Las tareas de la izquierda revolucionaria en el próximo período
Los sindicatos, la lucha por la reforma social y por la democratización de las instituciones, políticas es de ordinario el contenido formal de la actividad partidaria socialdemócrata. Pero la diferencia no estriba en el qué, sino en el cómo.” (¿Reforma social o revolución?, Rosa Luxemburgo)
Hay muchos elementos en juego: el problema del gobierno y la transición que se abre; no es un simple balance electoral. Tocaremos tres aspectos: el balance de la izquierda, las tareas que se le plantean de aquí en más y el balance del partido, de su enorme acción a lo largo de todo el año.
1. Los dolores de parto de toda transición
Como lo indican las enseñanzas elementales del marxismo, vamos a ir de los elementos más objetivos a los subjetivos, arrancando por la transición que se abre luego de la derrota electoral del gobierno.
La primera definición, el trazo grueso más general que enmarca el conjunto de los desarrollos, es que el kirchnerismo recibió una fuerte derrota electoral y que se abre una transición hacia alguna forma de post kirchnerismo (desde afuera, más seguramente, o desde adentro, lo menos probable a pesar de la recuperación de la iniciativa política con el nuevo gabinete y las nuevas medidas); hacia un nuevo gobierno sin hegemonía y sin dominación del kirchnerismo, lo que no es un problema menor porque ocurrirá luego de 12 años de dominación ininterrumpida de esta fuerza política sobre la vida nacional.
Este hecho determinante, esta definición global, no hay fallo de la Corte, nuevo gabinete, nuevas medidas de ajuste económico y relativa recuperación de la iniciativa política por parte del oficialismo que lo puedan cuestionar (salvo un cambio demasiado global de todas las condiciones que no parecen, a priori, a la vista).
Además, no será cualquier transición, sino que va a operar después la gestión presidencial más larga que tuvo la Argentina, en todo el siglo, incluidas las dictaduras militares, y esto por obra y gracia de circunstancias no sólo nacionales, sino regionales y mundiales (ciclo de rebeliones latinoamericano, crisis económica global, etcétera).
Pero que sea el gobierno más longevo en cien años no quiere decir que haya sido el gobierno burgués más “histórico” ni nada por el estilo, o que haya operado transformaciones de fondo.
Esto no ha sido así; de ahí cómo ha revertido en forma de crisis la falta de reformas en la estructura del país en la última década, heredada de la dictadura militar y reafirmada por el menemismo, y que el gobierno no atinó a cambiar en lo sustancial más allá de la modificación de política económica: el llamado “modelo”, que se impuso “naturalmente” luego de la devaluación del peso a comienzos del 2002, antes de que asumieran los K.
No hablamos de un gobierno “histórico” en ese sentido (como podría ser el de un Perón o Yrigoyen), pero destacamos su “longevidad”. Una gestión gubernamental de semejante duración establece factores de equilibrio, contrapesos, etcétera, de modo que cualquier transición luego de 12 años de gestión inevitablemente introducirá elementos de inestabilidad.
En términos generales: se trata de un determinado punto de equilibrio que queda en el pasado y una nueva realidad que puja por un nuevo equilibrio. Pero eso es algo aún no construido que va a introducir, inevitablemente, una serie de problemas y contradicciones; pruebas y tanteos. Medir, establecer el peso específico exacto de esas contradicciones es parte del arte político de lo que viene, para todas las clases y todos los actores: desde el gobierno hasta la izquierda revolucionaria.
Pero hay algo que podemos descartar: desequilibrios, contradicciones, crisis incluso agudas o muy agudas -a pesar de la supuesta “calma chicha” actual, ver los saqueos en Córdoba y en Grand Bourgno hay ninguna duda que se van a vivir en los próximos dos años. Porque lo que se acaba, más allá de todas las mediaciones, no es un gobierno más, sino los equilibrios construidos a lo largo de más de una década. Y en un escenario donde parte mayoritaria de la burguesía y la oposición patronal pugnan por encontrar un punto de equilibrio más corrido hacia la “normalidad” burguesa, más hacia la derecha que bajo los K, con otra relación de fuerzas entre las clases, con menos huelgas, cortes de ruta, menos “anormalidades” y conflictividad social.
Es una tarea nada fácil y que nadie puede saber si se logrará; más bien se puede adelantar que será un desafío muy difícil, incluso cuando ya mismo el gobierno está ensayando la vía de un ajuste inflacionario administrado. Pero atención, cada día que pasa parece adquirir más ribetes de verdadero ajuste económico en los hechos, que más temprano que tarde puede potenciar el descontento popular con el gobierno de manera amplificada. Es la búsqueda de imponer otras relaciones de fuerzas entre las clases a las heredadas desde 2001, lo que no se procesará sin duros enfrentamientos antes o después de 2015; esto es inevitable.
Se trata de los dolores de parto de toda transición, que, obviamente, hay que abordar de manera concreta cotidianamente. Pero que, insistimos, el resultado electoral vino a certificar. El país parece buscar un punto de equilibrio más corrido al centro, si uno se atiene a los grandes ganadores de la jornada (Massa, Macri, Binner, Cobos), y a las medidas que ha comenzado a implementar el gobierno. Pero no solamente está la contradicción de que una franja electoral de importancia se desplazó hacia la izquierda en las PASO y nuevamente en octubre, sino, más aún, ni la clase trabajadora ni los sectores populares tienen ánimo de aceptar pagar la cuenta de la crisis ni, desde su punto de vista, votaron por eso. Más bien lo que ocurre es lo contrario: todo el mundo apuesta a que la “bonanza” continuará; votaron con la expectativa de que quien reemplace a los K garantice eso.
De allí que en cualquier escenario vamos a una transición plagada de anormalidades, problemas, momentos de crisis, más allá del escenario de tranquilidad actual (dejando de lado los saqueos cordobeses, que podrían multiplicarse en otros lugares del país, conforme nos acercamos a fin de año) donde “el argentino promedio”, como dice el encuestólogo Fidanza, está pensando “en las fiestas y las vacaciones”.
Las incertidumbres, crisis y acechanzas de la transición que viene son la primera definición, que baña con todos su colores el cuadro de conjunto.
2. Régimen, gobierno y oposición patronal
Si la línea principal de los desarrollos apunta a una transición marcada por agudos elementos de crisis, es verdad que el resultado electoral y el año electoral que está terminando arrojan al mismo tiempo factores contrarrestantes a la línea de desarrollo principal de los acontecimientos; nos estamos refiriendo aquí a factores políticos o políticoelectorales que ha dejado la elección. Más abajo nos dedicaremos a la base material de todas las posibles tendencias: la evolución de la economía, tema donde hoy están dirigidas todas las miradas, y es el principal factor de inestabilidad de la transición que viene.
Hay, como mínimo, tres elementos de equilibrio político o mediación de los desarrollos a señalar. El primero, sin duda alguna, es la contracara de este año electoral con el Que se vayan todos del 2001. Como señaláramos en el documento de nuestro congreso en marzo pasado, si la primera tendencia dinámica era (y es) el deterioro del gobierno y del “modelo” económico, no se puede perder de vista que en estos diez años la burguesía ha avanzado en institucionalizar la vida política del país, más allá de que subsiste un elemento de crisis de gran importancia, la dificultad en poner en pie un sistema coherente de partidos que reemplace al viejo bipartidismo hoy en crisis.<II>
Hay dos tensiones contradictorias en el régimen político: el mecanismo del voto y de la representación que están relegitimados; hay una “reinstitucionalización” global de la vida política del país. Su límite es la señalada crisis del sistema de partidos, agravada en el interior del país.
También a este nivel hay un juego de contradicciones. La recuperación del régimen político tiene el límite de que el peronismo está dividido en dos o más fracciones; que el radicalismo se ha recuperado poco, que el resto son más armados electorales que verdaderos partidos nacionales, etcétera.
Sin duda alguna, la Argentina es un país muy dinámico desde el punto de vista de su lucha de clases y de la tradición de lucha de su clase obrera, y, más concretamente, las relaciones de fuerzas heredadas de la rebelión popular no han podido ser revertidas, como ya señalamos. Sin embargo, no se puede perder de vista que esta conflictividad se mantuvo estos años dentro de determinados carriles y que la vida política del país, en total, no estuvo marcada por acciones directas independientes de las masas, sino por las elecciones, forma política por antonomasia de participación de las grandes masas.
Los desarrollos del 2013 no hicieron más que confirmar esto. Todo el mundo empujó para el lado de las elecciones; la CGT Moyano se bajó del paro general del 20 de noviembre del 2012, y el año no fue otra cosa que un gran festival electoral, reflejando, precisamente, el grado de institucionalización relativa que transita la vida política del país, como contrapeso al desarrollo de eventuales grandes crisis, junto con la expectativa de la transición en las próximas presidenciales del 2015.
Pero junto con este elemento general (el país cumple 30 años de democracia burguesa<III>), hay otros factores políticos de peso. El primero, que el kirchnerismo no fue arrasado; quedó como una primera minoría nacional con el 33 % de la votación, retuvo la mayoría en ambas cámaras y la Corte emitió un fallo al otro día de la elección (Ley de Medios) en favor de la gobernabilidad<IV>, como diciendo “acá queremos una transición ordenada”.
El gobierno está debilitado, pero retiene capacidad de arbitraje sobre los asuntos nacionales (el diario La Nación decía luego del 27/10 que era un error dar por muerto a quien no lo está). De ahí el recambio del gabinete, las nuevas medidas económicas, la entronización de Capitanich y la recuperación, hasta cierto punto, de la iniciativa política.<V>
El segundo, los 3,8 millones de votos obtenidos por Massa en la provincia de Buenos Aires, la más importante del país, amén de que otros grandes triunfadores de la jornada electoral hayan sido Macri, Binner, Cobos, etcétera. Es evidente que los votos del masismo en la provincia de Buenos Aires fueron el dato principal de la votación de la oposición patronal. Por dos o tres factores. El primero, que Massa obtuvo muchos votos en los lugares de trabajo, sobre todo en las fábricas. Si una amplia franja de la vanguardia obrera votó a la izquierda, el fenómeno objetivo en los lugares de trabajo fue el voto por el intendente de Tigre, quizá el dato más comentado de la elección. Pero además refleja otra cosa, y es cómo, a diferencia de 2001, el peronismo, el Frente para la Victoria y el Frente Renovador han recuperado el control casi completo de los barrios populares, lo que estuvo cuestionado cuando el movimiento piquetero le mordió un sector al aparato de las intendencias. Hoy esto no es así, y se refleja también en el voto a Massa; el aparato del PJ se repartió entre su partido y el oficialismo.
El hecho más objetivo político-electoral es que los principales ganadores de la jornada están a la derecha del gobierno y se preparan para competir a ver quién se queda, en 2015, con el premio mayor.
Que el resultado electoral haya arrojado, al mismo tiempo, una franja minoritaria de masas electoral hacia la izquierda es parte del cuadro de la realidad, y de enorme importancia. Pero no puede oscurecer el trazo principal de los asuntos: se trató de una votación desplazada hacia el centro, más allá del corrimiento de ese importante sector de masas minoritario electoral hacia la izquierda, lo que puede anticipar cierto dinamismo en los desarrollos.<VI>
Pero estos elementos que estamos señalando como contrapeso en el análisis general hacen a los posibles rasgos de la transición en marcha, a sus claroscuros, al alcance de sus contradicciones y desarrollos, no menoscaban en nada la definición principal: estamos viviendo un fin de ciclo del kirchnerismo tal y como se lo conoció hasta el momento. Un fin de ciclo que abre una transición hacia el 2015 que no se vivirá sin traumatismos (y que será una prueba para la política revolucionaria de la izquierda, como abordaremos más abajo).
3. El debate sobre el fin de ciclo
Scioli salió inmediatamente después de la elección a señalar que la afirmación de fin de ciclo era superficial, que el kirchnerismo no estaba muerto; además, el actual dinamismo del nuevo gabinete y la recuperación de iniciativa política que exhibe el gobierno podrían alimentar la ilusión o un análisis en el sentido de que los K “no están acabados”.
Pero si es verdad que los K no están muertos, no se puede perder de vista un agotamiento casi sin retorno, que ha sido sancionado electoralmente. Un agotamiento que requeriría para su eventual reversión de una serie de datos económicos y políticos que no aparecen en la realidad, como que ocurra un giro copernicano a una renovada bonanza económica regional y mundial que llene nuevamente las arcas del Estado, y que, sobre esa base, Cristina pueda llevar adelante un gobierno “nacional y popular” y no el giro a la derecha que está operando. Esto es lo menos probable, aunque de ahí no se desprende una salida anticipada del poder o que no tengan cierta capacidad para incidir de manera determinante en su sucesión, al menos al interior del PJ y el Frente para la Victoria.
Las especulaciones se basan, en última instancia, en una consideración exagerada de los “logros” del kirchnerismo: la visión de que se habría tratado de una época de grandes reformas y no lo que realmente ha sido: un gobierno 100% burgués que supo administrar con inteligencia, en lo político, la compleja situación creada por el estallido de 2001, y que debido a la macrodevaluación y a una coyuntura económica internacional favorable (sobre todo en materia del precio de las commodities) pudo dar determinadas, mínimas, concesiones; todo un conjunto de circunstancias que hoy se han terminado o tienden al agotamiento.
Desde sectores de la llamada “izquierda independiente” hay, también, la idea de que hablar de fin de ciclo es exagerado. Son los que vieron en el kirchnerismo una suerte de “nuevo desarrollismo”, o que le atribuyen elementos “progresivos” o de “gobierno en disputa”, frente al cual había que “apoyar lo bueno y criticar lo malo”. No lo ven como lo que fue y es: un gobierno para la estabilización capitalista del país, y que en consonancia con eso opera ahora un giro hacia la derecha, hacia la“normalización” más o menos mediada de los asuntos.
Hay un problema vinculado las figuras carismáticas características de estos gobiernos “anormales”, subproducto de las rebeliones populares latinoamericanas: en el oficialismo no hay otros “Néstor y Cristina”. Scioli, evidentemente no es eso; tampoco Capitanich, disciplinado a fondo a Cristina con su gestión “hiperkinética”. Pero sus antecedentes no son, precisamente, los de un progresista<VII>
El problema es que estas gestiones “anormales” en condiciones de rebelión popular y crisis del régimen democrático burgués se condensan en figuras políticas que vienen a reemplazar el deterioro de las instituciones, a introducir mecanismos “plebiscitarios”. Es decir, reemplazan con su personalidad -y con un imperio mayor desde el Estado sobre los asuntoslas deficiencias del régimen burgués. De ahí que cuando la situación se calma, la burguesía exija una gestión más “normal”: el retiro de la intervención del Estado en la economía, el retorno a la “alternancia” en el gobierno, la reconstrucción del sistema de partidos y demás.
El caso más agudo de esto que estamos señalando es el deterioro que se vive en Venezuela. Maduro no logra reemplazar el carisma de Chávez, amén de que le toca presidir un deterioro descomunal que muestra todos los límites del capitalismo de Estado chavista. Se trata de un régimen que no tomó, realmente, ninguna medida estructural anticapitalista, y que hoy se ve frente a todos sus límites (no cuenta con más de 20.000 millones de dólares de reservas en un país con un giro anual petrolero de 100.000 millones), más allá de que conserve aún el apoyo de una franja de masas (cada vez más horadada) como subproducto de las concesiones que otorgó.<VIII>
La del chavismo es una muerte lenta, pero el chavismo muere. Es una agonía terrible, que podría terminar en una explosión social, y más allá de la coyuntura y las elecciones municipales ahora, este deterioro es otro dato regional que marca el fin de ciclo del kirchnerismo, aunque éste fue siempre mucho más “normal”, sin poner en pie un régimen capitalista de Estado ni nada que se le parezca.
Es muy difícil, entonces, el kirchnerismo sin los Kirchner, sin una personalidad política fuerte que opere como factor de arbitraje (Cristina no puede presentarse en 2015). Es verdad que el kirchnerismo como corriente política, como movimiento, es muy probable que subsista, y además como una fuerte minoría. En todo caso, habrá que ver qué impacto pueda tener, como aparato en definitiva burgués que es, la pérdida de la gestión del Estado.
En síntesis: las figuras carismáticas emergen en condiciones de inestabilidad política, social y económica; de ahí que ejerzan, a la vez, un arbitraje muchas veces “informal” por sobre el funcionamiento regular de las instituciones. Pero pasado ese momento, la burguesía dice: el arbitraje se acabó, basta de “discrecionalidad”, basta de que el Estado intervenga en el libre juego de la oferte y la demanda, queremos una gestión “normal”, que la economía y la política no se “pisen”.
4. La economía, o donde mueren las palabras
Una vez establecidos los elementos políticos que ha dejado la elección, hay que ir a la base material y la medida de todas las cosas y los desarrollos: la marcha de la economía. Ese diagnóstico es la piedra fundamental para la evaluación de los desarrollos que están por delante.
El gobierno no está muerto, pero tiene un límite claro: la economía se puede maquillar o disfrazar, pero llegado un límite la realidad se impone, los márgenes de maniobra se agotan, no se puede tocar más la guitarra. Se trata del factor material por excelencia por sobre el cual se eleva todo el edificio social. Como esté la economía determina, en última instancia, el resto de los factores.
Y la realidad es que la economía será el factor fundamental de la inestabilidad que está colocada en el horizonte para los dos años que vienen. Hay una serie de elementos irrefrenables, un encadenamiento de problemas que remiten, en definitiva, a la pérdida de competitividad de la economía argentina en el último período. Y, por consecuencia, al deterioro en las ganancias empresarias, en los ingresos del Estado, en la capacidad de afrontar los pagos en el exterior. Alguna solución tienen que encontrar para que no ocurra algún tipo de crisis cambiaria, inflacionaria, financiera o de cualquier otro tipo.
Es este problema de fondo el que se traduce, a modo de síntoma, en los problemas que se están viviendo, y que el gobierno pretende afrontar con la receta del ajuste inflacionario que ha puesto en marcha. Hablamos de la acelerada pérdida de reservas, deterioro en la cotización del dólar, escalada inflacionaria creciente (30% este año), deterioro en la balanza comercial ( por la pérdida de competitividad y por cierto empeoramiento en las condiciones económicas internacionales para el país, y, en general, en los BRIC), crecimiento del déficit fiscal (ahora el gobierno, por lo bajo, señala que en 2014 quiere revertirlo mediante un “ajuste en los gastos”), atraso general en el precio de los servicios (luz, gas y agua), del transporte, abultada cuenta de subsidios difícilmente sostenible, déficit de la balanza energética y turística, y un largo etcétera.
Esta larga lista de problemas, en definitiva, remite a lo mismo: las dificultades en la obtención de excedentes privados y públicas (ganancias, divisas, superávit fiscal, etcétera) y que obligan a algún tipo de ajuste económico: inflacionario o deflacionario.
Ambos son los tipos “clásicos” de ajustes económicos capitalistas. El inflacionario aparece como más indirecto, y es característico de situaciones más dinámicas de la lucha de clases; el deflacionario es un ataque directo, que genera recesión económica y despidos masivos. Cuál de los dos se administre depende de las condiciones políticas generales. Porque si uno no resuelve la “inestabilidad” general ni liquida la capacidad reivindicativa de los trabajadores, el otro es una suerte de “paz de los cementerios” pero que siempre, para imponerse, debe ir a algún enfrentamiento fundamental con los explotados y oprimidos, que es, justamente, lo que teme el gobierno.
Detengámonos un poco en estos elementos de crisis. Uno muy importante es el de las reservas, que no paran de caer y están a punto de perforar el piso de los 30.000 millones de dólares. El gobierno yanqui acaba de emitir un comunicado señalando su “preocupación” al respecto, y si bien gobierno está buscando medidas de coyuntura para paliar la caída (que los exportadores adelanten 2.000 millones de dólares a cuenta de sus operaciones futuras, entre otras), esto marca una fuerte señal de alerta acerca de la descapitalización de la economía argentina, y es una fuerte presión al alza de todos los precios en pesos.
Las reservas son una suerte de garante de valor de todo el circulante, de toda la moneda nacional; a mayores reservas, mayor fortaleza del peso (una moneda que no se transa internacionalmente; su fortaleza está en relación con los dólares que lo respalden<IX>) y menos inflación. Dicho mecánicamente: a menos reservas, más inflación. Porque los pesos valen menos y todos los precios pujan para mantener su valor en moneda fuerte.
Además, Argentina tiene que afrontar una serie de pagos en el exterior que tienden a horadar ese nivel de reservas. Ahora Cristina dio la orden de volver a los mercados, de tratar de pagar lo adeudado y, a partir de ahí, comenzar a recibir créditos que engrosen estas mismas reservas (con la contradicción de que, antes de engordarlas, hay que enflaquecerlas más pagando en efectivox).
Aquí hay un circulo vicioso: hay una tendencia a la pérdida de reservas vía pago de la deuda, por el pago de importaciones, por la vía de una tendencia a la reducción de exportaciones por pérdida de competitividad.
Pero no se trata solamente de esto. Hay una bomba de tiempo relacionada con la inflación. Los precios escalan bajo la presión de los factores que estamos señalando: pérdida de reservas, devaluación acelerada del dólar oficial (a un ritmo que lo llevaría para abril del 2014 a 7,5 pesos por dólar), remarcación de los precios por parte de los empresarios para ganarle a los aumentos de sueldos, hasta el aumento de las naftas para mejorar la posición de la caja de la YPF “reestatizada”. Todo esto ha llevado el índice al 30% de inflación anual, y si todavía no se ha salido del todo de madre, esto podría ocurrir si el gobierno perdiera el control de la marcha económica en su conjunto.
De ahí, justamente, las medidas que se están tomando en una serie de frentes, pero como la lógica del ajuste que están implementado es inflacionaria, difícilmente podría atacar la inflación.
De ahí también que el gobierno busque un “acuerdo de precios y salarios”; que le gustaría paritarias por 15 o 20% (es decir, bruscamente a la baja), o que los archi-alcahuetes de los gremios docentes nacionales se hayan puesto a disposición para firmar la primera paritaria del año sobre la fecha de las fiestas, aun reconociendo que este “adelantamiento” los va a “perjudicar” como señaló un dirigente de SADOP (docentes privados).
El gran interrogante es si al gobierno le va a dar la soga para manejar la economía mediante el ajuste inflacionario que está implementando, o si alguna corrida proveniente desde los mercados (o del frente externo) lo va a obligar a tomar medidas más “ortodoxas”, más draconianas, más directas.
Macri y Massa le están exigiendo, sin decirlo abiertamente, medidas de ajuste más “clásicas”: de ahí que hablen que las medidas que se está tomando tienen el límite que “no atacan la inflación”. Lo mismo dice La Nación. Pero cuando el gobierno dice que quiere paritarias “responsables” (es decir, a la baja); cuando señala que no habrá ningún descuento del impuesto al salario en el aguinaldo de fin de año (a diferencia de julio pasado, en campaña electoral); cuando señala que no habrá ninguna medida de conjunto de sumas fijas por las fiestas y cosas así, ya está tomando medidas directas de ajuste sobre los ingresos de los trabajadores y los sectores populares, aunque no lo diga.
5. Hacia una lucha de clases incrementada
Esto nos lleva al otro gran límite de la gestión gubernamental: la lucha de clases, cuyo incremento es casi inevitable dadas las relaciones de fuerzas en obra. A más ajuste, a más presión económica desde arriba, lo que se puede anticipar es una lucha de clases más dinámica que la que se ha vivido el último año electoral.
Esto podría tener un matiz si el gobierno hubiera salido “hacia la izquierda” luego de las elecciones, redoblando la apuesta con medidas de “expropiación” (como las AFJP, YPF u otras por el estilo). Algo que reactualizaría y pondría en el centro las peleas por arriba, los cacerolazos, la queja por la afectación a la “seguridad jurídica” o cosas así. Es decir, se podría plantear el interrogante de qué combinación habría entre lucha de clases “clásica” y lucha interburguesa (bajo los K se dieron varias combinaciones de estos dos componentes, en grados diversos). Volveremos sobre esto más abajo.
Pero sin descartar que pueda haber nuevos encontronazos de ese tipo, el gabinete anunciado y las medidas que ya se están poniendo en marcha indican que lo que se va a expresar en los conflictos de la lucha de clases en general va a tener una combinación más clásica: los de arriba más o menos unificados (gobierno, empresarios y oposición patronal), con más o menos contradicciones, pero más en sintonía común que en el período anterior, contra los de abajo, los trabajadores y sectores populares. De todos modos, seguramente la burguesía insistirá en que se vaya más lejos en el ajuste, que se “ataque la inflación”, que se hagan todos los “deberes”, que se abandone de una buena vez “el relato populista”, etc.
En un sentido, los parámetros de un escenario más clásico facilitan políticamente la actuación de la izquierda, porque se basa en líneas de clase más claras que en un panorama político más intrincado, con una lucha entre los de arriba exacerbada y poca lucha por abajo. Esto somete a las corrientes revolucionarias a presiones feroces a la capitulación a uno u otro bando patronal, como vivimos en el pasado reciente.<XI> En cualquier caso, la combinación exacta de esta fórmula se verá; no sería la primera vez que el gobierno, ante la amenaza de una gran crisis social y de una pérdida radical de su base política, “rebote” tomando alguna medida para el otro lado, pretendiendo seguir con su arbitraje a izquierda y derecha, y que esto le desate nuevos conflictos con sectores capitalistas.
De momento, esto no es lo más probable: el curso general es al ajuste inflacionario y a hacerle pagar a los trabajadores la cuenta de la crisis. Pero en caso de una crisis más abierta, de un deterioro acelerado u otro elemento que se nos escapa aquí, no se puede descartar un rumbo en sentido contrario. Esto hace a la propia naturaleza del kirchnerismo y difícilmente se haga tan “normal” como cualquiera de los otros políticos burgueses en danza.<XII>
Este análisis nos conduce a un elemento central: la lucha de clases que se procesará de aquí a 2015. Podría aparecer como un “factor independiente”, pero en definitiva dependerá de la suma de todos los otros factores (económicos y políticos). Por ejemplo, el impacto del ajuste sobre los trabajadores.
Si se desata una fuerte lucha obrera contra el ajuste, contra las paritarias a la baja, contra el crecimiento de la miseria social, no hay ninguna duda que pondría una fuerte presión sobre un gobierno debilitado que pensará dos veces si sigue adelante con sus medidas, y cómo hacerlo. Sólo hay que recordar cómo retrocedió ante el leve ajuste por “sintonía fina” que esbozó a comienzos del 2012, ¡y eso que venía de alzarse con el 54% de los votos!
Así las cosas, el factor de la lucha de clases es fundamental para la evaluación de todos los desarrollos: el curso del gobierno, el carácter de la transición, la crisis que se pueda venir, e incluso el espesor real que tenga la votación histórica con la que se ha alzado la izquierda. Que esa votación se llene de contenido revolucionario también esto va a depender del desarrollo de la lucha de clases. Volveremos sobre esto.
La transición no será igual si se reduce, traumatismo más o menos, a un paseo hacia 2015 que si la transición salta por los aires, si se plantea el problema de la gobernabilidad y la salida anticipada del gobierno de Cristina y si la pauta lo marcan los desarrollos que ocurran desde abajo. Algo que pondría de relieve las responsabilidades de la izquierda.
Estas relaciones entre la lucha de clases directa y la estadística electoral son complejas. La izquierda ha obtenido más de un millón de votos, algo muy significativo. Pero la verdadera medida de esto, sus alcances, hay que verlos en la lucha, que es la verdadera medida de todas las cosas.
Resumiendo el análisis de la transición, son un hecho los elementos de fin de ciclo y de crisis señalados, aun en el marco de una cierta relegitimación de las instituciones, del voto. El año 2013 ha sido un festival electoral luego que la burocracia planchó tras el paro general del 2011-12. Y sin embargo, nunca ha habido en la Argentina transiciones de importancia sin grandes traumatismos.
Refiriéndonos sólo a las de las últimas décadas, tenemos dos crisis generales: la salida anticipada de Alfonsín en medio de una crisis hiperinflacionaria y la de De la Rúa en medio de una crisis de híper desocupación. En ambos casos se conjugaron dos elementos de peso, como un deterioro económico acelerado y un alto nivel de conflictividad social y lucha de clases.
La actual transición no luce, a priori, tan traumática: ni la situación de la economía ha llegado a tal punto de crisis ni el nivel actual de la lucha de clases es tan elevado como en los casos señalados. Sin embargo, hay varias señales de alerta: no será igual el escenario si el gobierno logra imponer el ajuste inflacionario que si no lo hace. En ese caso, ante la indecisión de tomar medidas más draconianas, podría haber corridas y eventos de aguda crisis económica. Segundo, el movimiento de masas, en general, no espera medidas de shock, y las relaciones de fuerzas no están para que algo así pase sin pena ni gloria.
Repetimos: las transiciones en la Argentina nunca han sido fáciles. Si es verdad que el régimen está fortalecido respecto de 2001, también se viene de años de ciertas concesiones, y la misma votación de la izquierda indica que en ningún escenario será fácil imponer un giro más global hacia la derecha. De ahí que en términos generales lo que se pueda esperar es una lucha de clases incrementada.
6. Burocracia y recomposición obrera
Nos queda un elemento de análisis de gran importancia: la situación de la burocracia y su relación con el proceso de la recomposición obrera. Derivado de las elecciones, aquí hay dos datos que destacar. El primero es que a la burocracia, en pleno proceso de fragmentación en cinco centrales sindicales, le fue, electoralmente hablando, horrible. Ninguna tuvo éxitos electorales, todas hicieron un sapo tremendo, desde la más fuerte de ellas, Moyano, jugado con De Narváez y De la Sota (que tiene su propia crisis política en Córdoba), pasando por las CGT y CTA oficialistas, hasta el michelismo, derrotado en toda la línea por el FIT, incluso peleando electoralmente “cabeza a cabeza”, con nuestro partido en provincia de Buenos Aires.
Pero junto con este elemento electoral, hay otro más estructural: su división. No hay una, ni dos, sino cinco centrales sindicales (incluyendo aquí a Barrionuevo, también derrotado en Catamarca), un indicador cotidiano de su debilidad más general.
Es verdad que controlan prácticamente todos los sindicatos nacionales, y que ejercen su monopolio en las paritarias por rama de industria. Sin embargo, hasta los elementos de una nueva legislación (subproducto de normas internacionales aceptadas por el país con rango constitucional), o más bien de una cierta jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia en defensa de la “libertad sindical”, están haciendo nuevamente ruido en el sentido de si terminará cayendo, finalmente, el clásico unicato sindical. Esto es, el monopolio de la representación frente a los otros dos “estamentos”: la patronal y el estado. Si es así, será una brecha por la cual se van a colar, casi inevitablemente, nuevos procesos de organización independiente. Porque esta división no hace más que debilitarla frente a la irrupción de la nueva generación obrera en general y el nuevo clasismo en particular.
Eso es lo que nos lleva a un dato específico que han dejado las elecciones en general, y las de la izquierda en particular: lo que los medios agitan como temor frente a “la votación del trotskismo”. Es decir, el avance de la izquierda entre los sindicatos, las comisiones internas recuperadas, las elecciones sindicales ganadas en algunos casos, los conflictos que escapan al control de la burocracia.
Es evidente que esta elección realimenta como dato político el proceso de recomposición obrera desde abajo, en las entrañas del movimiento obrero, y que tiene entre sus múltiples expresiones, por ejemplo, el triunfazo de la reciente reincorporación de Maximiliano Cisneros en Firestone.
Esta realidad mete presión a la burocracia para las paritarias que vienen. En 2013 las pudieron planchar porque fueron con la corriente general: el convencimiento que anida en los más amplios sectores de que los problemas del poder se resuelven vía electoral. Pero ahora las elecciones han pasado, y lo que queda es el ajuste inflacionario del gobierno.
Dada su fragmentación, y con la creciente presión de la izquierda (que si bien abarca, todavía, porciones de amplia vanguardia más que de la masa de los trabajadores, está ampliando su radio de acción), no les va a ser tan fácil negociar paritarias a la baja. Si más o menos se mantiene un cierto equilibrio, quizá logren que las cosas discurran por carriles “normales”, sin mayores desbordes, pero si el gobierno aprieta en demasía, o si, por la razón que fuese (hasta factores políticos), algún sector sale con medidas de lucha más de conjunto, esto puede alimentar la caldera de la conflictividad social.
De cualquier manera, la tarea de la recomposición obrera es la actividad más estratégica que tiene la izquierda revolucionaria, el terreno privilegiado en el que hay que esforzarse por traducir los votos en construcción orgánica, ya que se está abriendo la posibilidad histórica de salir a disputar sindicatos nacionales (el caso del neumático es uno evidente, pero para nada el único).
7. La votación histórica de la izquierda
En el cuadro de conjunto, la proporción mayor de lo que perdió el gobierno fue a parar, en primer lugar, a Massa (unos tres millones de votos de la suma total perdida por los K). Sin embargo, un dato de peso es que, en ese contexto, hubo una franja proveniente centralmente del kirchnerismo, que “bañó” al FIT (y, en menor medida, a nuestro partido en las PASO), con alrededor de 500.000 a 600.000 votos, una cifra no menor, pero que debe ser “leída” en el contexto general.
En cualquier caso, la izquierda se ha alzado con una elección con un componente de objetividad mayor que en otras oportunidades, histórica. La izquierda “roja” ha obtenido 1.150.000 votos con el FIT (y 115.000 votos nuestro partido en agosto), con lo que el FIT obtuvo 3 diputados nacionales y representaciones locales en varias provincias.<XIII>
Este resultado tiene cierta objetividad como dato político. Pero por razones de claridad y estructura, nos parece que queda mejor ubicado luego de dar cuenta de la dinámica de los elementos más objetivos: la burguesía, sus partidos, la burocracia, la clase trabajadora y su vanguardia.
En la votación de la izquierda, como en el análisis electoral general, hay alcances y límites; no vamos a repetir los balances ya publicados. En todo caso, entre los elementos progresivos de la votación está que la izquierda revolucionaria ha quedado como un actor político y electoral de mayor peso que en otras oportunidades; más visibilizado, con mayor peso en las grandes discusiones nacionales, sacándolo, hasta cierto punto, de la marginalidad habitual.
Se trata de un resultado que permite aspirar a una mayor influencia política entre sectores de masas, aspiración que tiene cierto grado de cristalización a partir de la obtención de diputados nacionales. Un factor no menor es qué rol jueguen y cómo se aprovechen: si de manera estrechamente parlamentarista (es decir, reformista) o revolucionaria. Volveremos sobre esto más abajo.
En cualquier caso, la votación es expresión de una acumulación de la izquierda desde 2001. Entocnes, paradójicamente, aparecía con mayor visibilidad en la lucha social directa (y también lograba representaciones como los “Sutebas combativos”, aunque más fragmentariamente que hoy), mientras que en las actuales circunstancias su visibilidad se ha visto multiplicada por los votos y la representación parlamentaria obtenida, más que a partir de su participación en la lucha directa entre las clases.
Sin embargo, también es verdad que la “orgánica” sumada de los partidos de la izquierda revolucionaria (incluyendo al Nuevo MAS), es mayor o más estructural que diez años atrás (de ahí ese temor al “avance del trotskismo en los sindicatos”). Además, está el dato de la paliza propinada a las expresiones de la centroizquierda-izquierda en torno al michelismo (el PCR, Marea Popular y el MST ), que ha salido muy golpeada no solamente en materia electoral, sino que pierde aceleradamente posiciones incluso en el terreno sindical.<XIV>
No hay que subestimar la importancia de que un frente de organizaciones de la izquierda revolucionaria haya logrado diputados y que se creen, a priori, mayores condiciones materiales para que proyecte una política revolucionaria a más amplios sectores. Se trata de un triunfo indiscutido, aunque nuestro partido haya sido excluido ex profeso del mismo de manera no principista. Algo que, sin embargo, no dejará de tener consecuencias sobre la política general del FIT, cruzada por presiones y peligrosas derivas oportunistas, con poco contrapeso, dado el poroterismo de todos sus integrantes.
Esto no significa, por otra parte, que la votación obtenida no tenga antecedentes en el país o internacionalmente. Hemos escrito sobre esto. Cuando el FIT afirma lo contrario se trata de una estrategia casi publicitaria de sus componentes para darse aire. La realidad es que en los últimos 30 años estuvo la experiencia del viejo MAS, que consagró un diputado nacional y dos provinciales en Buenos Aires, y que tenía un peso orgánico mucho mayor que las fuerzas sumadas del FIT. Nada de eso impidió, sin embargo, que estallara bajo el peso de desvíos e inercias oportunistas cuando intentaba dar el salto a influenciar más amplios sectores de masas.<XV>
De ahí que la manera en que se procese este salto es decisiva. Si se pretende hacerlo por la sola vía territorial y despertando expectativas estrechamente parlamentaristas, puede terminar de la peor forma. Por el contrario, si la orientación, sin perder de vista los elementos territoriales ( pero como accesorios), tiene como centro la construcción orgánica en el seno de la clase obrera (lo que tiene sus leyes propias, como el movimiento estudiantil y el de mujeres), y si se lograra llevar adelante una política parlamentaria revolucionaria, que no pierda de vista que las denuncias y lucha por reivindicaciones en el seno de las asambleas legislativas siempre son un punto de apoyo secundario frente a lo principal, que es el impulso a la movilización extraparlamentaria, esa lucha por la influencia de masas (a partir de la conquista real de la representación parlamentaria obtenida) será un salto real hacia la construcción del partido revolucionario.
Destacamos aquí la cita que encabeza este informe. Hace cien años Rosa Luxemburgo señalaba que lo que nos diferencia en la izquierda no son tanto las reivindicaciones que hay que levantar (el qué), sino cómo imponerlas: si mediante el cabildeo parlamentario o mediante el aprovechamiento de la tribuna parlamentaria para impulsar la más amplia, profunda y extendida movilización extraparlamentaria.<XVI>
Se trata de un desafío, no de una historia ya escrita. Y a este gran desafío revolucionario no hay facilismo, catastrofismo, autoproclamación ombliguista o poroterismo que puedan resolverlo automáticamente, sino que es una tremenda prueba y exigencia que debe ser abordada con toda seriedad y responsabilidad para llegar a buen puerto.
8. La campaña electoralista del FIT
Una discusión que corresponde retomar aquí es la campaña llevada adelante por el FIT y la naturaleza del voto a la izquierda. Acerca de lo primero hemos escrito in extenso; sólo agreguemos que el PTS miente deliberadamente cuando dice, en una nota de su dirección, que el contenido de la campaña fue un llamado a votar a la izquierda “para fortalecer las luchas de los trabajadores”. No sabemos en qué mundo viven: lo que todo el mundo comprobó en la campaña que se vivió realmente, en los medios, en los spots, en los carteles, tanto en agosto como en octubre, tuvo como consigna casi única, y por segunda vez consecutiva, “la izquierda al Congreso”.
Más importante es establecer la naturaleza del voto. Son evidentes dos aspectos. Uno, que el grueso de la amplia vanguardia obrera, estudiantil, docentes, estatal y de la tradición de la izquierda votó por la izquierda revolucionaria a conciencia, por así decirlo. Tanto al FIT como al Nuevo MAS, configurando ese voto como realmente obrero y socialista, y cuya proporción no es menor: son cientos de miles de compañeros y compañeras en la votación de la izquierda en general.
Pero la votación de la izquierda, evidentemente, fue más allá de esa franja; incluso, en el caso del FIT, logrando mejores performances en los centros urbanos que en las zonas obreras propiamente dichas.<XVII> Si la situación política fuera más radicalizada y la propia campaña del FIT hubiera sido más a izquierda, esta votación, eventualmente, también lo sería. Pero no es el caso. Se trata, más bien, de una votación que obviamente ha desbordado al kirchnerismo por la izquierda (lo que es enormemente progresivo), pero que no llega a ser “obrera y socialista” como la definió temerariamente el PO.
Incluso si la campaña hubiera sido más izquierdista (la de nuestro partido lo fue, y obtuvimos 115.000 votos, una cifra nada despreciable), subsiste el hecho de que para concederle ese carácter a una votación deberían estar en obra elementos de radicalización política que hoy no están, y que para desarrollarse requieren de un verdadero ascenso en la lucha de clases, que tampoco está aún.
Esto no quiere decir negar sectariamente que algo revolucionario está ocurriendo en la cabeza de una franja minoritaria de los trabajadores y sectores populares. Esto es así, y sería de un sectarismo criminal perderlo de vista. Pero la medida de lo “revolucionario” tiene que ver más con los límites de su conciencia anterior que con la idea de una votación que signifique ya un salto en calidad hacia la izquierda de amplios sectores, proceso que recién está en sus inicios.
El resultado de la izquierda, como la votación en general y las perspectivas más generales del país, reenvían al mismo lugar: las perspectivas de la lucha de clases en los próximos años, factor que puede llenar de contenido el carácter siempre algo “gaseoso” de un resultado electoral.
Hay que aprender a ser marxistas y entenderlo. No hay ningún “factor independiente” en la lucha de clases, y menos que menos los votos: su contenido real va a depender de la suma total del conjunto de las determinaciones, ¡eso es lo que lo va a transformar en revolucionario o no!<XVIII>
Si la dinámica del país va hacia una situación más radicalizada de la lucha de clases, ahí seguramente irá adquiriendo ese contenido “obrero y socialista” (también dependiendo de la política que tenga el propio FIT ). Mientras tanto, la votación de la izquierda entre amplios sectores es todavía un voto crítico al gobierno, por la izquierda, democrático, “progresista”, en pos de reivindicaciones de los trabajadores y popular, pero todavía no un voto obrero y socialista.<XIX>
En cualquier caso, una votación de casi 1.200.000 votos para fuerzas del trotskismo, cualesquiera que sean las contradicciones y límites que tengan, no son algo menor: hay que evitar toda lectura sectaria de la cuestión aunque hayan dejado a nuestro partido afuera del FIT. Eso sería un error subjetivista simétrico al que le criticamos a los componentes de dicho frente. En política revolucionaria siempre hay que partir, de manera implacable, de los datos de la realidad objetiva, y la votación del FIT (en conjunto con la de nuestro partido en las PASO), son un dato de la realidad, y enormemente progresivo. Se trata de casi un récord en la votación histórica de la izquierda en la Argentina, que permite aparecer a un sector de la izquierda clasista como un polo político en los asuntos nacionales. Eso ocurre en países contados del mundo, y no es algo menor. Otra cosa es que, no sea la votación más alta de la izquierda en nuestro país (la del 2001 fue mayor), y haya otros antecedentes internacionales en los últimos 20 años de grandes votaciones de la izquierda roja (en Francia y Brasil). Resultados que luego fueron diluyéndose debido a los problemas para transformarlos en un hecho orgánico.<XX>
Pero el carácter hasta cierto punto histórico de la votación no quiere decir que las cosas no tengan proporciones. Se trata de una gran votación de la izquierda en un contexto de deterioro del oficialismo y de fin de ciclo, que preanuncia una transición traumática, y que podría estar anticipando, incluso, una mayor conflictividad (aunque acaso no de modo tan directo como la votación de la izquierda en 2001, que en cierto modo anticipó el Argentinazo). La votación de la izquierda no se está dando en una situación prerrevolucionaria y menos aún revolucionaria, por lo menos no todavía. Tiene otro contenido definido, otras determinaciones. Y de nada serviría hacer una “análisis-justificación” que pusiese la votación de la izquierda como un factor independiente en este sentido. Sería, por el contrario, forzar las cosas, una suerte de fatalismo optimista que suele llevar a una justificación oportunista de la propia política y orientación.
Podría parecer que todo lo que estamos señalando es en materia sólo de análisis y que, en definitiva, lo que manda es la política. Esto es verdad en general, pero entre análisis y política hay una independencia relativa y de lo que se trata para no es de acertar en grandes análisis, sino en tener la intuición correcta a la hora de responder de manera revolucionaria a las distintas exigencias que nos va colocando la lucha de clases. Más de una vez se ha errado en esos análisis pero, reacomodándose la organización mediante una política revolucionaria, se ha dado la respuesta adecuada.
Pero esta autonomía es relativa: si fuera lo contrario, los revolucionarios seríamos aprendices de brujo, y no materialistas dialécticos científicos. Y como muestra la experiencia histórica de un siglo de marxismo revolucionario, analizar con el inflador, deslizarse hacia el objetivismo, sobreestimar los factores objetivos y subestimar los subjetivos (el partido, los organismos de poder de la clase obrera y los programas y conciencia de la misma), siempre ha redundado en desvíos oportunistas.
No es mecánico que esto vaya a ocurrir con las fuerzas del FIT; todas tienen su tradición y su oficio, que muchas veces permite evitar desbarrancarse ante el precipicio, aunque se haya escrito y armado a la militancia para otra cosa. Pero los problemas están planteados, en particular la dialéctica de los éxitos electorales, los nuevos desafíos y las tremendas presiones de la participación electoral en general y la obtención de parlamentarios o incluso cargos ejecutivos como intendencias (el caso del PO en el futuro, tras su gran votación en Salta). Son grandes oportunidades para saltar a la influencia de masas, pero también grandes exigencias de hacer esto mediante una política revolucionaria. Y, en este sentido, las orientaciones que está adelantando el PO: sus análisis, pero también la manera en que plantea encarar la lucha por las reivindicaciones, las expectativas que despiertan en la acción puramente parlamentaria, dan una señal de alerta y obligan a una lucha política de nuestro partido al respecto, como acabamos de hacer en el Encuentro de Mujeres en San Juan.
9. 115.000 votos a la izquierda del FIT
Esto trae a cuento el balance de nuestro partido -que abordaremos aquí de manera muy sumaria- y las correlaciones políticas establecidas. Nuestro partido logró en agosto un piso electoral propio que nunca tuvo antes en su historia: 115.000 votos. Una cifra que en su momento les llevó al PO y el PTS un largo camino recorrer para obtener. En el caso de IS, nunca se presentó a elecciones de manera separada; nadie sabe qué piso electoral propio tiene realmente.
En la transición hacia el Nuevo MAS, obtuvimos 10.000 votos en la Capital Federal a comienzos del año 2000. En octubre de 2001 se obtuvieron 230.000 votos en conjunto con el PO (hubo una determinada proporción de ellos de nuestro partido, evidentemente). En octubre de 2003 obtuvimos en Capital unos 1.500 votos y 33.000 en la Provincia de Buenos Aires. Luego estuvieron los frentes con el PTS, y luego sumando también a IS, hasta que nos dejaron fuera del FIT. En junio de 2011, en la elección local en Capital, obtuvimos 3.000 votos. Y en agosto, en las PASO de ese año, 8.500 votos con boleta corta. Esos son los antecedentes electorales del Nuevo MAS, lo que destaca la votación obtenida en las PASO de este año, en dura lucha contra el FIT, que ya estaba instalado como un fenómeno objetivo, y con todo el aparato y los medios a su favor.
Además, se trata de 115.000 votos obtenidos con una campaña electoral muy clara, realmente, obrera y socialista, a la izquierda del FIT; que dijo sus verdades de manera no sectaria; que denunció claramente al gobierno y demás fuerzas burguesas, que colocó como centro la lucha contra el impuesto al salario, que tuvo una inflexión específica en los derechos de la mujer y el aborto, que llamó a la lucha para obtener estos reclamos, que denunció al régimen y su ley proscriptiva, etcétera.
Dejando de lado todos los demás elementos, el balance de este año ha sido, realmente, increíble para nuestro partido (además del resultado electoral, está el triunfazo del reingreso de Maximiliano Cisneros a Firestone, y también la proyección nacional de Las Rojas, entre otras conquistas). Eso no quiere decir que perdamos de vista las proporciones de las cosas, esto es, la distancia objetiva, en estos momentos con las fuerzas del FIT. Pero tampoco esto puede oscurecer nuestro resultado electoral y un hecho político más importante que lo electoral en sí mismo, y es que nuestro partido haya quedado colocado como una fuerza independiente a la izquierda del FIT.
Se trata de las correlaciones políticas que se puedan abrir si logramos concretar el salto constructivo que nuestro partido está recorriendo, y si la lucha de clases se dinamiza realmente y pone más al rojo vivo el debate estratégico que los nuevos desafíos y exigencias le plantean la izquierda revolucionaria.<XXI>
Somos una fuerza que, contra viento y marea, se ha abierto un espacio propio a la izquierda del FIT y eso es de enorme importancia estratégica, aunque ahora nos toque mantenernos firmes y no dejarnos presionar por los ninguneos de ese frente. En todo caso, si hoy sus componentes disfrutan en común los logros electorales, también las responsabilidades políticas serán compartidas respecto del curso que tenga de aquí en más dicho frente electoral, que se ha transformado en permanente sin dar ningún paso de clarificación programática, ningún organismo común, ninguna discusión real hacia una organización partidaria superior.
10. Una política y orientación constructiva revolucionaria
Luego de las elecciones, la izquierda roja quedó, en su conjunto, en un lugar de mayor relevancia nacional. Es una votación que refleja hasta cierto punto sus avances orgánicos, pero que los exceden con mucho. De ahí que en conjunto con la política para el día a día de la lucha de clases, y respecto del proceso de la recomposición obrera, que es lo más estratégico, la experiencia parlamentaria y cómo se lleve adelante el intento de influenciar a más amplios sectores será parte de la lucha política cotidiana en la izquierda que deberá llevar adelante nuestro partido, en tanto organización a la izquierda del FIT con cierta mayor visibilización que antes de agosto entre porciones de la amplia vanguardia.
En este sentido, lo que señalamos para el FIT vale en primer lugar para nosotros mismos. La primera tarea, la tarea cotidiana, pasa por fortalecernos, en primer lugar, entre las filas de la nueva generación obrera. Esta perspectiva se encuentra ahora reforzada por el triunfo de haber logrado la reinstalación de Maxi Cisneros. Pero, evidentemente, va más allá de la pelea por el fortalecimiento de las corrientes clasistas en el neumático; tiene que ver con avanzar en el seno del proletariado industrial, en los distintos gremios, donde en general la recomposición se está fortaleciendo y se plantea la posibilidad de pelear algún sindicato nacional.
Así, la primera tarea no es la electoral, siquiera en el plano sindical, sino el vuelco a las luchas reivindicativas de los trabajadores contra el ajuste y, en general, a las luchas directas entre las clases. Ésa es la tarea principal de nuestro partido para el año próximo, entre las que incluimos las luchas del movimiento estudiantil y del movimiento de mujeres (además de las populares en general).
Luego tenemos nuestra actividad electoral específica, que es terminar de conquistar la legalidad nacional del nuestro partido. Es una inmensa tarea, muy cerca de poder coronarse con éxito, y que nos debe poner en mejores condiciones para la pelea electoral. Parte de esto es la pelea que se abre ahora en la propia izquierda: cómo abordar la tarea parlamentaria. Porque el FIT parece esbozar una orientación estrechamente reivindicativa, que tiene a diluir los elementos de denuncia de la cueva de bandidos que es el parlamento mismo y confiar en que una lucha puramente parlamentaria podría obtener logros y “reformas” que no sean subproducto de una enorme lucha extraparlamentaria.
No somos sectarios. Desde el 27 de octubre señalamos que apoyaríamos toda lucha consecuente que el FIT diera por la obtención de reivindicaciones de los trabajadores, de los explotados y oprimidos, aprovechando su renovado peso parlamentario. Pero también dijimos que seríamos críticos implacables de cualquier perspectiva oportunista que confiara que esas reivindicaciones pudieran obtenerse por el cabildeo parlamentario; es decir, los discursos y las negociaciones en las alturas de los despachos en el Congreso Nacional.
El enfoque revolucionario de la cuestión, que tiene una tradición de más de cien años, y con la que a Rosa Luxemburgo le tocó hacer una experiencia directa como subproducto del giro oportunista de la socialdemocracia alemana, es otro: aprovechar la ubicación parlamentaria, que permite llegar a mucho más amplios sectores y que es una enorme conquista, para impulsar la más amplia movilización extraparlamentaria para obtener conquistas de los trabajadores. Sólo mediante esa amplia movilización extraparlamentaria se podrán obtener conquistas como la derogación del impuesto al salario, el derecho al aborto y muchas otras más, no por el expediente de un “reformismo revolucionario” que como hemos criticado en otro lado, sectores de la “izquierda amplia” plantean como la tarea del momento, porque “no hay situación revolucionaria”.
Y esto nos lleva a un último punto. Nuestro partido está recorriendo el camino a transformarse en organización de vanguardia, sobre cuyas leyes venimos reflexionando en las notas sobre partido en el periódico. Al mismo tiempo, en el caso de las fuerzas del FIT, sobre todo del PO, la problemática se relaciona más con el salto a la influencia entre más amplios sectores. Esto también remite a una discusión estratégica, que hemos señalado más arriba: si esta búsqueda es orgánica, un camino para que los votos y la representación parlamentaria aporten a una influencia estructural en el seno de la clase, sus luchas y sus organizaciones, o si se apunta a una construcción “desde arriba”, epidérmica, excesivamente territorial, que no muerde y no se hace fuerza material entre los grandes batallones pesados de la clase obrera. En ese último caso, se verán sometidos a los nuevos sectores que ingresan de manera amplia al partido, y que si tienen, centralmente, una inscripción barrial-territorial, arrastran una carga de atraso político que puede ser una presión insoportable para el partido si no contrapesa la cuestión de manera consciente.
Las leyes de una construcción orgánica, estructural, son la única manera de avanzar realmente hacia un gran partido revolucionario con influencia de masas en nuestro país, y la votación puede ser una palanca extraordinaria para lograrlo a condición de tener una política y una orientación constructiva revolucionaria.
Notas
I) Es verdad que Scioli o Capitanich podrían tener cierto margen para algo así, pero en lo esencial esa perspectiva es la menos probable, aunque no pueda ser descartada de plano. De cualquier manera, se tratará de un escenario post kirchnerista, marcado por otras determinaciones y otras tareas y exigencias de parte de la burguesía.
II) Casi se podría señalar que, en realidad, la Argentina vive un régimen de “partido único”, en el sentido de que el único verdadero partido político nacional de la burguesía, y el que le ha sacado las papas del fuego en más de una vez, es el peronismo. Esto sigue siendo así, y de ahí que la transición más creíble hacia un nuevo gobierno post K tienda a procesarse, en términos generales, al interior del propio peronismo.
III) Éste es un elemento de diferencia con el análisis del PO, que por la vía del objetivismo y el catastrofismo que le son característicos unilateraliza el cuadro de situación subrayando un supuesto “agotamiento del régimen nacido en 1983”. Si es así, no se explica por qué entonces son tan importantes las tareas electorales de la izquierda en este período…
IV) El fallo de la Corte, además de su apuesta a la gobernabilidad, se fundó en razones más de fondo que hacen al funcionamiento del régimen político, afirmando que la “institucionalidad” está por encima de las corporaciones (la ley se votó en ambas cámaras). Además, hay que tutelar aquellos aspectos que tienen que ver con la naturaleza y son propiedad de la Nación, como es el caso de los espacios radioeléctricos, que ninguna empresa puede considerarlo como su “propiedad” o con “derechos adquiridos” sobre ellos.
V) Este es también un debate con el PO, que aplana todas las determinaciones de la realidad al decir que el “bonapartismo del Ejecutivo tiende a cero”. Así, la capacidad de arbitraje de los K sería inexistente, algo que no se verifica en los hechos, más allá de que se trata, sin duda, de un gobierno debilitado y con fecha de salida.
VI) El balance electoralista del PO señala que “la oposición fuga hacia la nada”, lo que no solamente va a contramano de los resultados electorales, sino que olvida que el espesor de esos resultados dependerá, en todo caso, del desarrollo de la lucha de clases. Si se profundiza, efectivamente, la votación de la oposición patronal podrá encontrar toda la debilidad estructural que en gran medida tiene (falta de extensión nacional de cada uno de sus armados). Pero si las cosas transcurren, más o menos, por los carriles “normales” o no se salen de ese cauce general, más que una “nada” serán parte del recambio electoral que la burguesía monte como alternativa a los K.
VII) Al parecer, tiene fuertes relaciones con el Opus Dei, es un antiabortista declarado, en Chaco ejerció no una sino varias veces la mano dura contra los conflictos sociales y, en general, es un dirigente que reviste en las filas tradicionales del peronismo que trabajó para Menem, Duhalde y cuanto gobierno peronista se le cruzó en su vida.
VIII) Evo Morales es también una figura carismática del tipo de Chávez, un originario, aunque administre un estado muchísimo más débil como Bolivia. De todos modos, su gobierno no está tan deteriorado como el de Maduro, más allá de que ahora nos falten elementos de seguimiento de la coyuntura de ese país.
IV) Los dólares o divisas están, en definitiva, en relación con la fortaleza relativa de la economía en cuestión en el contexto internacional, su competitividad relativa. No es casual que China o Brasil, tengan inmensas reservas nominadas en dólares.
X) El gobierno ha tirado por la borda su política de desendeudamiento, que había presentado como un “acto de soberanía” pagarle al imperialismo, al contado, casi 10.000 millones de dólares (“pagadores seriales” definió la propia Cristina a los K), sólo para volver a endeudarse nuevamente ahora.
XI) En esto sólo tenemos que recordar la capitulación del PCR, el MST e IS a la Mesa de Enlace comandada por la Sociedad Rural, lo que llevó a las dos primeras fuerzas a una tremenda crisis. En el caso de IS, su tabla de salvación fue su rol de socio muy menor en el FIT, lo que no lo inmuniza de futuras evoluciones hacia la derecha. En el caso del PO, centreó durante todo el conflicto, y el PTS se dedicó a juntar firmas de intelectuales para una solicitada. Sólo desde el Nuevo MAS tomamos una iniciativa política activa con la experiencia de la Carpa Roja.
XII) La lucha de clases en la última década en algunos países de la región ha sido más bien “mixta”, precisamente por los elementos de arbitraje señalados. Se ha tratado de gobiernos 100% capitalistas, pero que en determinados casos afectaron intereses del imperialismo en materia de gas y petróleo ( Venezuela y Bolivia), o que al menos tuvieron fuertes roces con algún sector patronal (como en el caso argentino con las patronales agrarias, Clarín, Repsol, etcétera). Es decir, se han vivido tanto peleas “clásicas” como más atípicas para los parámetros de las décadas anteriores.
XIII) En las proporciones electorales entre el FIT y nuestro partido se introdujo la distorsión de que por los mecanismos proscriptivos de la ley electoral no nos pudimos presentar en octubre. En agosto, peleando de igual a igual, el FIT había obtenido 900.000 votos y nosotros 115.000; y, además, poniendo en relación los distritos donde ambas fuerzas nos presentamos, el FIT logró 550.000 votos y nosotros esos 115.000: una proporción de cinco a uno (siendo tres partidos a uno), que el FIT en todo momento ha pretendido desconocer.
XIV) Datos recientes sobre el michelismo son un fuerte llamado de atención: la votación de la Multicolor (de la cual nuestro partido fue excluido) en ADEMYS, y alguna elección de internas en reparticiones públicas de la Capital. Hay una tremenda crisis de ATE en Capital, y la izquierda podría ganar más posiciones a partir de la fuerza relativa que ya posee en algunos lugares.
XV) El viejo MAS llegó a dirigir decenas y decenas de comisiones internas, incluso algunos gremios, arribando al punto de llenar estadios (no miniestadios) como el de Atlanta, Ferrocarril Oeste y otros, y hasta la Plaza de Mayo, con sus solas fuerzas.
XVI) En el movimiento de mujeres, el FIT, el PO y el PTS comenzaron mal a este respecto cuando pretendieron hacer creer que la estrategia del cabildeo (la charla con los diputados y senadores) ahora sí podría hacerse valer porque ellos han consagrado diputados… Las Rojas combatieron exitosamente esta vergonzosa orientación en San Juan, más allá de que no se haya logrado que el Encuentro venga a Buenos Aires (el PO festejó con el PCR la propuesta de Salta), una de las medidas más concretas que permitirían meter presión sobre el Congreso Nacional si se lograra desatar, a partir de ello, una gran movilización nacional.
XVII) Otra desigualdad de la votación del FIT es que, relativamente, le fue mejor en algunos distritos del interior del país, con excelentes votaciones como las de Salta y Mendoza, que en el centro del país (CABA y Provincia de Buenos Aires). Un resultado que fue leído por sus integrantes de manera facilista, subrayando “la extensión nacional del FIT” como el dato más importante o, en palabras de Altamira, “que el proceso político entre los trabajadores en el interior” sería “más avanzado que en el centro”. La verdad no es ésa sino, simplemente, que en el núcleo del país las mediaciones político-electorales y de todo tipo son, obviamente, más fuertes, mientras que el sistema de partidos en varias provincias sufre una crisis con un dramatismo que no tiene en los principales distritos.
XVIII) Hasta las votaciones de las fuerzas burguesas están sometidas a este tipo de leyes. Está el ejemplo histórico de la Asamblea Constituyente que se vieron obligados a convocar los bolcheviques a comienzos de 1918, donde quedaron en minoría. Pero tenían el poder en las ciudades, en los grandes centros urbanos, habían tomado el poder mediante los soviets, ¡y disolvieron la sacrosanta ( para los reformistas y burgueses) Constituyente en un tarde y sin tirar un solo tiro!
XIX) Aquí hay que tener en cuenta cómo se compone el resultado electoral. Una proporción desmedida corresponde a Mendoza y Salta: 300.000 votos, que, evidentemente abultan el resultado general. Si Salta tiene una tradición de lucha y una cierta orgánica construida a lo largo de muchos años por el PO, no es el caso del FIT en Mendoza.
XX) Recordemos aquí que el trotskismo llegó a obtener en las presidenciales del 2002 en Francia 3 millones de votos: ¡el 10% de la votación general! Y en Brasil, en la presidencial del 2006, un frente del PSOL, el PSTU y el PCB obtuvo 6,5 millones de votos, algo en torno al 6,5% quedando como tercera fuerza. Y sin embargo, luego estos resultados se diluyeron. En 2001, la suma de la izquierda totalizó más de 1.300.000 votos, con porcentajes casi del 30% en la Capital Federal, quedando cerca de ser primera fuerza; incluso históricamente ha habido grandes votaciones del trotskismo, como la del PST en las presidenciales de septiembre de 1973, cuando obtuvo casi 200.000 votos. Por no hablar de la consagración de Zamora, en 1989, como diputado del viejo MAS, lo que no impidió su desabarranque posterior.
XXI) Nuestra ubicación no tiene nada que ver con la valoración despectiva e interesada de las fuerzas del FIT de que seríamos “marginales como el MST”. El MST es una fuerza de origen trotskista que vive un proceso de descomposición imparable, caracterizada por un vaciamiento rampante y que ha hecho de lo electoral su única actividad (y, por añadidura, sin votos). Para no señalar que está enfeudada en el michelismo, justo cuando éste es desbordado electoralmente (en conjunto con el MST ), de cabo a rabo, por la izquierda; no sólo el FIT sino también nuestro partido.
Por Roberto Sáenz, Socialismo o Barbarie, diciembre 2013