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El domingo último se realizó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil. Este gigante regional es actualmente la séptima economía del mundo si tomamos en cuenta su Producto Nacional Bruto; este solo dato hace que todo el mundo le eche un vistazo a sus resultados, pero ese vistazo se transforma en una fuerte y obsesiva mirada si a los países de la región se refiere. Es que del rumbo que tome este país en los próximos años depende en buena medida las condiciones en que se desenvuelvan las relaciones políticas y económicas en la región.
Los resultados que arrojó esta primera vuelta fueron sorpresivos e inesperados: Dilma Rousseff, actual presidenta y candidata a la reelección por el PT, se impuso con el 41,6% de los votos; detrás de ella, en segundo lugar, se alzó con el 33,6% de los votos Aécio Neves del PSDB (partido liderado por el otrora presidente Fernando Henrique Cardoso); rezagada en un incómodo tercer lugar quedó Marina Silva, candidata por el PSB, con el 21,3% de los votos. Con estos guarismos el 26 de octubre se realizará la segunda vuelta entre Rousseff y Neves.
Las encuestas se dieron de trompadas con los resultados. Hace unos pocos meses éstas presagiaban una virtual segunda vuelta entre Dilma y Marina en donde la segunda se impondría con seguridad a la actual presidenta en el ballotage, pero la “gran promesa” se quedó sin combustible antes de que suene la campana de largada. En las últimas semanas los encuestadores, verificando la caída en la intensión de voto hacia Marina Silva, presagiaron un triunfo cómodo de Dilma en primera vuelta, pero la realidad les dio un mentís. El actual escenario deja la carrera por la presidencia del gigante sudamericano con final abierto. Es que los 8 puntos porcentuales de diferencia entre Dilma Rousseff y Aécio Neves no permiten asegurar, hoy por hoy, quién se alzará con la victoria.
Los mercados, exultantes con Aécio Neves
En los días previos a la elección, una encuesta publicada por el diario Folha de Sao Paulo había vaticinado un triunfo cómodo de Dilma en primera vuelta. Frente a esos augurios la respuesta en la Bolsa de San Pablo no se hizo esperar: ésta se derrumbó un 5% en un solo día. Pero el lunes próximo pasado, con los resultados en la mano y con la posibilidad cierta de que Aécio Neves se haga cargo de la presidencia, los mercados saltaron de alegría. En declaraciones al diario La Nación, un economista brasileño afirmó que «Hay un gran optimismo en el mercado con que Aécio, que logró un porcentaje de votos mucho mayor al que se esperaba, pueda derrotar a Dilma en la segunda vuelta y revertir la política intervencionista en la economía que vimos estos cuatro años. (…) Será una contienda difícil, pero los inversores tienen confianza de que Aécio haría las correcciones necesarias para recuperar el crecimiento, reducir los gastos y controlar la inflación». De hecho la prensa brasileña (y la argentina) están de parabienes y con un optimismo rampante en que la derrota de Dilma en Brasil signifique el toque de rebato para el progresismo en la región, además de un retorno a las condiciones más conservadoras, más clásicamente neoliberales, imperantes hasta el principio de este siglo.
Sin duda el resultado de este domingo mostró un voto más a la derecha de lo esperado. La relativamente ajustada victoria de Dilma mostró un fortalecimiento de la candidatura más claramente neoliberal.
Es que, si bien no se puede sostener seriamente que Dilma sea en verdad una representante de la izquierda, ésta es más bien el ala derecha de los “gobiernos progresistas” de la región. Lo cierto es que bajo los gobiernos del PT (Lula y Dilma) se iniciaron una batería de programas de asistencialismo, los cuales -sin romper estructuralmente con la política neoliberal de los 90 y apoyados en un ciclo económico mundial extraordinariamente favorable para los países exportadores de materias primas (ciclo que muestra claros signos de agotamiento)- permitieron a una amplia franja de los sectores más pobres de Brasil salir precariamente de las extremas condiciones de existencia. Esto explica que dichos sectores -y el núcleo de los trabajadores que están dirigidos orgánicamente por el PT por intermedio de la CUT (Central Única de Trabajadores)- sean la base electoral de Dilma, puesto que, más allá de toda crítica, sienten que cualquier cambio podría suponer un recorte de esos planes de asistencia social.
La gran incógnita en este escenario es qué pasará con los veintidós millones de votos (21,3%) que recogió Marina Silva. Al cierre de esta edición se estaba barajando la posibilidad de que esté por anunciarse el apoyo de Marina a Aécio de cara a la segunda vuelta. Este apoyo confirmaría, si hacía falta, lo que en estas páginas se vino anunciando, que la candidatura de Marina Silva era en última instancia representativa de los sectores más oligárquicos y retrógrados de la política brasileña. Pero a nadie se le escapa que no es tan sencillo ni automático que sus votantes la sigan ciegamente tras Aécio Neves. Entre quienes la apoyaron en esta primera vuelta estuvieron algunos de los sectores de la juventud y de la clase media que se mostraron disconformes con el régimen político imperante (tanto con el PT como con el PSDB), y que fueron parte de las movilizaciones masivas de junio del año pasado. Estos sectores la votaron como una crítica por izquierda al PT y es muy difícil que, puestos a elegir entre Dilma Rousseff y Aécio Neves, se inclinen por este último.
Igual no hay que precipitarse ni sacar conclusiones apresuradas. Y esto es válido tanto sobre el resultado electoral como sobre la dinámica más general en la región. “Esperar y ver”, aconsejaba Lenin, puesto que en todo caso una elección, aunque no sea un hecho para nada menor, no puede definir por sí misma las relaciones de fuerzas entre las clases. Relaciones que en la región fueron el producto de choques físicos entre las clases, en el marco de las rebeliones populares que marcaron la primera década del presente siglo y que van a requerir de derrotas materiales de los trabajadores y los sectores populares para revertirse.
Argentina se mira en el espejo de Brasil
El resultado de las elecciones en el país vecino va a repercutir en el escenario político local. En primer lugar, como ya anticipamos, porque éste van a influir en el marco político regional inclinándolo (o no) más a la derecha. Como ya dijimos, un triunfo de Aécio Neves significaría la primera derrota electoral de los “gobiernos progresistas” que se montaron y capitalizaron la ola de rebeliones populares que inauguraron el siglo XXI en el continente. Esto inauguraría un aire de “cambio” reaccionario que envalentonaría a toda la oposición patronal en la región. Por otra parte dejaría fuertemente cuestionado al Mercosur y a todo el proyecto regionalista. Es que la burguesía brasileña hace mucho que viene tratando de lograr un acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea, acuerdo que está siendo frenado tanto por Argentina como por Venezuela. Además estos dos países que adolecen del mismo problema estructural de escasez de divisas, vienen pisándole el freno al comercio con Brasil para evitar la pérdida del tan preciado billete verde en un intercambio desigual con el gigante regional.
Es por esta situación que se prevé que un gobierno del PSDB reorientaría su política comercial con un ojo puesto en la Unión Europea e inclinándose hacia la Alianza del Pacífico (encabezada por EEUU, con adhesión de México, Chile, Perú y Colombia) relegando a un segundo plano al Mercado Común Sudamericano.
En este escenario es que todos los sectores de la política de nuestro país no paran de hacer análisis y especulaciones. Es sabido que las relaciones comerciales entre Argentina y Brasil están en un momento complejo producto de la retracción de la economía brasilera y la recesión en Argentina. Pero es evidente que un triunfo de Dilma supondría un respaldo a Cristina, lo que le daría un mayor margen político para pilotear la crisis, mientras que una derrota de su par brasileña profundizaría la sensación de fin de ciclo tanto en la Argentina, como a nivel regional.
En todo caso las comparaciones tienen un límite. Puesto que ni Argentina es Brasil, ni el kirchnerismo es el PT.
Lo primero que hay que marcar es que en Argentina, a diferencia de Brasil, se vivió una verdadera rebelión popular en 2001 que puso en crisis al régimen político y que desbarató el status quo heredado de la década del 90 y estructuró nuevas relaciones de fuerza entre las clases. Producto de eso es que en el actual fin de ciclo K lo que está sobre el tapete (mediado por la lucha de clases y resistencia de los trabajadores) no es un vuelta sin más al neoliberalismo puro y duro, sino a alguna combinación de “continuidad con cambio” a lo Scioli, o posiblemente una de “cambio con continuidad” a lo Massa, donde por el momento parecerían quedar relegadas las opciones a lo Macri. Pero en Brasil la situación es más compleja. A pesar de que hubo un estallido popular de bronca en junio de 2013 que puso al rojo la bronca de amplios sectores con la política del PT y los altos niveles de corrupción que lo caracterizan, ahora no está claro en qué momento se encuentra. El resultado electoral evidenció que aún no hay una radicalización política a izquierda. Es cierto que los principales partidos de la izquierda brasileña no han ayudado demasiado. Éstos, en vez de tratar de armar un polo político que se presentase como un canal de expresión para toda esa juventud descontenta, priorizaron contarse las costillas entre ellos en una batalla estéril. Así es como en estas últimas elecciones las opciones de izquierda tuvieron una performance de discreta a muy pobre. El PSOL, que llevaba la candidatura de Luciana Genro, obtuvo algo más de 1.600.000 votos (1,55%) configurando una elección más que digna, mientras que el PSTU, con la sempiterna candidatura de Zé María, sacó menos del cero coma uno por ciento (0,09%), apenas 90.000 votos en todo el país, una paupérrima elección, donde además quedo excluido de todos los debates televisivos y le faltó tener alguna política de unidad.
Pero por otro lado, el PT tiene una fortaleza y un peso orgánico en la vida política de Brasil que es la envidia del kirchnerismo. Dilma es la candidata de Lula y éste es el dirigente indiscutido del PT, el cual, más allá de los resultados de la segunda vuelta, seguirá siendo el principal partido político nacional de Brasil. De allí que al margen de todas las especulaciones, sigue siendo el favorito para ganar el 26 de octubre. Pero el kirchnerismo está lejos de ser eso. Aunque es una fuerza nacional que representa a un sector nada despreciable, sólo es una corriente dentro del peronismo, y no está nada claro que sea la hegemónica. Por eso nadie pone en duda, salvo los voceros oficiales y oficiosos K, que el ciclo de gobierno kirchnerista está agotado.
En todo caso, en los próximos días, se develará la incógnita. Por lo pronto, hay que redoblar los esfuerzos del trabajo para desbordar por la izquierda a los “gobiernos progresistas” y cerrar el paso a las alternativas reaccionarias. Aunque en ese plano, sin duda la experiencia en Argentina está más avanzada que en Brasil, ésta no deja de ser una tarea común en ambos países. Los trabajadores y los sectores populares en la Argentina tenemos que prestar mucha atención a cómo se desenvuelvan los acontecimientos en nuestro vecino país. Esto sin perder de vista que es necesario prepararse para afrontar la devaluación y el ajuste, que más temprano que tarde, el gobierno K, con la venia de toda la oposición y las patronales, van a querer cargar sobre sus espaldas.
Editorial de Socialismo o Barbarie Nº 308, 09/10/2014