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Abr - 10 - 2016

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Al momento de escribir este artículo, la guerra civil (e internacional) en Siria está cumpliendo su quinto aniversario. Las perspectivas más progresivas abiertas por la rebelión popular de 2011 fueron reabsorbidas hasta el momento en una degeneración reaccionaria de esa rebelión. Las consecuencias de esta degeneración reaccionaria, sin embargo, se han puesto en el centro del tablero político internacional. Los dos grandes temas que marcaron la agenda europea en 2015 y 2016, la crisis de inmigración y los atentados terroristas, son subproductos indiscutibles del conflicto sirio.

Esto hace que la guerra civil siria se haya puesto bajo el foco de los grandes medios de comunicación, y que todo tipo de actores políticos (empezando por los líderes de las grandes potencias mundiales) se hayan pronunciado al respecto. Así Siria recibe una “segunda oleada” de atención internacional, luego de haber figurado inicialmente entre los países emblemáticos de la “Primavera Árabe”, y de que el mundo se ilusionara con un triunfo democrático de las masas sirias – que nunca ocurrió.

Pero ahora el tono de los abordajes cambió abruptamente, se volvió mucho más sombrío. El centro no está en las reivindicaciones de las protestas masivas, en las aspiraciones del pueblo sirio, sino en la especulación de cómo derrotar al Estado Islámico, frenar el enorme éxodo de seres humanos y acabar con la catastrófica situación humanitaria.

Así como en la primera etapa las lecturas “mainstream” del conflicto sirio unilateralizaban ciertos aspectos (en general los más progresivos), los simplificaban, embellecían e idealizaban (muchas veces para hacer encajar sus relatos con los intereses de sus propios imperialismos), en la segunda etapa se instaló el reflejo simétrico opuesto. Allí donde antes parecía haber multitudes inspiradas por la libertad, luego habría solamente hordas de jihadistas degollando a minorías étnicas y practicando genocidios. Los héroes se convirtieron en villanos y viceversa. La “primavera” se convirtió en un inverno gélido.

Como parece evidente, la lectura “mainstream” resultaba un poco exagerada y unilateral en 2011, y también lo hace ahora. Sin embargo, también es evidente que se produjo un giro real y profundo en la situación del país, que exige una explicación. De lo que se trata es de poder analizar, con el mayor grado de precisión posible (teniendo en cuenta, por supuesto, la enorme complejidad de la cuestión, y de las dificultades de abordarlo desde otros marcos lingüísticos, culturales, etc.), qué es lo que efectivamente ocurría en 2011 y qué es lo que ocurre en la actualidad. Y especialmente, cuál fue la dinámica política que llevó de una situación a la otra.

Esto es precisamente lo que intentaremos hacer en este artículo. Queremos repasar algunos de los elementos que permiten comprender mejor la naturaleza del conflicto, de sus actores y de su dinámica, sin extendernos en algunos aspectos muy importantes pero que ya son ampliamente conocidos (como las enormes dimensiones de la catástrofe humanitaria producida).

1) El régimen de los Al-Assad: ascenso y declive del nacionalismo burgués en Siria

Sin duda alguna, lo que se encuentra en el centro del conflicto en Siria es el régimen (político, económico, social) encabezado por la familia al-Assad, y que lleva en el poder más de 40 años. Es contra este régimen que se pusieron de pie las masas sirias en marzo de 2011, y contra el cual tomaron las armas hacia fines de ese año. Por eso todo análisis serio del conflicto debe empezar precisamente por ese elemento, que desarrollemos en este apartado.

El régimen sirio fue puesto en pie durante la década de los ’70, durante la presidencia de Hafez al Assad, padre del actual presidente Bashar. En el centro del régimen se encuentra, a su vez, el Partido Árabe Socialista Baath[1]. Desarrollaremos a continuación algunos elementos históricos que permiten comprender la fisonomía del régimen y partido mencionados. Allí se encuentran las claves para entender el origen de la rebelión popular de 2011 y muchos de sus rasgos.

1.1) El “pan-arabismo”, nacionalismo burgués en el mundo árabe

Tras la finalización de la segunda guerra mundial, y con el comienzo de la “guerra fría”, un proceso de profundas transformaciones sacudió el mundo árabe. El epicentro de ese proceso fue Egipto, donde un grupo de oficiales encabezado por Gamal Abdel Nasser tomó el poder derrocando a la monarquía pro-británica. Nasser se convirtió desde entonces en el máximo exponente del nacionalismo burgués en el mundo árabe, conocido como “pan-arabismo”, “nacionalismo árabe” o hasta “socialismo árabe”.

En su período de esplendor, esta corriente político-ideológica tenía como objetivo la unidad, la independencia, el desarrollo autónomo y la modernización del mundo árabe. Esto implicaba toda una serie de aspectos:

1) Liberar al mundo árabe de la tutela de los imperialismos clásicos que dominaron la región (Gran Bretaña y Francia) y del nuevo imperialismo emergente (Estados Unidos); derrotar la gran cuña instalada en el mundo árabe por estas potencias, el enclave colonial israelí. Esto llevaba aparejado al apoyo a la causa palestina y sus organizaciones.

2) Unir en un solo Estado a la enorme cantidad de países de habla árabe desperdigados en todo Medio Oriente.

3) Quitar del poder a las viejas clases dominantes árabes (terratenientes, tribales, mercantiles, etc.) y a sus monarquías.

4) Llevar adelante una reforma agraria que otorgara tierras a los campesinos explotados y oprimidos.

5) Separar al Estado de la religión refundándolo sobre bases laicas, impulsar la educación de amplios sectores de la sociedad (especialmente en el mundo rural).

6) Desarrollar enormes obras de infraestructura (por ejemplo, las necesarias para la irrigación de las gigantes zonas desérticas, áridas y semiáridas que abundan en Medio Oriente).

7) Estatizar los principales recursos naturales (especialmente el petróleo) y las grandes empresas estratégicas. Poner en pie una economía impulsada y dirigida desde el Estado, con el objetivo de desarrollar y modernizar la región.

El pan-arabismo, sin embargo, rechazaba la posibilidad de conseguir estos objetivos a través de una estrategia socialista revolucionaria- poniendo en el centro a la clase obrera y los sectores oprimidos, destruyendo el viejo aparato estatal, expropiando a las clases dominantes. Por el contrario, el pan-arabismo ponía en el centro a otro sujeto social: en primer lugar, las Fuerzas Armadas de los países árabes, las clases medias y las masas oprimidas en general (despojadas de toda independencia de clase). Desde el poder estatal, este conglomerado de fuerzas sociales, organizadas en un partido único, debían llevar adelante las transformaciones necesarias, sin romper nunca con las coordenadas más generales de la sociedad capitalista y su Estado.

Para contrapesar la presión del imperialismo, del enclave colonial israelí y de las viejas clases dominantes, el nacionalismo burgués jugaba un juego de “equilibrios estratégicos” entre las grandes potencias mundiales, apoyándose en la Unión Soviética pero conservando la autonomía, impulsando el campo de los “países no alineados”, etc. Se apoyaba también en la movilización encuadrada, y no independiente, de la clase obrera: para ello contaba con fuertes sindicatos estatizados que ejercían el monopolio sobre las organizaciones obreras, con métodos dictatoriales.

Este proyecto no pasó la prueba de la historia: Nasser fue derrotado en el ’67 a manos del Estado de Israel en la “Guerra de los Seis Días”, lo cual significó la derrota global de su proyecto y una enorme caída en su popularidad. Luego de la guerra de Yom Kippur (1973) sus sucesores en el poder tendieron a reconciliarse con Israel (con los tratados de Camp-David y luego la firma de la paz en el ’79) y a alejarse de todo cuestionamiento al statu quo, alineándose con el imperialismo yanqui.

Un balance del rol histórico del pan-arabismo debe partir de que fracasó completamente a la hora de cumplir sus objetivos más estratégicos. El mundo árabe permaneció dividido en una gran cantidad de Estados, sometidos en distintos grados a la influencia del imperialismo. El enclave colonial de Israel sobrevivió y se fortaleció. El desarrollo económico, social y cultural del mundo árabe se mantuvo años luz por detrás del nivel de las potencias del “primer mundo”, y no se acercó ni siquiera al de otras regiones también atrasadas como América Latina.

El límite histórico que el pan-arabismo nunca pudo cruzar es precisamente su límite de clase: su carácter de corriente burguesa (o más precisamente, pequeño-burguesa, ante la ausencia de una gran burguesía nacional que sea orgánica al proyecto), su negativa a ir más allá de los límites del capitalismo y de sus Estados. Estos mismos rasgos, universales a todos los nacionalismos burgueses[2], se repitieron en todos los países árabes que pasaron por estas experiencias, incluida Siria, como desarrollaremos en el siguiente apartado.

Pese a no haber podido perforar este “techo” estratégico, sí existieron transformaciones sustanciales (tanto en Egipto como en Siria y en otros países): avanzó -aunque sea parcialmente- la urbanización, se llevaron a cabo fuertes obras de infraestructura (por ejemplo hídricas, que permitieron extender la agricultura), crecieron las universidades formando una considerable capa profesional-intelectual. De esta manera algunos elementos y enclaves de “modernidad” se desarrollaron al interior de estos países, coexistiendo con elementos aún mayores de atraso. Esa combinación de rasgos es la que tiñe la estructura social de países como Egipto y también de Siria, y que permite entender las condiciones que dieron origen (y las condiciones en que se desarrolló) la Primavera Árabe.

1.2) El nacionalismo árabe en Siria: el partido Baath y la familia al-Assad[3]

La ola del pan-arabismo afectó profundamente a Siria, ex-colonia francesa recientemente independizada. En 1958 el país llegó a fusionarse con el Egipto de Nasser en la “República Árabe Unida”. La RAU llevó adelante profundas medidas de transformación económica y social, entre ellas una poderosa reforma agraria.

Esta experiencia duró tres años, hasta que un golpe militar en el ’61 (encabezado por las clases dominantes árabes tradicionales) restauró a Siria como país independiente, bajo la denominación de “República Árabe Siria”. Desde ese momento, la causa del nacionalismo árabe en Siria pasó a estar centralmente en manos del partido Baath, que tomó el poder en 1963.

Este partido estaba orientado en términos generales por las mismas concepciones y objetivos que el nasserismo. El énfasis sin embargo no estaba puesto ya en la unidad del mundo árabe, sino en la aplicación del programa en el marco de la nación siria. Esto implicaba además la identificación de los términos “sirio” y “árabe”, en desmedro de otros componentes étnicos sirios como los kurdos (contra los cuales se aplicó políticas francamente racistas, de colonización y hasta de limpieza étnica[4]).

El partido Baath llevó adelante una política fuertemente nacionalista en el terreno económico. Se desarrollaron políticas de reforma agraria, control estatal del comercio exterior, nacionalización de grandes empresas y fuerte inversión en infraestructura (especialmente luego de que en 1966 el poder recayera en manos de Salah Jadid, militar perteneciente al ala más izquierdista del partido). Esta estructura “capitalista de Estado”, aunque fue paulatinamente flexibilizada en las siguientes décadas, siguió en pie en lo esencial por lo menos hasta la década de 1990.

Sin embargo, la derrota de los países árabes contra Israel en la Guerra de los Seis Días (1967) marcó también en Siria el ocaso de esta “fase heroica” del nacionalismo burgués. Aquí la derrota tuvo un componente material y simbólico muy importante: la ocupación (que dura hasta el día de hoy) por parte de Israel de los Altos del Golán, pertenecientes a Siria. Esta derrota logró catalizar el descontento más general de las clases dominantes tradicionales contra el gobierno de Jadid, abriendo el paso a su caída.

Fue allí precisamente cuando el régimen del partido Baath comenzó a adquirir su forma actual: en 1970 Hafez al Assad (por entonces Ministro de Defensa) tomó el poder a través de un levantamiento militar, destituyendo a Jadid. El gobierno de Hafez fue el primero en Siria (luego de muchas décadas) que se mantuvo en el poder de manera estable. Hasta ese entonces, la dinámica política del país estaba determinada por una sucesión casi interminable de golpes militares.

El régimen que Hafez al Assad puso en pie se caracterizó por el más férreo autoritarismo. La constitución promulgada en 1973 estableció al partido Baath como único partido habilitado a gobernar el país (artículo que se mantuvo vigente hasta 2012, cuando la rebelión popular impuso cambios en la Constitución que no llegaron a verse reflejados en la realidad). Al mismo tiempo, purgó el propio partido para hacerlo completamente leal, eliminando todo vestigio de democracia en su interior. Todos los partidos de oposición fueron ilegalizados. Durante cuatro décadas rigió el estado de emergencia, que implicó entre otras cosas la restricción de toda prensa que no fuera la oficial, la detención masiva de opositores, etc. El sindicalismo fue estatizado, y con el tiempo aplastada toda manifestación de autonomía sindical (y ni que hablar de autonomía política) entre los trabajadores, especialmente durante los ‘80. Lo mismo ocurrió con todas las manifestaciones de la vida civil independiente, como el movimiento estudiantil, las organizaciones populares, etc.

En este sistema, la presidencia fue “renovada” una y otra vez cada 7 años en unas elecciones puramente formales con candidato único… en las que siempre ganó con más del 95 por ciento de los votos. La totalidad del poder recayó en manos del presidente, estimulando además un fuerte culto a la personalidad.

Al mismo tiempo, Hafez Al Assad consolidó su base de poder personal en base al nepotismo y favoritismo étnico. La enorme mayoría de los puestos de mando en las fuerzas armadas y de seguridad fueron concedidos a los miembros de su grupo de pertenencia, la comunidad alawita[5], y dentro de ella en especial a su clan (familia extensa). Así es como consolidó una nueva élite burocrática al mando del Estado, una camarilla muy cerrada y fuertemente teñida por el sectarismo étnico (aunque con un carácter laico). Esto contrasta fuertemente con las características de la demografía siria, donde la enorme mayoría de la población pertenece a la comunidad sunnita. El resultado es que este régimen, además de autoritario y cerrado, es visto ampliamente como minoritario desde el punto de vista de la representación social.

Un último elemento a señalar en este apartado es el del bloque político-social que se conformó alrededor del régimen. Como señalamos anteriormente, la clase dominante tradicional (árabe sunnita urbana, mercantil y terrateniente) se oponía a las transformaciones más radicales que el partido Baath había llevado adelante. Con la derrota de Siria en el ’67 contra Israel, las condiciones se hicieron más favorables para esos sectores. Hafez al Assad, tras quitar del poder al ala más radical del partido, se presentó a sí mismo como un “amigo” del establishment sirio, intentando reconciliarse con esas viejas clases dominantes. Para ello volvió atrás con los aspectos más radicales de la política económica nacionalista de los gobiernos anteriores, dándole más espacio al capital privado en el marco del “capitalismo de Estado”. Esto generó las condiciones para una asociación estratégica entre la clase comerciante-capitalista tradicional y la camarilla estatal recién mencionada. De esta asociación entre la camarilla burocrática (mayormente alawita) y el mundo de los negocios (mayormente sunnita) nació la clase dominante que gobierna el país hasta el día de hoy, y contra la cual estalló la rebelión popular de 2011.

1.3) Del giro de los ’90 a la actualidad: la fase decadente del nacionalismo burgués[6]

En la década del ’80 comenzó a cambiar abruptamente el clima político mundial, con el inicio de la ofensiva neoliberal encabezada por Reagan (EEUU) y Thatcher (Gran Bretaña). La base material era la persistencia de una crisis del modo de acumulación capitalista vigente hasta ese momento en todo el mundo. En los países del “tercer mundo” como Siria, esto significaba especialmente el agotamiento de la economía “capitalista de Estado” tal como estaba concebida hasta ese momento. Ese agotamiento solo podía ser superado por dos vías: o por el camino de una auténtica revolución anticapitalista (que no ocurrió), o por la vía de la adaptación a las reglas del capitalismo neoliberal y en vías de mundialización. Esto último es lo que comenzó a imponerse, tanto en Siria como en gran parte de los países atrasados y dependientes.

La caída de la URSS en 1991 significó un enorme salto en calidad de este proceso. Por un lado, aceleró la ofensiva neoliberal y el desmantelamiento de las economías nacionalizadas (total o parcialmente) en todo el globo. Por otro lado, al hundir geopolíticamente al principal sostén de los regímenes nacionalistas burgueses, dejó a estos aislados, debilitados y expuestos (especialmente en Medio Oriente). En Siria esto llevó por un lado a una adaptación cada vez mayor del régimen de Hafez al Assad al statu quo internacional (por ejemplo, participando junto a EEUU en la guerra del Golfo del ’91[7]), y por otro lado a reformas neoliberales en su economía. La incidencia del sector privado en la industria y la economía en general creció cada vez más.

En junio del año 2000 falleció Hafez al Assad, lo cual llevó a que su hijo Bashar asumiera la presidencia. Bashar heredó básicamente el régimen sirio tal como estaba: si bien en sus primeros momentos apareció como un “reformador” en el terreno político, estas reformas nunca se vieron plasmadas en la realidad.

Por otro lado, en el terreno económico Bashar aceleró las reformas liberalizadoras que se habían iniciado en la década del ’90. Quitó subsidios que beneficiaban a las mayorías empobrecidas (como los que permitían mantener bajo el precio del pan). En 2004 permitió por primera vez la existencia de bancos privados en Siria, y se creó una bolsa de comercio en Damasco. El sector privado llegó a adquirir una importancia preponderante en la economía (hasta el 70 por ciento de la misma en 2011). Dentro de este proceso, cobraron especial importancia un puñado de empresas ligadas políticamente al régimen. Las más significativas son las de Rami Makhlouf, primo de Bashar al Assad, que se benefició con las privatizaciones. El viejo “capitalismo de Estado” fue deslizándose cada vez más hacia un “capitalismo de amigos” basado en el mecanismo de la corrupción y el nepotismo (teñido a la vez de un componente étnico-sectario).

Estas reformas, en definitiva, enriquecieron más que nunca a la camarilla dominante, en cuyo centro se encuentra el partido Baath y la oficialidad alawita (pero también grandes empresarios y comerciantes sunnitas). El reverso fue el crecimiento de la desocupación y del empobrecimiento de las masas, especialmente en el mundo rural.

El desempleo en marzo del 2011 llegaba por lo menos al 15 por ciento, según datos oficiales. Estos números se disparaban hasta el 40 por ciento en ciertas franjas de la juventud –lo que explica en gran parte la dinámica generacional de la rebelión popular y la guerra civil. La pobreza alcanzó al 33 por ciento de la población (siete millones de personas) y se hizo enorme en las zonas rurales. La desigualdad social creció fuertemente: en el campo, por ejemplo, se vivió un intenso proceso de concentración de la propiedad, revirtiendo gran parte de las conquistas de la reforma agraria de los períodos anteriores. Esto provocó un proceso agudo de migración del campo hacia la ciudad, agravado por las enormes sequías que sufrió el país en las últimas décadas. En consecuencia, los suburbios pobres de las grandes ciudades crecieron enormemente, convirtiéndose en una bomba de tiempo.

Al mismo tiempo, declinaban fuertemente los servicios sociales. El viejo sistema estatal estaba en retirada, y el sector privado no creció a la misma velocidad. Esto llevó por un lado a una declinación de la infraestructura, y por otro lado al crecimiento de las organizaciones civiles encargadas de realizar asistencia social –en primer lugar las religiosas. Demás está decir que la consecuencia inevitable de este proceso fue el crecimiento de la influencia de los sectores religiosos en las masas empobrecidas, sentando las bases para un movimiento social de corte islamista (que emergió luego de la rebelión de 2011).

A este punto, se impone ya empezar a trazar un balance global del rol histórico jugado por el nacionalismo burgués en Siria. Si bien en sus primeros momentos (década del ’60) tomó fuertes medidas progresivas, entró rápidamente en decadencia. En los ’70 se reconcilió parcialmente con la clase dominante tradicional. En los 90 y 2000 revirtió gran parte de las conquistas del periodo anterior. El país resultante de ese largo proceso era uno indiscutiblemente atrasado, dependiente, profundamente desigual, autoritario y corrupto. El panorama difícilmente podría ser más lejano que aquel que había trazado el “pan-arabismo” en su época heroica.

Este fue precisamente el caldo de cultivo de la rebelión de 2011. La crisis económica mundial de 2008 agravó todos los problemas estructurales de la economía y la sociedad siria. Solo hizo falta la “chispa” de la Primavera Árabe para que comenzara el incendio.

1.4) El régimen sirio en el plano internacional: el “eje de la resistencia”

Un primer elemento (y de gran importancia) a señalar en el terreno internacional es el de la relación del régimen baathista con la URSS (y luego con Rusia). Aquí lo que existió desde la década del ‘60 es una poderosa alianza, originada en el juego de “equilibrios estratégicos” al que jugaba el nacionalismo burgués en la “guerra fría”. Sin embargo, esta alianza sobrevivió a la caída de la URSS y se mantiene hasta la actualidad, lo que permite comprender el rol de Rusia en el actual conflicto sirio.

A lo largo del régimen baathista, la URSS se convirtió en el principal proveedor de armas y equipamiento para las FFAA sirias. Más aún, Rusia construyó en los tiempos soviéticos una base naval sobre la costa siria (en la localidad de Tartus), que le permite hasta el día de hoy poseer una presencia estratégica en el Mar Mediterráneo. La asociación estratégica se extendió también a otros terrenos, de colaboración económica, inversiones y negocios varios.

Otro elemento de gran importancia es que desde los ’70 la familia Al-Assad puso en el centro de la agenda política siria el reclamo por los Altos del Golán, la denuncia del Estado de Israel, y (en menor medida) el apoyo a la causa palestina, retomando la tradición del pan-arabismo. Esto significó un enorme impulso al crecimiento de las FFAA sirias para “contrabalancear” estratégicamente a Israel. También implicó el apoyo político, financiero y armamentístico de Siria a diversos grupos palestinos de resistencia armada anti-sionista a lo largo de décadas. Siria fue junto a Egipto el protagonista de la guerra de Yom Kippur (1973) contra Israel, y a diferencia de la segunda, nunca firmó con el enclave sionista ningún tratado de paz.

Este elemento, la resistencia contra Israel (aunque evitando desde el ’73 todo enfrentamiento militar directo) se convirtió prácticamente en la piedra fundamental del discurso legitimador del régimen, ganándole un gran prestigio internacional. Assad utilizó esta política también para buscar el liderazgo del mundo árabe (contrapesando a Egipto que desde los acuerdos de Camp David se había adaptado al enclave colonial israelí).

Cuando en 1979 estalló la revolución en Irán y se impuso el régimen de los Ayatolás[8] (configurando la actual República Islámica), la común enemistad frente a Israel fue la base de una alianza estratégica entre ambos países, que se mantiene todavía hasta el día de hoy. Esta alianza es denominada por sus miembros como el “eje de la resistencia”, e incluye a las fuerzas libanesas y palestinas sostenidas financiera y armamentísticamente por Irán (centralmente Hezbollah[9], y con más contradicciones el movimiento Hamas[10]). Siria juega allí un rol clave ya que es el corredor logístico que permite llegar a los segundos el armamento (y todas las formas de soporte) que provienen del primero.

La posición del régimen baathista en este “eje de la resistencia” es una fuente permanente de tensión con Estados Unidos y la OTAN. Con el giro “neo-conservador” de la Casa Blanca a partir de septiembre de 2001, este problema se puso al rojo vivo. En 2002 el gobierno de Bush incluyó al régimen sirio dentro de su famoso “eje del mal”, lo que lo señalaba como posible objetivo de bombardeos y hasta de invasiones.

El estallido de la Guerra de Líbano en 2006 fue un nuevo capítulo en esta historia: la derrota de las fuerzas israelíes a manos de Hezbollah fue muy difícil de digerir, tanto para el enclave sionista como para los neo-conservadores de EEUU. Simultáneamente, la caída de Saddam Hussein en Irak permitió una mayor influencia del régimen iraní en ese país. El establishment “neo-con” y sionista empezó a instalar cada vez más la idea de una “medialuna chiita”[11] que sería el “espacio de influencia” iraní, y por lo tanto una amenaza para Israel, para la OTAN, y para todo el mundo árabe sunnita (empezando por Arabia Saudí y los países del Golfo).

Los países del Golfo son efectivamente competidores de Irán por la hegemonía regional, competencia agravada por la tensión sectario-religiosa (Arabia y sus aliados son militantemente sunnitas, e Irán es una teocracia chiita). Por lo tanto, la reorientación de 2006-2007 significó una tendencia regional hacia un gran conflicto entre bloques de países, teñido por fuertes elementos sectarios. Es desde este momento que se empezaron a generar las condiciones para el choque, que la Primavera Árabe terminó por catalizar.

2) La rebelión popular y el movimiento de masas

El conflicto en Siria, como es sabido, comenzó como parte del proceso más global de la Primavera Árabe. Un proceso de movilización popular masiva en todo el mundo árabe, que en unos pocos meses barrió con los gobiernos de Ben Ali en Túnez y de Mubarak en Egipto, que llevó a una guerra civil en Libia (finalizada con la ejecución del dictador Gaddafi), que provocó la salida del gobierno de Saleh en Yemen, que desestabilizó Irak, que mantuvo en vilo al gobierno de Bahréin y amenazó con extenderse a Arabia Saudita, a Jordania, al resto del Magreb (norte de África), etc.

En Siria, este proceso comenzó a desarrollarse a partir de mediados de marzo de 2011. El contexto de la Primavera Árabe era muy propicio para que saliera a la superficie el descontento acumulado durante décadas contra el régimen de los Al Assad. Se combinaron allí los efectos sociales del neoliberalismo y sus transformaciones económicas y demográficas, el malestar generado por la crisis mundial de 2008, las consecuencias nefastas de una sequía muy prolongada (que arruinó la agricultura local), con todos aquellos motivos tradicionales de oposición que existían previamente (especialmente el autoritarismo).

El estallido de las protestas fue respondido por el gobierno con una represión brutal, que movilizó al ejército para ametrallar a los manifestantes y luego bombardear las ciudades sublevadas. Esto consiguió detener la dinámica de las movilizaciones de masas, pero a costa del estallido (desde mediados de 2011, y en especial desde comienzos de 2012) de una insurrección armada en gran parte del mundo rural y de los suburbios populares de las principales ciudades. Así es como el conflicto se convirtió en una guerra civil a gran escala, que dividió el país en varias zonas de control e influencia a manos de diversos actores. Al día de hoy, cinco años después, esta guerra continúa, agravada por las distintas intervenciones militares extranjeras.

2.1) Los componentes sociales de las protestas de 2011

Al igual que en los otros países afectados por la Primavera Árabe, en Siria existieron grupos de jóvenes conectados a través de las redes sociales, mayormente urbanos, con mentalidad democrática y (en menor medida) laica, interesados en llevar adelante un movimiento masivo de protesta en el país. Si bien estos grupos jugaron un cierto rol en el desarrollo de las protestas, solo fueron un componente de las mismas, y no el dominante.

En un gran contraste con el proceso egipcio, el proceso sirio no “prendió” en la capital del país, Damasco. Si bien se desarrollaron algunas movilizaciones de importancia, estas fueron silenciadas una y otra vez por las fuerzas de seguridad del régimen. Las protestas sí afectaron en mayor medida a los suburbios de dicha ciudad. Esto se debió a una combinación de factores: por un lado, en la ciudad propiamente dicha el régimen conservaba altas tasas de apoyo, especialmente entre las clases medias y altas. La situación económica en los últimos años las había favorecido y no tenían especiales razones para lanzarse a una revolución. Por otro lado, el régimen concentró una enorme cantidad de fuerzas de seguridad en la capital, aplastando cualquier pequeño indicio de resistencia. De esta manera, Al Assad se aseguró de que no existiera una “plaza Tahrir”[12] en Siria.

Una combinación similar de elementos se dio en la otra gran ciudad de Siria, Aleppo, epicentro económico del país. Allí el conflicto en gran escala solo llegaría al corazón urbano en la fase de militarización, con el ingreso masivo de milicias de la periferia rural y de los suburbios. No hubo por lo tanto ni siquiera un “Benghazi” (segunda ciudad más importante de Libia y que fue la capital del levantamiento contra Gaddafi).

En Siria, en cambio, la “cuna” de la revolución masiva fue la ciudad de Daraa, cuya población para ese entonces se estimaba en 80 mil personas. Allí ocurrió el primer gran levantamiento, cuando las fuerzas de seguridad del régimen detuvieron y torturaron a adolescentes que habían pintado un graffiti exigiendo la caída del gobierno. Esto provocó la furia popular y la ciudad se puso de pie masivamente (el 15/3/11), hasta que el régimen reestableció el orden con las Fuerzas Armadas masacrando a los manifestantes.

La solidaridad con Daraa llevó a manifestaciones masivas a lo largo del país: las movilizaciones contra la dictadura se extendieron como reguero de pólvora, especialmente en la medida en que Al Assad intentaba aplastarlas con una represión brutal. El epicentro político de la rebelión pasó entonces a la ciudad de Homs (tercera ciudad más grande del país). Allí también las fuerzas armadas intentaron aplastar las movilizaciones, lo que llevó a que la resistencia adquiera cada vez más las formas de una insurgencia armada (especialmente desde comienzos de 2012). Ya para ese entonces la dinámica general era de guerra civil, y las protestas masivas fueron cediendo lugar al enfrentamiento militar directo.

La dinámica del proceso sirio entonces fue completamente original. No tuvo su epicentro en las principales ciudades nacionales, bien vigiladas y donde el régimen conservaba una amplia base social. En cambio, se desarrolló inicialmente a partir de las capitales provinciales, para luego hacerse fuerte en los suburbios empobrecidos de las grandes ciudades y en el mundo rural –especialmente en la fase de la militarización.

Esto significa un “paisaje social” muy específico para el desarrollo del proceso. Desde el comienzo mismo de la rebelión popular, la dinámica de los acontecimientos puso en el centro a sectores relativamente atrasados de la sociedad. No había allí prácticamente ninguna organización social o política pre-existente que diera un marco a las movilizaciones.

El sujeto social movilizado en la fase de las protestas masivas eran centralmente los jóvenes provenientes de diversos estratos sociales: las capas medias urbanas y los sectores empobrecidos de las periferias urbanas y las vastas regiones rurales. Todos ellos carecían de tradiciones de lucha previa y de identificaciones de clase. Se ve aquí también un contraste con el proceso egipcio: allí las organizaciones juveniles revolucionarias con concepciones políticas de izquierda (como el Movimiento 6 de abril[13] y otros) habían jugado un rol protagónico en la ocupación de plaza Tahrir. En Siria, parece haber primado un componente más “espontáneo”, seguramente debido a la debilidad o inexistencia de ese tipo de organizaciones.

Otro aspecto de enorme importancia en la fisonomía social de la revolución siria es que en ningún momento jugó un rol prominente la clase obrera como tal, con organizaciones propias. Esto la diferencia de otros procesos como el de Túnez y Egipto, donde ya antes de la Primavera Árabe los trabajadores habían protagonizado importantes huelgas contra sus respectivas dictaduras. Estas huelgas, movilizaciones y enfrentamientos fueron preparando el terreno para el estallido de 2011. En el caso de Túnez, el propio estallido de la rebelión popular fue protagonizada por la central obrera (UGTT). En Egipto, si bien las organizaciones obreras no tuvieron protagonismo en los primeros días, se volvieron fundamentales en el desenlace del conflicto: la paralización del canal de Suez y de grandes empresas a manos de sus obreros fue absolutamente central para la caída del dictador Mubarak. En ambos casos, el protagonismo de los trabajadores inclinó rápidamente la balanza de la relación de fuerzas a favor de los movimientos de masas y en contra de los regímenes. Por ello en ambos casos los dictadores debieron renunciar al cabo de unas pocas semanas.

En cambio en Siria, el movimiento obrero no llegó a teñir con su participación los acontecimientos, ni antes ni durante el conflicto. Si bien desde diciembre de 2011 comenzaron a desarrollarse las “huelgas de la dignidad”, estas parecen haber afectado principalmente al comercio y servicios. No está claro el nivel de adhesión que se haya logrado en la industria, y en cualquier caso, la participación fabril pasó mayormente desapercibida inclusive en la propia Siria. En este aspecto, sin duda alguna lo determinante fue el hecho de que los sindicatos siguieran estando en manos del régimen de Al Assad, y la brutal represión que existió contra todo intento de desbordar a esas direcciones sindicales (tanto antes de 2011 como durante la rebelión popular y guerra civil).

La ausencia del movimiento obrero de alguna manera colaboró a “empatar” la relación de fuerzas entre el movimiento de masas y el régimen, estancando el conflicto y generando las condiciones para una guerra civil prolongada. En el mediano plazo también contribuyó, y muy especialmente, a torcer la naturaleza del conflicto en una dirección profundamente anti-obrera y antipopular.

El estallido de las protestas fue objetivamente progresivo, ya que puso en cuestión una dictadura brutal, burguesa, corrupta y decadente. Surgió desde abajo y movilizó como un torrente a las capas empobrecidas de la sociedad, tiñéndose de un carácter indiscutiblemente popular. Como toda protesta más o menos espontánea y de masas, combinó los problemas políticos de régimen (la ausencia de libertades, la falta de soberanía popular, etc.) con temas sociales generales. Sin embargo, este último aspecto apareció relativamente desdibujado, especialmente ante la ausencia de un movimiento obrero que plante sus propias banderas.

Sujeto y conciencia política: el rol de la religión

Al igual que en el resto del mundo árabe, la sociedad siria es fuertemente religiosa y mayormente conservadora en sus concepciones. Esto es especialmente válido en el mundo rural y en los suburbios empobrecidos de las grandes ciudades.

Esto no significa en modo alguno que se trate de un país fundamentalista. Por el contrario, muy poco tiene que ver con los grandes nichos del atraso de la península arábiga, como Arabia Saudita. En el último medio siglo, el nacionalismo burgués en el poder se encargó de poner en pie un estado laico, y especialmente en las grandes ciudades hubo ciertos avances de la secularización.

Sin embargo, las instituciones religiosas (mezquitas, organizaciones de caridad, etc.) juegan un papel muy importante, y la conciencia política está mayormente teñida por la influencia religiosa. Esta tendencia viene en aumento, no solo en Siria sino en gran parte del mundo árabe, y es consecuencia de varios procesos. En términos político-ideológicos, es fundamental el declive permanente del nacionalismo burgués laico, que genera un movimiento pendular en el sentido opuesto: el fortalecimiento de las formas de identidad religiosas como alternativa a las viejas identidades decrépitas. En términos socio-económicos, tiene gran importancia la descomposición social producida por el neoliberalismo, ya que ante ella las instituciones religiosas adquieren un rol muy destacado en varios planos: asistencia social, ámbito de socialización y recomposición de lazos comunitarios, etc.

Esto hace que en la Primavera Árabe en general, y en Siria en particular, el componente religioso haya sido muy importante en la constitución del movimiento revolucionario y de su discurso político. Aquí se impone una importante aclaración: esto no significa que la ideología que oriente a las rebeliones-revoluciones árabes haya sido “islamista” (en el sentido de plantear la conformación de un Estado sobre bases religiosas, no laico). Pero sí que las formas de sociabilidad religiosa, las representaciones y los símbolos religiosos tienen un rol indiscutible. Y con ellas también las propias figuras religiosas, empezando por los predicadores de las mezquitas.

Un elemento que ilustra a la perfección todo lo anterior son las famosas “protestas de los viernes”, pieza fundamental de la Primavera Árabe en todos sus países. El momento de partida de las grandes movilizaciones eran los días viernes, en los que los musulmanes se juntan masivamente a rezar. Las manifestaciones salían entonces desde las mezquitas, que se transformaron en uno de los epicentros del movimiento. Las comunidades religiosas se pusieron en el centro precisamente por su carácter aglutinador: ya se encontraban concentradas allí miles de personas, lo cual permitía desafiar la represión estatal y generar un centro de atracción masivo para las protestas.

Como dijimos antes, esto no significa que necesariamente el movimiento de protesta tuviera un carácter islamista. Por el contrario, en el centro de las demandas se encontraba la caída de la dictadura, el fin del régimen autoritario y la constitución de un estado civil y democrático. Dentro de este movimiento coexistían diversas posiciones políticas: en un polo se encontraba el activismo juvenil laico y progresista, y en el otro el “islamismo moderado”, que plantea la constitución de un estado democrático “con un marco de referencia islámico”.

En síntesis, en la masificación del proceso revolucionario, confluyeron en las calles componentes diversos. Por un lado los grupos de jóvenes activistas, de mentalidad más bien progresista. Por otro lado las masas urbanas y rurales –empobrecidas en muchos casos por las políticas neoliberales del régimen-, de conciencia más conservadora pero orientadas por objetivos democráticos y por la defensa de sus intereses populares. Por último, las diferentes figuras y aparatos dominantes en la sociabilidad cotidiana: los clérigos, los jefes de los clanes (familias extensas), los grandes comerciantes locales, etc. El conjunto de estos elementos explica los alcances y límites de la primera fase de la revolución siria, la de las movilizaciones de masas. La militarización del conflicto potenciaría todos estos límites y contradicciones, dando lugar a una degeneración político-ideológica de la rebelión.

Las estructuras políticas del movimiento y de la oposición al régimen

En la medida en que se desarrollaban las movilizaciones, se fue conformando un universo de organizaciones locales, de base, relacionadas estrechamente a las protestas: comités de coordinación, medios de comunicación populares, grupos de Derechos Humanos, redes encargadas de proveer solidaridad a las zonas asediadas por el régimen, etc. Estos organismos muchas veces se federaban a nivel nacional, aunque la actuación a esta escala era más difícil debido a la brutal represión imperante en casi todo el país.

En estos organismos, que en muchos casos sobreviven inclusive hasta el día de hoy, se concentra lo más valioso del proceso sirio. Allí está la mayor proporción de activistas democráticos e inclusive laicos. Reside allí también el mayor grado de autonomía política (con respecto a los grandes aparatos islamistas, burgueses e imperialistas) que se puede encontrar en el movimiento revolucionario sirio.

En paralelo al florecimiento de estas organizaciones locales, la oposición política burguesa siria comenzó a construir su propia estructura política. Esta oposición, compuesta mayormente por exiliados, comenzó a reunirse en Turquía hasta que conformó allí el Consejo Nacional Sirio (CNS) en agosto de 2011. El CNS reunía principalmente a dos grandes corrientes políticas:

a) La mayor de ella es la del “islamismo moderado”, encarnado en el movimiento de los Hermanos Musulmanes. Los HHMM son una organización ampliamente conocida por su rol en Egipto, donde llegaron a gobernar el país como subproducto de la caída de Mubarak, ganando las primeras elecciones libres en la historia del país. En Siria se opusieron durante décadas al régimen de los Al Assad. A fines de los ’70 y principios de los ’80 protagonizaron una insurgencia armada contra el régimen (en la cual es emblemático el levantamiento de Hama en 1982) que fue aplastada a sangre y fuego, dejando miles de muertos. Al ser una organización ilegalizada y duramente perseguida por el régimen, no llegó a echar profundas raíces en Siria, pero mantuvo una presencia superestructural importante, especialmente en el exilio (donde participó de las distintas iniciativas de coordinación entre opositores, tanto antes de la Primavera Árabe como luego de ella). Los HHMM mantienen históricamente una fluida relación política con países como Qatar (del cual recibía –por lo menos hasta hace poco tiempo atrás- un gran apoyo político y financiero) y Turquía (que también se encuentra gobernada por el “islamismo moderado” de Erdogan).

Al mismo tiempo que los HHMM comparten (en términos generales) las banderas anti-dictatoriales y pro-democráticas de la oposición en general, se oponen al régimen de Al Assad con un ángulo sectario-religioso. En primer lugar, critican al gobierno por tener su núcleo en la comunidad alawita (rama del islam chií) y por estar alineado con Irán (potencia regional teocrática dirigida por el clero chiita). Desde esta concepción (se plantee o no explícitamente) el régimen debería tener su base en la comunidad musulmana sunnita, a la que pertenece la mayoría de la población siria. En segundo lugar, el islamismo le critica al régimen la puesta en pie de un Estado laico. La corriente islamista plantea que el Estado debería ser el garante de la aplicación de la Sharia (ley religiosa islámica), y que solo a través de ella se pueden solucionar los problemas políticos, económicos y sociales. En el caso de los HHMM sirios, plantean que la ley islámica debe ser implementada por un Estado civil y democrático (a diferencia del islamismo extremista que defiende formas teocráticas de gobierno).

b) El liberalismo burgués: se opone al régimen de Al Assad criticando centralmente tres aspectos del mismo- 1) el régimen político dictatorial y represivo 2) los vestigios –aún muy debilitados- de una economía “nacionalista” o “capitalista de Estado” 3) el alineamiento con las potencias “enemigas de la libertad” tales como Rusia e Irán. En el imaginario liberal-burgués, acabar con la “tiranía” significa al mismo tiempo conquistar un Estado constitucional-liberal-democrático; avanzar en una economía de mercado más abierta al capital privado (y especialmente a la inversión extranjera) donde jueguen un mayor rol “las iniciativas individuales”; alinear al país con Estados Unidos, Europa y las potencias imperialistas tradicionales.-

Como se puede observar de la composición del CNS (renombrado como “Coalición Nacional Siria” en noviembre de 2012 tras la incorporación de algunas fuerzas locales), se trata de un organismo burgués, totalmente alejado de los intereses de las mayorías populares, rabiosamente pro-imperialista. El hecho de que estuviera formado por exiliados agravaba el abismo existente entre éste y las masas sirias que enfrentaban al régimen. Este organismo era (y es todavía hoy) sostenido artificialmente por Turquía, los países del golfo arábigo (Arabia Saudita, Qatar, etc.), por Estados Unidos y Europa.

En una primera etapa, parecía que la estrategia imperialista en Siria era repetir la experiencia de Libia, donde una intervención de la OTAN en apoyo a las fuerzas rebeldes terminó llevando al poder Consejo Nacional de la oposición, también pro-imperialista. Sin embargo, en Siria nunca llegó a concretarse una intervención militar directa, ni tampoco la oposición logró por sus propios medios liberar franjas más o menos continuas de territorio. Esto dejó al CNS en un lugar prácticamente fantasmagórico, que desde su misma formación lo sumió en una crisis casi permanente, hasta que paulatinamente se dejara de mencionar inclusive en los grandes medios de comunicación imperialistas. Las fuerzas políticas y militares “sobre el terreno” serían la única dirección real del proceso revolucionario sirio, con todos sus alcances y límites.

2.2) El régimen resiste el torbellino y provoca la guerra civil

La política que se dio el régimen para responder a las protestas fue siempre la misma: una represión brutal, que fue creciendo en intensidad y violencia a cada día. Para esto recurrió al ametrallamiento de las protestas, al encarcelamiento en masa de opositores y sospechosos, a la tortura, al uso de la violencia sexual como arma, y eventualmente al bombardeo indiscriminado de las ciudades y pueblos sublevados. Cuando los soldados no fueron suficientes, ingresaron a las ciudades los tanques, aviones de guerra y helicópteros.

El aparato enormemente desarrollado de las fuerzas de seguridad le permitió este uso intensivo de la represión. A diferencia de lo que ocurrió en otros países de la Primavera Árabe, estas fuerzas se mantuvieron cohesionadas en su lealtad al régimen, por lo menos en su cúpula. Vendrían luego oleadas permanentes de deserciones de soldados por la base, pero que nunca llegaron a paralizar a las FFAA. Además de las fuerzas de seguridad oficiales, el régimen contó desde el comienzo con sus propias milicias para-policiales (denominadas “shabiha” o fantasmas), encargadas de reventar con métodos fascistas las movilizaciones populares.

Además de todo este aparato, el régimen recibió desde el comienzo el apoyo activo (armamentístico, financiero, logístico, etc.) de sus dos grandes aliados: Rusia e Irán. Este conjunto de factores le permitió hacer frente a un enorme movimiento popular con suficientes recursos represivos.

Por otro lado, ensayó también al comienzo de las protestas hacer algunas concesiones formales para calmar al movimiento, entre ellas la supuesta abolición de la ley de emergencia (que no provocó ningún cambio real en la política ultra-autoritaria del régimen). Se realizaron reformas constitucionales estableciendo en los papeles un supuesto sistema pluri-partidista, que nunca se llegó a ver realizado. Pero en definitiva, todo siguió como siempre.

En el terreno político, lo que permitió al régimen sostenerse es que parece haberse conservado una gran base social. Enormes movilizaciones pro-régimen se realizaron en Damasco, Aleppo y Homs, las tres mayores ciudades del país. Esto da cuenta posiblemente de una simpatía de las clases medias y altas sunnitas hacia el régimen en los núcleos más dinámicos del país. A esto debe sumarse el núcleo de apoyo tradicional de los Al-Assad, la comunidad alawita concentrada mayormente en las provincias costeras. Por último, el régimen logró ganarse también a otras comunidades no sunnitas, especialmente a los cristianos. En todos estos casos, la estrategia del régimen fue instalar la idea de que si caía Al Assad y el partido Baath, los que inevitablemente tomarían el poder serían los islamistas sunnitas, instalando una dictadura religiosa donde las minorías serían aplastadas.

Este discurso tenía un cierto asidero en la realidad. La Primavera Árabe, pese a no ser en sí misma islamista, tuvo como consecuencia el ascenso de los partidos ligados a los Hermanos Musulmanes en varios países. Hacia fines de 2011 estos partidos ganarían sus primeras elecciones en Egipto y en Túnez, mostrándose como alternativa de gobierno para todo el mundo árabe. Esto permitió hacer efectivo el discurso de polarización utilizado por el régimen sirio. En Siria era además un hecho objetivo que las distintas fuerzas islamistas se habían volcado de lleno a la oposición al régimen.

Por otro lado, el régimen recurrió también al discurso del “eje de la resistencia”. Este también tenía una base material: la “guerra fría” existente entre, de un lado, los países de la OTAN, el Estado de Israel y las potencias del Golfo arábigo y, del otro, Irán, Siria y el movimiento Hezbollah en el Líbano. Así el régimen podía presentarse a sí mismo como una “víctima de las conspiraciones sionistas y del imperialismo”. Efectivamente, las potencias y países enemistados con el régimen de Al Assad aprovecharon la situación y se lanzaron al apoyo de las protestas masivas. Lo que de ninguna manera se puede decir es que las segundas sean un “producto artificial” de las primeras: por el contrario, las movilizaciones masivas fueron tan reales y auténticas como el resto de la Primavera Árabe. El apoyo externo fue una consecuencia, y no una causa, de la existencia de estas protestas.

El discurso del “eje de la resistencia” también tuvo su efectividad. Le permitió desde el principio mantener el apoyo de Hezbollah y de todos los grupos pro-iraníes. Consiguió también mantener el apoyo al régimen de los sectores pan-árabes (nasseristas, etc.) en Siria y en Medio Oriente en general. En el plano mundial, gran parte de la “izquierda” de cuño estalinista, castrista y chavista se volcó al apoyo de la dictadura de los Al Assad, haciendo eco de la supuesta “conspiración imperialista”.

El efecto combinado de todos estos elementos es que el régimen logró mantenerse en pie, sobreviviendo el embate de la rebelión popular. La represión brutal del régimen terminó por hacer prácticamente inviable la continuación de las movilizaciones de masas. Esto fue lo que llevó a la militarización del conflicto: la autodefensa armada apareció como el único camino posible para resistir la represión y continuar la rebelión.

Como podemos observar, es precisamente por los límites del movimiento (y no por sus virtudes), que se dio paso a la militarización: la rebelión de masas no tuvo la suficiente fuerza para poder derribar al régimen, a diferencia de lo que ocurrió Egipto y en Túnez. Pese a la radicalización aparente que implica la militarización, en este caso no señaló un avance en la conciencia política de las masas, sino que fue síntoma de unas relaciones de fuerzas globalmente desfavorables.

3) La militarización de la rebelión

El proceso de militarización de la rebelión popular empezó aproximadamente en julio de 2011 y se desarrolló gradualmente, pegando un salto cualitativo durante el año 2012 –tras el bombardeo y la ocupación por parte de las tropas del régimen de la ciudad de Homs, considerada “capital de la revolución”.

La militarización no era un escenario ideal, y de hecho la mayor parte del movimiento popular se opuso durante meses a la misma. Pero luego de la negativa completa del régimen a otorgar la más mínima reforma y de las enormes masacres cometidas contra la población civil, no pareció quedar otra salida que tomar las armas. La autodefensa era una necesidad vital e impostergable, y esta no podía sino llevar a una guerra civil a gran escala.

La militarización adquirió la forma de una insurrección general de la juventud: decenas de miles de jóvenes de todo el país se armaron (a lo largo de los cinco años de la guerra civil) para defender sus barrios y sus aldeas de la represión del régimen, y para derrotarlo en sus propios bastiones. A esto se sumó la deserción de cantidades cada vez mayores de soldados de las FFAA sirias, que se negaron a reprimir al pueblo. Muchos de estos soldados tomaron el compromiso de utilizar sus armas para defender a las protestas y para colaborar con el derrocamiento de la dictadura. Como parte de este proceso, un grupo de oficiales desertores de las FFAA sirias anunció en julio de 2011 la formación del Ejército Sirio Libre.

Desde ese entonces, se formaron una gran cantidad de brigadas en todo el país que utilizaron el sello del E.S.L. Este nunca funcionó realmente como un ejército, ya que no había casi ningún tipo de coordinación (ni mucho menos mando central) entre las distintas unidades militares rebeldes. Recién en diciembre de 2012 se conformó un “Comando Militar Supremo” del E.S.L., aunque no está claro que haya funcionado realmente como tal en ningún momento (su función central parece ser canalizar la ayuda financiera proveniente del exterior entre sus diversos componentes).

Sin embargo, desde julio de 2011 la denominación “Ejército Sirio Libre” pasó a referir genéricamente a un conjunto de brigadas identificadas con la revolución popular siria y sus objetivos democráticos. La enorme mayoría de los combatientes de estas brigadas eran civiles, a los que se les sumaban pequeñas cantidades de desertores que generalmente ocupaban los puestos de mando.

A lo largo del año 2012 –y especialmente desde mediados del mismo- las brigadas identificadas con el E.S.L tuvieron importantes éxitos militares, pasando a controlar grandes regiones del país (zonas rurales, pequeñas ciudades, suburbios de las grandes ciudades, e inclusive distritos de las mayores ciudades, principalmente en Aleppo). Estas regiones liberadas pasaron a ser administradas por comités populares, en los que las protagonistas eran las comunidades locales. Se pusieron de pie interesantes experiencias de auto-organización y auto-administración, aunque permeadas por los límites más generales del movimiento (el sujeto social, su conciencia, etc.)

Pese a las derrotas que sufrieron las FFAA sirias en ese período (y a la enorme sangría de soldados que atravesaron como producto de las deserciones), estas mantuvieron casi intacto su núcleo de altos oficiales, y por lo tanto la estructura de mando y su capacidad operativa general. Conservaban mucho equipamiento, y aun perdiendo gran cantidad sus soldados, siguieron siendo enormes numéricamente. A esto hay que sumarle también sus tropas irregulares (shabihas, milicias de autodefensa de simpatizantes del régimen, etc.), y las brigadas extranjeras que las apoyaron (Hezbollah y otros grupos pro-iraníes). Esto hacía que fuera muy difícil derrotar militarmente al régimen, pese a la sensación general de colapso que imperaba en el país luego del salto en calidad de la crisis durante el año 2012.

Por otro lado, las brigadas del ESL contaban con gran cantidad de combatientes y cierto apoyo popular, pero carecían de armamento y de municiones, de un mando unificado, de disciplina y de experiencia de combate. Por ello luego de sus importantes éxitos iniciales, las brigadas del ESL se estancaron y comenzaron a perder terreno. La resistencia heroica de las masas sirias no alcanzó para torcer unas relaciones de fuerza desfavorables en el terreno militar. Pero como veremos a continuación, el centro de los problemas estuvo en el terreno estrictamente político.

3.1) Los problemas de la militarización

La militarización de la revolución trajo serios problemas políticos para su desarrollo. Hasta cierto punto, transformó su misma naturaleza político-social. Esto se debe a que la lógica de las movilizaciones masivas es muy diferente a la de la guerra. Mientras que en las primeras juega un rol fundamental la auto-organización, el protagonismo de masas y la espontaneidad, en la segunda todos estos elementos prácticamente desaparecen.

En las revoluciones, la guerra opera como un gran factor de encuadramiento: si prácticamente cualquier persona puede formar un grupo activista y hacer una manifestación, no cualquiera puede hacer una brigada militar efectiva. Ante la ausencia de organizaciones políticas y sindicales revolucionarias que cumplan un rol organizador y dirigente de la insurrección, el centro de gravedad pasa necesariamente a manos de figuras y grupos que pueden nuclear alrededor suyo cientos de personas, proveerlas de armas y municiones, trazar y ejecutar planes operativos, etc.

Esto en el caso sirio puso en el centro a los ex comandantes desertores de las FFAA, a los personajes conectados a las potencias extranjeras, a los “líderes comunitarios” (religiosos, tribales, comerciantes, etc.), a las redes jihadistas. El “comando central” de la revolución se escapó entonces de las manos de los sectores más progresivos del movimiento de masas (que expresan sus mejores intereses y concepciones), y pasó a manos de sectores que muy poco tienen que ver ellos.

La guerra también tendió a liquidar la independencia o autonomía política que podían tener los protagonistas de la revolución, ya que por su naturaleza establece un vínculo de dependencia con los donantes y financistas de las brigadas. La ayuda financiera (en el caso sirio proveniente mayormente del exterior) se convirtió en una cuestión de vida o muerte para sobrevivir: en una guerra poseer armas y municiones en cantidad suficiente es el punto de partida de la existencia.

Esto generó unas presiones poderosísimas hacia la subordinación al imperialismo y a los países y grandes burgueses regionales que tienen sus propios intereses en la guerra civil (especialmente Arabia Saudita, Turquía y Qatar). Éstos países e individuos pasaron a tener una fuerte influencia en el programa y perfil político de las brigadas, como resultado del condicionamiento económico. De esta manera la militarización marcó el mayor elemento de intervención imperialista y de países archi-reaccionarios desde el comienzo del conflicto[14].

Además del cambio de la lógica política, la militarización operó también un traslado del “escenario social” y por lo tanto del sujeto de la rebelión: de las ciudades al campo y las periferias urbanas, de donde provienen la mayor parte de los combatientes. Allí se multiplican las presiones del conservadurismo religioso, de la conciencia atrasada. Las mujeres, que hasta el momento eran participantes del pleno derecho de la rebelión, directamente salen de la escena ya que en esta fase los protagonistas no conciben que puedan jugar ningún rol.

La guerra civil multiplicó además las tensiones existentes entre los distintos componentes de la sociedad. Incrementó fuertemente el sectarismo en la medida en que enfrentó de manera directa a las bases de apoyo (reales o imaginadas) de ambos bloques –alawitas, del lado del régimen, y sunnitas del lado de la oposición. Multiplicó también las tensiones entre el campo y la ciudad, en la medida en que la marea de jóvenes rurales armados invadió grandes ciudades (este fue centralmente el caso de Aleppo) dando rienda suelta a los resentimientos previamente existentes.

La principal y más grave consecuencia de todos los factores mencionados es que la militarización llevó a la islamización del proceso revolucionario. Las grandes brigadas revolucionarias afiliadas al Ejército Sirio Libre, aún ligadas al movimiento de masas de carácter democrático, ya nacieron con un fuerte tono religioso (más o menos marcado según el caso), cosa que puede notarse desde el nombre de brigadas (compañeros del Profeta, califas, sultanes otomanos, alusiones varias al Islam, etc.) y la simbología utilizada (banderas y paños negros con la profesión de fe islámica, largas barbas, imágenes de mezquitas en los logos, etc.), hasta los elementos discursivos religiosos utilizados en sus declaraciones públicas.

Una porción muy importante de estas brigadas (probablemente la mayoría) planteaba la perspectiva de poner en pie un “estado civil con referencias islámicas” o directamente un “estado basado en la ley islámica”. Las brigadas relativamente laicas eran minoritarias, y aún ellas estaban teñidas por un fuerte conservadurismo ideológico –muy lejano al perfil progresista da la Primavera Árabe.

El componente islamista de las brigadas afiliadas al E.S.L. fue especialmente en aumento desde mediados de 2012. Sin duda alguna, en esto tuvo un fuerte impacto un hecho internacional: el triunfo que los Hermanos Musulmanes obtuvieron en las elecciones presidenciales de Egipto (en junio de dicho año), que los llevó a gobernar el país árabe más importante y a proyectarse como alternativa de gobierno en todo el mundo árabe.

Todo esto contribuyó a reabsorber las perspectivas más progresivas de la rebelión popular siria, lo que le permitió al régimen de Al Assad hacer pasar a la revolución como una “insurrección islamista”. Esta es una imagen extremadamente unilateral que pierde de vista el enorme movimiento popular que le dio origen, los elementos de autodefensa masiva de la población, los objetivos generales democráticos a los que adhiere el E.S.L. desde su formación, y la motivación principal de la mayor parte de los combatientes (por lo menos en las primeras etapas) cuyo objetivo principal era simplemente acabar con la dictadura. Durante el año 2011 y buena parte de 2012, la revolución seguía teniendo un carácter esencialmente popular y democrático, aunque teñido por elementos islamistas cada vez mayores. Este carácter no podía ser estable, y los desarrollos posteriores lo terminarían transformando en el sentido de agigantar los elementos islamistas y sepultar los democráticos.

A todos los problemas anteriormente mencionados hay que sumarle todavía otros, también de gran importancia. Se trata de los gravísimos problemas de comportamiento de muchas de las brigadas afiliadas al Ejército Sirio Libre, que con el tiempo llevaron a erosionar su base de apoyo. Muchas de esas brigadas recurrían al saqueo de la población civil para financiarse, a las actividades delictivas como secuestros extorsivos y confiscaciones arbitrarias a individuos (en los cuales no parece haberse presentado ningún criterio de clase), a la venta de bienes provenientes de la ayuda humanitaria, etc. Estas actitudes se fueron agravando en la medida en que el conflicto se alargaba: no solo por la presión financiera a la que estaba sometidas las brigadas, sino porque toda clase de oportunistas y de provocadores aprovecharon la situación caótica para establecer su propio dominio en las calles –sin ningún interés en combatir al régimen. Así se fue extendiendo cada vez más una percepción generalizada de las brigadas del E.S.L. como corruptas, ineficientes y hasta opresivas.

La causa de fondo de estos comportamientos es la naturaleza puramente “militarista” de las brigadas del E.S.L., carente de una dirección política con criterios revolucionarios que pudiera controlar a sus combatientes y establecer ciertas “reglas del juego”. Esto mismo se puede observar también en el bombardeo indiscriminado a zonas civiles por parte de estas brigadas, que contribuyó al éxodo de población y a la “desertificación” de las ciudades. Como se puede ver, en el terreno militar es donde el “espontaneísmo” apolítico muestra sus peores límites.

El conjunto de todos estos factores que venimos desarrollando llevó a que en el mediano plazo el Ejército Sirio Libre entrara en una tendencia decadente, de la que no se pudo recuperar nunca. Por un lado, esto llevó al congelamiento de la rebelión y a la posibilidad de que el régimen comenzara a recuperarse. Por otro lado, el vacío dejado por el declive del E.S.L. sería ocupado cada vez más por otro tipo de organizaciones, de una naturaleza netamente reaccionaria: los salafistas-jihadistas. Estos grupos militares “islamistas línea dura” sin lazos con el movimiento revolucionario de masas se destacarían rápidamente en el terreno militar y, por lo tanto, en un contexto de guerra civil pasarían al centro de la escena política, cambiando la naturaleza del conflicto.

3.2) Salafistas y jihadistas

Previamente al estallido de la Primavera Árabe, ya existía en Siria (y especialmente en su país vecino, Irak) una importante acumulación de fuerzas del islamismo más extremo: clérigos salafistas, redes jihadistas, etc. La invasión yanqui de Irak en 2003 fue el caldo de cultivo de estos sectores, con los cuales el propio gobierno de Al Assad había colaborado en su momento para combatir a las fuerzas de ocupación estadounidenses.

Cuando comenzó la Primavera Árabe y la rebelión popular en Siria, estos sectores vieron la oportunidad de aprovechar las condiciones políticas para desarrollar su propia agenda, diferente y opuesta a la del movimiento revolucionario de masas (democrática por naturaleza). Por eso tempranamente formaron sus propios grupos militares, separados y contrapuestos a los del Ejército Sirio Libre.

La existencia de estos grupos fue también estimulada por el régimen de Al Assad para sus propios objetivos. Prácticamente la totalidad de los grandes dirigentes de estas organizaciones se encontraban en prisión cuando comenzó la rebelión popular. Con el estallido de las grandes protestas, Al Assad estableció varias amnistías que liberaron de la prisión de Sednaya a cientos de prisioneros islamistas. De esta manera, el régimen sirio permitió a conocidos jihadistas empezar a operar libremente, contribuyendo no solo a la militarización del conflicto, sino sobre todo a la polarización del país en dos campos: el “secular” de Al Assad y el “extremista islámico” de la oposición. Esto era totalmente funcional a sus objetivos de aplastar a la oposición democrática y popular.

Desde el punto de vista de sus principios, los grupos salafistas y jihadistas son opuestos a los de la rebelión siria. Rechazan explícitamente el objetivo democrático, y buscan poner en pie un estado islámico, teocrático, basado en la Sharia (ley islámica). Sus concepciones exacerban al máximo el sectarismo: consideran que el enemigo a derrotar es el “el régimen alawita” y no la dictadura militar -lo que les da el pretexto para realizar masacres étnicas de todo tipo. Sus símbolos se distinguen de aquellos del Ejército Sirio Libre y de la revolución en general: rechazan la bandera revolucionaria (verde, blanca y negra) a la que consideran “nacionalista”- y por lo tanto una desviación de los principios islamistas-, y en su lugar levantan la bandera negra de la Jihad u otros símbolos similares.

Los salafistas-jihadistas también se distinguen de las brigadas afiliadas al E.S.L en sus métodos. Particularmente las organizaciones ligadas a Al Qaeda utilizan de manera profusa los atentados terroristas contra civiles. Esto además de ser profundamente reaccionario, genera el efecto político de alejar a las grandes masas de la revuelta, que aparece como responsable de las masacres. Los atentados jihadistas contribuyeron fuertemente (desde comienzos de 2012) a enturbiar el clima político, alienando grandes sectores de la sociedad siria y estimulando al máximo las tensiones sectarias.

Existen dos grandes variantes de estos grupos. Por un lado están aquellos cuyo objetivo es el establecimiento de un califato islámico global, que se estructuran como organizaciones internacionales y que llevan adelante también la guerra contra objetivos occidentales. Los más emblemáticos de estos grupos provienen de al-Qaeda: su rama oficial siria, Jabhat al Nusra[15], y su “desprendimiento”, el Estado Islámico o ISIS.

Por otro lado, existen grupos salafistas-jihadistas que se enfocan en la lucha sobre el terreno nacional (y por lo tanto se estructuran como grupos puramente nacionales) y que no plantean (por lo menos en esta etapa) un choque contras las potencias occidentales. Los más emblemático de estos grupos en Siria son el movimiento Ahrar al Sham[16] (muy fuerte en el noroeste del país –Idlib y Aleppo-) y Jaish Al Islam (que domina las periferias de Damasco). Estas últimas organizaciones conformarían a partir de noviembre de 2013 el “Frente Islámico”, absorbiendo también a brigadas islamistas del E.S.L y convirtiéndose desde entonces en la principal fuerza militar rebelde sobre el terreno.

Los grupos salafistas-jihadistas, a diferencia de los asociados al Ejército Sirio Libre, mostraron una enorme efectividad en el terreno militar. Muchas veces la participación de los grupos salafistas-jihadistas en las batallas fue la que decidió el triunfo en ellas: este es por ejemplo el caso del asalto a posiciones fortificadas del régimen, como los cuarteles militares que eran asediados durante años –sin éxito- por las brigadas del ESL.

Esta efectividad militar se debe a una variedad de factores: la disciplina y centralización de los grupos salafistas-jihadistas, la existencia en sus filas de cuadros militares experimentados (muchos de ellos protagonistas de la Jihad en Irak, en Afganistán o en otros países[17]), la posesión de sólidas bases de financiamiento y estructuras logísticas internacionales, su comportamiento audaz en el combate, etc. Todos los relatos de guerra expresan el enorme efecto que los jihadistas provocan en las batallas con la utilización sistemática de atentados suicidas que abren brechas en las defensas enemigas (y que son posibles por una moral de combate teñida de la ideología del martirio propia del extremismo religioso).

Las organizaciones salafistas/jihadistas ganaron además rápidamente la batalla del financiamiento externo: tanto por su efectividad como por su perfil político-ideológico, se convirtieron en los principales receptores de “donaciones” de la burguesía islamista del Golfo y de sus Estados (especialmente Arabia Saudita, Qatar y Kuwait). Estos simpatizan mucho más con los grupos fanáticos y reaccionarios, disciplinados a sus intereses y cosmovisión, que con las bandas populares y democráticas de civiles armados, fuertemente ligadas a la rebelión, al movimiento de masas y sus objetivos. A esto se le debe sumar también el apoyo logístico de Turquía, que colaboró con la puesta en pie de la llamada “autopista de la Jihad” por la cual fundamentalistas de todo el mundo ingresaron a combatir a Siria (especialmente en las filas de Jabhat al-Nusra y luego del Estado Islámico).

Por otro lado, estos grupos consiguieron ocupar los huecos dejados por la caída en el prestigio y confianza popular en el ESL -especialmente a partir de la corrupción sistemática de sus brigadas y su incapacidad para proveer una administración eficiente de las zonas liberadas. Los salafistas-jihadistas ganaron una gran popularidad presentándose como los restauradores del orden y de la ley, instalando sus propios tribunales de Sharia para dirimir los conflictos locales. También consiguieron ofrecer servicios a las comunidades, como alimentos y combustible a precios subsidiados –en un marco general de desabastecimiento e inflación brutal.

Otro aspecto a destacar es la radicalización islamista del proceso sirio en el terreno ideológico. Si bien esto no necesariamente fue un fenómeno mayoritario (no disponemos de estudios sobre sus alcances reales), si pareció afectar a sectores considerables de la juventud, en especial de aquellos que participaron del levantamiento armado. La visión del mundo presentado por los clérigos salafistas pareció encajar mucho mejor con la situación extrema que vivían cotidianamente (rodeados de muerte y destrucción provocadas por la guerra civil) que las “medias tintas” del islamismo moderado.

Los efectos de todas estas tendencias se fueron acumulando hasta pegar un salto en calidad con el paso del tiempo. Las brigadas salafistas-jihadistas crecieron enormemente. Miles de combatientes de las brigadas del ESL abandonaron sus organizaciones militares para pasarse a las anteriores -aunque más no fuera porque muchas veces eran las únicas que poseían armas y municiones suficientes para mantener el combate, o porque podían pagar salarios de subsistencia (en un país donde la economía no ofrecía ya ninguna oportunidad para las grandes mayorías).

Por otro lado, las brigadas islamistas (más o menos moderadas) asociadas al Ejército Sirio Libre tendieron desde fines de 2012 a despegarse cada vez más del mismo, y a formar sus propias alianzas alrededor de la pelea por un Estado basado en la ley islámica, desplazando el centro de gravedad del objetivo democrático al objetivo islamista. La oposición en su conjunto adquirió una coloración cada vez más islamista y menos pro-democrática.

Por todo lo anterior, para fines de 2013 el Ejército Sirio Libre había sufrido una auténtica debacle, vaciándose prácticamente de brigadas y de combatientes. El ESL residual quedó muy debilitado de estas rupturas, volviéndose prácticamente insignificante.

Por su parte, ya en su época de mayor fortaleza las brigadas del E.S.L. no veían como enemigos a los salafistas-jihadistas y tuvieron una actitud oportunista hacia ellos, aprovechándose de su efectividad militar en la pelea común contra el régimen de Al Assad. Aún después de la debacle del E.S.L., la mayoría de las brigadas residuales siguieron (y siguen hasta el día de hoy) trabajando en frente único con los salafistas- jihadistas, lo que las llevó a diluir completamente su perfil político “moderado” y “democrático”.

Existieron algunas honrosas excepciones a lo anterior: unas pocas brigadas que intentaron conservar su independencia frente a los salafistas-jihadistas y que llegaron inclusive a enfrentárseles. En casi todos los casos, estos últimos (especialmente las variantes de Al Qaeda) se encargaron de aplastarlas. Sobreviven muy pocas excepciones a estos procesos (especialmente valiosas por eso mismo), y la mayoría de ellas trabajan hoy en frente único con las milicias kurdas YPG-YPJ (volveremos sobre esto más adelante).

El enorme crecimiento de los salafistas-jihadistas y la virtual desaparición del ESL como sujeto diferenciado torcieron políticamente el rumbo de la guerra civil, cambiándole su contenido: de expresión distorsionada, contradictoria y limitada de una rebelión popular democrática, a una “insurrección islámica” con ecos muy lejanos de una rebelión popular. La “profecía” de Al Assad, completamente falsa en 2011-2012 se volvió una verdad prácticamente indiscutible en los años siguientes: el país se polarizó efectivamente entre su régimen y los islamistas de todo tipo.

Lo que se instaló entonces es una dinámica claramente contrarrevolucionaria. Esto se puede ver con toda claridad en los choques de los salafistas-jihadistas (centralmente Al Nusra) con los distintos colectivos activistas de la rebelión popular: los comités de coordinación locales, los medios de comunicación independientes, los organismos de Derechos Humanos, etc. Los grupos del extremismo islamista actuaron objetivamente como fuerzas represivas contra la revolución: bajaron sus banderas de las plazas en las zonas liberadas, reventaron sus locales, detuvieron o ejecutaron a sus activistas y ejercieron su propio poder dictatorial bajo el emblema negro de la Jihad.

Uno de los ejemplos más emblemáticos de lo anterior es la desaparición forzada (en diciembre de 2013) de la activista Razan Zeitouneh, una de las principales dirigentes de los comités de coordinación locales y del movimiento civil democrático y laico. Al momento de su desaparición, Razan se encontraba escondiéndose del régimen en un barrio de la periferia de Damasco, dominado por los salafistas de Jaish al Islam. Todas las versiones apuntan a dicho grupo como autor de su secuestro, o a cualquier otro grupo salafista-jihadista de los que contaban con plena libertad para operar en esas zonas.

3.3) El clímax de la contrarrevolución: El Estado Islámico

Esta dinámica contrarrevolucionaria siguió desenvolviéndose hasta llegar a su máxima expresión: la puesta en pie del Estado Islámico de Irak y el Levante (conocido como ISIS por sus siglas en inglés). Este se conformó a partir de abril de 2013, cuando el líder del Estado Islámico de Irak, Abu Bakr Al Baghdadi, anunció que la poderosa organización salafista-jihadista siria Jabhat al-Nusra (hasta ese momento misteriosa en sus orígenes) había sido una creación de Al Qaeda, y que desde ese momento quedaba subsumida al núcleo iraquí bajo su propio comando.

Desde ese momento Jabhat al Nusra se rompió en dos partes, una de ellas renombrándose como I.S.I.S. y reportando a al-Baghdadi, y la otra conservando el nombre y reportando a su antiguo líder Abu Mohammad al-Julani. Ambas fracciones jugaron (y juegan hasta el día de hoy) un rol de primer orden en la guerra civil siria.

El Estado Islámico partió de los mismos elementos y concepciones generales de los grupos salafistas-jihadistas, pero los desarrolló hasta un extremo que hasta ese momento nadie había alcanzado. Exacerbó a límites inimaginables todos y cada uno de los rasgos reaccionarios del salafismo-jihadismo: el sectarismo étnico-religioso, su política contrarrevolucionaria hacia los grupos democráticos, la aplicación de castigos medievales (la mayoría de los cuales incluye la pena de muerte) contra toda persona que transgreda la “ley islámica”, la opresión brutal hacia las mujeres y la masacre de las minorías sexuales, etc.

Multiplicó también hasta el infinito la brutalidad de sus métodos terroristas. Los atentados contra civiles, que ya eran utilizados por todos los grupos salafistas-jihadistas, alcanzaron una frecuencia, una sistematicidad y un nivel de violencia nunca antes vistos.

Junto a lo anterior, el Estado Islámico introdujo por primera vez un elemento de “ruptura estratégica” con el conjunto de la oposición. Mientras los grupos salafistas-jihadistas “tradicionales” siguieron funcionando en “frente único” con los islamistas moderados, el I.S.I.S. acabó con esta colaboración e impuso su control unilateral en las zonas ocupadas. A diferencia del resto de los salafistas-jihadistas, su objetivo no era ya esperar a derrotar a al Assad para poner en pie un “emirato islámico” más o menos consensuado entre las diferentes tendencias. El Estado Islámico, como su nombre lo indica, se concibe a sí mismo como la construcción ya realizada de ese emirato. Su objetivo por lo tanto es simplemente expandirse todo lo posible, dominando cada vez más territorios y recursos, y atrayendo cada vez más combatientes y civiles musulmanes a sus fronteras. Al mismo tiempo, esto implica un foco especial en la administración de las zonas ocupadas, la provisión de servicios comunitarios, etc.

Esta estrategia, por un lado, fue muy efectiva para lograr un crecimiento asombroso, meteórico. ISIS llegó a dominar más territorio que todo el resto de la oposición siria, y cualquier mapa del conflicto permite observar que una enorme porción de Siria se encuentra teñida de negro[18]. También la convirtió en una referencia indiscutible para todos los musulmanes radicalizados del mundo, ejerciendo un poder de atracción inconmensurable. Miles y miles de combatientes extranjeros afluyeron a Siria e Irak para sumarse a las filas de ISIS, convirtiéndose así en la organización jihadista transnacional más grande de la historia.

Pero por otro lado, esta estrategia provocó la ruptura de relaciones con todo el resto de la oposición, lo que llevó a un conflicto armado en gran escala con ella. En enero de 2014, estalló una auténtica rebelión popular contra el Estado Islámico, en la que tanto la población civil como los grupos armados rebeldes (desde las brigadas residuales del Ejército Sirio Libre hasta los salafistas-jihadistas) le declararon la guerra. Ataques simultáneos en todo el país permitieron echar al ISIS de sus bastiones en las provincias occidentales (Idlib) y en la ciudad de Aleppo. Sin embargo, esta organización logró sobrevivir los embates en el Este del país y en gran parte del Norte. Allí contraatacó logrando expulsar a todos los otros grupos de oposición, lo que le permitió ejercer por primera vez el monopolio del poder en un gran ciudad: Raqqa, capital de la provincia del mismo nombre. Esta se convirtió desde ese momento en su capital en Siria.

ISIS aprovechó este impulso en Siria para expandir también su dominio en Irak. Hacia mediados de 2014 consiguió tomar allí la ciudad de Mosul, proclamando la reconstitución del Califato y renombrándose como Estado Islámico (para eliminar toda connotación territorial específica y darse un carácter universal). Esto la catapultó a la fama internacional, estando desde ese momento en el centro de la agenda política mundial de las grandes potencias.

El ascenso del Estado Islámico fue el último clavo sobre el ataúd de la revolución siria, del cual no se pudo recuperar nunca (por lo menos hasta el día de la fecha). El E.I. se encargó de aplastar cualquier atisbo revolucionario (incluidos sus ecos lejanos en forma de “islamismo democrático”) en las vastas zonas que controla. Por otro lado su brutalidad genocídica y retrógrada logró provocar una enorme ola de apoyo popular alrededor del régimen de Al Assad, que consiguió incrementar la porción de la población que lo veía como “mal menor” –inclusive entre sectores que previamente apoyaban la revolución. Esto contribuyó a fortalecer al régimen, y por ende a debilitar también a la oposición en el conjunto del país.

Por último, la barbarie del Estado Islámico también logró provocar un cambio en el clima político internacional en relación al conflicto sirio. Primero fueron sus acciones hostiles y provocadoras contra Occidente (como el asesinato mediático de periodistas), su expansión sin freno en regiones que eran aliadas de EEUU (como el Kurdistán iraquí) y el genocidio de la etnia yazidí, que provocaron la intervención militar de Norteamérica y sus aliados en Irak y en Siria. Pero especialmente, fue la ola de atentados en Europa lo que terminó de rebalsar el vaso. Allí tanto EEUU como Europa determinaron el cambio de su orientación estratégica para Siria: la prioridad pasó a ser derrotar al Estado Islámico, dejando de lado el objetivo de derribar al régimen Al Assad. Allí fue que comenzaron las tendencias de Occidente hacia un entendimiento con el régimen.

El único contrapeso: las milicias kurdas YPG-YPJ

En este escenario de ascenso de la contrarrevolución en manos del Estado Islámico, solo una fuerza político-militar ejerció un contrapeso por izquierda. Se trata de las milicias kurdas (y de otras etnias) que resistieron heroicamente en la ciudad de Kobane al asedio del E.I., propinándole una enorme derrota. No queremos extendernos en este artículo sobre este tema, que ya fue ampliamente desarrollado en el anterior número de la revista SoB[19].

Lo que sí queremos señalar es que la dinámica de triunfos de las YPG-YPJ continuó su desarrollo hasta la actualidad, arrebatándole al Estado Islámico enormes franjas de territorio. No solo eso: el triunfo de Kobane marcó un punto de inflexión en el combate contra el E.I ya que inició una dinámica de retroceso del mismo que se mantiene hasta hoy, y que parece ser irreversible. A partir de Kobane, el E.I. comenzó a ser derrotado no solo por los kurdos en Siria, sino también en Irak (por los kurdos y las Fuerzas Armadas), y luego también por las Fuerzas Armadas en Siria. Al momento de escribir este artículo, inclusive las fuerzas rebeldes sirias (islamistas “moderadas”, salafistas-jihadistas y brigadas residuales del ESL) lograron volver a ganarle territorios al Estado Islámico.

La consolidación de las YPG-YPJ en el norte de Siria actuó como polo de atracción para brigadas árabes y de otras etnias, que quieren también derrotar al Estado Islámico. Esto permitió la conformación de las “Fuerzas Democráticas Sirias”, coalición dirigida por las YPG-YPJ pero que plantea –al menos nominalmente- un programa federativo y democrático para todo el país y todos sus grupos poblacionales. Al momento de escribir este artículo unas cuantas brigadas residuales del ESL (aquellas con mayor contenido “laico”) se habían incorporado a esta coalición, que por el momento solo se encuentra activa en el norte del país.

3.4) Los últimos acontecimientos y las perspectivas

No queremos extendernos tampoco aquí en los desarrollos más globales del último año y medio de conflicto, que hemos cubierto desde las páginas del periódico SoB[20] y cuyas tendencias todavía no han cristalizado de manera definitiva. A modo de síntesis general, diremos que lo más significativo fueron tres grandes “puntos de inflexión”:

1) El triunfo a comienzos de 2015 de la coalición rebelde Jaish al Fateh (ampliamente dominada por los salafistas-jihadistas) en toda la provincia de Idlib. En este momento, el agotamiento de las fuerzas militares del régimen parecía estar llevándolo al derrumbe completo.

2) La intervención militar rusa en septiembre de ese mismo año, con el objetivo de frenar la dinámica de retrocesos del régimen y de evitar su colapso. Esta intervención logró su objetivo de estabilizar los frentes de combate y comenzar a recuperar terreno.

3) La derrota de las fuerzas rebeldes a comienzos de 2016 en el norte de Aleppo, que permitió cortar la principal línea de suministro entre esas brigadas y Turquía. Esto dejó al borde del aislamiento a las fuerzas de oposición en la segunda ciudad más importante del país. Como resultado de esto se modificó sensiblemente la relación de fuerzas a favor del régimen. Estas condiciones permitieron a su vez la implementación de un “cese de fuego” de alcance nacional entre el régimen y la oposición, con el objetivo de negociar un acuerdo político definitivo. En este marco Rusia anunció el comienzo de la retirada de sus FFAA de Siria (que hasta el momento no parece haberse verificado).

Desde el punto de vista político, el cambio de escenario abrió una perspectiva muy interesante. El cese de fuego permitió que por primera vez en cinco años retornaran las grandes protestas populares a lo largo del país (por lo menos en las zonas que no están bajo control del régimen ni del Estado Islámico). Esto a su vez llevó a que estallaran las tensiones acumuladas[21] en la provincia de Idlib entre la población local (favorable a la rebelión democrática) y las tropas de ocupación jihadistas de Jabhat al Nusra. A lo largo de un mes, cientos o miles de personas se manifestaron diariamente en el pueblo de Maarat al-Numan exigiendo la retirada de los jihadistas luego de que estos atacaran a una brigada local del Ejército Sirio Libre.

El cese de fuego permitió mostrar que la finalización del conflicto armado está en los intereses de las mayorías populares, y que hoy en día parece ser el único camino para restaurar la revolución por sus vías iniciales: democráticas, populares y masivas. Para lograr esto es necesario que el régimen de Al Assad y sus aliados (Rusia e Irán) acepten cesar de manera permanente las agresiones y bombardeos indiscriminados hacia las zonas liberadas, retirar a las fuerzas armadas de las ciudades y pueblos, liberar a los miles de presos políticos, permitir el acceso de ayuda humanitaria y la reconstrucción de las ciudades y regiones destruidas. Si se consiguiera arrancarle al régimen estas conquistas mínimas democráticas, sería un enorme aliciente para la recuperación de la rebelión popular. A esta perspectiva debemos apostar los socialistas revolucionarios en todo el globo.

4) Conclusiones políticas

El curso inequívocamente reaccionario de la rebelión siria nos obliga a sacar algunas conclusiones.

El centro del problema está en el “triángulo político-social” que define todo proceso revolucionario: 1) el sujeto social que lo encabeza, 2) el nivel de conciencia de ese sujeto (y sus representaciones en general), y 3) el carácter de la organización o conjunto de organizaciones que actúan como dirección política de ese proceso –tiñéndolo con su propio programa.

La rebelión siria se “empantanó” precisamente por ese triángulo. En cuanto a su sujeto, estuvo ausente el proletariado, por lo menos en tanto clase organizada como tal. La juventud de las grandes ciudades, aunque jugó un rol, no fue tampoco el epicentro, especialmente en la fase de la militarización. Las mujeres estuvieron presentes solo en la etapa de las grandes movilizaciones, y fueron borradas de la fase armada del conflicto.

En cuanto a la conciencia, predominó la cosmovisión religiosa, que se fue radicalizando cada vez más en la medida en que se profundizaba el conflicto. No operó tampoco un proceso de “giro a la izquierda” de las concepciones religiosas, como el que dio lugar a las guerrillas “cristianas socialistas” –estilo Teología de la Liberación- en América Latina en la década del ’70. Por el contrario, se reafirmaron todos los rasgos retrógrados de la conciencia religiosa islámica, especialmente el sectarismo, la opresión a las mujeres y minorías, etc. Tendió inclusive a hacerse cada vez más fuerte el pensamiento teocrático, en oposición a las concepciones democráticas.

Con respecto a la dirección, los grupos de activistas progresistas que se conformaron localmente quedaron cada vez más aislados en el proceso revolucionario. La militarización, la islamización y luego la contrarrevolución los terminó por desplazar completamente de cualquier lugar destacado, poniendo al frente a los sectores más reaccionarios. Se hizo dolorosamente patente la ausencia de partidos revolucionarios de izquierda, e inclusive de organizaciones juveniles combativas y progresistas como las que jugaron un rol de vanguardia en Egipto.

Con todo el “triángulo” político-social girado a la derecha, no hay forma de que una revuelta -aunque sea popular y democrática en sus comienzos-, se desarrolle hasta el final y cumpla sus objetivos, ni siquiera los más mínimos. Mucho menos aún se podría hablar de una “revolución obrera y socialista”, que suena ridículamente fuera de contexto en estas coordenadas que describimos. En estas condiciones, el proceso revolucionario sólo puede degenerar en un sentido reaccionario, convirtiéndose en su opuesto. Solo así se puede comprender la emergencia del Estado Islámico, organización de carácter semi-fascista que saltó a la fama mundial y se puso en el centro de los acontecimientos – no ya por su rol en Siria o Irak, sino por los atentados en Europa.

La gran lección que deja la rebelión siria, al igual que toda la Primavera Árabe, es la necesidad insoslayable de poner en pie fuertes organizaciones revolucionarias y socialistas. Necesidad que en regiones atrasadas como el mundo árabe solo puede resolverse a través del desarrollo de grandes corrientes internacionales del socialismo revolucionario. Solo a través del trabajo paciente y sistemático de estas organizaciones durante un largo período se puede forjar una vanguardia revolucionaria en los países árabes que pueda encabezar y llevar hasta el final una revolución que sacuda todos los cimientos de Medio Oriente. Este es el camino para vencer todos los obstáculos que se plantearon hasta ahora, y reabrir la perspectiva de la emancipación de los y las explotados y oprimidos que pareció vislumbrarse en 2011.

 


[1] “Ba’ath”: “renacimiento” en el idioma árabe.

[2] En muchos de los aspectos que mencionamos en este artículo se puede establecer un fuerte paralelismo entre el pan-arabismo y los nacionalismos burgueses de América Latina, como el peronismo argentino.

[3] Para este apartado, tomamos principalmente los datos aportados por Joseph Daher, miembro de la izquierda revolucionaria siria, publicados en el sitio web “International Viewpoint”. Centralmente, utilizamos el artículo “A review of the origins and development of the revolutionary process (part 1)”, que se puede encontrar en http://internationalviewpoint.org/spip.php?article3621.

[4] El régimen del nacionalismo árabe en Siria llevó a cabo desde los ’60 la política conocida como “cinturón árabe”, consistente en colonizar las regiones kurdas del país con población árabe para desplazar a sus habitantes originarios. Esto tenía como objetivo entre otras cosas destruir a los kurdos como identidad diferenciada.

[5] El alawismo es una variante de la rama chiita (minoritaria) de la religión musulmana. Los sunnitas, en cambio, son la rama mayoritaria de la religión musulmana, en el mundo árabe y en el mundo islámico en general.

[6] En este apartado tomamos nuevamente los datos aportados por Joseph Daher en el mencionado artículo.

[7] Guerra que enfrentó a una coalición internacional dirigida por EEUU contra el gobierno iraquí de Saddam Hussein, que –paradójicamente- provenía de las filas del partido Baath de Irak.

[8] Nos referimos al actual régimen teocrático iranípor el cual el clero chiíta concentra el poder político (pre-seleccionando y vetando a los posibles candidatos a gobernar el país, por ejemplo).

[9] Hezbollah es una organización libanesa (de composición mayormente musulmana chiita) cuyo objetivo central declarado es la resistencia contra el Estado de Israel. Su orientación política está fuertemente marcada por el apoyo al régimen iraní.

[10] Hamas es un movimiento palestino islamista de resistencia contra Israel, proveniente a nivel internacional de los Hermanos Musulmanes. Se trata de una organización islámica sunnita, apoyada armamentísticamente por Irán pero contradictoria con su filiación religiosa y política.

[11] “The Redirection – Is the Administration’s new policy benefitting our enemies in the war on terrorism?” Seymour M. Hersh, The New Yorker, 5/3/2007. http://www.newyorker.com/magazine/2007/03/05/the-redirection

[12] La “Plaza Tahrir” en la ciudad de El Cairo (capital de Egipto) fue el epicentro de la rebelión popular egipcia en 2011, con una ocupación continuada de la misma donde participaron cientos de miles de personas (resistiendo exitosamente día tras otro a las oleadas de represión del Estado y de las patotas oficialistas).

[13] El movimiento 6 de abril se fundó en 2008 alrededor del apoyo, por parte de sectores juveniles, a una importantísima huelga obrera en la textil Mahalla. Este elemento identitario pro-obrero caracterizó a gran parte de la vanguardia juvenil egipcia, a diferencia de la rebelión en Siria.

[14] Un ejemplo clarísimo de la influencia del “condicionamiento externo” es la fuerte negativa de casi todos los grupos del ESL a apoyar la autodeterminación del pueblo kurdo. El factor principal de este rechazo es la posición de Turquía (o mejor dicho, del gobierno de Erdogan), rabiosamente anti-kurdo.

[15] “Jabhat al Nusra” se traduce aproximadamente como “frente de apoyo” (en referencia al “pueblo del Levante”).

[16] “Ahrar al Sham” se suele traducir como “Libres del Levante”. “Jaish al Islam” significa “Ejército del Islam”.

[17] Se trata de guerras en las que extremistas islámicos de todo el mundo afluyeron a combatir contra “los infieles”. El caso más tradicional es el de Afganistán en los ’80, en donde se forjó el mismísimo Osama Bin Laden en el combate contra las tropas de la URSS.

[18] Es necesario aclarar, sin embargo, que las zonas ocupadas por el Estado Islámico no pertenecen a la franja más poblada de Siria, sino a regiones periféricas y desérticas. En las regiones más estratégicas del país la disputa tiene solo dos actores: el régimen de Al Assad y el conglomerado heterogéneo de los “rebeldes” (salafistas-jihadistas varios, islamistas moderados, Ejército Sirio Libre, etc.).

[19] Ver artículo: La batalla de Kobane y la experiencia comunal del Kurdistán sirio. Por Ale Kur, Revista SoB n° 29, abril 2015.

[20] Ver notas: Siria: La intervención militar rusa, un salto cualitativo en la guerra civil, Por Ale Kur, Socialismo o Barbarie, 24/09/15

Siria – un nuevo punto de inflexión en la guerra civil (e internacional), Por Ale Kur, Socialismo o Barbarie, 18/2/16

Siria – Entró en vigor el “cese de fuego”, Por Ale Kur, Socialismo o Barbarie, 3/3/16

[21] Desde que Jabhat al Nusra comenzó a hacerse fuerte en Idlib, existe una permanente guerra fría entre el activismo local civil y democrático y las fuerzas jihadistas: estos últimos por ejemplo se dedicaron a clausurar las radios locales y a apalear a sus encargados.

Por Ale Kur, Revista SoB 30-31, noviembre 2016

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