Sep - 4 - 2015

Las elecciones presidenciales en Estados Unidos son un proceso aún más largo que en Argentina y otros países latinoamericanos… lo que es decir mucho.

Recién en noviembre de 2016 se votará al presidente… y también todas las bancas de la “House” (diputados) y 34 de las 100 bancas del Senado. Pero la campaña ya prácticamente comenzó desde el inicio de este año.

Ahora está en su primera etapa de postulación de candidatos para el complejo proceso de las “primarias” que tendrá lugar en los primeros meses de 2016. Sin embargo, la campaña ya es en gran medida el principal acontecimiento político. Éste se desarrolla en los carriles del sistema electoral burgués más antidemocrático del mundo.

En primer lugar, como es sabido, en EEUU, no existe un censo o padrón electoral de los ciudadanos con derecho a voto confeccionado por el Estado. En la era de la informática, todavía el Estado norteamericano parece incapaz de llevar la cuenta de sus ciudadanos con derecho a votar, y hacer con eso una lista.

El ciudadano o ciudadana que quiera votar, debe primero inscribirse con la debida anticipación en cada elección. Más allá de la pérdida de tiempo del trámite burocrático, no hay problemas si usted es un “WASP” (blanco, anglosajón y protestante). Pero, si tiene la mala suerte de ser afroamericano, latino o simplemente pobre, puede ser más complicado figurar en padrón. Pueden exigirle, por ejemplo, que “pruebe” su identidad… algo engorroso en un país donde el Estado no confecciona un censo oficial ni da documentos como en el resto del mundo… Estas maniobras de exclusión, y las legislaciones que las respaldan, son cada vez peores, sobre todo en los estados dominados por los republicanos.

Por último, siempre se vota en día laborable, el martes. Si usted es un trabajador asalariado, es otro obstáculo más que deberá superar.

Primera etapa, la conquista de los dólares

Aunque se las llame “primarias”, las votaciones y convenciones que se realizarán en los primeros meses del 2016, no son la primera etapa de la campaña electoral. El primer tramo, que ya se ha iniciado, no consiste en la conquista de votos, sino de dólares. Se trata de convencer al 1% de millonarios y al 0,01% de billonarios, y a sus corporaciones, que pongan su platita para la campaña de tal o cual candidato.

En todo el mundo, en las elecciones democrático-burguesas, esto juega un rol cada vez más decisivo. Pero en este rubro, Estados Unidos bate de lejos los records mundiales… y va además en ascenso vertiginoso:

“En la elección presidencial de 2012, en las campañas de Romney y Obama, gastaron 2.600 millones de dólares entre ambos. Esto implicó –según el Center for Responsive Politics– un gasto cinco veces mayor que las campañas de George W. Bush y Al Gore en las elecciones del 2000.”[1]

La evidencia de que a ambas cabezas del sistema bipartidista las banca el mismo e ínfimo sector de corporaciones y billonarios (y no “el pueblo de los Estados Unidos”), es algo que se trata de camuflar lo mejor posible. Pero, como dice el refrán español: “¡se te ve el plumero!”.

Una forma de disimularlo, es inflar el mito del “pequeño donante” (small donor), que sería el que  aporta menos de 250 dólares. El maestro en ese truco fue Obama en su primera elección presidencial de noviembre de 2008. Con bombos y platillos, creó “redes de pequeños contribuyentes”, y logró hacer creer que su campaña la financiaba el pueblo y no los plutócratas. Para hacer ese fraude, se basaba en un hecho real, que un sector relativamente amplio de la población se había entusiasmado con su candidatura, que aparecía como más “progresista” que la del detestado George W. Bush, quien cargaba el doble estigma del desastre de Iraq y el estallido de la crisis financiera de 2008.

Sin embargo, posteriores estudios demostraron que apenas una cuarta parte de la millonada gastada “legalmente” por Obama en la campaña venían de los tan publicitados “pequeños donantes”. El resto, como siempre, lo aportaban los “plutócratas”… que, de esa manera, habían comprado los servicios del futuro presidente.

En una situación de relativa “calma” de las luchas sociales (y además de “disociación” con los procesos electorales), el dinero resulta ser el gran elector. Estudios de sociólogos, indican que, en ese contexto, la rivalidad monetaria explica alrededor del 80% de las diferencias en el total de votos de los candidatos. Sin un fuerte ascenso y sobre todo sin radicalización política de las luchas sociales (como, por ejemplo, del Black Lives Matter [Las Vidas Negras Importan]) o de movimientos de  trabajadores, es difícil quebrar esto.

Ahora, para las presidenciales del 2016, se está dando el mismo proceso de toma y daca. Una parte de los aportes corporativos y de billonarios puede deberse a motivos ideológicos, como por ejemplo, los de los archireaccionarios hermanos Fox que cotizan al sector Tea Party de los republicanos. Pero, aunque esa familia hace mucho ruido mediático, las contribuciones obedecen generalmente a motivos más prosaicos, de toma y daca, según los intereses particulares de cada corporación… por eso se tramitan sin barullo.

Un modo puede ser el de cotizar tanto a demócratas como a republicanos para quedar bien con todos. Otra, la de pagar determinados servicios. En la campaña del 2008, las viejas industrias contaminantes daban sus dólares a Mitt Romney, que prometía no regularlas demasiado. En cambio, las corporaciones de la “nueva economía” (telecomunicaciones, informática, tecnología “verde”, etc.) inflaban principalmente el bolsillo de Obama.

Pero no sólo corporaciones vienen al mercado electoral con la bolsa de dólares a comprar candidatos por kilo. También se hacen presentes las instituciones y lobbies más diversos, como la US Chamber of Commerce, el AIPAC y J-Street (lobbies sionistas enfrentados), los gusanos cubanos de Miami, etc., etc.

Ya está en marcha el mercadeo discreto e imprescindible, que constituye la verdadera “elección primaria”.

Por supuesto, no decimos que en Estados Unidos “no pasa nada”. Hechos como las movilizaciones del Black Lives Matter, las luchas de nuevos sectores de la clase trabajadora (como las cadenas de comida rápida), etc., indican que “algo está pasando”… Pero ese curso progresivo (junto con el descontento social porque la supuesta “salida de la crisis” ha beneficiado sólo a los más ricos) no alcanza todavía a quebrar el maldito sistema bipartidista, mediante una alternativa independiente que sea significativa.

¿Hacia una crisis de legitimidad?

Sin embargo, la atmósfera política está enrarecida. Reina el descreimiento en los políticos tradicionales. Esto advierte la más que centenaria revista The Nation, cuando dice que:

“La competencia de 2016 se lleva a cabo en el contexto de un país al borde de una crisis de legitimidad democrática. El Congreso, nominalmente la institución democrática más importante, tiene un bajísimo promedio de aprobación, que oscila en un 15% en los últimos años.

“Frente a un gobierno rehén del 1% más rico, muchos estadounidenses se abstienen. La participación en las  últimas elecciones de 2014 fue la más baja en 72 años.

“La sensación de que las soluciones no van a venir del Capitolio o la campaña electoral, tiene especial resonancia en la joven generación. Es revelador que una reciente encuesta de Gallup encontró que un 69% de los jóvenes entre 18 y 29 votarían por un candidato socialista a la presidencia.”[2]

Notas:

1.- Lance Selfa, “The big money behind the American throne”, Socialist Worker (ISO), August 24, 2015.

2.- Kate Aronoff and Max Berger, “How to Add Politics to Our Protest”, The Nation, August 17, 2015.

por Rafael Salinas, Socialismo o Barbarie, 03/09/2015

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