A propósito del rol político de las clases medias
“Los procesos que se desarrollan en las masas de la pequeña burguesía tienen una importancia excepcional para apreciar la situación política. La crisis política del país es, ante todo, la crisis de la confianza de las masas pequeño burguesas en sus partidos y en sus jefes tradicionales. El descontento, la nerviosidad, la inestabilidad, el arrebato fácil de la pequeña burguesía son signos extremadamente importantes de una situación pre-revolucionaria. Así como el enfermo que hierve de fiebre se acuesta sobre el lado derecho o sobre el izquierdo, la pequeña burguesía febril puede volverse a la derecha o a la izquierda según el lado al que se vuelvan en el período próximo los millones de campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, pequeños funcionarios franceses, la situación pre-revolucionaria puede cambiarse tanto en situación revolucionaria como contrarrevolucionaria” (León Trotsky, A dónde va Francia)
El domingo pasado, mediante un bochornoso circo escenificado en la Cámara de Diputados del Brasil, Dilma Rousseff, actual presidenta de dicho país, quedó al borde del juicio político que la apartaría del poder. En el fondo, esto se concretaría dada la incapacidad del PT de poner en las calles a los sectores populares debido a las brutales medidas de ajuste que ha venido aplicando el último año.
Así las cosas, prácticamente todo el mundo descarta que en alguna semanas asuma la presidencia Milton Temer, vicepresidente del actual gobierno y miembro del PMDB, partido que hasta hace sólo pocos días formaba parte de la base de sustentación del PT.
Según trascendidos, Temer asumiría con un programa de neto corte neoliberal, abierto, draconiano, con la idea de poner al gigante latinoamericano nuevamente en condiciones “competitivas” sacándolo de la dramática recesión actual. Nos dedicaremos a editorializar sobre este tema y los paralelos con la situación argentina.
La crisis del progresismo
En realidad, Brasil parece estar llegando así, por el camino más largo, a lo que llegó la Argentina de manera más directa con la elección de Macri: la asunción de un gobierno cuya base social se corresponda de manera más coherente con las duras medidas de ajuste que exige el empresariado para recuperar la competitividad y las ganancias de nuestros países.
Recordemos que en la base material de estos desarrollos está el fin del súper ciclo de materias primas que disfrutó la región en la última década y media. Resultó ser que esta coyuntura económica favorable coincidió con las rebeliones populares de comienzos de la década pasada, que para ser reabsorbidas necesitaron de un conjunto de concesiones económicas y sociales.
Es verdad que en el caso de Brasil no existió, en ese momento, tal rebelión: la asunción de Lula fue más bien una opción preventiva de los capitalistas, para evitarla.
De todos modos, y aun a pesar que la gestión del PT fue muchísimo más neoliberal que cualquiera de sus congéneres “progresistas” (Chávez, Morales y los Kirchner), de todos modos el gobierno del PT tuvo desde el vamos una base social distinta a la de los gobiernos tradicionales; sin dejar de ser un gobierno 100% capitalista, en todo caso fue un gobierno capitalista “anormal” encabezado por un ex obrero metalúrgico[1].
Pero ocurrió que andando el tiempo este ciclo económico favorable se evaporó; China fue cayendo a índices de crecimiento menores, al tiempo que los países del centro imperialista vivieron una recuperación económica anémica, todo lo cual colaboro para una caída del precio de las materias primas, mercancía de exportación privilegiada de la región.
Las exportaciones comenzaron a caer. Las monedas nacionales quedaron sobrevaluadas en las condiciones de un relativo aumento de los salarios reales. Las tasas de desempleo demasiado bajas para la media histórica. Los gastos del Estado, relativamente elevados, todo lo cual conspiró contra las ganancias de los capitalistas (y los manejos fiscales de los gobiernos).
Llegó entonces la hora del ajuste en toda la región; hora que coincidió con el agotamiento del ciclo de estos gobiernos progresistas, que habiendo encauzado los fervores populares, perdieron en gran medida su razón de ser.
El giro a la derecha de las clases medias
Dilma ganó raspando su segundo mandato a finales del 2014: solo tres puntos de diferencia con Aecio Neves, el candidato abiertamente neoliberal del PSDB. Lo hizo con una campaña muy parecida a la de Scioli, prometiendo que “no aplicaría el ajuste” de ganar la elección. Pero resultó ser que en cuento volvió a asumir, giró 180ª sobre sus palabras: puso a un Ministro de Economía ultraliberal, y este descargó un ajuste fiscal brutal, clásico, lo que llevó a un derrumbe en su popularidad.
Así las cosas, el gobierno del PT terminó perdiendo sus bases de sustentación. Ocurre que no son indistintas las bases de legitimación respecto de las medidas a llevar adelante. Es que de un gobierno que se presenta como “progresista” se espera que no aplique las recetas habituales del ajuste económico: su base electoral es más bien de trabajadores y popular, o, en todo caso, de las clases medias o porciones de ellas giradas hacia la izquierda, tal cual se observó en el apogeo de las rebeliones populares en la región (ver en la Argentina el famoso “piquete y cacerola, la lucha es una sola”).
De ahí que a esos gobiernos, aunque 100% capitalistas como cualquier otro, les sea más complejo aplicar durísimos ajustes que a uno que venga subido a la ola del giro a la derecha de las clases medias: de ahí que sean muchísimo más coherentes, para esos requerimientos, gobiernos como el de Macri o mismo un Temer eventualmente en Brasil (más allá de su endeble legitimación de origen, pero que remite a otra cosa).
Aquí hay algo que muchas de las corrientes de la izquierda no entienden. Existe una premisa clásica en los análisis políticos del marxismo y tiene que ver con que para qué lado se inclinan las clases medias: muchas veces se pierde de vista que la que termina dando el tono a los asuntos, es ella.
Cuando se abren grandes crisis, cuando la estabilidad queda minada, esta tiene frente a ella dos grandes polos: el polo de la burguesía y el polo de los trabajadores; la situación se transforma en pre-revolucionaria cuando las clases medias se inclinan hacia la izquierda, hacia los trabajadores, y en reaccionaria, o mismo contrarrevolucionaria en los casos extremos, cuando lo hace hacia la derecha, hacia la burguesía.
Hoy en la región no estamos en condiciones revolucionarias ni contrarrevolucionarios. Sin embargo, está claro que del corrimiento hacia la izquierda en el apogeo de las rebeliones populares de las clases medias, hoy estamos en el otro punto del péndulo político: bajo circunstancias o gobiernos reaccionarios donde las clases medias dan base de sustentación y legitimación a gobiernos corridos hacia la derecha.
Un juicio político cuyo trasfondo es un giro reaccionario
No estamos de acuerdo con la campaña del PT de que lo que hay en curso en Brasil sea “un golpe de Estado”[2]. Si las palabras tienen algún significado, un golpe de Estado implica una intervención directa de las fuerzas armadas en la vida política; la suspensión y/o derogación del imperio de la democracia burguesa y las conquistas democráticas que la misma también supone. No es esto lo que está ocurriendo en al país hermano.
Sin embargo, esto tampoco quiere decir que cualquier caída de Dilma sea “progresiva” (como creen otras organizaciones de la izquierda de dicho país). Si Dilma cayera por la izquierda, sería progresivo. Pero si la caída de Dilma es por la derecha, como ocurrirá más seguramente, en manos de un gobierno también burgués pero que intentará pasar a una ofensiva muchísimo más dura sobre los trabajadores, su contenido será reaccionario, lo que parece tan evidente que no sería necesario explicarlo.
Perder este contenido reaccionario del actual Impeachment es un crimen político de igual magnitud que aquellos que en la izquierda han salido corriendo a lavarle escandalosamente la cara al PT (en primer lugar, la mayoría del PSOL).
Como dicen nuestros compañeros de Socialismo o Barbarie Brasil, lo que está ocurriendo vía el Impeachment es un giro reaccionario: Temer ha sido explícito en que llegaría para aplicar un plan durísimo; incluso la burguesía prefiere que él, como gobierno de transición, pague ese costo político y, en todo caso, el gobierno que asuma a finales del 2018 ya tenga el trabajo sucio resuelto.
De ahí el desastre político tanto del PSTU como la mayoría del PSOL. Esta última, por embanderarse acríticamente con el PT, con su gobierno corrupto, ajustador, de carreristas que se aprovecharon de su paso por el Estado para enriquecerse.
El PSTU por el crimen de colocar como centro de su política el “Fuera Dilma”, por su objetivismo oportunista, por delirar que en Brasil está en marcha un proceso similar al “Que se vayan todos” de la Argentina en el 2001, cuando, de contenido, el proceso es inverso: existe un cuestionamiento a toda la clase política, pero, lamentablemente, este se sustancia hoy en Brasil mayormente por la derecha, cuando en la Argentina se sustanciaba por la izquierda.
De ahí que diera lugar a muy diferentes experiencias de la lucha de clases: ¿dónde están hoy en Brasil las asambleas populares, los movimientos sociales cortando rutas, las fábricas recuperadas que tuvimos en la Argentina década y media atrás?
Hacia grandes enfrentamientos de clase
Nada de esto niega que se esté, a mediano plazo, a la vera de grandes enfrentamientos de clases, grandes convulsiones sociales.
Es verdad que la clase media, mayoritariamente, aunque no toda, ha girado a la derecha. De todos modos, no está claro que las relaciones de fuerzas den para semejante ataque a los trabajadores y sectores populares.
La Argentina es, en el último período, una sociedad más movilizada que Brasil: ya estamos viviendo aquí el ensayo de brutal ajuste de Macri: se verá cómo le va.
En el caso de asumir Temer a caballo de la movilización reaccionaria de las clases medias, seguramente intentará aplicar un plan similar al de Macri aquí; así como seguramente se apoyara en igual tipo de consignas legitimadoras.
Pero, de todos modos, Temer tendrá un problema que Macri no tiene: la carencia de una legitimidad de origen otorgada por la obtención de votos en una elección presidencial directa. Al asumir de manera indirecta habiendo sido parte de la fórmula del mismísimo PT con Dilma, este elemento será uno de fragilidad que deberá conjurar tomando rápidas medidas y siendo exitoso en las mismas; no gozará de una “luna de miel” ni nada que se le parezca.
De ahí la astucia de las cosas: un péndulo político y social que se va demasiado hacia la derecha, puede terminar revirtiéndose en un brutal vuelco hacia la izquierda; pero la mecánica de estos desarrollos hay que entenderla para no terminar embrollándose, para no comprender el carácter de fondo de los asuntos, la lógica social y de clase de los desarrollos.
Los oportunistas y los sectarios en Brasil no pueden entender esta dinámica de las cosas: por qué los revolucionarios nos basamos en criterios de independencia de clase, él por qué las clases medias son, siempre, el fiel de la balanza política no siendo indistinto para que lado van; si para al lado de los trabajadores o de los capitalistas.
[1] Lula inició sus pasos formando filas en la burocracia sindical vinculada a la poderosísima Iglesia Católica brasilera.
[2] Una afirmación que, sorprendentemente, repiten el PTS y el mismísimo PO en la Argentina: ¿quién puede entender sus análisis políticos, sus marcos de referencia más generales?
Por José Luis Rojo, SoB n° 376, 21/4/16