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Por Marcelo Yunes, Socialismo o Barbarie, 13/08/2015
A la hora de hacer un balance de la elección de la izquierda, lo primero es tomar distancia de ciertos análisis triunfalistas, derrotistas o directamente delirantes que vienen sobre todo del lado del FIT. Por ejemplo, el Partido Obrero, con total incongruencia, habla de “gran elección” con el 3,31%, y a la vez justifica su derrota en la interna con el PTS por el “giro a la derecha” del electorado (¿ganó el macrismo y no nos enteramos?) que le habría dado aire a la política “democratizante” del PTS frente a la línea “revolucionaria” del PO. Todo un cúmulo de disparates.
No es mucho mejor la reacción del PTS: Nicolás Del Caño, quizá a caballo de la legítima euforia por el triunfo en la interna, salió a decir que la elección de agosto “duplicaba” la votación del FIT en las PASO de 2011. Aunque ambas son presidenciales, Del Caño a) omite explicar por qué no se considera la elección de 2013, y b) hace las cuentas con la misma aritmética demencial que caracterizaba a su derrotado Jorge Altamira, que veremos luego. Por ejemplo, con ese absurdo criterio de considerar sólo las PASO presidenciales, el Nuevo MAS debería estar exultante por haber casi triplicado los votos en la provincia de Buenos Aires en las PASO de 2011…
Mirando las cifras con un mínimo de objetividad, se imponen algunas conclusiones. Primera: la izquierda no logró consolidar su camino de crecimiento desde 2011, y bajó de más de 1.000.000 de votos en las PASO 2013 (FIT + MAS) y 1.300.000 votos en octubre de 2013 (el FIT solo) a 930.000 ahora (FIT + MAS + MST). Para toda la izquierda, es una caída del 10% en comparación con las PASO 2013 y de casi el 30% si se compara con octubre de 2013. En cuanto a los números del FIT, bajó un 20% respecto de las PASO 2013 y perdió un 45% respecto de octubre de 2013.
El Nuevo MAS no logró sostener sus 115.000 votos de las PASO 2013 (que se obtuvieron en sólo cuatro distritos) y obtuvo 103.000 votos sumando todos los distritos, retrocediendo de 70.000 a 42.000 en provincia de Buenos Aires, de 18.000 a 10.000 en Capital y de 23.000 a 8.000 en Córdoba. No obstante, logró sostener un porcentaje parejo, cerca del 0,5%, en todo el país, con picos en las provincias patagónicas, y sobre todo logró defender un importante caudal de más de 100.000 votos, en el marco de una elección floja para la izquierda, ante una opción ya instalada y con infinita ventaja en recursos de campaña y apariciones en los medios como el FIT. Además, continúa instalándose la figura de Manuela Castañeira como personalidad pública de la izquierda, algo que es una conquista y un activo importantísimo para el futuro.
En cambio, la performance del MST fue la más pobre de todas, no sólo en votos (95.000, por debajo del Nuevo MAS) sino porque pese a contar con figuras públicas mucho más conocidas e instaladas, legisladores actuales o pasados, como Bodart y Ripoll, y hasta un actor conocido como Héctor Bidonde, protagonista de varios spots, pagó por el erratismo de su campaña y por haber desdibujado su perfil de izquierda con alianzas non sanctas. Para un partido que desde hace años sacrifica y subordina la política a los enjuagues electoralistas, haber hecho una elección por debajo del Nuevo MAS, que se negó a entrar al FIT bajo condiciones que comprometían su existencia, es casi un acta de defunción.
¿Comparar con 2011 o con 2013?
Ahora bien, se puede argumentar que una elección parlamentaria, como la de 2013, es muy distinta de una presidencial, y que por eso corresponde comparar los resultados de estas PASO no con 2013 sino con 2011. Eso es atendible, pero hasta cierto punto, por dos razones. La primera es que desde el propio FIT se había presentado esta campaña como la continuidad de la “marcha triunfal” iniciada en 2011, al extremo de caer en el delirio de hablar del FIT como fuerza “con vocación de poder” (PO)… poder al que se accedería, suponemos, por la vía de ir sumando votitos, porque jamás se habló de otra cosa. La segunda es que una comparación pura con 2011 distorsiona el análisis: no se puede comparar la performance electoral de un frente recién constituido y con un objetivo sobre todo defensivo (sortear las PASO) con la de un frente que lleva cuatro años de instalado, con un bloque parlamentario nacional, diputados provinciales, una amplísima cobertura mediática constante y, sobre todo, una dinámica electoral que hasta ahora venìa en ascenso. Las condiciones de inicio de una y otra campaña, justamente, no admiten comparación, y al menos en este aspecto de la instalación del FIT es más lícito comparar con la elección de 2013.
Dicho esto, si se va a comparar 2015 con 2011, al menos hay que hacerlo con un mínimo de seriedad y respeto por los datos duros, que cualquiera puede verificar. Por eso es inexplicable que la nueva figura y confirmado candidato presidencial del FIT, Nicolás Del Caño, diga que el FIT “duplicó su votación respecto de 2011”, cuando con sólo mirar las cifras se constata que el crecimiento fue, en porcentaje, del 2,48% al 3,31% (+33%), y en votos, de 527.000 a 726.000 (+38%).
En resumen, lo que corresponde hacer es no una comparación pura con 2011 o con 2013, sino contemplar el conjunto de la evolución teniendo en cuenta los factores señalados: carácter de la elección (presidencial o parlamentaria), sí, pero también el aumento del grado de instalación y presencia del FIT en el electorado y en los medios. Y el balance no es que los votos se “duplicaron”, o que aumentaron un 35%, sino que, considerada como un todo, la elección del FIT (y la del Nuevo MAS también) representa un retroceso.
Un retroceso, no un derrumbe, desde ya, pero no se lo puede pintar de “gran elección” (PO) y menos de “duplicación de los votos” (Del Caño). Por otro lado, los límites del retroceso demuestran que, a la vez, existe un cierto piso electoral de la izquierda que no se perfora incluso en condiciones adversas.
El triunfo del PTS en la interna con el PO
La segunda definición importante en el balance de la elección de la izquierda es que la interna del FIT permitió verificar a la vez los cambios y las continuidades en las proporciones entre los partidos. Empecemos por los cambios. Por supuesto, el primer dato es el fin de la hegemonía del PO en la izquierda desde hace casi 20 años, al menos en el terreno en el que el PO siempre se consideró más fuerte: el electoral. Porque era sabido que, por ejemplo, la influencia orgánica del PTS en el movimiento obrero industrial era mayor que la del PO. Sin embargo, el PO siempre invocó una difusa influencia política, que se sostenía sobre todo desde lo electoral, para justificar su rol de primus inter pares en la izquierda. A eso se agregaba la instalación, legítimamente conseguida, de sus figuras públicas, y sobre todo de Jorge Altamira.[1]
La victoria inesperada (hasta para los propios compañeros del PTS) de Del Caño sobre Altamira revela varias cosas. Primera, que el PTS ha hecho un trabajo de consolidación partidaria más serio y orgánico que el del PO, lo que se demuestra, por ejemplo, en el aprovechamiento muy superior que hizo el PTS de sus bastiones electorales (Mendoza, sobre todo, y Jujuy). Está muy claro que la diferencia obtenida en Mendoza (más de 70.000 votos de ventaja) fue decisiva para ganar la interna, que se definió por 15.000 votos. Pero eso se pudo lograr gracias a que el PTS, aunque fue derrotado en Buenos Aires, CABA y Córdoba, logró sostener una diferencia razonable, que más que compensó con el triunfo aplastante en Mendoza. De hecho, el PTS se impuso en 13 distritos contra 11 del PO. En cuanto al peso de la “figura joven y renovadora” que invoca el PTS, nos parece imposible de cuantificar, pero sí parece haber influido un cierto agotamiento, o hartazgo, con la figura de Altamira como principal representante de la izquierda.
Segundo, el PO se durmió un poco en los laureles y creyó que tenía la vaca atada (de la mano de los análisis invariablemente triunfalistas, cuando no delirantes, de Altamira), cuando el ejemplo de Salta muestra lo que puede pasar cuando la influencia electoral no tiene apoyo orgánico. Recordemos: el PO allí pasó en pocos años del 3% al 8, 15 y hasta más del 20% de los votos, lo que los hizo delirar con ganar la gobernación, hablar de “Salta la troska”, etc. Pues bien, la elección del 9 los volvió a la realidad: allí el FIT entero apenas tuvo el 3,3%, y el PO solo, el 2,6%.[2] Es más: el PO no logró superar el 3,5% en ningún distrito, y su máxima votación fue en Santa Cruz. La vaca se desató y ahora vaga alegremente por los prados…
Digamos de paso que el PTS haría bien en mirarse en el espejo salteño a la hora de analizar su votación en Mendoza. Allí el FIT sacó el 9%, su cifra más alta en todo el país por lejos, y el 90% de esos votos fueron para Del Caño. Pero tampoco en Mendoza hay una influencia orgánica que justifique ese fenómeno electoral, y a la vuelta de la esquina la votación del PTS en Mendoza puede seguir el destino de Salta. Cuidado, porque del pico del 16% obtenido en esa provincia, ya se cayó al 9%.
Tercera cuestión: es una incógnita absoluta el caudal de votos real de Izquierda Socialista. En su principal bastión, Córdoba, el FIT sacó el 3,5% (por debajo del 5% de las elecciones a gobernador de hace un mes). ¿Cuánto es el peso de IS en Córdoba: el 1, el 2%? ¿Y en el resto? Creemos que ni la propia IS ni sus socios lo saben, pero cabe preguntarse cómo se reparten los 355.000 votos de PO-IS.
El FIT, el Nuevo MAS y las proporciones en la izquierda
Lejos del triunfalismo demagógico (ahora que el PO fue derrotado, toma la posta el PTS al respecto), el resultado de la elección muestra que, en cierto modo, el FIT volvió a las fuentes: el principal logro real, más allá de las aspiraciones fantasiosas de sus miembros, fue haber sorteado el piso proscrptivo de las PASO, el objetivo inicial de la constitución del frente en 2011.
Pruebas al canto: las fórmulas por separado obtuvieron el 1,69% (PTS) y el 1,62% (PO-IS), a milímetros del piso del 1,5%. Y eso con la ventaja de que se trataba de un frente, que por lo general atrae más que la suma simple de sus componentes. Es de pura lógica suponer que, por separado, nadie en la izquierda hubiera superado el piso. Lo que hace más evidente la ceguera autoproclamatoria de todos los componentes del FIT al omitir la denuncia la proscripción que significan las PASO. Repetimos una pregunta que ya hicimos en anteriores elecciones: ¿realmente creen, compañeros del FIT, que se pueden dar el lujo de no criticar la proscripción del 1,5% porque tendrán siempre garantizado superar el piso? Cuidado, porque esta vez la guadaña pasó cerca.
Como resultado de la floja elección del FIT, éste quedó por debajo del piso en 8 de las 24 provincias. Y cuando se miran las fórmulas por separado, el panorama es mucho más oscuro: cada lista habría superado el 1,5% sólo en 7 distritos de los 24: Buenos Aires, CABA, Córdoba, Neuquén y Río Negro (PTS y PO); Mendoza y Jujuy (sólo el PTS) y Salta y Santa Cruz (sólo el PO). Y esto demuestra que, más allá de las legalidades provinciales (que son un obstáculo para todos), la influencia real está en Capital, Gran Buenos Aires, Córdoba, el Comahue y unos o dos bastiones más de cada partido. Y Santa Fe, el tercer distrito del país, es todavía un agujero negro.
El balance de la elección del Nuevo MAS se hace aparte, pero queremos destacar aquí un punto: más allá de tapizar las ciudades con afiches, de la presencia abrumadoramente superior en los medios del FIT y de la diferencia abismal en dinero y recursos para la campaña, el Nuevo MAS mantiene una cierta proporción con el FIT, incluso en el terreno que nos resulta más desfavorable.
Contra los repetidos anuncios de “desaparición” del Nuevo MAS por parte de una y/u otra de las fuerzas del FIT, nuestro partido sostiene no sólo su identidad y su perfil político, sino un cierto caudal electoral propio, de unos 100.000 votos, que nadie puede darse el lujo de despreciar. No, por cierto, PO e IS, que estuvieron a menos de 30.000 votos quedar por debajo del 1,5%. Tampoco el PTS, que tuvo sólo 15.000 votos más de margen.
En las PASO de 2013, la relación entre los votos del FIT y los del Nuevo MAS fue de 9 a 1. Ahora, en las PASO 2015, fue de 7 a 1. Quienes desde el FIT dicen que hicieron una “gran elección” y que a nosotros nos fue mal, deberían justificar por qué entonces la diferencia relativa entre ambas fuerzas se achicó, en vez de agrandarse. Pero la explicación pasa por otro lado. La realidad es que 1) fue una elección floja para la izquierda en general; 2) tanto el FIT como nosotros retrocedimos en nuestra performance electoral, pero a la vez 3) tanto el FIT como nosotros, cada cual a su nivel, logramos aguantar el chubasco y mantener un piso de caudal electoral razonable, y 4) es por todo eso que las proporciones relativas entre el FIT y el Nuevo MAS (no así, claro está, entre los integrantes del FIT) no sufren variaciones importantes, o incluso dejan a nuestro partido en una relación menos desfavorable.
Por supuesto, más allá del aspecto cuantitativo, está la cuestión cualitativa de que el FIT pasó la proscripción y nosotros no. Pero eso, compañeros del FIT, como demuestra esta elección, no es una realidad eterna tallada en piedra, sino algo que está sujeto a los cambios de las condiciones políticas. Y esos cambios pueden ocurrir en cualquier momento, de cualquier manera y hasta sin que los implicados se den cuenta, como le pasó al PO en Salta y al propio PTS, que ni soñaba con ganar la interna. Moraleja: ni en la lucha de clases ni mucho menos en la volatilidad de las elecciones se puede decir que la vaca está atada.
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[1].- Sin poder profundizar ahora en el tema, señalemos no obstante que, a diferencia de los partidos que vienen de la tradición de la corriente fundada por Nahuel Moreno, el PO tiene desde hace décadas la práctica lamentable de hacer coincidir la figura del máximo dirigente partidario y fundador de la corriente (Altamira) con la del principal candidato y representante máximo del PO en las campañas electorales y en la aparición cotidiana en los medios. Esa sobreexposición y superposición de tareas que fusiona máximo dirigente, candidato y figura pública nos parece, además de ejemplo de bonapartismo partidario, sumamente peligrosa, porque deseduca y puede llegar a confundir a su propia militancia.
[2].- Ya en el momento de máxima borrachera triunfalista del PO en Salta habíamos advertido que la falta de influencia orgánica podía desinflar esas altas votaciones, y ya en las recientes elecciones a gobernador (mientras el PO se preparaba para “gobernar Salta”) se vio cómo esa marea electoral iba volviendo a su cauce normal. Como de costumbre, el PO ignoró todas las luces amarillas, las naranjas y las rojas, hasta chocar de frente contra el 2,6%.