Sep - 1 - 2003

Después del Argentinazo del 2001 se produjo un hecho de enorme importancia para la vida presente y futura de los trabajadores: con la quiebra de la Argentina capitalista se extendieron un conjunto de empresas administradas por sus trabajadores. En su conjunto representan una serie de experiencias riquísimas, contradictorias y desiguales en sus perspectivas políticas y sociales, pero su análisis resulta obligatorio para la comprensión del proceso abierto en diciembre de 2001.

En los medios de comunicación y, más minoritariamente, en las ciencias sociales y en los ámbitos de la militancia se habla cotidianamente de las «empresas recuperadas». Aun reconociendo que las fábricas bajo gestión obrera presentan rasgos específicos, es nuestra convicción que lo central de estos rasgos solamente puede ser comprendido en todas sus implicaciones a partir de una visión totalizadora.

Los procesos de administración obrera de empresas son el más reciente tramo del proceso de recomposición que la clase trabajadora argentina viene transitando hace años (y cuya otra vertiente destacada está constituida por los movimientos de trabajadores desocupados). Cada una de estas experiencias no puede ser vista haciendo eje en sus peculiaridades sino, por el contrario, en aquello que las relaciona con otras experiencias de los trabajadores. Esto quiere decir que los trabajadores que ocupan fábricas no tienen que pensar y actuar únicamente en función de su supervivencia. Menos aún dejarse convencer por la ideología dominante de que son una especie de «pequeños empresarios» y que deben concentrar sus esfuerzos en encontrar su «nicho de mercado». También tenemos que hacer a un lado la fantasía utópica de hacer la apología de los «obreros sin patrón», ya que éstos no podrán sobrevivir a largo plazo sin un cambio social global.

A pesar que las fábricas ocupadas tienen, necesariamente, que enfrentar su supervivencia material, el eje de su actividad debe pasar por relacionarse con la mayor cantidad de trabajadores posible, sobre todo con otros que estén en procesos similares o, más aún, que se encuentren en otro tipo de experiencia (por ejemplo los movimientos de desocupados o segmentos de trabajadores ocupados en estructuras). Sólo de esta manera estas experiencias podrán ser de provecho para el proceso de recomposición más general.

Tomada más de conjunto, la recomposición tuvo como marco general dos elementos.

El primero es un contexto de agotamiento de la organización tradicional del movimiento obrero argentino (aunque el sentido general de las transformaciones operadas tiene origen y alcances internacionales). Hay que anotar la contradicción manifiesta de que este agotamiento coexiste al mismo tiempo con la supervivencia de la burocracia sindical, que sin embargo ha atravesado una serie de mutaciones en la que se equilibran su papel de mediadora de los trabajadores frente al capital y su estado (esto es, su papel de burocracia obrera más tradicional) con la conversión directa en empresarios de sus cuadros de élite. Visto desde las bases obreras, la posibilidad de que una parte de la clase empezara a transitar nuevas formas de organización tuvo su origen en la derrota de la vanguardia obrera de los años 80 a manos del menemismo. De la combinación de esa derrota con una larga serie de procesos defensivos pero novedosos por su forma de lucha desde mediados de los 90, surge un proceso de experiencias de lucha, riquísimo en su variedad, que marca los tiempos de una recomposición de la clase trabajadora. Esta muestra desarrollos desiguales y contradictorios, como todo proceso vivo, cuyos ritmos están tensados por la combinación del contexto superexplotador de los 90, el carácter defensivo de los reclamos que coexiste con los métodos ofensivos de pelea y la aparición de una vanguardia de masas en los sectores que no son trabajadores ocupados plenos sino en los desocupados y en los trabajadores que ocupan su fuente de trabajo para evitar el desempleo. En resumen, la recomposición de la clase trabajadora se da marcada por el arrastre de una crisis global de la Argentina, con una gran destrucción de fuerzas productivas y que, pese al gran avance que significa la aparición de una vanguardia masiva, aún no logra generar una alternativa creíble para las grandes masas.

El segundo es la ilegitimidad que ha traído consigo el desarrollo de las políticas neoliberales que llevaron a una crisis generalizada de las representaciones políticas y sociales. El punto de inflexión de ello estuvo marcado por la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre: el Argentinazo. Si bien se habían dado con anterioridad a esta fecha una serie de procesos de administración de fábricas por sus propios trabajadores, después de la caída de De la Rúa este proceso pega un salto impresionante. La ilegitimidad de los poderes públicos, que habían descargado el peso de la crisis sobre los trabajadores mediante ajustes permanentes, pasa a tener su correlato en los sectores de empresas que estaban cerca de cerrar (estuvieran o no en proceso de quiebra). El patrón que vaciaba la empresa se volvió tan ilegítimo como los gobernantes.

Sin embargo, los trabajadores que están administrando estas empresas no se las arrebataron a la patronal. Ésta, en la enorme mayoría de los casos, se había retirado previamente. La reacción de los trabajadores fue hacerse fuertes en su lugar de trabajo, resistir el desalojo y, posteriormente y con infinidad de obstáculos políticos y jurídicos, poner en marcha la producción. Como resultado de esto, existen hoy más de 100 empresas, que al ser abandonadas por sus dueños, se hallan en manos de sus trabajadores, en diversas modalidades de gestión. La mayor parte de ellas en forma cooperativa (Ghelco, Chilavert, Clínica Junín, Lavalán y otras) a las que se suman dos experiencias distintas, Brukman y Zanón, reivindicando una forma sui generis de control obrero.

Las dos vertientes notorias de este proceso de recomposición, los movimientos de desocupados y las fábricas recuperadas, son, a pesar de su importancia, insuficientes para que el proceso de recomposición pegue otro salto. Para que ello ocurra es de vital importancia de la entrada de conjunto de los trabajadores ocupados en las grandes estructuras.

Límites y potencialidades

Un elemento a considerar que este proceso de cuestionamiento de hecho a la propiedad capitalista se da en el contexto de una desocupación de masas, situación antes desconocida para la sociedad argentina y que ha modificado los parámetros y escalas de valores colectivas.

Inicialmente, cuando la política económico-social del menemismo lanzó a amplios contingentes de trabajadores al desempleo, la gran mayoría de éstos aceptó paliativos como indemnizaciones o retiros voluntarios, con la impresión de que su situación de desempleado sería temporal o que con el dinero dado por su ex-empleador (estatal o privado) podría salir adelante.

La experiencia social acumulada por miles y miles de trabajadores llevó a una comprobación contraria. Los ex-asalariados se encontraron con la dura realidad de la supervivencia mediante el cuentrapropismo y de la flexibilización laboral. Sin embargo, la gran mayoría de las víctimas del genocidio social de la década de los 90 pasaron a formar parte de los desempleados estructurales que sobreviven mediante «changas» o planes sociales.

La existencia de un enorme océano de desocupados ha sido uno de los factores que más ha influido en la extensión de las fábricas ocupadas y gestionadas por sus trabajadores. La conservación de la fuente de trabajo permite eludir la muerte social del desempleo. Las fábricas recuperadas aparecen como un límite al proceso destructivo de los 90. Un aspecto de estos procesos expresa el agotamiento de las contrarreformas privatizadoras de los 90.

Otra de sus características, que es imposible de dejar de lado, es el hecho de que ninguno de estos procesos se da en estructuras productivas importantes. Esto sucede tanto en las empresas en que los trabajadores están claramente dentro de la vanguardia del Argentinazo como, de un modo distinto, allí donde los trabajadores se han organizado en forma más orientada a la supervivencia. De estos rasgos resulta una combinación de elementos conservadores y revolucionarios que coexisten a su interior.

Lo conservador podemos localizarlo en la presión de la necesidad, que potenció la ocupación y determina que estos procesos se encuadren predominantemente en los límites de la supervivencia. Elegimos la palabra «conservador» no en su sentido usual, sino para remarcar la combinación de un factor objetivo que motoriza el proceso con una ausencia de avances sustantivos en la conciencia de clase. Las acciones llevadas adelante por este sector de trabajadores están por delante de su conciencia política global. A todo esto se agrega, condicionando objetivamente estos procesos, la presión de fuerzas políticas y sociales burguesas que buscan encorsetar estas experiencias en el camino de la supervivencia, impidiendo que desarrollen todas sus potencialidades. Una especie de reformismo o de clientelismo de la barbarie capitalista.

Lo revolucionario que tienen estos procesos se relaciona con la puesta en cuestión de la propiedad de los patrones. De allí, resalta en proyección que los empresarios no resultan imprescindibles para la producción, que el discurso dominante sobre que el capital y el trabajo son factores de la producción que se necesitan mutuamente es una falsedad y que, para la reproducción de la vida social, el único elemento que no puede estar ausente son los trabajadores.

La contradicción principal que enfrenta el proceso de fábricas recuperadas en los marcos del Argentinazo está pautada por esta dialéctica entre los aspectos conservadores y revolucionarios. Depende del progreso de estas experiencias que puedan proyectar su subjetividad hacia una posición de clase anticapitalista.

Conviene explicitar los otros elementos que intervienen en este proceso, además de la crisis y del cuestionamiento de la autoridad del capitalista individual, que son el estado y el mercado. Estas dos estructuras forman la principal vía de reabsorción burguesa de estos procesos, aunque también es verdad que el papel de cada uno es distinto.

Fábricas ocupadas y mercado

Una gran parte de estas experiencias forma parte del llamado «Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas», conducido por la Iglesia, el peronismo y, en menor medida, el neoreformismo, y cuyas figuras públicas son Caro y Abelli. Las fábricas que se enrolan en este movimiento han adoptado la forma de cooperativa, que supone la adhesión voluntaria y la gestión autónoma de la producción por parte de los trabajadores a partir de un fondo común. La adopción de la cooperativa plantea que, en cierta medida, las formas de trabajo pasan a estar regidas por un sistema más igualitario (tanto en la gestión como en la distribución de productos y utilidades) y que significa un claro progreso comparado con las condiciones que impone tanto la crisis socio-económica como el régimen laboral existente. Sin embargo, la coexistencia de las formas cooperativas con el mercado capitalista hace aparecer un brutal contrapeso que se ejerce en contra de la gestión directa de los trabajadores, que puede llevar a que esas ventajas se esfumen.

Nada de esto está contemplado en el programa del MNER, que levanta las formas cooperativas «en el aire» y la «autogestión» como un fin en sí mismo, desconectada de cualquier planteo de cambio social global. Todo un sector de los movimientos de desocupados (los MTD de la Verón y el MTL) reivindica posiciones similares. Algunos sectores intelectuales ligados a estas experiencias reivindican crear un «subsistema» interno a la economía capitalista y, a la vez, alternativo a ella. Más allá de la verborragia radicalizada de este tipo de planteos, en ningún momento sus promotores dejan de ajustarse o someterse a los efectos de conjunto de la economía capitalista. Estos planteos le están diciendo implícitamente a los trabajadores que el mismo proceso que ellos llevan adelante es la personificación del cambio social. Dicho en criollo: «no necesitan de ninguna revolución porque esto que ustedes hacen es ya una revolución». En cierta forma, no toman a éstos trabajadores en tanto trabajadores sino que los toman como si fueran pequeños empresarios. Para los planteos «autogestionarios» o «autonomistas», la ley del valor, la presión de la competencia y el mercado capitalista no presentan ningún inconveniente insuperable. O en todo caso, sería algo subsanable a partir de que los trabajadores de estas empresas se maten trabajando, llegando casi a eliminar el salario. Lo que en términos marxistas se denomina autoexplotación.

Es decir, el planteo autogestionario (lo mismo que el autonomista) omite una parte importantísima de la verdad: la soberanía que los trabajadores adquieren al no trabajar para un patrón es expropiada por la potencia abstracta y cosificadora de las leyes del intercambio de mercaderías, propio de las condiciones sociales capitalistas. El imperio de la ley del valor se manifiesta en términos tan concretos como la obtención de materias primas, la determinación del precio de la mercadería producida por el colectivo de trabajadores o la colocación comercial de lo producido. Todo esto se rige por determinaciones sociales objetivas que exceden los marcos de las relaciones de producción en la empresa recuperada.

Mediante la presión que introduce la competencia, las modalidades del trabajo se ven obligadas a modificarse, en primer lugar a través del seguro aumento de la autoexplotación para poder competir con empresas que disponen de un margen de capital y una capacidad de producción de los que las empresas administradas por sus trabajadores carecen. Esto, por supuesto, se refleja no sólo en los aspectos económicos sino también en los tecnológicos y, casi seguramente, en la propia organización interna de los trabajadores para producir. Aun partiendo de una forma igualitaria y democrática de trabajo, la presión competitiva lleva a implementar distinciones jerárquicas en el seno de la empresa.

Los planteos del MNER se basan en dos experiencias: la fábrica de aluminio IMPA y el frigorífico Yaguané. Éste último es la empresa cooperativa «estrella» y es, de hecho, uno de los frigoríficos más grandes de Sudamérica. El Yaguané emplea a 450 trabajadores y hace poco obtuvo la cuota Hilton (que le permite exportar en condiciones ventajosas), por lo que oficia como «efecto demostración» de la viabilidad de la orientación burguesa que el MNER da a las cooperativas. Pero nada de esto deja de ser precario. Pese a que el Yaguané hasta ahora parece poder soportar la competencia (cosa que es mucho más difícil para la enorme mayoría de las cooperativas del MNER, que apenas pasan los 20 trabajadores y carecen de infraestructura técnica), su transformación en cooperativa administrada por sus trabajadores fue un buen negocio parasu ex patrón Samid, que transfirió una deuda millonaria a los trabajadores.

Una forma aún peor de resolución es la experiencia de la fábrica de tractores ex-Zanello en Córdoba (hoy Pauny), en la que los trabajadores no sólo se hicieron cargo de las deudas empresarias sino que se armó una sociedad anónima en la que los trabajadores son socios junto a un nuevo concesionario y el personal jerárquico. Es decir, ni siquiera es una cooperativa.

El estado y las fábricas recuperadas

A la presión del mercado y la ley del valor tenemos que agregarle que es el estado capitalista el encargado de encuadrar social y jurídicamente a las fábricas recuperadas.

En relación a esto, es vital la experiencia y la actitud subjetiva que puedan procesar los trabajadores de esas experiencias. Porque depende de la orientación que adopten el que la recuperación y administración de fábricas no se convierta en el prólogo a un retorno de los patrones o a una reprivatización. A largo plazo, el estado burgués busca darle a estas experiencias un marco cuyo resultado más probable sea el fracaso, instalando así en la conciencia de los trabajadores de estas fábricas y de toda la sociedad la idea de que el patrón es irremplazable, que el capitalista cumple una «función social». A mediano plazo, claro está, la política del estado se encuentra orientada a la «contención social», de un modo similar a lo que hace con los planes sociales.

Un desenlace contrario a los trabajadores está totalmente presente en las experiencias conducidas por el MNER. El programa de esta organización se limita a plantear la reforma de la ley de quiebras y la creación de un fondo fiduciario. A partir de que se declara la quiebra, los trabajadores acceden al manejo de la empresa por dos años. Ésta, sin embargo, está bajo la tutela del juez y del síndico de la quiebra por ese lapso. Vencido ese plazo, la patronal podría retomar el control de la planta. En los términos de este marco legal, la única opción alternativa sería que los trabajadores comprasen la planta. Esto coloca a los trabajadores en una disyuntiva siempre desventajosa: o se resignan a perder la empresa a manos de su antiguo patrón o de cualquier otro, o entran en la lógica sin salida de la autoexplotación y la presión de la competencia capitalista.

También aquí el caso de la ex-Zanello vuelve a ser un ejemplo de lo que no es aconsejable seguir. El Banco de Córdoba (estatal), en los momentos iniciales del emprendimiento, no sólo no cumplió con el papel de dador de crédito con el que progresistas y peronistas se llenan la boca, sino que cobró la deuda transferida a los trabajadores en una forma más estricta de lo que lo hacía con los ex dueños.

En contraposición a toda esta perspectiva, los compañeros de Brukman y Zanón han levantado la reivindicación de la «estatización bajo control obrero». Este punto de vista busca impedirle al estado burgués hacerse el desentendido respecto al destino de las fábricas gestionadas por sus trabajadores. Implica imponerle al estado que garantice, mediante subsidios no reintegrables y la compra de lo producido, que las experiencias de fábricas administradas por los trabajadores no sean aplastadas por la competencia de los grandes consorcios capitalistas. Más allá de que creemos correcto este planteo, las experiencias de Zanón y Brukman deben ser analizadas al interior de los problemas de conjunto que atraviesan los movimientos de fábricas recuperadas.

A partir de esto, el problema principal pasa a ser si existe la fuerza material, a nivel político y social, para evitar que el estado burgués le imponga a los trabajadores un cerco por vía político-judicial

Y, en segundo término, de no existir a corto plazo esa posibilidad ¿cuál es la vía para generar condiciones políticas que la hagan posible? O, en todo caso ¿qué política sería la más adecuada para que las experiencias de fábricas recuperadas puedan resistir o coexistir frente al estado capitalista al mismo tiempo que luchan por cambiar la correlación de fuerzas?

El marxismo y la cuestión de las cooperativas

Una de las preguntas que es razonable hacerse, respecto a la contraposición polémica entre cooperativa y control obrero que se ha desarrollado a lo largo del 2002, es si ésta es verdadera y pertinente. Los compañeros del PTS así lo creen, como lo demuestra un artículo de su periódico La Verdad Obrera (1/7/02) significativamente titulado «Cooperativas o control obrero». Tenemos importantes coincidencias con algunos de sus argumentos, en especial cuando se valora críticamente la incidencia del mercado sobre las empresas recuperadas. Allí se dice que «el cooperativismo es un proyecto patronal, impulsado hoy desde el estado, por Chiche Duhalde, Ibarra e intendentes del PJ, responsables de la crisis del país». Sin embargo, esta definición correcta en general termina transformándose en algo fijo e inamovible que hace del discurso anti-cooperativas una constante de la prédica cotidiana del PTS.

Ya hemos señalado los límites de la cooperativa como forma de producción. No obstante, la discusión hoy es si eso convierte a la forma cooperativa como tal en algo esencialmente reaccionario.

En la recopilación titulada «Escritos latinoamericanos» de Trotsky y otros autores, publicada por el CEIP (institución impulsada por el PTS) se encuentra un artículo llamado «Las administraciones obreras» (pp. 255-269) escrito por Rodrigo García Treviño. Allí aparece una aproximación distinta al problema de las cooperativas que creemos esencialmente correcta. García Treviño escribe: «Las cooperativas existentes dentro del régimen capitalista han sido, como se sabe, materia de amplias discusiones entre los representativos de las distintas tendencias obreras. Para unos son el ábrete sésamo de la economía colectiva. Cuando el movimiento cooperativista se haya extendido ampliamente, dicen estas gentes, la humanidad pasará alegremente por la amplia calzada de las reformas pacíficas del capitalismo al socialismo. No, dicen otros, las cooperativas dentro del sistema burgués son negativas; constituyen un elemento de degeneración del proletariado; más aún, son un medio de explotar cruel y despiadamente a los obreros, precisamente a nombre de su mejoramiento. El marxismo, en cambio, no cae en ninguno de estos dos extremos, igualmente falsos y nocivos desde el punto de vista revolucionario. Para los marxistas, las cooperativas no son la llave maestra del socialismo; pero tampoco pueden ni deben desecharse porque sean susceptibles de servir exactamente para lo contrario de aquéllo para lo que fueron creadas. En la medida en que sirven de elemento de mejoría, de organización y de entrenamiento técnico de los trabajadores, las cooperativas son auxiliares de la lucha revolucionaria del proletariado, a condición de que supediten lo transitorio y parcial, que es precisamente lo que queda dicho, a lo trascendente y general, que no es otra cosa que la lucha por la transformación del régimen capitalista. Las cooperativas deben quedar supeditadas al movimiento histórico y revolucionario de la clase obrera, y la lucha en contra de todos los frutos del ambiente capitalista debe ser llevada al propio seno de las cooperativas, en forma de lucha constante y enérgica contra los inmorales y traidores que pretenden aprovecharlas para medrar y enriquecerse» (pp. 266-67).

Este texto, rescatado del olvido por los mismos compañeros del PTS, analiza de un modo equilibrado la naturaleza contradictoria de las formas cooperativas. Ese carácter contradictorio está corporizado en la lucha entre dos principios de organización social. Uno, materializado en la aparición del «trabajo asociado» (la expresión es de Marx) que relativiza y pone en cuestión la inevitabilidad del trabajo asalariado. Pero que, por otro lado, termina desbordado por el contenido objetivo de la parte restante de la economía capitalista como totalidad. O como escribía el mismo Marx: «el movimiento cooperativo, limitado a las formas enanas, las únicas que pueden crear con sus propios esfuerzos los esclavos individuales del trabajo asalariado, jamás podrá transformar la sociedad capitalista. A fin de convertir la producción social en un sistema armónico y vasto de trabajo cooperativo, son indispensables cambios sociales generales, cambios de las condiciones generales de la sociedad» (K. Marx, «Instrucciones sobre diversos problemas a los delegados del Consejo Central provisional»). Las dificultades que entraña esta perspectiva global producían, para Marx, el fenómeno de que sectores de las clases dominantes, conscientes de las efectos sociales originados en el sistema social actual, se volviesen «apóstoles del cooperativismo», cosa que hoy vemos en la Argentina. Pero esta circunstancia, lejos de invalidar lo anterior, resalta aún más su naturaleza contradictoria.

Por otra parte, que el trabajo asociado pueda aparecer ante los ojos de los explotados, y que quede claro cómo este contenido se halla imposibilitado de desarrollarse bajo las formas de producción actuales, depende de una larga y trabajosa lucha política. En consonancia con esto, la Tercera Internacional planteaba la necesidad de llevar adelante una acción política al interior de las cooperativas, incluso partiendo de una caracterización muy parecida a la de García Treviño y alertando en contra del divisionismo en el movimiento cooperativo con la excusa de «posiciones revolucionarias» (ver «Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista», tomo 2, Pluma, pp. 145-49). Para Marx, la mejor forma de evitar que las cooperativas y otras formas de administración obrera fueran aprovechadas por los capitalistas pasaba por su organización en un movimiento a escala nacional e independiente de la burguesía. Marx valoraba las formas cooperativas, pero las condicionaba también a que fueran independientes de la burguesía y su estado, como se ve en la polémica que emprende contra el lasallismo («Crítica del programa de Gotha», 1875). Solamente una iniciativa de escala nacional, que aúne fuerza material y política de clase, puede darle perspectivas de éxito a estos movimientos.

Si nos colocamos en la manera en que se da en la Argentina la tendencia a la cooperativización de las empresas recuperadas y a la conciencia con la que los trabajadores atraviesan esta experiencia, que parte del hecho consumado del vaciamiento de la forma de propiedad capitalista individual y de verse obligados a hacerse cargo de la empresa, cae de madura la necesidad de intervenir políticamente en el proceso, con las formas tácticas más adecuadas en cada caso. Las grandes dificultades objetivas o el insuficiente grado de conciencia de clase de este sector de trabajadores no nos eximen en modo alguno de esta obligación.

Por supuesto, si se comparan las experiencias de Zanón y Brukman con las del reagrupamiento orientado por Caro saltan a la vista diferencias obvias. El MNER está controlado por una dirección burguesa a la cual no le interesa impulsar ni una sola de las tareas que, a nuestro parecer, deberían llevar adelante los trabajadores que administran empresas. Zanón, Brukman y el polo organizado alrededor suyo tienen una orientación clasista en términos generales. Sin embargo, como ya hemos dicho en otras oportunidades, creemos que los compañeros del PTS han orientado a este reagrupamiento hacia una política de confrontación sectaria con otras experiencias de la recomposición. Esta orientación vanguardista no toma en cuenta el gran atraso subjetivo de la enorme mayoría de los trabajadores de estas experiencias. Y, especialmente durante el 2002, se dió una confrontación mutuamente aparatista con el PO y la ANT, tratando de dejar establecida una especie de división de áreas de influencia en la que el PTS quería aparecer conduciendo el proceso de recomposición en los trabajadores ocupados (1). Esto, más allá de que el BPN-ANT, que había aparecido después del Argentinazo como el «ala izquierda» del movimiento piquetero, se encerró en una política corporativa, que pretendía hacer del movimiento de desocupados el único sector de la recomposición, o al menos el hegemónico. Claro que nada de esto debe impedir reconocer que su orientación clasista en general y su vinculación con un sector de la izquierda revolucionaria hacen del polo de Zanón y Brukman un sector claramente más progresivo que las experiencias controladas por el MNER.

¿Control obrero?

La perspectiva de control obrero tiene un costado totalmente correcto. La reivindicación de los subsidios o de la compra de la producción supone una alteración respecto a la ley del valor. Implica una acción en la que la esfera de influencia de esta ley se contrae (sin anularse) debido a una presión política de la clase explotada. Restricción análoga a la que trae consigo la estructuración del capitalismo desarrollado a través de monopolios o al manejo de los precios por parte de un estado burgués cualquiera (aunque en este caso de sentido opuesto y contenido político reaccionario). Naturalmente el triunfo que implica una situación de este tipo es, por definición, transitorio. Solamente sería posible consolidarlo con una victoria completa de la clase obrera.

Pero, por otra parte, la orientación de control obrero con la que se han definido estas experiencias de Brukman y Zanón no deja de ser problemática. En vista de ello, las calificamos de control obrero «sui generis» al principio de este artículo. Tanto en Zanón como en Brukman no tenían a quién controlar, ya que la situación que el control obrero describe supone que la propiedad del capital sigue vigente al interior de la empresa. En estas dos fábricas, durante el 2002, la patronal estaba afuera, buscando volver a través de jueces, policías y un complejo juego de contrapesos y presiones políticas. En estas dos experiencias no hubo dos poderes contrapuestos en pugna. O, en todo caso, estos elementos de dualidad están visiblemente cambiados, ya que ésta no se expresa al interior de las relaciones de producción.

Mención aparte debe hacerse de la experiencia de los mineros de Río Turbio que consiguieron la reestatización de la empresa. En este caso, si se pudiera producirse un nuevo avance que relanzara la experiencia, podría progresarse hacia una situación más «clásica» de control obrero. No podemos ahora hacernos cargo de teorizar esta rica experiencia obrera, que presenta diferencias importantes respecto a este conjunto. Pero esperamos hacerlo próximamente.

Las experiencias de control obrero vividas por el movimiento obrero argentino en los 70 fueron distintas, más «clásicas». El control obrero fue producto de una situación episódica en el marco de un conflicto duro o, como en el caso de la papelera Mancuso y Rossi, se estableció una forma de control obrero sobre la patronal (apoyada por el estado) como producto de una relación de fuerzas determinada. Aquí estamos ante un problema distinto. No se trata de controlar lo que hace la patronal, cristalizando «institucionalmente» un poder de los trabajadores al interior de la empresa, sino de una situación en la que una parte minoritaria pero significativa de la clase trabajadora esta manejando una serie de empresas y en la que tendría que cumplir el papel de gestión, proyección futura de la producción y su comercialización, aparentemente con la misma libertad y disponibilidad en el tiempo como la que tendría un empresario. Esta situación es la que engendra todas las ideologías de «subsistemas» o «microemprendimientos» con que se quiere engañar a los trabajadores.

Trotsky distingue dos situaciones o «modelos» para el análisis del control obrero (ver «A propósito del control obrero sobre la producción» en Control obrero, consejos obreros, autogestión, Ernest Mandel (comp.), La Ciudad Futura, 1973). La primera está conformada por una extensión del control obrero en muchas fábricas. Existe de hecho (no jurídicamente) un esquema de dualidad de poder entre patrones y obreros que es contemporáneo de una crisis capitalista generalizada y de una semi-dislocación del estado burgués. Esta es una situación transitoria en la que o la clase trabajadora toma el poder o es derrotada por la burguesía y se restaura el orden. Evidentemente los compañeros del PTS no usan la consigna para referirse a una situación de este tipo.

La segunda variante que plantea Trotsky para desarrollar la consigna de control obrero es en el marco de una situación no revolucionaria. No está planteado el problema del poder o, en palabras de Trotsky, «el control obrero sobre la producción puede preceder considerablemente a la dualidad de poder político en el país». Trotsky se concentra en la situación alemana anterior al triunfo del nazismo y plantea a la lucha por el control obrero como un movimiento defensivo frente al auge fascista, que a la vez incluía una proyección ofensiva posterior. Cabe aclarar que Trotsky planteaba esta política en función del frente único obrero, basado en el movimiento obrero más importante de Occidente y en los dos partidos de masas de la clase obrera: socialdemócratas y comunistas. Esta precisión no es caprichosa, ya que la situación actual del movimiento obrero argentino e internacional es la opuesta. Viene de dos décadas de derrota y necesariamente tiene que ser refundado sobre nuevas bases.

En este punto se hace necesario hacer una discriminación conceptual. Una cosa es que el concepto que implica el control obrero no sea adecuado como descripción de los procesos reales en este sector de la recomposición. Otra cosa es la proposición del control obrero como política para la situación actual de todo el movimiento de la clase trabajadora. Si bien es perfectamente legítimo plantear esto, creemos que tomar esta perspectiva para una orientación de conjunto es equivocado.

El planteo del PTS en «Cooperativas o control obrero» se adecua a una situación en la que la reivindicación de control obrero no es todavía correlativa al problema del poder. Allí se escribe: «El control obrero es un punto de partida para luchar por la nacionalización y planificación del conjunto de la rama industrial». Aquí caben dos posibilidades: o es un planteo puramente propagandístico o, por el contrario, se quiere decir que, a partir de la existencia de Zanón administrada por sus propios trabajadores podría plantearse la nacionalización del conjunto de la industria de la cerámica o de la industria textil, en el caso que se hubiera mantenido Brukman manejada por sus obreros, lo que nos parece fuera de discusión (y de proporción).

Incluso, en una situación como la del 2002, en la que solamente dos fábricas en ramas de producción distintas reivindican la política de control obrero, esto puede tener un matiz corporativo. Corresponde evaluar cuidadosamente este tipo de reivindicaciones porque puede ocurrir lo mismo que con los movimientos de desocupados con relación a ciertos sectores atrasados de la sociedad: su lucha puede ser visualizada como dirigida a vivir a costa del conjunto de la sociedad (los desocupados a partir de los planes, los trabajadores que ocupan fábricas a través de subsidios o de la estatización). El hilo conductor, más allá de las tácticas, debe partir de intentar postularse como representante general de los intereses de la mayoría de los oprimidos. Esto es válido para la lucha de cada uno de los sectores de la recomposición y, más aún, para la lucha de conjunto de todos ellos.

La misma restricción a la ley del valor que correctamente han planteado Zanón y Brukman ¿cómo es posible imponérsela al estado burgués? La solitaria estatización de Zanón en Neuquén, llevada adelante a través de recolección de firmas, que por más consenso social que reflejen hacia una lucha justa no conforma una fuerza material que pueda imponerle una solución al orden existente. Las experiencias más avanzadas, como Zanón, pueden y deben darse una política para influenciar al conjunto de las experiencias de las fábricas recuperadas y otros sectores de trabajadores, para levantar estas reivindicaciones. Es muy probable que los compañeros del PTS nos planteen que eso es lo que hicieron al formar la Coordinadora del Alto Valle. Pero creemos que ésta, sin dejar de tener elementos valiosos como experiencia, se ha limitado a ser un mero comité de apoyo a Zanón.

Haciendo un examen objetivo, si abstraemos las diferencias en lo político, en lo que se refiere a las formas de producción, necesariamente transitorias, de estas experiencias, no hay una diferencia cualitativa entre el polo Brukman-Zanón y las otras fábricas recuperadas que adoptaron el marco limitado de la cooperativa. El factor que hace diferencia es el político, la perspectiva globalmente más correcta de Brukman y Zanón. Pero la ubicación concreta de estas dos experiencias en las relaciones de producción no las convierte en nada distinto a formas de trabajo asociado sobre las cuales la competencia capitalista introduce una presión disgregadora. Su realidad cotidiana no es, básicamente, distinta a la de otras empresas recuperadas. Y tampoco lo son las presiones «desde abajo» que recibe, a partir de la presión coactiva de la necesidad. Las resoluciones del 3º Encuentro de fábricas ocupadas, centradas en la formación de una cadena de comercialización, son una clara evidencia de esto. También lo es el hecho de que en ese encuentro se priorizó la alianza con Supermercado Tigre, que defiende una perspectiva política bastante distinta Lógicamente, no tenemos nada en contra de aliarse con esa cooperativa, pero sí nos parece equivocado haber privilegiado ese acuerdo a la vez que se mantiene un «cordón sanitario» alrededor de Zanón sin intervenir de conjunto en la recomposición.

Para analizar esta realidad reacia a entrar en esquemas preconcebidos ensayamos, para referirnos a Brukman y a Zanón, la denominación de «cooperativas rojas». Definición que intentaba aprehender estas experiencias dentro de un marco global, al mismo tiempo que permitía discriminar entre sus continuidades y sus diferencias con el conjunto de las experiencias de este sector de la recomposición. En términos generales, no está en la experiencia de Zanón y Brukman, resolver, libradas a su dinámica espontánea, el problema de la recomposición. No constituyen la base de un nuevo movimiento obrero sino, en todo caso, una experiencia a tomar. Solamente un giro más global en la lucha de clases podrá modificar su actual naturaleza.

Por una salida global

Para las clases populares, el problema del trabajo adquiere el estatuto de problema central. Éste sigue siendo el principal modo de articulación social, comprobación que dista de ser ajena a la clase dominante, que ha llevado adelante toda la actual política de contención. La reivindicación de «trabajo para todos» resume el problema de los problemas para la clase trabajadora. Sin embargo, esto debe entenderse en dos sentidos. La reivindicación conserva el mismo sentido general para toda la clase trabajadora, pero adquiere especificidades a partir de su actual heterogeneidad. La reivindicación de «trabajo para todos» adquiere un sentido absoluto, por ejemplo, para los movimientos de desocupados, que deben orientarse a superar la supervivencia mediante los planes. La segunda cuestión es que «trabajo para todos» es trabajo genuino (2), es decir trabajo productivo en las estructuras existentes; lo opuesto a los sucedáneos planteados por el estado burgués (sean microemprendimientos o fuerza laboral de segunda para bajar más el piso salarial).

Lo que de esto resulta es que, teniendo en cuenta esa heterogeneidad, es decisivo reafirmar lo que tiende a perderse en la práctica cotidiana: una perspectiva global que articule esta complejidad en una salida obrera a la crisis de la Argentina capitalista. La tendencia espontánea de los trabajadores (e incluso, aunque en menor medida, de la vanguardia obrera y de las organizaciones revolucionarias) es a avanzar por el terreno conocido. Es decir, el de su situación particular en la estructura social. Esto es lo que en la historia del movimiento obrero se conoce como sindicalismo, cuya esencia del sindicalismo es no hacerse cargo de la problemática global.

En ese sentido, las experiencias como Zanón y Brukman, con todo su valor, no han podido superar una variante radicalizada de sindicalismo. Su política durante el 2002, además de haber sido instrumentalizada por el PTS en una competencia aparatista con el BPN, siempre se conservó dentro de los parámetros del sindicalismo, como ya hemos señalado con relación a la manera de levantar la «estatización con control obrero». Naturalmente, los complejos problemas de un proceso como el que aquí se desarrolla no han sido todavía resueltos por ninguna corriente. Lo que le criticamos a los compañeros del PTS es que no reflexionan sobre estos límites, sino que construyen una argumentación que es un mero justificativo apologético de su práctica.

Precisamente, lo que se impone es un esfuerzo de parte de la vanguardia obrera y popular para repensar, criticar y superar lo que de corporativo tienen nuestras prácticas en lo político y social, que deriva de la dialéctica entre los costados populares y movimientistas del proceso y su todavía rezagado costado político y organizativo de signo socialista revolucionario. Es la parte más difícil de la lucha porque implica ir a contramano de la tendencia espontánea de los explotados. Esto se expresa dentro de las fábricas recuperadas en la tendencia de los trabajadores a aferrarse a la cooperativa como tabla de salvación. Por supuesto que es obligatorio para un marxista plantearlos límites de esa salida. Pero se debe tener en cuenta que la raíz material de esa opción se encuentra en que los trabajadores tienden a sobrevivir siguiendo las pautas de la sociedad tal como la conocen. Hay que hacer un esfuerzo de escuchar sus razones. Sobre todo porque allí vamos a encontrar los elementos en los que apoyarnos para que progresen en su experiencia y puedan superarla en vista a una salida global (3). Volvemos a remarcar la importancia que tiene para eso el ingreso al proceso de recomposición de los trabajadores ocupados. El eje estratégico de la recomposición pasa por la unidad de clase.

Notas

1) Es posible que a partir de esta competencia política, y también para reformular de un modo un poco más clasista su perfil demasiado centrado en desocupados, el PO haya impulsado acciones sin mucha base social y con una repercusión acotada a una parte de la vanguardia, como fue la ocupación de la fábrica de fideos Sasetru en Avellaneda. Este proceso, al revés del de Zanón, tiene un componente de artificialidad debido a que la fábrica llevaba años cerrada y, ante la escasa composición de ex trabajadores de la planta que se sumaron a la ocupación, la fuerza motriz de este proceso son los desocupados del Polo Obrero. De todos modos, más allá de estas reservas, una vez iniciada la acción, la obligación de todo socialista revolucionario es apoyarla.

2) Para comprender correctamente el tema del «trabajo genuino» puede ser útil confrontar con un exabrupto aparecido en «La Verdad Obrera» (21/5/03). Entregado a un frenesí autoproclamatorio, Jorge Sanmartino escribe criticando a varias corrientes de desocupados: «el PTS ha tenido una influencia decisiva para lograr lo que no logró ninguna de las corrientes piqueteras como el Polo, el MTL o la FTC: que los desocupados logren conseguir trabajo genuino. Tanto en Zanón como en Brukman se llevó a la práctica el programa de trabajo para todos, se organizó una escuela de oficios y en Zanón se incorporó a nuevos trabajadores». Que los ceramistas de Zanón hayan incorporado algunos miembros de los movimientos de desocupados de la zona es un gesto político acertado, además del significado que pueda tener en lo humano. Pero más allá de la obviedad de decir que eso no soluciona nada del problema, está el hecho de que los obreros de Zanón controlan una fábrica, ventaja de la que no dispone ningún movimiento de desocupados. Por otra parte, la reivindicación de «trabajo genuino» tiene el sentido de orientar la lucha de los explotados y oprimidos en unidad de clase contra el enemigo común. Es decir, los puestos de trabajo productivo, genuino, que se consigan, pocos o muchos, serán obtenidos mediante la lucha de clases. Más allá de lo reivindicativo inmediato, tendrán un valor político en función de que sean arrancados a la clase capitalista. Los puestos que puedan dar los obreros de Zanón los honran como luchadores y son un gesto político correcto, pero tienen poco que ver con la lucha por «trabajo genuino», que no se resuelve políticamente a partir de que los trabajadores que ocupan una fábrica cedan los puestos de trabajo que puedan. Se trata de que la reivindicación de «trabajo genuino» pueda contribuir a orientar políticamente la práctica cotidiana de la clase.

3) El punto de vista que tiene que guiar nuestra orientación es la de cerrar las brechas que el sistema recrea constantemente entre los trabajadores. Para no extenderme en las consideraciones que el tema exigiría y ciñéndome al sector de trabajadores que este artículo toma, es muy importante considerar el tema de la seguridad social. Los trabajadores de las fábricas recuperadas son «autónomos» y están sujetos al régimen de monotributo. El otro costado de esto es la precarización y el trabajo «en negro».

 

por Isidoro Cruz Bernal, Revista SoB n° 15, septiembre 2003

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