Mar - 1 - 2003

El argentinazo en curso permite pasar n limpio las lecciones que se pueden ir sacando de la construcción de movimientos, organismos y partidos al calor del proceso revolucionario. O sea, sobre los problemas de organización en el contexto del mismo.

Sobre este aspecto hemos debatido de manera explícita mucho menos que otros desde nuestra revista, y por esto queremos dejar sentadas –partiendo de la experiencia que venimos recorriendo- algunas hipótesis o conclusiones provisorias sobre la dinámica del proceso político abierto y del desafío no resuelto de que la vanguardia gane a las más amplias masas para sus perspectivas transformadoras.

Esta elaboración inevitablemente tendrá un cierto carácter polémico y hace parte de los artículos de la revista anterior: «Los impulsos del argentinazo» y «Reforma, revolución y socialismo a inicios del siglo XXI»(1).

Para esta reflexión creemos que hay que combinar dos vertientes: los elementos que provienen de la tradición socialista revolucionaria, de la teoría y práctica histórica en materia de organización, junto con los elementos que vienen de la experiencia, de la riqueza y novedad del proceso, así como de sus límites (2).

Las expresiones de organización del argentinazo son de variada entidad y carácter, marcadas por el contenido político y reivindicativo de cada caso. La riqueza del proceso de la vanguardia de masas es inmensa: movimientos de trabajadores desocupados, sus asambleas y expresiones político-reivindicativas; movimientos de fabricas ocupadas y sus tendencias «internas» (reformista y revolucionaria); las asambleas populares; los procesos clasistas a nivel de determinados sindicatos; las distintas expresiones de frente único y/o bloques políticos o político-reivindicativos en una casi permanente redefinición; los distintos movimientos desde el ángulo de su programa y perspectivas políticas. Y, fundamentalmente, a los efectos de este trabajo, los distintos partidos de la izquierda y / o tradiciones políticas en pugna: los neo reformistas (CTA, vista como corriente política), populistas, los que provienen del estalinismo / maoísmo, los autonomistas y los socialistas revolucionarios (de la tradición del trotskismo).

Como decíamos en el número anterior de nuestra revista, todas estas corrientes se confrontan en el proceso del «argentinazo», que constituye uno de los primeros ensayos generales de una revolución en los inicios del siglo XXI. Esto es lo que hace a cierto carácter «universal» de la experiencia que estamos viviendo.

Un proceso global de reorganización

Al calor del proceso del argentinazo está en curso un proceso global de recomposición y reorganización de los trabajadores. Este proceso atañe –necesariamente- a su organización y dirección en su globalidad. Se combinan así dos procesos: la irrupción de nuevas formas de organización conjuntamente con el revolucionamiento de viejas estructuras (el caso de algunos sindicatos) hasta el recambio a nivel de la dirección y/o representación política de los trabajadores y los sectores populares.

Este proceso -en las condiciones concretas de comienzos del siglo XXI, del capitalismo hoy y del proceso revolucionario del argentinazo- es el cuarto en la historia de la clase trabajadora argentina en el que se da una experiencia de recomposición global.

Está determinado por características muy marcadas, con ciertas analogías y al mismo tiempo diferencias específicas en relación a los tres procesos anteriores (tomados en general): el que caracterizó la emergencia de las tradiciones anarquistas y socialistas a principios del siglo XX; la irrupción del peronismo y los sindicatos de masas por rama de la industria en la década del ’40; y la riquísima experiencia de la vanguardia obrera clasista del «Cordobazo» en los ’70. En relación con estas experiencias y, más que nunca, en relación con la dinámica de la lucha de clases mundial actual, es que se debe destacar las características del actual proceso de recomposición global de los trabajadores.

El elemento determinante que queremos destacar desde el comienzo es el carácter globalmente político del mismo. ¿Que queremos decir con esto? Que el componente reivindicativo es fundamental en condiciones de desempleo de masas, hambre y esclavitud laboral, pero lo que termina mandando y caracterizando a todas las expresiones de la reorganización y nueva dirección es precisamente, el carácter necesariamente político y global de este proceso: o sea, la perspectiva estratégica que encarna cada corriente. Creemos que este aspecto emparenta el actual proceso con algunas de las características que marcaron la irrupción de la clase trabajadora como movimiento obrero: donde los aspectos políticos globales y las distintas estrategias en competencia fueron determinantes de las diversas experiencias de organización.

Hasta por el nombre o el desarrollo del proceso que ha dado lugar a los distintas expresiones de los trabajadores y los sectores populares, se puede dar cuenta de las señas de identidad político-estratégicas de cada agrupamiento en los distintos sectores de la clase trabajadora.

Por esto no es casual el tipo de nombres y combinaciones que se dan a nivel del movimiento de trabajadores desocupados, en el que está expresada prácticamente toda la gama de las corrientes de la izquierda. Expresiones como «Federación de Tierras y Vivienda» (CTA), «Barrios de Pie» (ligada a Patria Libre») o «Movimiento Territorial de Liberación» (ligada al PC) evidentemente hacen a cierta concepción territorial de la lucha, que tiene o capta un elemento real del actual proceso, pero interviene o parte de una serie de concepciones equivocadas acerca de la situación y lugar actual de la clase trabajadora, lo que al mismo tiempo tiene determinadas consecuencias estratégicas y en la política de todos los días.

Cuando -por el contrario- el FTC se llama «Frente de Trabajadores Combativos», evidentemente lo que se quiere destacar no es tanto la cuestión territorial (sobre un territorio se agrupan diversas clases y sectores de clase) sino la connotación común de trabajadores como ancla de clase desde donde desarrollar la lucha. Es decir que el FTC se asume concientemente como una organización de la clase trabajadora (independientemente de que esto no sea comprendido aún por todos sus integrantes), lo que hace a una determinada orientación –por lo menos, potencialmente- en el proceso revolucionario en curso.

Este carácter «político» del proceso se hace extensivo así a todas sus formas organizativas. Cuando surgieron las asambleas populares, éstas fueron el reflejo organizativo de la voz «que se vayan todos». Lo mismo que las distintas experiencias de fábricas ocupadas o recuperadas presentan dos proyectos estratégicos distintos y en pugna en relación a qué hacer con las mismas: grosso modo, la perspectiva del «control» o la «gestión obrera» teniendo como norte la expropiación de toda la industria (casos de los mineros de Río Turbio, de Zanon, etc.), o bien la perspectiva opuesta de la «cooperativización» sostenida por el reformista «Movimiento Nacional de fábricas recuperadas», opciones que hacen parte de un universo político evidentemente muy distinto.

¿Cual es la explicación de este carácter político del proceso de la recomposición? Creemos que responde a tres cuestiones: una estrictamente política (valga la redundancia), otra «estructural» y una de carácter más general.

La razón política es que en las condiciones de un proceso revolucionario que cuestiona en los hechos a la Argentina capitalista como tal, toda recomposición de los trabajadores o es revolucionaria o se negará a sí misma, será reabsorbida por el sistema. Esto es: hoy por hoy no hay otra reorganización que valga si no es en la perspectiva de la revolución social.

Esto es muy visible –por ejemplo- en el «doble filo» de reivindicaciones como el plan Trabajar, pero también –aunque de esto se ha hablado mucho menos- en los emprendimientos económicos –incluso exitosos- que cruzan algunas de las experiencias de ocupaciones de fábrica. Estas suponen determinado tipo de presiones -producto del inevitable imperio de la ley del valor sobre una unidad de producción aislada- que pueden tender a reabsorber el carácter revolucionario de estas experiencias (ver el caso de los esquemas de exportación de productos de algunas de estas empresas). Esto, por la vía de una supuesta «gestión económica exitosa» (3).

Al mismo tiempo, la «razón estructural» –lo cual es un dato mundial- es que la separación entre la lucha reivindicativa y la política tiene muchas menos posibilidades materiales que en el pasado. Porque en las condiciones del giro bárbaro y destructor del capitalismo imperialista en su fase de «globalización neoliberal», no hay prácticamente espacio para verdaderas conquistas materiales por fuera de una lucha revolucionaria. Toda pelea se hace –necesariamente- rápidamente política, es decir, global, las formas defensivas de la lucha se deben combinar íntimamente –y subordinadamente- con reivindicaciones ofensivas, es decir, políticas, generales.

Por ultimo, en las condiciones creadas por la crisis de los viejos aparatos estalinistas y socialdemócratas, por la caída de los falsos socialismos del Este, «objetivamente» se ha creado el terreno para que se replanteen todas las estrategias y para que se pueda relanzar la batalla por el socialismo. Un marco que facilita que se vuelva a plantear el debate estratégico. El proceso en curso de recomposición global de los trabajadores en la argentina, necesariamente esta cruzado por esta realidad y por este debate estratégico.

El frente único y los bloques político-reivindicativos

En todo proceso revolucionario se da un proceso de delimitación de clases en lucha. No se trata solamente del enfrentamiento entre la clase trabajadora y la burguesía. Al interior de los explotados y oprimidos conviven diferentes sectores de clase que se expresan en toda su diversidad en el proceso. El argentinazo no es ajeno a esto: expresa las distintas tendencias de clase y sus programas «a cielo abierto», aunque al mismo tiempo hay que saber interpretar qué expresa cada uno de ellos.

Como decíamos, el argentinazo no es la excepción a esta regla, sino su confirmación en toda su rica e intrincada diversidad. De paso es un mentís a aquellos reclamos de unidad en abstracto: la unidad que es dable de buscar y obtener –en carácter más permanente- es la que se hace sobre líneas de clase en común, no cualquier unidad sin principios. Lo que señala que hay que plantarse contra la manía de unidad sin principios (característica de IU y el PC), que sólo puede operar como amalgama que hace perder cualquier perspectiva estratégica

Al nivel de las organizaciones de trabajadores y populares, han surgido los distintos bloques que han tenido, a la vez, diversa evolución:

  1. El bloque «neo reformista» de la CTA-CCC, caracterizado por una perspectiva de «humanización del capitalismo» o a lo sumo «nacionalista revolucionaria», en el caso del PCR.

  2. el bloque «autonomista» (aunque no se encuentra organizado de manera sistemática) que va desde la «Aníbal Verón» (MTD) hasta «Autodeterminación y Libertad», que postula prepararse para una larga convivencia con el sistema, y que en determinados momento entra en acuerdos de frente único, sobre todo con la CTA.

  3. El bloque confuso y«frente populista» de IU, con su estrategia de unidad sin principios o de «amalgama estratégica».

  4. Las corrientes piqueteras «populistas»: MIJD, Barrios de Pie, la CTD «Aníbal Verón» y otras, de corte «antiimperialistas / nacionalistas».

  5. El «Bloque Piquetero Nacional»: surgido como un reagrupamiento clasista y progresivo luego de la ruptura de las Asambleas Nacionales comandadas por la CCC y la FTV, que llegó a agrupar a la porción más grande de la vanguardia. Lamentablemente se encuentra en una grave crisis, producto de que ha ido perdiendo sus perspectivas de clase. Esto está ocurriendo por responsabilidad –principalmente- de sus expresiones aparatistas / burocráticas (Polo Obrero) y de las estrictamente territoriales del MTL. Parte de esta experiencia es el caso del FTC, el ala más consecuentemente clasista del Bloque.

  6. Las expresiones de ocupados clasistas, que no son parte aún de un agrupamiento superior que levante la bandera de la unidad de clase. Se trata de experiencias minoritarias, pero de importancia estratégica: Zanon, Brukman y los encuentros de fábricas ocupadas; la «Tendencia Clasista y Anticapitalista»: los mineros de Río Turbio, Oscar Martínez, la Naranja de la UOCRA, la actual dirección de la Unter, etc. Tendencia de la cual hace parte muy importante el propio FTC, que viene de realizar el 1º Encuentro Nacional (noviembre del 2002) y que en el momento mismo de la salida de esta revista están realizando un acto en la Federación de Box.

Estos bloques se deben caracterizar –entonces- desde el punto de vista de clase y, junto con esto, de sus programas y concepciones. Pero el necesario análisis puntilloso de cada bloque del argentinazo –y de cada giro en su evolución- no es lo que nos interesa acá: lo que nos importa es resaltar como la dinámica de clases de la lucha lleva a reagrupamientos de clase que expresan intereses comunes de los diversos sectores. Digamos que estos agrupamientos son las expresiones más amplias luego de la expresión más general que deben ser los frentes únicos de masas y de vanguardias de masas, que son los organismos de frente único de toda las tendencias: léase las asambleas nacionales, coordinadoras, sindicatos clasistas, etc., por no referirnos a expresiones más amplias de doble poder como han sido históricamente los Soviets en Rusia o los Consejos Obreros en Alemania, los que todavía no hemos visto en el argentinazo.

Estos frentes únicos o bloques políticos -en las condiciones de la diversidad de las fuerzas políticas y políticas / sociales de la izquierda en la Argentina y de la riqueza del proceso de la experiencia de las masas y la vanguardia- son una necesidad. Una necesidad que al mismo tiempo requiere un abordaje desde dos puntos de vista: desde el de empujar en común para que se logren imponer determinados puntos de vista o reivindicaciones comunes al conjunto de los trabajadores, así como que se expresen como bloque de clase alternativo a la vieja burocracia y el neo reformismo; el afirmar -al mismo tiempo– la propia independencia política y la perspectiva de una fusión superior de estas experiencias, desarrollando a fondo el debate estratégico que el proceso plantea.

Desde este punto de vista, estos frentes únicos o bloques son –evidentemente- más amplios que los movimientos político-reivindicativos, y ni que hablar que los partidos, e, insistimos, son una necesidad del proceso en curso, parte de la experiencia mundial que se está desarrollando, donde por ejemplo el movimiento anticapitalista mundial, también expresa el desarrollo de un frente único de diversas tendencias.

Esto no sólo ocurre hoy: en la experiencia histórica de las revolucione, se dieron este tipo de bloques o frentes únicos de partidos, organizaciones de lucha, etc. Por ejemplo, la fallida dirección del levantamiento de Berlín en enero del ’19 era un comité de frente único de cuatro corrientes revolucionarias (4).

León Trotsky, a lo largo de la década del ’30 (ciertamente, en condiciones políticas distintas a las actuales del argentinazo, pero con lecciones políticas universales) insistió en la importancia del frente único, incluso como condición previa a la posible formación de Soviets o Consejos Obreros. O –a lo mínimo, diremos nosotros- como condición previa a la necesidad no resuelta en el argentinazo, de una verdadera Asamblea Nacional o Congreso de ocupados y desocupados. Esto ha sido producto de la responsabilidad de las diversas corrientes: desde la CCC / CTA cuando no convocaron a la 3º Asamblea Nacional a finales del 2001 hasta el PO en la actualidad. Porque luego del acto del 20 de diciembre del 2002 -que dejo planteada la necesidad de convocar a una verdadera asamblea de frente único de todas las tendencias y de todos los sectores de clase- ha venido maniobrando para evitar una convocatoria unitaria.

Contra las posiciones que tienden a socavar el frente único de tendencias (lo ya expresado acerca del PO), o contra los que sectariamente consideran que estos frente únicos son necesariamente de «aparatos» (el caso del PTS), podemos señalar con Trotsky:

«La creación de los Soviets presupone un acuerdo de los diversos partidos y organizaciones de la clase obrera, comenzando desde la fábrica, tanto en lo que se refiere a la necesidad misma de los Soviets como a la hora y los medios de su creación. Esto significa que, si los Soviets representan la forma suprema del frente único en un período revolucionario, su creación debe ser precedida por una política de frente único en el periodo preparatorio» (5).

Porque es un hecho que la experiencia de los Soviets en las revoluciones rusas del ’05 y ’17 –siendo frente únicos de tendencias y al mismo tiempo, más que eso: verdaderos organismos de masas- surgieron «más espontáneamente». Pero esto no niega lo anterior: no hay una «vía regia» para el surgimiento de los mismos: pueden surgir estricta y espontáneamente desde abajo (no es el caso del argentinazo hasta hoy) o como producto de un llamado colectivo «desde arriba», que se transforme en un punto de referencia para la vanguardia y que al calor del proceso revolucionario, tienda a masificarse.

Movimientos, sindicatos y organismos de poder

¿Por qué está tan presente la forma de «movimiento» en el proceso actual, así como en muchas experiencias de lucha a nivel mundial? ¿Esto está mal o está bien?

Partimos de la concepción de que los socialistas revolucionarios no le podemos ni debemos imponer determinada forma de organización a los trabajadores. Por el contrario, nuestra tarea debe ser el desarrollar, generalizar y elevar políticamente lo que surge del terreno real de la experiencia de los trabajadores. En este marco, interpretamos que en el argentinazo conviven varias formas, las que expresan diversos sectores de clase de los trabajadores y –también- de la clase media empobrecida, así como también el determinado nivel al que ha llegado su experiencia política.

La desestructuracion de la clase trabajadora producto de la ofensiva capitalista neoliberal, el que haya un 50 o 60% de la población económicamente activa sin trabajo, sin las elementales formas de reproducción social (educación, la salud, jubilación), hacen a las formas movimientistas que mayoritariamente tiene -hasta hoy- el proceso de reorganización / recomposición de los trabajadores en nuestro país. Casi todos estos procesos han asumido la forma de movimientos: se trata del movimiento de asambleas populares, del movimiento de trabajadores desocupados, del movimiento de fábricas recuperadas, etc.

Al mismo tiempo, la forma de «movimiento», con ser la más generalizada, no es la única presente. No hay que ser esquemáticos ni casarse con una «forma» como han hecho –por ejemplo- algunas corrientes (Ay L), que se enamoraron de las «asambleas populares». Por el contrario, hay que señalar la creciente emergencia de otras expresiones. Porque da toda la impresión que a nivel de los trabajadores con trabajo –que mayoritariamente no han entrado al proceso-, su forma de organización y expresión –a pesar de toda la crisis y vaciamiento – sigue siendo el sindicato.

Esto es, tienden a expresarse -desde el punto de vista organizativo- de una manera más «conservadora» en relación a sus formas de organización: ha sido una regla el que las expresiones clasistas de los ocupados (por ejemplo el Turbio, Zanon, la Unter) han surgido a partir de los sindicatos existentes (mediante la elección de nuevas internas o directivas) y seguramente esto seguirá siendo así. Esto nos plantea –perentoriamente- a los revolucionarios, salirle a disputar a la burocracia sindical estos organismos a los que la clase sigue apelando.

A esta realidad hay que ajustarse so pena de abstracción o de infantil «izquierdismo» en este terreno: el proceso es como es, y debemos partir de él tal cual es, para ayudar a transformarlo.

Pero no se trata sólo de las experiencias más avanzadas. En el contexto de la condición común de millones de trabajadores sometidos a la esclavitud laboral y sin ningún tipo de derechos a la organización sindical (pensamos en muchísimos sectores de la industria, en los supermercados como el «San Cayetano», etc.), se han comenzado a dar experiencias de elección de internas honestas o clasistas: es el caso del Frigorífico Cocarsa (también de la alimenticia Pepsico o la metalúrgica Enfer), debiéndose hacer esto contra la patronal que no quería saber nada con que los trabajadores tuvieran delegados.

Por su parte, cuando hablamos de la perspectiva de organismos de «doble poder», debemos decir que hasta ahora -de todas las expresiones organizativas que estamos hablando- ninguna ha llegado a ese nivel. Existe un rico y variado proceso de organización y autoorganización independiente, pero es muy difícil predecir qué forma adquirirá el desarrollo de verdaderos organismos de masas que se plantean efectivamente como organismos de poder dual, en la eventualidad de un salto en la polarización y en la radicalización del proceso revolucionario.

Movimientos y partido

Los partidos se establecen sobre una base distinta a los movimientos: su principio es la adhesión a determinadas ideas, a un programa y no reivindicativa. Nadie va a un partido buscando obtener a cambio de ello algo material.

Los partidos son absolutamente necesarios precisamente por esta ubicación. Están menos sometidos a la presión de las necesidades materiales, lo que hace que –en principio- puedan mantener la brújula estratégica de una manera mucho más clara. Claro que hay partidos y partidos.

Pero lo que nos interesa dejar sentado acá es que, a diferencia de los bloques políticos, los movimientos y la forma sindicato, la pertenencia al partido se hace sobre la base de una compresión directamente política, esto es, no sobre las necesidades de la lucha o reivindicativas.

Al mismo tiempo, es un hecho que muchos movimientos son expresión de frente único de diversas tendencias políticas, o están articulados con partidos que tienen mucho más precisa su definición política.

Esto supone también un debate: corrientes como la «Aníbal Verón» y otras plantean que «están en contra de la construcción de partido y que son independientes de todo partido». Sin embargo nos parece que esta afirmación de esta corriente –además de equivocada y falsa- es demagógica: porque al estar agrupados detrás de un programa de acción política (y no sólo reivindicativa), al sostener una determinada concepción general y no aceptar dentro de la Verón ninguna otra corriente de pensamiento que no sea la suya, al ser -en este sentido- muy distinta, por ejemplo, a los sindicatos tradicionales que agrupan a trabajadores de muy distintas concepciones ideológicas y políticas, de hecho son un «partido», aunque no se llamen así y aunque adquieran otra forma.

Al mismo tiempo, es un hecho que en el proceso del argentinazo la construcción de los partidos como tal ha ido –en todos los casos- muy por detrás de la construcción de las distintas experiencias de la autoorganización y de los distintos movimientos. Mientras que el multiplicador de los movimientos ha sido «geométrico», el de los partidos, a lo sumo, ha sido «aritmético». Esto es, los movimientos de lucha agrupan a decenas de miles de compañeros, cuando a lo sumo los partidos de la izquierda agrupan a unos miles.

Esto es así, pero es una debilidad del proceso y no una virtud de él, como se puede leer desde las visiones populistas, autonomistas o seniles / posmodernas.

El desarrollo más débil de los partidos tiene que ver con el limitado grado de radicalización en el terreno político de la vanguardia de masas del argentinazo, y ni hablar de las masas. El proceso ha ido de la acción a la organización para la lucha, pero no ha llegado aún –insistimos, dado el bajo grado de polarización política- al agrupamiento sobre bases estrictamente políticas.

Producto de esta realidad, la experiencia de la vanguardia de masas, en el terreno directamente político, es aún muy limitada: esto es, muy pocos compañeros distinguen las diversas diferencias entre las diversas corrientes o tendencias políticas. Esto no necesariamente va a seguir siendo así: dependerá de la evolución concreta del proceso de la lucha de clases en el país, de la posibilidad de que la vanguardia de masas del argentinazo pueda procesar su experiencia hasta el final. De que las masas ingresen de manera sistemática y persistente al proceso revolucionario.

Si el proceso se estabiliza o es derrotado, evidentemente esta evolución se verá obstaculizada. Pero si el proceso pega un salto, se polariza y por ende, se politiza, es prácticamente inevitable la politización, el crecimiento de las corrientes políticas y luego una delimitación interna entre ellas. Todo proceso revolucionario tiene esta mecánica y el argentinazo no puede ser ajena a ella en la medida que profundice su curso. El «déficit de partido» refleja el déficit de politización que aún tiene el proceso: es una extrema debilidad del proceso revolucionario y no una virtud. Y sobre este déficit hay que trabajar de manera redoblada en el próximo período. Ayudar a este trabajo es –en definitiva- el principal objetivo de este artículo.

La importancia decisiva de la forma «partido»

¿Qué es un partido? ¿Qué es lo que constituye su especificidad y su necesidad?

En las circunstancias actuales creemos necesario «volver a Lenin». Porque la especificidad y necesidad del partido remite a la dimensión estricta de lo político, de la globalidad, de la totalidad. Como ya hemos escrito, «el activista social llega al movimiento por necesidad, su principio es reivindicativo. Por el contrario, el militante llega al partido por sus ideas: su principio es político».

Esto es lo que nos conecta con lo más profundo y correcto que había en la concepción de partido de Lenin: la especificidad del plano político. La necesidad de la «forma partido» para intervenir en este campo que es síntesis de las múltiples determinaciones de la lucha de clases. Siguiendo a Daniel Bensaid, podemos decir: «Lenin se opone (…) a esta reducción de lo político en lo social (…) comprende que las contradicciones económicas y sociales no se expresan directamente, sino bajo una forma específica,,deformada y transformada, la política(…) Lo que está en juego (…) es la delimitación del partido frente a la clase. Es, precisamente, la forma partido la que permite intervenir sobre el campo político (…) no sufrir pasivamente los flujos y reflujos de la lucha de clases (…) a partir de esta distinción tórnase posible pensar la relación del uno con el otro, «la representación de lo social en la política (…) El hecho {es} que el partido, por más delimitado que sea, vive en un intercambio y diálogo permanente con las experiencias de la clase (…) Sin embargo, lo que permanece es que el partido no es una forma entre otras (…) sino la forma específica bajo la cual la lucha de clases se inscribe en el campo político» (7).

En el mismo sentido general, John Rees –en el marco del debate actual sobre «partido revolucionario» o «partido socialista amplio» que se está desarrollando en Europa occidental- señala: «La irrupción de la radicalización en el movimiento anticapitalista y en los sindicatos ha provocado un importante debate a lo largo de la izquierda internacionalmente (…): ¿Qué clase de partido construir? Debe ser un amplio partido socialista o una organización revolucionaria? {algunos dicen que} La distinción entre reforma y revolución ha devenido redundante (…) Pero una genuina unidad en la acción depende de la separación en materia de principios tales como reforma y revolución. No podemos determinar de manera precisa aquellas cuestiones inmediatas en las cuales nos podamos unir, salvo que de manera precisa y organizativamente, nos mantengamos separados en materia de principios (…) Si los más avanzados políticamente y los menos conscientes coexisten en la misma organización, la confusión teórica y parálisis práctica es el resultado (8).

Cuando en medio del argentinazo, desde los movimientos sociales se tiene desconfianza en los partidos o se los rechaza, no se trata esto –en lo esencial- de un problema «organizativo». Se trata de un profundo problema político: la renuncia desde el vamos a una perspectiva de fondo, global. Porque se pierde de vista que el partido es un elemento de continuidad de las fluctuaciones de la conciencia colectiva, organizador de diversos tiempos, que se maneja por un pensamiento estratégico que sobrepasa el horizonte inmediato de la táctica política, el paso del día a día, rigurosamente «sin principios».

Esto es muy claro –por ejemplo- en la agrupación Anibal Verón: su negativa al partido es la expresión de su negativa a una posición global, total. Ridículamente, reivindican un pensamiento «particular», fragmentario, no universal (9).

Cuando Lenin decía que «la política es economía concentrada» se estaba refiriendo a esto: a la dimensión especifica y total de la política, que estos movimientos pretenden desconocer. Desconocimiento que los coloca objetivamente en una posición simplemente de resistencia, de convivencia con el sistema, o a lo sumo utópica reaccionaria de creación de una sociedad o una economía paralela, «alternativa» a la existente.

Esto hace, a la vez, a un curso político-estratégico frente a los movimientos: estos están «atados» y «anclados» al elemento reivindicativo que los caracteriza: sea la pelea contra el hambre, sea el caso de la ocupación de fábrica. La presión es enorme. Frente a estas presiones no cabe ni el «movimientismo revolucionario», ni el «sindicalismo revolucionario», porque ambas son expresiones revolucionarias pero de un ángulo o un punto de vista parcial: porque en el argentinazo lo verdaderamente político revolucionario es la elevación de la clase trabajadora a ofrecer una solución al conjunto de los problemas de la sociedad, es la elevación de la clase trabajadora unificada a hacer universal y colectivo su punto de vista de clase.

Y para esta perspectiva, el partido socialista revolucionario es absolutamente imprescindible: porque los problemas del argentinazo no se resuelven con planes Trabajar ni simplemente –en el extremo más progresivo de las conquistas- con ocupaciones de fabricas: se resuelven con la revolución social, global, total, con la revolución política y social.

Y esto es lo que hace vigente y actual el ángulo central de la concepción de partido de Lenin. Insistimos. Porque generalmente se confunde y se cree que este ángulo central se refería a cuestiones organizativas particulares de Rusia de principios de siglo XX. Pero esto no es así: se trataba de un profundo problema político: la batalla contra lo que se llamó «el economicismo»(10), batalla de enorme valor hoy contra las presiones de reabsorción de nuestras experiencias y conquistas. Esto es, la tendencia a reducir las reivindicaciones de los trabajadores al nivel de sus demandas inmediatas contra la explotación y no a elevarlos a la perspectiva de pelear por todo: por otra sociedad tomando en sus manos las demandas de todos los sectores explotados y oprimidos.

Insistimos. Estamos frente al peligro de que cada movimiento termine peleando de manera corporativa al no lograr elevarse al plano general: los movimientos desocupados por los planes Trabajar, las asambleas populares por el que se vayan todos, las fábricas ocupadas por el control obrero. Y así de seguido. No y mil veces no: la confluencia de los movimientos de lucha alrededor de la clase trabajadora unificada, debe hacerse en la perspectiva de pelear por una salida global, por la respuesta al problema de todos, por una respuesta en el fondo no reivindicativa, no economicista, sino eminentemente política y social: la revolución socialista. Y para esto, el partido revolucionario es imprescindible. Porque es la síntesis de esta perspectiva histórica.

El argentinazo y los «partidos / movimientos»

Al mismo tiempo, en el terreno de la construcción de los partidos existe una «vuelta de tuerca» en relación a la reflexión que venimos haciendo: el desarrollo de una serie de instancias transicionales de construcción hacia tal partido revolucionario.

Es el caso de varios de los partidos de la izquierda, explícita o implícitamente, por escrito o en los hechos, que son -en cierta manera- combinación de dos formas de organización, de dos principios distintos: «partidos» y «movimiento». Es el caso del PO / Polo Obrero, del MST / MST, de Patria Libre / Barrios de Pie, del PC / MTL, del PCR / CCC, etc.

Teniendo en cuenta esta experiencia (y habiendo arrancado de más atrás), en nuestro caso ex profeso votamos la construcción del MAS –en el actual período- como «partido / movimiento». Esto, en principio podría parecer una «herejía» en relación al pensamiento de Lenin. No lo creemos así: es una adecuación de la construcción del partido a las circunstancias y características concretas del proceso revolucionario, manteniendo –al mismo tiempo- una ubicación de «principios». Porque en esta construcción –efectivamente– se combinan dos principios que son distintos, y que hay que mantener diferenciados, haciendo hincapié en uno y otro en determinados momentos de la construcción.

El «partido / movimiento», en nuestra concepción, está expresamente pensado como la construcción de organizaciones que no se mezclan, que son distintas, que deben mantener su distinción para que el partido revolucionario pueda cumplir su insustituible papel, sólo que al mismo tiempo las concebimos –y están- estrechamente combinadas. Porque producto del proceso objetivo –como ya señalamos- el aflujo al partido ha sido sólo aritmético, y a los movimientos político-reivindicativos ha sido geométrico. Y entonces se ha planteado el interrogante: cómo multiplicar la fuerza organizativa de las corrientes revolucionarias, cómo multiplicar su influencia política. Y –en nuestro caso- cómo hacer esto de una manera sana, democrática, con criterios socialistas.

Esto ha recibido –insistimos- distintas respuestas desde el campo de la izquierda, expresando determinado tipo de «modelos».

Tomando las experiencias concretas de construcción en el contexto del argentinazo, tenemos –en el terreno de la tradición socialista revolucionaria- el caso del PO, en cierta manera todo un «modelo» de «partido / movimiento», aunque los compañeros acusen a todo el resto del mundo de «movimientistas». Su experiencia está cruzada por un tremendo problema: es lisa y llanamente, toda una escuela de «aparatismo burocrático». Esto es, aunque la práctica de su partido –por abajo- es estrictamente e unilateralmente «piquetera», despolitizada, se lo «totaliza» -por arriba- mediante una orientación política global que sólo puede venir –en el caso de esta construcción»- totalmente «impostada», completamente «desde afuera» de la experiencia de la base.

Veamos otras experiencias. En el caso de «Barrios de Pie» y «Patria Libre» –parte de la tradición populista-, es un caso opuesto: los compañeros «teorizan» un total «movimientismo»: la lisa y llana disolución del partido en el movimiento. Esto es funcional a un programa que explícitamente no es de clase, y mucho menos revolucionario socialista, sino nacionalista «consecuente».

El caso del PC con el MTL es el caso –digamos- de una construcción «dualista»: bajo el eufemismo de la «autonomía» de los movimientos sociales, es la reproducción de la vieja división del trabajo entre lo «sindical» y lo «político»: el movimiento lucha… y el partido hace política frente populista.

Claro que –en el otro extremo- tenemos las corrientes que prácticamente no tienen ningún «frente de masas» en su construcción: es el caso del PTS (parte de nuestra misma tradición, socialista revolucionaria), que lo hace en nombre del desastre de «teorizar» el desconocimiento a la obligatoria intervención en los movimientos de trabajadores tal cual son, so pena de dejarle esos movimientos a las corrientes reformistas.

En el caso de la experiencia que –con todo tipo de dificultades y peligros- estamos transitando (junto con otras corrientes), de las relaciones entre el MAS, el FTC y la tendencia, éstas son –efectivamente- organizaciones o expresiones organizativas distintas marcadas por principios distintos, aunque al mismo tiempo están en estrecha relación. Insistimos. No podrían –ni es nuestra orientación- fusionarse totalmente so pena de sectarizar el movimiento o la tendencia, o disolver el partido.

Pero al mismo tiempo, su cada vez más profunda interrelación, puede tender a configurar un «circulo virtuoso»: para el partido, porque lo saca de su marginalidad, le da un movimiento de masas en el que actuar y con el que actuar; para el «movimiento», porque le ayuda a contrapesar sus tendencias «reivindicativo / economicistas» y a proyectarse como algo más que un simple movimiento reivindicativo: como movimiento político revolucionario.

Esto experiencia entonces es una pelea a dar –porque significa presiones de todo tipo- y de alguna manera es un aporte al proceso. Experiencia que –insistimos- no niega a Lenin, sino que por el contrario lo afirma en todo su valor, en lo que de más profundo tenía en este terreno. El siempre pensó al partido estrechamente interrelacionado con las cooperativas, los sindicatos, los diversos organismos de masas. Porque contra el sectarismo de su partido que en 1905 –por ejemplo- planteaba «soviet o partido», él decía «soviet y partido». Pero al mismo tiempo, combinación no quería decir confusión de principios: el partido era el ámbito especifico de lo global, de la transformación de la «lucha sindicalista en lucha política socialdemócrata».

En este marco, en la experiencia del argentinazo parecen «necesarias» –hacia un gran partido revolucionario- toda una serie de interrelaciones «transicionales»: los «movimientos», los «movimientos / partido», los «partidos /movimientos» y los «partidos / partidos» (11). En estas condiciones, vemos la necesidad de fortalecer hoy, en el actual periodo, al calor del proceso y evitando todo sectarismo, la construcción del «partido / partido» como parte de este rico y estratégico proceso de reorganización global de los trabajadores. Porque de la construcción de tal partido (tomado en sentido general), dependerá -en última instancia- la suerte del proceso revolucionario en curso. Esto, en el caso del argentinazo, no es un «clisé»: es la evidencia que surge de las estrategias en competencia y de la necesidad de la formación de una nueva dirección política revolucionaria para los trabajadores en el próximo período.

Notas

  1. Revista «Socialismo o barbarie» Nº13.

  2. Ver en «Socialismo o barbarie» Nº4 los artículos «Actualidad de los problemas de organización» y «Tradiciones, espontaneidad, experiencia y conciencia».

  3. En nuestra revista hemos tratado menos el tema de las fábricas recuperadas y puestas a trabajar por sus trabajadores. Evidentemente se trata de una experiencia riquísima, pero que requiere un análisis concreto que no estamos en condiciones de realizar aquí y queda pendiente como desafío de elaboración.

  4. «La revolución perdida. Alemania de 1918 a 1923». Chris Harman, Londres, Bookmarks.

  5. León Trotsky. «Por el frente único a los Soviets como órgano supremo del frente único», pag.81. En «Alemania, la revolución y el fascismo», Juan Pablos Editor, 1973.

  6. Idem 2.

  7. Daniel Bensaid. «Lenin o la política del tiempo partido», pag.179 y 180. En «Marxismo, modernidad y utopía». Editorial Xama, San Pablo, 2000).

  8. John Rees, «The broad party, the revolutionary party y el frente unico». International Socialism 97.

  9. «El rebelde social de Marcos no piensa en términos de globalidad sino de singularidad. Una estrategia de pensamiento que afirma sus capacidades a partir de una puesta entre paréntesis de la globalidad». «Hipótesis 891». «Mas allá de los piquetes», pagina 133. MTD de Solano y Colectivo situaciones.

  10. «Economicista» se llamó en Rusia a principios del Siglo XX a una de las corrientes de la socialdemocracia que reivindicaba que sólo se debía pelear por los intereses inmediatos y estrechos de los trabajadores (salarios, condiciones de trabajo, etc.) y se negaba a que la clase obrera levantara demandas políticas generales, como la lucha por el derrocamiento del Zar, por la Asamblea constituyente y la democracia política, etc.

  11. Con respecto a la experiencia de construcción que estamos transitando, nada más lejos de nosotros que pretender hacer de ella un modelo ni de transformar «necesidad en virtud». Tampoco de perder de vista el carácter especifico y acotado a condiciones de tiempo y lugar de las cuestiones de organización, que siempre deben abordarse de manera flexible y adecuada a las circunstancias.

 

Por Roberto Sáenz, Revista SoB n° 14, marzo 2003

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