Con la mirada puesta en el 2016
“Si hay ajuste, los platos rotos los pagarán los trabajadores, pero también la dirigencia que avale al próximo presidente. La ‘zurda loca’, como llamaba al trotskismo el metalúrgico Belén, hace ese cálculo de lo más cuerdo” (“El ajuste y el favor de los sindicalistas”, Ricardo Cárpena, Clarín, 28-9-15).
Uno de los interrogantes para el próximo gobierno será la respuesta de los trabajadores frente a las medidas que tome.
Ocurre que, cada día que pasa, la escalada del dólar paralelo y el deterioro económico general adelantan que algunas medidas de ajuste se deberán tomar. Scioli ha dejado trascender que, eventualmente, la aplicación de las medidas deberá ser menos “gradual” de lo que se esperaba.
Este interrogante ha llevado al centro de la escena a la dirección sindical tradicional, la que ha demostrado un comportamiento perfecto durante la “temporada electoral”: se ha ausentado totalmente del escenario a la espera de que surjan las nuevas autoridades.
Haciendo buena letra
Como venimos señalado, la burocracia en sus cinco vertientes (tres CGT’s y dos CTA’s) se ha mostrado durante el año electoral con un comportamiento acorde a lo que la patronal espera de ella: como factor de estabilidad.
Es cierto que en la primera mitad del año, cuando todavía los “motores electorales” no estaban a pleno, Moyano, Barrionuevo y Micheli convocaron a dos paros generales; estos se caracterizaron, de todos modos, por su carácter “dominguero” y no tuvieron continuidad (a pesar de que no obtuvieron lo reclamado: la eliminación del impuesto al trabajo y mayores aumentos en paritarias).
Pero con la carrera presidencial a pleno se llamaron a un cauto silencio. La idea “naturalizada” es que los sindicatos “no deben meterse” cuando se trata de elegir las autoridades del país; ellos se ocupan de las relaciones económicas entre obreros y patrones, y dejan que los asuntos políticos se resuelvan por sus “canales habituales”: las elecciones.
Una coartada fantástica que refuerza la idea de que los trabajadores no deben tener ni arte ni parte en los asuntos generales –es decir, en los asuntos políticos del gobierno del país–, que de eso se ocupan los que están llamados a tal asunto: los políticos patronales.
Pero a no confundirse: los sindicalistas no están inactivos; nada de eso. Tras bambalinas crece la discusión (en el seno de las expresiones de la CGT) acerca de que sería hora de “unificar” al movimiento obrero. Obvio que cuando hablan de este tipo de “unificación” no se están refiriendo a la base trabajadora, sino a la inconveniencia de seguir separados los dirigentes frente al nuevo gobierno.
Las razones que empujan para el lado de una unificación (se concrete o no) son básicamente dos. La primera, el duro trabajo que les espera (en aras de la estabilidad del nuevo gobierno) avalando medidas de ajuste económico que no caerán simpáticas en la base trabajadora.
Un frente unido de todos los sindicalistas ayudaría a legitimar la aplicación de dichas medidas. Y también les serviría para obtener algo a cambio: algún tipo de “concesión” a sus aparatos sindicales.
A estos efectos se está hablando, en el caso de ganar Scioli (el escenario más probable), de la eventualidad de un “pacto social” que establezca “pautas” en materia de salarios, inflación, inversiones, productividad, etcétera; es decir, que legitime bajo la forma de un “acuerdo entre empresarios y trabajadores” la aplicación de duras medidas.
Un pacto así siempre es muy complejo de suscribir, porque invariablemente apunta a beneficiar a los patrones: de ahí la renuencia de los dirigentes a firmarlo, para no quedar en evidencia. De todas maneras, la unificación de la CGT facilitaría un acuerdo así, permitiéndole hacer causa común para obtener algo a cambio, así como para legitimarlo frente a la base.
Y es precisamente por ese lado donde viene la segunda razón de una posible unificación: fortalecerse frente a la base y, sobre todo, frente a la vanguardia y la izquierda que en los últimos años le viene disputando importantes lugares de trabajo.
La crisis del “modelo sindical”
En todo caso, el “mundo político” recuerda hoy el papel estratégico que cumplió Moyano a comienzos del gobierno de Néstor Kirchner en el 2003; incluso cómo durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre (en conjunto con Víctor De Gennaro) cumplió el papel de “estabilizador” de la situación inhibiéndose de llamar a medidas de lucha.
En aquella oportunidad el camionero pudo exhibir como conquista el retorno de las paritarias, mecanismo que si bien hace a una institucionalización conservadora de los reclamos, al mismo tiempo permite una discusión centralizada (lo que es un avance respecto de la negociación lugar por lugar, mecanismo de atomización característico de la dictadura militar, y que Menem repuso en los ‘90).
Nadie sabe qué “conquista” podrían conceder ahora Scioli o Macri, los que deberán debutar aplicando un duro ajuste económico (salvo que decidieran tomar medidas contra los empresarios, que obviamente no es el caso).
De todas maneras, el papel que vaya a cumplir la burocracia es una de las variables en juego bajo el próximo gobierno; la otra, de igual o mayor importancia, tendrá que ver con el papel que cumplan en la resistencia obrera frente al ajuste las direcciones independientes.
Aquí también hay varios factores en juego. Más allá de la vanguardia, atañe a las relaciones de fuerzas obrero-patronales en su conjunto. La clase trabajadora obtuvo un conjunto de conquistas que no le será fácil al próximo gobierno arrebatarle; conquistas que sería fundamental para la patronal liquidar o, al menos, circunscribir, esto para que la Argentina se transforme en aquel “país normal” con el que soñaba Néstor Kirchner.
Ocurre que los trabajadores argentinos no están derrotados, más bien lo contrario. Aunque no se han logrado recuperar las experiencias estratégicas de los años ‘70, ni tampoco se vive un proceso de radicalización y politización en su seno, las filas de los trabajadores se han engrosado en la última década (llegándose a una situación de casi “pleno empleo”), al tiempo que se ha hecho un aprendizaje alrededor de métodos de lucha heredados del Argentinazo: huelgas, cortes de ruta, escraches, movilizaciones, bloqueos en puerta de fábrica e incluso, aunque mucho más incipientemente, ocupaciones de fábrica.
Las filas obreras se han recuperado y, si bien campea la fragmentación en las condiciones de contratación y no se vive un ascenso de las luchas, hay una acumulación de experiencias cuyo valor sería un error desmerecer.
Esto nos lleva a un elemento más: al proceso de recomposición que se vive en la amplia vanguardia obrera. Atención: los déficits de este proceso, sus carencias, hacen que a nivel de gremios de conjunto la burocracia siga ostentando el monopolio de la representación.
De ahí que, además, a ninguna de las vertientes de la CGT le interese escuchar palabra acerca de “cambios en el modelo sindical”: podrá estar dividida a nivel “confederal” (sindicatos de “tercer grado” que son la suma de sindicatos nacionales); otra cosa muy distinta es abrir la mano en lo que hace a su monopolio para decretar huelgas (como mostraron Gestamp y Lear, es muy distinto el reconocimiento de “conflicto colectivo” que uno meramente “pluri-individual”), negociar paritarias, obtener los descuentos sindicales y otros aspectos fundamentales del unicato sindical.
Avances y retrocesos
Aun así, el cuestionamiento a la burocracia sindical se ha venido abriendo paso desde la base en los últimos años: un proceso profundo, cualitativo, eventualmente histórico, que más allá de avances y retrocesos ha llegado para quedarse.
Y no hace falta ser muy avispado para observar cómo la burocracia, la patronal y el gobierno le han venido prestando una atención creciente al proceso de fortalecimiento de la “zurda loca” entre los trabajadores: “un contexto en el que los poderes políticos y económicos entraron en pánico por la ‘marea roja’ sindical”, como señala, un poco exageradamente pero reflejando algo muy real, Ricardo Cárpena, el editorialista sindical de Clarín.
Este es otro aspecto de importancia a destacar en el análisis: junto a unas relaciones de fuerzas que no son desfavorables para los trabajadores, se vive en la amplia vanguardia un proceso de recomposición: un avance en la disputa de comisiones internas y seccionales en importantes lugares de trabajo, llegando incluso a amenazar –en pocos casos todavía– gremios de conjunto.
Claro que este proceso tiene sus alzas y bajas. Ahí es donde debe colocarse lo ocurrido en el último año (que de todos modos debe ser estudiado más en profundidad de lo que podemos hacer aquí).
Pasa que la disputa de los organismos de base de los trabajadores no es un camino de “una sola vía”: así como hay progresos puede haber retrocesos; sobre todo si no se logra que un amplio sector de compañeros y compañeras se politicen, pasen a un plano no sólo sindical sino político más activo, llenen de contenido las comisiones internas y cuerpos de delegados, etcétera.
Un retroceso así es el que se está viviendo a partir de la contraofensiva de la Santa Alianza patronal, burocrática y gubernamental para desalojar a la izquierda de las fábricas. Ofensiva que comenzó con el conflicto de Gestamp (como lo planteamos en su momento), se tradujo luego en la derrota en Lear, se expresó en los cierres de la Emfer (aquí el balance es más mediatizado porque los compañeros fueron reubicados en el ferrocarril), Paty, las quiebras de Donneley y World Color (la primera con el logro de ser ocupada y puesta a producir por sus trabajadores), el desalojo de los delegados independientes en Ford, Volkswagen, Metalsa, Sealy, etcétera, para circunscribirnos a la zona norte del Gran Buenos Aires.
La derrota de la interna comandada por el PTS en Kraft se puede colocar dentro de esta misma coyuntura, más allá del análisis específico de esta experiencia que no podemos hacer aquí (ver nota aparte): su paradójico nacimiento como producto de una derrota y no de un triunfo de los trabajadores de dicha planta, que seguramente no dejó de tener consecuencias a lo largo del proceso.
De todos modos, tampoco se debe abusar en el análisis de esta coyuntura adversa: en sentido contrario ha ido el reciente triunfo clasista en Pilkington (ver en esta misma edición), así como también se eligieron recientemente nuevos delegados antiburocráticos en Kromberg & Schubert, al tiempo que no es factible que bastiones de la nueva generación obrera y la izquierda, como FATE, se encuentren por ahora amenazados.
El proceso de la recomposición obrera llegó para quedarse y se pondrá a prueba seguramente en las peleas contra el ajuste que se viene en el 2016.
“Ir ganando la cabeza de los compañeros”
En todo caso, esta última es la conclusión general que debemos sacar: preparar a los trabajadores para las luchas que vienen; aprovechar la campaña electoral de la izquierda (en este caso el FIT) para este mismo objetivo.
A 25 días de la elección presidencial, el gran tema es el deterioro económico y cómo el gobierno que viene se prepara para tomar duras medidas de ajuste. Independientemente de las expectativas que despierte, del “compás de espera” que habitualmente se abre frente a un nuevo gobierno, este tomará medidas antipopulares que despertarán bronca y eventualmente luchas.
No hay tarea más importante para la nueva generación obrera y la izquierda que alertar en la campaña y prepararse desde ahora para ese escenario: “Uno piensa que los compañeros son atrasados y no es tan así, el obrero se da cuenta de todo pero quiere conservar su trabajo por encima de todo; hay que tener paciencia, hay que esperar y organizar por abajo. Ahora se dio y estamos acá, muy contentos, preparándonos para enfrentar el ajuste que viene y ganando cabezas” (Roberto, secretario general de la nueva interna de Pilkington).
Por Roberto Sáenz, Socialismo o Barbarie, 1-10-15