Introducción
En los primeros años de la década del 90, se agolpaba en La Habana una fauna muy particular: gente que se presentaba como periodistas, escritores, “politólogos”, “cientistas sociales” y cosas parecidas. Estaban allí porque no querían perderse el último episodio del “fracaso del socialismo”. O sea, la remake en Cuba y en español, de la misma serie ya rodada, en ruso, polaco, húngaro, rumano y otros idiomas del fenecido “Imperio del Mal”.
De vuelta de la isla, escribían artículos y libros, con títulos tales como: “La hora final de Castro: la historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo en Cuba”.[[1]] Sin embargo, aunque al parecer estaban enterados de todos sus “secretos”, la historia los desmintió. Lo que ellos llaman el “comunismo”, no cayó de inmediato en la isla, ni tampoco Fidel Castro llegó a su “hora final” en esos momentos.
Cuba pasó por varios años de terribles dificultades y penurias, sólo comparables a las de países que han sufrido una dura guerra. Pero, para sorpresa del mundo, no siguió inmediatamente el mismo curso de la ex URSS y los países del Este europeo ni tampoco el de China, a pesar del colapso económico-social que significó la pérdida de la ayuda y las relaciones comerciales con los primeros y, poco después, el incremento substancial del bloqueo económico del imperialismo yanqui.
En esos años, no sólo la Unión Soviética sino todos los países de Europa y Asia que en la segunda mitad del siglo XX se autodefinían como “socialistas”, estaban en plena restauración capitalista. Unos, cambiando el antiguo régimen político en forma más o menos evolutiva y pacífica (Hungría, Polonia, etc.) o violenta (Rumania). Otros, como China (y luego Vietnam), manteniendo el régimen político del PC como partido único, la bandera roja y (cada vez menos) las invocaciones rituales al “socialismo”, pero volcándose al capitalismo con una eficacia y decisión aun mayor que sus pares europeos.[[2]] Pero en Cuba, después de algunos primeros pasos orientados en el segundo sentido, todo quedó como “en suspenso”.
Hoy, la situación económico-social de la isla aparece como cualitativamente menos crítica que la de inicios de los 90’, donde no era descabellado temer un derrumbe. Asimismo, aunque el imperialismo yanqui ha venido reforzando el bloqueo que causa severos daños, el aislamiento internacional económico y político de Cuba es substancialmente menor y la economía ha salido del casi-colapso de inicios de los 90.
Sin embargo, hoy tanto en la izquierda como en la derecha, y dentro o fuera de la isla, se coincide en que Cuba está frente a un cruce de caminos. Los problemas y dilemas que quedaron en “suspenso”, les llegó la hora de ser encarados.
La palabra con que se alude a esto –”transición”– se presta a confusiones, sobre todo en manos del charlatanismo mediático. Por un lado, significa mucho –que hay cambios en curso y a la vez expectativas en ese sentido–. Pero, al mismo tiempo, significa poco, porque esa “transición” puede tener variantes muy distintas.
Washington, por ejemplo, tiene montado desde hace varios años un “Comité para la Transición en Cuba”, que ha confeccionado un catastro milimétrico del territorio de la isla para devolver todo a sus antiguos dueños, burgueses cubanos o extranjeros. Además, a nivel político, ya ha dictado normas que harían de hecho regresar a Cuba a las épocas de la Enmienda Platt [[3]]; es decir, a un virtual “protectorado” de EEUU. En cambio, otra variante muy distinta de “transición” es el traspaso de las diversas funciones de Fidel Castro, principalmente a su hermano Raúl. Hay, entonces, transiciones y transiciones.
Las expectativas y debates sobre la “transición” aparecen muy relacionadas a una circunstancia personal: la edad de Fidel Castro, que lo ha obligado a retirarse de la conducción diaria del estado cubano y de la actividad política en general (salvo sus breves textos difundidos con el nombre de “Reflexiones del Comandante en Jefe”). La avanzada edad de Fidel y sus graves problemas de salud abren además la perspectiva de su fallecimiento. O sea, lo de la “transición” aparece estrechamente relacionada e incluso motivada por esa situación personal del “Comandante en Jefe” o “Líder Máximo”.
Desde un punto de vista marxista “vulgar” se podrían desestimar las dimensiones de esto, con el argumento abstracto de que el curso de la historia lo deciden esencialmente factores sociales más amplios, más “objetivos”, y no los simples individuos. Sin embargo, sería en verdad poco marxista esa subestimación. Por el rol y el lugar que ocupó (y aún ocupa) en el proceso cubano, antes y después de la revolución de 1959, el relevo y la posible desaparición de Fidel Castro son factores primordiales, con capacidad para ser aceleradores o desencadenantes de procesos de transformaciones y hasta del estallido de contradicciones y tensiones acumuladas en la sociedad cubana.
Esto va a definir rumbos que pueden ser positivos o negativos para los trabajadores y las masas populares, lo que plantea por consiguiente una lucha que decida finalmente cuál será el signo de esta “transición”. Asimismo, el desenlace va a tener importantes repercusiones, en sentido revolucionario o contrarrevolucionario, a escala latinoamericana y mundial.
Cuba se encuentra, entonces, ante una encrucijada. ¿Qué camino tomar? La respuesta la va dar inevitablemente una lucha política, en la que ya se están expresando distintos intereses y fuerzas sociales, tanto de adentro como de afuera de la isla.
Hasta hoy parecería que en esta encrucijada sólo se abren dos caminos:
Uno, el que auspicia desde Miami la burguesía cubano-norteamericana y su sponsor el imperialismo yanqui, el de un colapso político-social del régimen, que supuestamente le permitiría volver en triunfo a la isla. Lo que no sucedió a fines del siglo XX, ocurriría a principios del XXI. Este curso implicaría no sólo la restauración del capitalismo, sino también la pérdida de la independencia nacional conquistada por la revolución.
El otro, es el presentado desde hace tiempo como el “modelo chino”. De contenido, consiste en que la casta burocrática que administra el estado cubano, encabezada por los especialistas militares que están al frente de las joint ventures y otros sectores dinámicos de la economía, marche, en primera instancia, hacia un capitalismo de estado… bajo el cual inevitablemente se irían cobijando formas de capitalismo privado. Por eso, no es casual el coro de alabanzas a China y su modelo de “socialismo”, que se hace públicamente desde esas alturas. El supuesto “socialismo” chino sería exitoso, en contraste con el fracasado de la ex Unión Soviética. Este camino, aunque por senderos diferentes, conduce en el fondo al mismo punto que el anterior: la restauración del capitalismo, aunque con otros beneficiarios.
Tampoco podemos excluir que se den distintas combinaciones de ambas alternativas. Un factor decisivo a este respecto sería un cambio de actitud de EEUU. Hay sectores importantes (aunque todavía minoritarios) del capitalismo estadounidense que ya no comparten la tradicional política del “todo o nada” en relación a Cuba. Ven, además, cómo sus socios-rivales de la Unión Europea y Canadá han obtenido mucho más con un enfoque negociador.
En cualquier caso, bajo diferentes formas, el curso hacia la restauración capitalista implica para la clase trabajadora cubana un salto enorme en la desigualdad social, la explotación y la pérdida de conquistas históricas de la revolución –ya bastante maltrechas–, en primer lugar, en materia de salud y educación.
En este cruce de caminos, sostenemos que es posible (y deseable) una tercera variante: que entre en escena otra gran fuerza social existente: la clase obrera y trabajadora. Los trabajadores asalariados –y en especial los trabajadores productivos– tienen intereses objetivos radicalmente distintos a los de la burguesía gusana de Miami y también a los de las cúpulas burocráticas que anhelan ser como su pares de China; es decir, millonarios.
Por supuesto, esta última alternativa tiene menos publicidad, pero posee una base social real: los trabajadores, que son la inmensa mayoría de la isla, que están en los puntos clave de la economía, y tienen así potencialmente la fuerza como para imponer sus intereses.
Pero subrayamos que esto, hasta ahora, es sólo potencial. De este gigante sólo se escuchan débiles murmullos, y a través de mediaciones, como por ejemplo los estudiantes que, desde posiciones socialistas, criticaron la creciente desigualdad social y los privilegios.[[4]] Este y otros hechos tienen sin embargo una gran importancia, porque abonan la posibilidad de que surja finalmente una vanguardia que comience a expresar conscientemente los intereses de la clase obrera y de todos los trabajadores.
No es nuevo ni casual este silencio político de la clase trabajadora cubana, que sería lógico en el capitalismo pero no en un estado que supuestamente es suyo, un estado que muchos aún (sobre todo fuera de Cuba) caracterizan como “socialista” y/o “obrero”.
La clase trabajadora –por las mismas peculiaridades del proceso revolucionario y del estado que se estructuró después de la revolución, y que analizaremos extensamente luego– ha sido la convidada de piedra en los giros de 180 grados dispuestos desde arriba, muchos de los cuales fueron de consecuencias ruinosas. La famosa consigna de “¡Comandante en Jefe, ordene!” no ha sido una metáfora, sino la realidad del funcionamiento del estado y el régimen… lo que es además un dato fundamental para definir su naturaleza social, como veremos luego.
Aunque las “órdenes” desde arriba se daban en nombre del socialismo, y de los trabajadores y el pueblo, por abajo a la clase obrera sólo le incumbía apoyarlas incondicionalmente. Es decir, cumplir esas órdenes. Desde abajo, no correspondía debatirlas democráticamente, ni menos aun proponer alternativas, aunque ellas estuviesen encuadradas en la lucha contra el imperialismo y el capitalismo.
Pero hoy ya prácticamente no está en escena el Comandante de Jefe que daba las órdenes que se aceptaban y cumplían sin chistar. Si ahora la clase obrera no toma la palabra, serán otras clases y sectores sociales los que decidirán el rumbo, de acuerdo a sus propios intereses opuestos a los suyos. ¡Ya lo están decidiendo!
La posibilidad de una tercera alternativa –ni restauración estilo Miami, ni restauración estilo Pekín, vía capitalismo de estado– tiene la inmensa fuerza de que se asentaría en los intereses objetivos de la clase trabajadora. Pero simultáneamente tiene la colosal debilidad de que la clase obrera llega a la era “post-Fidel” sin una gimnasia de pensamiento, organización y acción independientes y sobre todo de democracia obrera. Asimismo, en un grado difícil de medir, la clase trabajadora cubana parece estar sufriendo los mismos procesos de atomización individualista que marcaron el derrumbe del pseudo-socialismo en la ex URSS y el Este. [[5]]
Sin embargo, con todos sus pro y sus contra, no hay otra alternativa que luchar por el objetivo de que la clase obrera deje de ser el convidado de piedra a la hora de decidir el rumbo en estos momentos trascendentales. No existe otra fuerza social que pueda garantizar una opción realmente socialista frente a las presiones restauracionistas de adentro y de afuera.
Los trabajadores conscientes y los estudiantes e intelectuales que sean auténticamente socialistas –que rechacen la recolonización vía Miami, pero también las crecientes desigualdades y privilegios que están pavimentando por otra vía la vuelta al capitalismo–, tienen la posibilidad de luchar por eso, desarrollando en primer lugar una vanguardia de la clase trabajadora que empiece a ser su vocero.
Es que, frente a restauración a la Miami o la restauración a la china, no hay otra alternativa de que sea clase obrera quien asuma realmente el poder. El nuevo “Comandante” que dé las “órdenes”, debe ser la clase trabajadora, debatiendo y decidiendo democráticamente. Esto sería sinónimo de una nueva (e imprescindible) revolución cubana.
En este artículo vamos a tratar, entonces, la presente situación de Cuba. Sin embargo, eso sería imposible de encarar seriamente sin remontarnos a los orígenes; es decir, las características de la Revolución Cubana de 1959, y de las transformaciones políticas y sociales que produjo.
Esto, a su vez, nos remite de lleno a un debate teórico e histórico más global: el balance de las grandes revoluciones del siglo XX, especialmente las ocurridas después de la Segunda Guerra Mundial, como es el caso de la de Cuba, tema que tratamos en un Apéndice de este artículo.
Nuestra corriente, Socialismo o Barbarie, sostiene que el relanzamiento de la lucha por el socialismo en el siglo XXI exige “pasar en limpio” esas colosales experiencias de la lucha de clases, que fueron las revoluciones del siglo XX. Examinar rigurosamente por qué, en un momento dado, el capitalismo llegó ser expropiado en un tercio del planeta y, pocas décadas después, volvía triunfante en casi todos esos países que se etiquetaban como “socialistas”, con la excepción (relativa y hoy en peligro) de Cuba.
Este balance histórico y teórico-político no es un tema arqueológico. Atañe vivamente a las grandes cuestiones estratégicas de la lucha por la revolución socialista en el siglo XXI. Quienes pretendan eludirlo o contestarlo recitando como Padrenuestros fórmulas trilladas, tampoco van a poder ubicarse frente a los nuevos acontecimientos de la lucha de clases. Se trata de problemas vivos y concretos, como por ejemplo qué posición tomar ante propuestas como el “socialismo del siglo XXI” de Chávez.
Es por esos motivos de fondo que Socialismo o Barbarie viene desarrollado una extensa elaboración sobre las experiencias y lecciones que nos dejaron las grandes revoluciones del siglo XX, especialmente, las que expropiaron el capitalismo. Sobre esto, especialmente pueden leerse los textos de Roberto Sáenz en los números 17/18 y 19 de nuestra revista. En este artículo, retomaremos esa problemática en relación a la Revolución Cubana.
- Cuba, un curso histórico excepcional
“Esas islas son el apéndice natural del continente norteamericano, y una de ellas [Cuba]… por una multitud de consideraciones, se ha vuelto un objeto de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión. […] Mirando hacia delante… es difícil resistir la convicción de que la anexión de Cuba a la República Federal será indispensable para la continuidad e integridad de la Unión. […] Cuba, fuertemente separada de su conexión antinatural con España, e incapaz de sostenerse por sí misma, solo puede gravitar hacia la Unión Norteamericana…” (Carta del 23-04-1823 de John Quincy Adams, secretario de Estado y luego presidente de EEUU)
“Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber… de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan… sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso… impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal q[ue] los desprecia… Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas;— y mi honda es la de David.” (José Martí, Carta inconclusa del 18-05-1895, un día antes de morir en combate)
Las raíces de la “excepcionalidad” de la Revolución Cubana, hay que buscarlas en el curso histórico también excepcional de la isla en comparación con el resto de América Hispana.
Junto con la más pequeña isla de Puerto Rico –hoy colonia directa de EEUU bajo el eufemismo de “Estado Libre Asociado”– Cuba fue la única región del Imperio Español que no se independizó. Y cuando finalmente las tropas españolas se retiraron de allí, fue sólo para ser reemplazadas por la ocupación militar de Estados Unidos, vencedor de la guerra de 1898 con España. Cuba, como lo predijo Adams, había finalmente “gravitado” en la bolsa de EEUU.
¿Por qué el Imperio Español, expulsado de todo el continente por los movimientos de la independencia, logró conservar su dominio en Cuba? Lo decisivo fue aquí la actitud de las elites cubanas (propietarios de ingenios y plantaciones de caña, comerciantes, funcionarios, curas. etc.), que en gran proporción, a diferencia del continente, no eran partidarias de la independencia.
En el continente, las elites criollas de terratenientes, comerciantes, banqueros y funcionarios decidieron sacudirse de encima la tutela colonial de Madrid, en la seguridad de que ellos serian los herederos de ese cambio. Fue una revolución esencialmente política, que dejó generalmente intactas las anteriores relaciones de explotación sobre las que se asentaban.
Especialmente en el caso de Sudamérica, la cruel derrota de los movimientos revolucionarios previos –el principal el de Tupac Amaru (1742-81)– había mayormente despejado el peligro de que la revolución política de la independencia se transformase en revolución social de las masas de indígenas, negros y otros explotados.
La revolución social de Haití
En el Caribe sucedía lo opuesto. En 1791 estalla la revolución de los esclavos de Haití, entonces colonia francesa, a las puertas mismas de la isla de Cuba. A partir de allí, se sucederán largos años de luchas victoriosas de los “jacobinos negros” contra las tropas de Francia y otros imperialismos que pretendían volver a someterlos. Lo de Haití no fue sólo una revolución política por la independencia como en el resto de América Latina, sino una revolución social de los esclavos negros contra los esclavistas blancos [Vitale] [Gott, 44 y ss]
Lógicamente, esto aterrorizó a las clases dirigentes de la vecina Cuba, que era como Haití una “economía de plantación” productora de azúcar para el mercado mundial mediante el trabajo esclavo. El temor de que una revolución política de independencia desencadenase una revolución social antiesclavista, que barriese con el núcleo central de las clases privilegiadas, inclinaron la balanza a favor del Imperio Español, que luego siempre contó con el apoyo de un fuerte sector no sólo de las clases altas sino también de sectores blancos medios, que en gran parte eran su “clientela”. Eso se extendió a lo largo de todo el siglo XIX, incluso después que la esclavitud fue parcialmente abolida en Cuba en 1880 y por completo en 1886.
A pesar de todo, en los inicios del siglo XIX se dieron las primeras rebeliones contra España, que irían in crescendo y que costarían cientos de miles de vidas. Sin embargo, el decrépito imperialismo de Madrid, aunque cada vez más débil, pudo resistir a duras penas gracias a ese mecanismo.
Al hacer el balance de una de esas rebeliones fracasadas (las de la década de 1840) un historiador llega a una significativa conclusión: “Era posible movilizar a los blancos por la independencia y a los negros por el fin de la esclavitud. Pero no era posible ponerlos a trabajar juntos. Los blancos temían el fin de la esclavitud y los negros no estaban demasiado interesados en la independencia. Los negros miraban hacia el Imperio Británico, que había liberado a los esclavos en Jamaica en 1834. Los blancos ahora miraban en dirección opuesta, hacia Estados Unidos, donde los propietarios de esclavos aún gobernaban en el Sur.” [Richard Gott, Cuba. A New History, pp. 56ss., subrayado nuestro]
En Cuba apuntaba un nuevo fenómeno político que bajo distintas formas aún perdura: los anexionistas. Las clases dirigentes de la isla no se dividieron simplemente en partidarios o enemigos del dominio español. Surge un sector que ya no plantea la independencia. Un intelectual cubano blanco de esa época, José Antonio Saco, la resume así: “…«no hay otra solución que echarnos en brazos de Estados Unidos»… La elocuente visión expresada por Saco, fuerte en EEUU y en Cuba, jamás desapareció del debate político cubano” [Gott, 56 y ss., subrayado nuestro]. Efectivamente, sus ecos aun siguen resonando… en la isla hasta 1959 y luego en las calles de Miami.
Guerras de la independencia e intervención de EEUU
En las últimas guerras de la independencia y sus altibajos –Grito de Yara y Guerra de los Diez Años (1868-78), Pacto del Zanjón (1878), Protesta de Baragua (1878), Guerra Chiquita (1879-80) y Grito de Baire (1895), que inicia la postrera Guerra de Independencia)– se pondría también de manifiesto la maraña de tensiones y pugnas sociales y raciales… y de proyectos contradictorios para después de echar a los españoles, como el de los anexionistas, por un lado, y el que sostiene Martí, por el otro.
Pero el proceso en curso de la última guerra de la independencia contra España que se libra en América Latina, es bruscamente cortado en 1898 por la intervención de EEUU. Después de dos fáciles victorias navales, Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otros despojos del antiguo Imperio español pasan directamente a manos de EEUU. Los cubanos que han estado luchando durante décadas por la independencia –al precio de 200.000 vidas en la Guerra de los Diez Años y 250.000 en la última contienda–, ni siquiera son invitados a la Conferencia de Paz en París. Y a las columnas de los legendarios mambises, heroicos luchadores por la independencia, el flamante ocupante estadounidense les prohíbe entrar y desfilar en triunfo por La Habana: podían perturbar a los burgueses blancos que estaban cambiando de amo imperialista.
En un cruce original de etapas y tiempos históricos, el fin del centenario Imperio Español marca la irrupción en el siglo XX del que sería el más nuevo y poderoso imperialismo. Cuba se libra del colonialismo español sólo para caer, sin solución de continuidad, en manos del joven y voraz imperialismo yanqui.
Cuba es ocupada por las tropas de EEUU y en la Habana se establece la dictadura militar de un gobernador designado por Washington, el general Leonard Wood, que durará hasta 1902. Mientras tanto, en Washington, se discute y dispone qué hacer con Cuba.
Contra los deseos de los numerosos anexionistas, tanto estadounidenses como burgueses cubanos, Cuba no es directamente anexada como Puerto Rico. Prudentemente, en Washington se impone un modelo expresamente inspirado en la dominación del Imperio Británico en Egipto, donde formalmente existía un “gobierno” egipcio… pero con guarniciones de tropas británicas que garantizaban su buena conducta.
Hay que subrayar que uno de los principales argumentos contra la anexión directa de Cuba, no fue la de darle una cuota mayor de independencia, sino su gran porcentaje de población negra y mulata. El “modelo egipcio” de colonia solucionaba ese problema tan grave para el racista imperialismo yanqui. [Gott, 108 y ss.]
La independencia inconclusa: Cuba, virtual protectorado de EEUU
En Cuba, eso se efectúa con la “cesión” a EEUU de la base de Guantánamo y sobre todo con la Enmienda Platt, un texto incorporado a la flamante Constitución de Cuba que, entre otras cláusulas infames, establece el derecho de EEUU a supervisar las finanzas del nuevo estado “independiente” [punto A] y a intervenir militarmente para garantizar “el mantenimiento de un gobierno adecuado” [punto B]. Y esto último no queda en la teoría. EEUU manda sus tropas de 1906 a 1909, en 1912 y de 1917 a 1923.
Para completar el cuadro de Cuba después de la “independencia” de España, acotemos que la mayoría de esas intervenciones militares se hicieron a pedido de algún sector de la misma burguesía cubana. El resto de las clases dirigentes latinoamericanas no han brillado precisamente por su independencia en relación al imperialismo yanqui, pero lo de la burguesía cubana constituye un caso extremo. Este será un importante ingrediente de lo que sucederá en las dos grandes revoluciones que sacudirán a Cuba en el siglo XX.
Asimismo, los años de gobierno militar yanqui y luego de sucesivos desembarcos de tropas implicarían mucho más que sometimiento político: los capitales estadounidenses se han volcado sobre la isla apoderándose de tierras, ingenios, servicios públicos… Pocos años después, “Cuba se ha transformado en el productor de una inmensa riqueza, en cuyas actividades las compañías norteamericanas e inversores individuales están profundamente involucrados. Banqueros y comerciantes, propietarios de plantaciones e ingenios, operadores de ferrocarriles y simples inversionistas, todos miran hacia EEUU para proteger sus intereses. Cuba se ha convertido en una colonia, en todo menos en el nombre” [Gott, 110 y ss., subrayados nuestros].
Pero, al mismo tiempo, al siglo XX se transferirán también, casi sin solución de continuidad, las tradiciones y formas de acción de décadas de luchas sangrientas y guerras por la independencia que llenaron el siglo XIX, como la tradición de las rebeliones internas y las expediciones revolucionarias desde el exterior, el tomar las armas y partir con un puñado de hombres a la manigua, con un caudillo carismático al frente y con una viva conciencia del honor, la rebeldía y el sacrificio de la propia vida… pero asimismo con una extrema vaguedad sobre el programa y los objetivos a largo plazo.
Todo esto que literaria y políticamente expresó tan bien el romanticismo modernista de Martí, se trasladaría al siglo XX en una poderosa corriente política: el populismo. [Farber, “The Origins…”, 34 y ss.] [Gott, 84 y ss.] Medio siglo después, en julio de 1953, su último caudillo, el joven abogado Fidel Castro Ruz, se preparaba para entrar en acción.
- 1933, la primera revolución cubana y su derrota
El primer tercio del siglo XX no sólo significó para Cuba un cambio de amo –Estados Unidos– y de organización política –la República de la Enmienda Platt–, sino también una vasta transformación económico-social.
Hasta mediados de la década del 20, Cuba experimentó un crecimiento notable de la producción y exportaciones. Entre 1900 y 1925, su principal producción, el azúcar, se multiplicó 17 veces! Asimismo hubo un crecimiento pujante de la minería, ferrocarriles, electricidad, etc. Fue un crecimiento sólo interrumpido brevemente por la crisis de la burbuja especulativa del azúcar en 1920-21, después de la Primera Guerra Mundial (1914-18). [Farber, “The Origins…]
Desarrollo desigual y combinado
Sin embargo, este crecimiento de algunas ramas no sólo tenía pies de barro sino que escondía el profundo atraso y vulnerabilidad de la economía cubana tomada en su conjunto. Era un caso más del típico “desarrollo desigual y combinado” en los países semicoloniales de la “periferia” del capitalismo… pero en el caso de Cuba, llevado al extremo.
En efecto, Cuba se limitaba a seguir con su carácter de gran monoproductora de azúcar para el mercado mundial, que tenía desde fines del siglo XVIII. Sólo que, para continuar con esto, el gran capital proveniente de EEUU le incorporaba las técnicas más modernas de elaboración y transporte, que provocaban ese crecimiento fenomenal de la producción que citamos [Le Riverend, 216 y ss.]. Para agravar las cosas, a la monoproducción se le fue agregando posteriormente la estrecha dependencia hacia el comprador número uno del producto: Estados Unidos.
Esta extrema dependencia de la venta del azúcar en el mercado norteamericano y mundial y de sus precios, determinaría no sólo un efecto multiplicador de las crisis que venían de afuera (como la iniciada en 1929-30), sino también graves dificultades para aprovechar momentos de auge económico mundial. Así, hasta mediados de los años 50, ya en vísperas de la revolución, el signo de la economía “desde la depresión [de 1930], era un relativo estancamiento o, en el mejor de los casos, un crecimiento lento” [Farber, “The Origins…”, subrayado nuestro].
Asimismo, la amplitud avasalladora que tenía la monoproducción de azúcar, impedía la diversificación en otras ramas e implicaba graves deformaciones de la economía y la vida social. Además del altísimo desempleo rural, en parte estacionario por las zafras, que se derramaba luego sobre las ciudades, la extensión de los cañaverales y tierras de reserva requeridas dificultaban el desarrollo de otros cultivos y crías. Así, en un país de abundantes tierras cultivables, se daba el absurdo de que debía importar buena parte de los alimentos.
Nuevas y viejas clases
Este desarrollo capitalista después de la independencia –con profundas desigualdades y deformaciones y además con un sometimiento colonial económico y político casi absoluto en relación a EEUU–, habría de poner su sello a todas las clases de la sociedad, al estado, y a las relaciones sociales y políticas en su conjunto.
El desigual desarrollo del capitalismo implicó, en primer lugar, la aparición y crecimiento de la clase obrera moderna. Junto con ella, se elevaron también sectores de clases medias, tanto de pequeña burguesía independiente como franjas asalariadas, y se desarrolló también una burguesía cubana, en parte continuación de las elites anteriores a la independencia y en parte nuevos ricos con una porción proveniente de nueva inmigración europea. Los Castro provienen precisamente de ese nuevo sector.
La moderna clase obrera, que comienza a constituirse desde principios de siglo, enfrenta y refleja las condiciones especiales que imponían la estructura, el atraso global y las incertidumbres de la economía cubana.
“Estas características de la economía cubana afectaron substancialmente la conducta de los trabajadores. La virtual eliminación de las relaciones no-capitalistas de producción para la subsistencia y los medios relativamente avanzados de comunicación y transporte, crearon una clase obrera urbana y rural que era moderna en ciertos aspectos fundamentales. Los trabajadores cubanos era generalmente sobrios, rápidos para aprender y con una saludable dosis de respeto de sí mismos. Se arraigaron la puntualidad, el bajo ausentismo, y otras formas de disciplina industrial. La clase obrera urbana y rural fue también bastante sindicalizada (llegó a un 50% en la década del 50) y combativa. A causa de la inestabilidad económica, el substancial desempleo y también la inseguridad de sus pensiones de retiro, los trabajadores priorizaban la seguridad en el empleo y los reclamos políticos en ese sentido.” [Farber, “The Origins…”, 22 y ss.]
La nueva clase obrera y su combatividad jugarían un papel central en la primera revolución cubana del siglo XX.
La raquítica burguesía cubana estaba marcada, por un lado, por el peso abrumador del capital estadounidense y, por el otro, por las presiones de una combativa clase obrera que, como veremos luego, a partir de la revolución que derrocó la dictadura de Machado en 1933, arrancó conquistas que fueron después excediendo la capacidad de una economía inestable, estancada o en lento crecimiento.
Este “clima… también influyó en los capitalistas cubanos. Una mentalidad de rentista afectó a amplios sectores de las clases adineradas y desalentaba la toma de riesgo y los emprendimientos… los bancos cubanos tenían una considerable liquidez y el capital cubano mostraba una marcada tendencia a irse del país o a amontonarse en inversiones inmobiliarias o especulativas… [con] una aversión a las inversiones a largo plazo [y]… a invertir en la industria”. [Farber, “The Origins…”, 23]
Esto implicó además que, como en otros países semicoloniales, entre el peso y la combatividad de la clase obrera, y el conservadurismo y las limitaciones económicas de la burguesía, sumadas a la presiones del imperialismo, el estado debió asumir un importante papel de intervención y de establecimiento de regulaciones.
Fuera de estas dos clases fundamentales, se desplegaba un abanico de condiciones sociales muy heterogéneas, también determinadas por los problemas estructurales críticos de la economía cubana, las características deformantes del monocultivo azucarero y el estancamiento. Además de los sectores pequeño burgueses rurales y urbanos de contornos más precisos, el sistema tendía a dejar por fuera una masa “popular” de la ciudad y el campo, donde se presentaban todo tipo de situaciones de pobreza, trabajo informal, etc.
Las corrientes de la izquierda: populismo y marxismo stalinizado
En ese contexto, ya en los años 20 comienzan a tomar forma las dos grandes corrientes de la izquierda que, con múltiples cambios y altibajos, se prolongarán hasta 1959: el populismo y el Partido Comunista.
La clase obrera moderna en Cuba ya había comenzado a desarrollar sus primeras luchas y organizaciones. A fines del XIX y comienzos del XX se producen algunas huelgas. La “primera gran huelga en el azúcar [se efectuó] en octubre de 1917, en demanda de aumentos de salario y por las 8 horas de trabajo… la Confederación Nacional Obrera Cubana (CNOC) fue creada por los anarquistas en 1925” [Gott]. En el marco de la aparición de este nuevo actor social en la isla, que sería uno de los grandes protagonistas de la revolución de 1933, la enorme repercusión mundial de la Revolución Rusa influye en la fundación del Partido Comunista en 1925.
El primer PC cubano fue fundado por Julio Antonio Mella –la gran figura del partido, brillante orador y carismático dirigente estudiantil [[6]]–, Carlos Baliño y José Miguel Pérez, que sería su secretario general. Baliño era un “veterano marxista que estuvo junto a José Martí en la fundación Partido Revolucionario Cubano en 1892, creador de un Club de Propaganda Socialista en 1903” [Pérez Cruz]. El PCC, aunque surge en el movimiento estudiantil y la intelectualidad, dirigió luego el centro de su actividad hacia el movimiento obrero y sindical, donde habría de ganar importantes posiciones en la CNOC.
Pero el nacimiento del PCC coincide con la aceleración del proceso de degeneración burocrática de la Unión Soviética y de la stalinización de la III Internacional y los partidos comunistas en todo el mundo. Como no podía ser de otra manera, el PCC fue moldeado por esa situación, que implicaba, en primer lugar, el acatamiento ciego a las orientaciones dictadas por Moscú. Como veremos luego, esto lo llevaría a sucesivos desastres en el cumplimiento de las políticas ordenadas por Stalin del “tercer período” (1928-34), primero, y del “frente popular”, después.[[7]]
La otra gran corriente histórica, más amplia que la del marxismo, fue la del populismo. Heterogéneo y no centralizado, fue más bien un movimiento aluvional con variedad de corrientes zigzagueantes, organizaciones, líderes y programas nunca bien definidos. En las décadas que precedieron a la revolución de 1959, el populismo cubano –como en otros países de América Latina– “produjo de todo”: líderes y partidos políticos que terminaron como absolutamente burgueses y pro imperialistas, grupos lúmpenes y gansteriles especialmente en el movimiento estudiantil, organizaciones radicalizadas y combativas mucho más a la izquierda, etc., etc. Pero además el populismo cubano generó algo que no repitieron las corrientes similares del continente: una corriente, Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio, que expropió al capitalismo.
En Cuba, como en todo el mundo, el populismo, a nivel de sus direcciones, nace generalmente en sectores de la pequeña burguesía y de las ambiguas “clases medias”, y trata de hacer pie sobre sectores más “populares”. Esas ubicaciones sociales “intermedias” son la base tanto de su amplia heterogeneidad como de sus zigzagueos políticos.
Sin embargo, sería un desacierto, sobre todo en al caso de Cuba, dar por resuelto su análisis, con la abstracción de que se trataba de una “corriente pequeñoburguesa”, como hacen algunos. Es el error –frecuente– de dar por finalizado el análisis, cuando éste apenas comienza.
El carácter “pequeñoburgués” que generalmente tiene el populismo, es una de esas verdades abstractas que luego, en concreto, no explican gran cosa… y menos aun, en el caso de Cuba, su deriva final en la revolución de 1959. Por eso, más adelante volveremos sobre este punto que es una clave primordial, tanto para comprender las características peculiares que asumió en Cuba, como para definir el carácter de la revolución y del régimen que dio a luz.
Nuestra primera observación es que los populismos (a diferencia de las corrientes que se reclaman marxistas) no se referencian en una clase social explotada, la clase obrera, sino ante todo al “pueblo” en general y a la “nación”, la “patria”, etc. Esta “ambigüedad” de clase del populismo, suele marchar de la mano con su vaguedad programática… otra diferencia con el marxismo.
Es que, en América Latina, las variantes “de izquierda” del populismo suelen expresar la reacción frente a las presiones del imperialismo de franjas de la burguesía, de las clases medias e incluso de sectores del mismo aparato de estado. Lógicamente, el interés de estos sectores no es expresar esa confrontación en términos de clase, sino de lo “nacional” y lo “popular”… es decir, la “noche negra donde todos los gatos son pardos”… Estas ambigüedades no sólo sirven para velar la presencia de intereses de clase distintos y contradictorios, sino también y sobre todo para que la clase obrera no juegue en esas confrontaciones un papel independiente que podría tornarse hegemónico.
En el caso especial de Cuba, estos rasgos habrían de resonar con fuerza multiplicada a causa del carácter inconcluso y malogrado que había tenido la sangrienta lucha por la independencia. A escasamente una generación de distancia, los temas del populismo nacido (o renacido) en los años 20, eran continuidad de esa viva tradición, en especial, de la encarnada por su figura más radical (y antiyanqui), José Martí: “…los fuertes elementos de estoicismo y romanticismo en el pensamiento de Martí quedaron fijados en la tradición populista cubana, que frecuentemente veía la firme dedicación, el sacrificio y el heroísmo como virtudes autosuficientes en la dura esfera de la acción política, en particular de la acción revolucionaria” [Farber, “The Origins..”, 36 y ss.].
El auge del populismo, sea de derecha o de izquierda, ha tenido que ver generalmente con situaciones de crisis económico-social y política y sobre todo de malestar y descontento generalizado en todas las clases de la sociedad (aunque esto se exprese de distintas formas según de quienes se trate). Un descontento, que no alcanza a ser canalizado ni por las fuerzas políticas burguesas “tradicionales” y “orgánicas”, ni por las que se reclaman de la clase trabajadora. Así será también en Cuba, en los dos grandes picos del populismo, marcados por las revoluciones de 1933 y 1959.
Por último, en los movimientos populistas, el liderazgo asume también formas especiales… y de fundamental importancia política.
En los siglos XIX y XX, las relaciones entre los grandes movimientos políticos y sociales “modernos”, de izquierda o de derecha, partidos, etc. y sus direcciones, han sido extremadamente complejas y contradictorias. Dentro eso, el más subjetivo de los factores en juego, el “factor dirección”, se demostró como un elemento de primer orden, en combinación con los más “objetivos”.
Pero, en ese contexto, el liderazgo populista –sobre todo en su versión latinoamericana, la del “caudillo”– tiene rasgos propios e importancia sin igual. A riesgo de simplificar, podríamos decir que la experiencia de los siglos XIX y XX indica que los partidos y movimientos (y sus direcciones) que se apoyaron directamente en las clases fundamentales de la sociedad –los capitalistas o la clase trabajadora– y sobre todo los que se basaron en la democracia burguesa o en la democracia obrera, han sido cualitativamente más “orgánicos” que el populismo. Por eso, el peso de sus direcciones, aunque primordial, ha sido también mucho más “mediado”, a través de instituciones y “reglas de juego” determinadas.
En cambio, entre el líder o caudillo populista y los sectores que lo siguen, se establecen relaciones “directas”… y esencialmente de arriba hacia abajo; es decir, de estructuras para la acción inmediata bajo sus órdenes… En Cuba, será así primero con el gran caudillo populista de izquierda, Antonio Guiteras. Una generación después, se repetirá con Fidel Castro.
Por eso, como señalamos en la Introducción y ampliaremos en el próximo capítulo, lo de “¡Comandante en Jefe, ordene!” no es una figura retórica, sino la relación esencial de los movimientos populistas entre el caudillo (en este caso, el “comandante”) y sus bases; una relación que luego, al llegar al poder, moldea en mayor o menor medida al conjunto del nuevo régimen y del estado. Y, dentro de eso, determina las relaciones entre las masas populares, y el gobierno y el régimen presididos por el caudillo.
La República de la Enmienda Platt
El estado y el régimen cuasi colonial que echaron a andar en 1902, tuvo una vida turbulenta desde sus comienzos. Junto a los escandalosos fraudes que tenían lugar en cada elección presidencial (que derivaban en miniguerras civiles y daban pretexto a nuevas intervenciones militares de EEUU), se produjeron otras conmociones, más de fondo y más sangrientas.
Al principio, el motor fue el injusto saldo final de la lucha por la independencia, que burlaba a sus heroicos combatientes, los mambises, mayoritariamente negros o mulatos. Es que la flamante República no sólo era un engendro semicolonial, sino también racista de las elites blancas. La herencia de la esclavitud, incluso después de ser abolida, ha sido siempre la discriminación racial. En Cuba, los testimonios indican que esto incluso se agravó en la República, que además estaba bajo la férula de un imperialismo profundamente racista. Las instituciones fundamentales de la República semicolonial –la presidencia, las cámaras, la justicia, los partidos y la oficialidad del ejército– ostentaban una pureza racial como la de los estados del Sur de EEUU. Y habría que esperar hasta la revolución de 1959 para que los negros pudieran acceder a todas las playas y entrar a los clubs privados.
“Los negros cubanos habían provisto el grueso de los soldados de la guerra de la independencia, y no habían recibido ninguna recompensa. Mientras el carácter racista de la sociedad colonial se reinsertaba en la era republicana, los mambises eran prontamente olvidados. Sus grandes generales [como Antonio Maceo] habían muerto en la guerra.” [Gott, 120-124]
Después de depositar vanas esperanzas en el Partido Liberal, en 1908 fue fundado el Partido Independiente de Color, para lograr una representación política. La respuesta del régimen y la burguesía fue salvaje. Comenzó con la proscripción del nuevo partido y el encarcelamiento de sus dirigentes y finalizó en 1912 con una masacre, donde fueron asesinados más de 3.000 negros y mulatos, entre ellos el fundador del partido, Evaristo Estenoz. [Castro Fernández, “El Partido Independiente de Color cubano (1908-1912)”] Fue en esa ocasión que se estrenó en Cuba una nueva arma importada de EEUU, la ametralladora, muy útil para segar aldeas enteras de negros. [Gott, 125]
La dictadura de Machado, el “Mussolini tropical”
La continuación de la República de la Enmienda Platt no fue mejor que su inauguración. En 1925, bajo el auspicio de la Embajada de EEUU, se iniciaba una de las dictaduras más terribles y sangrientas de la historia latinoamericana, la de Gerardo Machado.
Machado había surgido del Partido Liberal que, junto al Partido Republicano, era parte de la grotesca parodia que la burguesía cubana hacía desde 1902 del sistema bipartidista de EEUU… claro que con modales que no se estilaban en Washington, tales como fraudes electorales demasiado escandalosos, seguidos de miniguerras civiles, asesinatos, etc.
Esta “democracia” sería sucedida por la dictadura de Machado, bautizado por Mella como un “Mussolini tropical”. El calificativo se hizo famoso, aunque no era del todo exacto. Machado admiraba los éxitos del Duce en aplastar al movimiento obrero, las huelgas y el “peligro rojo”, e imitaba algunos rasgos. Así, en 1926 trató de poner en marcha un “cooperativismo” que remedaba el corporativismo fascista. Pero su régimen era más bien una de las típicas y sanguinarias dictaduras cívico-militares que llenarían el siglo XX latinoamericano, con Washington como sponsor.
El Mussolini tropical vio agotarse su período de éxitos mucho más rápido que su modelo italiano. Simultáneamente a su asunción, en 1925, Cuba entra con toda fuerza en los problemas económicos que ya analizamos y de los que nunca terminaría de salir totalmente. Caen los precios y la producción de azúcar ingresa en un declive histórico. La depresión mundial iniciada en 1929/30 va a transformar esto en catástrofe: los precios se desploman y el valor total de la producción de azúcar cubano cae de 200 millones dólares en 1929 a 40 millones en 1932. [De Riverend, 234 y ss] [Gott, 134]
La situación económica y social fue llevando a la desesperación a la clase trabajadora y las clases medias, poniéndolas en movimiento. La crisis puso también en acción a la juventud estudiantil, que fue el crisol donde nacieron y se desarrollaron todas las direcciones de izquierda o de derecha que llenarían la política de la isla [[8]] hasta el surgimiento de una nueva generación política, la de Fidel Castro… que también se originaría mayormente en la Universidad.
En Cuba, como en muchos países latinoamericanos de esa época, la Universidad, y en especial el movimiento estudiantil, tenían una importancia política de primer orden. Por un lado, reflejaban mucho las tensiones y luchas sociales y políticas. Por el otro, influían notablemente en ellas, pero no sólo en términos “ideológicos” o “teóricos”, sino directamente, en la acción.
La intelectualidad y en especial los estudiantes (que aunque provengan de la burguesía y las clases medias no están aún plenamente integrados a sus relaciones de clase) siempre han tenido la particularidad de reflejar en alguna medida las crisis y contradicciones del conjunto de la sociedad, y los intereses de algunos de sus sectores. Por eso, hay desde intelectuales y estudiantes pro-imperialistas hasta pro-obreros, pasando por los matices intermedios.
En el hirviente estudiantado cubano de fines de los años 20 y comienzos de los 30, este fenómeno se expresaba al máximo, especialmente en el desarrollo de corrientes políticas de oposición a un régimen que no dejaba margen de disenso y contestaba con balas cualquier reclamo.
A la derecha, surgiría el ABC, un agrupamiento inspirado en el fascismo italiano y una de sus corrientes intelectuales, el futurismo de Marinetti, pero que simultáneamente era opositor a Machado.
A la izquierda, ya hablamos del nacimiento del PCC que, aunque se dirigía hacia la clase obrera, nacía de activistas estudiantiles como Mella. El surgimiento de la clase obrera moderna y de sus luchas y, sobre todo, la conmoción de la Revolución Rusa, habían impactado a un sector del estudiantado.
Pero, como ya señalamos, las principales corrientes que surgen en el estudiantado pueden considerarse como diversas expresiones del populismo, más reformistas o más radicalizadas y revolucionarias. En 1927, en oposición a Machado, se forma el primer Directorio Estudiantil. Es inmediatamente desbandado por la represión, pero esto hace girar a muchos de sus activistas a formas más clandestinas y violentas de oposición. En septiembre de 1930, el Directorio se reestablece como organización secreta e inicia una fuerte campaña terrorista. Meses después, otros sectores forman el Ala Izquierda Estudiantil.
Por último, del Directorio nacería otra corriente, liderada por su figura más radical, Antonio Guiteras Holmes, que constituye la Unión Revolucionaria (UR) en 1931-32 y luego la Joven Cuba (1934), y que en muchos aspectos va a ser una prefiguración política y hasta anecdótica de Fidel Castro.[[9]]
1933: estalla una revolución obrera y popular
Finalmente, todo saltó por los aires en 1933. Pero no fueron las organizaciones clandestinas y armadas de los estudiantes las que produjeron el estallido. Se desató una revolución detonada y encabezada por la clase obrera. Como sucede siempre en estas circunstancias, los más amplios sectores sociales se pusieron en movimiento. Pero, en este caso, fue la clase obrera no sólo quien la inició, sino también la que determinaría en última instancia su curso, en el cual influirían decisivamente los problemas de dirección política de los trabajadores.
La revolución comenzó con una huelga de conductores de buses en la Habana, en julio. “Esto llevó a una confrontación sangrienta entre los conductores y la policía. Pero otros trabajadores se unieron a la huelga… En agosto, lo que había sido una protesta obrera común, se había transformado en una huelga general con rasgos insurreccionales.” [Gott, 135]
Aterrorizados, la Embajada de EEUU y la burguesía cubana dejan a Machado sin apoyo y le aconsejan renunciar. El dictador huyó a Nassau el 12 de agosto. Pero esto no calmó las cosas: “su caída llevó a la primera revolución cubana del siglo XX… Sin la presión de la dictadura… se desató un ascenso del fervor revolucionario… La ola de agitación se extendió a través de las zonas azucareras hasta los más distantes ingenios…” [Gott, 135-136, subrayado nuestro]
Un informe de observadores estadounidenses describía así la situación: “Se estima que hay 36 ingenios bajo control obrero. Se han organizado soviets en Mabay, Jaronú, Senado, Santa Lucía, y otras centrales azucareras. Han sido formadas guardias obreras, armadas con palos y revólveres. Un brazalete rojo les sirve de uniforme. Los obreros fraternizan con los soldados y la policía… Durante la primera etapa del movimiento, las manifestaciones en Camaguey y Oriente frecuentemente estaban encabezadas por un obrero, un campesino y un soldado…” [Citado por Gott, 136] Este informe agregaba que los comités obreros se habían hecho cargo de los ferrocarriles, algunos puertos y pequeñas ciudades. También habían comenzado a organizar la distribución de comida a la población y a repartir la tierra.
Sobre esta candente situación que se daba por abajo, la Embajada yanqui intenta desde arriba poner en pie un gobierno de derecha semifascista, con la gente del ABC en el gabinete. Esto fracasa en pocos días. Es que la revolución ha hecho mella en la institución fundamental, el ejército.
El 4 de septiembre se produce en la principal guarnición militar, el Campo Columbia, en La Habana, una rebelión de sargentos, cabos y soldados, encabezados por un mulato de humilde origen –Fulgencio Batista Zaldívar– que reducen a la blanca y aristocrática oficialidad. El Directorio Estudiantil se une la “rebelión de los sargentos” y juntos producen una Proclama, que Batista firmará en carácter de “sargento Jefe de todas las Fuerzas Armadas de la República”.[Orama] A partir de allí, la antigua oficialidad será expulsada del Ejército, y luego en parte liquidada físicamente cuando intenta rebelarse. Sargentos y cabos, como Batista, ocuparán sus puestos.
Días después, esta coalición del Directorio con Batista y sus sargentos pondrá en pié un nuevo gobierno, que probablemente haya sido el primero de la República que no era acordado con el embajador de EEUU, que se apresuró a negarle su reconocimiento. Pasaría a la historia como el “gobierno de los 100 días”.
Lo presidía Ramón Grau San Martín, acaudalado médico y profesor ligado al Directorio Estudiantil y tibio reformista. Sin embargo, quien le dio el sello a la gestión del nuevo gobierno fue Antonio Guiteras, Secretario de Gobernación (ministro del interior) que era su ala más radical y que asume en ese momento el liderazgo de la revolución. Pero, al mismo tiempo, el sargento Batista se consolidaba al mando del nuevo ejército… y se conectaba discretamente con la Embajada.
Guiteras emitió una serie de decretos “progresistas”, que atacaban intereses imperialistas y patronales, como la jornada de 8 horas, el jornal mínimo, reparto de tierras, nacionalización de servicios públicos, etc. [Rosales García] [Cruz Palenzuela] Sin embargo, Guiteras y su Unión Revolucionaria no tenían bases orgánicas sólidas en ninguna clase social y menos en la clase obrera que había hecho la huelga general insurreccional que había tumbado a Machado. Batista simplemente esperó, consolidó su posición al frente las fuerzas armadas y a mediados de enero de 1934 se deshizo del gobierno y su ministro populista, que, al decir de Richard Gott, “fue el nexo histórico entre Martí y Fidel Castro. Su ideología y práctica política prefiguran la de Castro 20 años después…” [Gott, 139]
El reflujo de la primera revolución: un balance de los actores sociales y políticos
A partir de allí, el film de la revolución comienza a pasarse al revés. Durante más de un año prosiguieron las huelgas obreras y las movilizaciones opositoras. Guiteras organiza un nuevo movimiento –Joven Cuba– y pasa a la clandestinidad. Pero el gobierno del primero de los presidentes títeres de Batista –el coronel Carlos Mendieta– va derrotándolos, principalmente mediante una dura represión que incluye la ilegalización de sindicatos y el cierre de la Universidad. En marzo de 1935, el fracaso de la convocatoria a una huelga general marca el reflujo definitivo de la revolución. Dos meses después, el 8 de mayo, Guiteras es asesinado en una emboscada.
Se va, entonces, a consolidar la posición de Batista como el poder detrás del trono y luego como ocupante del mismo. Hasta 1940, año en que asume directamente la presidencia, Batista, apoyado en el ejército, controlará Cuba a través de gobiernos títeres.
En esta victoria contrarrevolucionaria piloteada por Batista, la represión tuvo, por supuesto, un papel central. El nuevo ejército de los sargentos mulatos resultó no ser muy diferente al antiguo de los aristocráticos oficiales blancos. Pero, junto a eso, actuaron otros factores políticos y sociales no menos decisivos.
El mismo Batista “aún tenía viento populista en sus velas”. [Gott, 141] Amplios sectores de la población todavía veían a Batista y su “rebelión de los sargentos” como parte de la revolución de 1933. Su condición de mulato nacido en un ingenio –cosas que reivindicaba abiertamente–, le facilitaba presentarse como un “representante del pueblo” y sobre todo de los más indigentes. Al mismo tiempo que reprimía a los sindicatos obreros y a los estudiantes, Batista enviaba al ejército a construir escuelas y alfabetizar en zonas pobres. Era una demagogia populista, pero de derecha y al servicio del imperialismo, que fue creciendo a medida que el mejoramiento de la situación económica le permitió hacer concesiones también al movimiento obrero.
Pero el cuadro no estaría completo sin la referencia a las otras fuerzas políticas que intervinieron en la primera revolución cubana, el populismo en sus tan variadas expresiones y el PCC.
El ala radicalizada y más consecuente, la encabezada por Guiteras, recibió un golpe mortal con el asesinato de su caudillo y las sostenidas persecuciones de Batista. Pero la inmensa mayoría del populismo de la revolución de 1933 degeneró bajo distintas formas.
En enero de 1936, con la revolución ya derrotada, Batista dispone una apertura democrática y convoca a elecciones. Los figurones reformistas del Directorio, como Grau San Martín y Prío Socarrás se acomodaron de inmediato a la situación, fundando el Partido Revolucionario Cubano Auténtico (copiando el nombre de la organización política de Martí). En verdad, un partido burgués normal, con militancia de clase media, que actuaba como “oposición de su Majestad” ante los batistianos.
Otros fragmentos del populismo, incluso sectores provenientes de la Joven Cuba, degeneraron en el movimiento estudiantil como organizaciones gansteriles, que en las décadas del 40 y 50 asolaban la Universidad de La Habana.
El balance del PCC fue aun peor. Al momento de producirse la revolución de 1933, el stalinismo estaba aún en la política del “tercer período”. Toda corriente de izquierda que no fuese stalinista, era caracterizada como una “variedad” del fascismo. Así los socialdemócratas alemanes y europeos en general eran calificados de “socialfascistas”. En Cuba no había socialdemócratas. Entonces los “socialfascistas” eran los opositores populistas de Machado, el Directorio, Guiteras, etc.
En este contexto, al comenzar en julio las huelgas obreras que derribarían a Machado, el PCC comete su primera y monumental traición. Desde la dirección de la CNOC, pacta con la dictadura el levantamiento de las huelgas. ¡Sus peores enemigos eran los “socialfascistas” del Directorio y la UR! “Este fue el origen de la mayor división en la izquierda cubana, que sólo terminó con la fundación por Fidel Castro del nuevo PC unido en 1965.” [Farber, “The Origins…”, 37] Sin embargo, los trabajadores no le hicieron caso a las directivas de los dirigentes sindicales del PCC, y prosiguieron la huelga general hasta derrocar a Machado.
Luego, el blanco Nº 1 del PCC fue el gobierno populista radical, donde Guiteras era la principal figura. Lo atacó como al enemigo principal, aunque era obvio que estaba bajo la mira de la Embajada yanqui y de Batista para darle un golpe y derribarlo.
Ya a fines de los años 20, la delirante política del “tercer período” había sido uno de los motivos del surgimiento en Cuba del primer grupo trotskista –la Oposición Comunista– encabezada por un gran dirigente obrero y negro, Sandalio Junco, que luego dirigiría la Federación Obrera de La Habana. [[10]] Al contrario del PCC, la corriente de Junco (que luego se llamaría Partido Bolchevique Leninista) actúa frecuentemente en unidad de acción con Guiteras, lo que se profundiza después del golpe de Batista de enero de 1934. La fracasada huelga general 1935 fue principalmente impulsada por el grupo de Junco y la Joven Cuba de Guiteras. La CNOC, en manos del PCC, la saboteó.
En 1935, Moscú da un giro de 180 grados: del ultraizquierdismo pasa a la línea de “frente popular” con sectores “progresistas” y/o “democráticos” de la burguesía. En Cuba, el sector democrático y progresista resulta ser… el ex sargento Fulgencio Batista.
Así, en 1936, pactan con Batista darle apoyo político a cambio de la legalidad y de su auspicio para apoderarse de los aparatos sindicales. “«La gente que está trabajando para derribar a Batista –declaraba la revista de la Internacional Comunista– no está actuando en interés del pueblo cubano.» Batista permitió al PCC formar una nueva central obrera, la CTC, dirigida por Lázaro Peña, un obrero negro de la industria del tabaco. La CTC se convirtió en la beneficiaria de una estrecha relación con el Ministerio de Trabajo.” [Gott, 143-44]
El idilio del stalinismo con Batista culminaría al inicio de la década del 40. Batista gana las elecciones presidenciales de ese año, presentándose como candidato de la Coalición Socialista Democrática, un frente con el Partido Socialista Popular (ex PCC). En recompensa, sus socios stalinistas recibirán dos ministerios.
El órgano oficial del PSP –Hoy, del 13 de julio de 1940– fundamenta así su apoyo a Batista: “Cubano ciento por ciento, celoso guardador de la libertad patria, tribuno elocuente y popular… prohombre de nuestra política nacional, ídolo de un pueblo que piensa y vela por su bienestar… hombre que encarna los ideales sagrados de una Cuba nueva y que por su actuación de demócrata identificado con las necesidades del pueblo, lleva en sí el sello de su valor.”
El stalinismo escribía así el epitafio de la revolución obrera y popular de 1933.
III. 1959, el triunfo de la segunda revolución cubana
La segunda posguerra presenciaría el desarrollo de la segunda revolución cubana del siglo XX, ésta sí triunfante. La segunda revolución presenta, por un lado, una clara continuidad con la de 1933 (y, en un sentido más amplio, con las luchas del siglo XIX por la independencia nacional, cortadas brutalmente por intervención de EEUU). La corriente hegemónica de 1959 y su líder, Fidel Castro, continúan la tradición populista radical de preguerra, en especial la de Guiteras.
Pero, por otro lado, la revolución de 1959 será lo opuesto de la del 33, o por lo menos, profundamente diferente. Lejos de ser una revolución donde la clase trabajadora, actuando con sus propias organizaciones, juega un rol principal, la revolución de 1959 será popular, en el más amplio sentido de la palabra.
Los hechos y fechas que escalonaron el curso hacia la revolución de 1959 son muy conocidos por la vanguardia latinoamericana, a diferencia del anterior período, cuando ocurrió en Cuba una de las importantes revoluciones obreras de América Latina en el siglo XX, algo no muy sabido por la gran mayoría. Entonces, no vamos aquí a hacer un relato histórico como el del anterior período. Sólo recordaremos, algunos hechos y fechas que precedieron a la revolución de 1959.
Fulgencio Batista, con sus servidores del Partido Socialista Popular en dos ministerios, gobierna hasta 1944. En ese período, Cuba goza de los benéficos de la Segunda Guerra Mundial, que sube los precios del azúcar y permite años de prosperidad inédita, fenómeno que también se da en otros países latinoamericanos, como Argentina, Uruguay, Chile, etc., con otras producciones primarias. La posguerra, con un descenso progresivo del precio del azúcar, especialmente a partir de 1952, va a devolver a Cuba a la realidad de un monocultivo que, con sus oscilaciones extremas, disloca económica y socialmente a la isla.[[11]]
A Batista lo sucede el opositor Ramón Grau San Martín, el presidente del “gobierno de los cien días” de 1933, que ahora encabeza el Partido Revolucionario Cubano Auténtico. En 1948, también por el PRCA, llega a la presidencia otra de las reliquias del Directorio Estudiantil de 1933, Carlos Prío Socarrás.
Los gobiernos de los “auténticos”, especialmente el de Prío, se harán famosos por su grado fenomenal de corrupción… ¡y eso en un país donde casi ningún gobernante había dejado de robar! La excepción fueron los del ala radical del “gobierno de los 100 días”, Guiteras, Chibás y otros. Especialmente Guiteras era famoso por su austeridad jacobina: siendo ministro, tenía sin embargo un solo traje.
Asimismo, como ya corrían los tiempos de la “guerra fría”, los auténticos purgan al movimiento sindical de dirigentes del PSP. Los stalinistas habían estado a la cabeza, bajo el ala de Batista, de la burocratización de los sindicatos y su sometimiento al estado vía el Ministerio de Trabajo. Luego, como ministros de Batista, no se habían cansado de alabar la alianza “antifascista” con la “Gran Democracia del Norte”. Por eso, en el clima de la “guerra fría”, resultó fácil barrerlos de los aparatos sindicales [Gott, 145], para ser reemplazados por burócratas aprobados por Washington.
A nivel general, el PSP perdió también mucho apoyo político. Por un lado, era rechazado desde la derecha. Por el otro, también a su izquierda, porque era visto como parte de la infame “politiquería”, término con que los cubanos englobaban los enjuagues corruptos en los gobiernos, partidos y sindicatos, enjuagues en los cuales los stalinistas habían participado notoriamente, entre otras cosas como ministros de Batista. Una de las grandes ventajas de Fidel sería la de presentarse luego como un “hombre nuevo”, un luchador abnegado y de honestidad intachable, ajeno a la podredumbre de la “politiquería”.
El desastre de la administración de los auténticos y su escandalosa corrupción, produce en 1947 una ruptura del PRCA. Eduardo Chibás, otra figura radical de la revolución de 1933, que había actuado bajo la dirección de Guiteras en el “gobierno de los 100 días”, funda el Partido Ortodoxo, con el lema “Vergüenza contra dinero” y “Prometemos no robar”, que revive unos de los temas preferidos del populismo, la honestidad, y que sería retomado luego por Movimiento 26 de Julio. Fidel Castro, que había iniciado su actividad política en el movimiento estudiantil de la Universidad de La Habana, sería después uno de los dirigentes de la juventud ortodoxa. En 1951, Chibás muere en un insólito incidente: después de pronunciar una encendida arenga por radio –”El último aldabonazo”–, se dispara un tiro frente al micrófono. Un gesto de inmolación también inscripto en la tradición populista cubana.
El proceso político queda bruscamente interrumpido cuando Fulgencio Batista, en 1952, un año antes de las elecciones presidenciales, da un golpe militar y regresa al gobierno como dictador. En 1954, llama a elecciones donde es candidato único. Su dictadura abrirá las puertas a la revolución.
El 26 de julio de 1953, Fidel Castro, que ha organizado a un grupo de jóvenes casi todos provenientes de la juventud ortodoxa, fracasa al intentar la toma del cuartel Moncada. En 1956, después de ser amnistiado, prepara en México una expedición que a bordo del yate Granma desembarca el 2 de diciembre en la provincia de Oriente. Se inician entonces las operaciones del Ejército Rebelde. Así se repite el esquema de la mayoría de las rebeliones producidas en la isla desde el siglo XIX, incluyendo la frustrada de Guiteras, en 1935.
En 1958, la oposición a Batista crece en toda la isla, pero el 9 de abril fracasa un intento de huelga general que motiva una durísima represión en las ciudades. Sin embargo, en julio, una ofensiva de Batista contra los rebeldes es derrotada al irse desmoronado el ejército. La dictadura ya no puede sostenerse.
El 1º de enero de 1959 Batista huye de la isla. El Ejército Rebelde y el Movimiento 26 de Julio toman el poder. En mayo, es dictada la Ley de Reforma Agraria. Comienzan a agravarse las tensiones con Washington y a radicalizase el proceso revolucionario, en un curso vertiginoso. El 4 de febrero de 1960, Cuba firma un tratado comercial con la Unión Soviética. En marzo, para derrocar al gobierno de Castro, agentes de EEUU empiezan acciones de sabotaje y atentados que ya estaban en preparación desde 1959. En abril, el gobierno yanqui planifica el bloqueo económico de la isla, que irá en crecimiento, con la quita de la cuota de azúcar (septiembre 1960) y otras medidas. En junio y julio, las refinerías de petróleo de propiedad imperialista se niegan a procesar el crudo recibido de la URSS. Fidel las expropia. En agosto, Castro expropia en masa las propiedades estadounidenses. En octubre de 1960, EEUU inicia un total bloqueo económico (que durará hasta hoy) y el gobierno comienza la expropiación en gran escala de la burguesía cubana, que en su gran mayoría ya se había trasladado a Miami meses atrás.
En enero de 1961, EEUU rompe relaciones diplomáticas y poco después organiza bombardeos a los aeropuertos cubanos. El 4 de febrero, en la Segunda Declaración de La Habana, Fidel Castro proclama el carácter socialista de la revolución, y el 17 de abril, en Bahía de los Cochinos, se inicia una invasión de “gusanos” organizada por EEUU que es rápidamente derrotada.
Pero, desde entonces, la “institucionalización” de la revolución, el fracaso de la línea guerrillerista auspiciada por Guevara para América Latina [[12]] y el aislamiento internacional de Cuba, se hermanan para que la dirección cubana, Fidel Castro, lleve a la isla a una estrecha integración y dependencia de la burocracia de Moscú, copiando además tanto su modelo económico como político. En ese contexto, en 1965 se funda el nuevo PCC (Partido Comunista de Cuba), réplica de los partidos únicos burocráticos del bloque soviético. El régimen político se consolidará también como de partido único, que no sólo administra verticalmente el aparato de estado, sino también todas las organizaciones sociales: obreras, estudiantiles, femeninas, culturales, etc.
En política exterior, el gobierno cubano se alineará incondicionalmente con el Kremlin. En 1968, este curso llega al tope [Gott, 235 y ss.]: el gobierno cubano aplaude la invasión de Moscú a Checoslovaquia, para aplastar la Primavera de Praga. En 1979, apoya la intervención de la URSS en Afganistán, que marcará el principio del fin del régimen soviético. A cambio de este apoyo incondicional, Moscú subvenciona la economía cubana y mantiene fuerzas militares disuasorias de una intervención de EEUU. Pero, al mismo tiempo, integrada al sistema soviética, Cuba “socialista” sigue siendo, como desde fines del siglo XVIII, un país monoproductor de azúcar.
Veinte años después de la Primavera de Praga, la burocracia de Moscú está en su más grave crisis económica, política y militar, que Occidente aprovecha –con Reagan– para ejercer presión. En el Kremlin se abren paso las corrientes restauracionistas –primero embozadamente con Gorbachov (URSS 1985-91) y luego abiertamente con Yeltsin (Rusia 1990-99)–. Ya a mediados de los 80, las aspiraciones de la mayoría de la burocracia (que luego se “recicla” en el nuevo régimen burgués de Rusia) es terminar con la “guerra fría” y buscar una asociación con EEUU y Occidente.[Gott, 273 y ss.] En ese contexto, Cuba es un estorbo político y un despilfarro económico… y queda abandonada a su suerte. Se abrirá así una nueva etapa, que llega hasta nuestros días.
El quién, el qué y el cómo en la segunda revolución cubana. El papel de la clase obrera
Como ya adelantamos, las fuerzas motrices sociales y políticas de la revolución de 1959 presentaron simultáneamente una continuidad del proceso de 1933 y, al mismo tiempo una profunda diferencia. Esta nueva combinación de los sujetos sociales y políticos actores de la revolución va a ser el principal determinante de su carácter –eminentemente popular y populista– así como del tipo de estado que se irá conformando, su régimen, sus relaciones políticas y económicas, e igualmente de las líneas que irá aplicando a nivel internacional.
Mientras la revolución de 1959 es, en todo sentido, social y políticamente, el revival triunfante del populismo radical de una generación atrás, la clase obrera como tal pasa a segundo plano (lo opuesto de 1933).
En esto influyeron no sólo los resultados inmediatos de la derrota de la Revolución de 1933, sino también lo que sucedió después de ella y el rol siniestro cumplido por el PCC (luego PSP).
La clase obrera cubana, luego de ser derrotada en esa primera revolución, fue aprisionada en un poderoso aparato de sindicatos burocráticos y estatizados, la CTC. Este proceso, como advertía Trotsky en México, era general en esa época. Sin embargo, en Cuba tuvo características peculiares, porque de eso se encargaron principalmente los stalinistas, y no corrientes nacionalistas burguesas como en México y luego en Argentina, con Perón.
Al mismo tiempo, desde arriba se fueron dando concesiones a los trabajadores sindicalizados, que llegaron a ser un 50% de la fuerza de trabajo de la isla. No se trata de que no había luchas: el proletariado cubano siempre se distinguió por su combatividad. Pero esa combatividad fue represada por los aparatos y también orientada por canales sindicalistas y corporativos, cuyo horizonte político no iba más allá de las “presiones” para ampliar esas concesiones.[[13]]
En 1947, la “guerra fría” va a interrumpir el idilio entre los sindicalistas del PSP y el estado. El gobierno de Grau San Martín desaloja con la policía a Lázaro Peña[[14]] y demás sindicalistas del PSP del “Palacio de los Trabajadores”,· el edificio de la CTC, y se la entrega a un siniestro burócrata amarillo, Eusebio Mujal, un gangster que luego trabajaría al servicio de Batista.
La clase obrera entró con esas graves desventajas políticas y orgánicas al proceso revolucionario de mediados de los años 50. Como sucedió con amplios sectores de la sociedad cubana, desde la burguesía hasta las capas más populares, los trabajadores no quedaron al margen. Sin embargo, no volvieron a ser esta vez la indiscutible vanguardia. Y, sobre todo, su participación fue en principalmente individual, como parte del pueblo, y no orgánica, como clase. No hubo “soviets” ni sindicatos revolucionarios, como en 1933, que hicieran caer a la dictadura mediante huelgas generales revolucionarias.[[15]]
El 9 de abril de 1958, la derrota de un intento de huelga general revolucionaria va a dar una sangrienta radiografía de este cambio. La huelga había sido convocada por los sectores urbanos (“el llano”) del 26 de Julio y otros movimientos (aunque al parecer con muchas reservas de Fidel Castro y los comandantes de “la sierra”). Al llamarla, todos tenían en mente la huelga general insurreccional que había acabado con Machado. [Gott, 162] La costosa derrota de esta iniciativa pondría en blanco sobre negro que la situación era muy distinta, y sus consecuencias profundizaron el rasgo de que esta vez la vanguardia de la lucha no era la clase obrera organizada.
Así, el fracaso tuvo una consecuencia político-social de gran importancia. El derrocamiento de Batista por una huelga general revolucionaria hubiese quizás empujado nuevamente a la clase trabajadora al centro de la escena, como en 1933. Su derrota, por el contrario, “llevó a una consolidación del control interno de Castro sobre el movimiento y, acompañando eso, un rol mucho mayor, político y militar, de las guerrillas de las Sierras a expensas del movimiento urbano”.[Farber, “The Origins…”, 118]
A esta grave derrota no sólo contribuyó la represión (Machado tampoco ahorró sangre en julio y agosto de 1933). Esta vez también fue importante el papel de represor y rompehuelgas del aparato burocrático de la CTC encabezado por Mujal, que mereció las felicitaciones públicas de Batista.[“Brief History…”] A eso se agregaron otros factores políticos-sociales de primer orden. El PSP, que conservaba influencia en el movimiento sindical, no participó aunque ya estaba en relaciones con Castro, y la dirección urbana del Movimiento 26 de Julio tampoco tuvo una política para comprometerlo en la movilización. Pero lo decisivo fue que el M-26/7 carecía totalmente de trabajo orgánico en el movimiento obrero y de nexos con la clase trabajadora. [Gott, 162 y ss.] [Farber, “The Origins…”, 118]
Contra lo que se suele creer, la gran mayoría de los luchadores del Movimiento 26 de Julio y de los otros movimientos armados no estaban en “la sierra”, sino en “el llano”; es decir, en las ciudades. Y fue también en las ciudades donde se produjeron alrededor del 90% de las bajas. Por eso, el rotundo fracaso del 9 de abril de 1958, puso de relieve el carácter político-social del Movimiento 26 de Julio, que en las ciudades organizaba miles de luchadores clandestinos, pero al mismo tiempo era orgánicamente ajeno al movimiento obrero y a la clase trabajadora.
Un inmenso movimiento populista
En el capítulo anterior, hicimos una descripción del tan variado y complejo fenómeno del populismo cubano, que presenta además grandes analogías con movimientos similares latinoamericanos. Sin embargo, lo fundamental no son esas semejanzas sino su enorme diferencia: ¿por qué, excepcionalmente, una corriente, Fidel Castro y su Movimiento 26 de Julio, expropió al capitalismo, mientras que el resto de los movimientos populistas, nacionalistas o frentepopulistas de América Latina jamás cruzó esa raya?
La típica respuesta que dio en su momento la mayor parte del movimiento trotskista, se sigue expresando aún hoy de esta manera:
“El 1 de enero de 1959… el Ejército Rebelde encabezado por Fidel Castro hacía su entrada triunfal en La Habana. Sin embargo, la dirección del proceso recayó en el Movimiento 26 de Julio, un frente político policlasista con un programa democrático limitado. Ante la presión del imperialismo norteamericano, Fidel Castro declara a Cuba un «país socialista» y se terminan expropiando los principales medios de producción –las empresas imperialistas y de la burguesía local–. Esta transformación de Cuba en una economía de transición al socialismo, desmentía las falsas tesis de los stalinistas de la «revolución por etapas» en los países semicoloniales, según la cual la clase obrera debía subordinarse a la supuesta «burguesía nacional»…
“Sin embargo, el estado obrero que surgía de esta revolución no estaba basado en consejos de obreros y campesinos, sino que el ejército guerrillero que se había apropiado del poder del Estado estableció un régimen que reproducía su estructura verticalista, es decir un Estado obrero burocráticamente deformado.” [Claves, Nº 1, abril 2008, subrayados nuestros]
Citamos esto, no porque tenga algo de original, sino porque tiene el mérito de resumir lo que fue una interpretación compartida ampliamente por la mayoría del movimiento trotskista. A partir de ella, se expresaron diferencias importantes, pero en general casi todas partían de esa base común. La corriente de Moreno desarrolló, con el tiempo, distintas posiciones pero esencialmente independientes. Por el contrario, la principal corriente del trotskismo europeo, la de Ernest Mandel, sostuvo un seguidismo casi incondicional a la dirección cubana.[[16]]
Examinemos, entonces, esta explicación tan representativa, primero, del sujeto político que encabezó la revolución –”el Movimiento 26 de Julio, un frente político policlasista con un programa democrático limitado”–; luego, de la dialéctica de los acontecimientos –”ante la presión del imperialismo norteamericano, Fidel Castro declara a Cuba un «país socialista» y se terminan expropiando los principales medios de producción”–.
El M-26/7 fue ante todo un movimiento populista y no un “frente policlasista”, una expresión que, si significa algo, nos indica un “frente popular”.[[17]] Pero, aunque fuese así, sigue sin una respuesta convincente el enigma de cómo ese “frente policlasista” –es decir, un frente con un sector de la burguesía adentro– a los pocos meses acabó… expropiando a la burguesía… O sea, un verdadero milagro político-social…
La “presión del imperialismo” ha sido la respuesta universal usada por la mayoría no sólo del trotskismo, sino también de la izquierda y el “progresismo” en general. Esto aparentemente explica mucho pero, al mismo tiempo, no explica nada.
Es una verdad indiscutible que casi desde el principio hasta que se produce finalmente la expropiación de la burguesía a fines de 1960, se desarrolla una escalada vertiginosa de golpes y contragolpes entre Fidel Castro y Washington.
Sin embargo, desde hace más de un siglo en América Latina, el imperialismo yanqui viene aplicando “presiones” sobre todos los gobiernos en general y, en especial, sobre los gobiernos nacionalistas, populistas, frentepopulistas, etc., que pretenden “desobedecerlo” en alguna medida. Y muchas veces esas presiones han sido violentas: fomento de golpes de estado, intervenciones militares, etc.
El problema es que ninguno –¡absolutamente ninguno!– de esos gobiernos respondió como Fidel Castro. Entonces, la respuesta no puede reducirse a la generalidad de las “presiones” imperialistas (por supuesto, muy importantes), sino a lo que hubo de específico, de peculiar en el caso cubano, que hizo la diferencia.[[18]] Y esto principalmente nos lleva no al factor “objetivo” de las “presiones del imperialismo” en general, sino al más subjetivo, el del movimiento populista 26 de Julio y su líder, Fidel Castro.
El 26 de Julio, las clases, la crisis de la sociedad, y el derrumbe del viejo estado
Algunos marxistas, empeñados contra toda evidencia en ver una “revolución obrera” en el proceso de 1959, destacan la participación de sectores asalariados en la resistencia contra Batista en las ciudades, así como también la incorporación a la guerrilla de semiproletarios de la provincia de Oriente.
Esto tiene su importancia, pero no lleva a las conclusiones que se pretenden. Desde el mismo 26 de julio de 1953 hasta la toma del poder en 1959, los luchadores –como ya subrayamos– se integraban como individuos a las estructuras político-militares de los movimientos (el Movimiento 26 de Julio, el Ejército Rebelde, etc.), con independencia de su origen y clase social.
Tanto el M-26/7 y el Ejército Rebelde, como otros movimientos que lucharon contra Batista, al estilo del nuevo Directorio Estudiantil, eran movimientos populistas, que se caracterizaban por dirigirse al “pueblo” en general, e incorporaban individualmente a gente proveniente de todos los sectores sociales.
“Los populistas venían de todas las clases sociales menos de los más ricos y de los más pobres… [Aunque entre los luchadores del Moncada y los del desembarco del Granma] había trabajadores por origen u ocupación, muy pocos de ellos habían tenido actividad o participación en luchas obreras políticas o sindicales…”[Farber, “The Origins…”, 50-51]
Luego, en Sierra Maestra y Oriente, el reclutamiento de campesinos que en su casi totalidad no tenían experiencias anteriores en luchas campesinas “añadió un nuevo elemento a la típica base populista urbana de los veteranos del Moncada y el Granma… Y fue muy importante para permitir a Fidel Castro moldearlos como fieles seguidores de su liderazgo como caudillo. En todo caso, un círculo íntimo de hombres «sin clase», desligados de toda vida orgánica de cualquiera de las clases sociales de Cuba, conformaron el corazón o centro político de Castro”.[Farber, “The Origins…”, cit., p. 50, subrayados nuestros]
La apelación típica del populismo al “pueblo” en general, a la “nación”, a las personas no como miembros de una clase social sino de la “patria”, poseía en Cuba una resonancia y dimensiones especiales, superlativas, que tenían que ver no con razones mágicas sino históricas y materiales que antes explicamos extensamente: el originalísimo curso histórico de Cuba, la brutal frustración de su independencia por la intervención del imperialismo yanqui, su segunda frustración en 1933, su formación económico-social con un yugo cuasicolonial en relación EEUU… en fin, todas las tensiones que este desarrollo desigual y combinado habían generado…
En otros países latinoamericanos, estos temas del populismo y sus caudillos, como el de presentarse por encima de las clases y encarnar a la “patria”, el “pueblo”, la “nación” han terminado siendo materia de política-ficción (aunque por supuesto la existencia y éxito de esas ficciones indican elementos reales detrás de ellas).
Pero, en Cuba, mucho más que en otros países, esto sintonizaba con reales y poderosos factores y contradicciones, desde la tardía y malograda independencia hasta diversas formas de relativo “desclasamiento” o “debilitamiento” de todas las clases sociales, con relaciones “anormales”, conflictivas, de crisis con las viejas instituciones, las organizaciones políticas, las fuerzas armadas, etc., que quedaban incluidas en el repudio universal a la llamada “politiquería”. Al mismo tiempo, no había mayor claridad acerca de las alternativas a todo eso.
Estos elementos facilitarían la elevación de un caudillo y un movimiento que aparecían por encima de toda esa inmundicia, representando los intereses generales y superiores de la patria. El lema con que ascendería este gran caudillo –”Patria o muerte”– iría esta vez en serio, aunque simultáneamente su programa explícito era inicialmente impreciso y moderado.
“Cuba estaba entre los países económicamente más avanzados de América Latina, con significativas clases sociales burguesa, media y obrera. Pero esas clases habían quedado políticamente debilitadas después de la revolución de 1933, de la que los capitalistas cubanos emergieron con una significativa disminución de su hegemonía. Un grupo de sargentos amotinados reemplazó a la oficialidad proveniente de los altos círculos de la sociedad cubana… La clase obrera estaba altamente organizada en sindicatos, pero éstos se habían vuelto muy burocráticos y corruptos… lo que hizo difícil a esa clase jugar un papel significativo en la lucha contra Batista… [Asimismo,] en los 50, los endebles partidos políticos anteriores a Batista se habían deshecho, reflejando la debilidad política de todas las clases… Era una situación en la que podía prosperar un bonapartismo… un líder político que adquiriese un considerable grado de poder y libertad de acción en relación tanto con las clases dirigentes como con las subalternas (…) Por otro lado, existía un liderazgo político revolucionario que, lejos de ser pequeño burgués radical (como decía el PSP), era ‘sin clase’,
en el sentido de que no tenía fuertes lazos orgánicos o institucionales ni con la pequeña burguesía ni con las otras principales clases sociales” (Farber, cit., pp. 115ss., subrayados nuestros).
Por otra parte, el Movimiento 26 de Julio y el Ejército Rebelde eran movimientos notablemente juveniles, comenzando por su líder máximo. De esto se ha hablado mucho, pero se ha reflexionado menos sobre sus implicancias político-sociales. Compartían, tanto por su edad como por la desestructuración social de sus militantes y combatientes, las características del estudiantado. Como señalamos antes, los estudiantes, aunque provengan de familias de la burguesía y las clases medias, y sólo una minoría de los sectores trabajadores, no están aún plenamente integrados a las relaciones de sus clases de origen. Así, bajo el impacto de problemas generales de la sociedad –graves crisis, dictaduras, injusticias flagrantes, opresión nacional, etc.–, pueden muchas veces orientarse en otros sentidos y defender otros intereses que los de su clase originaria.
Ese proceso de (relativo) “desclasamiento” no dejaba sin embargo individualmente en el vacío a los luchadores del M-26/7 y el Ejército Rebelde. No eran, de ninguna manera, “desclasados” en el sentido corriente de “marginalidad”. Podríamos decir que su “clase” sui generis o, más precisamente, su estructura social o sector social inmediato al que pertenecían, era esa misma institución proto-estatal, el movimiento-ejército (que pronto se convertiría en el estado a secas). Sus relaciones con las otras clases de la sociedad, se establecían a través de esa mediación, lo que le daba de conjunto una notable autonomía.
Así, Castro y su movimiento-ejército, en el camino hacia la toma del poder, pueden ir logrando apoyos en todas las clases sociales, sin ser al mismo tiempo representantes directos y orgánicos de ninguna de ellas en particular.
En el ángulo opuesto, el régimen de Batista terminó ganando el repudio también de todo el espectro social. Un amplio sector de la elite tradicional siempre había detestado al ex sargento mulato (hasta por motivos aristocrático-racistas) y se orientó hacia el apoyo a Fidel, en quien veían (equivocadamente) a uno de ellos. Lo mismo hicieron la Iglesia y la masonería. Idénticos giros se dieron desde el resto de la sociedad: la Universidad, desde el primer momento, había sido un foco duramente opositor; los trabajadores, aunque maniatados por sus aparatos sindicales para actuar como clase, tampoco querían al dictador, y se fueron volcando cada vez más hacia Castro. Incluso los sectores liberals del imperialismo yanqui comenzaron a simpatizar masivamente con los barbudos, como se reflejaba, por ejemplo, en el influyente New York Times. Al final, Batista, directamente, sólo representaba a una lumpen-burguesía de oficiales corruptos de las FFAA y socios cubanos de las mafias estadounidenses.
Este “vaciamiento social” fue mortal no sólo para la dictadura sino también para el estado burgués, porque llevó a la crisis a las fuerzas armadas que terminaron colapsando. Esto dejó al Movimiento 26 de Julio y sobre todo al Ejército Rebelde como el único poder estatal, en el pleno sentido de la palabra.
Hacia a la ruptura con el imperialismo, la independencia nacional y la expropiación del capitalismo
Comenzaba así a constituirse un nuevo estado. Pero, a su vez, este movimiento y ejército, en primer lugar su “Comandante en Jefe”, habían adquirido previamente –como ya señalamos– “un considerable grado de poder y libertad de acción en relación tanto a las clases dirigentes como a las subalternas”… “un liderazgo político revolucionario que, lejos de ser pequeñoburgués radical… era «sin clase», en el sentido de que no tenía fuertes lazos orgánicos o institucionales ni con la pequeña burguesía, ni con las otras principales clases sociales”.
Esto establecía la gran diferencia con el resto de los populismos de ayer y de hoy, desde Juan Domingo Perón o Jorge Eliécer Gaitán hasta Chávez… para no hablar de los “frentes policlasistas”; es decir, los clásicos “frentes populares”, al estilo de la Unidad Popular chilena de Salvador Allende, con corrientes y partidos orgánicamente ligados a sectores de la burguesía, al aparato del estado (incluidas las fuerzas armadas), a la pequeñaburguesía, y sobre todo a las burocracias sindicales y políticas “de izquierda”.
Es sobre esta diferencia fundamental del sujeto político de la revolución que van a jugar los factores “objetivos”, entre ellos (no el único) “la presión del imperialismo norteamericano”. Y es por ese factor subjetivo, que las presiones del imperialismo darán en esta ocasión, un resultado completamente diferente al del resto de los casos en que se aplicaron.
Por otra parte, este sujeto político no se limitaría simplemente a responder esas “presiones” y ataques. Las más recientes investigaciones de historiadores marxistas –como Samuel Farber y Richard Gott–, que además han podido ya manejarse con montañas de documentación desclasificada tanto del Departamento de Estado como de la ex URSS, prueban que de ninguna manera la dirección cubana fue una hoja en la tormenta, a la que los vientos que soplaban, llevaron a la ruptura con EEUU, primero, y a la expropiación, después. Las primeras iniciativas que configuraron casus belli –como la Ley de Reforma Agraria, moderada pero inaceptable para EEUU y la oligarquía cubana– las fue tomando la dirección de Castro sin consulta, negociaciones, ni aprobación de Washington. Esto implicaba la ruptura consciente de una norma colonial no escrita, pero obedecida desde 1902 por todos los gobiernos de la isla (a excepción del de los “100 días” de Guiteras).
O sea, desde el inicio mismo, Fidel no comenzó defendiéndose, sino atacando en relación al gran problema heredado desde 1898-1902: la independencia nacional de Cuba.
Por supuesto, esto no significa que estuviese en los planes de Castro llegar a la expropiación del capitalismo. Pero tampoco, ni mucho menos, que la conducción de la revolución fuese un objeto que se movía porque otros lo empujaban.[[19]] En todo caso, ya en 1958, Castro escribía reservadamente a Celia Sánchez que cuando la guerra contra Batista terminase, “comenzaría otra guerra mayor y mucho más larga contra EEUU”.[Farber, “The Origins…”, 65, subrayado nuestro] Y su previsión era correcta y para eso se fue preparando: es que revolución ponía nuevamente en la palestra ese gran problema histórico de la independencia nacional, que como hemos visto ha sido el hilo ininterrumpido que unió las heroicas luchas del siglo XIX con las revoluciones de 1933 y 1959.
Pero esas y otras consideraciones no se expresaban en un “programa” público (al estilo marxista) sino en el secreto del círculo íntimo del “Líder Máximo”, como ha sido norma de todos los bonapartismos y caudillismos.
Como es regla entre los movimientos populistas, el M-26/7 no tenía un programa global claramente formulado y lo que estaba escrito no era, efectivamente, muy avanzado. Pero es no comprender a este tipo de movimientos, el querer medirlos con la vara de los partidos marxistas y obreros, donde la cuestión del programa público y formulado con claridad ocupa un lugar central. En los movimientos populistas, podríamos decir que el programa se expresa principalmente en el caudillo y sus acciones, donde las consideraciones tácticas tienen además un peso trascendental en relación a las más estratégicas. Pero esto no implica, de ninguna manera, que no posean una ideología, muy fuerte y determinante en el caso del populismo radical cubano, con las profundas raíces históricas que ya examinamos.
“En contraste con los análisis que retratan a los líderes cubanos como reaccionando meramente ante la política de EEUU y sus acciones, mantengo que estos líderes fueron actores fuertemente influenciados por sus propias predisposiciones políticas e inclinaciones ideológicas. Las mentes de los líderes cubanos no estaban primariamente moldeadas por la política de EEUU hacia ellos en los años 1959 y 60, sino en relación a la anterior política de EEUU en Cuba y en todas partes… y el hecho más importante era, por supuesto, la política de EEUU en relación a Cuba desde fines del siglo XIX… […] Castro era un caudillo, pero un caudillo con ideas.” [Farber, “The Origins…”, 112 y ss., subrayados nuestros]
El curso de la revolución cubana hacia la independencia nacional y expropiación de la burguesía no fue, entonces, expresión de ninguna “ley de gravedad” de la política sino el resultado de un combate entre sujetos políticos y sociales.
Por supuesto, como en todo proceso histórico, en la Revolución Cubana hubo una dialéctica de acción (y lucha) de los sujetos políticos y sociales –revolucionarios y contrarrevolucionarios– entrelazada con los factores relativamente más “objetivos”.
Entre esos factores, estaba, por ejemplo, la existencia de la Unión Soviética, que en esos años aparecía incluso como ganando a EEUU la carrera del desarrollo económico y la influencia geopolítica. Este fue un factor que ya antes del triunfo de la revolución entró en el horizonte de maniobras del M-26/7 (aunque al mismo tiempo, oficialmente, se presentaba ante EEUU y sobre todo frente a la prensa norteamericana, como no “comunista” e incluso como “anticomunista”).[[20]]
Esta dialéctica de lucha entre sujetos revolucionarios y contrarrevolucionarios combinada con factores más “objetivos”, fue llevando las cosas, como siempre sucede, a resultados que iban más allá y/o eran diferentes de los previstos por los distintos actores.[[21]] Pero eso no quita sino que por el contrario, subraya, que los elementos determinantes de esas combinaciones estaban en los sujetos político-sociales.
Ejercito guerrillero, estado obrero y transición al socialismo
El M-26/7 y sobre todo al Ejército Rebelde pasaron a constituir el núcleo del nuevo estado. ¿Qué significó esto concretamente? Que se convirtieron en un aparato burocrático que ahora ejercía funciones estatales, tanto más fácilmente por su relativa autonomía en relación a todas las clases de la sociedad, sobre las que se habían “elevado” ya mucho antes de la toma del poder.
Todo ejército constituye obligatoriamente un aparato disciplinado de arriba hacia abajo. Pero, en este caso, era un verticalismo por partida doble, porque no era el ejército de un movimiento obrero revolucionario, con organismos democráticos de clase (consejos obreros, sindicatos revolucionarios, partidos, etc), sino las fuerzas armadas de un movimiento populista, que de por sí funciona bajo las normas del acatamiento sin reservas de las órdenes del caudillo, ahora transformado oficialmente en “Comandante en Jefe” y “Líder Máximo”
Según la cita que venimos comentando, la expropiación de los capitalistas habría dado, de por sí, carácter “obrero” al nuevo estado. Pero, lamentablemente, “el estado obrero que surgía de esta revolución no estaba basado en consejos de obreros y campesinos, sino que el ejército guerrillero que se había apropiado del poder del Estado estableció un régimen que reproducía su estructura verticalista, es decir un Estado obrero burocráticamente deformado”.
En un texto aparte –“El debate sobre Cuba y sus premisas teóricas – Sobre la naturaleza de las revoluciones e posguerra y los «estados socialistas»”–, hacemos extensamente la historia y la crítica a esta concepción, según la cual basta que un estado expropie al capitalismo para que automáticamente se transforme en “obrero”, aunque la clase trabajadora como tal no juegue papel alguno en el nuevo estado, salvo el de apoyar sin chistar todo lo que se decide desde arriba. Pensamos que ha sido una abusiva y equivocada aplicación de la caracterización de Trotsky sobre la URSS en los años 30, a revoluciones y fenómenos políticos profundamente distintos a los de octubre de 1917 y su curso posterior.
Aunque se apoyaran en la clase trabajadora (como también en otras clases y sectores de la sociedad y en el “pueblo” en general), ni el M-26/7 ni el Ejército Rebelde, que ahora constituían el estado cubano, se volvían automáticamente “obreros” por el hecho de expropiar a la burguesía. Sus relaciones con la clase obrera siguieron siendo una continuidad del período anterior, aunque ahora como la burocracia de un estado cuya burguesía había huido en masa a Miami.
El qué se hacía (en este caso, la expropiación) no transformaba mágicamente la naturaleza social de quién lo hacía, ni tampoco de cómo lo hacía.
Insistimos: la relación del nuevo poder con la clase obrera y el conjunto de la sociedad continuaba, con cambios, la anterior a 1959 de Fidel y su M-26/7 y Ejército Rebelde. Antes, buscando “apoyos desde todas las clases sociales, sin ser al mismo tiempo representantes directos y orgánicos de ninguna de ellas en particular”.[[22]] Ahora, tras la ruptura con la burguesía, lo hacía apoyándose en el “pueblo” en general, incluido el proletariado. Pero eso no convertía al nuevo estado y su gobierno en la expresión directa y orgánica, de la clase trabajadora.
El nuevo estado no será, entonces, la encarnación política de la clase obrera cubana, sino de una burocracia, a la cual, la ausencia de una burguesía a nivel exclusivamente nacional (aunque no, por supuesto, a escala mundial) convierte en un “híbrido”: no es (aún) una burguesía, pero “es algo más que una simple burocracia. Es la única capa social privilegiada y dominante, en el pleno sentido de esos términos, en la sociedad”. [L. Trotsky, “La revolution trahie”, p. 602, subrayado nuestro]
Una cosa es apoyar. Otra, muy distinta, decidir; o sea, ejercer el poder
La dirección de este estado burocrático, especialmente en los primeros años, recibió el apoyo fervoroso y sincero de la mayor parte del pueblo cubano (incluyendo la clase obrera). Este apoyo se concentró sobre todo en el caudillo de esta gran revolución, Fidel Castro.
Pero que los trabajadores y las masas apoyen, no es lo mismo que la clase obrera decida; es decir que ejerza el poder (su dictadura de clase), ni gobierne por medio de sus propios órganos de poder. Una cosa es apoyar. Otra, muy distinta, decidir; es decir, ejercer el poder.
Se puede medir bien este abismo, comparando las dos grandes consignas de la Revolución Rusa de 1917 y de la Revolución Cubana de 1959, respectivamente. En la primera fue: “¡Todo el poder a los consejos obreros (soviets)!”, que en ese momento eran organismos de masas extraordinariamente democráticos. En la segunda, fue: “¡Comandante en Jefe, ordene!”
Años después, esto contribuiría a facilitar una simbiosis entre el régimen populista-bonapartista nacido de la gran revolución de 1959 y el de la burocracia del Kremlin (que surge de una de las peores contrarrevoluciones de la historia, la del stalinismo). Esto en gran medida fue posible porque ambos compartían ese “verticalismo”, que constituye al mismo tiempo no sólo la negación de la democracia obrera y sino también de que el poder, el estado, sean realmente de la clase trabajadora y también, como veremos a continuación, de avanzar en la transición al socialismo (dentro de lo que es posible para un pequeño país aislado).
Sin embargo, como sucede en biología, esta “simbiosis” asoció a dos “sujetos” de diferentes especies: 1) el régimen verticalista (pero en el fondo caótico y sin normas claras), el populismo-bonapartista del gran caudillo revolucionario, el Comandante en Jefe que se ubica por encima de todo y de todos; 2) el régimen burocrático gris, impersonal, conservador y ya petrificado del bloque soviético en la era Brejnev.
En la seria crisis de principios de los 90, los dos aspectos de esta “simbiosis” se manifestaron con claridad… y fue el primero de ellos, el encarnado en Fidel Castro, el que volvió al centro de la escena. Es que, a pesar de todo, seguía siendo el portador de la legitimidad de la revolución de 1959. Y este fue un factor no menor para salir a flote en esa gravísima crisis, mientras en los Unión Soviética y los países del Este europeo los regímenes burocráticos se desplomaban como un castillo de naipes.
Una gran revolución democrática-antiimperialista y popular que expropió al capitalismo y conquistó la postergada independencia nacional
El saldo de la gran revolución de 1959 ha sido, entonces, contradictorio. Sus dos inmensas conquistas fueron la independencia nacional y la expropiación del capitalismo (dos puntos que, como hemos visto, en el caso de Cuba, estaban cualitativamente más entrelazados que en otros países latinoamericanos). Es a partir de esa base (y también aprovechando la rivalidad geopolítica entre el imperialismo yanqui y el bloque soviético) que Cuba logró otras conquistas, como un desarrollo notable (y mucho más igualitario) en salud y educación, y la erradicación de la indigencia, de la extrema pobreza que castiga en mayor o menor medida a otros pueblos latinoamericanos.
Pero al mismo tiempo esto no significó el establecimiento de un estado o poder obrero, ni tampoco de una economía de transición al socialismo, dos cosas inseparables una de otra. Es que no existe ningún “automatismo” que, a partir de la expropiación, haga que la economía (y globalmente la formación económico-social) marche en sentido socialista. ¡Todo depende, en primer término, de quién conduzca el automóvil y de cómo lo haga! Por eso, la Revolución Cubana puede caracterizarse como anticapitalista, pero no llegó realmente a ser socialista.
Sobre estos puntos volveremos extensamente en el siguiente capítulo y en otro artículo complementario: “El debate sobre Cuba y sus premisas teóricas – Sobre la naturaleza de las revoluciones e posguerra y los «estados socialistas»”. Sin embargo, adelantemos que si hay alguna lección que sacar del lastimoso final de las decenas de “países socialistas” que aparecieron (y desaparecieron) en la segunda mitad del siglo XX, es que en ellos no fue la clase obrera y trabajadora el sujeto político-social que los condujo, ni quien realmente ejerció el poder. La revolución socialista, o la encabeza la clase obrera con sus organismos de masas y sus partidos, o no es revolución socialista.
En Cuba, por un conjunto de factores excepcionales, este lamentable final de la restauración capitalista se aplazó. Hoy, las presiones arrecian en ese sentido. Pero simultáneamente la clase obrera cubana ha logrado la oportunidad un tiempo extra para actuar antes de que se consume lo que sería una grave derrota para ella y los pueblos del continente.
A partir de la defensa de las dos grandes conquistas de la revolución de 1959 –la emancipación nacional y la expropiación del capitalismo–, los trabajadores, si se movilizaran con independencia y conciencia de clase, podrían imponer otro desenlace.
- La situación actual. Para evitar un retorno al capitalismo y defender la independencia nacional, es necesaria una tercera revolución que dé realmente el poder a la clase trabajadora
“¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Yo me he hecho a menudo estas preguntas. Y mire lo que le digo: los yanquis no pueden destruir este proceso revolucionario, porque tenemos todo un pueblo… que, a pesar de nuestros errores… jamás permitiría que este país vuelva a ser una colonia de ellos… Pero este país puede autodestruirse por sí mismo. Esta revolución puede destruirse. Nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra. Si no somos capaces de corregir nuestros errores. Si no conseguimos poner fin a muchos vicios: muchos robos, muchos desvíos y muchas fuentes de suministro de dinero de los nuevos ricos.” [Fidel Castro en entrevista de Ignacio Ramonet en “Biografía a dos voces”, Barcelona, Debate, 2006..]
Cuba logró resistir en medio de la debacle de los ex “países socialistas”. Valiosamente, Cuba permaneció como una excepción. El resto, de distintas formas –unos cambiando el antiguo régimen político (la ex URSS y el Este europeo), otros manteniéndolo (China)–, fueron reabsorbidos completamente por el capitalismo.
En todos esos países, se constituyó una nueva burguesía “nacional”; es decir, una clase explotadora autóctona, propietaria de los medios de producción y de cambio, junto con las empresas extranjeras que tienen inversiones allí. Con más adelanto o con más retraso en relación a esos cambios estructurales, las superestructuras jurídicas también expresaron esa transformación contrarrevolucionaria, volviendo a consagrar el “derecho” a la propiedad privada de los medios de producción.
¿Por qué no sucedió lo mismo en Cuba a inicios de los 90? Bajo la mirada superficial de los “periodistas”, “politólogos” y otros charlatanes que zumbaban alrededor de la Isla, hubiera sido lógico ese desenlace, teniendo en cuenta, además, las terribles penurias que esos años iniciales del “período especial” significaron para el pueblo cubano.
Pensamos que aquí se combinaron factores que, sintéticamente, hacen a la profunda legitimidad de la Revolución de 1959, y sus conquistas: en primer lugar, la independencia nacional.
Es que la restauración del capitalismo en esos momentos hubiese significado lisa y llanamente el regreso de Cuba al status de protectorado cuasicolonial, la vuelta a los tiempos de la Enmienda Platt. Es como si en China, la condición para la restauración capitalista hubiese sido la vuelta al poder de un Chiang Kai-shek, con el Kou Ming Tang y su corrupta pandilla de generales, junto con la devolución de toda la propiedad a los terratenientes, antiguos capitalistas y empresas extranjeras. O, algo parecido, en Europa del Este y la ex URSS.
Esto nos lleva, una vez más, a la relación peculiar del imperialismo yanqui con la isla –a la que consideró desde siempre casi como parte de su propio territorio– y, también, del carácter de la infame burguesía cubana.
Ya vimos cómo, desde antes de la misma independencia de España, buena parte de las elites cubanas veían a EEUUU como a su verdadera patria a la que deseaban anexionar la isla (como sucedió con Puerto Rico), tal cual lo denuncia Martí en otras partes de su carta póstuma. Si después de 1898 esto no se realizó, no fue tanto porque las elites de Cuba se opusieran con tenacidad, sino principalmente porque la mayoría en Washington prefirió otro status de dominación.
Con la revolución de 1959, los capitalistas cubanos (y su cortejo entre las clases medias) se mudaron masivamente a EEUU y se convirtieron luego en integrantes de la burguesía estadounidense. Sin embargo, estos burgueses, sus hijos y nietos –que hoy son todos norteamericanos– aspiran a volver a reinar en la isla y hacerse nuevamente con sus propiedades. La mayoría de la burguesía estadounidense y sus dirigentes en Washington, tanto demócratas como republicanos, apoyaron y aún apoyan este despropósito (aunque existe una minoría más sensata que se ha dado cuenta que es un disparate).
Así, en los 90, en vez de primar una línea negociadora y de “apertura” –como hizo la Unión Europea e incluso EEUU en relación a Gorbachov y demás burócratas– el imperialismo yanqui endureció el hostigamiento y el bloqueo. Además, entre otras medidas coloniales, estableció un minucioso catastro sobre el territorio de la isla y sus “propietarios” en EEUU, que volverían a recuperar sus bienes apenas cayese la “tiranía comunista”. [Gott, cit., pp. 302ss.]
Pero el “todo o nada” demostró ser una apuesta equivocada, tanto del imperialismo yanqui como de la burguesía gusana y sus descendientes. Sólo fortaleció la legitimidad de la revolución de 1959 y del viejo caudillo que, en momentos tan críticos y difíciles, volvió a jugar un papel central, por encima de las instituciones que habían sido calcadas a la burocracia soviética.
La peculiar simbiosis entre su rol bonapartista de caudillo –”Líder Máximo” y “Comandante en Jefe”– y las instituciones burocráticas del régimen copiadas al Kremlin, volvió nuevamente a primer plano y se mantuvo hasta su retiro. Castro estableció un juego de “árbitro” bonapartista entre la burocracia y las masas, colocándose, por supuesto, por encima de todos.
Después de superados los años más negros del “período especial”, este rol peculiar llegó a manifestarse institucionalmente en la formación de un “Grupo de Apoyo” del Comandante en Jefe (que en Cuba recibió el apodo de “los talibanes”). El Grupo de Apoyo no era legalmente parte de ninguna institución estatal ni del partido único. Sin embargo, bajo las órdenes directas de Castro, intervenía donde quisiese, iniciando campañas y actividades que no se discutían ni decidían en ninguna instancia del estado, pero que interferían en todas ellas. [Farber, ““Una visita a la Cuba de Raúl Castro”…] Celia Hart, en un texto publicado poco antes de su trágico accidente, lo caracteriza como otro partido, un “partido nuevo”. [C. Hart, “Cuba, en marcha revolucionaria… y sin Fidel”]
Así comenzó en 1999 la llamada “Batalla de las Ideas” que luego fue derivando en una intervención en numerosos campos y que trataba de organizar sectores de la juventud, como “trabajadores sociales” ad hoc, de hecho activistas al servicio de esa política y sus operativos [Paz Ortega, “The Battle of Ideas’ and the Capitalist Transformation of the Cuban State”).
Estas iniciativas fueron dirigidas en gran medida a tratar de contener los elementos de atomización y desmoralización social, producto de la creciente desigualdad que acompañó la recuperación de la economía en los últimos años. Como veremos más adelante, esto se expresa en la generalización de la corrupción a todos los niveles, que se manifiesta especialmente en el robo de la propiedad del estado.
Fidel y su “Grupo de Apoyo” desataron una especie de “guerra de guerrillas” en este terreno, una de cuyas batallas más resonantes fueron las acciones sobre las gasolineras, que habían institucionalizado el hurto del precioso combustible. Pero la última “campaña guerrillera” del Comandante en Jefe, aunque obtuvo algunos triunfos tácticos, terminó en una derrota estratégica… En verdad era una “misión imposible” la de contener esos fenómenos negativos sin cuestionar radicalmente al régimen burocrático mismo, cosa que por supuesto no era ni podía ser la política de Fidel Castro. Luego, su retiro por enfermedad significó también el fin de las actividades del Grupo de Apoyo.
Esto nos remite a los problemas económicos y políticos claves que están abriendo nuevamente las puertas a la restauración capitalista (aunque por vías diferentes a las de Miami). El primero de ellos, es la producción y la productividad del trabajo, sin cuyo desarrollo sólo se “socializa” la escasez… y así se termina volviendo al viejo sistema. El segundo, es si este desarrollo de las fuerzas productivas es posible bajo el mando de una burocracia que decide todo desde arriba.
La transición al socialismo, la productividad del trabajo, y las dificultades y peligros actuales
La gran mayoría del trotskismo del siglo pasado, de Mandel a Moreno, creyó que con la expropiación de los capitalistas, Cuba se había transformado “en una economía de transición al socialismo”.
El gran problema es que no fue así, ni en Cuba ni el resto de los países que se llamaban a sí mismos, “socialistas”. Como explicamos más detalladamente en el Apéndice de este artículo, no hubo tal “transición al socialismo”, sino distintos y malogrados ensayos de economías nacionales planificadas burocráticamente, cuyos fracasos –algunos catastróficos, como el “Gran Salto Adelante” de Mao Tse-tung, el conservadurismo de la era Brejnev o la “perestroika” de Gorbachov– llevaron finalmente a la restauración del capitalismo en casi todos esos países.
En Cuba, ese proceso aún no se ha consumado. Sin embargo, como apuntamos en la Introducción de este artículo, hoy la cuestión nuevamente se reabre. Más tardíamente, Cuba está hoy en un curso peligroso de cambios que amenazan llevar a una u otra forma de restauración, con poderosas fuerzas y transformaciones que operan en ese sentido. Para ver esto más en detalle, conviene primero retroceder a los problemas económicos básicos que implicó expropiar al capitalismo en un país aislado y relativamente atrasado, y, por añadidura, en las narices del más poderoso imperialismo del planeta.
Desde el principio, Cuba debió enfrentar un duro bloqueo económico de EEUU, que en los 90 se agravó aun más con la leyes Torricelli (1992) y Helms-Burton (1996). Los daños que este bloqueo ha causado a la economía de la isla son enormes. [Altercom, “El bloqueo contra Cuba es el más brutal, cruel y prolongado de la historia”] Sin embargo, atribuir exclusiva o principalmente al bloqueo los problemas económicos es erróneo. Hasta mediados de los 80, la estrecha relación con la URSS y Europa del Este permitió obviar en buena medida este factor. [Alphandery, Cuba. L’autre revolution, pp. 261ss 261 y ss.] Pero la economía cubana no fue precisamente floreciente en esos años, que estuvieron además jalonados por desastres como la “zafra de los 10 millones de toneladas” y por fallidos zigs zags burocráticos similares a los del resto de los países (supuestamente) socialistas. Luego, tras el hundimiento de la URSS y la catástrofe del “período especial”, el bloqueo no logró cerrar las relaciones económicas y comerciales con otros países, que finalmente fueron en aumento aunque Washington actuó para obstaculizarlas.
Las dificultades económicas de Cuba están cruzadas por dos parámetros que también fueron fatales para el resto de los estados burocráticos:
1) Que la economía mundial, como totalidad, sigue siendo capitalista. Cuba y también anteriormente los países que se decían “socialistas” son meras economías nacionales que integran –contradictoriamente– esa totalidad mundial. Frente a eso, todas las burocracias sostuvieron la concepción del “socialismo en un solo país”, y por lo tanto, su brújula no fue la revolución mundial. Mientras tanto, las presiones de esa economía mundial fueron actuando sobre esos falsos “socialismos nacionales”.
2) Que, además, las burocracias de esos estados fracasaron rotundamente en lograr una productividad del trabajo que, aunque no estuviese al nivel del capitalismo más desarrollado, fuese por lo menos en ascenso. Finalmente, ante a las crisis sociales y políticas que provocaron esos fracasos, la salida que encontraron fue la restauración.
Ya el problema de la productividad del trabajo estuvo en el centro del primer (y único) debate público sobre cómo organizar la economía después de la expropiación. Nos referimos a la famosa discusión de 1963-64 entre el Che Guevara, entonces ministro de Industria, y varios economistas cubanos y extranjeros, publicada en “El gran debate sobre la economía en Cuba. 1963-1964”. Aunque comenzó con consideraciones abstractas sobre la “ley de valor” y los límites de su vigencia en la economía cubana, el concreto y gran problema era cómo producir más y mejor. Más concretamente, cómo interesar a los trabajadores en la producción. “Todo se reduce a un denominador común en cualquiera de las formas en que se analice: el aumento de la productividad en el trabajo, base fundamental de la construcción del socialismo…”, resumía Guevara. [Che Guevara, “El gran debate…”, 64]
En ese debate se confrontaron dos posiciones que, esquemáticamente, podemos resumir así: los economistas que copiaban el modelo productivo de la URSS y los países del Este europeo, sostenían el sistema de “autofinanciamiento de las empresas o autogestión financiera”, que tenía como elemento importante o fundamental el “estímulo material [a los trabajadores] de manera que… sirva para provocar la tendencia independiente al aprovechamiento máximo de las capacidades productivas, lo que se traduce en beneficios mayores para el obrero individual o el colectivo de la fábrica…” [Che Guevara, “El gran debate…”, 60, subrayados nuestros]
Por el contrario, Guevara, además de sostener como objetivo una centralización financiera y productiva total, ponía el acento en desarrollar la conciencia socialista de los trabajadores, a través de lo que él llamaba “incentivos morales”. El “estímulo material directo…” implicaría “el retraso del desarrollo de la moral socialista” [Che Guevara, “El gran debate…”, 78 y ss.]… El aumento de productividad –según él–tiene que ver con “el cuidado colectivo de los costos [de producción]”. Para eso, se necesita “centralizar el interés de la masa en rebajarlos… se precisa una profundización de la conciencia…” [Che Guevara, “El gran debate…”, 65]
Sin embargo, esto, para Guevara, no viene de que la clase obrera se constituya en un sujeto que se vaya autodeterminando democráticamente, tome realmente en sus manos los medios de producción y decida sobre ellos. Y, entonces, por sentirlos auténticamente suyos, podrá asumir como dueña real y efectiva de ellos, la tarea de producir (y hacerlo más y mejor).
Guevara sostiene, con plena razón, que “el comunismo es una meta de la humanidad que se alcanza conscientemente” [Che Guevara, “El gran debate…”, 75]. Pero de este principio general que toma de Marx, no extrae la conclusión de Marx (y del marxismo clásico) de que el desarrollo de la conciencia –el paso de clase “en sí” (que sólo es objeto o “materia para la explotación”[[23]]) a clase “para sí”–, está inseparablemente unido al desarrollo que logre como sujeto de la lucha de clases. En la esfera de la producción, esto significa que, expropiado ya el capitalismo, la clase obrera sea la clase dominante en la realidad, y no en la ficción jurídica de la “propiedad social” de la que se habla (o hablaba) en las Constituciones de los estados burocráticos.
Tanto Guevara como sus contradictores más afectos al sistema de Moscú, coincidían en algo fundamental: que no era la clase trabajadora la que decidía, organizada en una democracia obrera y socialista. Ambas partes sostenían la misma concepción verticalista, donde, en este caso, en la cúspide, estaba el “Comandante en Jefe” o “Líder Máximo”, al cual se le pedía que “ordene”. En otros textos, el Che sintetizaba así este mecanismo político (que resultó ser de consecuencias fatales para interesar a los trabajadores en la producción y elevar así la productividad):
“[…] ¨La masa –decía el Che– realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte de Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya…
“Sin embargo, el estado se equivoca a veces [!!!]. Cuando una de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efectos de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante de rectificar…
“Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con las masas. Debemos mejorarla durante el curso de los próximos años pero, en el caso de las iniciativas surgidas de estratos superiores del gobierno, utilizamos por ahora el [mecanismo] casi intuitivo de auscultar las reacciones generales frente a los problemas planteados… Maestro en ello es Fidel…” [Che Guevara, “El socialismo…”, subrayados nuestros]
Al Che, en la búsqueda del “mecanismo” todavía desconocido de “una conexión más estructurada con las masas”, ni se le ocurre considerar la opción de la democracia obrera. Estaba por fuera de su horizonte de ideas. Hay un “método intuitivo de auscultar las reacciones generales” (en el que Fidel es maestro), pero el Che no concibe el método político y orgánico de la democracia obrera, de dar a las masas trabajadoras la palabra para que libre y abiertamente discutan y decidan democráticamente sobre “las tareas”… lo que implicaría que, correctas o equivocadas, las decisiones serían asumidas por ellas realmente “como suyas”.
Dicho de otro modo: si, como dice el Che, es necesario intuir lo que opinan los trabajadores, es porque ellos están mudos dentro del régimen político verticalista, con un caudillo-comandante en el vértice de la pirámide. Entonces la solución no es moral, sino política: un régimen de democracia obrera, donde existan organismos (como los consejos obreros al inicio de la Revolución de Octubre) donde los trabajadores hablen y decidan.
La concepción de Guevara no era la del marxismo clásico, que se expresó en la democracia socialista de la Comuna de 1871 o los soviets democráticos de 1917; es decir la autodeterminación de la clase obrera. O, en palabras de Lenin, “el estado democrático de los obreros armados”. También estaba muy alejada del marxismo clásico su contraposición entre estímulos “materiales” y “morales”, en verdad mucho más próxima al voluntarismo maoísta.[[24]]
Esto nos lleva directamente a la cuestión política de si la clase trabajadora es quien discute y decide democráticamente sobre todos los problemas (y también sobre la producción) en el nuevo estado, o si no decide nada y su papel es apoyar (con distintos matices de fervor, indiferencia o malestar) lo que siempre se decide desde arriba. Este fue el problema de todos los estados burocráticos (y sigue siendo el de Cuba hasta hoy) para lograr una productividad del trabajo comparable a la del capitalismo.
En Cuba, estos problemas capitales fueron levando a una situación que hoy describe bien uno de los historiadores que citamos:
“El viejo dicho atribuido a los trabajadores soviéticos y de la Europa Oriental, según el cual «ellos aparentan pagarnos y nosotros aparentamos trabajar» se aplica de lleno a Cuba. Es evidente en la falta obvia de cuidado, atención y mantenimiento de todo tipo de propiedad perteneciente al sector público, desde los aviones hasta los hoteles, restaurantes, jardines y edificios, no importa que tan recientemente o cuan bellamente han sido renovados.
“Si bien es cierto que las dificultades económicas y el bloqueo estadounidense explican la falta del material de construcción necesario para realizar la obra de mantenimiento, esto no explica la ausencia de las sencillas actividades de labor intensiva que no requieren de ningún tipo de capital significativo, tales como limpiar, barrer, y el simple aseo diario.
“El problema fundamental consiste en la falta de iniciativa, motivación y disciplina en el trabajo y la administración. A través de los siglos, el capitalismo ha desarrollado sistemas jerárquicos burocráticos donde los trabajadores no tienen idea del para qué ni del cómo del proceso general de producción. Aun así, los trabajadores están obligados a desempeñarse con un cierto nivel de habilidad aguijoneados por la política del palo –produce o serás despedido– y la zanahoria –la promesa, y a veces la realidad, de un aumento salarial y un ascenso–.
“Los sistemas del tipo soviético no han podido desarrollar un sistema paralelo de motivación que se acerque a la efectividad de los métodos capitalistas. Los trabajadores en este tipo de sistema igualmente, si no más, burocratizado y jerárquico, tampoco alcanzan a comprender el para qué y el cómo del proceso general de producción.
“Uno de los palos que el gobierno como patrón único tenía a su disposición, fue eliminado con la política de la seguridad general del empleo (salvo para aquellos que se meten en problemas políticos con las autoridades). La falta sistémica de productos, típica de lo que el economista húngaro Janos Kornai ha llamado «economías de escasez», se ha encargado de eliminar una buena parte de las zanahorias.
“Esto crea el contexto que nos permite entender por qué los incentivos «morales» con su énfasis de sermoneo ascético, propuestos por el Che Guevara, son una solución fundamentalmente equivocada al dilema que acabo de describir.
“El marxismo clásico, además de presumir que el socialismo se desarrollaría en sociedades con un nivel relativamente alto de abundancia material y culturalmente avanzadas, enfatizaba no los incentivos «morales» sino lo que se pudiera llamar incentivos «políticos», como el control democrático de la economía, el estado y la sociedad, en el que los trabajadores mismos son los que controlan el trabajo.
“Conforme a esta perspectiva, es sólo mediante la participación y el control de su vida productiva que la gente desarrolla un interés y un sentido de responsabilidad por lo que hacen para ganarse la vida de día en día. Solamente así les puede llegar a importar y a dar un comino por lo que hacen. Es en este sentido que la democracia obrera se consideraba tanto un bien en sí –el que la gente esté en control de su propia vida– como una fuerza económica verdaderamente productiva.
“En la ausencia de un enfoque alternativo, Cuba acabará por ser arrastrada hacia la ideología y la práctica del capitalismo. Al ver que la pequeña empresa –ya sea una granja o un negocito en la ciudad, como los paladares [pequeños restaurantes]–, está mejor administrada y es más eficiente que la gran empresa estatal, los cubanos ya están llegando a la conclusión que el capitalismo funciona mejor que el estado, en cuanto a disponibilidad de productos de consumo.” [Farber, Sam, “Una visita…”, subrayados nuestros]
Una advertencia profética de Marx y Engels: la “disputa por lo indispensable” y el peligro de la vuelta a “la vieja mierda” capitalista
En la “Ideología alemana”, Marx y Engels habían ya advertido que, después del derrocamiento del orden social existente, “un gran incremento de la fuerza productiva, un alto grado de su desarrollo… constituye una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con esa inmundicia, comenzaría de nuevo, a la par, la disputa por lo indispensable y se repondría necesariamente el conjunto de la vieja mierda”.[Marx y Engels, “Die deutsche Ideologie”, pp. 34-35]
En ese sentido, una estudiosa especialista en Cuba, partidaria no sólo de la Revolución Cubana sino también específicamente de Fidel y su régimen, hace esta pintura de la situación actual y las dimensiones trágicas y peligrosas que ha alcanzado esta “disputa por lo indispensable”:
“Se mide mal en Europa la gravedad de la crisis social que ha afectado a la isla. Adoptada en 1993, la dolarización que ha estado en vigor hasta 2004 [en que se reemplazó al dólar por el CUC, peso cubano convertible al dólar que existe junto al antiguo peso] ha modificado la jerarquía salarial anterior, bastante igualitaria.
“La dualidad monetaria [CUCs y pesos] y la tasa de cambio entre el dólar y el peso han afectado profundamente a los trabajadores cubanos del sector público, cuyas rentas son en pesos. A falta de inversiones, los transportes se han degradado, el estado de las viviendas (en número muy insuficiente) es desastroso, la alimentación es muy cara en los supermercados o en los mercados campesinos libres y la libreta (el carnet de racionamiento) no permite alimentarse más que durante 10 o 12 días. Los cortes de corriente eléctrica de varias horas representaban aún hace poco una molestia insoportable, antes de la instalación reciente en toda la isla, bajo el impulso de Fidel Castro, de grupos electrógenos. De forma general, las infraestructuras (las canalizaciones de agua entre otras) están en muy mal estado.
“La Habana, al perder a sus aliados más cercanos, se encontró aislada en el plano internacional, confrontada a las políticas neoliberales en pleno auge en el continente latinoamericano en los años 1990. Para hacer frente a la crisis, Fidel Castro tuvo que aceptar con reticencia reformas económicas mercantiles (legalización del dólar, autorización de los mercados libres campesinos anteriormente prohibidos, actividades privadas, cooperativas en la agricultura, inversiones extranjeras, desarrollo del turismo, etc.). Estas reformas, aunque limitadas, iban a introducir desigualdades muy importantes entre los cubanos, oponiendo a quienes no tenían acceso al billete verde y a quienes tenían acceso a él gracias a los envíos (remesas) de su familia en el extranjero o a las consecuencias del turismo. Estas desigualdades fueron muy mal soportadas; la promoción social que habían disfrutado las capas más pobres desde la revolución fue puesta en cuestión, incluso si los cubanos seguían gozando de la gratuidad de la salud y de la educación. En adelante, el dólar era el rey independientemente de las competencias profesionales. «La pirámide social se había invertido» y con ella los «valores» y la ética de la Revolución.
“[…] La crisis económica, las reformas y la brecha abierta en el sector público han provocado un recrudecimiento de la corrupción. El mercado negro prospera, alimentado por los robos en el sector estatal. El auge de las actividades privadas en un sistema en el que la extrema centralización estatal no logra responder a las necesidades de la vida cotidiana ha favorecido el desarrollo de la economía informal: fontaneros, mecánicos, pintores, ejercen su actividad a la vez que salvaguardan su afiliación a una empresa del estado para preservar sus derechos sociales. Es también en su empresa donde se procuran los materiales necesarios para el ejercicio de su actividad privada. El último ejemplo es el de los robos masivos de gasolina en las estaciones de servicio –con la complicidad de los empleados de las mismas. Descubiertos en 2005 por un ejército de jóvenes trabajadores sociales movilizados por Fidel Castro, las pérdidas engendradas por estos robos serían del orden de decenas de millones de dólares. No es difícil imaginar los beneficios retirados por los revendedores –los cuales podían ser, por otra parte, revolucionarios convencidos.
“La «doble moral» en Cuba se extiende y justifica por la imposibilidad de vivir «normalmente», pues como dicen numerosos cubanos, para sobrevivir en estas condiciones, «hay que robar o abandonar el país»– o bien hundirse. En resumen, las tensiones económicas, sociales, políticas, demográficas imponen un cambio de orientación. ¿Pero en qué dirección?.
“[…] La situación que hereda Raúl Castro es paradójica. La bonanza económica que conoce el país gracias a los precios elevados del níkel, a la progresión de las rentas del turismo (alrededor de 2.300.000 visitantes este año), a los intercambios beneficiosos con Venezuela y China, no ha atenuado las dificultades de los cubanos que trabajan en el sector del estado (alrededor del 75% de la población activa) o de quienes dependen para sobrevivir de jubilaciones escasas. Son ellos los que han soportado el peso de la crisis, los más afectados por las reformas económicas y las disparidades de poder de compra que han producido. Se benefician poco de la mejoría macro–económica. En cambio, han emergido nuevas categorías sociales, «nuevos ricos» según la terminología oficial: pequeños artesanos y empresas privadas cuyo auge ha coincidido con la liberalización de los años 1990, propietarios de pequeños restaurantes (paladares) que no pueden servir más de 12 cubiertos a la vez, pequeños campesinos que venden en los mercados sus productos agrícolas a precios muy elevados. Se han aprovechado de las penurias para ofrecer los bienes y los servicios que el estado no ha asegurado nunca mientras que el estatus de la pequeña producción mercantil ha sido siempre diabolizado.
“En este contexto, la enésima ofensiva lanzada por Fidel Castro en 2005 contra la corrupción estuvo condenada al fracaso. Paralelamente, Fidel Castro llevó a cabo una campaña ideológica para movilizar a la población: «la Batalla de las Ideas». Pero esta «batalla» es una abstracción para unos cubanos sumergidos en las dificultades cotidianas y que, en diferentes grados, recurren al mercado negro para sobrevivir. Tanto más cuando la propiedad del estado no es percibida por el pueblo, contrariamente al discurso oficial, como su propiedad, sino como una propiedad que le es extraña. Los cubanos no influyen nada en las decisiones económicas.” [Janette Habel, “El castrismo después de Castro. Un ensayo general”, subrayados nuestros]
Estas formas de atomización de la sociedad y de la clase trabajadora –todos roban o hacen negocios más o menos ilegales por cuenta propia, desde el burócrata que dirige una empresa hasta el último empleado– es una película ya vista.[[25]] Fue el prólogo social necesario –tanto en la URSS de Brejnev como en la China de Deng Tsiao-ping– de la vuelta al capitalismo. Antes de que se reestablezca jurídicamente la propiedad privada de los medios de producción, ya se reestablece la “lucha de todos contra todos” propia del capitalismo y en forma “químicamente pura”.
La atomización la clase obrera y los sectores populares se ve agravada por otro hecho fundamental que ya señalamos: en los estados burocráticos, la burocracia no sólo administra verticalmente el aparato de estado, sino también todas las organizaciones sociales: obreras, estudiantiles, femeninas, culturales, etc. Entonces, el proletariado carece de organismos independientes y democráticos que le permitan contrarrestar estos y otros fenómenos degenerativos. Que le permitan actuar como clase y no individualmente (por ejemplo, frente a la escasez, la corrupción generalizada, etc.). Eso sería mucho más eficaz que los tardíos y fracasados intentos de Fidel, de contener, con esas iniciativas “guerrilleras” desde arriba, los “muchos robos, muchos desvíos y muchas fuentes de suministro de dinero de los nuevos ricos”, de los que se lamenta en la citada “Biografía a dos voces”.
Las consecuencias negativas de esto se agravan por su combinación con la desigualdad creciente. “El principal efecto de las reformas de los años 90 fue una muy clara diferenciación social. «Sin ninguna duda –explica Fernando Martínez Heredia [[26]]– ésta es mucho menor en comparación con la de otros países de América Latina y del mundo. Pero para Cuba es extraordinariamente significativa… Sin embargo, no podemos decir ya que hay diferentes clases sociales…». Pero la diferenciación social constituye un desafío al principal elemento de legitimidad del sistema…” [Konrad, “The Cuban…”, subrayados nuestros]
Desde que Martínez Heredia indicaba el carácter extraordinariamente significativo que tiene en el caso de Cuba la desigualdad, ésta ha aumentado notablemente, al ritmo del gran crecimiento de la economía en los últimos años.[[27]] Este crecimiento no llega a todos por igual: entonces su efecto sobre la “legitimidad del sistema” es muy negativo. Concretamente, para la gente, las frases rituales sobre el socialismo suenan cada vez más a hueco a medida que la desigualdad crece. Además, las privaciones que aparecían como justificadas ante el gravísimo peligro del imperialismo yanqui a principios de los 1990, hoy se dan en medio de la peor crisis económica, política y militar de EEUU desde la Segunda Guerra Mundial.
El camino hacia la restauración y sus dos variantes
Al inicio de este artículo señalamos las dos variantes concretas que puede asumir la restauración capitalista.
La primera, un colapso del régimen, al estilo de los que sucedió en la ex URSS y el Este europeo. Ésta es la alternativa auspiciada desde Miami. Hoy no aparece como la más probable. Sin embargo, no se puede subestimar la presión –nada fácil de medir– de los elementos de atomización y desmoralización que ya señalamos, y que podrían empujar hacia esa “salida”.
En ese sentido, es especialmente preocupante un rasgo que todos coinciden en señalar: la “brecha generacional” (y cultural) entre los que llegaron a vivir conscientemente la revolución de 1959, o los que nacieron o crecieron en la relativa estabilidad, igualdad y bienestar de la etapa pre-Muro de Berlín, y los que sólo conocieron la presente etapa (las penurias del “periódico especial”, el desmoralizador crecimiento de la desigualdad, y la caza del dólar y luego del CUC). Entre estos últimos, lamentablemente los más jóvenes, podría estar peligrosamente más desdibujada la legitimidad de la revolución de 1959 y la importancia de la conquista de la independencia nacional frente a EEUU… y ni hablemos de la expropiación del capitalismo.
Todo esto, por supuesto, es difícil dimensionar en un régimen que bloquea en los sectores obreros y populares cualquier debate político que no esté encarrilado por los aparatos. En Cuba, como en los demás casos de estados burocráticos, también funciona el “doble-pensar” de Orwell… aunque ahora en menor medida que en el período de congelamiento brejneviano de 1968/90.
Sea como sea, la principal variante restauracionista que ya está en marcha corre por la otra vía: el “modelo chino”.
“Hay muchos indicios del apoyo total de Raúl Castro en dirección al modelo chino. Ya en abril de 2005, Raúl decía: «hay gente que está preocupada acerca del modelo chino. Yo no lo estoy. China todavía prueba que otro mundo es posible». […]
“Pero mucho más importante que tales o cuales declaraciones, es el rol que juega el Ejército cubano, el baluarte de Raúl, como gran actor en la empresas conjuntas, incluyendo la industria del turismo.
“Un gran número de oficiales del Ejército son hombres de negocio en uniforme, profundamente involucrados en transacciones con el capitalismo internacional a través de las Fuerzas Armadas cubanas. Los militares también están involucrados en el proceso llamado de «Perfeccionamiento Empresarial»; es decir, de eficiencia organizativa, que es el tipo de experimentación económica coherente con el modelo chino. […]
“La cuestión es qué clase de fuerzas sociales existentes en Cuba se están moviendo en esa dirección… […] El sector de pequeñas empresas en Cuba se ha visto muy reducido desde las concesiones de los 90. Nunca fue importante… En cambio, veo que el ímpetu proviene de gente de la Fuerzas Armadas y de civiles fuera de ellas que ya están involucrados en el capitalismo de las joint ventures.” [Farber, Sam, “Cuban Reality…”, subrayados nuestros]
Efectivamente, el sector de empresas del estado y joint ventures administrado por los “hombres de negocio en uniforme” constituye hoy el epicentro de la economía cubana.[[28]] Y es asimismo quien recibe más directamente, junto con los administradores civiles de las joint ventures las presiones directas del gran capital internacional. [Farber, “The Cuban Army…”]
A mediados del 2009 se realizaría el VI Congreso del partido único, el PCC. Este evento ha sido pospuesto más de un decenio. ¡Los debates comenzaron en 1997! Luego fueron suspendidos y el congreso se aplazó indefinidamente. La necesidad de legitimar a Raúl y, sobre todo, el rumbo a tomar, han obligado a abrir esta instancia.
Esta discusión decisiva sigue encerrada en las alturas de la burocracia. Los anteriores congresos del PCC siguieron las normas verticalistas copiadas de Moscú, sin reales debates ni confrontación de ideas. Ahora, desde arriba, se sigue sin hablar claro.[[29]]
Sin embargo no es posible confundirse acerca de hacia dónde sopla el viento desde las alturas… Basta leer los artículos de elogios disparatados a China que aparecen en la prensa oficial. Lo peor de ellos, es que presentan al sistema chino como socialista: “Gracias a su régimen socialista apareció una nueva locomotora en la economía mundial, la China dirigida por el Partido de los trabajadores… La China del socialismo es capaz de resistir los embates de la recesión”, se afirma en Granma. [Valdés Vivó, Raúl, “Crisis…”]
Desde hace años, mucho antes que Granma, la burguesía mundial aplaude admirada a China, porque se ha convertido en la locomotora capitalista de la economía mundial. Granma, junto con algún boletín de la extrema derecha yanqui, deben ser las únicas publicaciones en el mundo que siguen diciendo que China es “comunista” o “socialista”.
Alguien, entonces, debe estar equivocado. No creemos que sea la burguesía mundial, que tiene un sensor infalible al respecto –el bolsillo–. Las superganancias obtenidas en China por las corporaciones –que la ha convertido en la Meca de las multinacionales– se deben a una explotación sangrienta, una esclavitud laboral como el mundo no veía desde los primeros tiempos del capitalismo. ¡Detrás de los panegíricos al “socialismo chino”, éste es el modelo que se presenta a los trabajadores y el pueblo cubanos! [[30]]
Debates en la izquierda. Crítica a las posiciones oportunistas y sectarias
La situación de Cuba está motivando lógicas preocupaciones y debates en toda la izquierda latinoamericana y mundial, y también por supuesto en el trotskismo. Es que la restauración capitalista y una recolonización de Cuba serían una grave derrota. Sus efectos, especialmente en América Latina, ahondarían el impacto tan negativo y las confusiones que aún perduran tras el fin de los “países socialistas” de Europa y Asia en el siglo pasado.
En estos debates y tomas de posiciones, se presenta un panorama parecido al que vemos en relación a los gobiernos tipo Chávez. Aparecen lo que nuestro juicio son dos errores simétricos; es decir, posiciones capituladoras, por un lado, y sectarias, por el otro. Y los compañeros que protagonizan esas visiones que creemos erróneas, son los mismos que venimos criticando en relación al chavismo, por posiciones similares.
Así, quienes se agrupan alrededor de Revista de América (MES-PSOL de Brasil, MST de Argentina. MPP de Panamá y otros) se ubican, en el mismo campo del régimen cubano, acompañándolo a veces con algunas críticas menores.
Por otro lado, corrientes como el PSTU-LIT de Brasil repiten los peligrosos errores sectarios que tienen en relación al proceso venezolano. Su voto por el NO en el referéndum constitucional venezolano y su visión de aspectos “progresivos” de los estudiantes escuálidos, hacen juego con una peligrosa posición antidefensista en relación a Cuba, donde ya dan por restaurado el capitalismo e incluso prácticamente recolonizado el país.
Veamos, en primer lugar, los puntos de vista de esta corriente de Revista de América, que además se identifican con los de Celia Hart, reciente fallecida.
El punto esencial es que confunden la defensa de las conquistas de la revolución –cosa que no está en discusión–, con la defensa (algunas veces crítica, pero generalmente incondicional) de la dirección cubana; es decir, de la burocracia “revolucionaria”.
Un buen ejemplo lo da Olmedo Beluche, el dirigente de Revista de América que más se ha ocupado del tema Cuba y cuyas opiniones coinciden expresamente con las de Celia Hart.
Después de examinar una serie de problemas económicos y políticos que se presentan en Cuba, Beluche concluye que:
“El dilema político está, para los que aspiramos a nuevas revoluciones sociales, en encontrar la fórmula algebraica entre dos extremos indeseables: un régimen autoritario, como el de Stalin, y una inocente democracia a ultranza que sea rápidamente devorada por el lobo capitalista. […]
“Aquí, como en lo económico, en lo político también, hay que distinguir entre el objetivo programático deseable y las condiciones que impone la realidad concreta. De las palabras antes citadas de Trotsky, se desprende que, dadas las condiciones de las fuerzas productivas de los países en los que, hasta ahora, se ha dado la revolución socialista, cierto grado de burocratismo es inevitable. […]
“Cuba, con todas sus limitaciones y contradicciones es, para el movimiento socialista mundial, y para los antiimperialistas de Latinoamérica, nuestra conquista y nuestra primera trinchera de combate. Debemos sostenerla como baluarte. Debemos apoyarla, críticamente si se quiere (otra cosa no sería marxista), porque su derrota sería la derrota de todos.
“Al final, todas las contradicciones internas de los estados obreros de transición al socialismo sólo podrán resolverse si el proceso de lucha por el socialismo avanza en todo el mundo, en especial, en los países capitalistas desarrollados. Por ello, a veces es preferible ser indulgente con los errores, las limitaciones y las deformaciones que podamos encontrar en Cuba…
“Pero también la dirección cubana debe comprender, y creo que así lo hace, al menos buena parte de ella, que su futuro depende de nuevas victorias revolucionarias en todo el mundo. Lo contrario implicaría, a largo plazo, la muerte y la contrarrevolución.” [Beluche, “Reflexiones…]
Si quisiéramos escribir un decálogo de “realismo” (o sea, oportunismo) político –es decir, de adaptación al “mal menor” y a “lo posible”– el compañero Beluche nos proporciona una base sólida para ello.
Como “cierto grado de burocratismo es inevitable”, entonces callémonos ante el problema de la burocracia. Lo de Stalin fue muy malo… pero la democracia es una “inocencia”, porque nos devora el lobo capitalista. ¡A esta Caperucita “Roja” (o más bien rosada), que además se dice trotskista, ni se le ocurre que hay una diferencia total entre la podrida democracia burguesa (que no tiene un gramo de inocente) y la democracia obrera y socialista, que es lo que no existe y que hay que reclamar en Cuba!
En cuanto a los problemas actuales y concretísimos de Cuba –como la desigualdad creciente y los propósitos explícitos de sectores de la burocracia de adoptar el modelo restauracionista chino– el compañero los remite… a la revolución mundial. Sólo ella los puede solucionar… y si no lo hace, lamentablemente “implicaría, a largo plazo, la muerte y la contrarrevolución”.
Este pirueta, le permite saltar por encima de las responsabilidades concretas de la “dirección cubana”; es decir, de la burocracia (dentro de la cual se alienta esa tendencia desde su núcleo principal): “Pero también la dirección cubana debe comprender, y creo que así lo hace, al menos buena parte de ella, que su futuro depende de nuevas victorias revolucionarias en todo el mundo.”
La posición del PSTU-LIT es el reverso igualmente equivocado de todo esto. Brevemente, el PSTU-LIT considera no sólo plenamente restaurado el capitalismo sino también prácticamente colonizado o semicolonizado el país. Además, es incapaz de distinguir entre una burocracia privilegiada y una clase explotadora social orgánica como la burguesía.
Según el PSTU-LIT, el proceso de restauración en Cuba “se diferencia bastante del que se dio en Rusia y en la mayoría de los países del Este europeo. En lo esencial la restauración en Cuba ha seguido el modelo chino. Las similitudes entre el proceso chino y cubano pueden ser observadas, fundamentalmente, en cuatro planos. […] En primer lugar, las reformas procapitalistas se han ido haciendo de forma lenta y gradual. En segundo lugar, el capital externo ha jugado un papel central en el proceso de restauración. En tercer lugar, las empresas estatales en ambos países, han jugado, y continúan jugando, un papel muy importante, de respaldo, a las empresas particulares. En cuarto lugar, a diferencia de Rusia y la mayoría de los países del Este, la restauración no se está haciendo sobre la base de entregar a los obreros y a la población las acciones de las empresas”. [Hernández, “Cuba en debate”]
Asimismo, Cuba “está en vías de transformarse en una semicolonia, o directamente en una colonia, del imperialismo. [Hernández, “Cuba en debate”] En otro texto de misma corriente se afirma que “Cuba está perdiendo su carácter de país independiente y marcha aceleradamente a transformarse en una semicolonia de los imperialismos europeos y canadiense”. Como este primer texto de Hernández fue escrito en el 2000 y según su entender la restauración se habría producido ya a mediados de los 90, es de suponer que esa marcha tan acelerada ya ha llegado a su meta, y Cuba está prácticamente bajo la dependencia semicolonial de la Unión Europea y Canadá.
Creemos que los compañeros están muy equivocados. Cometen un error peligroso y lamentablemente frecuente: confundir el primer mes de embarazo con el noveno mes o, peor aun, con un niño ya nacido. Este error, tanto en medicina como en política, suele ser de consecuencias graves.
Efectivamente, como venimos señalando, la burocracia cubana, presionada por el desastre del “período especial”, tomó medidas, tanto en relación a la economía mundial como hacia adentro de la isla, que en sus manos –es decir, administradas por la burocracia– abren la puerta a un proceso de restauración capitalista. Ya hemos advertido, además, que el sector de la alta burocracia que administra las joint ventures y, en general, los sectores más rentables de la economía, ve con admiración los “exitos” de la burocracia china… ya convertida en burguesía billonaria.
Pero este último es el punto crucial que se les escapa a los “teóricos” del PSTU-LIT. Es que el problema no es hacer la suma y resta de medidas económicas aisladas (que efectivamente en manos de la burocracia son peligrosas) sino responder a una simple pregunta: ¿Dónde esta nueva burguesía cubana? ¿Vive en la clandestinidad? ¿Vive Canadá o en Europa?
Por eso, poner ya un signo igual entre Cuba y China es un despropósito. La nueva burguesía china tiene domicilios conocidos, opera en la bolsa de Shangai (una de las más importantes del mundo), preside empresas billonarias absolutamente privadas de las que no son meros administradores burocráticos, sino propietarios en todo el sentido capitalista de la palabra. La nueva gran burguesía se originó en gran medida de la misma burocracia maoísta (y sigue fusionada con ella), pero ya no son simples burócratas. [[31]] En Cuba, ni siquiera a la escala modesta de la isla, puede hablarse todavía de un fenómeno social semejante. ¿O sería el primer caso de un país semicolonial cuya burguesía no es nativa, sino europea o canadiense?
Eso no significa, insistimos, que el curso de un sector fundamental de la burocracia cubana no apunte hacia esa meta… pero aún no han llegado. ¡Y esto es decisivo para tener política revolucionaria en relación a Cuba!
Aclarar esto es muy importante, porque el error del PSTU-LIT lleva inevitablemente a la conclusión que hay poco o nada que defender en Cuba y que de la revolución de 1959 prácticamente no quedan rastros.
Asimismo, esto puede dar lugar a confusiones políticas aun peores. Si el día de mañana los grupos disidentes de centro-derecha, alentados y financiados desde Miami y la “Oficina de Intereses” de EEUU en La Habana, llegaran a tomar fuerza en un sector de masas, ya estamos viendo a los compañeros del PSTU-LIT hablar de la “lucha democrática” contra la “dictadura del estado burgués cubano”.
Por un salida obrera, popular y socialista. Es necesaria una nueva revolución cubana, que defienda las conquistas de 1959 y establezca realmente el poder de la clase trabajadora, con un régimen de democracia obrera
No vemos muchas posibilidades de status quo. Ni las contradicciones y tensiones de la sociedad cubana, ni la presente situación mundial y latinoamericana (con crisis y cambios notables a nivel económico y geopolítico) facilitan el inmovilismo.
El futuro de Cuba se resolverá en función de qué fuerzas sociales impongan finalmente sus intereses. En ese sentido, como ya señalamos al inicio de este artículo, hay sólo tres fuerzas sociales que potencialmente podrían imponer rumbos propios: 1) La burguesía gusana que tiene la radical desventaja de estar fuera de la isla, pero que recibe el respaldo del imperialismo yanqui y que posiblemente podría contar con sectores “populares” difíciles de medir, pero alimentados por los elementos de desmoralización y descomposición social que hemos descripto, sumados a las relaciones familiares y culturales con la comunidad cubana de EEUU. 2) La alta burocracia administradora del estado, encabezada por los especialistas militares que están al frente de las joint ventures y otros sectores dinámicos de la economía, que parece marchar, en primera instancia, hacia un capitalismo de estado, como transición a un capitalismo modelo chino. 3) La clase obrera, única fuerza social cuya hegemonía abriría realmente una transición al socialismo. [[32]]
Hasta ahora, en este triángulo de intereses sociales tan contradictorios, es la segunda alternativa la que parece estar a la cabeza, mientras que de la tercera, la de clase trabajadora, apenas si se perciben de cuando en cuando algunos destellos independientes.
Sin embargo sería un error garrafal dar ya por decida la partida, como hacen, de hecho, las corrientes como la LIT-PSTU, que dan por restaurado el capitalismo e, incluso, estiman también perdida la independencia nacional de Cuba.
Nada está ya totalmente decidido y definido. La misma re-convocatoria del eterno VI Congreso (que nunca logra realizarse) indica la necesidad de la burocracia de lograr un consenso y legitimar un rumbo. Esta re-convocatoria fue precedida, en septiembre de 2007, por el llamado a un “debate nacional”, para que población manifieste sus opiniones sobre la economía especialmente.
Los fines de esto son obviamente encauzar a través de los canales burocráticos una discusión (y un descontento) que ya está ampliamente instalado Esto es lo que reflejó el incidente de Ricardo Alarcón, en febrero pasado, con los estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas, quién no pudo responder seriamente a preguntas fundamentales, como “¿por qué el comercio interior de todo el país ha migrado al peso convertible cuando nuestros obreros, nuestros trabajadores y nuestros campesinos cobran su salario en moneda nacional que tiene 25 veces menos poder adquisitivo?”
Pero, contradictoriamente, medidas como el “debate nacional” y la nueva convocatoria al VI Congreso pueden poner también en estado de asamblea a sectores importantes de trabajadores, estudiantes e intelectuales; es decir, un desborde, en una situación en que el control de la burocracia es mucho más débil que en el período 1968-90, y su legitimidad también más cuestionada.
Por algunos textos y debates que van trascendiendo por internet –al margen de la cúpula burocrática pero ubicados en el campo del socialismo y el antiimperialismo– hay una lógica preocupación programática en estas discusiones.
Por supuesto, en ese sentido no podemos formular un programa detallado ni menos completo. Sin embargo, es imprescindible bosquejar algunos lineamientos importantes, aunque sean parciales:
- Por la defensa de las conquistas revolucionarias de 1959, en primer lugar, la independencia nacional y la expropiación del capitalismo, y también los avances que aún restan en materia de salud, educación, empleo, jubilación, etc.
- Por el fin del régimen de partido único, y de estatización de los sindicatos y demás organizaciones obreras, populares, juveniles, femeninas, etc. Plena libertad de organización política, sindical y asociativa de los trabajadores, estudiantes y sectores populares que defiendan las conquistas de 1959, especialmente la independencia nacional y la expropiación del capitalismo, y repudien el bloqueo imperialista. Por la constitución de un partido o instrumento político obrero y socialista, independiente de la burocracia.
- Por la democracia obrera y socialista. Ni “democracia” burguesa fraudulenta estilo Miami, ni “voto unido” por la lista única de la burocracia. Que las organizaciones de masas obreras, campesinas, estudiantiles y populares, con un funcionamiento absolutamente democrático, designen el gobierno de Cuba, y debatan y decidan los planes económicos y políticos.
- Ni plan económico burocrático, ni caos y desastres capitalistas. Democracia socialista para determinar el plan económico, y verificación por el mercado de su realización. Por la administración y/o control obrero democrático de todas las empresas, con absoluta publicidad de sus operaciones, como forma principal de avanzar en la productividad y terminar con el saqueo a la propiedad nacionalizada.
- Frenar y revertir el crecimiento de la desigualdad. Por una moneda única.
- El aislamiento nacional de la economía cubana y el bajo desarrollo de sus fuerzas productivas, hacen por supuesto imposible abolir “por decreto” la ley del valor y las relaciones mercantiles, como se intentó en algún momento. Esto, concretamente, implica peligrosas concesiones en dos sentidos: hacia fuera, al capital extranjero; hacia adentro, a sectores del campesinado y pequeña burguesía urbana. Pero el control y manejo de todo esto, no puede ser la tarea de una burocracia que no rinde cuentas a nadie, y de la cual inevitablemente tiende a surgir una nueva burguesía, como sucedió en China y otros ex “países socialistas”. La total transparencia de la democracia obrera y socialista, debe ser el contrapeso ante estas serias presiones, sobre todo frente a las más peligrosas, las que vienen del capitalismo mundial.
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[1].- Andrés Oppenheimer, Castro’s Final Hour: the secret story behind the coming downfall of
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[2].- No entraremos aquí a analizar el extraño caso de la monarquía “socialista” de la familia Kim en Corea del Norte. A pesar de los chisporroteos que se produjeron en sus relaciones con EEUU, no tiene la menor relevancia revolucionaria, ni política ni histórica. Su establecimiento no fue consecuencia de una revolución sino un subproducto de la Segunda Guerra Mundial, parecido a lo ocurrido en el Este de Europa. Concretamente, fue consecuencia de la tardía intervención en 1945 de las tropas de la Unión Soviética en la guerra contra Japón, y de su ocupación del norte de la península coreana, mientras EEUU hacía lo mismo en el sur. La Guerra de Corea de 1950-53 –episodio importante en su momento de la “Guerra Fría”–, el posterior congelamiento de la división de la nación coreana y la situación de “paz armada” que se prolonga hasta hoy (con un dispositivo bélico estadounidense que sigue apuntando en verdad hacia China y Rusia), obstaculizaron el curso “normal” de reabsorción por el capitalismo que siguieron China y Vietnam.
[3].- La Enmienda Platt, que analizamos más adelante, fue una imposición de EEUU en la Constitución de Cuba, que la convertía de hecho en un protectorado colonial.
[4].- Amplia información sobre el debate de los estudiantes con Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional, puede verse en la edición del 24-02-08 de www.socialismo-o-barbarie.org.
[5].- Como sucedió en los años finales de los ex “países socialistas”, el crecimiento de la corrupción a todos los niveles, que trataremos más adelante, es un fiel indicador de cómo los lazos de solidaridad sociales y de clase son reemplazados por la lucha individual de todos contra todos. Tanto en la URSS y el Este como en China, es en esta “atmósfera” social que prosperó la restauración, ahogando los esbozos de alternativas independientes de la clase trabajadora.
[6].- Mella, su figura más destacada, sería luego sancionado por PC cubano. Mella comienza a simpatizar con la Oposición de Izquierda, a la que habría conocido por intermedio de Andrés Nin [Hart, Celia]. En 1929, Mella fue asesinado en México, donde estaba exiliado, presuntamente por un sicario de la dictadura de Machado. Pero el texto citado de Celia Hart insinúa que sus diferencias con el naciente stalinismo fueron las causantes de ese desenlace. Otras fuentes acusan rotundamente como responsable a Vitorio Vidali, un agente de Stalin que años después se haría famoso como torturador y asesino de Nin en España y de otros dirigentes de izquierda no stalinistas. De todos modos, después de la muerte de Mella, el PCC se apropió de su popular figura tratando de ocultar sus “pecados” trotskistas.
[7].- Luego de las políticas oportunistas que llevaron a la catástrofe de la Revolución China, Stalin dio un viraje ultraizquierdista. En 1928, proclamó que se había iniciado un “tercer período” que sería la etapa final del capitalismo. Esa disparatada caracterización fue el justificativo para que la Internacional Comunista adoptara una orientación ultraizquierdista, aventurera y opuesta a las tácticas de frente único obrero. El principal resultado de la política del “tercer período” fue el triunfo sin lucha de Hitler en Alemania en 1933, gracias a la división del movimiento obrero, y el ascenso del fascismo en toda Europa. Aterrorizado por estos desastres, el stalinismo dio un giro definitivo al oportunismo y la colaboración de clases, inaugurando en 1934-35 la línea de “frente popular” con sectores “progresistas” y/o “democráticos” de la burguesía.
[8].- Con la importante excepción de Fulgencio Batista, que analizaremos luego.
[9].- Efectivamente, Castro reedita no sólo el discurso populista radical y antiimperialista de Guiteras (1906-1935), sino incluso algunas de sus anécdotas. Antes de la caída de Machado, Guiteras trata de tomar el cuartel Moncada y es hecho prisionero, como Fidel. En 1935, ante el triunfo de la contrarrevolución, Guiteras planea irse a México para organizar una fuerza que desembarque en la isla e inicie una guerra revolucionaria. Es decir, lo mismo que haría Castro veinte años después. Pero Guiteras es asesinado en Cuba antes de partir. En verdad, las impresionantes semejanzas se explican porque ambos seguían el modelo de las guerras de la independencia del siglo XIX, desde las acciones prácticas hasta aspectos más ideológicos.
[10].- Junco, había militado en México con Mella cuando este también se acerca a la Oposición de Izquierda. En 1942, Junco fue asesinado en un mitin por un grupo de pistoleros del PC (entonces, llamado Partido Socialista Popular), que en ese momento tenía dos ministros en gobierno de Batista.
[11].- Es importante subrayar esto, porque en la izquierda latinoamericana hay también desconocimiento acerca del hecho que Cuba no era en los años 40 y 50 un país extremadamente atrasado en relación al resto de América Latina, como por ejemplo Haití u Honduras. Un buen ejemplo de esto lo da Martín Hernández, del PSTU-LIT (que para además aparece como el “especialista” de esa organización en temas cubanos), cuando afirma que “Cuba era uno de los países más pobres, más miserables de América Latina”.[Hernández, “Debate…”] Pero, contra lo que cree Hernández, Cuba era uno de los países más desarrollados de Latinoamérica, con un PBI per capita, sólo inferior al de Argentina y Uruguay, y con un nivel de vida mejor que el de España en esos momentos. En verdad, si Cuba hubiese sido “uno de los países más pobres, más miserables de América Latina” (como imagina el “experto” de la LIT-PSTU), probablemente no se habrían producido revoluciones como las de 1933 y 1959. Es que Cuba era un caso extremo –como en su momento, Rusia– de desarrollo desigual y combinado. Por eso, dialécticamente, la sociedad cubana estaba sometida a tensiones formidables, económicas, sociales y políticas, agravadas por la dependencia casi colonial en relación a EEUU y la volatilidad del mercado mundial del azúcar que añadía un factor estructural de inestabilidad. En su formación económico-social, aspectos adelantados casi a la altura de EEUU se entrelazaban con el más terrible atraso; sectores con nivel de vida de Miami, al lado de la extrema miseria. Este extremo desarrollo desigual y combinado viene de lejos. En la década de 1831, Cuba tenía ferrocarriles cuando en España aún no se había tendido ni un metro de rieles. ¡Y sin embargo Cuba (con Puerto Rico) era la única colonia que le había quedado al Imperio Español en América!
Es curioso anotar que muchos “politólogos” e historiadores de derecha sostienen una tesis simétricamente opuesta a la de Hernández, pero parecidas simplificaciones. Ellos afirman que, como Cuba no era “uno de los países más pobres, más miserables”, entonces la revolución –injustificable–sólo se explica por una hábil “conspiración comunista” urdida desde arriba por los hermanos Castro y el Che Guevara, agentes de Moscú. Ambas visiones tienen de común (y equivocado) la concepción implícita de que la miseria es la madre exclusiva de las revoluciones. En verdad, los procesos político-sociales son más complejos y dialécticos.
[12].- Inicialmente, el famoso llamado de Guevara de hacer “uno, dos, tres Vietnams” y las actividades que encabezó personalmente, primero en África y, luego, en la derrotada guerrilla de Bolivia donde encontró la muerte en 1967, apuntaban en un sentido internacionalista que chocaba con la política de “coexistencia pacífica” impulsada desde el Kremlin. Aquí no podemos hacer un balance amplio de estas tentativas, ambas fracasadas. Sólo señalemos, en relación a América Latina, que las buenas intenciones de Guevara de llevar adelante una lucha revolucionaria continental que rescatara a Cuba del aislamiento e infligiese una derrota mayúscula al imperialismo, se concretaron en una estrategia desastrosa: la del foco guerrillero.
Es muy significativo que Guevara, para extender la revolución en el resto del continente, jamás tuviese en cuenta a la clase trabajadora, a pesar de que en Sudamérica, en países como Bolivia, Argentina, Chile, Perú, etc., protagonizaba luchas colosales, con revoluciones como la 1952.
Esto preparó el marco de las graves y decisivas derrotas de los años 70. Las masas trabajadoras y la numerosa vanguardia obrera y estudiantil fueron mayoritariamente encuadradas por dos estrategias igualmente desastrosas: la de la “vía pacífica al socialismo”, promovida desde Moscú e impulsada por los partidos comunistas y socialistas, y la del guerrillerrismo guevarista en sus diversas variantes. Ellos fueron los grandes organizadores de esas sangrientas derrotas en Sudamérica, que comenzaron a marcar mundialmente el punto de inflexión del ascenso revolucionario iniciado en la década del 60. Las corrientes que acertadamente sostuvieron la estrategia de hacer centro en la movilización revolucionaria de las masas obreras y populares, fueron minoritarias, como la corriente trotskista encabezada por Nahuel Moreno, que critica las concepciones de Guevara y pronostica que ellas “están sembrando el camino de derrotas” [Moreno, “Dos métodos…”, 1964].
[13].- Si Mella caracterizaba ingeniosamente a Machado como un “Mussolini tropical”, podríamos decir que el período que va desde 1936 hasta mediados de los 40, es una especie de “New Deal tropical”; una mala copia de la política de cooptación y concesiones desarrollada por el presidente Roosevelt para desarmar al combativo movimiento obrero estadounidense de esos años.
[14].- La protesta que eleva Lázaro Peña retrata la política de colaboración clases con que el PSP orientaba los sindicatos: “Ni poses demagógicas, ni demandas exageradas, ni acción desordenada ni actuación anárquica o irresponsable ha tenido en toda su existencia la CTC, que ha sido, por el contrario, factor de unidad, de orden y del mejor desenvolvimiento de las relaciones entre el Capital y el Trabajo.” [Citado en Bianchi Ross, subrayados nuestros] ¡Peña se quejaba de la ingratitud del estado burgués por los valiosos servicios que le había prestado, garantizando el “orden” a la patronal!
[15].- “La dirigencia [mujalista] de los sindicatos suprimió por la fuerza todas las fuerzas disidentes que amenazaran su pacto [con Batista]. La clase obrera organizada sufrió así una doble dictadura: la de Eusebio Mujal y la de Fulgencio Batista. Sin organizaciones autónomas, la clase trabajadora se atomizó. El principal resultado fue que los trabajadores que crecientemente se volvían contra Batista, lo hicieron como ciudadanos individuales más que como miembros de organizaciones colectivas de la clase obrera.” [Farber, “The Origins…”, 128, subrayados nuestros]
[16].- La corriente mandelista tuvo una política seguidista a las burocracias y, en general, a todas las direcciones que encabezaban revoluciones o fenómenos “impactantes” (como en su momento la “perestroika” o, en América Latina, el PT de Brasil). Mandel sostenía teóricamente esta política con dos tesis:
- a) “De la Comuna de París a la victoria de la revolución cubana, pasando por las victorias de las revoluciones de Yugoslavia, China y Vietnam, hemos visto a revoluciones socialistas derribar victoriosamente el poder del capital, bajo la dirección de agrupamientos o partidos que tienen en común tres rasgos: su naturaleza objetivamente proletaria; su opción a favor de la revolución –y por lo tanto su ruptura con estrategias y tácticas contrarrevolucionarias en momento decisivo; sus insuficiencias programáticas clamorosas, que conducen en todos los casos a deformaciones burocráticas graves, salvo en el caso de Comuna derrotada rápidamente… Este fenómeno está a mitad de camino entre el stalinismo y el marxismo revolucionario, y es resultado de la debilidad todavía pronunciada del factor subjetivo a escala mundial.” [Mandel, Ernest, “La défaite…”, subrayados nuestros]
- b) Las burocracias eran un sector de la clase obrera, sólo que privilegiado. La demostración “sociológica” de esta teoría es que los burócratas son trabajadores asalariados… aunque mejor remunerados que el resto: “[…] la burocracia no posee los medios de producción, participa de la distribución de la renta nacional exclusivamente en función de la remuneración de su fuerza de trabajo. Esto envuelve muchos privilegios, pero son bajo la forma de remuneración que no difiere cualitativamente de la remuneración bajo la forma de un salario.” [Mandel, Ernest, “Revolutionary…”, 142]
En primer lugar, era falso que la burocracia obtuviese sus privilegios sólo y principalmente bajo la forma de un salario. Pero, además, este argumento de Mandel implicaría que el presidente del directorio de una corporación que recibe también un “salario”, sea igualado socialmente al obrero asalariado que suda plusvalía en sus fábricas. Escudándose en una cuestión formal –la forma salario–, Mandel elude el contenido social y de clase distinto de los sobres con el “salario” que reciben el obrero, el burócrata “socialista” y el ejecutivo de una gran empresa. Asimismo, en lo que recibe el burócrata (por dentro o por fuera del sobre), no sólo va “la remuneración de su fuerza de trabajo”, sino también su cuota-parte en la apropiación del valor excedente que producen los trabajadores de verdad. Es decir, su parte en una explotación que no es “orgánica” (como la del capitalismo), pero que abrió la ruta a la restauración; o sea, el regreso a una explotación orgánica más segura y estable, la capitalista. Por eso, contra lo que creía y esperaba Mandel, resultó que los burócratas de Yugoslavia, China y Vietnam no estaban a “mitad de camino entre el stalinismo y el marxismo revolucionario”, sino entre el estado burocrático y la vuelta al capitalismo… marchaban a hacerse burgueses! Por su parte, como veremos más adelante, la burocracia cubana, más tardíamente, ha puesto proa en el mismo sentido… aunque todavía no ha llegado a buen puerto, como pretende, por su parte, el “cubanólogo” de la LIT-PSTU. Pero esto lo veremos más adelante…
[17].- Ejemplo típico de “frente policlasista” o “frente popular” fue la UP (Unidad Popular) de Chile, que gobernó con Salvador Allende de 1970 al 73. El M-26/7 no fue, por supuesto una organización obrera, pero al mismo tiempo tuvo poco que ver con ese tipo de coaliciones.
[18].- El marxismo revolucionario del siglo XXI ha heredado el peso muerto de la explicaciones “objetivistas” de las revoluciones de posguerra, que pusieron cabeza abajo la teoría de la revolución permanente, haciendo el centro no en los sujetos sociales y políticos, sino en los llamados “factores objetivos”, los ataques del imperialismo, las crisis económicas, las tareas “objetivas” planteadas por la revolución, etc., etc. Este debate, es entonces, de rigurosa actualidad, porque hoy lamentablemente tenemos a más de uno esperando que Chávez, obligado por las circunstancias y las “presiones del imperialismo”, haga como Fidel. Para analizar este problema teórico de conjunto, recomendamos ver en SoB Nº 17/18 “Notas sobre la teoría de la revolución permanente”, de Roberto Sáenz; en especial, “Crítica a la concepción de las revoluciones «socialistas objetivas»“.
[19].- En el trotskismo de posguerra, las revisiones “objetivistas” y/o “sustituístas” de la teoría de la revolución permanente se hacían para poder explicar cómo este tipo de sujetos político-sociales expropiaban a la burguesía. Tuvieron expresiones muy variadas, como las de Mandel o Moreno, pero dentro de esos parámetros.
Mandel, sin decir que estaba poniendo todo el revés, presentaba como “teoría de la revolución permanente” una mezcla original de “sustituísmo” y “objetivismo”. Hallaba que “la dictadura de proletariado fue establecida en Yugoslavia, China, Vietnam y Cuba por direcciones revolucionarias pragmáticas, que tienen una práctica revolucionaria, pero no la teoría ni el programa adecuado, ni para su revolución ni menos aun para la revolución mundial.” [Mandel, ““In Defence of the
Permanent Revolution”, p. 54 subrayado nuestro] Claro que de estas “direcciones revolucionarias pragmáticas” o, también, “centristas de izquierda”, nunca quedaba claro su carácter social. Ya vimos antes cómo, según Mandel, estas “direcciones pragmáticas” estaban a mitad de camino entre el stalinismo y el marxismo revolucionario. Establecía así el fundamento teórico para una política de seguidismo hacia ellas… y de esperanzas en que fuesen aun más a la izquierda.
Moreno, por su parte, asume francamente que está revisando la teoría de la revolución permanente. Pero, a diferencia de Mandel, trata de sostener una posición más independiente de las direcciones burocráticas. Su solución teórica a este intríngulis fue hacer pasar los sujetos a un plano secundario. La revolución se movería no por la lucha entre los sujetos históricos, sociales y políticos, como sostenía Trotsky, sino impulsadas por una “combinación objetiva de tareas”: por ejemplo, en el caso de Cuba la lucha por la independencia nacional frustrada por la intervención yanqui de 1898, exigía expropiar a la burguesía cubana que era el colmo de la sumisión a Washington.
Estas “combinaciones objetivas de tareas”, establecerían una especie de ley de gravedad de los procesos revolucionarios. Moreno da como ejemplo un automóvil: “Para que un coche se mueva, hay dos maneras, una es que alguien lo ponga en marcha y lo mueva; otra es ponerlo arriba de una pendiente y el coche se mueve [solo]. En este último caso, el movimiento es objetivo, no lo para nadie, es un proceso objetivo.” [Moreno, “Crítica…”, 18] Sin embargo, la historia de la Revolución Cubana desmiente esa especie de “ley de gravedad” de las revoluciones. El coche de la revolución cubana tuvo un conductor, Fidel Castro y su movimiento-ejército nacional-populista. Los giros y rumbos de este carro, ya sea en pendiente o en cuesta arriba, los dio ese sujeto político-social que estaba al volante.
[20].- Esta documentado que, ya en 1958, se intentaron contactos con el bloque soviético, vía empresas de ese origen en Costa Rica, con un objetivo inmediato: conseguir armas que le eran negadas en EEUU. Luego del triunfo de la revolución, los contactos con Moscú se gestionaron preventivamente casi de inmediato, y por iniciativa cubana, mucho antes de iniciarse los roces con EEUU por la Ley de Reforma Agraria y otras medidas. Al mismo tiempo que todo eso se procesaba en estricto secreto, Castro públicamente, e incluso en un viaje a EEUU, eludía con ambigüedades tomar compromisos que comenzaban a exigirle desde Washington, para despejar los interrogantes y temores que despertaba en el imperialismo su política. Tomándose de esos y otros hechos, una legión de charlatanes, al estilo de Montaner, han elucubrado sobre la “conspiración comunista” de los Castro y el Che Guevara, dirigidos desde Moscú, que explicaría todo lo sucedido. En verdad, el Kremlin estaba desinteresado por completo de lo que pasaba en Cuba, a la que consideraba, en el marco de los acuerdos de Yalta-Potsdam, parte de la esfera de influencia de EEUU. Tanto frente a EEUU como ante la Unión Soviética, fue la dirección cubana quien llevó la iniciativa, y no al revés, inicialmente dentro de una política pragmática para aprovechar el enfrentamiento entre ambos bloques de la guerra fría. [Gott, 178 a 183], [Farber, “The Origins…”, 143 y ss.] El Kremlin fue aun más sorprendido que Washington, por el curso de los acontecimientos en Cuba.
[21].- Un ejemplo de esta dialéctica entre lo subjetivo y lo objetivo fue la expropiación final de la burguesía. Al comenzar los problemas del gobierno de Castro con EEUU y ante medidas que aún eran moderadas (Ley de Rebaja de Alquileres, Reforma Agraria, etc.), la burguesía comete el error garrafal de irse en masa a Miami. Mucho antes de que los expropiaran, los burgueses, se toman así una especie de “vacaciones”, seguros de que el “Gran Hermano” de Washington pondría “la casa en orden” en semanas o meses. El “cipayismo” o “malinchismo” superlativo de la burguesía cubana, en la que seguía vivo el anexionismo, le juega una mala pasada. Su decisión de ausentarse es contestada con la intervención de sus empresas y fincas, y luego con la expropiación. [Murray, 48 y ss.] Sus hijos y nietos aún siguen esperando volver… y recuperar sus propiedades.
[22].- Esta ubicación (relativamente) “por encima” de las clases, puede ilustrarse también con los episodios (mucho menos conocidos) de choques con sectores de trabajadores durante el mismo proceso revolucionario. Así, Castro, el 21 de mayo de 1959, salió a enfrentar duramente a campesinos y trabajadores rurales que habían iniciado un reparto de tierras. ¡Sería él, desde arriba, quien dispondría de eso mediante la Ley de Reforma Agraria, no los campesinos ni los obreros rurales! [Murray, 62]. Lo mismo sucedió en relación a huelgas obreras, condenadas incluso antes de ser expropiadas las empresas privadas. En relación a los sindicatos, tiempo después de ser barridos por los mismos trabajadores los burócratas mujalistas que habían servido a la dictadura, Castro inició desde arriba una purga de dirigentes –gran parte de ellos provenientes del 26 de julio– que no eran incondicionales, y los reemplazó principalmente con burócratas del PSP, de obediencia garantizada. [Farber, “The Origins…”, 122-123, 125-126, 163] [Murray, 94 y ss.]
[23].- “Pero el proletariado, –agregaba luego Trotsky– se mueve hacia la conciencia revolucionaria no pasando grados en la escuela, sino pasando a través de la lucha de clases, que aborrece las interrupciones.” [Trotsky, “The Struggle…, 193 y ss.] En este caso, se había producido una decisiva “interrupción”: la revolución no había llegado hasta el “grado” de que la clase obrera tuviese realmente el poder, que fuese –no en los papeles y los discursos, sino en los hechos– la clase realmente dominante.
[24].- Por esos y otros motivos, nos parecen equivocados los intentos de muchos (como Michael Löwy, Celia Hart y tantos otros), que tratan de emparentar directamente al Che con el marxismo clásico [Löwy, “El pensamiento…”, 7 y ss.] y específicamente con Trotsky [Löwy, “Ni calco…”, 4 y 5] [Hart, “Apuntes…, 231]. En este libro de Celia Hart, se llega a afirmar que “en cuanto al Che, él siguió el pensamiento de Trotsky (o lo mejor del pensamiento de Trotsky)…” Löwy, en otro texto, llega al extremo de sostener que Guevara “devino considerablemente cercano a la idea de planificación socialista democrática…” [Löwy, “After…”]
En verdad, por el respeto que merece un luchador revolucionario de heroísmo y honestidad intachables como Guevara, deberíamos abstenernos de atribuirle ideas que no tuvo. Además, eso no contribuye a la imprescindible tarea de clarificar el balance de las revoluciones del siglo XX, con vistas a las luchas revolucionarias de este nuevo siglo.
En relación a eso, un tema sobre el que también se ha creado confusión, es la ruptura final del Che con la burocracia del Kremlin en febrero de 1965, con su famoso “Discurso de Argel” [Farber, Sam, “The Resurrection…”]. Guevara intuye en sus últimos años que los burócratas de Moscú marchan hacia la restauración capitalista [Martínez, “El Che…”] (una percepción más aguda que la de algunos “trotskistas” como Mandel). Pero el enfoque del Che acerca de esto, no era el de Trotsky, sino más cercano al de Mao (que equivocadamente ya daba como capitalista a la URSS). Guevara no entendió al stalinismo: pensaba que el aburguesamiento de la burocracia soviética era la consecuencia última de… la NEP de Lenin! [Löwy, Michael, “After…”]
[25].- “La violación a la ley se ha convertido en parte de la vida diaria para poder sobrevivir.” [Farber, “Una visita…”]
[26].- Martínez Heredia es uno de los intelectuales cubanos más respetados. Director y fundador de la revista Pensamiento Crítico en 1967 hasta su clausura en 1971 en los años de stalinismo brejneviano del régimen, se ha identificado sin embargo totalmente con la Revolución de 1959 y especialmente con el pensamiento del Che Guevara. La caída vergonzosa del “socialismo real” en la ex URSS, que había servido de modelo al régimen cubano hasta mediados de los 80, reivindicó su figura.
[27].- Según un informe de agosto de 2008 de la CEPAL, “en el 2007 el PBI cubano creció un 7,3% y dado el nulo crecimiento demográfico, el PBI por habitante se expandió en la misma proporción. En cambio, la inflación fue del 2,8%, la mitad de la observada en el año anterior (5,7%). La cuenta corriente de la balanza de pagos mostró un superávit equivalente al 0,8% del PIB. […] De acuerdo con las proyecciones del gobierno, se prevé que en 2008 la tasa de crecimiento del PBI se acercara al 8%”. [CEPRID, “Informe…”] Sin embargo, los ingresos reales de gran parte de la población no aumentaron por supuesto un 7,3% en el 2007 + un 8% en el 2008. La torta se reparte en forma cada vez más desigual.
[28].- “El ejército es, con el PCC, el otro pilar institucional del país. Raúl Castro es ministro de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias)… Su cohesión y su disciplina hacen de ella una de las instituciones más sólidas del régimen. El ejército, con 50.000 hombres, representa una potencia económica mayor que invierte en el turismo, la agricultura, la industria, las telecomunicaciones y controla los dos tercios de la economía. Ciertos observadores no dudan en afirmar que las FAR son «los pioneros del capitalismo cubano». Fue en el ejército donde se experimentó (bajo el impulso de Raúl Castro apoyado luego por Carlos Lage), a finales de los años 1980 y en los años 1990, un proceso llamado de «perfeccionamiento de las empresas del estado», con el objetivo de aumentar la productividad del trabajo. Esta modernización productiva, que implicaba reducir efectivos excesivos, fue aplicada en las empresas del estado controladas por las FAR. Gracias a la disciplina inherente a la institución, dio resultados… A la cabeza de las grandes empresas figuran antiguos comandantes del ejército rebelde así como jóvenes oficiales que han adquirido una formación económica en las escuelas de gestión europeas… el trabajo del ejército es ganar dinero, como afirma Frank Mora, profesor en el National War College de Washington.” [Habel, “El castrismo…”]
[29].- Sin embargo, por fuera de los marcos “oficiales” han comenzado a circular muchos textos, como el de “Cuba necesita un socialismo participativo y democrático – Propuestas programáticas”, firmada por “Pedro Campos y varios compañeros” (www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 31/08/08).
[30].- “Los recientes Juegos Olímpicos han sido una gran vitrina para el nuevo capitalismo chino en ascenso. La China actual es resultado de un largo proceso de restauración capitalista iniciado hace tres décadas. Las reformas empezaron en 1978, ampliaron y profundizaron su alcance progresivamente debilitando los mecanismos de la economía planificada y recibieron un empuje decisivo a partir de 1992. … Treinta años de reformas han configurado un capitalismo salvaje sin paliativos. […] China está atravesada por grandes desequilibrios sociales y regionales. Las reformas han provocado concentración de la renta, polarización social y un aumento de las desigualdades. El coeficiente de Gini (que mide la desigualdad) ha pasado de un 0’30 en 1980 a un 0’48… […] Cifrada en unos 150 millones de personas, la nueva clase trabajadora ocupa los escalafones más bajos del mercado laboral… Sus condiciones de trabajo y de vida constituyen la cara más amarga del nuevo capitalismo chino. Salarios bajos, jornadas laborales interminables, insalubridad en el trabajo y violación de las leyes laborales por parte de muchas empresas y de sus subcontratistas forman parte de su realidad cotidiana.” [Antentas y Vivas, “El nuevo capitalismo chino”]
[31].- “Un estudio del Consejo de Estado, la Academia de Ciencias Sociales y el PCCh probó recientemente que de los 3.220 chinos con una fortuna mayor a los 10 millones de dólares, 2.932 son o eran funcionarios de alto rango del Partido Comunista.” [Esnal, “Las dos caras…”]
[32].- Hay que advertir que estas dos primeras fuerzas y sus programas no son absolutamente contradictorios. Hoy es así, por el desatino de Washington (y Miami) de seguir apostando al “todo o nada”. Pero la grave crisis del imperialismo yanqui en todos los terrenos, podría abrir las puertas a cambios que se expresen en la próxima presidencia, probablemente de Obama. Sin embargo, por ahora, no hay señales claras en ese sentido. Si fuese así, se abriría un espacio para soluciones de compromiso que abarquen a todos los intereses y variantes restauracionistas.
Por Roberto Ramírez, Revista SoB 22, noviembre 2008