.
“El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental. Esta civilización conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indoamérica en este orden mundial, puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares… No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano.” (Mariátegui, “Aniversario y balance”, 1928)
El pasado 16 de abril se cumplieron 85 años de la muerte de José Carlos Mariátegui, uno de los pioneros del marxismo continental. El aniversario no es una mala excusa para hacer un repaso de su biografía, sus aportes y su lugar en la historia del socialismo revolucionario. Lamentablemente, hay relativamente pocos estudios acerca de las obras de Mariátegui dentro del marxismo. Lo que sí abundan son los “estudios” acerca de su “actualidad” entre los “socialistas” y “marxistas latinoamericanos” que pretenden utilizar al peruano contra él mismo. No hay una sola comilla de sobra en la oración precedente. Pues quienes se han arrogado por años la “reivindicación” de Mariátegui se han dedicado a mutilar sádicamente su pensamiento.
Hablamos fundamentalmente de los teóricos hoy referenciados en el chavismo, ajenos completamente al marxismo y a la tradición de la que el socialista peruano es parte. Tanto ellos como sus fuerzas políticas se han cubierto con el manto de autoridad de algunos importantes teóricos para presentarse a sí mismos como el marxismo “latinoamericano” opuesto al “eurocéntrico” y “dogmático”.
Para ellos, las posiciones que reivindican la independencia de clase del proletariado, para la política “nuestramericana” no serían más que anacronismos propios de quienes quieren “calcar y copiar” el modelo de las revoluciones europeas. Y ahí estarían Mariátegui, Mella y Gramsci para demostrar que es posible algo superador, no dogmático. Uno no puede evitar preguntarse si alguna vez han leído a estos autores fuera de las frases sueltas que gustan de citar y usar para carteles universitarios. Pues, en la historia real, sus posiciones son la negación viva de estas pseudoteorizaciones antimarxistas disfrazadas de marxismo “no dogmático”.
El debate es largo. Estos “teóricos” a los que estamos criticando durante años han presentado como “marxismo” su propia versión mutilada del mismo, luego mutilaron a autores como Mariátegui para oponerlos al marxismo así presentado por ellos, les endosaron sus propias posiciones y así llegaron al resultado que aquí reseñaremos en pocas líneas. Este operativo ideológico se parece al propuesto por el Astrólogo en “Los 7 locos” de Roberto Arlt: “No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista. A veces me inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa que ni Dios la entienda”. Donde dice “fascista” pongamos “nacionalista pequeñoburgués” y la propuesta ficcional se habrá hecho realidad. Nuestra intención es hacer un esbozo crítico breve del pensamiento de Mariátegui, oponiéndolo a esta imagen distorsionada. Y para graficar el debate, polemizaremos con dos artículos. El primero es “Vigencia de José Carlos Mariátegui” de Miguel Mazzeo. El segundo se llama “85 años de creación heroica”, aparecido en la página de Internet “Notas”, vinculada a Patria Grande, para “reivindicar” al socialista peruano.
Su lugar en la historia
Lo primero que hay que decir es que lo que presenta interés en Mariátegui es que se trata de un marxista que efectivamente pensó con su propia cabeza y que fue un importante referente de la generación sudamericana de revolucionarios de la década del 20 del siglo pasado. Por esos años, el subcontinente había sido recorrido por un importante ascenso de luchas como la revolución mexicana y la Reforma Universitaria. Estos hechos conmocionaron a una importante vanguardia nacida por esos años y fueron la base de su surgimiento.
Pero lo que más convulsionó sus cabezas y que marcó de punta a punta los desarrollos ideológicos de sus teóricos, que pretendían construir organizaciones revolucionarias para la emancipación de las masas latinoamericanas, fue un acontecimiento no específicamente latinoamericano: la Revolución Rusa. Este era para Mariátegui el foco que alumbraba su concepción del mundo. La historia real es que no fue ni un teórico “campesinista” inspirado en la gesta de Pancho Villa ni un dirigente universitario que tuviera por referencia el “Manifiesto Liminar”. Sus elaboraciones políticas y teóricas estaban orientadas a un objetivo bien preciso: construir en “Indoamérica” la Tercera Internacional fundada por los bolcheviques. Su revista Amauta fue una herramienta construida en ese sentido, como un andamio del Partido Socialista Peruano fundado por él en 1928. En palabras del propio Mariátegui (en su libro “Defensa del marxismo”): “La revolución rusa constituye, acéptenlo o no los reformistas, el acontecimiento dominante del socialismo contemporáneo. Es en ese acontecimiento, cuyo alcance histórico no se puede aún medir, donde hay que ir a buscar la nueva etapa marxista”. Solamente la completa incomprensión del marxismo puede hacer llegar a la conclusión de que semejante proyecto, seriamente abarcado, pueda significar “copiar un modelo” de revolución estrictamente europeo. Nos adentraremos en esto más adelante.
Lo que queremos resaltar es que un autor y dirigente que efectivamente hizo un esfuerzo real y serio por entender la realidad de nuestra región, no lo hizo desde el impulso de una dinámica puramente regional, sino más profunda y global, un corte histórico de magnitud universal del que los bolcheviques fueron protagonistas y referencia mundial. Por eso están completamente fuera de lugar afirmaciones como la de Mazzeo, que plantea que Mariátegui habría criticado “la primacía eurocéntrica y bolchevique en el marxismo”. Propongamos a Mazzeo que nos muestre una sola cita que sustente semejante afirmación. Jamás obtendremos respuesta. Fijémonos en un detalle. Para este teórico, “primacía eurocéntrica” es sinónimo de “primacía bolchevique”. El principio de la cita que ponemos al inicio de este artículo parece destinado a refutar semejante embrollo con una anticipación de ocho décadas.
Un “universalista” entendiendo Latinoamérica
La confusión reside en que Mariátegui intentó hacer un estudio concienzudo y documentado de la realidad latinoamericana. Sus “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” son tal vez la mejor y más conocida de sus obras al respecto. Esto de ninguna manera se contrapone con el marxismo. Dice el artículo de “Notas” que Mariátegui habría abandonado “las nociones más ortodoxas para ubicarse como parte de una corriente de renovación que se extendió tanto por América Latina como por Europa, estos jóvenes formaron parte de toda una tendencia internacional que discutió con las posiciones hegemónicas para configurar un marxismo nuevo, fundado en la filosofía de la praxis y en el alejamiento de las nociones del determinismo económico”. Muy a contramano del barato palabrerío acerca de “un marxismo nuevo”, sus escritos son en realidad parte del amplísimo bagaje teórico de la primera posguerra y los primeros años de la Tercera Internacional preestalinista. Esto a pesar de estar ubicado en una situación contradictoria, pues Mariátegui no formó parte de la pelea histórica de Trotsky contra la burocratización de la URSS y la Internacional pero no se adaptó a la debacle ideológica y política que el estalinismo representó. La consumación definitiva de la degeneración de la Tercera Internacional se dio por esos años y el socialista peruano no llegó a comprender sus alcances.
Como no podía ser de otra forma, el punto de partida de los “Siete ensayos” es el estudio del desarrollo y la historia económica de Perú. Este documento presenta mucho interés a pesar de que tiene dos definiciones que, a nuestro modo de ver, son equivocadas: define al Imperio Inca como “socialismo” primitivo y a la colonización como “feudal”. Pero este error es casi puramente de categorías. Su análisis de la estructura de la economía y la sociedad peruanas es muy rico y tiene ciertos alcances regionales. Dice, acerca del proceso de independencia: “El impulso natural de las fuerzas productoras de las colonias pugnaba por romper este lazo. La naciente economía de las embrionarias formaciones nacionales de América necesitaba imperiosamente, para conseguir su desarrollo, desvincularse de la rígida autoridad y emanciparse de la medioeval mentalidad del rey de España… Enfocada sobre el plano de la historia mundial, la independencia sudamericana se presenta decidida por las necesidades del desarrollo de la civilización occidental o, mejor dicho, capitalista”. Lejos de la retórica “latinoamericanista” en boga, Mariátegui analiza la historia local partiendo de los desarrollos globales, “Enfocada sobre el plano de la historia mundial”. Algunos considerarán esto como “eurocéntrico”, nosotros lo llamaremos realista.
Con todo esto queremos demostrar que es completamente falso que Mariátegui pretendiera construir un “marxismo latinoamericano” diferente del europeo, con una matriz teórica divergente u opuesta. Porque, si bien es fundamental conocer y hacer parte de la política revolucionaria la historia y las formaciones sociales de cada país, el punto de partida del marxismo es el capitalismo en su conjunto. Cada país y región por separado tiene su historia, sus tradiciones, etc. Pero la sociedad burguesa moderna se caracteriza por hacer ingresar forzosamente a todas las regiones del globo a una realidad más grande: el mercado mundial. Las poblaciones nativas y las viejas formaciones sociales son destruidas o integradas de una u otra forma a una cadena de dependencia mutua de todas las naciones. Su forma más acabada es la cristalización de la división internacional del trabajo. Las poblaciones nativas son integradas a las relaciones de producción modernas, vale decir asalariadas, o sus viejas relaciones sociales al mercado. Este es el caso de los resabios de las unidades de producción social indígenas que Mariátegui analiza. En última instancia, los destinos de todos los países están atados entre sí. Y el antagonismo entre la clase obrera y la burguesía es cada vez más un antagonismo mundial. Por eso no puede haber un marxismo europeo, otro americano, otro asiático, etc. Esto no significa que no haya desigualdades entre países y regiones, sino que cada “desigualdad” está atada a una realidad mayor.
Así es como enfoca las cosas Mariátegui. Profundamente interesado por el problema indígena, plantea la realidad de que la aplastante mayoría de la población peruana es “india” y está ocupada por el “gamonalismo”, la producción latifundista agraria. Sin embargo, no duda en definir que el modo de producción dominante es definitivamente capitalista. En esos años, la producción agrícola había dejado de ser la principal fuente de exportaciones para dejar su lugar a la minería. La producción capitalista moderna propiamente dicha era centralmente urbana y costera, ocupando a un porcentaje minoritario de la población. Sin embargo, da cuenta de que hay una relación de subordinación del campo a la ciudad. La producción del “indio” depende del consumo urbano y, por lo tanto, de su economía exportadora. Por ende, las relaciones sociales precapitalistas rurales, incluidos los resabios de la sociedad incaica y las comunidades indígenas, son parte integral del desarrollo de la sociedad burguesa moderna con sus antagonismos de clase. La consecuencia natural de esta visión es la estrategia defendida por Mariátegui y la mecánica de clase de la revolución en América Latina.
Mariátegui y la clase obrera
El indiscutible hecho de que el marxista peruano analizó y tomó la bandera de la emancipación “india” hace que algunos autores se ofusquen y vomiten su completa incomprensión del marxismo de formas poco decorosas. Según Mazzeo, “De algún modo, Mariátegui ‘anticipa’ el tema de la dominación étnica, la noción de un sujeto revolucionario plural, entre otras”. No dice nada más, pero no es difícil entender a qué se refiere nuestro autor con “sujeto revolucionario plural”. El artículo de la página “Notas” es aún más claro: “Marginado desde un principio por la ortodoxia soviética que consagraba de manera absoluta al proletariado industrial como vanguardia del proceso revolucionario, Mariátegui corrió la misma suerte que su contraparte italiano y fue rápidamente excomulgado de la iglesia estalinista. Y es que para el escritor peruano, postulados como aquellos no tenían ni pies ni cabeza en un país que, por entonces, apenas si contaba con un puñado de obreros sumergidos en un mar de campesinos e indígenas que conformaban la abrumadora mayoría del universo popular”. Estas líneas pueden estar marcadas por una profunda ignorancia o por una maliciosa tergiversación. No dudamos de la honestidad de su autor, así que nos inclinaremos por la primera opción.
Para nuestros autores, el “pueblo” es indivisible y la clase obrera sería el “sujeto revolucionario” en la medida en que su porcentaje en la población oprimida esté por encima del 50%. Aparentemente, así creen que serían las cosas para los marxistas. Pero no es así. El proletariado, por su lugar en la producción capitalista, está socialmente en condiciones de cuestionar la gran propiedad y el modo de producción moderno. La gran producción, el transporte, las comunicaciones pueden estar en manos de dos clases sociales: o la burguesía o el proletariado. Las demás clases, por su lugar intermedio en esta disputa central de la sociedad contemporánea, pueden ser acaudilladas por una u otra de las clases fundamentales. Parece una cosa de niños tener que estar explicándole a supuestos “marxistas” algo tan básico. La clase obrera no es un “sujeto revolucionario” único sino central, caudillo de todos los oprimidos, la clase que puede poner a disposición del conjunto de la sociedad las conquistas del capitalismo y así construir una sociedad históricamente superadora.
Pero veamos qué opinaba el propio Mariátegui. En el programa del Partido Socialista Peruano de 1928, redactado por él, se puede leer: “La emancipación de la economía del país es posible únicamente por la acción de las masas proletarias, solidarias con la lucha antiimperialista mundial…
”… Pero esto, lo mismo que el estímulo que se presta al libre resurgimiento del pueblo indígena, a la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativo, no significa en lo absoluto una romántica y antihistórica tendencia de construcción o resurrección del socialismo incaico, que correspondió a condiciones históricas completamente superadas y del cual sólo quedan como factor aprovechable dentro de una técnica de producción perfectamente científica, los hábitos de cooperación y socialismo de los campesinos indígenas. El socialismo presupone la técnica, la ciencia, la etapa capitalista, y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna, sino, por el contrario, la máxima y metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas en la vida nacional…
”… Cumplida su etapa democrático-burguesa, la revolución deviene, en sus objetivos y su doctrina, revolución proletaria. El partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio del poder y el desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la organización y defensa del orden socialista”.
¿Se puede ser más categóricamente claro? En el programa escrito por él para el Partido fundado por él, Mariátegui plantea que revolución socialista y proletaria son sinónimos.
Por otro lado, la afirmación de que la “ortodoxia soviética” era defensora de la centralidad de la clase obrera en las revoluciones de los países semicoloniales es una burda falsificación de la historia. Precisamente por esos años se imponía a los partidos de la Internacional la consigna de la “dictadura democrática obrera y campesina”, la formación de partidos “obreros-campesinos” bipartitos y del carácter “revolucionario” de las burguesías de los países coloniales. De hecho, la realidad fue exactamente la opuesta a la que tratan de enseñarnos Mazzeo y compañía: en la Conferencia Comunista Latinoamericana de 1929, los delegados peruanos defendieron la perspectiva del programa que citamos mientras el estalinismo oficial la vetaba. Nuestros autores están equidistantemente apartados del marxismo y de la realidad histórica, sin un solo centímetro de diferencia.
El punto de partida del “Programa” que estamos citando es la unidad de la economía mundial y, por lo tanto, el carácter internacional de la revolución. En él, la clase social que acaudilla a todos los oprimidos en la pelea por barrer con los resabios de atraso precapitalista y con la dominación imperialista es la clase obrera. Todo esto es parte integral de la lucha por el poder contra la burguesía y por la construcción del socialismo. Los puntos en común con la teoría de la revolución permanente no podrían ser más notorios.
Nuestro lugar en la historia
Mariátegui fue un buen representante de una generación de revolucionarios que lucharon por la independencia política de la clase obrera, inspirados por el ejemplo de los bolcheviques. Por eso se opuso denodadamente a un proyecto como el APRA, dirigido por Haya de la Torre. Este “partido” tenía una estrategia de conciliación de clases y un programa “antiimperialista” que no iba más allá de formar una versión “izquierdista” del nacionalismo burgués. A su vez, pretendía ser el marxismo “realista” latinoamericano. En su artículo “Punto de vista antiimperialista”, Mariátegui polemizó con ellos con estas palabras: “Ni la burguesía, ni la pequeña burguesía en el poder pueden hacer una política antiimperialista… sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera”.
Mazzeo hace malabares teóricos intentando meter en una misma bolsa las tradiciones opuestas del marxismo de Mariátegui y autores como John W. Cook, defensor del peronismo, para darles un manto de autoridad a sus insoportablemente pedantes artículos en donde siempre y sin falta defiende una estrategia opuesta a la del marxismo y la independencia política de la clase trabajadora. Para la construcción de partidos revolucionarios con una estrategia de independencia de clase, debemos hacer como Mariátegui. Nuestro punto de partida son las luchas globales de nuestra clase. Y las grandes partidas de agua son las grandes luchas históricas. La pelea contra la degeneración de la práctica y la teoría revolucionaria en manos del estalinismo mundial, encabezada por León Trotsky, tuvo una magnitud de significación histórica similar a la lucha contra el reformismo encabezada por el bolchevismo. El estalinismo, igual que nuestros teóricos chavistas, ató su destino al del nacionalismo burgués. Y, si bien el significado histórico de la pelea contra la burocratización de la URSS y la Internacional Comunista nunca llegó a ser entendida por Mariátegui, la tradición que él representaba y su defensa queda definitivamente en manos del trotskismo, pues sólo este sigue defendiendo la bandera histórica de la independencia política y revolucionaria de la clase trabajadora. En este sentido es también importante integrar críticamente los aportes de Mariátegui a las elaboraciones más importantes del marxismo internacional. Incluido en esto, y con particular interés, están los aportes del mismo Trotsky acerca de Latinoamérica.
La Iglesia Católica italiana inventó que, en sus últimos días, Gramsci se convirtió al cristianismo luego de décadas de combatirlo. Una teoría similar nos presentan los teóricos del populismo “nuestroamericano” respecto a Mariátegui. La diferencia es que los católicos por lo menos tienen la honestidad de reconocer que Gramsci fue ateo y revolucionario casi toda su vida, no nos lo presentan como un manso ideólogo de la Inmaculada Concepción.
Por Fernando Dantés, Socialismo o Barbarie, 29/04/2015