Hace pocas horas, Raúl Castro comunicó a Latinoamérica y el mundo la desaparición de Fidel Castro.
La noticia, justificadamente, tuvo gran impacto en el continente latinoamericano y el mundo entero. Es que, con Fidel Castro, desaparece el líder indiscutido de una de las revoluciones más importantes del siglo XX, que fue el siglo de la revoluciones. Sus alcances políticos fueron mucho más allá de su patria, la isla de Cuba.
La Revolución Cubana, triunfante el 1º de enero de 1959, implicó, en primer lugar, un desafío al todopoderoso imperialismo yanqui. Un desafío tanto más inmenso, en cuanto Cuba era mucho más (o mucho peor) que un mero país dependiente de Washington. Desde que EEUU se había apoderado de la isla al derrotar a España en la guerra de 1898, convirtió a Cuba en un protectorado colonial, con gobiernos títeres que garantizaban una brutal explotación de los capitales yanquis en la ciudad y el campo. Y la degradación llegó al máximo con la dictadura del “sargento” Batista, contra la que se alzó Fidel Castro.
Pero, al triunfar, las consecuencias de la Revolución Cubana fueron mucho más allá de la isla. Trascendieron a toda América Latina, y en cierta medida al mundo. Especialmente fueron inspiración –tanto en sus aciertos como en sus errores– para las vanguardias de luchadores latinoamericanos en los ’60 y ’70.
Es precisamente esa trascendencia histórica de la Revolución Cubana, la que nos obliga –como socialistas revolucionarios– a hacer un balance global, y no unilateral, un balance marxista y no “diplomático”. Esto es doblemente obligatorio, porque hoy Cuba se encuentra en una muy difícil encrucijada. Y, posiblemente, la desaparición de Fidel Castro, puede marcar el momento de exasperación de sus contradicciones.
La Revolución Cubana, como decíamos fue una gran revolución popular contra una dictadura militar que gestionaba el sometimiento más abyecto al imperialismo yanqui. Pero no fue una revolución de la clase trabajadora cubana, que instaurase un régimen de democracia obrera y socialista.
Para entender esta diferencia –de consecuencias sociales y políticas inmensas– basta comparar la principal consigna de la Revolución Cubana y la que levantó otra gran revolución de la historia, la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia.
En Octubre de 1917, la consigna de “¡Todo el poder a los soviets!”, sintetizaba la asunción del poder por organismos democráticos que agrupaban a los representantes libremente electos de la clase obrera. Y eso fue así, hasta que una burocracia logró liquidar su contenido, a sangre y fuego.
En la Revolución Cubana, la gran consigna fue: “¡Comandante en jefe, ordene!” Desde el principio, sobre las masas populares que lógicamente apoyaban el triunfo de la revolución, se levantó el poder verticalista de un partido-ejército, con Fidel (y luego su hermano Raúl) en la cúspide. A diferencia de la Revolución Rusa en sus inicios, con los soviets democráticos conducidos por Lenin y Trostky, en Cuba no hubo el menor intento de desarrollar una democracia obrera y socialista. El posterior viraje de Fidel al bloque soviético, bajo las presiones del imperialismo yanqui, cerró todas las puertas en ese sentido.
Tras la caída de la Unión Soviética, Cuba pudo resistir las presiones del imperialismo yanqui, en el sentido de volver al sometimiento colonial anterior a la Revolución de 1959. Pero eso no ha significado un curso socialista ni mucho menos.
La burocracia político-militar que encabeza el aparato del Estado y del partido único –el PC cubano– ha puesto proa al capitalismo. Sus miembros alientan y/o encabezan todo tipo de negocios lícitos o ilícitos. El giro del gobierno de Obama, al restablecer relaciones con Cuba (¡sin liquidar el bloqueo!!), trata de dinamizar ese proceso de restauración del capitalismo. Apuesta al carácter potencialmente explosivo de los cientos de miles de “emprendedores” y burócratas que aprovechan la oportunidad para acumular. Esto se ha traducido en los últimos años en un crecimiento desmesurado de la desigualdad en la sociedad cubana.
Salvando las distancias, es similar a los procesos de China, Vietnam y otros países supuestamente “socialistas”, donde se restauró el capitalismo… aunque manteniendo en el poder a las respectivas burocracias “comunistas”.
Pero Cuba no es China o Vietnam, ni está en el Asia-Pacífico sino en el Caribe. La plena restauración de capitalismo va a presionar inevitablemente hacia la pérdida de la otra gran conquista de la Revolución encabezada por Fidel Castro: la independencia nacional! El imperialismo yanqui va a redoblar las presiones en ese sentido, disfrazadas de un giro a la “democracia”.
Para defender esa inmensa conquista de la Revolución de 1959, así como sus logros en salud y educación, para que Cuba no vuelva a ser una colonia, es imprescindible una nueva alternativa revolucionaria. Una alternativa que sea independiente, tanto del imperialismo yanqui y sus gusanos de Miami, como de la burocracia del PCC y los nuevos capitalistas nativos.
Esa alternativa puede hacerse realidad, si la clase trabajadora de Cuba se pone de pie, se organiza democráticamente y levanta un programa independiente y realmente socialista para el conjunto de las masas populares de la Isla.
Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 1/12/16