Macri frente a la necesidad de multiplicar el ajuste en un año electoral
“Un cambio de percepciones ha comenzado a operar y ya resulta insuficiente el ‘no pasa nada/todo está bien’, de Marcos Peña, para neutralizarlo. La edad de la inocencia de Cambiemos debe tocar a su fin o de lo contrario, se complicará controlar las turbulencias. Roberto Lavagna comparó la actual política económica con la de los militares y la de los años 90, y luego fue aún más lejos al afirmar que, de no mediar ningún cambio económico trascendental, tarde o temprano, como ya sucedió otras veces, sobrevendrá un colapso” (Pablo Sirven, La Nación, 27/111/16).
El final del año no es el que esperaba Macri. La situación social luce controlada paro general mediante nunca realizado por la CGT. Sin embargo, e invirtiendo la famosa fórmula del periodista de derecha Bernardo Neustadt (ya fallecido), de “estamos mal, pero vamos bien”, la patronal comienza a sentir que algo no va bien…
La economía no repunta, el déficit fiscal no baja, el país se endeuda en dólares (¡y cada vez más!), y el ajuste esperado se posterga. Para colmo de males el año que viene es electoral, lo que agiganta los interrogantes acerca de cómo enfrentará Macri una encrucijada que se presenta cada vez más compleja.
Una encrucijada inesperada
El gobierno se va el fin de semana a Chapadmalal para una “jornada de reflexión”. Parece atinado. Es que al Ejecutivo le convendría “recalcular” sus próximos pasos. De repente el año termina y los “deberes” no han sido hechos: el ajuste no ha sido lo suficientemente profundo (algo que queda en evidencia ante el deterioro del contexto económico internacional).
Un exceso de ambición guió los pasos del gobierno en su primer año de gestión. No se planteó solamente “reordenar la economía”: se coló en el medio la ambición política de una gestión de ocho años.
Es verdad que Macri mostró éxitos por el camino del ajuste. Logró una rebaja del salario real del orden del 8 al 10% (devaluación y techo a las paritarias mediante), el consumo bajó y la economía entró en recesión (cuestión que se ambicionaba para bajar la inflación). Sacó al país del cepo y le pagó a los fondos buitre 15.000 millones de dólares. A los capitalistas del campo les eliminó las retenciones (salvo a la soja), lo mismo que a las mineras. También eliminó impuestos a las exportaciones industriales. Dejó correr despidos públicos y privados y ahora ha enviado al Congreso un provocativo proyecto de ley de reforma del impuesto a las ganancias que no solamente deja en pie dicho impuesto, sino que aumentará el universo de los que lo pagan en 500.000 trabajadores más (de ser aprobado su proyecto sin reformas).
La regresiva redistribución de la riqueza operada por Cambiemos, sumada a su profesión de fe en “el libre mercado y la seguridad jurídica”, dieron lugar a su apuesta por la Argentina como “santuario para las inversiones”. Ese era el plan. Ese era su camino para el “despegue de la economía”: al país llegarían inversiones a “manos llenas” que lo llevarían para adelante.
Nada de esto ha ocurrido. Las condiciones económicas son adversas. La industria automotriz seguirá deprimida al menos un año más. En materia de exportaciones de commodities los precios no se han derrumbado pero están mucho más bajos que durante el kirchnerismo. Este último factor es que el dificulta, por ejemplo, las inversiones en fracking en Neuquén, un proceso de extracción petrolera no tradicional que requiere un precio del barril bastante más alto que el que rige hoy en el mundo.
Las previsiones económicas para el despegue del país formuladas por el gobierno se han ido a pique. El mundo al que quería insertarse Macri se ha corrido de lugar luego del triunfo de Trump. La inflación se espera que aumente en los Estados Unidos. Las tasas de interés aumentarán, algo que ya ha comenzado a ocurrir. Aumentarán también las protecciones del mercado norteamericano, por lo que será más difícil exportar al mismo (planes acariciados por Macri como la exportaciones de limones serían archivados; la misma suerte correrían las exportaciones de carne -y estamos hablando de rubros que son nada o casi nada industrializados-).
Tasas de interés más altas significará un dólar más alto, lo que tendrá consecuencias: uno, un retorno de los capitales al norte del mundo; dos, el encarecimiento del crédito internacional; tres, renovadas presiones para la devaluación del peso (¡imagínense lo que esto significaría para las paritarias del año que viene!).
Resulta ser que precisamente a esa herramienta (el endeudamiento internacional), es a la que ha recurrido el gobierno en su primer año de gestión como tabla de salvación: “La victoria de Trump ha sacudido el escenario de liquidez internacional y enciende las alarmas de quienes monitorean la situación argentina. En ese contexto, urge quitar el piloto automático de la política fiscal, poner el instrumental en manual y prepararse para navegar el cambio de clima. El tiempo dirá si sólo es una lluvia de verano o un cambio de clima” (Nicolás Dujovne, La Nación, 29/11/16).
Todo el plan de Macri ha quedado en alerta amarillo. La idea de administrar el ajuste para hacerlo más “potable” políticamente, ganar las elecciones del 2017 y luego descargarlo con todo su peso, ha entrado en crisis, como ha entrado en crisis también la ambiciosa idea de ir por la reelección cuando siquiera se ha cumplido el primer año de gobierno…
Macri termina el año enfrentando una encrucijada inesperada: ¿cómo hacer para ganar las elecciones del año que viene si se ve obligado a aplicar un ajuste redoblado?
La ausencia de un factor dinamizador
Desde estas páginas hemos señalado que las circunstancias de Macri no son las de Milton Temer en Brasil. Temer tiene una ventaja sobre Macri: sus objetivos son más “modestos”. Al presidente de Brasil no le interesa tener el 5% de popularidad cuando deje el gobierno (como él mismo ha afirmado) si ha hecho lo que tiene que hacer: un ajuste económico feroz que significará –entre otras medidas draconianas- la aprobación de un congelamiento presupuestario por 20 años que significa una reducción real del mismo del 20% contra el aumento de la población en ese lapso.
Como gobierno “golpista” que es (recordar que asumió vía un juicio político viciado), es un gobierno de transición; su apuesta es a aplicar el ajuste y dejar el gobierno en manos del PSDB, actualmente el mayor partido burgués de Brasil.
Macri no se concibe como un gobierno de transición: quiere “hacer historia”. Pero hacer historia significaría -según sus cánones liberal burgués- gobernar los próximos ocho años; demostrar que puede hacérselo sin el peronismo.
De ahí que una parte del ajuste haya sido postergado, cuestión que de todas maneras haya que referirlo a las relaciones de fuerzas entre las clases heredadas en la Argentina desde el 2001, y que se suponía Macri venía a suprimir.
Pero al final de su primer año de gestión, repetimos, resulta que ninguno de los “deberes” ha sido realizado hasta el final; de ahí que, incluso con el favor inmenso que le ha hecho la CGT al no convocar al paro general, haya debido hacer concesiones (ver últimamente la negociación con los movimientos sociales adscriptos a la Iglesia Católica).
El factor en el que Macri se apoyó este año para evitar medidas más antipáticas todavía fue el endeudamiento externo: la creación de una nueva y fenomenal deuda externa (luego del “desendeudamiento” de los K pagado al costo de 200.000 millones de dólares: ¡una dilapidación de recursos nacionales sin antecedentes históricos!).
Ahora se está en el peor de los mundos. De los anuncios de crecimiento en el segundo semestre ya nadie se acuerda. Para colmo, se comienza a dudar que en el 2017 se viva una recuperación económica; al menos la misma se postergaría hasta bien entrado el año.
Sturzenegger, guardián ultra-neoliberal del BCRA, se ha visto obligado a aflojar un poco las tasas; pero muchos dicen que es tarde: la economía fue demasiado desalentada. También se ha lanzado un plan de consumo, el “Ahora 18”, para ver si se relanza el consumo. Todas estas medidas parecen manotazos de ahogado cuando existe un problema de fondo: el interrogante acerca de cuál podrá ser el factor dinamizador de la economía en ausencia de las famosas inversiones.
En la década pasada ese factor estuvo en la exportación de materias primas y la industria automotriz vinculada al mercado brasilero; mientras que esto funcionó se vivieron los “años de oro” del kirchnerismo. Posteriormente, ante la crisis en estos rubros, el gobierno K intentó mantener la economía vía el consumo aun al costo de deteriorar la posición en divisas del país.
Luego vino Macri. Su apuesta se anunció como una “vuelta al mundo”: levantamiento del cepo y llegada de inversiones mediante. Pero el mundo al cual quiere abrirse Macri se cierra y las inversiones no llegan. Para colmo, el endeudamiento se presenta como insostenible: “cuando el financiamiento externo disminuye, los países emergentes más débiles en materia fiscal se ven forzados a optar entre tres caminos: ajustar su déficit, recurrir al mercado de crédito local desplazando parcialmente al sector privado o utilizar fondos de organismos internacionales como el FMI” (Dujovne, ídem).
Es aquí donde se coloca la encrucijada del gobierno que seguramente será materia de debate en Chapadmalal: ¿se decidirá o no por hacer una “cirugía mayor sin anestesia” como le gustaba llamar a Menem al ajuste económico?
Es verdad que quizás todavía tenga márgenes: el nivel de nueva deuda es aún relativamente limitado y los fondos provenientes del blanqueo de capitales (financiamiento interno) probablemente lo ayuden en el 2017.
Pero esa apuesta luce muy peligrosa. Mucho más coherente sería –desde un punto de vista neoliberal consecuente como es supuestamente el que defiende Macri- cortar por lo sano aplicando un duro ajuste económico lo antes posible reduciendo el gasto público y limitando el endeudamiento: “¿Kirchnerismo de buenos modales? ¿‘Propulismo’, como lo rotuló Willy Kohan? Ahora, el gobierno no sólo debe ocuparse de graves problemas, sino de resolver su imprevista crisis de identidad” (Sirven, ídem).
La duda se introduce alrededor de cómo hacerlo cuando el 2017 es un año electoral: sería encaminarse a una derrota segura cuando el gobierno de Macri es, a diferencia de Temer, un gobierno de base electoral; de ahí la encrucijada en la que se ha introducido, la grave crisis en ciernes aunque todavía no se vea.
El 2017 se anunciaba como un año electoral más. Lo menos que puede decirse ahora es que eso ya ha cambiado: elecciones, luchas sociales y dificultades económicas seguramente se entrelazarán, haciendo del año que viene uno mucho menos previsible de lo que se preveía.
¡En el 15° aniversario del Argentinazo, todos a Plaza de Mayo! ¡Marcha con el Frente de la Izquierda Socialista!
Si Macri tuvo un 2016 bastante tranquilo fue por las expectativas de la sociedad en todo gobierno que inicia, el apoyo del FR y el PJ K y no K y, sobre todo, por la doble traición de la CGT: primero, cuando no cumplió en convocar a un paro general ante el veto de Macri a la ley anti-despidos; segundo, cuando entregó el reclamo de reapertura de las paritarias por el bono de fin de año.
Es verdad que el bono en algunas de las actividades no es la miseria que se anuncia para el conjunto. En gremios con mayor poder de fuego, si se concretan las cifras que se barajan (aceiteros, bancarios, petroleros, etcétera), podría compensarse en algo la pérdida salarial.
Pero el problema es el conjunto de los trabajadores. Y ahí rige la “ley del promedio”: el promedio miserable de los salarios mínimos, de los trabajadores en negro, de los desocupados a los cuales se les subirá unos puntos sus modestos ingresos pero todos los reclamos de empleos más o menos genuinos fueron archivados por sus direcciones: mientras las perspectivas para el gobierno se ensombrecen, la CGT y las direcciones de los movimientos sociales subordinados al papa Francisco le dan la otra mejilla y pactan la paz social.
Con una orientación opuesta, y bajo las banderas de la pelea contra el gobierno reaccionario de Macri y su ajuste, y por una salida independiente, obrero y socialista, la tarea inmediata es –junto con el apoyo a todas las luchas que surjan desde abajo- preparar una jornada multitudinaria de lucha y movilización política en el 15° aniversario del Argentinazo. Porque las relaciones de fuerzas que se forjaron en esas jornadas revolucionarias siguen presentes; porque la izquierda podría tener un renovado protagonismo el año que viene si se dinamizan las luchas. Y porque está planteado también dar respuesta desde la independencia de clase a la vacancia política dejada por la crisis del kirchnerismo, una crisis que por momentos luce casi terminal.
De ahí que tengamos la alegría de señalar que será el 20/12 el día de “estreno en sociedad” del nuevo frente electoral entre el Nuevo MAS y el MST, como corresponde en un aniversario, en una jornada de lucha de esta importancia.
Invitamos entonces a toda nuestra militancia, a nuestros simpatizantes, amigos, a los familiares de nuestros compañeros y compañeras, a sumarse a la columna de nuestro partido que será parte de la columna común del Frente de la Izquierda Socialista en su primera presentación.
Por José Luis Rojo, Editorial SoB 408, 1/12/16