“El que no cambia todo, no cambia nada”
La carta abierta de Manuela Castañeira a los simpatizantes kichneristas, publicada en el número anterior del periódico SoB, generó un importante debate en las redes sociales.
La recepción fue muy favorable en amplios sectores, que comparten con nuestro partido la comprensión de que el proyecto kirchnerista está atravesado por una gran crisis, producto de sus límites estructurales.
Al mismo tiempo, encontramos de manera reiterada el mismo argumento en respuesta a la carta. Se podría sintetizar más o menos de esta manera: “el kirchnerismo tiene sus límites, está lleno de problemas, pero por lo menos el kirchnerismo consiguió hacer los cambios que son posibles, mientras que lo que ustedes proponen es imposible”.
Damos la bienvenida a este debate porque consideramos que pega en la tecla de un problema central para nuestro período histórico. Se trata del problema del posibilismo, la ideología que afirma que “solo tiene sentido pelear por lo posible”. Como afirmación genérica es indiscutible, ya que a nadie le interesa “pelear contra los molinos” ni perseguir una utopía inalcanzable. Pero la discusión así planteada constituye un falso debate. En política cualquier discusión seria comienza, no por lo posible, sino por lo necesario. Es decir: cuáles son las necesidades de los sectores populares. Una vez aclarado el objetivo, es que discutimos los medios adecuados para llevarlos a cabo.
Las socialistas revolucionarios, los marxistas, tenemos muy claro nuestro objetivo: queremos terminar con la explotación y la opresión, y con todos los privilegios que se fundan en esa brutalidad que nace de la sociedad de clases. Sabemos que entre los simpatizantes del kirchnerismo hay algunos sectores que coinciden genéricamente con estos objetivos. Pero a partir de allí encontramos una importantísima diferencia: nosotros consideramos que aquellos sectores que se benefician de esta explotación, y que poseen todos los poderes “fácticos” de la sociedad capitalista, no están dispuestos a entregar sus privilegios sin dar batalla. Y que, además, para sostener esta batalla, disponen del Estado y todos sus organismos. Por eso planteamos que la única política realista, el único camino posible es aquel que organice a los trabajadores explotados y a todos los oprimidos para enfrentar a los capitalistas y vencerlos en pos de arrebatarle de manera revolucionaria todos sus privilegios.
El kirchnerismo, en boca de todos sus intelectuales -como quienes integran Carta Abierta- y de sus principales dirigentes -entre ellos Néstor y Cristina- sostiene que eso es imposible e indeseable. Que la idea de terminar con los privilegios de los capitalistas es una “idea pasada de moda”, que los privilegios que gozan los sectores concentrados de la economía pueden controlarse por medio de leyes y decretos; y que, por lo tanto, el único camino “posible” está en participar en las elecciones, tomar el control del Estado, y desde allí hacer presión para cambiar un poco la realidad.
Dejemos en claro que la diferencia que separa a los socialistas revolucionarios del ideal kirchnerista, es la misma que distancia a quienes queremos terminar con la explotación, la opresión y todos los privilegios que esta conlleva, de aquellos que sólo quieren que esta sea menos brutal; la que distancia a quienes luchan por terminar con la tortura, de aquellos que desean que el torturador sea “más humano” con sus víctimas.
En realidad, el argumento central del posibilismo es que no es posible modificar sustancialmente los grandes pilares sobre los que se basa el mundo actual. El sistema capitalista sería invencible, la dominación mundial por parte de un puñado de grandes potencias imperialistas sería inevitable, el poder de las grandes corporaciones sería intocable.
Por lo tanto, como la victoria de los de abajo contra la opresión y la explotación es imposible, si no se pueden modificar los pilares en que descansan el capitalismo, solo podría modificarse su superficie. Es decir, solo se podrían obtener pequeñas mejoras en el marco del régimen existente. Mejoras como el alivio parcial de la pobreza vía asistencia social o subsidios, pero no terminar con la miseria; avances parciales que disminuyan los sufrimientos de algunas minorías, pero no terminar con la opresión; crear cierta apertura parcial de los espacios institucionales para permitir algunas dosis de participación vecinal, pero no hacer que sean los de abajo quienes decidan democráticamente, etc.
El discurso posibilista del kirchnerismo se solventa en la convicción de que las amplias masas y los trabajadores son especialmente incapaces de derrotar a los de arriba; en que son esencialmente impotentes frente a sus opresores. Y de esa enorme desconfianza en la fuerza de las masas, de esa convicción derrotista se nutre la ideología verticalista que caracteriza al FPV. Como las masas son impotentes, es que las tienen que dirigir desde arriba: antes fue “El General”, ahora es “La jefa” la que ordena: y los de abajo deben obedecer porque “ella” siempre “sabe lo que hace y por qué hace”, y si hay que tragarse algún sapo, será porque no entendemos la genial estrategia del líder.
Este razonamiento posibilista se nutre también de la tradición histórica peronista, caracterizada por su extremo “pragmatismo”. La idea aquí es básicamente que “todo vale” mientras sirva para ganar una elección y ocupar los puestos en el gobierno y el Estado. Entonces, por ejemplo, todo intento de cambio serio en la Argentina tiene que partir de la corrupta estructura del P.J. ya que es el único que tiene el aparato y el alcance suficiente para ganar una elección. No importa que en su interior los dirigentes salten de un espacio político a otro según su conveniencia inmediata (como Massa, como Bossio, como Scioli, como Gioja, etc.). No importa que algunos sean reconocidos mafiosos como los intendentes bonaerenses. No importa la estructura verticalista, los grandes negociados, los vínculos con el crimen organizado. No importa que eso implique sostener a dirigentes sindicales millonarios, que vendieron todos los derechos de los trabajadores y se aliaron a todos los gobiernos de turno. Néstor Kirchner le expresó a Miguel Bonasso esta forma de ver la realidad, cuando justificó la alianza con Aldo Rico con la frase “como decía el general Perón, ‘los ladrillos se hacen con paja y bosta’”, y cuánta razón tuvo Bonasso al afirmar que “el rancho después termina con olor a mierda”.
El fracaso del proyecto kirchnersta
¡Hay que dar vuelta el viento como la taba,
el que no cambia todo, no cambia nada!
(Armando Tejada Gómez – César Isella Triunfo agrario)
Es preciso sacar las conclusiones del proyecto que encabezó el kirchnerismo, sin chicanas pero mirando a la realidad fijamente a la cara.
El kirchnerismo contó con 12 años de gobierno. Esto es en sí mismo todo un dato: fue el gobierno más duradero de la historia argentina. Pero no sólo eso, sino que además contó con condiciones muy favorables. Desde el punto de vista económico, el mundo estaba en expansión y demandando gran cantidad de materias primas que Argentina produce a precio record. Esto le generó un ingreso extraordinario de dólares lo que le dio margen para desarrollar su plan económico con gran libertad.
Pero lo más interesante es las ventajas de las que gozó en el plano político. El gobierno de Cristina supo tener el dominio absoluto de la Cámara de Diputados y de la Cámara de Senadores en donde a todos los legisladores los puso ella a voluntad en las listas del FpV; la mayoría de los miembros de la Corte suprema fueron nombrados por ella o por Néstor, el consejo de la magistratura y la procuración general de la nación los dominaba el kirchnerismo. Y como si esto fuera poco poder, Cristina ganó su primera elección con el 45% de los votos, y la segunda con el 54%. Ningún gobierno democrático tuvo tanto poder como Cristina: Poder ejecutivo, Poder Judicial, Poder legislativo, Servicios de Inteligencia, control del ejército y apoyo popular. Prácticamente tuvo la suma del poder público. Con toda esa fuerza institucional, sin embargo fue absolutamente incapaz de hacer ninguna trasformación profunda de la Argentina.
El kirchnerismo montó su relato en una supuesta lucha contra las corporaciones. Pero el resultado no pudo ser más frustrante. Absolutamente todas las batallas que emprendió terminaron en un estruendoso fracaso en toda la línea y en un resonante triunfo de los sectores más reaccionarios. Su política supuestamente posibilista fue totalmente impotente a la hora de enfrentar a los poderes fácticos. El kirchnerismo fue derrotado en cada situación en la que trató de limitar en algo a las grandes corporaciones. Perdió en 2008 la batalla contra la Sociedad Rural y la “Mesa de Enlace” sojera. Perdió la pelea contra Clarín, al cual jamás pudo aplicarle la “ley de medios”. Tuvo que pedirle perdón a Ernestina Herrera de Noble cuando misteriosamente los ADN la absolvieron de la expropiación de “sus” hijos. No consiguió “democratizar la justicia” ni nada que se le parezca.
A esto se le suman todos los aspectos estructurales que el kirchnerismo ni siquiera intentó modificar durante sus doce años de gobierno. La enorme precarización laboral (con millones de contratados, inclusive por el propio Estado), la desocupación estructural y los bolsones de pobreza (las villas miseria que se encuentran a lo largo y ancho del país), la decadente infraestructura y servicios en todos los terrenos (transporte, energía, salud, educación, etc.) , las estructuras políticas putrefactas como las intendencias y las gobernaciones de las provincias, la profunda corrupción policial y su complicidad con las bandas criminales, los altísimos niveles de violencia de género y opresión hacia la mujer, etc. etc..
El único resultado histórico que logro el kirchnerismo fue que, tras su gobierno, por primera vez en la historia argentina, la derecha encabezada por un empresario multimillonario y neoliberal gane las elecciones con más del 50%.
Y esa derecha, legitimada por el fracaso del modelo K consiguió deshacer prácticamente todas las “conquistas” del kirchnerismo con un puñado de decretos. Doce años de supuestas transformaciones se liquidaron en unos pocos meses, sin dejar prácticamente rastros y sin que ningún dirigente k moviese un dedo para impedirlo.
Así es como el posibilismo kirchnerista se reveló finalmente como un “imposibilismo” impotente. La única conclusión a la que pueda llegar alguien siguiendo hasta el final los razonamientos kirchneristas es que ningún cambio es posible. Esto es muy lógico: si es imposible tocar el poder de las grandes corporaciones y los “poderes fácticos”, y si estos siempre se van a resistir a los cambios, entonces solo queda aceptar las cosas tal como son. Por eso los dirigentes kirchneristas (empezando por la propia Cristina) ni siquiera están intentando poner de pie una resistencia masiva en las calles contra el ajuste macrista y su “restauración conservadora”. Mientras dicen oponerse, lo dejan correr, porque en definitiva “no hay alternativa” desde su punto de vista. Esto lo expresan hasta los asesores económicos de Scioli como Miguel Bein, que sostuvo que un gobierno kirchnerista hubiera llevado adelante muchas de las mismas medidas de ajuste.
Seamos realistas, hagamos lo imposible
Por todo lo que venimos desarrollando, lo que es realmente imposible es cambiar la realidad si no se toca “lo intocable”: la sacrosanta propiedad privada de las grandes empresas, de los recursos naturales y de la tierra, los privilegios de una pequeña minoría, las estructuras políticas corrompidas hasta la médula. A las corporaciones no se las derrota con el decreto 125 firmado por Lousteau, ni la libertad de expresión se conquista con una ley que luego debe pasar por los mil y un filtro de la justicia. Es decir, a los poderes de la gran burguesía no se los puede derrotar apelando a las instituciones del Estado burgués, sino mediante la movilización de los explotados y oprimidos, a la fuerza que nace desde abajo.
La historia demuestra que los grandes cambios se arrancaron precisamente traspasando esos límites. Revoluciones como la Cubana de 1959 o la Rusa de 1917 liquidaron el poder de las corporaciones de un plumazo. Hasta la gran Revolución Francesa de 1789, que estableció gran parte de las bases políticas e ideológicas del liberalismo y la democracia, se realizó arrollando a los poderes establecidos. Fueron millones de personas, trabajadores y campesinos, el pueblo pobre en general, que con las armas en mano le quitaron el poder a los que lo detentaban hasta el momento. Lo que separa lo imposible de lo posible, a la hora de la revolución no es ninguna elucubración filosófico o analítica, sino las relaciones de fuerza. La lógica impotente del “posibilismo”, niega la lucha y se postra ante unas relaciones de fuerzas eternamente adversas. Si fuera por ese pensamiento no hubieran existido nunca revoluciones y seguiríamos viviendo bajo monarquías, con esclavitud o servidumbre incluidas. Pero las revoluciones son pate del acervo de la humanidad y el absolutismo es una pieza de museo, al igual que el capitalismo lo será en el futuro.
Somos conscientes que el camino revolucionario es difícil y que está lleno de incertidumbres y grandes peligros: lo sabemos perfectamente, y sabemos las inmensas dificultades que enfrentaron las grandes revoluciones del siglo XX. Pero lo difícil y arriesgado no deja de ser posible. Por el contrario, la única utopía irrealizable es esperar algún cambio en el marco del régimen existente. Por eso creemos que más que nunca, es necesario girar a la izquierda, pelear por hacer posible lo que es necesario.
Por Ale Kur y Martín primo, SoB n° 387, 7/7/16