Las noticias del fallido intento de golpe de Estado en Turquía dieron vuelta al mundo y acapararon rápidamente la atención de los medios de comunicación. La importancia de los acontecimientos está determinada, entre otras cosas, por la importancia del país: Turquía es miembro de la OTAN y por lo tanto un aliado militar clave de Occidente, tiene unas de las Fuerzas Armadas más grandes del mundo, es la llave de paso entre Europa y Asia, es una de las grandes economías de Medio Oriente y uno de sus principales líderes políticos y culturales.
El golpe de Estado fue un enorme terremoto político. En primer lugar, porque fue contra un gobierno surgido de las urnas y con una fuerte base social propia. El presidente islamista Erdogan y su partido AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) ganaron reiteradamente, y con altos porcentajes de voto, todas las elecciones en las que se presentaron. Esto no quita que su gobierno sea profundamente autoritario y represivo, al punto de socavar las bases mismas de la democracia. Pero un golpe para remover a Erdogan significaba un choque directo con la voluntad de millones de personas.
El intento del golpe militar no parece haber partido de la cúpula de las Fuerzas Armadas, todavía alineadas con el gobierno (o por lo menos neutrales y a la expectativa de los desarrollos posteriores). Parece haber sido más bien producto de un complot de la oficialidad media. El gobierno Erdogan se apresuró a señalar como responsable último del intento a Fetullah Gulen, un clérigo turco que se encuentra exiliado en Estados Unidos.
Gulen dirige un movimiento político-social de masas de orientación “islamista moderada” llamado Hizmet, al que algunos medios caracterizan como una especie de “Opus Dei musulmán”. Se trata de una organización con poderosa inserción entre los cuadros y el aparato del Estado, con gran cantidad de instituciones propias (educativas, asistenciales, etc.). El movimiento de Gulen había sido parte esencial de la alianza que llevó por primera vez al AKP al poder en 2002, y bajo su gobierno profundizó su penetración en el Estado. Pero luego Gulen y Erdogan rompieron entre sí, abriendo una enorme grieta política en las alturas. Gulen inició en 2013 una denuncia por corrupción al partido gobernante y a Erdogan, que hizo temblar todo el edificio institucional del país.
Si Gulen instigó o no realmente el intento de golpe de Estado, es muy difícil de determinar. Como se desprende de lo anterior, no le faltaban motivos para intentarlo. Sin embargo, él y su movimiento Hizmet rechazaron toda vinculación con el mismo. La acusación de Erdogan por sí misma no constituye prueba suficiente, ya que el presidente islamista es un conocido fabricante de mentiras, como se pudo observar en sus campañas de difamación contra los kurdos del país y de Siria.
La proclama leída por la junta golpista cuando se adueñó brevemente de la emisora estatal, tenía un contenido más alineado con la ideología clásicamente nacionalista-laica de las Fuerzas Armadas turcas. Tradición que proviene de la época de Ataturk, el fundador del Estado turco, que tras la Primera Guerra Mundial buscó “modernizar el Estado” luego de siglos de sultanato-califato otomanos.
En este sentido, es plausible que la conspiración golpista tuviera como verdadero contenido un intento por parte de sectores del aparato militar de recuperar el protagonismo que tuvieron en décadas anteriores, aunque insistimos las cosas no están del todo claras. Las FFAA turcas jugaron a lo largo de la historia un rol central en el gobierno del país, con sucesivos golpes militares o asonadas que pusieron fuertes condicionamientos a los gobiernos. La década y media de gobierno del AKP comenzaba a desarticular o por lo menos a limitar fuertemente este poder tutelar de las FFAA sobre los asuntos civiles.
Por su parte, ningún partido político, institución ni sector significativo de la sociedad apoyó abiertamente al intento golpista. Ni siquiera la oposición laica, que se viene enfrentando a Erdogan y su deriva autoritaria-islamista, parece haber simpatizado con el levantamiento militar.
Las calles fueron decisivas
Pese a lo anterior, desde el punto de vista estrictamente militar el intento golpista empezó con gran fuerza. Gran cantidad de unidades parecen haber estado implicadas, ya que se desplegaron tanques en las calles en puntos estratégicos y se tomaron varias instituciones del Estado. Más aún, el espacio aéreo estuvo controlado por los aviones golpistas, que llegaron inclusive a tener sus armas fijadas en el avión presidencial según varios reportes.
Una nota en el diario The Guardian[1] refleja que en un primer momento, los militares sublevados llegaron a hacerse con el control de la situación, y que el gabinete de ministros de Erdogan había dado todo por perdido. Pero el presidente consiguió escapar y se dirigió a la nación, llamando a las masas a salir a la calle para enfrentar el golpe. Este llamado fue repetido por miles de mezquitas en todo el país y por todo el sector “lealista” del aparato del Estado, especialmente por la policía.
La intervención en las calles de miles y miles de personas invirtió la relación de fuerzas en unas pocas horas. Las unidades militares golpistas se vieron rodeadas por las masas, y una por una debieron rendirse. Son emblemáticas las imágenes de los civiles subidos a los tanques que los soldados abandonaron. Se trata sin duda alguna de un enorme triunfo popular que debe ser reivindicado y que puede tener consecuencias hacia adelante en los desarrollos del país.
En la rápida respuesta popular parece haber pesado una combinación de factores. En primer lugar, el hartazgo de la sociedad turca con el tutelaje militar, que implicó a lo largo de la historia experiencias muy sangrientas y una fortísima represión (especialmente en la década de 1980).
Existen además ejemplos muy recientes en Medio Oriente de las consecuencias de un golpe militar exitoso: el caso de Egipto desde 2013 demuestra que la intervención en política de las FFAA significa la eliminación de toda libertad democrática y el derramamiento masivo de sangre en las calles. Está todavía muy presente la masacre de Rabaa al-‘Adawiyya, donde las FFAA egipcias a cargo del entonces mariscal Al Sisi asesinaron a más de mil personas que se encontraban acampando contra el golpe. Esta muestra brutal de la esencia del dominio militar alcanza por sí sola para movilizar a miles contra cualquier tentativa de implementarlo.
Por último, el partido AKP posee una poderosa base social, muy organizada y que respondió orgánicamente al llamado a resistir. Los militantes y simpatizantes del AKP fueron la columna vertebral de las movilizaciones anti-golpistas. Se trata de sectores ideológicamente conservadores, que en el espectro político podrían ubicarse como “centro-derecha”. Su visión del mundo es fuertemente religiosa islámica y nacionalista turca (lo cual significa el desprecio de otros grupos étnicos como los kurdos o los armenios). Desde el punto de vista de la composición social, se trata de un movimiento policlasista, con peso tanto de las clases medias como de sectores populares en general. A estos sectores se sumaron también en las calles las bases del partido de extrema derecha MHP, herederos de los “Lobos Grises” fascistas (que hace varias décadas masacraban a los activistas de izquierda).
Esto le dio un tono muy particular a las movilizaciones callejeras antigolpistas, donde predominaron los slogans y la simbología islamista y nacionalista. Se trata, hay que señalarlo, de un contenido muy diferente a la de las grandes movilizaciones laicas, progresistas y de izquierda que en 2013 coparon la plaza Taksim contra el autoritarismo neoliberal de Erdogan[2].
El triunfo callejero de estos sectores tiene un carácter de todos modos progresivo, porque significa la derrota de la mayor amenaza a las libertades democráticas (el golpe militar). El aparato del Estado queda debilitado por su fractura, y las masas conservarán en su memoria la experiencia de haberle ganado a los tanques (cuestión no menor ya que demuestra que nada puede frenar a las masas en movimiento). Sin embargo, el triunfo político es en primer lugar del sujeto político-social que enfrentó concretamente a los golpistas: el movimiento islamista y nacionalista. Esto trae fuerte contradicciones, porque es muy difícil que subjetivamente pueda procesarse en un giro a la izquierda (cosa que ocurriría en caso de que el triunfo sea de la clase obrera y los sectores progresistas, como ocurrió por ejemplo en Venezuela en 2002).
Erdogan lanza “una caza de brujas”
El intento golpista dejó casi 300 muertos y más de mil heridos en unos pocos días, mostrando el enorme alcance que tuvo. La sociedad quedó profundamente impactada, y actualmente las calles están dominadas por las bases sociales del partido AKP y sus aliados.
Esto envalentonó al gobierno de Erdogan, que lanzó una purga a gran escala en el Estado. Distintos medios citan en alrededor de 30 mil la cantidad de funcionarios y miembros del ejército que fueron expulsados de sus puestos. Hay también más de 7 mil personas detenidas.
Difícilmente todas estas personas estuvieran involucradas en el intento golpista, especialmente aquellas pertenecientes a la administración civil (gran cantidad de los despedidos son docentes de los diferentes niveles educativos). Es mucho más probable que lo que se esté viviendo es una “caza de brujas” contra todo tipo de opositores al gobierno de Erdogan (muchos de ellos laicos y democráticos). Erdogan también quiere aprovechar la situación para legalizar la pena de muerte, una medida ultra reaccionaria que debe rechazarse incondicionalmente y que podría ser utilizada rápidamente contra los activistas kurdos, sindicalistas y de izquierda que se le oponen.
Probablemente el triunfo popular antigolpista le vaya a servir, contradictoriamente, para profundizar su línea política antipopular. Ya realizó declaraciones en el sentido de retomar las obras en el parque Gezi que desataron las protestas de 2013: se trata de una provocación en toda la línea que debe ser masivamente rechazada.
Sin embargo, no está claro que los niveles de repudio popular al golpe coincidan con los niveles de apoyo a su gobierno. Las encuestas parecen más bien mostrar que la enorme mayoría de la población es antigolpista, pero está dividida en partes iguales en su apoyo o rechazo a Erdogan. Esto puede significar en un próximo período una erosión de su popularidad y la apertura de una situación política muy diferente.
En cualquier caso, la salida estratégica para la situación en Turquía pasa por retomar el camino iniciado en 2013, con las masivas movilizaciones populares contra el autoritarismo y las políticas neoliberales del gobierno islamista, rechazando al mismo tiempo cualquier intentona antidemocrática de las Fuerzas Armadas. Deben confluir en las calles el movimiento obrero, la juventud laica y democrática, los kurdos y todas las minorías étnico-religiosas, las mujeres y minorías sexuales, con la perspectiva de construir una alternativa independiente de los grandes aparatos reaccionarios.
[1] “Military coup was well planned and very nearly succeeded, say Turkish officials”. Kareem Shaheen, The Guardian, 18/7/16. https://www.theguardian.com/world/2016/jul/18/military-coup-was-well-planned-and-very-nearly-succeeded-say-turkish-officials
[2] Ver “Turquía: Una nueva rebelión popular estalla en el país que es puerta de paso entre Oriente y Occidente” – Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 04/06/2013 – http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7111
Por Ale Kur, SoB n° 389, 21/7/16