El verso macrista de la Argentina como “plataforma inversora”
“¿Lloverán las inversiones luego de la salida del default? (…) Lo que necesita la Argentina es un enorme plan de infraestructura’ aseguró un financista off de record. La política y la diplomacia ya lo asumen. ‘Las inversiones ya ingresaron en un proceso importante en la Argentina, pero demorarán meses o años en llegar” (La Nación, 26-04-16)
El reciente congreso de nuestro partido discutió las perspectivas de la lucha contra el gobierno de Macri. Entre otras cosas, intercambiamos ideas acerca del “proyecto económico” del oficialismo, cuestión que abordaremos a continuación.
Racionalización económica
Lo primero a considerar es la lógica del ajuste económico. El gobierno busca, en esta primera etapa de su gestión, una puesta a punto de las variables económicas, esto de manera tal de reducir los costos: una fase de “racionalización de la economía” que abra paso, posteriormente, a una de recuperación y crecimiento económico[1].
Para este objetivo, se trata de retirar toda concesión económica a los trabajadores. Se interpreta que las mismas “no se justifican”: que la gente se quedará “mansa y tranquila”: “es hora que la política no se introduzca en la economía”, que se maneje con la pura lógica de las ganancias, de la oferta y la demanda.
De ahí el sentido de las medidas tomadas hasta aquí. Uno: aumentar el precio de los transportes y servicios de manera tal de quitar todo subsidio al consumo: todo elemento de “salario indirecto”, que es el tipo de ingresos que llegan a los trabajadores por intermedio de consumos a precios menos que proporcionales al que correspondería según los “costos”[2].
Dos: ajustar a la baja las plantillas laborales con el objetivo mantener y / o aumentar la producción con menos personal, reduciendo de paso los salarios reales. Un conjunto de medidas que en el marxismo se llaman “aumento del plusvalor absoluto” y que significan una mayor explotación directa del trabajador.
Es por esta misma razón que el gobierno pretende un aumento de los desempleados, aunque hipócritamente lo niegue. Macri ha dicho que vetaría cualquier ley de prohibición de despidos. Cuenta en esto con el apoyo del empresariado. Y se entiende, los despidos son un factor esencial de la racionalización económica. Apuntan a que con menos personal se haga igual o más producción. Y no solo esto, el aumento de lo que en el marxismo se llama el “ejército industrial de reserva” busca un efecto que no es sólo económico sino también inhibir la voluntad de lucha de los que permanecen con trabajo.
Por otra parte, el gobierno ha lanzado la falsa ley de “creación de empleo joven” la que, en realidad, busca reemplazar cada despido de un trabajador bajo convenio por la eventual incorporación de otro trabajador bajo condiciones de precariedad laboral, atacando de esta manera las condiciones de trabajo y empleo de la clase trabajadora en su conjunto.
Es que bajo el verso de la “creación de empleo” lo que se busca es degradar las condiciones de contratación laboral de la clase trabajadora, aumentando el porcentaje de aquellos trabajadores ocupados bajo condiciones precarias. Un ejemplo nos los dan los llamados “minijobs” en Alemania, presentados universalmente como “empleo joven” y que afectan a millones en dicho país (una de las principales potencias industriales del capitalismo globalizado).
¿Cuáles son las condiciones en estos empleos? El trabajador no dispone de un horario cierto, es decir, puede ser llamado a cualquier hora para presentarse a trabajar[3]. Y, lógicamente, es remunerado siempre como horas simples de trabajo, arrasándose, de paso, con los pluses por horas extras.
La racionalización económica que persigue Macri tiene igual lógica en el sector público que en el privado. De ahí que la campaña de despidos en el Estado (los famosos “ñoquis”) haya operado como un toque a rebato para los despidos en la empresa privada, se retroalimenten mutuamente.
Una polémica subordinada es aquella que reza, por parte del gobierno, que no hay “ninguna emergencia ocupacional”, que los despidos sólo están en la “imaginación” de algunos. Esto es ¡una hipocresía sin nombre! Porque la realidad es que según todas las estadísticas, los mismos ya alcanzan algo en torno a los 120.000 despidos en cuatro meses, repartidos más o menos por tercios en la construcción, el sector privado y el estatal.
Despidiendo al personal “sobrante”, aumentando los ritmos de trabajo de los que quedan empleados, contratando en condiciones más precarias a los nuevos trabajadores, se hace el trabajo de la racionalización económica que, de esta manera, permite aumentar la tasa de explotación y ganancia de los empresarios.
¿Plataforma inversora?
Pero si la lógica antiobrera de estas medidas es clara, cuál sería el supuesto “beneficio para el país”. Es aquí donde se colca el verso oficialista de las “inversiones”. Macri persigue la fantasía de hacer del país una “plataforma inversora” de manera que por la vía del aumento de la base productiva del país, de la dotación del capital, la Argentina “despegue” (vuelva a crecer).
Sin embargo, esto plantea una serie de limitaciones estructurales: que está claro por qué un gobierno neoliberal puro y duro como el de Macri, iría a resolver el problema histórico de la falta de inversiones en el país, de su inserción subordinada en el mercado internacional (cuestión, señalemos de paso, ¡en la que tampoco el “progresismo” k avanzó un paso!).
Por una parte, ha terminado el súperciclo de altos precios de las materias primas, por lo que no se ve cómo el campo podría ser hoy el factor dinamizador (como sí lo fue la década pasada). Es verdad que los precios de estos productos no han caído tan bajo como en los años ’90 pero nadie espera tampoco picos como los de cinco años atrás.
Por el lado del complejo automotriz, está el dramático problema de la crisis en el Brasil. El gigante latinoamericano llegó a tener una producción de casi cuatro millones de autos anuales; pero ahora ha caído a algo en torno a 1.5 o 1.8 millones de autos (la economía brasilera está sometida a una dramática recesión la cual, por otra parte, ha limitado duramente el crédito, mecanismo que es fundamental para la adquisición de un bien de consumo durable como es un automotor). También en la Argentina la producción ha caído, quedando muy lejos del objetivo de producir un millón de coches al año.
Si por este lado no puede venir el despegue, podría ser el caso de la energía, del petróleo. Pero por ahí también hay problemas debido a la caída de los precios del barril que han dejado el método del fracking en el límite de costos razonables según los precios del mercado.
De ahí que de lo que más se esté hablando sea de la inversión en infraestructura. Pero el problema es que estas inversiones requieren muchos años para su retorno, inmensos aportes de capital y una larga espera para el retorno de los mismos.
De ahí que siempre hayan requerido dos condiciones: un Estado dispuesto a jugar fuerte en la materia (es decir, con espaldas para gastar) y un sector privado que apueste estratégicamente a inversiones de muy largo plazo, dos condiciones que históricamente han faltado en la Argentina.
Concretamente, ver ahora el hecho que el gobierno ha tomado 16.500 millones de dólares, centralmente para pagarle a los fondos buitres (ha dicho que no tomará más deuda este año, con lo cual no tiene fondos para financiar inversiones en infraestructura). Y, por otra parte, las empresas ya han señalado que para invertir esperaran primero que lo haga el propio Estado.
¿Qué es esto sino un juego circular? Juego en el que, por añadidura, cuando habla de inversiones, el gobierno señala que serían del orden de 10.000 o 20.000 millones de dólares (¡incluso estas modestas cifras habría que ver de dónde salen!), cifras que cuando se habla de infraestructura son irrisorias: ¡verdaderos planes de inversión multiplicadores requerirían de, al menos, 100.000 millones de dólares!
Para colmo, con tasas del 38% anual como las que impone hoy el BCRA, presidido por el ultraliberal Sturzzeneguer, con el objetivo de planchar la inflación ¿a quién se le ocurriría invertir en la economía real?
Es por esto mismo que los economistas señalan que las primeras inversiones en llegar serán las financieras. Pero estas inversiones son golondrinas de un día, hacen sus pingues negocios y se van, no son reproductoras de capital sino lo contrario saqueadoras del mismo.
“Luchar, vencer, obreros al poder”
En definitiva, esto nos lleva a un debate histórico en la Argentina y la región como un todo: nuestro país es uno dependiente entre otras cosas porque la burguesía vernácula nunca tuvo una perspectiva independiente, siempre se ubicó como socia menores de las multinacionales.
Además, el verso de que el Estado podría venir a reemplazar a una clase social sin vocación estratégica siempre fue eso, una imposibilidad: no hay como desde arriba, “superestructuralmente”, reemplazar la falta de una clase fundamental con vocación de futuro.
Está claro que el kirchnerismo no podía resolver el problema: ahí está el bochorno del enriquecimiento de los esposos k, de su testaferro Lázaro Báez caído en desgracia, y un largo etcétera de desfalcos bajo su gestión. ¿Pero cómo podría lograr esto el macrismo, que es directa y abiertamente cipayo, neoliberal?
Y esto nos lleva de vuelta al comienzo del editorial. La reducción al absurdo del ajuste brutal de Macri es que no busca ningún desarrollo del país: sólo expresa los reclamos del empresariado para recuperar su tasa de beneficios. Recuperación de beneficios que se hace con la excusa de un “salto inversor” que difícilmente llegará, y que revela una marcada ausencia en el discurso del macrismo: ¿Inversiones para qué? ¿Cuál es su “proyecto de país”? ¿Exportar limones a Estados Unidos como se le pidió a Obama?
La realidad es que el sacrificio que se le pide a los trabajadores, el verso de la “revolución de la alegría”, tiene cero perspectivas de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores.
La tarea que se impone es ir a las calles a derrotar el ajuste, trabajar con la perspectiva de derrotar e incluso echar al gobierno reaccionario con la movilización y no para que retorne el progresismo fracasado, sino camino a una salida obrera y popular, que gobiernen los trabajadores, la única clase que podrá sacar adelante al país, dar respuesta a las aspiraciones de todos los explotados y oprimidos.
Es bajo la divisa de la elevación de la clase obrera a clase histórica que sesionó el VII Congreso Nacional del Nuevo MAS. Te llamamos a que te sumes a nuestro partido para dar juntos esta extraordinaria pelea.
[1] Tengamos en cuenta que este año ya está perdido en materia económica: se espera una caída del producto del 1%, en gran medida por el propio carácter recesivo de la política económica oficial que, por lo demás, mantiene hoy tasas insostenibles del 38% anual.
[2] Más allá de la demagogia oficial sobre las “desigualdades entre el centro del país y el interior”, estos elementos de salarios indirectos se impusieron en CABA y el gran Buenos Aires en gran medida porque el Argentinazo fue, en primer lugar, un “Buenosairaso”: un estallido social de repudio al hambre que impacto en la más grande concentración humana del país que, evidentemente, es la de estas áreas geográficas.
[3] Esto quiere decir que no dispone de ningún tipo de control de su “tiempo de vida”, por así decirlo, si concurre al cine, debe permanecer con el teléfono encendido y atenderlo, porque podría ser que un sábado a las 23.30 hs. sea convocado para presentarse a las dos de la mañana del domingo, ¡y estará obligado a hacerlo, so pena de ser despedido!
Editorial SoB n° 377 (Argentina), 28/4/16