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“La automación capitalista, desenvolvimiento masivo tanto de las fuerzas productivas del trabajo cuanto de las fuerzas alienantes y destructivas de la mercancía y del capital, se torna de esta manera la quintaesencia objetivada de las antinomias inherentes al modo de producción capitalista” (Mandel, p. 152).
A la hora de abordar la crisis que está viviendo la economía mundial, es importante contextualizarla. Uno de los debates sobre el sistema capitalista, ha remitido habitualmente al interrogante de en qué medida se mantiene el desarrollo de sus fuerzas productivas. Ocurre que la experiencia del siglo pasado, así como las transformaciones vividas durante las últimas décadas, parecen indicar que las fuerzas productivas continuaron avanzando.
Pero si esto es así: ¿significa entonces que la actual época de crisis, guerras y revoluciones, la época de la decadencia capitalista abierta en 1914, se habría cerrado? En esta nota sostenemos lo contrario. Sucede que el carácter contradictorio que siempre ha tenido el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, ha llegado hoy a un nuevo nivel.
Si se lee a Marx con atención, se verá que su enfoque sobre las fuerzas productivas bajo el capitalismo ha sido siempre el relato de un proceso profundamente contradictorio: “La división manufacturera del trabajo ofrece al capital nuevas ocaciones para dominar el trabajo. De modo que si por una parte se muestra como un progreso histórico y como un momento necesario en el proceso de formación económica de la sociedad, por otra aparece como un medio de explotación más civilizado y perfecto” (Marx, en Trotsky, El pensamiento…, p. 143).
“Sí, y por otra parte”: esta parece ser la dialéctica en la que se basa Marx para analizar el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Si por un lado las fuerzas productivas han vivido revolucionándose (“Todo lo que era sólido y estable es destruido; todo lo que era sagrado es profanado”), sus consecuencias sobre el hombre y la naturaleza (como “manantiales de la riqueza”), siempre han apuntado a socavarlas. Volveremos sobre esto.
El desarrollo de las fuerzas productivas durante el último siglo parece haber llevado esta tendencia a un nuevo punto. Un punto que no es la apreciación estancacionista de que las fuerzas productivas habrían dejado de desarrollarse; pero tampoco el abordaje positivista de que el capitalismo las desarrollaría sin contradicciones. Más bien, estamos frente a un parejo desarrollo de las fuerzas productivas y destructivas.
El concepto de fuerzas productivas
Mucho se ha escrito alrededor del concepto de fuerzas productivas. En Marx dicho concepto aparece asociado a la noción de “fuerzas productivas del trabajo social”, que se resumen en la capacidad de crear una creciente cantidad de riqueza con menos trabajo. Las fuerzas productivas remiten, así, a tres planos que se aprecian conjuntamente, pero permiten una evaluación autónoma: los medios de producción, el hombre y la naturaleza.
Siguiendo el esquema del primer tomo de El capital, se tiene primero la “magia” que emerge del trabajo asociado, de la cooperación, de la división del trabajo, elementos que de por sí permiten un salto en la productividad del trabajo: “(…) la suma de las fuerzas mecánicas de cada obrero individual, considerado separadamente, será diferente de la potencia de fuerza asociada, que resultará de la colaboración simultánea de muchos brazos en la misma operación indivisa. La eficacia que logra el trabajo combinado no se lograría por el esfuerzo aislado, o tardaría más en lograrse, o se conseguiría sólo en una mínima escala” (Ídem, p. 131)[1].
A esto debe agregársele el salto cualitativo que significa el constante revolucionamiento de los medios de producción: la fusión de las fuerzas humanas y naturales que significa el maquinismo. La productividad incrementada que se logra debido al desarrollo de aquellos instrumentos que median la relación entre el hombre y la naturaleza. En las geniales palabras de Marx: “La explotación mecánica llega a su desarrollo más completo al recibir, como sistema articulado de máquinas de trabajo, un movimiento a través de una máquina de trasmisión, procedente de un autómata central. Así se nos presenta, en vez de la máquina simple, un mounstruo mecánico cuyo cuerpo llena edificios enteros y cuya fuerza demoníaca, disimulada primero por el pausado compás de sus miembros gigantescos, se descompone en desenfrenada y febril danza que ejecutan sus inmumerables órganos de trabajo propiamente dichos” (Ídem, p. 148).
Luego tenemos un segundo aspecto que, aunque abordado unilateralmente, preocupó a muchos marxistas durante el siglo pasado: el desarrollo de la fuerza de trabajo: su calificación, la educación de los trabajadores y de la sociedad, las condiciones de empleo y vida, la satisfacción de sus necesidades: “Lo social y lo político intervienen en la abstracción aparente del primer Libro. La determinación del valor de la fuerza de trabajo por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su reproducción, (…) reenvía (…) a ‘un elemento moral e histórico’: al tumulto de las relaciones de fuerzas, de las luchas cotidianas, del lento movimiento de organización de mutuales y sindicatos, que determinan socialmente tal necesidad” (Bensaïd, p. 18)[2].
Finalmente, el problema de las fuerzas productivas naturales del trabajo, que tienen que ver con todas esas potencias de la naturaleza que, encauzadas mediante determinados medios de producción, posibilitan su aprovechamiento al servicio de la producción. El simple caso de la energía solar, eólica, hidráulica, por sólo dar ejemplos simples, o mismo la que proviene del gas, del petróleo y así de seguido, y que reenvían a la problemática de uso que no signifique la destrucción del medio ambiente. Este aspecto: el carácter destructivo o reproductivo de su utilización, debe hacer también a la evaluación de las fuerzas productivas y su desarrollo, siempre contradictorio bajo el capitalismo.
Son el conjunto de estas determinaciones las que debemos evaluar en el desarrollo de las fuerzas productivas. Ni el criterio “humanista” reducido a “si los trabajadores están mejor”, ni el puramente “objetivo” de si “la productividad del trabajo ha alcanzado un nivel más alto”, sirven aisladamente para una evaluación conjunta. Lo que hace falta es una apreciación dialéctiva que combine los elementos de manera tal de lograr una definición históricamente determinada.
El análisis de Trotsky
La caracterización de la época abierta en 1914 como de “crisis, guerras y revoluciones” llevó a muchos marxistas a una apreciacion reduccionista de las fuerzas productivas. Trotsky mismo llegó a afirmar en los años 30, que las fuerzas productivas habían dejado de desarrollarse (incluso más, señalaba que “empezaban a pudrirse”), cuestión que tuvo su influencia en el movimiento trotskista de la segunda posguerra.
Pero sería erróneo evaluar sus apreciaciones por fuera de las circunstancias históricas que le tocaron vivir: dos guerras mundiales, la apertura de una era de revoluciones socialistas, la más grande crisis de la economía capitalista, el ascenso del fascismo y el nazismo, la producción en masa de medios de destrucción. Era imposible que dichas circunstancias no lo hubiesen influenciado: era un hombre, no un superhombre.
Esa crítica es la que le hace Astarita en “Trotsky y el estancamiento de las fuerzas productivas”, entre otros textos: “En repetidas oportunidades (…) he afirmado que Trotsky tenía una visión ‘estancacionista’ del capitalismo del siglo XX (…) Mi posición es que la curva básica del desarrollo del capitalismo desde 1914 a la actualidad, ha sido ascendente. Puedo agregar: también ha sido ascendente en las 3 o 4 últimas décadas”.
Afirmar esto hoy es bastante sencillo. Si la curva de desarrollo capitalista sólo puede trazarse a posteriori de los acontecimientos, implica factores “exógenos” vinculados con la lucha de clases que no pueden anticiparse. En la medida que dichas luchas terminen en derrota, la acumulación capitalista recomienza. De ahí que su crítica acabe siendo ahistórica, a la par que metodológicamente economicista: la curva básica del capitalismo terminó siendo ascendente; pero esto no ocurrió sin pasar por una “era de los extremos” caracterizada por las dramáticas destrucciones de dos guerras mundiales, campos de concentración, bombas atómicas, etcétera.
Perder de vista esto en la apreciación de la dinámica del sistema, es caer en una evaluación positivista de los desarrollos: “La segunda razón que milita en favor del método histórico, es que las relaciones económicas no son suficientes para dar cuenta plenamente de las transformaciones de largo plazo. Como lo subrayó Polanyi en 1944, en La gran transformación, la visión de una esfera económica autónoma con un funcionamiento mecánico que se impone al conjunto de la sociedad, es una excrecencia ideológica del liberalismo” (Louça).
Trotsky se mantuvo entre los que más dialécticamente apreciaron los desarrollos. Introdujo el factor “lucha de clases” contra abordajes economicistas del tipo Kondratiev; también la emprendió contra el catastrofismo del estalinismo emergente (sus economistas afirmaban que el capitalismo estaba próximo al “derrumbe” absolviendo la política traidora de la Internacional Comunista).
De todas maneras, es verdad que su texto más catastrofista es una Introducción escrita para los obreros norteamericanos a una selección de citas del tomo I de El capital realizada por el economista y ex diputado del PCA Otto Ruhle. Se titula El pensamiento vivo de Marx, y conjuntamente con apreciaciones agudas combina unilateralidades evidentes: “El progreso humano se ha detenido en un callejón sin salida. A pesar de los últimos triunfos del pensamiento técnico, las fuerzas productivas naturales ya no aumentan” (Trotsky, El pensamiento…, pp. 32).
Pero si la evaluación de Trotsky resultó errada (¡a pesar de todos los aspectos de verosimilitud que tenía cuando fue formulada!), es porque el curso de la lucha de clases introdujo un factor imprevisto que permitió que la curva de desarrollo capitalista se enderezara nuevamente hacia arriba: el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la derrota histórica que dicho acontecimiento significó para los trabajadores del mundo, amén de la degeneración burocrática de la ex URSS, otro triunfo estratégico del sistema.
De ahí que sus valoraciones debían ser tomadas de manera concreta; no podían servír para exonerar a los marxistas que en la segunda posguerra, en medio del más grande boom económico del capitalismo, mantuvieron definiciones estancacionistas que se dieron de patadas con la realidad, así como con el método postulado por el propio Trotsky en dicho texto: “Marx era perfectamente capaz de examinar el fenómeno de la vida a la luz del análisis concreto, como un producto de la concatenación de diversos factores históricos” (Ídem, p. 27)[3].
Habiéndose modificado la situación, seguir repitiendo que las fuerzas productivas habían “dejado de crecer”, fue un error con gravísimas consecuencias políticas: sirvió de fundamento “material” a los análisis más objetivistas (ver al respecto la tesis XIV de Actualización del Programa de Transición, de Nahuel Moreno).
Es verdad que las cosas no era tan simples: se basaba en la equivocada idea de que si la época era revolucionaria (¡que lo era, y lo es!), el capitalismo “no podría desarrollar las fuerzas productivas”. Y viceversa, pero de consecuencias más graves, si se consideraba que el capitalismo sí las había “vuelto a desarrollar”, entonces la época “dejaba de ser revolucionaria”… Un esquematismo que formó parte de las oposiciones de blancos y negros que caracterizó al trotskismo en la posguerra.
Una apreciación más dialéctica hubiera permitido abordar la cuestión como siempre la analizó Marx: el de un progreso de las fuerzas productivas que, bajo la camisa de fuerza de las relaciones capitalistas, desarrolla tanto las fuerzas productivas como socava los dos manantiales de la riqueza: “La producción capitalista sólo desarrolla, pues, la técnica y la combinación del proceso social de producción, en tanto que socava a la vez las fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el obrero” (Marx, en Trotsky, El pensamiento…, p. 164).
Claro que en cada momento histórico esto asume diversas proporciones, marcando el carácter ascendente o descendente del sistema, cuestión que requiere de un análisis históricamente determinado. El capitalismo se mantuvo desarrollando las fuerzas productivas. Pero, a la vez, se verificó un inaudito desarrollo de las fuerzas destructivas: desde hace medio siglo la humanidad tiene capacidad de autodestruirse.
Los marxistas en la posguerra
Trotsky se mantuvo como un dialéctico genial. Su criterio básico fue el del desarrollo desigual y combinado, una apreciación que “juxtaponía” elementos de avance con otros de atraso o retroceso: “(…) la desproporción en los ‘tempos’ y medidas que siempre se produce en la evolución de la humanidad, no solamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa interdependencia de la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipo económico diferentes” (Trotsky, El pensamiento…, pp.49/51).
Luego de la segunda guerra, las circunstancias cambiaron: el “momento catastrófico” había pasado. EEUU se erigió como primera potencia mundial (aun en medio de la “competencia” con la URSS). Fue un problema oponer el dogma a la realidad. Esto le ocurrió a muchos marxistas que hasta avanzada la posguerra siguieron aferrados al esquema de que “las fuerzas productivas habían cesado de crecer”…
Debido al enorme desarrollo tecnológico ocurrido, se refugiaron en la idea que “la principal fuerza productiva es el hombre”: “Para los marxistas el desarrollo de las fuerzas productivas es una categoría formada por tres elementos: el hombre, la técnica y la naturaleza. Y la principal fuerza productiva es el hombre; concretamente la clase obrera, el campesinado y todos los trabajadores. Por eso consideramos que el desarrollo técnico no es desarrollo de las fuerzas produtivas si no permite el enriquecimiento del hombre y la naturaleza; es decir, un mayor dominio de la naturaleza por parte del hombre, y de éste sobre la sociedad” (Moreno, pp. 64/5).
Pero si el concepto de fuerzas productivas debe integrar esos tres componentes, su apreciación era equivocada. Es que absolutizaba relaciones que en Marx siempre se han evaluado como potencialidades. El desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo crea las condiciones materiales para “un mayor dominio de la naturaleza por parte del hombre, y de éste sobre la sociedad”, pero no tiene forma de resolverlo: esa es una tarea que cabe a la lucha de clases. Por otra parte, aun teniendo en cuenta que los países del centro imperialista y la periferia tuvieron trayectorias diferentes, el relato de Moreno es el de un empobrecimiento absoluto de los trabajadores, algo desmentido por los hechos.
El siglo pasado dio lugar a retrocesos dramáticos, pero también recuperación de las fuerzas productivas. La expectativa de vida casi se triplicó en los últimos cien años[4]. No se verificó un empobrecimiento absoluto del proletariado (¡otro cantar es la caída generalizada del nivel de vida en las últimas décadas con la mundialización!). Las afirmaciones de Trotsky en este sentido fueron unilaterales: “el actual ejército de desocupados ya no puede ser considerado como un ‘ejército de reserva’, pues su masa fundamental no puede tener ya esperanza alguna de volver a ocuparse” (Trotsky, El pensamiento…, p. 25).
Trotsky acertaba cuando señalaba que mientras exista el capitalismo, siempre va a desarrollar momentos de alza y de baja. Pero agregaba que las características de esas alzas y bajas debían ser apreciadas concretamente. Cuando la curva general del sistema era ascendente, los momentos de ascenso debían predominar sobre las caídas; por el contrario, cuando la curva general estaba en descenso, los momentos de retroceso predominan sobre la recuperación: “El hecho que el capitalismo continúe oscilando cíclicamente (…) indica, sencillamente, que aún no ha muerto y que todavía no nos enfrentamos con un cadáver. Hasta que el capitalismo no sea vencido por la revolución proletaria, continuará viviendo en ciclos, subiendo y bajando. Las crisis y los booms son propios del capitalismo desde el día de su nacimiento; le acompañarán hasta la tumba. Pero para definir la edad del capitalismo y su estado general, para establecer si aún está desarrollándose, o si ya ha madurado, o si está en decadencia, uno debe diagnosticar el carácter de los ciclos, tal como se juzga el estado de los organismos humanos, según el modo como respira: tranquila o entrecortadamente, profundo o suave, etcétera” (Trotsky, La situación…).
Mandel parece afirmar algo similar desde otro ángulo: “Un fracaso en el largo plazo en realizar la revolución socialista, puede conceder al modo de producción capitalista un nuevo plazo de vida, que este último utilizará, entonces, de acuerdo a su lógica inherente: en tanto se eleve nuevamente la tasa de ganancias, intensificará la acumulación del capital, renovará la tecnología, retomará la búsqueda incesante de plusvalía, ganancias medias y superganancias y desenvolverá nuevas fuerzas productivas” (Mandel, p. 155).
No hay declinación absoluta. Si el sistema no es superado, recomienza su lógica de funcionamiento. Mandel afirmaba que con el boom de posguerra, las fuerzas productivas comenzaron nuevamente a crecer: eso no hacía más que poner a la humanidad –especialmente a los países del centro capitalista- sobre un nuevo escalón productivo: de ahí el debate sobre la automación que desarrolla en el capítulo 6 de El capitalismo tardío retomando geniales intuiciones de Marx. Las visiones estancacionistas se apoyaban en la idea de un retroceso absoluto de las fuerzas productivas que no se verificó. Mandel señalaba que el umbral “técnico” para la emancipación de la humanidad se acercaba más, siendo esta una característica central del capitalismo tardío.
La contradicción no estaba en el retroceso absoluto de las fuerzas productivas, sino en las potencialidades no concretadas, inhibidas, del desarrollo de las mismas. Un enfoque atractivo que, de todos modos, tenía un grave déficit vinculado a la no problematizada transformación de las fuerzas productivas en destructivas, un fenómeno que Mandel analizó en el capítulo 9 de la obra señalada pero que, paradójicamente, no contenía conclusión alguna vinculada a la dinámica de conjunto destructiva del sistema.
De ahí que terminara sosteniendo un concepto de fuerzas productivas que de todas maneras nos resulta unilateral, economicista: “Para Marx, el concepto de fuerzas productivas era, en último análisis, reducible a las fuerzas materiales de la producción y a la productividad física del trabajo (ver Grundrisse: ‘La fuerza productiva de la sociedad es medida por el capital fijo, existente en ella en su forma objetiva’). Para dar algún fundamento a la afirmación de que las fuerzas productivas cesaron de crecer, es necesario desligar el concepto de ‘fuerzas productivas’ de su base material y atribuirle un contenido idealista” (Ídem, p. 151).
Pero no es igual la manera de medir las fuerzas productivas que el concepto que se tenga de las mismas. Ocurre que una medición, quizás, no tendrá forma de no ser aproximativa. Pero otra cuestión es el concepto global que se tenga de la cosa: nos parece que en ese sentido Mandel se colocaba en el polo opuesto de los estancacionistas; no ofrecía una síntesis dialéctica.
Muchos analistas han subrayado que el exagerado optimismo de Mandel le podía jugar una mala pasada, haciéndolo “ciego” frente a determinados desarrollos[5]. De ahí la crítica que le dedicara el historiador Enzo Traverso, acerca de cómo se saltea en su reflexión la experiencia de los campos de exterminio: “Bien que la obra de Mandel permanece (…) más allá de ciertas derivas dogmáticas, no logra escapar de una cierta simplificación de lo real (…)” (Traverso, p. 334)[6].
Socialismo o barbarie
Insertemos el análisis de las fuerzas productivas dentro de las coordenadas de la época. Apresurémonos a señalar que en Marx, una época está determinada por factores objetivos que tienen que ver con un período histórico donde las relaciones de producción ya no dejan crecer las fuerzas productivas -o las transforman en destructivas (ver el famoso Prólogo a la Contribución a la crítica a la economía política).
Pero no debe interpretarse mecánicamente esta sentencia: si vale a escala de toda una época histórica, no significa que de manera absoluta las fuerzas productivas no pueden continuar desarrollándose, sólo hacen más contradictorio su curso: “(…) el hecho que el capitalismo haya entrado en 1914 en un período de crisis estructural y decadencia histórica, no excluye nuevos desarrollos periódicos de las fuerzas productivas” (Mandel en Arcary, p. 92).
Así han sido las cosas bajo el capitalismo: sus tendencias no han funcionado bajo la forma de un límite absoluto en la acumulación, sino como crisis recurrentes cada vez más graves: un desarrollo de imponentes fuerzas productivas que, al mismo tiempo, son doblemente peligrosas en su potencial de reversión destructiva.
De ahí que en las últimas décadas el capitalismo haya vivido inmensas transformaciones estructurales, el desarrollo de nuevas ramas productivas con las tecnologías de la información, la creación del proletariado más grande de la historia (ver los casos de China, India, y próximamente África), así como una renovada expansión geográfica: una circunstancia que ha resultado del curso concreto de la lucha de clases del siglo XX, de cómo la degeneración de las revoluciones anticapitalistas posibilitaron la continuidad del sistema.
Y sin embargo, lo anterior no excluye que se estén encendiendo los alertas rojos alrededor de las consecuencias del desarrollo del capitalismo mundializado. Señalemos simplemente la aguda crisis ecológica que vive la humanidad, que nos ha hecho entrar en una nueva era geológica: el Antropoceno. Una era caracterizada por la reversión destructiva del sistema sobre el clima y la biodiversidad, y que confirma la genial intuición de Marx de que la naturaleza terrestre es actualmente una “naturaleza humanizada” (o, mejor dicho, deshumanizada).
Otro ejemplo es la creciente desigualdad que está generando el sistema. La obra de Thomas Piketty, aunque reformista, es un llamado de atención en ese sentido: “El crecimiento moderno y la difusión de los conocimientos permitieron evitar el apocalipsis marxista, más no modificaron las estructuras profundas del capital y de las desigualdades o por lo menos no tanto como se imaginó en las décadas optimistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso –lo que sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con volverse norma en el siglo XXI-, el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles (…)” (Piketty, p. 15)
Astarita plantea que “las fuerzas productivas en los últimos cien años se desarrollaron, y en las últimas 3 o 4 décadas también”. Pero si la primera parte de su sentencia terminó siendo correcta, la evaluación de las últimas décadas debe matizarse. No es posible dar un juicio de valor definitivo sobre la mundialización cuando nos encontramos en medio de la histórica crisis económica abierta en el 2008: “La teoría y la historia enseñan que una sucesión de regímenes sociales presuponen la forma más alta de la lucha de clases, es decir, la revolución (…) ‘La fuerza es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva’. Nadie ha sido capaz hasta ahora de refutar este dogma básico de Marx en la sociología de la sociedad de clases. Solamente una revolución socialista puede abrir camino al socialismo” (Trotsky, El pensamiento…, p. 45).
Bibliografía
- Arcary, Valerio; El encuentro de la revolución con la historia.
- Bensaïd, Daniel; La discordance des temps, Les Editions de la Passion, París, 1995.
- Louça, Francisco; Ernest Mandel y las pulsaciones de la historia
- Mandel, Ernest; El capitalismo tardío, Nova Cultural, San Pablo, 1985.
- Moreno, Nahuel; Actualización del programa de transición, Antídoto, Buenos Aires, 1990.
- Piketty, Thomas, El capital en el siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2015.
- Traverso, Enzo; Les marxistes et la question juive, Éditions Kimé, París, 1997.
- Trotsky, León; El Pensamiento vivo de Marx, Losada, Buenos Aires, 1984.
- Trotsky, León; La situación mundial, junio de 1921.
[1] Marx da el ejemplo de cómo el trabajo asociado, al economizar en materia de edificios, al posibilitar el abastecimiento de la producción más rápidamente, mejora la continuidad del trabajo entre una tarea y la otra, etcétera, y da lugar a un ahorro de tiempo de trabajo.
[2] Es decir, contra las apreciaciones puramente economicistas, el elemento social e histórico que está inscrito en las relaciones económicas, y que tiene que ver con que la medida de la reproducción de la fuerza de trabajo no es solamente “biológica”, sino social, histórica.
[3] Un criterio metodológico que vale también para aquellos trotskistas que se atuvieron a la letra escrita de Trotsky respecto de la URSS, en vez de estudiar la realidad viva que estaba en desarrollo bajo sus ojos.
[4] En esto acierta Astarita: “La cantidad de seres humanos sobre el planeta se multiplicó; sólo entre 1970 y 2010 pasó de 2600 millones a 7000 millones. Los hambrientos a nivel mundial en ese lapso descendieron del 37% a aproximadamente el 16% (en términos absolutos permanece en torno a los 1000 millones de seres humanos). Si las fuerzas productivas a nivel mundial hubieran estado estancadas, este crecimiento de la especie humana hubiera sido casi imposible. Pero además, aumentó la esperanza de vida. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en 1900 el promedio global de vida era de sólo 31 años, y por debajo de los 50 años en los países más ricos. A mediados del siglo XX, el promedio de vida había alcanzado los 48 años; en 2005 era de 65.6 años, y de más de 80 años en algunos países desarrollados” (Astarita, Trotsky, fuerzas productivas y ciencia).
[5] Señalemos el valor personal de Mandel, que siendo un adolecente en la Segunda Guerra Mundial, pasó por tres detenciones en manos de los nazis y por los campos de trabajo forzados en Alemania, y así y todo sobrevivió.
[6] De cualquier manera, no se puede decir que Mandel no tuviera el tema en su cabeza. En un seminario realizado en Atenas en 1983 afirmaba lo siguiente: “Para retomar una fórmula de Marx, es en la crisis donde se expresa la tendencia del capitalismo a transformar periódicamente las fuerzas productivas en fuerzas destructivas. Ahora bien, la amplitud de la crisis determina la amplitud del potencial destructor desencadenado por la ‘solución’ capitalista de la crisis. Para salir de la crisis de los años 30 sin salir del capitalismo, la humanidad pagó el precio de 100 millones de muertos, el precio de Auschwitz y de Hiroshima” (La teoría marxista de las crisis y la actual depresión económica).
Por Roberto Sáenz, SoB 403, 27/10/16