El partido está en las puertas de un salto histórico, eso es lo que quiero problematizar en este cierre retomando las intervenciones que se hicieron en el punto: esas posibilidades y las vías para lograrlo, de ahí que vaya a concentrarme en la problemática de la centralización.
Creando nuestra propia tradición
Está claro que A., R., T., hicieron intervenciones hermosas, son entusiastas y apoyan el desarrollo del partido. A. con sus 46 años de militancia, R. bancándose todo hasta el tema salud. Son entusiastas. Son parte de esa nueva totalidad que el partido empieza a ser: como el partido, la corriente, se resinifican y empiezan a construir una nueva tradición política, la tradición que comenzamos a expresar como corriente.
Es interesante porque hace a elementos de síntesis. Varios compañeros decían agudamente que estamos en un escalón superior, en otro momento, empezando a construir una tradición política.
A. acompañó la experiencia del nuevo MAS desde el inicio. Tuve una charla con él en la escalera del local central, todavía en la transición viejo MAS al Nuevo MAS, una charla vinculada a la identidad fuerte de nuestro partido, vinculada a la centralidad que siempre le dimos a la autodeterminación de la clase obrera.
Autodeterminación que, atención, no es algo mecánico o general, sino que siempre ha supuesto una concepción fuerte de partido, partido como instrumento imprescindible para concretar esa autodeterminación de la clase, algo que supone vanguardias, partido, organización, subjetividad, masas; supone toda una serie de “engranajes” con la idea del proyecto estratégico de colaborar a la elevación histórica de la clase obrera.
El problema de si la clase obrera va a ser capaz de transformar el mundo o no, que es muy general pero al mismo tiempo es muy concreto: si la clase explotada y oprimida va a ser capaz de tomar en sus manos la conducción de los asuntos, de la historia, cosa que parece general pero es muy concreta. ¿Va a ser capaz la clase obrera o no de asumir el proceso histórico?
Es una cuestión profunda. La corriente tiene la idea de esa estrategia histórica, de apostar a esa perspectiva, hace a si el partido es una herramienta para esa emancipación, esa apropiación de la clase obrera de su propia vida, de la propia historia y transformarla revolucionariamente.
La tarea estratégica es la elevación histórica de la clase trabajadora
Se trata de una cuestión estratégica, una pelea que el trotskismo en la segunda posguerra perdió de vista, perdió la sustancia de las cosas: el problema que, en última instancia, el marxismo revolucionario en general y nuestra corriente en particular (como parte de esa tradición que viene de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa), es esa apuesta estratégica: la apuesta a la elevación de la clase obrera como sujeto histórico, como clase histórica.
Es esa “generalidad”, pero también algo bien concreto: el diálogo con el compañero en la fábrica que te dice “yo no puedo ser delegando, yo no puedo ser dirigente porque no estudie”, y la respuesta marxista revolucionaria: “¡bueno, no estudiaste, no estudiaste, pero sí podes serlo, no hay nada que te lo impida!”.
Una cosa tan concreta y tan general a la vez: que la clase social que aparece como el último orejón del tarro, sí tiene la capacidad de elevarse históricamente y dirigir la sociedad. Y el partido como una herramienta para esa tarea histórica inmensa; el marxismo revolucionario como la corriente que apuesta a esa elevación de la clase obrera como clase histórica, que tiene esa capacidad de dirigir la sociedad, que lo único que tiene para perder son sus cadenas; elevarse en el sentido histórico del término y dirigir la sociedad; esa es la apuesta estratégica que preside la construcción de nuestra corriente, lo que nos distingue de las demás, que tienen muchas veces perdido este sentido de la acción del marxismo revolucionario, del socialismo revolucionario, del trotskismo.
La tradición viene un poco de ahí y tiene trazos gruesos vinculados a la tradición del marxismo revolucionario. Históricamente ocurre que se perdió de vista cual es la tradición del máximo revolucionario y quedó como que cualquier revolución es “socialista” (aunque la clase obrera no tomara el poder, aunque no lo ejerciera realmente). Así, quedó toda una cosa por “interpósitas personas” (es decir, vía la burocracia). Nuestra definición, lo que nos caracteriza, es no hay interpósitas personas sino que es la clase, sus vanguardias y sus partidos. Sin eso no hay poder ni transición al socialismo.
Tampoco es sólo la clase espontáneamente, la revolución socialista no es por generación espontánea. Está el partido, los intereses del partido recogiendo el interés general, pero al mismo tiempo haciéndose valer para defender ese interés general de los trabajadores.
Toda esa cuestión así de profunda, una afirmación identitaria porque esa tradición del trotskismo, del socialismo revolucionario, se perdió en el camino de las derrotas históricas de los años ’30 del siglo pasado, de la burocratización de la ex URSS, de las revoluciones sin clase obrera de la posguerra y entonces se trata de recuperar esa tradición, de sacar las enseñanzas del siglo XX, del volver a poner en la palestra la necesidad histórica del protagonismo de la clase obrera.
Yo tengo muchos recuerdos con A. y otros compañeros, algunos los perdimos en el camino. Recuerdo cuando ofrecimos una alternativa frente a la dramática crisis del viejo MAS, de su estallido, alternativa que tenía ese sentido profundo, esencial. Ahí se discutía partido sí o no; clase obrera sí o no; clase obrera o las “víctimas”; ¿cómo víctimas? Ese es el sujeto de la religión, no del marxismo, pasivo, no histórico.
Esa era la discusión. Es interesante porque ese es un sujeto de la Iglesia Católica, es un “no-sujeto”. Y nosotros dijimos que no, que son los explotados y oprimidos porque anidan en ellos una potencialidad inmensa para cambiar la sociedad, tanto por razones estructurales, económicos, por estar en el centro del mecanismo de producción capitalista, como por la apuesta a la capacidad de elevarse, de universalizarse, de romper con los límites estrechos, de trascender y de crear nuevas personalidades en el proceso de la lucha, de transformarse y revolucionarse que también es parte del hacerse cuadro.
Lo decía muy bien J. C.: revolucionar la vida militante vs. el compartimento estanco de la mera “vida civil”, unir la “vida civil” a la “vida política” en una sola vida, que no significa no tener vida personal, no es eso. Pero ordenar la vida con el proceso histórico y la construcción del partido, porque son vidas militantes, históricas, trascendentes, R., A., el T. ¡hay varias generaciones en el partido!
Porque no está escrito en ninguna parte que el marxismo revolucionario siga siendo minoría como si fuera un designo de Dios. No es así, el marxismo revolucionario no tiene por qué seguir siendo minoría. Puede ser una corriente fuertísima, histórica, en la medida que las condiciones se vayan modificando. El siglo XXI recién empieza: lo más probable es que las condiciones se modifiquen. Un poco nuestra apuesta estratégica es esa: esa apuesta a que el marxismo revolucionario se vuelva a colocar en la escena histórica y que pase a la ofensiva en todos los frentes.
¡Ahora es cuando!
Lo segundo interesante es lo del P., un poco esquemático quizás. El P. dice “el partido está cualitativamente en otro lugar, sin ser todavía cualitativamente otra cosa”. Es como si uno podría pensar en un “hábitat” (concepto utilizado en el documento de partido) sin la interacción con las especies que lo habitan, sin una mutua modificación de los dos términos: “un renacuajo sin un charco” (reduciendo al absurdo la cosa para que se entienda lo que queremos decir).
El renacuajo es el pequeño sapo, que crece y se transforma en un sapo en su charco. Es mecánico pensar el uno sin el otro porque si el renacuajo está sin charco, pobre renacuajo, y si está con el charco está feliz, chapotea, y se transforma en un sapo. Bueno, ¡el partido es como que se está transformando en el sapo! El partido está en el charco; ya está en curso esa interacción entre el “otro lugar” en el que esta y lo que comienza a ser, está cualitativamente en otro lugar aunque todavía no es cualitativamente un partido superior.
Pero todos esos elementos (que aparte cuesta muchísimo unificarlos, sintetizarlos, porque en el debate se expresó una experiencia colectiva del partido que es riquísima), abonan elementos de que esto no es un compartimento estanco, el renacuajo está chapoteado, a veces alegre, a veces es como que se “ahoga” pero está pegando ya el salto en calidad: ¡el renacuajo comienza a apropiarse de todas las condiciones de su “hábitat”, comienza a transformarse en un “señor sapo”!
Hay que entender esas condiciones del desarrollo del partido transformadas porque esto es condición para el salto. Porque el partido es cada vez más atractivo, cualitativamente más atractivo y porque, además, hay muchísima avidez política, que luce disonante con el carácter reaccionario del gobierno, aunque la realidad es siempre contradictoria y compleja, posee desarrollos desiguales y combinados. Parece raro que haya semejante grado de preocupaciones políticas, es un elemento dinámico, o en el sentido contrario a la tendencia principal. Es decir, si la tendencia principal es agresiva y reaccionaria, hay elementos de politización que van en un sentido contrario.
No puede ser entonces “estanca” la definición del partido. Aunque tampoco es tan irreal lo señalado por P. en el sentido de que el problema es que ya empezamos a ser otra cosa, y hay que verlo, hay que terminar de asumirlo para aprovechar el revolucionamiento completo de las condiciones donde nos movemos hoy y que crean la posibilidad de un salto cualitativo del partido.
El partido está cualitativamente en otro lugar, no es todavía, del todo, otra cosa, pero comienza a serlo. Llegar a ser sapo es llegar a los números de un partido de vanguardia. Duplicar el partido es la batalla para eso, la batalla que tenemos por delante. Porque si no nos la planteamos, si no vemos que ya hay condiciones para ello, no nos apropiaremos de esas condiciones cualitativamente mejoradas.
El problema es encontrar aquellos “destellos de luz”, aquellas tendencias progresivas que se expresan incipientemente, como puntos de apoyo, como cosas todavía no concretadas, como potencialidades materiales. Estos puntos de apoyo sirven para apoyarse sobre ellas e impulsarse. Porque hay un factor subjetivo que es decisivo. No hay partido por generación espontánea. Es como en la lucha de clases, vos te agarras de aquellos elementos de insipiencia y los llevas más lejos, por ejemplo, en materia de la creación de nuevos organismos por parte de los trabajadores, de nuevas formas de la lucha de clases.
Tomemos al partido como un hecho objetivo, somos integrantes subjetivos del partido. Pero mirando al partido como tal, como un hecho objetivo ante nosotros, podemos decir: “bueno, el partido está en estas condiciones, cómo lo llevamos más lejos”. La astucia de esta discusión, la “provocación” de la duplicación de los militantes, es decirles: ¡¡¡compañeros, compañeras, acá hay una oportunidad histórica para el partido!!!
Algunos compañeros dijeron, muy agudamente, que la oportunidad no era ni antes, ni es después: ¡es ahora! Porque las oportunidades son así, pasan. Es ahora: “Ahora es cuando”, esa hermosa consigna del octubre boliviano del 2003.
El partido leninista se construye desde arriba
Hay un segundo problema. La dialéctica de la construcción del partido es exactamente al revés de la dialéctica de la construcción de los organismos de masas. Estos se construyen de abajo hacia arriba; los partidos se construyen de arriba hacia abajo. Eso lo dijo el Ch. platense pero no lo desarrolló. Y eso es teoría leninista de partido.
Se construye “al revés”, porque el elemento que viene de la experiencia de lucha, de la representación de la base, viene desde abajo. Sobre todo con elementos reivindicativos que se van haciendo políticos, generales, en el desarrollo de la experiencia.
Pero el partido no. Porque el partido no parte de lo reivindicativo sino que parte del programa, de lo general, del objetivo estratégico. Una definición “reduccionista” pero correcta de Trotsky es que “el partido es el programa”. Es reduccionista porque hay un ida y vuelta con la clase, con su experiencia. Pero el partido es el programa y el programa es una síntesis de múltiples determinaciones, es una totalidad.
Lenin hizo la Iskra, y desde la Iskra construyó el partido. Obviamente que había núcleos socialistas. Pero desde Lenin hay elementos que remiten a la centralidad. Porque el partido se construyó desde arriba y desde el “exterior”, hacia abajo y hacia adentro de la clase. Lenin nos queda inmenso, obvio. Pero su vida es un ejemplo de esto que estamos señalando: desde 1903 hasta 1917, con algunas intermitencias, estuvo exiliado en Europa occidental, y aun así construyó el partido.
El partido opera al revés que las masas y sus organismos: opera a partir de la síntesis. Lo que pasa es que si no tenes nada para centralizar, entonces no tenes nada que sacar adelante “desde arriba”.
Pero el desarrollo del partido nos obliga a un cambio en la cabeza del partido: que ahora el centro está en el centro y desde ahí se construye. Ahora hay un cambio en las determinaciones; a partir de empezar a tener un partido, el centro pasa a primer plano, en eso también estuvo agudo el P.: siempre se perdía el centro, se lo debilitaba, se lo postergaba para construirnos por abajo.
Ya no más, empieza a haber partido. No es que vamos a ir a “pisarle los cayos a todo el mundo”. Pero no puede seguir siempre debilitando el centro. Y en eso hemos sido pacientes y concedido 1000 veces. No solo por un problema de funcionamiento, sino también por un problema de ir construyendo confianza.
Pero el problema es cuando el centro es el centro obliga a subordinar a la parte, es lo que decía M.: “bueno, acá todos los planes quedan ad referendum de lo que resuelva este Congreso, y hay que rediscutir todo”. Los planes continúan. Pero se abre una discusión centralizada de los planes para ver qué hacemos, cómo distribuimos los compañeros. Todo, por supuesto, en un diálogo, sin sobreactuar. Pero ¡ojo! porque si no, no hay centralización, tenés que mover gente de lugar, sino siempre es lo mismo, son “compartimentos estancos”.
Y después hay otro problema. El problema de centralizar es construir equipos: no hay centralización sin equipos. Hay que aprender a construir equipos, y a integrar equipos, que son siempre con gente distinta que uno, este es un problema que atraviesa tanto al partido como a la corriente. Y esto significa aceptar al otro tal como es, pasar acuerdos y, eventualmente, tratar de modificar a las personas, pero siempre a partir de reconocerlas como son, sino es sectario.
No hay centralización sin equipos. Por ejemplo: ahí tenemos a R. que tiene una experiencia obrera tremenda. Y tiene su carácter: es explosivo. Con L. y M. empezaron a construir un equipo. Cada uno con su lógica, con su comprensión de la maduración del partido.
En las mesas pasa lo mismo: no hay equipo sin la actitud de trabajar en equipo, que significa que no hay que intentar siempre ganar las batallas políticas. Significa muchas veces ceder para mantener el equipo y regarlo como a una flor. El problema es aprender a trabajar con compañeros que son distintos, saber hacer síntesis.
Entonces hay varias cosas: si no hay equipos, no hay centralización. Cualquier comisión que queramos construir, cualquiera que votemos, requiere un trabajo en equipo y una síntesis.
Entonces en materia de construcción partidaria llegó el momento de centralizar. Somos ultraleninistas. Cuidado que la idea no “sustituista”: no significa ninguna devaluación de la importancia del partido, el partido leninista clásico es insustituible en el metabolismo de la vanguardia y la clase.
Esto nos obliga a cambiar la mentalidad porque sino no hay centralización ni una síntesis, nada de lo que queremos se podrá hacer: seguiría siendo un simple sumatoria de partes, no un todo. Claro que no hay batallas que se ganen en un día, no vamos a hacer organizativismo, el método pasa siempre por discutir, por explicar, por ganar la conciencia del compañero, del partido.
Ahora estamos en la batalla de ganar la conciencia del partido, lo que significa la necesidad de centralizar, lo que significa que se construye desde el centro hacia las zonas y que ponemos cada decisión de las regionales en “comisión” hasta que se vaya discutiendo en el partido cómo se aplican las resoluciones.
Por supuesto que es una ida y vuelta. No vamos a hacer de esto una “máquina” que avasalle todo. Pero el problema es no hacer ninguna demagogia y no hacernos los confundidos. Estamos discutiendo un cambio importante. Y tenemos que construir equipos, no hay comisiones sin equipos, y no es fácil construirlos.
Nada más compañeros y compañeras, un abrazo a todos.
VII Congreso Nacional del Nuevo MAS, cierre del punto partido por Roberto Sáenz