A 20 años de su muerte
En enero pasado se cumplieron 20 años de la muerte de Nahuel Moreno y a propósito de este aniversario han aparecido diversos artículos en la prensa de izquierda y también se han realizado distintas conmemoraciones. Hemos dedicado un extenso trabajo al balance del morenismo y de las corrientes del trotskismo en general[1], volvemos sobre el tema a modo de homenaje y para aportar al debate acerca de cómo abordar el legado de Nahuel Moreno.
Moreno, que fue el fundador de la corriente trotskista más importante en Latinoamérica y una de las principales en el orden internacional en la segunda mitad del siglo XX, junto con Ernest Mandel, Tony Cliff y Joe Hansen fue uno de los más importantes dirigentes del trotskismo en la posguerra. Después del asesinato de Trotsky, en condiciones dificilísimas, fue parte central de un esfuerzo político y constructivo gracias al cual el marxismo revolucionario, aunque no llegó a tener influencia de masas, hoy es una corriente viva y presente en la vanguardia, especialmente en Latinoamérica, Europa occidental y algunos países de Asia.
Balance y tradición
Partamos de señalar que Socialismo o Barbarie Internacional proviene de la corriente de Moreno pero no se considera “morenista”. Esto a consecuencia de las propias circunstancias de su formación: ha sido un subproducto del estallido del morenismo, que reveló un conjunto de problemas y graves inercias teóricas, políticas y constructivas que no podían ser encaradas si se las obviaba amparándose en la “tradición”.[2] A esto se sumó la caída del estalinismo, un acontecimiento epocal, que puso sobre la mesa la necesidad de reconsiderar el bagaje del movimiento trotskista en su conjunto.
Además, aquel estallido no era cualquier estallido, se trataba de la destrucción de un partido como el viejo MAS (que llegó a tener casi 10.000 militantes) y de la vieja LIT (en su momento, la corriente trotskista más fuerte en Latinoamérica) no cabía otra alternativa que ir hasta la raíz en las razones de semejante crisis, sacando las enseñanzas del caso.
Creemos que en el fondo de esa crisis y estallido está que a principios de la década del 80 se terminó decantando una “síntesis” extremadamente unilateral y “objetivista” de la teoría de la revolución permanente y también un equivocado abordaje de la degeneración de la ex URSS y demás países del Este europeo y China. Esta errada síntesis –que desarmó a dirigentes y militantes– es la explicación última del dramático y trágico estallido: el morenismo –es verdad que ya sin Moreno– no logró pasar la prueba de los acontecimientos nacionales e internacionales de principios de los 90 justo cuando estaba en la cúspide de su apogeo, dándose lugar a partir de ahí a una serie de tendencias o corrientes provenientes de esta experiencia.
Sin embargo, esto no quiere decir que militemos en el bando del “antimorenismo” al estilo del PO argentino.[3] Por el contrario, reconocemos que la corriente morenista tuvo una enorme riqueza y vitalidad, así como una tradición con fuertes rasgos independientes, pro-obrera e internacionalista. Es decir, una trayectoria claramente a la izquierda en el cuadro de conjunto del trotskismo de la posguerra, hegemonizado por Pablo, Mandel y Posadas (este último en Latinoamérica), que hicieron escuela en el seguidismo a cuanto aparato burocrático o pequeño-burgués asomaba en la escena.[4] La trayectoria del morenismo dejó un conjunto de enseñanzas o rasgos que necesariamente deben ser parte del bagaje del marxismo revolucionario y el trotskismo en el siglo XXI y que hacemos nuestros.
Por esto mismo, creemos que en relación a Moreno y a su experiencia militante, lo que se plantea es una superación crítica; al decir de Hegel, una superación que negando los aspectos largamente sobrepasados por la experiencia histórica, al mismo tiempo logre conservar aquellas que son sus adquisiciones o características más “universales”. En el marco, claro está, de un esfuerzo mayor: el rescate del conjunto de la tradición del marxismo clásico y revolucionario (Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo) así como también –y esto expresamente en repudio a toda la historia oficial y la liturgia de los actuales “morenistas” al estilo del PSTU brasileño– de aspectos valiosos de otras tendencias trotskistas y de militantes o intelectuales marxistas revolucionarios “olvidados” como Christian Rakovsky, Milcíades Peña, Pierre Naville y tantos otros.[5]
Es desde este ángulo que no deja de sorprender la superficialidad de los diversos textos echados a correr en homenaje a Moreno. El cúmulo de escritos, recordatorios y discursos de las corrientes que se consideran “morenistas” han sido –salvo excepciones– de una pobreza conceptual realmente estremecedora que poco honor le hace al propio Moreno, dejándolas al nivel de meros epígonos del mismo. Es el caso del MST y la IS en la Argentina, del PSTU y –en menor medida– del MES[6] de Brasil, principales organizaciones que se reivindican “morenistas” a nivel internacional, junto con una serie de grupos y compañeros sobre todo en Latinoamérica.
En estas condiciones, desde estas páginas propondremos otro ángulo de rescate de la obra de Moreno que creemos más honesto y fructífero: un ángulo necesaria e inevitablemente crítico en lo que hace a los erróneos elementos de síntesis teórico-programática, pero que sin embargo busca rescatar toda la riqueza de su trayectoria.
Una síntesis equivocada
¿Cuál es el principal problema que atañe a las corrientes que se consideran “morenistas”? La carencia de balance del estallido de la corriente. Han tejido un sinnúmero de hipótesis al respecto, todas con una parte de verdad: la muerte de Moreno en el “apogeo” de la corriente, la inexperiencia de los que lo sucedieron, las intensas presiones sociales y políticas “objetivas” a las que estuvo sometido el viejo MAS, etc. Sin embargo, lo que se decanta de esos argumentos es una auténtica fuga hacia delante apelando a la “tradición” como tabla de salvación: a 15 años del estallido de la corriente, prácticamente carecen de todo balance real, objetivo y descarnado de sus razones.
A nuestro modo de ver, la explicación es en el fondo sencilla y contundente: ocurrió la circunstancia de que Moreno terminó haciendo una síntesis y sistematizando una visión de las enseñanzas de la revolución y la transición al socialismo en la segunda mitad del siglo XX que no sólo resultó equivocada, sino que en el preciso momento de ser generalizada, la historia mundial pegaba un vuelco tremendo dejándola aún más fuera de lugar.[7] Para colmo, esto que en propiedad fue común a la inmensa mayoría de las corrientes trotskistas y que hemos balanceado en otro lado, ocurrió no en cualquier momento, sino cuando se tenía la responsabilidad sobre miles y miles de militantes y con un partido como el viejo MAS, con responsabilidades concretas en la lucha de clases. De ahí que la caída haya sido tan dramática y que el propio estallido de la corriente haya adquirido ribetes realmente trágicos.
Moreno siempre había reconocido que a lo largo de casi toda su vida política estuvo obsesionado por el fenómeno de las revoluciones anticapitalistas en la posguerra.[8] Sin clase obrera, sin organismos de poder y autodeterminación de la misma clase y sin partidos y corrientes marxistas revolucionarias y/o trotskistas con peso de masas, efectivamente se expropió a los capitalistas. Con revolución o sin ella, esto ocurrió en China, en los países del Este europeo, en Yugoslavia, Vietnam y Cuba.
Del conjunto de estos fenómenos, evidentemente el que mas presionó a la corriente morenista fue la revolución cubana, presión que muchas veces con una fundamentación algo confusa se supo resistir, a diferencia –por ejemplo– de Ernest Mandel, poseedor de un verdadero record mundial de capitulaciones.[9] Hizo esto apostando estratégicamente por la clase obrera y la construcción del partido revolucionario, en oposición al sustituismo de la clase en las diversas versiones guevaristas o guerrilleristas frente-populistas.[10] La máxima expresión de esta pelea fue la construcción del PST, que tuvo más de 100 compañeros muertos o desaparecidos por la Triple A y la dictadura militar.
Sin embargo, en Moreno había una tensión teórico-política que nunca fue resuelta o –si se quiere– se resolvió mal: partiendo de la interpretación que igualaba revolución anticapitalista a revolución socialista, Moreno llegaba a la conclusión de que la revolución socialista podía ser un proceso “objetivo” que se produce fundamentalmente por el peso de las circunstancias[11], y que León Trotsky había estado equivocado al poner en el centro de la teoría de la revolución permanente a las clases en lucha, es decir en los sujetos sociales y políticos efectivamente actuantes.
En este marco, la revolución socialista se transformaba en un proceso que dependía esencialmente de las circunstancias y determinaciones “objetivas” y no de la actividad real de la clase obrera que, con sus movilizaciones, organismos, partidos y conciencia, ocupara el lugar central en el proceso de la lucha. Así, tomó cuerpo una reelaboración crudamente “objetivista” de la teoría de la revolución[12], que se llegó a presentar vulgarmente como “teoría de las revoluciones socialistas objetivas”, una verdadera contradicción en los términos.
Para colmo, Moreno llega a plantear teóricamente –aunque este paso nunca lo da de manera práctica– que estaba la posibilidad que el trotskismo hubiera sido en la posguerra una “secta”, por no haber sido capaz de ser el “ala izquierda” de los movimientos de liberación nacional o incluso del castro-guevarismo en la lucha democrática o antiimperialista. En textos o cursos desgrabados se esbozan planteos claramente etapistas. Se llega a elevar a “teoría y programa” la tesis de la “revolución democrática” como supuesta “etapa independiente” de la socialista. Esto ocurría aunque fuera contradictorio, y en tiempo real, con la correcta ubicación de la corriente morenista frente a la revolución nicaragüense y centroamericana.
“Pareciera que el hecho de la contrarrevolución capitalista –planteaba Moreno– ha replanteado la necesidad de que tiene que haber una revolución democrática (…). No sé si es correcto o no. Si es correcto, hay que cambiar toda la formulación de las tesis de la Revolución Permanente (…). Si es correcto, cambia toda nuestra estrategia con respecto a los partidos oportunistas, y en buena medida respecto a los partidos burgueses que se oponen al régimen contrarrevolucionario. Como un paso hacia la revolución socialista, nosotros estamos a favor de que venga un régimen burgués totalmente distinto (…) aunque eso provoque una tendencia terrible a ir al frentepopulismo. Porque si de verdad hay una revolución democrática (…) surge la posibilidad de uniones con sectores burgueses y surge la posibilidad de la teoría etapista. Vuelve a plantearse la teoría menchevique y estalinista de las etapas: una revolución democrática que va a durar veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años”.[13]
Es conocido el desastre que produjo este armazón teórico-político equivocado –y mayormente “oral”– de la “revolución democrática” entre la dirección y la militancia del viejo MAS y la LIT en los 80. Porque estos erróneos planteos de Moreno (muerto éste y sin el equilibrio que venía de su experiencia dirigente), dieron lugar a delirios facilistas, confusiones oportunistas y desastres burocráticos de todo tipo y color que terminaron deglutiendo a la corriente morenista en poquísimos años. Esto no son palabras: son hechos. Y, como decía Lenin, los hechos son tozudos.
Sin embargo, hasta hoy los epígonos de Moreno como el PSTU y otros, no han sido capaces de sacar una sola línea de balance claro y honesto acerca de las lecciones de la crisis, que para nosotros, a la luz de la experiencia histórica, han mostrado que en última instancia, sin la clase obrera, no puede haber auténtica revolución socialista ni proceso de transición al socialismo. En estas condiciones, en sus distintas versiones (más oportunistas o más sectarias), han quedado desarmados estratégicamente.
Una visión errada de la transición socialista
Hay un segundo y grave problema: la lectura de las experiencias no capitalistas de la segunda mitad del siglo XX. Aquí hay otro grave anacronismo de los “morenistas” (compartido en este caso con el PO y el PTS), vinculado no sólo a la incapacidad de hacer cualquier balance crítico sino también de aprender y leer la experiencia histórica que ha ocurrido bajo sus ojos. Porque no habrá manera de dejar de ser una secta si no somos capaces de sacar las lecciones dejadas por la experiencia histórica del siglo que pasó. Es también la única manera de presentarnos con un balance intransigente frente a las camadas obreras y estudiantiles que despiertan a la vida política y que comienzan a plantearse el problema del socialismo en el siglo XXI.
Sin embargo, no es esto lo que los “morenistas” tienen en mente. Por ejemplo, el PSTU acaba de anunciar la traducción al portugués de la obra de Moreno La dictadura revolucionaria del proletariado. Lo ridículo del caso es que este texto no ha pasado la prueba de la experiencia histórica, la cual –nobleza obliga– es mucho más clara hoy que 30 años atrás, cuando Moreno lo escribió en polémica con Ernest Mandel (cuya posición, aclaremos, era desastrosa). Entendemos que, fiel a su espíritu, Moreno seguramente hubiera “revisado” y ajustado las previsiones de esta elaboración a la luz de los hechos.[14]
Aquí se da otra paradoja: Moreno siempre reivindicó que junto con Pablo y Hansen fueron “los primeros” en plantear que los países del Este europeo se habían transformado en Estados obreros en virtud de la expropiación de los capitalistas. Esto era considerado como un “gran acierto”. Pero más allá de la presión real puesta por la polémica con los “antidefensistas” (que sostenían una postura totalmente unilateral y equivocada), es cierto que décadas después, sobre todo a comienzos de los 80, Moreno –con la sensibilidad que lo caracterizaba–, comienza a interrogarse acerca de la evolución de estos estados.[15]
No hay que olvidar que durante años estudió a Pierre Naville y que en más de una ocasión señalo que su obra le parecía “valiosa”, al punto de contraponerla parcialmente a las elaboraciones de Mandel. Así lo hace casi textualmente en una de las tesis de su revisión del Programa de Transición (donde habla de la unidad de la economía mundial versus la tesis mandeliana de las “dos economías”) y en las escuelas de cuadros de los 80.[16]
Sin embargo, en puridad, la obra de Naville, El nuevo Leviatán, tiene conclusiones opuestas a las de Moreno en La dictadura…, cuyo problema central es que termina siendo una “racionalización” o justificación histórica de la burocratización de la ex URSS y demás estados donde se expropió el capitalismo. El argumento liminar es el señalamiento de que la brillante obra de Lenin El estado y la revolución, por ser previa a la experiencia de la revolución de 1917, quedaba “desactualizada”. Especialmente en lo que hace a la insistencia de Lenin en que una auténtica dictadura del proletariado, al tiempo que es una dictadura sobre las clases enemigas, debe tender a ser cada vez más una democracia de nuevo tipo: es decir, la más amplia democracia y autodeterminación de los trabajadores, única base posible de la fortaleza del “semi-estado” proletario, junto con la extensión internacional de la revolución.
En el texto citado, Moreno se pasa a la concepción de que el siglo XX habría demostrado que en las condiciones del cerco imperialista, la burocratización seria “inevitable” y que habría toda una etapa intermedia de “fortalecimiento” del Estado como tal, es decir, del estado en tanto que aparato en sí mismo, en vez de la extensión de la democracia obrera y popular.
Sin embargo, la experiencia histórica del siglo XX ha demostrado lo opuesto: lejos de ser “antediluvianas” las enseñanzas del Lenin en El estado y la revolución se han demostrado de una inmensa actualidad. Porque el verdadero fortalecimiento de la dictadura proletaria sólo puede provenir de la ampliación de su base de sustentación social, es decir, de que el poder este realmente apoyado en organismos democráticos de autodeterminación de la clase obrera misma, lo que no excluye la adopción de medidas de “excepción” contra las clases enemigas.
Por oposición, en las condiciones del fortalecimiento de la burocracia y de su actuación sin control ni medida en el manejo de la propiedad estatizada y la dirección de la producción, lo que se afianza es un mecanismo de explotación del trabajo emparentado con el del capitalismo: la ley de la tasa máxima de acumulación de bienes que nunca llegan a manos de los trabajadores sino que van al fortalecimiento de la propia burocracia y que se apoyan en la continuidad del trabajo no pagado a los obreros, una plusvalía en manos del estado.
Moreno pierde de vista esto cuando da el desgraciado argumento de que en la ex URSS supuestamente imperaba la “democracia de los nervios y los músculos”, en frontal oposición a una textual afirmación contraria de Trotsky, que señala que la burocracia basaba su orientación económica en el “sistema del sudor”, es decir, en estrujar los nervios y los músculos de los trabajadores.[17]
Teoría y práctica
El desembarco en Villa Pobladora en 1944; la experiencia de Palabra Obrera en la resistencia peronista; la actividad entre el campesinado cuzqueño en Perú (Convención y Lares); el glorioso PST; la Brigada Simón Bolívar en la revolución nicaragüense; la construcción del viejo MAS; todo ello forma parte de una muy rica y variada trayectoria política y constructiva de Moreno.
Hay una línea de continuidad que une todo esto: el inmenso esfuerzo por hacer al trotskismo parte de la experiencia real de la clase obrera. Moreno impulsó a su corriente a ser parte de un sinnúmero de experiencias de lucha y organización y fue –en la segunda posguerra– una de las corrientes que más experiencia revolucionaria militante práctica adquirió en la lucha de clases.
Mediado por el estalinismo, por el fenómeno del nacionalismo burgués y luego por el castrismo y el guerrillerismo, no era fácil sobreponerse a la marginalidad y hacer del trotskismo una corriente vital y material en la lucha de clases. Moreno, muchas veces, en circunstancias criticas y de ascenso en la lucha de clases, lo consiguió.
Esto se suma a un segundo rasgo de gran importancia: una gran capacidad para hacer política y una “obsesión” constructiva. Lejos de tanto postmodernismo y liquidacionismo en materia de organización leninista (expresada vergonzosamente luego por muchos de los integrantes de la dirección del viejo MAS desmoralizados), Moreno mostró haber sido un gran político y un gran constructor partidario.
Sin embargo, estos logros, adquisiciones y rasgos muy progresivos del “morenismo”, estuvieron lastrados por un déficit que luego se cobró su deuda: cierto “pragmatismo” y/o déficit en el trabajo teórico sistemático.
Aclaremos el punto. Sin duda, no cabe más que reivindicar la actitud abierta con que Moreno enfrentó muchos de los problemas planteados por la lucha de clases. Incluso si su síntesis de la Teoría de la Revolución se reveló a nuestro juicio equivocada, no deja de ser completamente correcta su ubicación de intentar dar cuenta de los fenómenos nuevos de una manera no doctrinaria. Por no hablar de esbozos de elaboración pioneros acerca de la naturaleza de la colonización hispanoamericana, los estudios sobre la estructura económica social del país y el fenómeno del peronismo, que fueron inspiración de los trabajos más sistemáticos en este terreno de un intelectual marxista de enorme talla como Milcíades Peña.
Al mismo tiempo, de alguna manera se revela una cierta falta de trabajo teórico sistemático. Es decir, al abordar y profundizar en el estudio de la obra de Moreno, no deja de llamar la atención el carácter inspirador pero a la vez fragmentario de su elaboración (para no hablar de quienes lo sucedieron, ni “inspiradores” de nada y siquiera “fragmentarios”: sólo un lamentable desierto teórico, salvo honrosas excepciones de las cuales hemos aprendido mucho[18]).
El propio Moreno daba cuenta de esto con el conocido planteo de que su marxismo era un “trotskismo bárbaro”, en condiciones de aislamiento. Esto expresa condiciones reales, objetivas, del trabajo revolucionario en países semicoloniales como el nuestro, que no son del centro imperialista. Pero al mismo tiempo, no puede dejar de subrayarse que no se puede tratar de una barrera absoluta, barrera que no siempre el morenismo supo sobrepasar.
[1] Ver Socialismo o Barbarie N° 17/18, “Notas sobre la teoría de la Revolución Permanente a comienzos del siglo XXI”
[2] Esto es lo que caracteriza la obra de Ernesto González, El Trotskismo Obrero e Internacionalista en la Argentina, sin que deje de tener, en ese marco, riqueza testimonial.
[3] Un reciente artículo de Julio Magri en Prensa Obrera bordea lisa y llanamente la calumnia, lo que además de ser un método detestable, es una manera burocrática y no educativa de abordar las diferencias entre corrientes: tira tierra a los ojos de la militancia en lugar de dar argumentos que sirvan a formar su opinión independiente. Al mismo tiempo, Razón y Revolución acaba de reeditar el libro de Osvaldo Coggiola Historia del trotskismo en Argentina y América Latina, donde, detrás de páginas calumniosas hacia Moreno, lo que queda es una verdadera oda al nacionalismo burgués y al mismo Perón.
[4] Por ejemplo, es conocida la capitulación del POR boliviano –disciplinado por Pablo– al gobierno nacionalista burgués del MNR en oportunidad de la revolución de 1952, uno de los más grandes desastres del trotskismo en la segunda posguerra y que se sigue pagando en Bolivia hasta el dia de hoy. El libro de Coggiola pretende, en este punto, barrer esta verdad histórica bajo la alfombra.
[5] Este último aspecto también vale para el PTS, que muchas veces no logra escapar de una reivindicación puramente doctrinaria de Trotsky.
[6] Quizá el único texto que intenta decir algo es el de Pedro Fuentes: “A 20 años de la muerte de Nahuel Moreno”, aunque “su” Moreno parece demasiado adaptado a las elucubraciones oportunistas del MES sobre el chavismo.
Por otra parte, no sabemos si Valerio Arcary, del PSTU, ha escrito algo para la ocasión. Por lo menos, este autor revela un intento de sistematización y “aggiornamiento” del pensamiento de Moreno (en su libro Las esquinas peligrosas de la historia), aunque de una manera completamente errada que profundiza aún más, si se quiere, el ángulo objetivista de la síntesis morenista.
[7] La caída del Muro de Berlín, la restauración lisa y llana del capitalismo en la ex URSS y demás estados burocráticos, cierre del periodo de revoluciones anticapitalistas que expropiaban a la burguesía; todo esto en el marco de una situación mundial que se iba haciendo cada vez más reaccionaria internacionalmente con el surgimiento del neoliberalismo, cuyos comienzos Moreno no vio.
[8] En una actitud metodológicamente muy valorable, Moreno siempre estaba preocupado por dar una explicación no dogmática a los fenómenos nuevos. Otra cuestión es que esas explicaciones hayan sido satisfactorias.
[9] Daniel Bensaid ha publicado hace no mucho un texto –verdadera “historia oficial” del mandelismo– donde se defiende todo lo actuado por esta corriente, incluso las elucubraciones sobre la “Tercera Guerra Mundial” supuestamente en ciernes a comienzos de la década del 50, y que se usó de justificación para la capitulación del entrismo en el estalinismo.
[10] Hay que recordar también que Mandel apostó irresponsablemente a la estrategia guerrillera en América Latina, llevando a la muerte a decenas de militantes.
[11] Valerio Arcary lleva esto al extremo planteando que cuando “la necesidad obliga” se llevan a cabo revoluciones “necesariamente” socialistas, como habría ocurrido en la posguerra. Para esto se apoya –entre otros– en un texto totalmente mecanicista y determinista como el de G. Plejanov, “El lugar del individuo en la historia”, que presenta una ubicación opuesta casi por el vértice a la de León Trotsky cuando aborda el papel de Lenin en la Revolución Rusa de 1917.
[12] En nuestra “Crítica a la concepción de las revoluciones socialistas objetivas” (SoB 17/18) hemos intentado demostrar que Trotsky hacía valer, a la hora de la definición del carácter social de la revolución, no sólo las tareas que cumplía, sino también quién y cómo las llevaba adelante, lo que creemos es una clave interpretativa crucial para dar cuenta de los alcances y límites de las revoluciones de posguerra.
[13] En Apuntes para una historia del trotskismo (1938/1964), Mercedes Petit, Ediciones El Socialista, enero 2006.
[14] Todo el mundo sabe que cuando se publicó este texto en 1986 se lo hizo con una presentación que prácticamente cuestionaba todo el contenido de esta obra, incluso con elementos debatibles como el reconocimiento de la legalidad de los partidos burgueses en los soviets.
[15] Hay que señalar que Moreno se ubicó bien cuando el levantamiento obrero en Berlín en 1953 y la entrada de los tanques rusos, agresión que Pablo y Mandel, bochornosamente, se negaron a condenar.
[16] En su texto sobre Moreno, Fuentes señala honestamente que: “Moreno también si indagaba si en la ex URSS y los países del Este la burocracia ya no había socavado a un punto cualitativo las conquistas de la expropiación de la burguesía”.
[17] L. Trotsky, La Revolución Traicionada, capítulo IV.
[18] Nos referimos especialmente a Roberto Ramírez y –en su momento– a Aldo Andrés Romero.
Por Roberto Sáenz, Socialismo o Barbarie Nº 98, 09/03/07