Los super-genocidas de EEUU y la OTAN dicen que
hay que castigar al “mini-genocida” al-Assad
Repudiemos los bombardeos imperialistas en Siria
Cuando sea difundida esta Declaración, posiblemente se hayan iniciado los bombardeos de “castigo” de EEUU y la OTAN contra al-Assad y su dictadura familiar, que impera en Siria desde 1970. En el ataque, es poco probable que sean alcanzados Al Assad y su parentela. Pero, con seguridad, será masacrada una cantidad de inocentes, que la hipocresía mediática llamará pudorosamente “víctimas colaterales”.
Así, con sus últimas atrocidades, de las que el probable gas Sarín es sólo la frutilla del postre, la dinastía Assad brinda a EEUU y sus aliados –manchados por crímenes como el millón de muertos de su intervención en Iraq– la oportunidad de blanquearse y presentarse como “defensores de los derechos humanos”. En Iraq, EEUU y sus aliados asaron en fósforo a poblaciones enteras, además de regar por todo el país uranio empobrecido. Quemar vivas a las personas y sembrar radioactividad para que los niños nazcan deformes, serían armas “humanitarias” según la sacrosanta “comunidad internacional”.
Y, para completar este campeonato de fraudes, tenemos a gobiernos como los de Venezuela y Cuba (y los sectores de izquierda que los siguen) que salen a criticar la agresión imperialista… pero en nombre del apoyo político a la sanguinaria dictadura de Damasco, a la que no tienen vergüenza de presentar como “democrática” y hasta “socialista”.
En este cuadro –donde una guerra de falsificaciones políticas es el reverso de una sangrienta guerra civil– se juega el destino de Siria, el más importante foco junto con Egipto de las rebeliones populares del Medio Oriente, iniciadas hace casi tres años.
Momento difícil de las rebeliones de Medio Oriente
Hoy este proceso regional, que tuvo además amplia repercusión mundial, está en su momento más difícil en ambos países y también en la región.
En Egipto –como se analiza en la Declaración de Socialismo o Barbarie del 20/08/2013–, la vuelta de los militares al gobierno a caballo del repudio masivo a los islamistas, abre un curso peligroso hacia una restauración reaccionaria, cuyo símbolo es la liberación del ex dictador Mubarak. Si no se combate a tiempo ese peligro, y sobre todo si el nuevo movimiento obrero y los sectores juveniles se paralizan por las ilusiones en estos nuevos jefes militares (y por las cooptaciones de sus dirigentes), el proceso abierto dos años y medio atrás puede cerrarse sin haber logrado más que cambios menores, de fachada “democrática”.
En Siria, con la guerra civil, el proceso ha tenido una deriva muy distinta pero no mejor, como analizamos en otro artículo de esta edición.
Hay enormes diferencias entre los distintos procesos de Siria, Egipto y demás países. Pero existe sin embargo una nota común en las dificultades para ir más allá, para el avance político-social de estos procesos, para que estos inmensos estallidos lleguen a ser verdaderas revoluciones políticas y/o sociales (es decir, que cambien radicalmente sus regímenes políticos, y las clases y capas sociales dominantes).
Esa nota común es la debilidad (o directa inexistencia) de expresiones sociales y políticas independientes obreras, juveniles o populares. Egipto es el que ha ido más lejos en superar esta debilidad. Desde antes del estallido de plaza Tahrir, se desarrollaron en Egipto un fuerte movimiento sindical independiente –concretado en el millar de nuevos sindicatos y dos nuevas centrales– y en movimientos juveniles aun más importantes en su momento, el “6 de Abril”. Pero el desarrollo de alternativas políticas independientes fue mucho más débil. Así los militares han podido hacer la jugada de cooptar a sectores de las direcciones sindicales y juveniles (como sucede hoy con gran parte del movimiento Tamarod). Sin embargo, esto contradictoriamente parece fortalecer a los que quedaron con la bandera opositora: el “6 de Abril”, los dirigentes sindicales que no capitularon y los trotskistas… aunque todos ellos están aún lejos de tener peso de masas.
El cuadro de Siria, como veremos, es aun más desfavorable. El movimiento obrero, como tal, no ha jugado rol alguno. Las multitudes que se alzaron contra la insoportable dictadura de los Assad, estaban principalmente compuestas por masas urbanas de trabajadores y jóvenes, pero que no entraron en escena como miembros de sindicatos independientes ni de movimiento juvenil alguno. Luego, la deriva a la guerra civil, que se sumaba a otros factores negativos como la fragmentación localista y los enfrentamientos “comunitarios” sectario-religiosos, han sido obstáculos difíciles de remontar para generar alternativas independientes.
El bombardeo imperialista y sus blancos políticos
Es en este cuadro de Siria en particular y del curso de las rebeliones del Medio Oriente en general, que EEUU y sus socios menores de los imperialismos europeos lanzan su criminal ataque.
A diferencia de otros precedentes de intervención imperialista, por ejemplo las invasiones de Afganistán en 2001 y de Iraq en el 2003, EEUU y la OTAN no piensan desembarcar ni un solo soldado. Aunque no hayan sido derrotas categóricas, los pésimos resultados de esas aventuras impiden repetirlas. Serían además inaceptables para la opinión pública yanqui y europea. En cambio, el papel de “defensores de los derechos humanos” mediante bombardeos, es una farsa más creíble y que funcionó en el caso de Libia.
Pero esto tiene otro objetivo político más importante. El de lograr, por las buenas o por las malas, una salida de la guerra civil que garantice un régimen vasallo de EEUU y sus socios de la UE y, sobre todo, el orden en la región. Esto no es tarea sencilla, y exige, dentro del carácter caótico del campo opositor, la cooptación y organización político-militar de un sector “confiable” de esa fragmentada oposición. Hasta ahora, en Siria, esa fragmentación política, militar y geográfica ha hecho imposible repetir lo del Consejo Nacional de Transición (CNT) de Libia.
Este ha sido un factor no menor de las vacilaciones de la política de EEUU, en una situación en que es imperativo intervenir pero evitando a toda costa desastres como Afganistán e Iraq. Y esto explica el arcoíris de opiniones en EEUU, que van desde los disparates de los neoconservadores de Bush que predican otra invasión como la Iraq,[[1]] a los que desde el New York Times sostienen que “en Siria, EEUU pierde si cualquier lado gana”. Que entonces, la línea debe ser que se sigan matando entre ellos, para que Siria quede devastada. A ese fin, Obama debe “resistir la tentación de intervenir con más fuerza. La victoria de cualquier lado, sería igualmente indeseable para EEUU”.[[2]]
Las largas vacilaciones, las idas y vueltas de Obama reflejan eso. Como también el ridículo que hizo el primer ministro británico James Cameron, al perder en Westminster la votación a favor de la intervención, después de erigirse en el paladín de los bombardeos. Estas discusiones contrastan con la unanimidad que hubo en EEUU y en la mayoría de sus socios europeos cuando intervinieron hace más de una década en Afganistán y luego en Iraq.
Pero, después de infinidad de idas, vueltas y vacilaciones, Al Assad, con sus últimas masacres, ha facilitado a Washington los justificativos “humanitarios” para poner en marcha los ataques aéreos.
Frente a eso, nuestra posición es absolutamente clara: sin dar el más mínimo apoyo político a la pandilla de genocidas de Al Assad (como hace el castrochavismo), debemos oponernos categóricamente a la intervención imperialista.
¡Que los crímenes de Al-Assad no nos confundan! El imperialismo yanqui y sus socios de la OTAN no van a bombardear en beneficio del castigado pueblo de Siria. Lo hacen para buscar una salida que termine con las protestas y rebeliones populares en la región, y garantice el orden imperialista.
[1].- Jim Lobe, “U.S. Neocon Hawks Take Flight Over Syria”, IPS, August 28, 2013.
[2].- Edward N. Luttwak, “In Syria, America Loses if Either Side Wins”, New York Times, August 24, 2013.
Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 29/08/2013