El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, asumirá su cargo el 20 de enero de este año. Toda la estructura política norteamericana comienza a reacomodarse para este hecho trascendental.
Como parte de esta transición, ya asumió la semana pasada el nuevo Congreso nacional de Estados Unidos, resultante de la misma votación realizada en noviembre. Este nuevo Congreso tendrá mayoría del Partido Republicano en sus dos cámaras, con una fisonomía especialmente derechista.
Este nuevo perfil puede verse con toda claridad en dos iniciativas que comenzaron a tramitarse, una de las cuales ya fue aprobada por el voto de los nuevos congresales. Se trata del repudio a la decisión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de condenar los asentamientos israelíes en Cisjordania, Palestina. En esa votación del CS de la ONU (realizada el 23/12), la administración de Obama se había abstenido, lo cual significa no utilizar el poder de veto que posee EEUU para anular la decisión del organismo. La derecha norteamericana, aliada fuertemente al establishment sionista, no toleró que EEUU no usara su poder de veto. El nuevo Congreso dominado por los republicanos se desquitó de esa manera contra los desvaríos “progresistas” de Obama. Vale señalar también que una parte muy importante de los congresales del Partido Demócrata votó también junto a la derecha republicana.
La otra iniciativa que comenzó a tramitarse es el traslado de la embajada norteamericana en Israel a Jerusalén (hasta hoy se encuentra en Tel Aviv). Este gesto “simbólico” tiene una enorme importancia, porque significa reconocer a Jerusalén como capital de Israel, y por lo tanto, dar por sentada su anexión (rechazada por los palestinos que la consideran como capital de su propia nación y por ende de su Estado).
Ambas iniciativas van en plena sintonía con la nueva orientación que Trump plantea para Medio Oriente. El presidente electo de EEUU es un fanático pro-sionista, al igual que toda la así llamada “derecha alternativa” (“alt-right”) representada por su jefe de estrategia Steve Bannon. Se trata de una corriente política ultrarreaccionaria, prácticamente neo-nazi, pero que a diferencia de la época de Hitler, ya no considera a los judíos como fuente de los problemas del mundo (aunque tampoco le simpatizan demasiado). Su lugar de “raza odiada” es ocupada ahora por los musulmanes, los latinos, los negros, etc: todos los que tengan la piel oscura.
Israel entra en ese esquema como baluarte de la “raza blanca” europea, de la civilización occidental y hasta del “modo de vida americano”. Tanto desde el punto de vista ideológico y geopolítico como desde el de los negocios, es considerado por la “derecha alternativa” como un aliado estratégico que hay que defender hasta el final. A esta perspectiva se suma por supuesto el poderoso lobby pro-sionista norteamericano, y sectores de la derecha evangélica que se identifican con Israel desde el punto de vista de las referencias bíblicas a la “Tierra Santa”.
Todos estos sectores coinciden en apoyar de manera incondicional la política sionista de colonizar los territorios palestinos, quitándoles las tierras a sus propietarios originales y expulsando a sus habitantes de las mismas. Apoyan fervorosamente el objetivo sionista de completar lo que dicho movimiento inició en 1948: la completa ocupación de los territorios del antiguo Mandato Británico de Palestina en manos de un “Estado judío” racista y confesional. Una perspectiva que ya dejó sin hogar y sin tierra a millones de palestinos a lo largo de los últimos 60 años, y que de completarse dejaría también desterrados a muchos millones más: un auténtico proceso de limpieza étnica.
Este proceso de colonización viene desarrollándose sin pausa desde la propia fundación del Estado de Israel. Pero la resistencia palestina, junto al enorme repudio de la opinión pública internacional, le puso algunos límites al mismo. Así es como la comunidad internacional y el propio Israel venían sosteniendo (hasta hace poco tiempo atrás) la farsa de una supuesta “solución de dos Estados” que no llega a concretarse nunca, y que es en realidad una pantalla para la continuidad de la colonización y el desplazamiento. Pero el establishment sionista está ahora en otro nivel: se plantea un nuevo salto en calidad, discutiendo de manera abierta la posibilidad de anexar Cisjordania (o por lo menos gran parte de su territorio), a la que denominan “Judea y Samaria” en referencia a los territorios bíblicos. Si bien no hay consenso alrededor de la táctica a seguir, cada vez tienen más peso los sectores archirreaccionarios que lo plantean de manera directa y sin mediaciones (como el ministro nacional Naftali Bennett).
Ya se están dando importantes pasos en ese sentido, como la legalización retroactiva de varios asentamientos y la introducción de la ley civil israelí en las colonias (que hasta el momento venían regidas por administración militar, ya que formalmente no forman parte de Israel). Se discuten también pasos a muy corto plazo como la anexión formal de algunas de las principales colonias, como la de Ma’ale Adumim, lo que terminaría de dar por tierra con toda la farsa de los “dos Estados” al partir al medio el territorio cisjordano.
El reaccionario gobierno de Trump viene a poner el sello de la principal potencia imperialista del planeta a esa política anexionista, contraria a los Derechos Humanos e inclusive al propio derecho internacional burgués (como señalan una infinidad de resoluciones de la ONU a través de sus diversos organismos). Sin duda alguna, se abre un período caracterizado por la intensificación del conflicto israelí-palestino, con ataques sionistas cada vez más brutales, y la posibilidad de un crecimiento de la resistencia palestina y hasta de un gran estallido popular. Es necesario rodear de solidaridad internacional esas luchas, aislar a Israel y al reaccionario gobierno de Trump, mediante la movilización masiva en todo el globo. ¡Parémosle la mano a la limpieza étnica de Palestina!
Condenan a Elor Azaria, un asesino israelí uniformado
Israel exige impunidad para sus criminales
La semana pasada, un tribunal militar israelí finalmente condenó a Elor Azaria, un soldado israelí que en marzo del año pasado ejecutó a sangre fría a un joven palestino que se encontraba herido e inmovilizado. El joven asesinado, Abdel Fattah al-Sharif, era parte de la llamada “Intifada de los cuchillos”, levantamiento de palestinos que atacaron a militares israelíes como reacción frente a la desesperante ocupación sionista.
Pero los crímenes del sionismo no vienen solos. En el momento en que Azaria le disparó en la cabeza, el joven no representaba ningún tipo de amenaza: su asesinato estuvo motivado por el odio contra los palestinos –y especialmente aquellos que se rebelan contra la ocupación-. Hechos como este son la norma en la palestina ocupada, pero este caso adquirió una enorme resonancia por un importante detalle: la ejecución a sangre fría fue filmada y difundida en internet, lo cual evidenció ante todo el mundo la lógica criminal con la que actúan las fuerzas armadas sionistas. Esto le dio al caso de Azaria una relevancia mucho mayor a la de otros que ocurren cotidianamente en los territorios ocupados, y que al no ser cubierto por los medios de comunicación no llega a los ojos de los televidentes.
Pero mientras la cruel ejecución desata la indignación de millones de personas (en Palestina y en todo el planeta), ocurre lo contrario con la reaccionaria y colonialista sociedad israelí. Una gran parte de los israelíes manifiesta su “solidaridad” con el soldado asesino, considerando que sólo estaba “realizando su deber”. Así es como sectores de la ultraderecha sionista realizaron una gran campaña exigiendo que se lo absuelva de sus cargos. Esta campaña tuvo un importante eco en la población y en el establishment político. El caso más resonante es el del propio primer ministro, Benjamin Netanyahu: luego de conocer la condena por parte del tribunal, salió públicamente a exigir que se perdone al asesino.
Lo que hay detrás es la lógica colonial que dicta que las fuerzas de ocupación sionistas no deben tener ningún impedimento legal para llevar a cabo “lo que hay que hacer”. Y esa es exactamente su función: mantener a raya a la población de los territorios ocupados mediante el ejercicio sistemático de la violencia. Es por esta misma razón que muchos otros casos similares ni siquiera llegan a ser juzgados por los tribunales: la única diferencia es que en este caso, se ponía en juego también la credibilidad de Israel ante el mundo exterior, por la difusión que tuvo el mismo. Así los tribunales militares decidieron sacrificar a uno de los suyos para salvar la imagen pública de la institución, para poder seguir haciendo lo mismo que hasta ahora: la sistemática limpieza étnica de los palestinos.
El caso de Azaria y la “solidaridad” que obtuvo de la sociedad israelí y de su establishment político demuestra el verdadero carácter del Estado de Israel. Se trata de una maquinaria racista de colonización y limpieza étnica, de lesa humanidad. Es necesario tirar abajo ese Estado reaccionario y poner en pie un Estado palestino único, laico, democrático y no racista: sólo sobre esa base los palestinos-árabes y la comunidad judía podrán coexistir.
A.K.
Por Ale Kur, SoB 411, 12/1/17