“José López, despersonalizado por un nombre y apellido común, resulta un ejemplo didáctico de una forma de proceder que trasciende la identidad individual. Funcionarios como él trabajan en la administración pública para asegurar los negocios de la ‘superioridad’ (…) Dependen por completo de sus jefes políticos, quienes les pagan muy bien por sus servicios, y les dan la oportunidad de ser alguien en la vida” (“La cultura ancestral que explica a López”, Eduardo Fidanza, La Nación, 18-06-16).
El caso López configura un punto de inflexión en la historia del kirchnerismo: es un antes y un después. Descubrir a un funcionario tan encumbrado in fragante ha producido un efecto que ha dejado “catatónica” a toda la estructura K. Muchos de sus militantes se preguntan qué hacer, a dónde ir; se sienten estafados. Aunque falta todavía un tiempo considerable para las próximas elecciones, se está creando un vacío político que alguien tendrá que llenar. La popularidad de Cristina está en caída libre.
Su moral y la nuestra
Si es verdad lo que afirma Carta abierta que no será un solo hecho el que defina el futuro de los K, la crisis es tan profunda que configura un “movimiento sísmico” en todo este espacio político; movimiento sísmico que desafía a la izquierda a transformarse en un canal alternativo para evitar que miles de militantes, simpatizantes y/o votantes se hundan en la desmoralización.
El kirchnerismo ha vivido muchas crisis. Pero ahora se ha hundido en una ciénaga que podría resultar irreversible. ¿Por qué? La razón es que se trata de una crisis moral y no sólo política: una crisis de credibilidad. Al ser López un funcionario tan cercano a los esposos K, y al apilarse tantas evidencias de que Néstor y Cristina, con toda una vida en la función pública, se enriquecieron al calor del poder, la circunstancia afecta globalmente su confiabilidad.
Se supone que detrás de determinadas ideas debe haber comportamientos acordes. El kirchnerismo se la pasó hablando que “la patria es el otro”, llevó adelante un “relato” crítico de los mercados, embistió contra determinadas corporaciones, etcétera. Independientemente de que su gestión fue 100% capitalista, y que le sacó las “castañas del fuego” a los capitalistas en uno de los momentos más difíciles de la Argentina en las últimas décadas, su discurso caló hondo entre amplios sectores de la sociedad.
La brutal corrupción que ahora se revela los golpea en sus “credenciales morales”: ¿cómo sostener un discurso “nacional y popular”, y al mismo tiempo enriquecerse aprovechándose del poder? Es de esta ruptura en la concordancia entre lo que se dice y lo que se hace es que emerge una profunda deslegitimación: una duda “existencial”.
Carta abierta afirma que “ninguna reflexión que tenga en cuenta la historia efectiva puede juzgar todos los hechos bajo una única dimensión moralizante, por importante que sea”. Pero omite indagar las razones de la generalizada corrupción K; esto más allá de denunciar su manipulación por parte del macrismo, al servicio –cínicamente- de su propia legitimación.
Un hecho brutalmente escandaloso “no debe relativizar o anular convicciones”, es verdad. ¿Pero qué ocurre cuando estos hechos son cada vez más generalizados? No puede expresar otra cosa que los límites orgánicos de un proyecto político, el del progresismo populista, que está en crisis en toda Latinoamérica, y que si está siendo explotado desde la derecha es porque alguien, estos mismos gobiernos, se encargó antes de apagar, reabsorber y “estatizar” los fervores populares facilitando el retorno de gobiernos agentes directos de los mercados.
Ochenta años atrás León Trotsky escribía un folleto titulado Su moral y la nuestra. En él reivindicaba el tipo de moral de los revolucionarios, cuyo punto de referencia central tiene que ver con el compromiso inclaudicable en la lucha por acabar con la explotación del hombre por el hombre. Determinado compromiso genera determinada moral. No es esta la moral que se expresa en las filas de los funcionarios K, veremos a continuación por qué.
Una “clase” VIP
Varios son los factores que abonan el enriquecimiento al calor del poder. Un primero podemos identificarlo en la adaptación de una capa de funcionarios a las comodidades del sistema; la justificación de que si administran los asuntos “algo les tiene que tocar”. Muchos de estos funcionarios vienen de una militancia en los años 70; se escudan en que en aquellos años eran muy “románticos”: no se tenían en cuenta las realidades del sistema…
Algo similar se está viviendo en los sonados casos de corrupción que ha dejado en una dramática crisis al PT en Brasil (crisis que, de todas maneras, afecta a todo el sistema de partidos, y está muchísimo más fuera de control que lo que ocurre hoy en la Argentina): la de muchos funcionarios que vinieron del “mundo sindical” (una burocracia de “izquierda”), que fueron obteniendo cargos en las municipalidades, los estados y el Estado nacional, adaptándose finalmente a los usos y costumbres del poder.
Hay otro elemento que confluye en este comportamiento: el posibilismo. Aquí se está frente a un fenómeno que ni siquiera es el reformismo tradicional. Éste pretendía que se podía lograr un cambio del sistema por la vía de reformas graduales. Claro que eso engendró su burocracia, burocracias poderosísimas. Pero con todo, subsistía la idea de un cambio de sistema.
Hoy, en el mundo post caída del Muro de Berlín, cuando esta perspectiva transformadora aparece convenientemente desechada, emerge una “moral posibilista”: los límites frente a una transgresión en los principios, al enriquecimiento personal de los funcionarios, se hacen mucho más tenues. En la lógica posibilista el sistema queda en pie (sólo modificado en algunos pequeños aspectos), y si la ley del sistema es la de la riqueza, por qué no enriquecerse el funcionario también.
Hay todavía un componente más orgánico en esta degradación moral: los K pregonan el cambio desde arriba. Colocan al Estado en un lugar central. Sustituyen con él las luchas desde abajo; luchas que quedan como un mero punto de apoyo auxiliar o ni siquiera eso: porque el kirchnerismo es una corriente burguesa cuyo centro es la acción institucional.
Para colmo se trata de un Estado capitalista; de funcionarios sin control alguno de parte de la sociedad. Salvo que se considere como un control “real” a las elecciones periódicas que cada dos o cuatro años se realizan para elegir funcionarios que no pueden ser revocados, que una vez en el cargo pueden hacer lo que les plazca.
El Estado que se configura así es un “Estado-aparato” separado de la sociedad; donde los funcionarios jerárquicos viven una vida aparte del común de los mortales constituyendo una suerte de “casta social” privilegiada: “Estos lujuriosos fajos de billetes verdes, empaquetados con transparencias que no ocultan su desnudez, exaltan y desorganizan la percepción de la gente. Alimentan la imaginación en dos planos: por un lado, representan una promesa de felicidad inalcanzable; por el otro, son el significante de una clase VIP, poderosa y corrompida, cuya vida transcurre lejos, y más arriba, de la del hombre común” (Fidanza, ídem).
En esas condiciones hacen valer su “cuota parte” en el arbitraje de los asuntos: les tocan premios, regalos, coimas, amén del enriquecimiento directo por el manejo presupuestario, o simplemente por conocer los vericuetos de la sociedad, del Estado, amén de sus íntimas vinculaciones con el empresariado.
La adaptación a este tipo de mecanismos “adelgaza” su moral: de ahí las mansiones, los departamentos en Puerto Madero, las casonas en Nordelta, los inmensos campos en Santa Cruz; adquisiciones que configuran un “status” que todo alto funcionario que se precie de tal debe poseer.
Es hora de girar a la izquierda
Lo principal en todo caso es el impacto que el caso López está teniendo entre la militancia y los votantes K. Macri viene haciendo una utilización de la corrupción K para enlodar toda la política, todo compromiso militante: desmoralizar, hacer valer una gestión “técnica” de los asuntos, que legitime sus medidas antipopulares como si fueran un mero “hecho de la naturaleza”: una “lluvia” que no se puede parar.
Aprovecha la bancarrota K para soslayar, además, cómo su gobierno es uno de empresarios y ricachones fugadores seriales de capitales. Que Néstor Grindetti (testaferro confeso de él y su padre), acaba de ser procesado. Que Melconian, presidente del Banco Nación, tenga la impunidad de afirmar públicamente que accionó con fondos buitre contra la Argentina.
En cualquier giro de las circunstancias la hipócrita campaña “anticorrupción” de Cambiemos podría volvérsele en contra. Mientras tanto manipula la de los K para legitimarse y, de paso, intentar desmoralizar la militancia que emergió luego del 2001.
Lo que aquí nos preocupa es cómo lograr que no cunda esa desmoralización: que un amplio sector venga para la izquierda. Que saque la conclusión que muchos están verbalizando: “es la hora de ustedes”, “es la hora de la izquierda”, “los K como Cambiemos están hundidos en el fango: sólo la izquierda no lo está”.
Los elementos de adaptación dependen de dónde cada fuerza desarrolla su actividad. Si esa actividad es institucional, si se organiza alrededor del Estado, si se tiene como foco privilegiado los empresarios, la consecuencia no puede ser otra que la adaptación a la lógica de la reproducción del sistema capitalista.
Pero ocurre que la izquierda es la única fuerza política que no vive en las “oficinas del poder”; que no depende del aparato estatal: desarrolla su actividad por abajo, en los lugares de trabajo y de estudio, entre los explotados y oprimidos, razón por la cual está sometida a otro tipo de presiones, a otros principios, se caracteriza por otra moral: la del compromiso con las luchas por acabar con la injusticia que segrega el capitalismo.
Al contrario de lo que afirma –sin demostración alguna- Carta abierta, el kirchnerismo ha dado todo lo que podía dar de sí: una gestión “aggiornada” pero 100% capitalista de los asuntos; nunca podrá dar más que eso, ese es su límite histórico.
Es hora de comenzar otra experiencia, de girar a la izquierda, de unirnos en la lucha común en las calles contra el gobierno de Macri. Demos juntos esta pelea, sumáte al Nuevo MAS.
Por Roberto Sáenz, SoB n° 386, 30/6/16