El paso del huracán Matthew por Haití se transformó en una nueva catástrofe. En esta ocasión, el saldo fue de 850 muertos y una gran destrucción. Los números parecen pequeños en comparación con las más de 300 mil muertes provocados por el terremoto de 2010, pero siguen siendo desproporcionadamente altos para un fenómeno natural.
A estas cifras, además, hay que agregarle un enorme tendal de destrucción material, el repunte de enfermedades como el cólera y la posibilidad muy cierta de una hambruna como producto de la pérdida de cosechas y ganado. Los hospitales ya agotaron también sus suministros para atender a los heridos. El conjunto de estos factores deja a entre 750 mil y un millón y medio de personas (el 12 por ciento de la población del país) en una situación de dependencia completa de la ayuda humanitaria, según datos de la ONU.
El paso del mismo huracán por otras regiones dejó un saldo muchísimo menor de destrucción (apenas unas decenas en EEUU, por ejemplo). No se debe solamente a que ya se encontraba disminuida su potencia, sino centralmente a la existencia de condiciones sociales completamente diferentes.
Al igual que en el catastrófico terremoto de 2010, la cantidad de muertes se vio maximizada por la gigantesca precariedad de las formas de construcción y de vida en Haití. El hacinamiento, el pésimo estado de la infraestructura, la fragilidad de las viviendas, la imposibilidad de realizar cualquier procedimiento serio de evacuación (entre otras cuestiones) potencian la fuerza destructiva del fenómeno climático.
Los factores que generan al huracán son de orden natural, pero lo que lo convierte en una enorme amenaza a la vida humana es la pobreza estructural de las regiones afectadas. En el caso de Haití, estas condiciones vienen de larga data, pero además agravadas brutalmente por la enorme destrucción que provocó el terremoto de 2010 (del cual jamás se llegó a recuperar). La acumulación de desastres políticos, sociales y naturales está llevando al país a una situación de catástrofe humanitaria permanente y estable, de proporciones inimaginables (ya en 2010 los niveles de pobreza eran del 80%). Lo que está en el centro del problema es el carácter de la estructura económico-política de Haití: se trata de un raquítico Estado capitalista colonial, como definíamos en la Declaración de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie[1] en ocasión del trágico terremoto.
Una larga historia de expoliación y opresión
La situación de enorme pobreza y dependencia en la que se encuentra Haití no es algo que exista desde el comienzo de los tiempos, ni que sea connatural a la existencia del país. Es producto de una serie de procesos históricos concretos, donde distintos imperialismos se encargaron de saquear el país hasta dejarlo en su actual estado ruinoso. Citaremos a continuación algunos párrafos de la mencionada Declaración de 2010, donde se desarrollan estas cuestiones.
“El largo martirio del pueblo haitiano con las potencias imperialistas se inició pocos años después de su independencia de Francia en 1804. La misma fue conquistada mediante una verdadera revolución política y social (el más importante proceso de la independencia latinoamericana) que emancipó a la población negra y fue un ejemplo para toda la América hispánica.
Sin embargo, como era de esperar, esto provocó la furia del imperialismo galo (y no solamente de él, también de España y demás potencias imperiales), el cual no tardó mucho en idear una forma más ‘sutil’ de continuar con la explotación de su ex-colonia caribeña: le impuso –de manera ilegal– el pago de una compensación económica por las propiedades perdidas con la independencia.
De esta forma, la joven nación haitiana tuvo que cancelar desde 1825 hasta 1947 la astronómica cifra de 21 mil millones de dólares para compensar los ‘perjuicios’ económicos provocados a los capitalistas franceses, cantidad que supera en más de 19 mil millones de dólares la actual deuda externa haitiana.
Pero la rapiña imperialista no provino solamente de Francia, sino que también contaría (y cuenta) con la participación de los Estados Unidos, que conforme aumentó su poderío político-militar, se fue haciendo del control de la antigua zona de influencia europea en Latinoamérica y el Caribe. Una buena muestra de esto son las tres invasiones militares (1915, 1994 y 2004) y los 19 años de ocupación militar (1915-1934) estadounidense en Haití.
Además de las intervenciones militares directas, el imperialismo estadounidense aplicó en Haití formas de dominación más indirectas por medio del establecimiento de gobiernos de su confianza.
Así, los Estados Unidos apoyaron a la dictadura militar-dinástica de los Duvalier (1957-1986), la cual jugó un papel destacable como contención de la Revolución Cubana en el Caribe y que en su momento no presentó el menor reparo en masacrar al movimiento obrero y popular haitiano por medio de su policía secreta (los llamados ‘Tonton Macoutes’), además de saquear las arcas estatales y endeudar al país con los organismos internacionales (un 40% de la deuda externa actual haitiana se originó durante la dictadura de los Duvalier).”
Como se puede observar, las potencias imperialistas hicieron pagar muy caro el atrevimiento de los esclavos haitianos de 1800: así la primera gran revolución política y social triunfante de América Latina fue castigada con durísimas condiciones de existencia que perduran hasta el día de hoy.
Al pago de compensaciones y las invasiones se sumaron los sistemáticos golpes de Estado y gobiernos títeres del país, que privatizaron empresas públicas y destruyeron cualquier posible desarrollo autónomo o posibilidad de sustentación seria. En la actualidad, esto continúa también bajo la forma de la existencia de “zonas francas” donde se instalan fábricas multinacionales para producir mercancías de exportación, pagando salarios bajísimos y en condiciones de casi esclavitud laboral.
El régimen político haitiano carece de cualquier elemento democrático real. Desde 2004 el país se encuentra bajo la ocupación de las tropas de la MINUSTAH, misión internacional de la ONU encargada por el imperialismo yanqui y liderada por el ejército brasilero. El aparato estatal es profundamente corrupto, empezando por sus sucesivos presidentes. Las elecciones cuentan con un grado muy bajo de participación y están plagadas de fraude. El creciente hartazgo de las masas haitianas contra este régimen, cada vez más hambreadas, llevó a una rebelión popular a comienzos de este año[2].
Por todo lo que desarrollamos, la solución a los problemas históricos de Haití no pasa sola ni centralmente por la ayuda humanitaria que se le pueda brindar. Este es un paliativo fundamental, un deber ineludible de todos los Estados para evitar que sigan muriendo haitianos. Pero una salida de fondo exige eliminar de raíz el régimen dictatorial y corrupto, conquistar una verdadera independencia económica y política que tenga en el centro a los trabajadores y el pueblo. Sólo así se puede iniciar el camino a un desarrollo autónomo que a[3]cabe con siglos de pobreza y de catástrofes de todo tipo.
[1] La responsabilidad no es sólo de la naturaleza, es también del capitalismo colonial, Declaración de la Corriente Socialismo o Barbarie Internacional ante la catástrofe humanitaria en Haití. Enero de 2010. http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=8735
[2] Ver nota Rebelión en Haití Por Fernando Dantés, Socialismo o Barbarie, 28/1/16, http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7183.
Por Ale Kur, SoB n° 401, 13/10/16