón comercial, austeridad de las costumbres, prédica humanista y movilidad social.

Pero esta visión acepta todos los mitos euro-céntricos que idealizaron el debut capitalista en Occidente. Ignora interpretaciones más consistentes, centradas las condiciones que facilitaron los rápidos saltos de la acumulación primitiva a la acumulación del capital, que registró Europa Occidental.

Estas teorías subrayan la celeridad de la revolución agraria que precedió a la industrialización, el papel central de los estados absolutistas o las ventajas obtenidas con el colonialismo. Aportan caracterizaciones más sólidas de ese inicio capitalista, que las visiones focalizadas en la existencia de grupos iluminadores del rumbo a seguir.

La mirada marxista permite comprender los caminos elegidos por las clases capitalistas triunfantes, en función de las condiciones político-sociales en que actuaron. Por el contrario, la sociología convencional reduce ese proceso a los atributos peculiares de las elites. Las viejas simplificaciones que realzaban el rol de los reyes, los sabios o los generales son extendidas a un segmento más amplio. Pero en ambos casos la clave de la historia es situada en la existencia de núcleos capacitados (o destinados) a liderar el desarrollo.

La lucidez de estos sectores queda transformada en el principal motor de la evolución social. Pero este factor sólo incidió en procesos condicionados por la estructura socio-económica, la inserción internacional de cada región y el tipo de conflictos predominantes entre clases dominantes y dominadas. La simple contraposición de elites clarividentes que permiten el progreso con minorías incapaces de repetir ese rumbo, no aporta explicaciones del subdesarrollo.

En América Latina la teoría de las “elites fallidas” subraya la existencia de fracturas entre este sector y las masas. Remarca la reiterada predilección de esos grupos por servir a los poderosos. Considera que por esa razón no logró autoridad para transmitir los valores de esfuerzo, productividad y responsabilidad, que necesitaba el conjunto de la población[90].

¿Pero las clases dominantes estuvieron exentas de esas falencias? Al eludir este análisis se omite indagar el anclaje social de las limitaciones observadas en las elites. Estas capas ejercen funciones estratégicas en la sociedad, sólo en consonancia con las clases dominantes. Ambos sectores actúan en forma autónoma, pero apuntalan los mismos intereses, refuerzan los mismos privilegios y defienden el mismo sistema social.

La tradicional expectativa desarrollista en las elites como sustitutos de los capitalistas ignora estas ligazones. Supone que si un grupo especializado evita las carencias de las clases dominantes el progreso estará asegurado.

Es cierto que en el caso latinoamericano las elites estuvieron más interesadas en servir a los poderosos, que en gestar procesos de desarrollo compartidos con las masas. Pero no se enemistaron con el pueblo por falta de lucidez, sino por su estrecho parentesco con procesos de acumulación manejados por la burguesía.

Contrastes y comparaciones

El neo-desarrollismo atribuye la bifurcación que actualmente se observa entre Asia y América Latina, al comportamiento de las elites de cada zona. Considera que las minorías orientales no están atadas al pasado europeo y actuaron con pautas de soberanía indígena, en lugar de repetir la actitud mestiza de subordinación que imperó en el Nuevo Mundo. Por eso lograron impulsar potentes proyectos nacionales primero en Japón, luego en Corea, Taiwán, Hong Kong, Singapur, posteriormente en Malasia y Tailandia y actualmente en China, India y Vietnam[91].

De esta forma los países asiáticos son agrupados en un pelotón de exitosos, dotados de las mismas condiciones virtuosas que anteriormente se asignaba a Europa. El contraste con América Latina ya no se hace por la insuficiente asimilación de Occidente, sino por el exceso de esa influencia. Como la región estuvo más conectada que Asia al Viejo Continente, aquí se gestaron elites híbridas carentes de la autonomía que preservaron sus pares de Oriente.

Esta explicación sustituye los viejos prejuicios del Euro-centrismo por las nuevas arbitrariedades del Asia-centrismo. Todo lo que obstruía el desarrollo ahora es visto como un factor impulsor de ese progreso. El esquema es tan arbitrario que presenta a las sociedades orientales como paradigmas de soberanía, cuando la mayoría de sus grupos dirigentes mantuvo niveles de subordinación al capital extranjero muy superiores a Latinoamérica. En la misma época que esta región conquistaba su independencia formal, Asia iniciaba un largo proceso de sometimiento semicolonial, que perduró hasta mediados del siglo XX. Japón fue la excepción.

Este tipo de unilateralidades florece cuando se explica el crecimiento de una región frente a otra por ciertas cualidades de las elites, olvidando el comportamiento del mismo grupo en el período precedente. Como se busca enfatizar la continuidad de ciertos valores determinantes del desarrollo (tradiciones productivas, estabilidad institucional, consenso social) se supone que esos rasgos son de larga data. Este artificio exige ignorar todos los acontecimientos que desmienten ese presupuesto.

Las caracterizaciones del desarrollo basadas en la idiosincrasia de las elites fueron utilizadas en los años 80, para situar el secreto del auge japonés en una ética del trabajo recreada por la autoridad paternal. Pero se olvida que estos mismos rasgos eran considerados un lastre en el período precedente, cuando los teóricos de la modernización cuestionaban las barreras interpuestas por las tradiciones al despegue de cualquier economía. En esa época el localismo era sinónimo de provincialismo, la aversión a Europa era consideraba una rémora de pasados feudales y la continuidad de las costumbres era vista como un obstáculo a la iniciativa del empresario. Estos defectos se han transformado ahora en virtudes determinantes del milagro oriental.

El privilegio analítico asignado a las elites en desmedro de la dinámica objetiva de la acumulación y el comportamiento de las clases sociales obstruye el análisis. Sólo observando el comportamiento de las oligarquías, las burguesías nacionales y los capitalistas locales de América Latina resulta posible comprender conductas de las elites.

La ausencia de estas conexiones conduce a dos variantes simplificadas de interpretación del subdesarrollo latinoamericano. En un caso se afirma que las elites fallaron en el manejo del estado por su incapacidad para encauzar a la región en el “catch up”. En la otra vertiente se estima que las elites no lograron superar las carencias históricas de la sociedad civil (faltó Renacimiento, Ilustración y Revolución Industrial), de la estructura social (estrechez de la clase media) o del entramado institucional (legado de autoritarismo)[92].

En el primer caso se magnifica la autonomía del estado y en el segundo se idealiza la sociedad civil. Pero en las dos variantes se omite la complementariedad existente entre ambas esferas. La apropiación de trabajo ajeno que consuman los capitalistas en el ámbito privado es garantizada por los mecanismos legales de la estructura estatal.

La gran inestabilidad que ha padecido América Latina en los dos terrenos no obedece a la impotencia de las elites. Deriva de la inserción internacional periférica y la debilidad de las clases dominantes frente a la pujanza de los movimientos populares.

Otra modalidad de reivindicación de las elites exalta los segmentos más tecnocráticos de esos grupos. Considera que esas minorías detentan virtudes irreemplazables como organizadores del crecimiento. Estima, por ejemplo, que Chile ha logrado grandes éxitos en comparación a otros países por la eficiencia que demostraron esos sectores en la gestión del estado[93].

Pero la economía trasandina ha sido un gran laboratorio de políticas neoliberales que generaron desigualdad social, precarización laboral y concentración del ingreso. Se apuntaló una clase capitalista, que lucra con la inserción primarizada del país como exportador de productos básicos.

Algunos neo-desarrollistas soslayan estos problemas retomando la reivindicación del modelo político chileno de la Concertación, que previamente ponderó el neo-estructuralismo. Esa corriente consideró factible morigerar el esquema neoliberal legado por la Constitución Pinochetista, mediante políticas de atenuación de la pobreza y mejora de la educación[94].

Pero el resultado de esa experiencia está a la vista. En Chile se afianzaron los privilegios de los poderosos en un clima represivo, signado por el endeudamiento personal para acceder a la educación superior y un sistema de pensiones privadas que otorga jubilaciones ínfimas.

Conclusión

De todo lo expuesto se deduce que el neo-desarrollismo actual constituye apenas un esbozo de estrategias gubernamentales. Ha sido tomado por ciertos gobiernos, corrientes políticas y pensadores para inducir conductas industrializadoras de las burguesías locales. Buscan que ese sector emprenda procesos de inversión, para recomponer la gravitación manufacturera con nuevos perfiles exportadores.

Pero hasta ahora han obtenido pocos resultados en la ilustrativa experiencia de Argentina y en el tibio ensayo de Brasil. A la luz de estos intentos, el neo-desarrollismo emerge tan sólo como una tendencia del escenario regional.

Quienes le asignan gran futuro trazan comparaciones con el pre-desarrollismo de los años 30. Recuerdan que en esa época pocas voces intelectuales anticiparon el proyecto que se implementaría posteriormente. Pero las visiones más críticas también rememoran los numerosos proyectos de resurgimiento fallido, que sucedieron a la etapa clásica de los años 50-60.

En cualquier caso el neo-desarrollismo se encuentra en un estadio de inicio. No representa un proyecto significativo de las clases dominantes comparable a su clásico antecesor. El neoliberalismo persiste como el principal organizador de las concepciones y prácticas de los capitalistas. Por esta razón las vertientes neo-desarrollistas presentan tantos vasos comunicantes con la matriz neoliberal.

La caracterización de este fenómeno debe incorporar su dimensión política. No basta con observar cuál es el modelo macro-económico promovido o qué fracción del capital se beneficia con esa orientación. Hay que notar las afinidades de este proyecto con cierto tipo de gobiernos.

En el caso sudamericano ha sido muy visible su sintonía con los presidentes de centroizquierda, que buscan recuperar autonomía geopolítica a través del MERCOSUR o adoptan un perfil de conciliación de clases y pactos sociales. En este terreno se distancian de los gobiernos derechistas, alineados con Estados Unidos, que mantienen orientaciones explícitamente anti-desarrollistas. En los países donde esa hegemonía neoliberal ha sido más persistente (Colombia, México, Chile), los márgenes para el despunte neo-desarrollista han sido reducidos.

¿Pero qué ocurre en los gobiernos de Venezuela o Bolivia que presentan una fisonomía más radical? ¿Promueven también estrategias neo-desarrollistas? ¿Qué significado tienen los nuevos conceptos de social-desarrollismo y pos-desarrollismo? Abordamos estos temas en nuestros próximos textos.

Resumen de la tercera parte

El neo-desarrollismo elogia a los empresarios con la misma naturalidad que reivindica al capitalismo. Observa contratos voluntarios donde impera la coerción y percibe conductas emprendedoras entre los demandantes de auxilio estatal. Se amolda a burguesías locales más internacionalizadas y prioriza el sometimiento de los oprimidos a la imposición de mayor disciplina estatal a los poderosos.

El subdesarrollo no deriva de la ausencia de un funcionariado eficaz, ni se corrige con burocracias eficientes. Esas capas actúan en consonancia con las clases dominantes y reflejan sus limitaciones. El neo-desarrollismo atenúa la ideología nacionalista, eliminando resabios antiimperialistas. La distinción entre identidad y densidad nacional no explica los resultados de cada economía. El nacionalismo burgués ha perdido funcionalidad y tiende a ser sustituido por el regionalismo capitalista.

Mientras las nuevas miradas institucionalistas aceptan ritmos más pausados de desenvolvimiento, la identificación del desarrollo con la modernidad elude el análisis del capitalismo y sintoniza con los planteos tradicionales del liberalismo.

Al atribuir el subdesarrollo a la ausencia de elites clarividentes se olvida el comportamiento de las clases dominantes. La evolución divergente de Latinoamérica y el Extremo Oriente no obedece a la conducta de esas minorías, ni tampoco al rol de la tecnocracia. Hasta ahora el neo-desarrollismo sólo despunta como un esbozo en un escenario con predominio neoliberal.

Bibliografía

-Anderson Benedict, (2000) “Introducao”, en O Mapa Questao Nacional, Sao Paulo, Editorial Contrapunto

-Bairoch Paul, (1999), Mythes et paradoxes de l´histoire economique, La découverte.

-Bensaid Daniel, (1991-1992), «Marx y la modernidad». El Cielo por asalto, n 3, verano, Buenos Aires

Bensaid, Daniel, (1995), Les discordances des temps. Les editions de la passion, Paris.

-Portinaro Pier Paolo, (2003), Estado, léxico de política. Nueva Visión, Buenos Aires.

-Breuilly John, (2000), “Abordagens do nacionalismo”, O Mapa Questao Nacional, Sao Paulo, Editorial Contrapunto.

-Callinicos Alex, (1997), Theories and narratives, Polity Press.

Castells Manuel, (2001), La era de la información, Siglo XXI. Tomo II México.

-Castelo Rodrigo, (2001), “O novo desenvolvimentismo e a decadencia ideológica”, Encruzilhadas da América Latina no seculo XXI, Pao e Rosas, Rio .

-Gellner, Ernest, (1991), Naciones y nacionalismo, Alianza, Madrid.

-Harvey David, (1998), La condición de la posmodernidad, Amorrortu, Buenos Aires.

-Katz Claudio, (2008), Integración o unidad latinoamericana”, Rediseño de América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.

-Laurin Frenette Nicole, (1985), Las teorías funcionalistas de las clases sociales. Siglo XXI, Madrid

-Sicsu Joao, De Paula Luiz, Renaut Michel, “¿Por qué novo desenvolvimentismo? (2007), Revista de Economía Política, vol 27, n 4, outubro-dezembro.

-Zaiat, Alfredo, (2012), “Plan Fénix para América del Sur”, Página 12, 12-11.

[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz

[2] Una descripción de este impacto en: Azcurra, Fernando Hugo, (2011), “Las diez tesis sobre el Nuevo Desarrollismo elaboradas por economistas heterodoxos”, disponible en: www.pctargentina.org/ febrero.

[3] Una síntesis en: Sicsu Joao, De Paula Luiz, Renaut Michel, (2007), “¿Por qué novo desenvolvimentismo?”, Revista de Economía Política, n 4, vol 27, outubro-dezembro.

[4] Es la tesis que expone: Stiglitz, Joseph (2010). Caída libre, Buenos Aires, Taurus (pag 12-16, 31-59).

[5]Sunkel, Osvaldo, (2007), “En busca del desarrollo perdido”, en Repensar la teoría del desarrollo en un contexto de globalización, Buenos Aires, CLACSO.

[6]Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010), Globalización y competencia, Buenos Aires, Siglo XXI, (pag. 117-130, 173-180).

[7] Ferrer Aldo, (1996), ¨Raul Prebisch y los problemas actuales de América Latina¨, Ciclos, n 10, 1er semestre. Ferrer, Aldo, (2010), “El nuevo desarrollismo”, Miradas al Sur, 6-11-2010. Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010), Globalización y competencia, Buenos Aires, Siglo XXI, (pag. 109).

[8] Rodríguez, Octavio, (2007), “La agenda del desarrollo”, en Repensar la teoría del desarrollo en un contexto de globalización, Buenos Aires, CLACSO.

[9] Costa Oreiro José Luis da, (2012), “Novo-desenvolvimentismo, crescimento econômico e regimes de política macroeconómica”, Estudos Avancados, vol.26, no.75, São Paulo, May/Aug.

[10] La enorme inestabilidad política que rodeaba a las experiencias desarrollistas del pasado dificulta su balance. Es lo que como ocurrió, por ejemplo, con el emblemático caso del gobierno argentino de Frondizi en los años 60.

[11]Es la prioridad que resalta Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2011), “From the National-Bourgeoisie to the Dependency Interpretation of Latin America”,Latin American Perspectives,May, vol. 38, no. 3.

[12]Esta crítica en: Fiori José Luis, (2011), “La miseria del nuevo desarrollismo”, disponible en www.laondadigital.com

[13] Fajnzylber, Fernando, (1983) La industrialización trunca de América Latina, México, Editorial Nueva Imagen.

[14]Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010), Globalización y competencia, Buenos Aires, Siglo XXI, (pag 119-143).

[15] Palma Gabriel (2006) “Diferenciarse de China, India y Brasil”, disponible en www.pagina12.com.ar/diario/suplementos, 14-7.

[16]Palma Gabriel (2006) “Diferenciarse de China, India y Brasil”, disponible en www.pagina12.com.ar/diario/suplementos, 14-7.

[17]Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010), Globalización y competencia, Buenos Aires, Siglo XXI, (pag 27-60).

[18]Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010), Globalización y competencia, Buenos Aires, Siglo XXI, (pag 57-60).

[19] Ferrer Aldo, (1996), ¨Raul Prebisch y los problemas actuales de América Latina¨, Ciclos, n 10, 1er semestre.

[20] Gerschenkron Alexander, (1970), Atraso económico e industrialización, Barcelona, Ariel (pag 7-9, 46-48, 51-52, 87, 142,170-185)

[21] Esta crítica en: Selwyn Ben, (2010), “Trotsky, Gerschenkron and the political economy of late capitalist development”, Economy and Society, vol 40, n 3.

[22] Gerschenkron Alexander, (1970), Atraso económico e industrialización, Barcelona, Ariel (pp 25-26, 45, 182, 93-94, 100-136)

[23] Burkett, P, Hart-Landsberg, M, (2003), “A critique of ‘catch-up’ theories of development”, Journal of Contemporary Asia, 33(3).

[24]Trotsky León, “Europa y América”, en ¿Adónde va Inglaterra? (1925-1926), disponible en: grupgerminal.org.

[25]-Davidson Neil, (2006) “From uneven to combined development” in Permanent Revolution: Results and Prospects 100 Years, Pluto Press. Trotsky, León (1972) Resultados y perspectivas, Buenos Aires, CEPE.

[26]Ver: Wallerstein Immanuel, (1982), “Who wants still more development? Fernand Braudel Center, Annual Meeting of American Sociology Associaton, 6-10. Wallerstein Immanuel, “Development: Lodestar or illusion?” (1987), Fernand Braudel Center, 22.october.

[27]Ver crítica en: Osorio Jaime, (2009) Explotación  redoblada y actualidad de la revolución, México,ITACA, UAM, (pag 74-78, 169-192).

[28]Dos críticas en: Amin Samir, (1988), La desconexión, Buenos Aires, Ediciones del  Pensamiento Nacional. Castelo Rodrigo, (2012), “O novo desenvolventismo e a decadencia ideológica do pensamento económico brasileño”, Serviço Social e Sociedade, n 112, outubro-dezembre, Sao Paulo.

[29]Ver: Theda Skocpol, (1977) “Wallerstein’s World Capitalist System: A Theoretical and Historical Critique”,The American Journal of Sociology, vol 82, n 5. Wallerstein Inmanuel, (2005) Análisis de sistemas-mundo, una introducción, México, Siglo XXI, (pag 1-35 ).

[30]Ver: Kay Cristóbal, (1998). “Estructuralismo y teoría de la dependencia en el período neoliberal”.Nueva Sociedad, n 158, diciembre.

[31]Tres cuestionamientos de este tipo en Fontes Virginia, (2010), “Novas encruzilhadas e velhos fantasmas”, Carcaghnolo Marcelo, (2010) “Neoconservatismo com roupagem alternativa”, Encruzilhadas da América Latina no seculo XXI, Rio de Janeiro, Pao e Rosas. Goncalves Reinaldo,(2012), “Novo desenvolvimentismo e liberalismo enraizado”, Serviço Social e Sociedade, n 112, outubro-dezembre , Sao Paulo.

[32] Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010) Globalización y competencia, Siglo XXI, Buenos Aires, (pag 129, 141-142)

[33]Nuestra visión general en: Katz Claudio, (2013), “La Economía desde la Izquierda I. Coyuntura y ciclo”, II. Modelo y propuestas”. Disponible en: http://www.geocities.com/economistas_de_izquierda/28-11.

[34]Nuestro enfoque en: Katz Claudio (2014), “Nuevo escenario, nuevas posibilidades”, 26/5. Disponible en: www.rebelion.org/noticia

[35] Schorr Martín, Manzanelli Pablo, (2013) “Inflación oligopólica”, disponible en www.pagina12.com.ar, 24-3.

[36] Crespo Eduardo, Fiorito Alejandro, (2013) “Es la puja distributiva”,disponible enwww.pagina12.com.ar, 17/03.

[37] Esta postura difunden economistas ortodoxos como: Melconian Carlos, (2013) “Faltan dólares, sobran pesos… Y seguiremos así”, disponible en www.lanación.com, 4-8. Ferreres Orlando, (2013) “Cómo salir del camino de la decadencia”, disponible en www.lanación.com, 5-7.

[38] Felleti  Roberto, (2013), “La crisis global y el futuro de la región”, www.lanación.com, 30-6.

[39] Varesi Gastón, (2011), “Argentina 2002-2011: neo-desarrollismo y radicalización progresista”, Realidad Económica, n 264, noviembre-diciembre.

[40] Un reciente ejemplo de estos problemas en: Zaiat Alfredo (2013), “Mariachi, burguesía y el estado”, www.pagina12.com.ar/diario,17/11.

[41]Nuestra visión en: Katz Claudio, (2014),“¿Cuántos buitres acosan a la Argentina?”, disponible en:  www.lahaine.org/katz, , 30/5.

[42] Keistelboim Mariano, (2013) “Reindustrialización”, disponible en  www.pagina12.com.ar/diario, 28/04.

[43]Cortés Conde Roberto, (2013), “Acumular desequilibrios: la causa de las crisis recurrentes del país”, disponible en: www.lanación, 15-9.

[44]Arcary Valerio, (2013) “Brasil dez anos de governos de coalizao”, disponible en: www.correiocidadania.com.br, 21/3.

[45]Pomar Valter, (2013), Notas sobre a política internacional do PT, Secretaria de Relaciones Internacionales do PT, Textos para debate 7, Sao Paulo, (pag 23, 60-62, 79-92).

[46] Goncalves Reinaldo, (2012), “Novo desenvolvimentismo e liberalismo enraizado”, Serviço Social e Sociedade, n 112, outubro-dezembre, Sao Paulo.

[47] Sampaio Arruda Plinio, (2012), “Brasil Hechos y mitos de los gobiernos”, disponible en: wordpress.com, 01/11.

[48] Saad Filho Alfredo, Morais Lecio, (2011), “Da economía política a política económica: o novo-desenvolvimentismo e o governo Lula”, Revista de Economía Política, vol 31, n 4, outubro-dezembro.

[49] Boito Armando, (2012) “A economia capitalista está em crise e as contradições tendem a se aguçar”, disponible en: www.jornalbrasildefato, 09/04.

[50] Una comparación en: Crespo  Eduardo, (2013) “Es un mito”, disponible enwww.pagina12.com.ar, 20/01.

[51]Lessa Carlos, (2013), “Dilma precisa de coragem”, disponible en: www1.folha.uol.com.br, 14/01.

[52] Serrano Franklin, (2013),“Brasil debe ser locomotora”, disponible enwww.pagina12.com.ar, 26/04.

[53] Carneiro Ricardo de Medeiros, (2012) “Velhos e novos desenvolvimentismos”, Economia e Sociedade, Campinas, vol 21 dezembro.

[54] García Marco Aurelio, (2010) “El nuevo desarrollismo”, disponible en:www.revistasocialista, 10/31.

[55] Ver: Adamovsky Ezequiel, (2012), “El mito del aumento de la clase media” disponible en;www.clarin.com, 26/12. Gandásegui Marco A, (2012), “La clase media del Banco Mundial”, Panamá 13-11, disponible en: alainet.org/active

[56] Berterretche Luis, (2013) “Los tramposos delirios de los tecnócratas del Banco Mundial”, www.argenpress.info, 10/04. Pasarinho Paulo,  (2012) “El milagro propagandístico de la explosión de la “clase media”, www.vientosur, 06/08.

[57]  Sampaio Arruda Plinio, (2012) “Brasil; Hechos y mitos de los gobiernos”, wordpress.com, 01/1.

[58] Cantamutto Francisco, Costantino Agostina, (2013), “Neo-desarrollismo: ¿cuánto hay de nuevo?”, Herramienta web 14, Octubre, disponible en: www.herramienta.com.ar

[59] Basualdo, Eduardo, (2011), Sistema político y modelo de acumulación: tres ensayos sobre la Argentina actual, Atuel: Buenos Aires. Rinesi, Eduardo, (2011), «Notas para una caracterización del kirchnerismo», Debates y Combates, disponible en.www.calameo.com/books, 29/10. Féliz Mariano, (2013), “El neo-desarrollismo y la trampa de la renta extraordinaria, El caso de Argentina 2002-2012”, Contrapunto, n 2, junio, Montevideo. Katz Claudio “Los nuevos desequilibrios  de la economía argentina”, (2010) Batalla de Ideas, n 1, año 1, septiembre, Buenos Aires.

[60] Ouriques Nildo, “Desarrollismo y dependencia en Brasil”, (2012), Revista Pueblos, n 51, segundo trimestre.

[61] Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010), Globalización y competencia, Buenos Aires, Siglo XXI, (pag 105-108).

[62] Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2011). “From the National- Bourgeoisie to the Dependency Interpretation of Latin America”, Latin American Perspectives,May 2011 vol. 38 no. 3.

[63]Bambirra,Vania, El capitalismo dependiente latinoamericano, (1986), México, Siglo XXI, (pag 57-68, 69-78, 96-106).

[64] Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2011). “From the National- Bourgeoisie to the Dependency Interpretation of Latin America”, Latin American Perspectives,May, vol. 38 no. 3.

[65] Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010), Globalización y competencia, Buenos Aires, Siglo XXI, (pag 99-102, 100-111).

[66] Castelo Rodrigo, (2010). “O novo desenvolvimentismo e a decadencia ideológica”, Encruzilhadas da América Latina no seculo XXI, Rio de Janeiro, Pao e Rosas.

[67] Sicsu Joao, De Paula Luiz, Renaut Michel, (2007). “¿Por qué novo desenvolvimentismo?”, Revista de Economía Política, vol 27, n 4, outubro-dezembro.

[68] Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010), Globalización y competencia, Buenos Aires, Siglo XXI, (pag 96-104, 118-126).

[69] Katz Claudio, (2004), “Burguesías imaginarias y existentes”, Enfoques Alternativos, n 21, año 2, febrero.

[70]Ver: Marini Ruy Mauro, (1994), “La crisis del desarrollismo”, Archivo de Ruy Mauro Marini, disponible en: Ruy Maurowww.marini-escritos.unam.mx

[71] -Fontes, Virginia, (2010), “Novas encruzilhadas e velhos fantasmas”, Encruzilhadas da América Latina no seculo XXI, Río de Janeiro, Pao e Rosas.

[72] Palma Gabriel, (2012), “A rienda corta”, disponible en: www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash 6-5.

[73] Portes Alejandro, (2004), El desarrollo futuro de América Latina: neoliberalismo, clases sociales y transnacionalismo, Bogotá, mayo, Ediciones Antropos (pag 113-149).

[74]Ver: Gold David, Lo Clarence, Wright Eric Olin, (1977), “Recientes desarrollos en la teoría marxista del estado”. El estado en el capitalismo contemporáneo, México Siglo XXI.

[75]Ver: Graciarena Jorge, (2000), El estado latinoamericano en perspectiva, Buenos Aires, EUDEBA.

[76] Mann Michael, (2000), “Estados nacionais na Europa en outros continentes”, O Mapa Questao Nacional, Sao Paulo, Editorial Contrapunto, (pag 311-333).

[77] Skocpol Theda, (1985), “Bringing the state back”, Bringing the state back, New York, Cambridge University Press.

[78] Hobsbawm Eric, (2000), Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, (pag 13-21, 14-52)

[79] Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2011), “From the National-Bourgeoisie to the Dependency Interpretation of Latin America, Latin American Perspectives,May 2011 vol. 38 no. 3

[80] Ferrer Aldo, (2007), “Globalización, desarrollo nacional y densidad nacional”, en Repensar la teoría del desarrollo en un contexto de globalización, Buenos  Aires, CLACSO.

[81] Ferrer Aldo, (2010), “Raúl Prebisch y el dilema del desarrollo en el mundo global”, Revista CEPAL, n 101, agosto

[82] Bresser Pereira Luiz Carlos, (2012), “Five models of capitalism”, Revista de Economía Política, vol.32 no.1 São Paulo, Jan./Mar

[83]Nuestro enfoque en: Katz Claudio, (2009), La economía marxista, hoy. Seis debates teóricos, Madrid, Maia Ediciones, (pag 13-29).

[84] García Marco Aurelio, (2010), El nuevo desarrollismo,10/31/2010, disponible en: www.revistasocialista

[85] Domingues José Mauricio, (2009), Modernidad contemporánea en América Latina, Siglo XX, Buenos Aires, CLACSO,  (pag 13, 23, 32-35, 80-87)

[86] Domingues José Mauricio, (2009), Modernidad contemporánea en América Latina, Siglo XX, Buenos Aires, CLACSO, (pag 15, 20, 29-33).

[87] Domingues José Mauricio, (2009) Modernidad contemporánea en América Latina, Siglo XX,  Buenos Aires, CLACSO, (pag 226-231)

[88]Anderson, Perry, (1984), «Modernidad y Revolución», Leviatán, n 16, Madrid.  Callinicos, Alex, (1993), Contra el pos-modernismo, Bogotá, El áncora e­ditores,

[89] Jaguarible Helio, (1969), “Causas del subdesarrollo latinoamericano”, La crisis del desarrollismo y la nueva dependencia, Buenos Aires, Amorrortu, (pp 173-177).

[90]Jaguarible Helio, (1969), “Causas del subdesarrollo latinoamericano”, La crisis del desarrollismo y la nueva dependencia, Buenos Aires, Amorrortu, (pp 173-176).

[91]Bresser Pereira, Luiz Carlos, (2010), Globalización y competencia, Buenos Aires, Siglo XXI, (pag 77-81, 103)

[92]Estos enfoques en: Jaguaribe Helio, (1995), “O estado na América Latina”, El estado en América Latina, Buenos Aires, Ciedla. O’Donnell Guillermo (1997), Contrapuntos, Buenos Aires, PAIDOS. Kaplan Marcos, (1995), “Teoría y realidad del estado en América Latina”, El estado en América Latina, Buenos Aires, Ciedla.

[93] Portes Alejandro, (2004), El desarrollo futuro de América Latina: neoliberalismo, clases sociales y transnacionalismo, Bogotá, mayo, Ediciones Antropos (pag 71-112, 113-148).

[94] Kay Cristobal, Gwynne Robert, (2000)“Relevance of Structuralist and Dependency, Theories in the Neoliberal Period: A Latin American Perspective

Por Claudio Katz[1], enviado por el autor, 10/07/2014

Categoría: América Latina