La elite globalizadora y el mundo al revés
“En un momento de incertidumbre y ansiedad para los capitalistas, aquí estaba el comunista más poderoso del mundo presentándose como el gran defensor de la globalización y los libres mercados” (“The New Davos man”, The Economist, 21-1-17)
Es difícil imaginar un cambio de clima tan abrupto en la cita anual de garcas planetarios llamada Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, como el que tuvo lugar en solamente un año, desde el encuentro de enero de 2016 al que finalizó el pasado 20 de enero.
En efecto, mientras que en 2016 la tónica era aproximadamente la misma de siempre, es decir, beneplácito por la buena marcha de la globalización y los éxitos del libre mercado, este año un fantasma recorrió Davos: el fantasma del proteccionismo, del “populismo”, del retroceso de la ola globalizadora que parecía omnipotente e incontestable.
El factor indiscutiblemente decisivo para oscurecer el panorama otrora luminoso de la elite globalizadora es el triunfo de Donald Trump en las elecciones de EEUU. Pero si a ese dato se le agregan la salida del Reino Unido de la Unión Europea (el llamado Brexit) decidida en referéndum y el auge de los partidos y figuras nacionalistas, populistas de derecha y euroescépticas en el Viejo Continente, es comprensible la desesperación de los organizadores de Davos por encontrar un paladín de los valores neoliberales y la globalización.
El dilema fue resuelto de la manera más paradójica. Cuando se confirmó que las tradicionalmente liberales potencias anglosajonas (EEUU y el Reino Unido) se inclinaban por el nacionalismo y el proteccionismo, hubo quienes propusieron como nuevo adalid del “mundo libre” a la canciller alemana Angela Merkel. Pero, como dice un analista, “cuando la palabra Davos se lanza como un insulto, algunos políticos prefirieron estar lejos de los Alpes este año. Merkel, por ejemplo, ya lleva dos años seguidos de ausencia, ante las continuas críticas de los votantes alemanes de que ella es demasiado pro globalización” (“What to make of the ‘Davos Class’ in the Trump Era”, Andrew Sorkin, The New York Times, 17-1-17).
¿Quién vino a ocupar su lugar entonces para enarbolar las banderas del libre mercado? Pues el mismísimo presidente de China y cabeza del Partido Comunista Chino, Xi Jinping.
La estrella “roja” de Davos
Aclaramos que no hay la menor exageración: el presidente chino (el primero de ese rango en asistir al foro de Davos desde que en 1987 pasó de europeo a global) fue la verdadera estrella del encuentro de este año. No sólo por el peso específico propio del líder de la segunda potencia económica del planeta, sino por su altísimo perfil, tomando la posta del libre comercio contra el proteccionismo. Es por eso que The Economist lo llama “el nuevo hombre de Davos” (Davos man), expresión acuñada por el conocido politólogo de derecha Samuel Huntington (el del “choque de civilizaciones” entre Occidente y el Islam).(1)
Que se entienda: el Foro Económico Mundial no es un simple encuentro de economistas, sino exactamente el evento más famoso, exclusivo y pretencioso de la elite política y económica mundial. Simplemente ser invitado significa sacar chapa de representante de los mayores privilegiados del planeta. Pues bien, fue el propio fundador y presidente del Foro, Klaus Schwab, quien trató a Xi no con amabilidad, sino directamente con un servilismo tan obsequioso que hasta cayó mal: “[Schwab] no le hizo preguntas, no pidió preguntas al público e hizo una presentación tan elogiosa que provocó muecas en la audiencia” (“In Era of Trump, China’s President Champions Economic Globalization”, Peter Goodman, The New York Times, 17-1-17)
Entre los comentarios chupamedias del director del Foro, elegimos éste: “En un mundo marcado por una gran incertidumbre y volatilidad, la comunidad internacional está mirando cómo China continúa su liderazgo responsable al darnos a todos confianza y estabilidad” (ídem).
Sobre todo estabilidad, agregamos nosotros, teniendo en cuenta el impecable historial represivo de todo disenso por parte del líder de Xi Jinping, que va desde prohibir páginas de Internet hasta encarcelar organizadores sindicales, pasando por el secuestro de editores de libros críticos y represión a grupos políticos, culturales y religiosos que desafíen aun tímidamente la mano de hierro del Partido Comunista Chino. Pero es sabido que los liberales siempre pusieron la libertad económica muy por delante (e incluso a expensas) de las libertades civiles y políticas.
Ésta es justamente la misma filosofía de Xi, que se refirió en términos elogiosos siempre a la “globalización económica”, cuidando de no meter en una bolsa globalizadora “general” cuestiones como el libre acceso a Internet, por no hablar de derechos humanos y políticos. El colmo de los colmos fue cuando Xi defendió el acuerdo de París sobre emisiones de carbono (criticando implícitamente a Trump, que lo cuestiona), quedando así como el gran garante del cuidado del medio ambiente. ¡China era hasta hace menos de un lustro el principal villano global en ese tema!. En tono paternalista, Xi dictó cátedra a Trump y los negacionistas del cambio climático diciendo que mantener el acuerdo de París de 2015 es “una responsabilidad que debemos asumir en pos de las futuras generaciones”.
Por cierto, China no estuvo representada sólo por su presidente; la delegación china en Davos 2017 fue la más nutrida de la historia, colmada de funcionarios y altos ejecutivos privados. Pero todos querían oír a Xi, y no sólo por sus citas de Historia de dos ciudades de Charles Dickens. El líder chino no defraudó a su auditorio: “Nadie saldrá ganador en una guerra comercial”, advirtió, y comparó el proteccionismo con “encerrarse en un cuarto oscuro”, metáfora que ganó el aplauso de los asistentes, que probablemente prefirieron olvidar las innúmeras políticas proteccionistas del PCCh en el pasado y el presente. Finalmente, Xi alzó la bandera del libre comercio asegurando que China “va a mantener sus puertas bien abiertas en vez de cerrarlas”. El teléfono sonó, pero Trump no contestó.
De la euforia a la preocupación y de allí al temor
Como decíamos, durante años el foro de Davos tuvo un tono y un ánimo esencialmente celebratorio, o más bien autocelebratorio, de las elites globales. Los garcas del mundo se reunían anualmente para hacer negocios, sin duda, pero, en lo ideológico, el Foro Económico Mundial se ocupaba sobre todo de constatar su propio éxito y felicitarse por eso. La crisis económica global iniciada en 2008 bajó un poco los humos e instaló cierta sombra de preocupación por los problemas del capitalismo mundializado, pero en el marco de que no entreveían en el horizonte una alternativa seria de contestación, salvo acaso una lejana y económicamente marginal América Latina.
Pues bien, el clima ha cambiado. Cuando los líderes de las dos principales potencias de Occidente, EEUU y el Reino Unido, anuncian un rumbo distinto al de la globalización tal como ha venido funcionando hasta ahora, y no por capricho, sino como respuesta a un descontento profundo y de masas con el orden capitalista liberal globalizado (aunque hoy se manifieste sobre todo por derecha), la preocupación cede paso a la incertidumbre, la desorientación y el temor.
La victoria de Trump, el Brexit y el desarrollo de movimientos nacionalistas, populistas y proteccionistas, en general de derecha (pero no siempre, como lo recuerdan los fenómenos de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn) son expresión de ese descontento que la célebre Naomi Klein resume así en The Guardian: “[Las masas y la clase media] han presenciado el surgimiento de la ‘clase Davos’, una red hiperconectada de bilonarios tecnológicos y financieros. El éxito es una fiesta a la que “[las masas y la clase media] no han sido invitados, y en el fondo saben que este poder y riqueza crecientes están de alguna manera conectados con sus deudas e impotencia cada vez mayores”.
¿Cómo reacciona Davos a esto? Una buena síntesis es la de Moisés Naim, del Fondo Carnegie para la Paz Internacional: “Hay un consenso de que algo grande está pasando, global y en muchos sentidos sin precedentes. Pero no sabemos cuáles son sus causas ni cómo lidiar con eso”. Reveladores de esa búsqueda un poco a ciegas de comprensión de eso “grande que está pasando” y cómo enfrentarlo son los nombres de algunos de los seminarios del foro: “Exprimida y enojada: ¿cómo resolver la crisis de la clase media?”, “Política del miedo o la rebelión de los olvidados”, “La era post Unión Europea” (!).
Respecto de esto último, también fue sintomática la reacción al discurso culposo de la premier británica Theresa May en el Foro: “No le damos la espalda a los amigos europeos; sólo se eligió poder tomar decisiones propias”. Mientras la May buscaba convencer a la elite financiera de que todo seguiría igual después del Brexit, los bancos respondieron en esos mismos días a trompada limpia: el HSBC (banco británico, pero cuyos gerentes son verdaderos “Davos men”) mudará 1.000 puestos de banca de inversión de Londres a París; Goldman Sachs hará lo propio con otros 3.000 puestos a Nueva York o Europa, y la JP Morgan estima mudar 4.000 empleos de Londres a la UE.
No la pasaron mejor los delegados de EEUU. Aunque varios de los hombres elegidos por Trump para su gabinete son veteranos de Davos (Robert Lighthizer, el flamante encargado de comercio, estuvo 15 veces en la villa alpina), EEUU recibió los cachetazos esperables después de la “traición” del magnate, incluso en el antes allí poco transitado terreno del bienestar social. Por ejemplo, en un ranking de 30 economías avanzadas presentado en Davos, EEUU quedó en el puesto 23, pero en protección social e inversión productiva (por oposición a inversión en recompras de acciones) quedó en el puesto 25, y en términos de salarios, último. Los aplausos se los llevó Noruega, primera de la lista, por sus esfuerzos en el “desarrollo y crecimiento inclusivos” y la reducción de la desigualdad.
Un columnista de The Economist sugiere que estamos ante el comienzo del “tercer régimen”, tomando como primero el período 1945-1973, signado por el sistema de Bretton Woods de patrón oro y Estado de bienestar, y como segundo el período de la globalización, desde 1980 a la crisis global de 2008. El nacionalismo, el populismo y el proteccionismo podrían, en esta visión, dar lugar a guerras comerciales, crecimiento raquítico e inestabilidad política (“The third regime”, 7-1-17).
Aunque seguramente en el Foro Económico Mundial esta mirada se habría considerado (con cierta razón) exagerada, no hace falta adscribir en todos sus términos a esta caracterización-pronóstico para entender que hasta las elites más cerradas e insensibles perciben que en el mundo soplan vientos huracanados de cambio. Trump y el Brexit son hoy sus emergentes más visibles, pero es una superficialidad suponer que ese “nuevo orden” que está en marcha (llegue o no a poner en pie un “tercer régimen” capitalista global) se limitará a esas expresiones. La crisis mundial y el desorden global llegaron para quedarse por años, y la lucha de clases internacional aún nos deparará muchas sorpresas. Y esperemos que sean todavía más desagradables para la elite de Davos.
- El “hombre de Davos” es, según la definición de Huntington, alguien que “no necesita mucho la lealtad nacional, que ve las fronteras nacionales como obstáculos que felizmente están desapareciendo y ve a los gobiernos nacionales como residuos del pasado cuya única función útil es facilitar las operaciones de la elite global”. Es difícil reconciliar este perfil con el fuertemente nacionalista Xi Jinping, pero cabe disculpar el exceso de entusiasmo de The Economist y los organizadores de Davos. Con el zafarrancho que es el capitalismo global en 2017, con defender el libre comercio y criticar el proteccionismo alcanza para conseguir el diploma de “Davos man”…
Por Marcelo Yunes, SoB 412, 26/1/17